Colonizar el dolor - cap 1 (Susana Murillo)

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    Murillo, Susana.Captulo I. Acerca de la Ideologa. En publicacin: Colonizar el dolor. La interpelacinideolgica del Banco Mundial en Amrica Latina. El caso argentino desde Blumberg a Croman / Susana

    Murillo.Buenos Aires : CLACS! Abril "##$.-- ISBN 978-987-1183-90-6.

    Disponible en: http:bibliote!a"irtual.!la!so.or#.ararlibrosbe!as$urillo01Murillo.p%&

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    http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/becas/murillo/01Murillo.pdfhttp://www.clacso.org.ar/bibliotecamailto:[email protected]://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/becas/murillo/01Murillo.pdfhttp://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/becas/murillo/01Murillo.pdfhttp://www.clacso.org.ar/bibliotecamailto:[email protected]://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/becas/murillo/01Murillo.pdf
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    POR QU VOLVER A ESTE CONCEPTO?Diversos anlisis tericos han considerado en los ltimos aos la ne-cesidad de abandonar el trmino ideologa, dado que lo social ha sidopensado como espacio discursivo (Laclau y Mouffe, 2004) y puesto quelas prcticas sociales construyen objetos, conceptos, tcnicas y formasde subjetividad (Foucault, 1988). Desde esas perspectivas, la ideologacaracterizada como falsa conciencia nada aportara y, ms an, talconcepto se sostendra sobre una escisin ficticia entre la superestruc-tura jurdico-poltica y la infraestructura econmica.

    Afirmar que la ideologa es una falsa conciencia significa aseve-rar tambin la contracara de esa falsedad: que hay una verdad objetivaen la cual es posible una adecuacin entre sujeto y objeto en la proposi-cin. En la vulgarizacin de los textos de Althusser, esa falsa concienciasera un producto construido en los Aparatos Ideolgicos del Estado (enadelante AIE), propios de la superestructura jurdico-poltica, y deter-minados en ltima instancia por la infraestructura econmica.

    Este trabajo intenta mantener el concepto de ideologasin carac-terizarlo como falsa conciencia, y sin establecer una escisin ontol-

    gica entre el orden econmico y el poltico. La valorizacin del conceptode ideologatiene como fin avanzar tericamente en la comprensin dediversos procesos: en primer lugar, nos permite vislumbrar de qu modo

    Captulo I

    ACERCA DE LA IDEOLOGA

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    el ser que nace de un vientre humano sehominizano slo por razonesbiolgicas, sino tambin culturales. En segundo lugar, nos posibilitacomprender cmo y por qu en el proceso de hominizacin, los meca-

    nismos positivos o productivos del poder, desarrollados en dispositivos,constituyen ideales subjetivos. En tercer lugar, nos ayuda a evitar el ci-nismo (iek, 2003b) que sabe de la dominacin de unas fuerzas socia-les sobre otras y que, sin embargo, las sostiene y naturaliza. En cuartolugar, nos permite analizar cmo los mecanismos del poder son espaciosde lucha que transforman y son transformados por las subjetividadesindividuales y colectivas (tambin constituidas en ellos) en diversosmomentos de la historia. En quinto lugar, alumbra la comprensin deprocesos donde, a veces, grupos humanos en situaciones de extrema vul-nerabilidad adhieren a propuestas de carcter autoritario. Finalmente,nos permite revisar una cierta concepcin de la subjetividad en la queesta aparece como un mero producto pasivo, para repensarla como unproceso activo y constructivo, un hacerse en las prcticas.

    LA IDEOLOGA Y EL PROCESO SOCIAL DE HOMINIZACINEl concepto de ideologapermite comprender el fenmeno de hominiza-cin que transforma a la carne nuda en un sujeto humano, a travs de unproceso que no supone una mera y pasiva incorporacin de esquemassociales. Este posibilita pensar, por el contrario, que la subjetividad se

    constituye imbricada en el contexto cultural en un juego activo de relacio-nes siempre abierto. Nos acerca a la idea de que los humanos no somos unpuro espritu, ni tampoco un cuerpo-mquina, sino un cuerpo que se cons-tituye como histrico, deseante, creativo, a la vez colectivo y singular.

    Los procesos en los que la ideologa se materializa son prcticasconcretas. En ellas, la carne nuda se transforma en sujeto humano; yen esta transformacin, el sujeto va tomando conciencia de s y de sumundo. Pero esta conciencia jams es transparente. Ella se conformade modo tal que la vinculacin del sujeto consigo mismo y con sus con-

    diciones de existencia supone siempre algn elemento de carcter ima-ginario (Althusser, 2003: 139; iek, 2003a; 2003b).

    Esa relacin imaginaria se produce porque el trnsito hacia lacondicin humana se realiza desde una carne inacabada, desgarradaen dolores y fros, que necesita de la presencia de otro quien durante unlargo perodo de la vida no slo atiende a las necesidades, sino que all,con su presencia amorosa, va constituyendo un mundo (como horizontede significaciones) y una identidad, que logran cierta estabilidad frenteal desgarramiento inicial del nacimiento. Quien se ocupa de la doloro-

    sa demanda del cuerpo infantil sometido a estmulos desagradables esquien coloca los primeros significantes a las demandas de ese cuerpose trata de quien cumple la funcin materna, que a su vez reenva a la

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    que paulatinamente emerja la sensacin de vaco, de desgarramiento,y el impulso a suturarlo de algn modo. Es a partir de esta sensacinde carencia que el sujeto se experimenta a s mismo y al mundo. En la

    bsqueda de colmar esa oquedad, el sujeto emprende una tareaen la quese va plasmando su existencia siempre abierta.Lapalabrasurge entonces intentando henchir esta insuficiencia

    constitutiva de la corporalidad humana. Ella brota cuando se experi-menta que algo falta en el cuerpo propio y en su relacin orgnica conel cuerpo materno, y cuando se desea (aunque intilmente) colmar esacarencia. El cuerpo en su insondable oquedad no deja jams de insistir,la palabra no puede jams eliminarla, ningn significante puede hacer-lo.De ah entonces que no sea posible reducir toda la realidad humana aninguna forma de lenguaje.

    No obstante, el advenimiento de la palabra no es irrelevante; ellainscribe al sujeto en la cultura, en un entramado simblico que lo trascien-de en sus regularidades. La palabra se estructura a partir de la renunciadel nio a quedar encerrado en la fusin con la madre. Renuncia que, pordolorosa e interminable que sea, supone la asuncin de la propia finitud ala vez que el impulso a colmarla, y con ello el ingreso en el mundo, dondehay un orden simblico constituido a travs del trabajo humano.

    La realidad humana entendida como orden simblico ha sidonombrada por distintos autores de maneras diversas. Michel Foucault

    habl deepisteme, para referirse a la articulacin de cdigos de la pala-bra y de la mirada que hacen que ciertos conceptos, problemas, discur-sos, sean pensables, decibles, visibles en un proceso histrico, y otrosno. Unaepisteme supone regmenes de visibilidad y de enunciabilidadque atraviesan, como una especie de pelcula de pensamiento invisible,todas las actividades de un conjunto social, desde las prcticas culinariashasta los planteos filosficos. Unaepistemeno es jams una estructuracerrada, sino que se desgrana en formaciones discursivas y extradis-cursivas atravesadas por grietas, fisuras y contradicciones (Foucault,

    1991b; 1999). En trabajos posteriores, construy el concepto de diagra-ma de poder, que alude a una articulacin estratgica de dispositivosque cualifican a los cuerpos en su calidad de trabajadores, estudiantes,padres, ciudadanos. La idea de diagrama alude a algo as como almapa de correlacin de fuerzas en un territorio social que transcurre enun proceso histrico determinado. El concepto de diagrama permitehacer visible al cuerpo en su potencialidad y en sus enigmas. Todo poderse ejerce sobre los cuerpos; sin ellos, no habra relacin de fuerzas. Delmismo modo que la nocin deepisteme, el diagrama es mvil y cambian-

    te. Se trata delcmose ejerce el poder en un cierto momento, sin queestecmoimplique una unidad monoltica de formas de actuar. Por suparte, Althusser, al caracterizar al poder y al lugar que la ideologa juega

    verCastracinen Derrida

    critica al iro lin stico

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    en l, se refiri al Sujeto sin el cual no hay sujetos. Ms all de lasdiferencias, estas expresiones nos hablan de unorden cultural constitui-do y constituyente de los sujetos, orden en el cual una carne prehumana

    debe inscribirse para poder reconocerse, ser reconocida y reconocer alos otros como tales. Para que esta inscripcin ocurra, la carne prehu-mana debe poder ser atravesada, cualificada por significantes de esemundo simblico. De un modo muy sencillo lo explicaba Ernst Cassirercuando afirmaba que el hombre es un animal simblico, pues en lacondicin humana hay un orden smblico histricamente construidoque media la relacin de cualquier hombre con su mundo. Esto haceque lo real en s, o, en trminos de Kant, la cosa en s, sea para loshumanos incognoscible.

