Comentario al Tratado de las condiciones

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30 ALBARELO 36 Amemus profesionem Efímeras notas sobre el capítulo Capítulo I de este Tratado. En el qual se trata qual sea el propio, y genuino nombre, que le con- venga al Boticario. Introducción Recordaremos que Miguel Martínez de Leache y Huarte es uno de nuestros más grandes entre los grandes boticarios de su siglo, tanto en todo el contexto español (incluido todo el Imperio) como a nivel de Navarra. En Albarelo número 28 (páginas 30 y 31) vimos que nació en Sádaba (Zaragoza) en 1615 y murió en Tudela en 1673. Para situar algo mejor al personaje, recuerdo que fue aprendiz en una farmacia de la ciudad de Roma (Antonelli, en la plaza de Traja- no) durante cinco años, donde aprendió latín y griego además de las preparaciones y el modo de trabajar italiano. Esto le diferencia del resto de los boticarios de su época, que por decreto vigente desde la época de Felipe II, no podían formarse en el extranjero. Como dice Javier Puerto: “Es el más inteligente exponente de lo que pudo dar de sí la educación mediante maestros en el modelo de ejercicio profesional gremial”. Obra de Martínez de Leache Desde su primer libro, De vera et legitima Aloes electione juxta Me- sue textum in duas sectiones divisa disputatio, (publicado en 1644, en Pamplona) hasta una no publicada y perdida farmacopea (que sería la única farmacopea de autor navarro, en cuya búsqueda estamos empeñados) tenemos la famosa Controversias pharma- copales (Pamplona, 1650), posteriormente Discurso farmacéutico sobre los Cánones de Mesué (Pamplona, 1652, reimpreso 1662). El último libro que publicó es el Tratado sobre las condiciones que ha de tener un boticario para ser docto en su arte (Zaragoza, 1662). Precisamente sobre este libro y algunos apuntes sobre él va a versar el presente artículo. Tiene otro libro: Tratado de la cebada, dividido en dos libros. Debo apuntar finalmente, que Carlos Mallaina nos habla de una obra más, compuesta de siete libros, llamada Conclusiones, de la que se sabe que fue impresa en 1672 pero de la que no parece haber ningún ejemplar disponible. El Tratado Publicado en 1662 en la ciudad de Zaragoza. Desconocemos los motivos de ello, ya que era miembro de la Cofradía de San Cosme y San Damián de Tudela pero dependía de Pamplona en lo que se refiere al Protomédico, que no sanciona el libro curiosamente. Una posible explicación es que en ese tiempo el protomédico era interino y tenía por nombre Miguel Fernández de Vizarra. Ese mismo año tomó el protomedicato Martín López de Gaona (quien ostentó el cargo hasta 1679). Puede que el tiempo de in- terinidad hiciera a Leache tomar la decisión de dar su obra a la imprenta fuera de su reino. Los únicos que firman son Juan de Huarte, junto al doctor Diego Baquedano, como médicos; Diego La Ortiga, por los cirujanos, y su familiar Juan Antonio, por los boticarios de Tudela. En el prólogo, Leache da una muestra de su erudición citando y traduciendo a Marcial (Marco Valerio Marcial, poeta hispanorro- mano del siglo I) y en el que explica que no se puede contentar a todos con los escritos que hacemos. Carlos Adanero Oslé Boticario ([email protected]) Sobre el Tratado de las condiciones que ha de tener el boticario para ser docto en su arte

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Comentario en la revista Albarelo número 36 al capítulo primero del Tratado de las condiciones que ha de tener un boticario para ser docto en su arte de Miguel Martínez de Leache.

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30 ALBARELO 36 Amemus profesionem

Efímeras notas sobre el capítulo Capítulo I de este Tratado.En el qual se trata qual sea el propio, y genuino nombre, que le con-venga al Boticario.

IntroducciónRecordaremos que Miguel Martínez de Leache y Huarte es uno de nuestros más grandes entre los grandes boticarios de su siglo, tanto en todo el contexto español (incluido todo el Imperio) como a nivel de Navarra.

En Albarelo número 28 (páginas 30 y 31) vimos que nació en Sádaba (Zaragoza) en 1615 y murió en Tudela en 1673.

Para situar algo mejor al personaje, recuerdo que fue aprendiz en una farmacia de la ciudad de Roma (Antonelli, en la plaza de Traja-no) durante cinco años, donde aprendió latín y griego además de las preparaciones y el modo de trabajar italiano. Esto le diferencia del resto de los boticarios de su época, que por decreto vigente desde la época de Felipe II, no podían formarse en el extranjero. Como dice Javier Puerto: “Es el más inteligente exponente de lo

que pudo dar de sí la educación mediante maestros en el modelo de ejercicio profesional gremial”.

Obra de Martínez de LeacheDesde su primer libro, De vera et legitima Aloes electione juxta Me-sue textum in duas sectiones divisa disputatio, (publicado en 1644, en Pamplona) hasta una no publicada y perdida farmacopea (que sería la única farmacopea de autor navarro, en cuya búsqueda estamos empeñados) tenemos la famosa Controversias pharma-copales (Pamplona, 1650), posteriormente Discurso farmacéutico sobre los Cánones de Mesué (Pamplona, 1652, reimpreso 1662).

El último libro que publicó es el Tratado sobre las condiciones que ha de tener un boticario para ser docto en su arte (Zaragoza, 1662). Precisamente sobre este libro y algunos apuntes sobre él va a versar el presente artículo. Tiene otro libro: Tratado de la cebada, dividido en dos libros.

