Columpio ¿E s Cristiana la Ecología?

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EXCELSIOR FECHA / X 1L SECCIÓN í PAG. CLASIFICACIÓN NACIONAL NUM. DE HOJAS Columpio ¿Es "Cr i st i ana" la Eco l og í a? A UNQUE no ojeo sino muy rara- mente sus artículos, me parece correcto, señor Alfonso Aresti Li- guori, que usted se esfuerce por poner de relieve todas las cosas bonitas que encuentra en el catolicismo. Pues las hay. Yo mismo, si bien en un nivel fuertemente distinto, hice algo pareci- do en mi juventud: escribí £1 cielo y la tierra. Pero... Pero los hechos, hechos son; los he- chos son los que son, y ni usted ni yo podemos cambiarlos. Los hechos no son un lecho de rosas y tampoco agradable materia para polémicas; amén de que se ha ampliamente comprobado que las polémicas, máxime entre latinos, para nada sirven. Cada quien permanece con sus convicciones en su propio nivel de conocimiento. Hace pocos días, debiendo envolver en periódicos unos aguacates inmadu- ros, "caí" en un artículo suyo, señor Aresti Liguori, hermosamente titulado "Vivir en una casa armoniosa: ecolo- gía". Leí las primeras lineas, y luego olvidé los aguacates para seguir leyen- do, empujado por el sumo interés que provocaba en mí el total falseamiento de la verdad —de los hechos— que us- ted, sabiéndolo o sin saberlo, plantea en su escrito. Deliberada o espontánea, la mentira en su grado máximo irradia una siniestra fascinación. Al dar usted a entender que el cristianismo es y siempre ha sido amigo de la ecología —por lo menos el cristianismo como hecho histórico—, su artículo se hace de inmediato digno de atención: de- muestra hasta qué grado se puede, con una pirueta, alterar la realidad, la ver- dad de las cosas. Lo que es tanto más grave, señor, por cuanto son ingenuos —¿ignorantes o indolentes?— quienes asisten, tan sólo leyendo un artículo de diario, al teatro de las piruetas. CARLO COCCIOLI T ODO el mundo habla hoy de ecolo- gía, y todos tenemos el derecho de hacerlo porque ninguna ley nos lo prohibe. Cualquier pelagatos puede hacerse famoso —o, peor aún, puede ha- cerse una buena conciencia— despotri- cando sobre una materia que hace no muchos años ha cogido al Occidente desprevenido. Hablando de ecología, uno puede afirmar que la luz oscurece y las tinieblas iluminan, y muchas personas se tragan k. afirmación porque la eco- \of es de por sí, un mundo de revol- «i F liare decir, por supues- ..-•''-•» comí! curación del En su artículo, señor Aresti Liguori, usted define la ecología y nos recuerda conceptos tan bonitos y obvios como el que "todo lo que existe es la casa de la humanidad". Me encanta que un católi- co convencido y de tiempo completo profese tal obviedad luego de dos mil años de afirmaciones completamente contrarias: que la verdadera casa del hombre se halla en el Más Allá, y que ésta es tan sólo un valle de lágrimas donde lo máximo que podamos hacer es dejar de pecar para ganarnos el Paraí- so. ¿Acaso el Reino de este Mundo no pertenecía a Satanás y a los demás diablos? Es difícil que una casa resul- te "armoniosa" con tantas maléficas presencias. Usted se hace pública y airosamente la pregutita: "¿Qué opinan los cristia- nos?", refiriéndose por supuesto a la ecología. Usted mismo responde rápi- damente: "El cristianismo nos dice que el problema ecológico es un problema ético y moral." Bueno saberlo: a durante mi juventud me dieron a en- tender lo contrario. A mí se me repetía, entre otras cosas, que en el instante en que en ia gruta de Belén nacía el Sal- vador del Mundo un destemplado grito de dolor se oyó en la inmensa cuenca del Mediterráneo: era la agonía de Dio- nisio. Y se me explicaba que este dios moribunda, moribundo porque golpeado a muerte por su Vencedor, equivalía justamente al Mundo Natural: el que hace dos mil años se empezó a despre- ciar llamándolo pagano. ¿Por qué "pa- gano"? Porque "pagus, pagi" en lengua latina quiere decir aldea, y más gene- ralmente indica el campo, la tierra, la naturaleza. Y fue en el campo, fue en las incontables remotas aldeas, donde se refugiaron, buscando la protección de sus adoradores, los antiguos dioses del Mundo Natural. Esos seres divinos tan maltratados —los patronos de las montañas, de los manantiales, de los árboles— sabían que el naciente cris- tianismo los odiaba. D ICHO con el respeto debido a las creencias ajenas, la verdad de la historia humana, señor Aresti Liguori, no puede negarse con desen- vueltas piruetas. Usted puede hablar de Génesis, de Adán y Eva, de Juan Pablo II y de cualquier otro tema que le plazca: lo único que no tiene el de- recho de hacer, porque además no lo- graría hacerlo, es cambiar lo que se llama la historia humana. Esto lo admi- ten perfectamente los pensadores de la historia de las religiones que emplean el lenguaje de nuestra época, desde Ru- dolpb Otto hasta L»SZP'í ' Kolaknwslr*. mil maravillas —y con sus mil terro- res— hoy, señor Aresti Liguori, se ha vuelto científica. Bien: tal vez se pueda jugar con las ílOUi EN i* PASiNA OCHO