    Ahora bien, la constitucin de ese orden simblico no impide quehaya un mundo objetivo para los hombres: los lenguajes, las religio-nes, los mitos, el folclore, el derecho son productos del trabajo huma-no. Ellos son comunes y objetivos para diversos grupos ya que son sucreacin colectiva e histrica, al tiempo que en esas formas simblicaslas diversas comunidades y los sujetos se constituyen y se inscriben des-de peculiares perspectivas (Cassirer, 1979). Por consiguiente, ese ordensimblico no es jams una totalidad cerrada, sino un conjunto de cdi-gos de la mirada y la palabra, diversos, cambiantes y contradictorios.

    El concepto mismo de orden simblico es slo un trmino teri-

    co para poder pensar lo social, significante que tambin es una expre-sin terica que no pretende reducir la multiplicidad de la vida humanaa una unidad cerrada. La conceptualizacin en trminos tericos nosupone jams someter la diversidad existencial, slo es un instrumentopara abordar su comprensin. La idea o percepcin de totalidad uorden es, en todo caso, un efecto, siempre cambiante, de las prcticassociales de los sujetos. Esta idea o percepcin de totalidad u orden es elsupuesto antepredicativo de una cierta permanencia, un cierto hori-zonte del mundo, que opera como condicin de posibilidad de que el ha-

    cer y el pensar subjetivo no se desgarren en miradas de sensaciones.Este orden simblico es producto del trabajo humano que se plas-

    ma en el lenguaje, a la vez que es organizado por l. Cuando el lenguajeadviene, el humano puede comenzar a representar las ausencias, aque-llo que no est aqu y ahora es puesto en palabras a travs de las cualesintenta comunicarse con el otro, en un afn por colmar su sensacin deincompletud en una fusin que nunca se alcanza, pues la palabra no essuficiente para colmar la percepcin de finitud. De ah que el saber dela propia muerte sea algo que slo el humano conoce y a la vez deniega.

    En consecuencia, ninguna cadena de significantes se cierra de modotal que permita al sujeto experimentar alguna forma de completud o detotal comunicacin con el otro.

    las cosasse mueren

    para quevivan losnombres.

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    EL CARCTER IMAGINARIO DE LA IDEOLOGA Y LA REALIDADCOMO ORDEN SIMBLICODesde esa perspectiva, lo que se experimenta como realidad no es la cosa

    en s. Por el contrario, lo que transitamos como la realidad est ya siempresimbolizada, estructurada por el trabajo humano que construye y es cons-tituido por formas simblicas (lenguaje, mito, folclore, filosofa, ciencia).En consecuencia, podemos afirmar, metafricamente, que larealidad so-cial es una ficcinen el sentido de que ella es construida histricamente,no est dada, no es una naturaleza inamovible. Es hija de la simbolizacinque se teje y desteje en el hacer humano que siempre ha transitado enrelaciones de poder, en luchas por y contra la dominacin que, al menoshasta el presente, han gestado desequilibrios, asimetras en el acceso atodo aquello que ha producido el trabajo humano colectivo.

    Ahora bien, el problema reside en que la realidad como simbo-lizacin siempre fracasa, siempre supone un ms all que no puedeser simbolizado. Ese ms all de toda simbolizacin posible ha sidodenominado por el psicoanlisis como lo real, en referencia al cuerpofragmentado previo a toda identificacin, cuerpo desgarrado en purassensaciones an no organizadas en unagestalt, cuyos fragmentos retor-nan en el sueo, las fantasas o el sntoma (Lacan, 1978). Ese ms allen la filosofa kantiana ha sido mentado como la cosa en s.

    Qu es ese ms all en trminos sociales? Lo nunca simbolizado

    acabadamente es la presencia latente de la muerte que en cada sujetoremite a la primera vivencia de indefensin. Las diversas culturas la hantramitado y tramitan de modos dismiles. Algunas han posibilitado unamejor elaboracin de la angustia que ella conlleva; otras, por el contra-rio, la han agudizado. Precisamente, en tanto las sociedades se basenen la explotacin de la mayor parte de la humanidad por las minoras,el orden no puede sustentarse sino en una abierta o velada amenaza demuerte. Ahora podemos explicar por qu la construccin imaginaria dela ideologa supone siempre un elemento de ilusin: se trata de la fanta-

    sa de un yo que se salva de la amenaza de la muerte, que logra sortearese cuerpo fragmentado incorporndose a una ilusoria comunidad dearmnica perfeccin. No obstante, en esas imgenes fantaseadas de laideologa hay siempre, tambin, un elemento dealusin: detrs de ellasasoma, irnica, la mueca de la muerte presente en los conos que cadacultura construye. Los modos de ilusin/alusin de los que se compo-nen las creencias ideolgicas se moldean en relacin a los regmenes devisibilidad y enunciabilidad de cada orden simblico.

    De modo que, si la subjetividad es constituida en un orden sim-

    blico y si ese orden es una construccin histrica cambiante que jamspermite el acceso a lo real en s, entonces podemos inferir que la subje-tividad supone siempre un elemento imaginario de ilusin.La ilusin

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    alude al hecho de que la subjetividad se constituye, a partir de una pri-mera sensacin de desamparo, en identificacin con figuras estructu-radas en un orden simblico que son percibidas por ese ser indefenso

    como imaginariamente poderosas, y que le ofrecen la ilusoria promesade que la carencia ser salvada. El elemento imaginario no puede serslouna mera fantasa subjetiva. De otro modo, los sujetos seran algoas como tomos aislados sin ninguna posibilidad de contacto mutuo ycon el mundo natural. La ilusin siempre se constituye a partir de unorden simblico. De lo contrario, cmo explicar las semejanzas entregrupos y las singularidades diversas? Cmo comprender lo comn, a lavez que lo singular y diferente, si no es en referencia a procesos que, aunatravesados por elementos ficcionales, constituyen realidad?

    En toda sociedad humana ha habido relaciones de poder. Ellasse sostienen, precisamente, sobre la administracin de las carencias queremiten todas en ltima instancia a la muerte. En toda relacin de poderhay una amenaza que pende sobre los humanos: ella es la muerte.La ideo-loga es una forma imaginaria de salvarse de esa amenaza. La ideologa seconforma como un conjunto de prcticas en las que el sujeto hace y dicetodo aquello que imaginariamente le otorga una completud que lo salvade la muerte. La ideologa es un espectro, una aparicin fantasmagricaen la cual el sujeto imaginariamente es todo lo que el Otro espera de l. Y,qu es el Otro? Palabra enigmtica usada por Lacan. Una de las formas

    en las que lo caracteriza y que resulta sugerente para el anlisis es: el Otroes todo aquello que el sujeto no es, un cuerpo completo, sin carencias. ElOtro es un lugar y al mismo tiempo no existe. El Otro es aquel que me ve,es el lugar desde donde se instituye el orden y la diferencia singular. ElOtro es el lugar de una completud imaginaria e imposible que se salva dela muerte. As, porque me veo siendo vista por el Otro, la imagen de micuerpo y mis objetos se construyen, como yo, a partir de los imaginariosrasgos del Otro. Al final de todo, el Otro es el cuerpo, entendido como unsaco cosido en torno a los agujeros, a los bordes, a las carencias del propio

    cuerpo que nos hacen sujetos deseantes, conscientes de la propia finitud.En esos puntos creo que es articulable el concepto de el Otro en Lacanal de Sujeto en Althusser. En ambos, una carne nuda se constituye ensujeto a partir de una presencia que se ofrece como completa, como sien-do imaginariamente su propio fundamento no fundado.