Debo apuntar finalmente, que Carlos Mallaina nos habla de una obra más, compuesta de siete libros, llamada Conclusiones, de la que se sabe que fue impresa en 1672 pero de la que no parece haber ningún ejemplar disponible.

El TratadoPublicado en 1662 en la ciudad de Zaragoza. Desconocemos los motivos de ello, ya que era miembro de la Cofradía de San Cosme y San Damián de Tudela pero dependía de Pamplona en lo que se refiere al Protomédico, que no sanciona el libro curiosamente.

Una posible explicación es que en ese tiempo el protomédico era interino y tenía por nombre Miguel Fernández de Vizarra. Ese mismo año tomó el protomedicato Martín López de Gaona (quien ostentó el cargo hasta 1679). Puede que el tiempo de in-terinidad hiciera a Leache tomar la decisión de dar su obra a la imprenta fuera de su reino.

Los únicos que firman son Juan de Huarte, junto al doctor Diego Baquedano, como médicos; Diego La Ortiga, por los cirujanos, y su familiar Juan Antonio, por los boticarios de Tudela.

En el prólogo, Leache da una muestra de su erudición citando y traduciendo a Marcial (Marco Valerio Marcial, poeta hispanorro-mano del siglo I) y en el que explica que no se puede contentar a todos con los escritos que hacemos.

Carlos Adanero Oslé Boticario ([email protected])

Sobre el Tratado de las condiciones que ha de tener el boticario para ser docto en su arte

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Posteriormente, tras citar a Bruto en su conversación con Cicerón (Marco Tulio Cicerón, filósofo y orador del siglo II) hace una intro-ducción a su libro y, como era frecuente en su época, se realiza una invitación a la lectura crítica de la obra.

El Tratado en sí contiene doce capítulosEn el primero se trata del nombre que ha de recibir el boticario. Debemos consignar que Antonio de Aguilera (boticario de Guadalajara) en su Exposición sobre los cánones de Mesué (1569) ya había tratado este tema, si bien mucho menos detalladamente y, desde luego con mucha menor erudición.

Leache repasa una extensa lista de nombres que se habían usa-do para designar nuestra profesión, como Unguentarius, es decir aquel que fabrica ungüentos. No está de acuerdo con este térmi-no, ya que a pesar de ser una acertada sinécdoque, no designa adecuadamente al profesional.

Otro nombre que cita es de aromatarius. Pero entonces dice que también habría que llamar al boticario foetidarius, pues trata tam-bién con sustancias que huelen mal. Seguidamente analiza el nombre pigmentarius.

Apothecarius le parece “la voz más barbara de quantas andan por essos libros”, porque al venir de la palabra apotheca, su significado no es la botica del boticario, sino la butillería o taberna del vino, por tanto apothecarius es el butillero.

Seplasiarius, que deriva de seplasa, plaza situada en la ciudad de Capua (Italia) en la que había muchos boticarios. Obviamente, Leache opina que este nombre solo se ajusta a los boticarios de aquél lugar, pero no a los demás.

Miropola, considera que tiene el mismo significado que unguen-tarius, pues ungüento en griego se dice mirepsos. Dice que fue Juan Fragoso (Toledo ca. 1530-1597) médico y cirujano (además de naturalista castellano) el que usó este término.

También considera el término pharmacopola, que es usado por diferentes autores. Pharmacopola viene del griego pharmacopolis, que a su vez deriva de pharmacon (sic) que en latín es pharma-cum. Añade que este término se puede aplicar “a los que en Espa-ña llamamos cantimbancos y en Italia charlatanes”. En definitiva, este nombre le parece que se presta al equívoco y por ello no se debe aplicar al boticario.

Tras esto citando a Jean de Renou, Joannes Renodaeus, médico y boticario parisiense que define la farmacia como “est ars quae do-cet rationem seligendi, praeparandi, et componendi medicamenta” y añade “debaxo de cuyo conocimiento cae todo lo que se ordena a la salud de todo viviente racional, sin que en nada intervenga el médico, mas que solo desnudamente recetando lo que pertenece a la enferme-dad, dexando el metodo, y preparacion de las medicinas al boticario; por constar su facultad de muchos preceptos y canones de que se vale a cada paso”. De nuevo nos encontramos con la verdadera y defini-

tiva razón de la separación de ambas ciencias: un solo ser humano no puede ser docto en la medicina y en la farmacia. No podría ejer-cer correctamente las dos disciplinas a un mismo tiempo.

Dicho esto, en la página 20 se propone terminar con el verdadero nombre que expresa al cien por cien la labor y conocimientos del boticario. Y este nombre es el de pharmacopeus.

“Y el que mas se adequa a todos los hombres doctos, sin que pueda significar otra cosa, ni admitir diferente interpretación, que es en lo que consiste ser este el mejor termino para significacion del boticario”.

Pharmacopeus se deriva de pharmacon en griego y del verbo ab-soluto griego “poneo” que en latín significa “laboro, aut conficio”, de modo que pharmacopeus es lo mismo que “quasi medicamento-rum laborator, aut compositor”.

En este sentido se llama también pharmaceuticus, según dice Scapula y Estephano en su Léxico. Este término es lo mismo que medicamentarius.

Y finalmente, cita a Zacuto (Zacutus lusitanus 1575-1642 boticario portugués): “medicus pharmaceuticae artis sit studiosus” (el médico debe ser estudioso del arte farmacéutica).

Por fin, el nombre del boticario debe ser pharmacopeus o pharmaceuticus. En el último párrafo del capítulo se decanta por pharmacopeus como el nombre más adecuado al boticario y su quehacer. Vale, et cétera.