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EXCELSIOR

FECHA / X 1L S E C C I Ó N í PAG.

CLASIFICACIÓN NACIONAL NUM. D E HOJAS t §

Columpio

¿Es "Cristiana" la Ecología? AUNQUE no ojeo sino muy r a r a ­

mente sus artículos, me parece correcto, señor Alfonso Aresti L i -

guori, que usted se esfuerce por poner de relieve todas las cosas bonitas que encuentra en el catolicismo. Pues las hay. Yo mismo, si bien en un nivel fuertemente distinto, hice algo pareci­do en mi juventud: escribí £ 1 cielo y la tierra. P e r o . . .

Pero los hechos, hechos son; los he­chos son los que son, y ni usted ni yo podemos cambiarlos. Los hechos no son un lecho de rosas y tampoco agradable materia para polémicas; amén de que se ha ampliamente comprobado que las polémicas, máxime entre latinos, para nada sirven. Cada quien permanece con sus convicciones en su propio nivel de conocimiento.

Hace pocos días, debiendo envolver en periódicos unos aguacates inmadu­ros, "caí" en un artículo suyo, señor Aresti Liguori, hermosamente titulado "Vivir en una casa armoniosa: ecolo­gía". Leí las primeras lineas, y luego olvidé los aguacates para seguir leyen­do, empujado por el sumo interés que provocaba en mí el total falseamiento de la verdad —de los hechos— que us­ted, sabiéndolo o sin saberlo, plantea en su escrito. Deliberada o espontánea, la mentira en su grado máximo irradia una siniestra fascinación. Al dar usted a entender que el cristianismo es y siempre ha sido amigo de la ecología —por lo menos el cristianismo como hecho histórico—, su artículo se hace de inmediato digno de atención: de­muestra hasta qué grado se puede, con una pirueta, alterar la realidad, la ver­dad de las cosas. L o que es tanto más grave, señor, por cuanto son ingenuos —¿ignorantes o indolentes?— quienes asisten, tan sólo leyendo un artículo de diario, al teatro de las piruetas.