    En sntesis, el espectro de la ideologa esel retorno de esas caren-cias que presentifican la muerte y al mismo tiempo las formas imaginariasde evadirla. Pero tanto el modo del retorno de la presencia de la muertecomo las formas de huir de ella sonvariables histricamente. Ms an, la

    administracin de estos procesos es el ncleo de las relaciones de poder.Ellas toman al cuerpo como su blanco y, en el ser humano, la muerte delpropio cuerpo es el lugar ms aterrador.

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    En consecuencia, lo imaginario de la ideologano debe confundirsecon la ficcin del orden simblico(iek, 2003a).Lo imaginarioes la iluso-ria manera de eludir la inevitable finitud que reaparece como un espectro,

    como un fantasma tras la puerta entreabierta hacia la oscuridad; la fic-cines el orden simblico constituido y constituyente de cada momentohistrico en cada sociedad, que es vivido como la realidad y que presentaformas colectivas de asumir, transitar o denegar la muerte. Las nociones deimaginarioyficcin simblicason complementarias pero diversas. Histri-camente, las sociedades han elaborado de dismiles modos la tramitacinde la finitud humana en medio de distintos rdenes simblicos, que, vistosdesde una perspectiva realista, sonficciones. Cada orden ficcional ha admi-nistrado la muerte de diversas formas y, con ello, ha posibilitado diferentesimaginarios que la eluden a la vez que no pueden dejar de aludirla.

    La realidad social en la modernidad industrial se constituy sobrela ficcin simblica del universalismo de los derechos y deberes; esta fic-cin invisti la irresoluble y reprimida desigualdad social que afectabaal sistema y su consiguiente amenaza de muerte. Ella reaparece en elespectro ideolgico bajo la forma de contradicciones no advertidas. Loimaginario emerge, por ejemplo, cuando en un mismo discurso se sostie-ne la igualdad de derechos a la educacin y la admonicin a que ella seafocalizada y diferenciada segn la realidad cultural y econmica de cadagrupo; o cuando se sostiene el derecho de todos a la salud y se asume

    que un cierto monto de desigualdad es inevitable en la realidad social(BM, 2004d). Sin embargo, la ficcin y lo imaginario no pueden evitarque el sntoma social de la desigualdad que sostiene a la forma socialcapitalista emerja en fenmenos como movimientos de protesta social.El espectro da cuerpo, positiviza a lo que escapa de la realidad simbli-camente estructurada sobre lo primario reprimido; este no es sino lo realque el orden social capitalista no puede absorber, totalizar, ni simbolizaracabadamente. Se trata del hecho de que este orden se ha constituido y seconstituye sobre la amenaza de muerte. Su poder se sostiene, en ltima

    instancia, en la amenaza latente a todo aquel que intente subvertirlo. Nose diferencia en este punto de otros rdenes sociales del pasado. Sin em-bargo, el sistema ficcion durante casi dos siglos que su fundamento erala libertad, la igualdad y la universalidad de los derechos.

    Lo imaginario y la ficcin dan cuenta de un desconocimiento delo realconstitutivo de la realidad social. As, entonces, ideolgica no esla falsa conciencia de un ser social, sino este ser en la medida en queest constituido, dicho en un sentido metafrico, en la falsa conciencia.Lafalsa concienciaes la alegora de la ineludible forma de un ser que se

    ha arrancado de la naturaleza a travs del trabajo. Esto significa que lacondicin humana se ha constituido histricamente como tal en tanto lascarencias han empujado a los grupos humanos a pararse frente a la natu-

    diferenciaentre lo

    maginarioy la ficcin

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    raleza, trabajarla y desde all objetivarse a s mismos a partir de esa tarea.Ese trabajo de hacer el mundo y del hacerse humano en relaciones de po-der mediatiza inevitablemente toda relacin con los otros, consigo mismo

    y con la naturaleza. Constituye rdenes simblicos diversos que puedenser denominados ficciones en tanto instituyenrealidad, aunque no son loreal en s, que permanece para los humanos como una x incognoscible.

    Sin embargo, nada impide que lo reprimido emerja bajo la formade sntomas sociales. Los sntomas no aluden a una imperfecta reali-zacin del orden sino a su constitucin misma (iek, 2003b). En lamodernidad capitalista, los sntomas sociales expresaron la asimetraque desmiente el igualitarismo de los derechos y deberes proclamadospor el ficcional pacto de unin, que fue uno de los elementos centralesdel orden simblico constituido en ese perodo histrico. Los sntomasdan cuenta de la abierta o velada amenaza de muerte.

    Conceptos tales como ficcin o ilusin tienen sus ventajas ydesventajas a la hora de pensar tericamente la realidad de los procesossociales. El aporte consiste en que evitan concebir un mundo regido porunas leyes ineluctables. Nos apartan de la creencia en la verdad en unsentido absoluto (que, como se ha sostenido reiteradamente, es aquelloque proponen como verdad quienes tienen hegemona en las relacionessociales). Este concepto ha acarreado una serie de inconvenientes teri-cos y polticos que son conocidos. La desventaja de insistir en trminos

    como ficcin o ilusin es que su circulacin y vulgarizacin conducea menudo a una especie de subjetivismo, amenizado a veces por grue-sas dosis de apata; en otros casos y sobre esto volveremos permitejustificar formas de pragmatismo (particularmente jurdico y poltico)que han trado peligrosas consecuencias para la conformacin de unasociedad democrtica. He tratado de sortear estos dos inconvenientesen el anlisis de los procesos sociales. Por ello he comenzado intentandoexponer el concepto de ideologacomo ilusin/alusin.

    LA IDEOLOGA COMO REPRESENTACIN Y MATERIALIDAD. LAIMPORTANCIA DE LOS RITUALESLa ideologa no es, en esta perspectiva, una merarepresentacin. Suponeciertas imgenes que conforman cliss acerca de las relaciones huma-nas, pero estas imgenes no tienen algo as como una mera existenciamental1. Este trabajo procura rescatar la idea de representacin en elsentido decreencia, actividad y corporeidad.

    1 Se ha asociado la idea de representacin con el concepto de volver a presentarse de,con una especie de copia mental que se imprime desde el afuera en la mente que, comotabla rasa, recibira pasivamente ciertas imgenes. Un anlisis serio no permite afirmaresto ni siquiera en los ms adustos empiristas.

    Bor es

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    Las representacionesque conforman la ideologa desde los pri-meros meses de la vida humana se estructuran y reestructuran en elcuerpo, a travs de prcticas concretas que comienzan a conformarse

    desde los momentos iniciales en los que el cuerpo del nio se inserta enun orden simblico.Estas estructuras, constituidas y constituyentes delsujeto, son parcialmente modificables a lo largo del tiempo en diversasexperiencias.

    En estas relaciones, la ideologa tiene existencia material(Althusser, 2003: 141). Se constituye en creencias que no son ni inte-riores ni exteriores, dado que se concretan y realizan en prcticas(hablar de exterior e interior remite a un concepto de hombre quesubstantiva en el individuo, entendido como mnada separada, lo queno son sino relaciones sociales). Las creencias slo se realizan enritua-lesconcretos, cumplidos endispositivos,configurando y siendo reconfi-guradas en y por la materialidad de loscuerpos.

    En este punto, las investigaciones de Foucault acerca de la cons-truccin de la razn moderna han permitido efectuar la genealoga deesos dispositivos (familia, sexualidad, escuela, fbrica). Un dispositi-vo es un conjunto de regmenes de enunciabilidad y de visibilidad quecualifica a los cuerpos con caractersticas especficas (ser hijo, varn,estudiante, trabajador) en rituales efectivos (responder al padre, jugara la pelota, dar examen, aceptar la orden del capataz)2. Esta construc-

    cin de cualidades no es una mera recepcin pasiva sino una verdaderaconstitucin de subjetividades en un proceso en el que las relacionesde poder actan, no slo a travs de coacciones vividas como externas,sino de identificacionesen el sentido psicoanaltico del trmino (Freud,1997). Los procesos de identificacin estn presentes en los fenmenosdel placer, el amor, pero tambin en las rivalidades, los enfrentamientos,las luchas, las resistencias y el duelo por las prdidas.

    El proceso inconsciente de la identificacin desarrollado en dispo-sitivos de poder permite comprender tambin que la materialidad de la

    ideologa opera de modo aparentementeespontneo, como una evidenciainsoslayable, como una verdad de la cual se tiene, con toda obviedad, lams absolutacerteza. Certeza que se hace presente en el sentido comn,pero tambin en la ciencia, el arte y la filosofa, precisamente porque lacondicin humana se constituye, fallidamente, en un orden simblico.

    2 Desde este punto de vista, ms all del rechazo de Foucault hacia el concepto de ideolo-ga, creo con iek (2003a; 2003b) que sus investigaciones transitan por el camino de laideologa (aunque reniegue de la palabra) y que su aporte ha consistido en desmontar el

    cmoella se realiza de manera material y concreta en dispositivos concretos, trminoque reemplaza en Foucault al de aparatos ideolgicos del Estado, precisamente porqueintenta desubstancializar al Estado y porque rechaza la escisin tpica entre superestruc-tura jurdico-poltica e infraestructura econmica establecida por Althusser.

    qu lindarespuestaa mi duda

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    La materialidad de los rituales y su dimensin constituyente de lasubjetividad son centrales para comprender a los seres humanos y susrelaciones polticas. En ellos, los sujetos son confirmados en su identi-

    dad, se sienten pertenecientes a un grupo, se reconocen y reconocen suvinculacin con otros, sin los cuales no hay humanidad posible.

    LA IDEOLOGA COMO PROCESO INCONSCIENTEDe lo anterior se concluye que ese proceso de hominizacinen el cualse forman los cliss de la ideologa no es el efecto determinista de unasconciencias que, de modo transparente, conozcan su relacin con elmundo y acten, en consecuencia, de manera totalmente racional yconsciente. Si aceptamos, siguiendo la sugerencia de Althusser y iek,que la lgica de la ideologa es estructuralmente articulable a la lgicadel inconsciente, entonces podramos pensar que ella no funciona se-gn las leyes de la lgica binaria, caracterstica del pensamiento racio-nal, sino de manera semejante al modo de trabajo del inconsciente, queFreud ha denominado proceso primario.

    El proceso primario del inconsciente se sostiene en una lgica enla cual el encadenamiento de los significantes esatemporal, en el sentidode que en l no existe la temporalidad con su secuencia, lineal o cclica,pero sucesiva. En el inconsciente no hay tiempo, pues en l no hay lgi-ca, en el sentido de la llamada lgica formal, dado que en l no rigen

    los principios de identidad, no contradiccin, o tercero excluido. En esesentido, la secuencia temporal no es posible, dado que algo puede ser yno ser al mismo tiempo o que nada es idntico a s mismo; la sucesintemporal requiere de la asuncin de la identidad y la diferencia. De ahse infiere que en l no existe la duda: esta, como modalidad del pensa-miento, supone la opcin entre ser o no ser, y ello supone la no contra-diccin, el tercero excluido y la identidad. De ello se infiere tambin queen el proceso primario no existe la negacincomo operacin lgica,pues esta implica la afirmacin de una identidad y la de un enunciado

    lgicamente contradictorio o contrario a dicha afirmacin. Si la lgicade la ideologa se asemeja a la del inconsciente, es plausible afirmar quela ideologa transcurre en el campo de lacerteza, pero tambin en el delacontradiccin inadvertida

    En esta lnea de anlisis es admisible asegurar tambin que laideologa como el inconsciente conlleva mecanismos que ocultan sufuncionamiento(Pcheux, 2003). Este ocultamiento no supone que elinconsciente o la ideologa sean algo as como una segunda concienciao una especie de trastienda del lenguaje racional. Por el contrario, el in-

    consciente, estructurado como un lenguaje, as como la ideologa, estnall en la superficie del lenguaje yel cuerpo, en la forma de relaciones noreconocidas o no establecidas entre significantes. El ocultamiento con-

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    siste en tomar la parte de un proceso por su totalidad, o en no advertirarticulaciones entre momentos diversos de un proceso. El ocultamientoconsiste, en fin, en leer comocosalo que esemergente de un proceso rela-

    cional o punto axial de relaciones. El ocultamiento consiste en fetichizaruna relacin, en tomar la parte por el todo, en desconocer las relaciones.As, la lgica de la ideologa, como la del inconsciente, se acercan a ladel fetichismo de la mercanca en tanto reifican lo que no es sino efectode un complejo proceso social (Marx, 1985).

    LA IDEOLOGA COMO ACTIVIDAD DINMICA DE PRODUCCINDE SENTIDOEl ocultamiento ideolgico, que es en realidad una alusin/elisin, es po-sible por el hecho de que la ideologa tanto en el nivel del habla como enel del cuerpo se articula como un lenguaje. Lo cual equivale a decir quela ideologa est sometida al orden del significante. Esto no lleva, en estetrabajo, a reducir toda la realidad humana a la palabra o al mundo simb-lico, ni al orden de los significantes, ni siquiera al discurso. Precisamente,ese ms all de cualquier lenguaje que por eso mismo nos est vedadoen la enunciacin es el cuerpo en su potencia de ser y de morir y es l, ensu finitud, quien se hace presente en el espectro de la ideologa.

    Ahora bien, si la ideologa est sometida al orden del significante,entonces es necesario examinar qu es este. El significante no indica

    la cara muerta, slida e inerte del signo (no es simplemente el elemen-to material portador del significado). El signo en Lacan, siguiendo aPeirce3(1999), no es una mera cosa, sino un proceso, una productividad.La significacin es un procesopoiticoque se desplaza continuamente;el signo es siempre para un interpretante, quien, en su actividad, consti-tuye sentido. Por eso, Lacan prefiere hablar de cadena de significantesy no del significante aislado a modo de la cara sensible del signo. Enla idea de cadena se alude a ese proceso, a esa productividad que seconstituye en tanto los significantes articulados son interpretados y re-

    interpretados en su circulacin.Este modo de ver al significante posibilita una lectura no idealista

    del lenguaje y por ende, de la ideologa, dado que el predominio delsignificante permite pensar en la materialidad del lenguajeexpresada enlas prcticas. Esto posibilita vincularlo con el concepto de discurso

    3 Un signo, orepresentamen, es algo que est por algo para alguien en algn aspecto o ca-pacidad. Se dirige a alguien, esto es, crea en la mente de esa persona un signo equivalente

    o, tal vez, un signo ms desarrollado. Aquel signo que crea lo llamo interpretantedel primersigno. El signo est por algo: su objeto. Est por ese objeto no en todos los aspectos, sinoen referencia a una especie de idea, a la que a veces he llamado fundamento(ground) del

    representamen (Peirce, 2003a).

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    tal como lo ha desarrollado Foucault (1988), entendido no como unamera relacin lingstica sino como un entramado de enunciados quecirculan entre los cuerpos en prcticas, que son siempre relaciones de

    poder, constituyendo sentido. La constitucin del sentido, o de los sen-tidos, brota no slo deaquello quese dice, sino dequin,a quin, dn-de, cmo, desde qu posicin. Todo ello constituye una cadena siempreabierta donde cada sujeto es un interpretante/interpretado desde lossignificantes que lo representan. En este proceso, lo interesante no es elsignificado que caduca, sino la cadena de significantes que se articulandinmicamente en la actividad del significar.

    La actividad dinmica del significar lleva al concepto segn el cualun significante representa a un sujeto para otro significante (Lacan,1987: 799, 801). Donde significante es ante todo representante de unsujeto, a la espera de otro significante (que en la perspectiva de Peirce essiempre un sujeto interpretante) que interprete y establezca su efecto desentido. Dicho de otro modo: un sujeto se estructura en una cadena designificantes en proceso a la vez productora de articulaciones de signifi-cantes que est siempre a la espera de otro sujeto (otra cadena de signi-ficantes) que lo interprete y le d un sentido. Lo anterior permite concluirque no haysujeto en s, no haysubstancia, sinorelacin, y ella se organizay destituye en diagramas de poder en los que se articulan entramados designificantes que constituyen a los sujetos y son constituidos por ellos.

    LA EQUIVOCIDAD DEL ORDEN SIMBLICOLa ideologa estructurada como un lenguaje se expresa as en el hablapero tambin, aunque de diverso modo, en el cuerpo (por ejemplo, enlos errores en el trabajo, los gestos inadvertidos, los movimientos habi-tuales, el modo de mirar a los otros, de presentar el propio cuerpo anteel mundo, en la angustia sin palabras, la manera de enfrentar la enfer-medad y de denegar la muerte). Rescatar esa doble dimensin pareceimportante porque el lenguaje de la palabra y el ritmo del cuerpo tienen

    cdigos y alcances diferentes, aun cuando ambos estn atravesados ine-ludiblemente por el universo simblico de la cultura.