CARLO COCCIOLI

TODO el mundo habla hoy de ecolo­gía, y todos tenemos el derecho de hacerlo porque ninguna ley nos

lo prohibe. Cualquier pelagatos puede hacerse famoso —o, peor aún, puede ha­cerse una buena conciencia— despotri­cando sobre una materia que hace no muchos años ha cogido al Occidente desprevenido. Hablando de ecología, uno puede afirmar que la luz oscurece y las tinieblas iluminan, y muchas personas se tragan k. afirmación porque la eco-\of es de por sí, un mundo de revol-«i F liare decir, por supues-

..-•''-•» comí! curación del

E n su artículo, señor Aresti Liguori, usted define la ecología y nos recuerda conceptos tan bonitos y obvios como el que "todo lo que existe es la casa de la

humanidad". Me encanta que un católi­co convencido y de tiempo completo profese tal obviedad luego de dos mil años de afirmaciones completamente contrarias: que la verdadera casa del hombre se halla en el Más Allá, y que ésta es tan sólo un valle de lágrimas donde lo máximo que podamos hacer es dejar de pecar para ganarnos el Paraí ­so. ¿Acaso el Reino de este Mundo no pertenecía a Satanás y a los demás diablos? E s difícil que una casa resul­te "armoniosa" con tantas maléficas presencias.

Usted se hace pública y airosamente la pregutita: "¿Qué opinan los cristia­nos?", refiriéndose por supuesto a la ecología. Usted mismo responde rápi­damente: "El cristianismo nos dice que el problema ecológico es un problema ético y moral." Bueno saberlo: a mí durante mi juventud me dieron a en­tender lo contrario. A mí se me repetía, entre otras cosas, que en el instante en

que en ia gruta de Belén nacía el Sal­vador del Mundo un destemplado grito de dolor se oyó en la inmensa cuenca del Mediterráneo: era la agonía de Dio­nisio. Y se me explicaba que este dios moribunda, moribundo porque golpeado a muerte por su Vencedor, equivalía justamente al Mundo Natural: el que hace dos mil años se empezó a despre­ciar llamándolo pagano. ¿ P o r qué "pa­gano"? Porque "pagus, pagi" en lengua latina quiere decir aldea, y más gene­ralmente indica el campo, la tierra, la naturaleza. Y fue en el campo, fue en las incontables remotas aldeas, donde se refugiaron, buscando la protección de sus adoradores, los antiguos dioses del Mundo Natural. Esos seres divinos tan maltratados —los patronos de las montañas, de los manantiales, de los árboles— sabían que el naciente cris­tianismo los odiaba.

DICHO con el respeto debido a las creencias ajenas, la verdad de la historia humana, señor Aresti

Liguori, no puede negarse con desen­vueltas piruetas. Usted puede hablar de Génesis, de Adán y Eva , de Juan Pablo II y de cualquier otro tema que le plazca: lo único que no tiene el de­recho de hacer, porque además no lo­graría hacerlo, es cambiar lo que se llama la historia humana. Es to lo admi­ten perfectamente los pensadores de la historia de las religiones que emplean el lenguaje de nuestra época, desde Ru-dolpb Otto hasta L»SZP'í ' Kolaknwslr*.

mil maravillas —y con sus mil terro­res— hoy, señor Aresti Liguori, se ha vuelto científica.

Bien: tal vez se pueda jugar con las

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"interpretaciones; no se juega con los hechos. Los hechos, hechos son. Sabe­mos que en el proteico y tumultuoso panorama de la antropología religiosa el dios más ligado a la Naturaleza fue y sigue siendo Shiva, el que destruye y fecunda. No dudo que usted, señor Aresti Liguori, lo conozca un poco y lo haya tomado muy en serio. E s una de las más antiguas y terribles y conso­lantes y venerables representaciones di­vinas de la humanidad; el dios Shiva era ya muy viejo cuando en el norte de la India asomaron sus fuertes cabe­zas los conquistadores aryas. Trataron de eliminar a Shiva, de borrarlo del mapa exactamente como, miles de años más tarde, se ensañaron contra Dioni­sio los frenéticos teólogos —casi todos ellos de origen judaico— del cristianis­mo naciente. Shiva amparaba al Mundo Natural: lo sacralizaba y continuamen­te lo renovaba. Sin quizá conocer su nombre, era shivaítico el animismo. Los animistas —lo digo para que me entienda el lector— son aquellos que piden perdón al árbol cuya hoja cortan (yo lo hago). Los animistas veneraban las fuentes: "sabían" de alguna mane­ra que allí soplaba el inmenso espíritu de Shiva en un pulular de nombres dist intos. . .