    La palabra, como intento siempre fallido de alcanzar la plenitudo llenar la oquedad de la propia carencia del cuerpo, se estructura comoproposicin lgica. Desde esta perspectiva, un enunciado puede lograrunivocidad (as, cuando se afirma: el 30 de diciembre de 2004, en ellocal llamado Croman de Buenos Aires, hubo ciento noventa y cuatromuertos, se trata de cifras que slo significan eso que ellas dicen); elenunciado pensado como proposicin lgicaofrece cierta tranquiliza-

    dora forma de leer un relato; l slo significa lo que esa cifra indica. Sinembargo, esa misma afirmacin entendida comoenunciado(Foucault,1991b) supone una compleja relacin no reductible al anlisis lgico.

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    El enunciado constituido en una cadena de significantes (quesiempre son para un interpretante) circula en su materialidad en un iry venir entre quin lo dice, a quin, desde dnde, cmo y qu efectos

    tiene; en esta perspectiva, nos alejamos del campo de la univocidad l-gica para entrar en el delequvoco.La equivocidad es constitutiva de lalengua(Pcheux, 1990b). El equvoco es estructural al orden simblicode la cultura.

    El objeto de lingstica (lo propio de la lengua) aparece asatravesado por una divisin discursiva entre dos espacios: elde la manipulacin de los significantes estabilizados, norma-lizados por una higiene pedaggica del pensamiento y el delas transformaciones del sentido, que escapan a toda norma

    asignablea priori, se trata de un trabajo del sentido sobre elsentido, atravesado o producido en la indefinida recreacin delas interpretaciones (Pcheux, 1990b: 319).

    De aqu entonces que como seala Pcheux no podemos separar ladescripcin y la interpretacin de un acontecimiento discursivo. Ellas es-tn condenadas a entremezclarse en lo indiscernible (Pcheux, 1990b:321). As, todo enunciado o secuencia de enunciados se abre a espaciosimposibles de determinar de antemano. Todo enunciado o secuencia deellos pone en relacin su espacio de lectura con otros espacios virtuales

    de lectura. En consecuencia, en toda interpretacin de un enunciado ouna secuencia, hay un plus de significados que se interceptan, y quele dan a la interpretacin y a la comunicacin una constitutiva equivo-cidad, pero tambin una dimensin creativa.

    La creatividad surge de dos fuentes. En primer lugar, del hecho deque en todo enunciado se entrecruzan otros discursos. Ellos aparecenen su virtualidad como una realidad sociohistrica que est ah presen-te, en un encadenamiento discursivo, aun cuando no se la nombre, puesen ella se entrecruzan diversas y contradictorias cadenas de significa-

    cin, que constituyen diversas memorias histricas y espacios sociales.En segundo lugar, la creatividad emerge de la insistencia innombrablede la urdimbre de los hechos sobre los cuerpos cuya potencia est ah,aun cuando no haya sido puesta en palabras, pero que puede estallar dediversas maneras, articular nuevos sentidos y hacer visible y decible loque hasta el momento no lo era.

    Este carcter equvoco del registro cotidiano del sentido est pre-sente tanto en el discurso como en el cuerpo que en sus movimientosal interior de dispositivos que lo cualifican adopta las posturas y los ges-

    tos normalizados, pero tambin comete errores, modifica los tiempos,desestructura o resignifica los espacios. Los gestos y movimientos nosuponen una ciega y uniforme legibilidad; los trayectos recorridos, los

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    movimientos esbozados no son una empecinada rutina; en ellos tam-bin se estructura una articulacin de sentido (De Certeau, 1996: 40),recreada en las prcticas extradiscursivas y discursivas.

    La ideologa se constituye en el habla y en el cuerpo como prcti-cas; en ambos niveles expresa sus equivocidades, siempre dentro de unorden simblico a la vez trascendente e inmanente, constituido a lo lar-go del tiempo, que supone ciertas regularidades que no son monolticas.Esas equivocidades hacen a la incesante renovacin de la ideologa.

    LA MEMORIA Y LA DIMENSIN POITICADE LA IDEOLOGAAhora bien, si el sentido emerge de una cadena de significantes y si todosignificante lo es para un interpretante y est puesto all para obturaruna ausencia, entonces todo discurso marca la posibilidad de una des-estructuracin-reestructuracin de redes y trayectos discursivos. Esaconstante reestructuracin de las prcticas discursivas se vincula con elhecho de que las relaciones de poder constituyen relaciones en las quelos dominados y los dominantes se construyen y reconstruyen constan-temente, entre otros lugares, en la lucha ideolgica en la que todos ellosaportan y reinventan sentidos.

    Cuando digo dominados y dominantes no hago alusin a nin-guna estructura dada, social o subjetiva, sino a posiciones cambiantesen unas relaciones de poder que implican luchas constantes. Tampo-

    co sito definitivamente al dominado o al dominante en un sujeto osujetos determinados; en cada sujeto individual o colectivo podemosadvertir luchas que lo escinden y que no lo colocan definitivamente deun lado u otro. Estos trminos son utilizados con el fin de no olvidarque las relaciones sociales son inevitablemente abiertas y atravesadaspor luchas a favor y en contra de la dominacin. Esto significa que lospobres, los denominados excluidos, los llamados vulnerables, no sonslo receptores pasivos de la ideologa ya consolidada, sino tambin susreproductores y transformadores activos, pero adems sus creadores.

    Lo mismo podemos decir de quienes se conforman como grupos do-minantes en ciertos momentos de la historia. Ello est implicado en elhecho de que todo enunciado es intrnsecamente susceptible de devenirotro que s mismo, puesto que toda prctica implica un encuentro conel otro en el que siempre hay una posibilidad de creacin. Pues en todoencuentro de un sujeto con los otros en el mundo, el amor construye la-zos, inventa sentidos, propone asideros contra el desamparo, al tiempoque el odio los destituye.

    Todo discurso constituye as un conjunto de filiaciones sociohis-

    tricas a partir de procesos de identificacin, pero al mismo tiempotodo discurso es el emergente de nuevas filiaciones por un efecto dedesplazamiento de las significaciones que hace que ninguna palabra

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    colme plenamente las ansias de los parlantes. Esto permite concluir queno hay un espacio social que no est afectado por una carencia o falta,al tiempo que siempre supone un plus de creacin constante.

    En esta perspectiva, los hechos histricos pueden organizarsecomo memorias, en el sentido de que el recuerdo es selectivo y teje unatrama que nunca refleja fielmente lo que fue, sino que esboza un trazadoconstruido desde aqu y ahora en una relacin de fuerzas, que tambinimplica una dimensin creativa. Esto no significa reducir la historia auna mera creacin de la fantasa subjetiva. La insistencia de lo que fue ensus brutales efectos en los cuerpos impide que la historia sea pura inven-cin. La urdimbre de los hechos, si bien puede tejerse de diversos modoscomo ocurre con las hebras multicolores que borda una paciente tejedo-ra, no permite hilar cualquier trama. El tejido de la historia depende tantode lo queefectivamente ocurri, como de las posibilidades de significacinque ofrecen las relaciones de fuerza en cada orden simblico. Desde lasdiversas posiciones ocupadas en esa red, no puede tejerse cualquier tramarespecto del pasado. Entonces, si es cierto que no podemos conocer alpasadoen s,tambin es necesario asumir que tampoco se lo puede in-ventar. Estas consideraciones son importantes en tiempos en los que laresignificacin de la historia como veremos ha tenido fuertes efectos enlas relaciones de poder desde la dcada del noventa (BM, 2004b).

    Ahora bien, si todo discurso y toda memoria suponen un plus de

    creacin, podemos inferir que en la ideologa no slo se reproducen re-laciones de dominacin, sino tambin se las transforma. Ella tiene unadimensinpoitica, dado que es parte del trabajo humano colectivo dehacer el mundo.

    LA IDEOLOGA COMO PROCESO DE PRODUCCIN DE PODERSi la ideologa no es mera adquisicin pasiva de representaciones,sino espacio de luchas y creaciones, entonces podemos afirmar que noes slo reproductora de relaciones de poder, sino tambin generadora de

    otras nuevas. En este punto, la ideologa es inescindible del movimientode las resistencias, de donde se infiere que la ideologa es una condicinde posibilidad de lareproduccin, pero tambin de la transformacindeun cierto orden social, orden que no es nunca una unidad monoltica ouna estructura sin fisuras, sino apertura constante.

    Todo orden social ha posedo, al menos hasta ahora, un carc-ter profundamente contradictorio, que viene dado por una situacin dedesigualdad/dominacin. Esta relacin de desigualdad/dominacin sesustenta, en cierta medida, en los efectos constitutivos que la ideologa

    dominante tiene sobre la carne a la que hominiza. Ahora bien, estosefectos no se imponen como una especie de espritu de poca, sinoque se realizan en dispositivos ideolgicos. Digo dispositivos en el

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    sentido que Foucault ha dado a ese trmino, e ideolgicos, pues pien-so que Foucault no reconoce, en su crtica al concepto de ideologa, lariqueza del trmino. Afirma iek:

    Hay una equivalencia entre los AIE y los procedimientos disci-plinarios que operan en el micropoder y designan el punto enel que el poder se inscribe directamente en el cuerpo pasandopor alto la ideologa: por esa precisa razn, Foucault nuncautiliza el trmino ideologapara referirse a esos mecanismosde micropoder. Este abandono de la problemtica de la ideo-loga produce una debilidad fatal en Foucault. Foucault nuncase cansa de repetir cmo el poder se constituye a s mismodesde abajo, cmo no emana de una cspide: esta apariencia

    secundaria de una cspide [] emerge como el efecto secun-dario de la pluralidad de microprcticas [] Sin embargo,cuando se ve obligado a exponer el mecanismo concreto deesta emergencia, Foucault recurre a la muy sospechosa ret-rica de la complejidad, evocando la intrincada red de vnculos[] Est claro que Foucault est tratando de tapar agujeros,ya que nunca se puede llegar al poder de esta manera [] La

    ventaja de Althusser sobre Foucault parece evidente; Althusseravanza en la direccin contraria: desde el principio, concibe

    estos microprocedimientos como parte de los AIE; es decircomo mecanismos que, para ser operativos para apropiarsedel individuo, suponen siempre ya la presencia masiva del Es-tado [] o en trminos de Althusser con el gran Otro ideo-lgico en el que se origina la interpelacin (iek, 2003a:21).

    Desde una perspectiva puramente analtica, la ideologa opera en diver-sasregiones ideolgicasy se constituye, a la vez que es constituyente desubjetividad, en dispositivos concretos que cualifican cuerpos singula-res y colectivos y son cualificados por ellos. Estos procesos ocurren en

    condiciones histrico-concretas diversas. Por lo tanto, no existen posi-ciones de clase abstractas que se aplican a situaciones concretas enla escuela, la familia o el hospital; por el contrario, las posiciones declase se construyen en las relaciones de poder que se realizan en esosdispositivos.

    Lo que est en juego en el mantenimiento de esas relaciones dedesigualdad/dominacin no es el conservar idntica a cada reginideolgica considerada en s misma; al contrario, lo que posibilitarala continuidad de la relacin de dominacin es que se transformen las

    relaciones entre zonas o regiones ideolgicas diversas. En ese sentido, lalucha por la dominacin es un enfrentamiento entre distintos aparatosideolgicos, cada uno de los cuales tiende a imponerse al otro (Pcheux,

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    1990a: 323). En esta lucha surgen nuevos dispositivos ideolgicos quesubsumen a los anteriores, pero en este proceso los viejos dispositivosno desaparecen necesariamente, sino que se transforman en relacin a

    la dominacin ejercida por los nuevos dispositivos y a las resistenciasque se erigen contra ellos.Es una hiptesis de este trabajo que en AL como regin, y en la

    Argentina para el caso que se analiza, la emergencia de los organismosinternacionales como el Banco Mundial (BM), en tanto dispositivosideolgicos de dominacin, subsumi en las ltimas dcadas al Estado,la medicina social, la iglesia, la familia y la escuela. Pero su emergenciaprodujo, al mismo tiempo, efectos relacionales que transforman a esosdispositivos. Sin ese proceso de mutacin, el efecto de dominacin nopodra ejercerse.

    EL LUGAR DE LA INTERPELACIN IDEOLGICALa operacin de interpelacin ideolgica es la que transforma a la carnenuda en un sujeto humano. Pero tambin es el proceso que reconsti-tuye a los sujetos en relacin al orden simblico. Con ello posibilita elreconocimiento mutuo entre los sujetos y de cada uno hacia s mismo,y con esto el reconocimiento social que confirma a cada uno como serhumano (Freud, 1997).

    El ocultamiento del funcionamiento de la ideologa, o mejor, la

    elusin/alusin, produce una red de verdades que se presentan comoevidencias subjetivas, red en la cual el sujeto en una certidumbre incon-testable es constituido en dispositivos ideolgicos.

    La constitucin constante del sujeto en dispositivos a travs de ri-tuales que cualifican su cuerpo es lo que se conoce como interpelacin.Esta es una operacin en la que, de modo subrepticio, el sentido coactivoy el sentido productivo del poder se asocian. La interpelacin constituyesubjetividad desde los ideales y aspiraciones que plasman el ideal del yo.Desde estos ideales, el yo se presenta como una especie de fortaleza ergui-

    da, como un castillo ptreo cuyas altivas torres descienden hasta los ci-mientos subterrneos que, sutilmente, se escurren hasta el mundo oscurode los pantanos, hasta lo denegado de s mismo: el espanto que produce elsaber de la propia muerte. Dicho de otro modo, esos ideales se constituyenen la identificacin con rasgos o ideas que remiten siempre de algn modoa los primeros cliss relacionales en los cuales el yo se conform sobre elmodelo de un semejante que imaginariamente ha sido lo suficientementepoderoso y completo como para salvarse de la primaria indefensin. Deello se concluye que el yo se constituye en una objetivacin imaginaria de

    s mismo. Ahora bien, esta objetivacin de s mismo oculta el hecho de quela identidad es el producto de una interpelacin cuyo origen ajeno es sinembargo extraamente familiar (Pcheux, 2003).

    hiptesis

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    LA INTERPELACIN IDEOLGICA Y LA CONDICIN TRGICA DELA PROPIA IDENTIDADEstaextraeza que opera la interpelacin ideolgica en la vida cotidiana

    radica en el hecho de ser librede responder a demandas por las propiasaccionesdesde un lugar que ha sido prefijado. En esta clave, la constitu-cin de los sujetos se produce en la ms profunda contradiccin, queemerge como sufrimiento, comprensin o irona. El peso de la extraezaen la cual la propia identidad se constituye puede tornarse una cadenaque oprime o puede aliviarse en el surco de la risa de s mismo, puedeeludirse en la ciega sumisin a lo dado, o puede enfrentarse en lucharesistente. Pero cul de cada una de estas posibilidades se conforma de-pende de los diversos modos de transitar la constitucin de la identidaden el espacio social. Es indudable que estas posibles respuestas se alter-nan, aunque algunas predominan en un sujeto. Unos asumen posicionesde lucha y resistencia, otros se conforman con el rebao de la moda,pero ninguno es jams un puro hroe o un puro sujeto masificado. Losmodos de trnsito por los espacios sociales suponen elecciones subjeti-vas condicionadas por las caractersticas y exigencias predeterminadasde esos lugares; sin embargo, los trnsitos individuales y colectivos noestn prefijados, sino fuertemente atravesados por los procesos de iden-tificacin de los sujetos, que los atan a ciertos significantes; no obstante,como ya he afirmado, en esos procesos de circulacin se producen ac-

    tivamente nuevas significaciones. Parece surgir as inevitablemente lapregunta por la cuestin de la libertad, que tiene costados metafsicos ysociolgicos. No abordar ese problema en este trabajo, slo dejar esta-blecido que frente a la radicalextraezay contradiccin que constituyea los humanos, no hay respuestas dadas, y s productividad constante.Esa radical extraeza es fuente de creatividad que sobredetermina lainevitable remisin a la primaria indefensin.