Shiva era, y es, tan impetuosamente ligado al Mundo Natural que una de sus más luminosas señales era el falo. Para una persona de mediana cultura, y que escribe en periódicos, éstas de­berían ser nociones tan obvias como para que diese pena repetirlas. Y el Soberano dios natural logró difundirse, aun sin abandonar a la India pese a los esfuerzos de los Vedas para deste­rrarlo, por toda la cuenca del Medite­rráneo, y se volvió Dionisio. Lo dioni-siaco, es decir Shiva bajo un nombre distinto, siguió siendo por excelencia la religión, la veneración de la Naturaleza. Shiva fue dios animal, íue toro; fue dios de la vid. Tuvo relaciones comple­jas con Apolo y lo apolíneo. Siguió des­truyendo y recreando la Naturaleza, el campo abierto, en oposición a los dioses urbanos que impusieron los códigos "morales" de la ciudad, y por consi­guiente la tendencia sexofóbica. Tal vez usted entienda, señor Aresti Liguori, la infinita red de causas y efectos que todo esto constituye; y por qué el odio al sexo y el odio a lo natural procedan juntos; y por qué estamos como esta-

N U M . DE HOJAS £ mos: ¡esta espantosa desacralización del Mundo Natural que nos obliga a in­ventar cosas en sí tan absurdas como ia llamada, hoy, ecología! De no haber matado a Dionisio no necesitaríamos "cología.

L O digo sin resentimiento pero lo digo, o mejor dicho lo repito por­que es la verdad inopugnable: el

cristianismo hace dos mil años desacra-lizó el mundo natural y lo satanizó. Sus buenas razones habrá tenido. Pero las consecuencias de tan desmedido fe­nómeno las estamos pagando nosotros de este final de milenio. Nosotros del Occidente, porque ios demás mundos, y sobre todo el oriental, han sabido man­tenerse fieles a las veneraciones anti­guas no obstante la formidable presión cultural del colonialismo con enseñas cristianas. A cualquier dios natural, a cualquier grande o pequeño Shiva, lo convertían inmediatamente en un de­monio. L a historia de México no es avara de ejemplos. Si al dios natural —"deus loci", dios del lugar— no se podía por algún motivo de resistencia convertirlo en demonio, se le atribuía un nombre cristiano y se permitía ve­nerarlo en el marco de un propósito dis­tinto. L o importante era matar a lo natural; oprimir y explotar cruelmente a los animales, arrancar Jos árboles, imponer dramáticamente una cultura del Más Allá —el espíritu opuesto a la materia— a fin de que, finalmente desacralizado, calumniado, degradado, el "despreciable" reino de este mundo fuese una presa fácil y entregada. . . ,

No me hubiera tomado la molestia de escribir este artículo, que por supuesto no convencerá al señor Aresti Liguori porque nada es más cegador que el dog­matismo, si no lo hubiese sentido ne­cesario a los efectos precisamente de la ecología concreta y cotidiana. Un proyecto ecológico que en su mente no tenga muy claros estos conceptos no llevará a ninguna parte. ¿Qué propon­go, pues, que se ponga a Shiva o a Dio­nisio en los altares? Desde luego que no: sólo que no se nos digan mentiras.

Nota.—Si algún lector entiende ex­presar su punto de vista sobra éste u otro asunto, sirviéndose del servicio de cartas a Foro de EXCELSIOR, tenga la amabilidad de enviarme una copia a mí personalmente, Aoartado Postal 27520, México 06760, D. F .