    El conocimiento se torna, en consecuencia, un trnsito profun-damente trgico, ya que emerge de la contradiccin indisoluble entre el

    ser interpelado como libre y el estar determinado, arrojado y situadoen unas condiciones que no se han elegido. De ah que toda bsquedasubjetiva de saber sea un modo de aludir/elidir los pantanos en los queel propio yo se asienta, la obscura ajenidad que lo constituye y de la quea la vez no se anoticia. Nos encontramos ante sujetos escindidos en suconstitucin, una escisin de la que slo se tienen huellas momentneascuando la angustia ahoga y no se sabe cmo transitar el mundo; angus-tia que se puede ocultar en el consumo o que puede trocarse en violenciacontra s y contra otros, o que, por el contrario, se puede afrontar en el

    abismo de la propia libertad, donde toda certeza se suspende.Toda contradiccin sin salida constituye una situacin trgica.

    Por consiguiente, el sujeto interpeladoest ya siempre en una condicin

    filosofa e

    ideologa

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    trgica, condicin que a menudo puede ser eludida, oscurecida, peroque tambin emerge con toda fuerza. La condicin trgica deviene delhecho de que el sujeto est atrapado en una red de significantes que lo

    trascienden a la vez que le son inmanentes y que le otorgan un lugar noelegido por l, y en el cual es, no obstante, responsable. Este lugar hasido constituido en los espacios sociales por los que un sujeto transita.Esa posicin estatuye significantes para el sujeto, que lo representan yle exigen cierto repertorio de respuestas (como padre, alumno, pique-tero). Estas respuestas muestran la condicin trgica de un ser que esresponsable por las prcticas ligadas a los significantes propios de uncierto lugar social, al tiempo que las posibles acciones adecuadas a eseespacio estn prefijadas, no han sido elegidas por l.

    EL PROCESAMIENTO HISTRICO DE LA CONDICIN TRGICAEL LUGAR DE LA MUERTE Y LAS LUCHASAhora bien, la condicin humana es trgica, pero no por ello es seme-jante el modo en que cada sociedad o cada momento histrico tramitaeste proceso. Este fenmeno de extraamiento de s ocurre en tanto seest en un lugar que no se ha elegido y ante cuyas condiciones se res-ponde en el modo de la sumisin o de la resistencia. Dicha respuestaslo puede darse desde cierto repertorio estatuido por el orden al quese pertenece, y que no se ha elegido. Esta posicin ambigua no puede

    menos que generar incertidumbre. No obstante, ella es procesada endiversos momentos con distintos grados de posibilidad para los sujetosde soportar o transformar esa situacin. Tal vez puede afirmarse que lacondicin humana est ontolgicamente atravesada por la pulsin demuerte, esta dimensin de radical negatividad, no puede ser reducidaa una expresin de las condiciones sociales enajenadas, sino que definea lacondition humaineen cuanto tal. No hay solucin ni escape, lo quehay que hacer no es superarla, abolirla, sino llegar a un acuerdo conello, aprender a reconocerla en su dimensin aterradora y despus, con

    base a este reconocimiento fundamental, tratar de articular un modusvivendicon ello (iek, 2003a: 27).

    Segn la perspectiva planteada en la anterior cita de iek, lacondicin humana supondra un ncleo traumtico, un antagonismofundamental o radical, que ira ms all de toda formacin social. Si-guiendo este razonamiento, pueden transitarse dos caminos: el primerotiene su punto de partida en la afirmacin de que toda contradiccinhistrico-concreta no hace sino evocar ese antagonismo radical consti-tutivo de la condicin humana y que, por ende, debemos decretar el fin

    de la historia. Afirmar esto implicara que somos capaces de conoceralgo que va ms all de toda experiencia y que es su condicin misma.Sobre esto guardar silencio, ya que, como aconsejaba el viejo Kant,

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    acerca de aquello que va ms all de nuestra experiencia es sensato noemitir enunciados a fin de no caer en antinomias metafsicas. O peoran, a fin de no correr el riesgo de quedar paralizados o en silencio

    frente al hambre y el dolor concretos producidos por contradiccionessociales efectivas, en las que los protagonistas fundamentales son perso-nas, empresas, gobernantes y organizaciones internacionales que tienennombre y apellido.

    Pero aun cuando he decidido guardar silencio sobre los objetosde la metafsica, la misma afirmacin arriba citada me conduce porotro sendero. Puedo decir entonces que si la condicin humana radicaen la finitud, la carencia, la antinomia o tal vez por ello mismo, loshumanos buscamos salidas a esas faltas y, en ese movimiento, trabaja-mos y amamos, y al hacerlo nos historizamos. Estos procesos generancondiciones materiales (tanto desde el punto de vista cultural como eco-nmico) que posibilitan una ms fcil o ms cruenta tramitacin de lafinitud que nos afecta de modo constitutivo. Con esto quiero afirmar quenada se gana con regodearse en la esencial finitud humana: ella existe yest ah, el problema es histrico, dado que la humanidad lo es. Si en elanimal el programa de la especie gesta los mecanismos necesarios parasortear las carencias, en el hombre los procesos histricos las agudizano alivian, y esto no es una cuestin menor, sino, precisamente, lo hist-ricamente constituido y constitutivo.

    As en el mal llamado Estado de Bienestar, o lo que de l se co-noci en AL y en el particular caso de Argentina, para las poblacionesblancas, la muerte, la finitud, la carencia emergan como algo que leocurre a otro, como representacin de algo ajeno. En un mundo dondelas necesidades humanas son hasta cierto punto planificadas y gestio-nadas en una carrera, la visin de la muerte como algo que atraviesa alhumano se torna una cuestin que parece afectar a otros. La angustiaque la muerte conlleva no tiene una impronta que amenace desestruc-turar todo lazo social. En ese proceso, las poblaciones no blancas, al

    menos en Argentina, adquirieron visibilidad como los otros, los cabe-citas negras, quienes, si bien se integraron parcialmente al tejido social,conformaron la mayor parte de la masa excedentaria que subsisti. Noobstante, respecto de estas poblaciones persisti en buena parte de lasmayoras blancas de Argentina la percepcin de su inferioridad racial,de modo que la desigualdad tnica pervivi junto a las centenarias des-igualdades sociales. En ese punto, la colonialidad de la estructura depoder no fue suprimida jams en Argentina, aun cuando fue menosvisible que en otros pases de AL (Coronado del Valle, 2002: 11).

    Cuando las transformaciones econmicas y polticas de los lti-mos treinta aos paulatinamente fueron haciendo presente la muertefsica y la muerte social como una ecuacin insoslayable, la muerte dej

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    de ser para la mayora de la poblacin algo que le pasa a otros, setransform en un agujero aqu presente ante los ojos y desat una an-gustia colectiva que se registra en las entrevistas y el trabajo de campo.

    Esa angustia que, a diferencia del miedo a un objeto peligroso, no puedeser eludida, intenta obturarse en el consumo (de objetos, de substancias,de tiempos y de sujetos). Pero las crecientes carencias que atraviesan ala regin cierran esa posibilidad, la presentan cada vez ms como unaabsurda e irrealizable fantasa. Surge en su lugar la violencia contra sy contra otros, en un proceso que rompe lazos, que ensimisma en unduelo que no se logra elaborar, pero que tambin se expresa en nuevasformas de racismo contra los otros vividos como peligrosos, en losque se proyecta la sensacin de la propia inseguridad.

    Ahora bien, la condicin trgica de los humanos se tramita en dis-positivos ideolgicos. Si los dispositivos son el lugar de la lucha ideol-gica y ella genera transformaciones en la interpelacin a los individuoscomo sujetos, entonces las luchas ideolgicas son luchas por la trans-formacin de los sujetos; pero como estas no ocurren en abstracto, y nohay sujetos sino en relacin al orden simblico y viceversa, estas luchassuponen tambin transformaciones en ese orden, y en su representacinsimblica e imaginaria.

    EL SUJETO DE LA INTERPELACIN A LOS SUJETOS: EL MERCADO

    Y LAS LUCHASEl orden simblico en el modo de produccin capitalista puede leersecomo mercado. Este trmino confuso y esquivo alude a unas relacio-nes materiales de fuerza que tienden a subsumir, y por ende a totalizar,siempre fallidamente, la multiplicidad de acontecimientos. As enten-demos la afirmacin de Lacan: En el campo del Otro est el mercado,el cual totaliza los mritos, los valores, asegura la organizacin de laselecciones y preferencias e implica una estructura ordinal y hasta car-dinal (Lacan, 2004). El mercado es la imago que se constituye en la

    experiencia social del capitalismo. La forma social capitalista es unaexperiencia histrica del orden regida por los significantes del mercado.Ellos constituyen una estructura simblica, que no termina nunca deinvestir lo real siempre aludido/elidido en l: las relaciones de desigual-dad/dominacin.

    Los significantes del mercado interpelan materialmente a los su-jetos en dispositivos concretos. Pero la articulacin dominante de esossignificantes, as como el diagrama de poder en el que se subsumen, hacambiado dentro del orden-mercado. Vimos, al hablar de ideologa, que

    su materialidad discursiva, manifestada en el lenguaje y en el cuerpo,no implica fijeza, ni aplicacin de normas a los dominados, que lasabsorberan ciegamente.

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    En rigor, las experiencias deresistenciaspuestas en la palabra yen el cuerpo, constituidas en praxis, son el momento-espacio en el quelos sujetos se arrancan de la ideologa (en tanto ella tiene una funcin

    esencial: denegar el saber de la propia muerte a costa de perpetuar lapropia sumisin a lo dado; en ese sentido, el efecto de la ideologa essostener la dominacin), aun cuando pronto caigan nuevamente en ella.Esas resistencias expresan la lucha ideolgica de la que hablbamosms arriba, y toda lucha supone contendientes. As, al auge y aplicacindel modelo neoliberal a partir de los aos noventa, le respondieron cre-cientes movimientos de protesta social que tienen su emblemtico pun-to de inicio en AL en la rebelin zapatista, pero que tuvieron expresionesen todas partes del mundo, hasta llegar a Seattle en diciembre de 1999.Este momento constituy simblicamente un punto lgido, seguido porun crecimiento de las protestas sociales en todo el mundo; frente a ellas,como veremos, los organismos internacionales comenzaron a plantearla necesidad de aprender de los que se les oponen a fin de contener ocanalizar la protesta. La dominacin no puede ejercerse si no incluye(entre otros aspectos) la supremaca ideolgica. Supremaca que es re-sistida, resignificada, y as todo vuelve a recomenzar constantemente, locual de ningn modo implica desvalorizar este proceso, pues sin l nohabra humanidad posible.

    En el modo de produccin capitalista, el diagrama de poder ha

    mutado en relacin a la necesidad de hacer frente a las luchascontraelorden, en sus intersticios (me refiero a las resistencias); pero tambin alas luchasdentro del orden por mantener la hegemona dentro de l (merefiero a las luchas intercapitalistas).

    Ahora bien, debemos inferir entonces que el orden-mercado noes inmutable, sino que est atravesado por cortes o rupturas tanto ho-rizontales como verticales. Con esto quiero decir que en un mismomomento sus cdigos no son monolticos (rupturas horizontales), perotambin sugiero que, en las diversas etapas, ha debido transformarse

    radicalmente a fin de lograr reproducir las relaciones de produccin(rupturas verticales). Estas transformaciones no se efectan por gra-cia divina, ni por decreto. Esas mutaciones no se concretan de modotajante. Es un movimiento constante al interior del mismo orden, mu-taciones necesarias para que algo del orden permanezca. Mutacioneslentas, producto de luchas contra el orden y de los enfrentamientos dequienes lo hegemonizan.

    Dichas mutaciones dentro del mismo orden son las que lleva-ron a constituir lo que a partir de los trabajos de Foucault conocemos

    como diagrama de poder soberano, el cual mut hacia el diagramanormalizador propio de la sociedad disciplinaria. Ahora bien, la socie-dad disciplinaria est mutando hacia otro diagrama para el cual existen

    "intersticios" como

    resistencia me

    suena a differance

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    diversos nombres: postsocial, sociedad de control, posmodernidad. Lasobreabundancia de post anuncia que an no tenemos categoras parael momento histrico que atravesamos.

    Ahora bien, si el mercado muta en diversos diagramas de poderque se imponen a los sujetos y que son constituidos por ellos, cadadiagrama de poder se realiza en dispositivos que son sus causas inma-nentes. Los diversos dispositivos constituyen los cuerpos en la materia-lidad de sus luchas efectivas, que siempre suponen la materialidad de lainterpelacin ideolgica. Ellos son el campo de luchas por la reproduc-cin-transformacin de las condiciones de produccin.

    Asumo que las luchas ideolgicas no son el nico lugar en el cualse lleva a cabo esa reproduccin-transformacin. Sostengo que es pre-ciso mantener la separacin entre lo econmico y lo ideolgico no slopor razones analticas (ya que en la prctica efectiva son indiscernibles),sino porque parece necesario, en la lucha ideolgica actual, tener encuenta esa especie de independencia relativa del orden econmico,su lgica especfica. S y asumo que lo econmico es social y est atra-vesado por la ideologa, tambin que toda relacin econmica suponealgn tipo de juridicidad, as como relaciones polticas (y viceversa).Pero parece necesario mantener cierta separacin analtica entre estosaspectos de lo que no es sino una tpica de las relaciones sociales, puesde hecho las representaciones ideolgicas juegan un papel cada vez ms

    importante en los procesos econmicos (entiendo por tpica, en elsentido de Kant y Freud, la representacin puramente terica de unapluralidad de fenmenos separados en topos, entendidos como lugaresvirtuales. La representacin tpica tiene slo una finalidad analtica,no supone que la realidad en s misma est dividida de ese modo).

    Es precisamente un efecto ideolgico de la posmodernidad lareduccin de todo orden a lo puramente discursivo y, como corolariode ello, la negacin de toda determinacin econmica. Asumo que losfenmenos sociales estn sobredeterminados, pero ese proceso de so-

    bredeterminacin implica tambin factores econmicos que tienen unalgica propia, a la vez que articulable con la de otros campos, pero queno debe ser desestimada. El rechazo de la divisin tpica entre diversaszonas o regiones de las relaciones sociales, basado en refinados anlisis,elude los fenmenos sociales que la humanidad atraviesa, y en los quelos organismos internacionales afirman y efectan el ajuste de discursose instituciones a las necesidades del mercado (BM, 1997: 4).

    No obstante, este trabajo no se centrar en la economa y suscondiciones, aunque las rozar inevitablemente a menudo, sino en la

    interpelacin ideolgica. Es por ello que es preciso leer los documentosarqueolgicamente, a fin de evitar una mirada desde las cumbres queimpide auscultar las relaciones efectivas.

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    LA TRANSFORMACIN EN LA INTERPELACIN IDEOLGICASi el orden de mercado ha mutado para perpetuar su dominacin, esasmutaciones implicaron dos posibilidades (no excluyentes): el afianza-

    miento del aspecto represivo a fin de imponer los cambios y/o la trans-formacin ideolgica a fin de modificar a los sujetos contendientes.Ahora bien, el examen de los documentos lleva a pensar que el lugarde la transformacin en la interpelacin ideolgica es central para lareproduccin de la dominacin. Esto es as porque la imposibilidad detransformarse ideolgicamente obliga a replegar cada vez ms la do-minacin en el aspecto represivo; y esta actitud es, en ltima instancia,un signo de debilidad frente al resistente, pues deja al descubierto quela dominacin se basa en la fuerza y no en algn tipo de racionalidad.Tambin el anlisis documental permite inferir que la dominacin en elcampo ideolgico supone, entre otras condiciones, que las fuerzas mate-riales que logran ejercerla aprenden de las resistencias y de los resis-tentes, y modifican su modo de interpelacin, as como sus contenidos.En esa relacin, los dominados y los dominadores se transforman.

    Estos procesos no ocurren ni han ocurrido de modo lineal y de-terminista, sino en relacin a resistencias que rellenan estratgicamentecualquier plan, y que hacen que las estrategias construidas en el ordensocial capitalista hayan sido diversas. Por eso los dispositivos se hantransformado, as como sus jerarquas.

    As, durante la modernidad industrial el Estado nacional susten-tado en el pacto de unin fue un dispositivo dominante en la interpe-lacin ideolgica. Desde hace tres dcadas, ese lugar se ha modificadopaulatinamente, y los organismos internacionales pasaron a ocupar unaposicin fundamental.

    Ahora bien, los organismos internacionales en tanto dispositivosde interpelacin ideolgica han asumido la necesidad de la propia trans-formacin en el modo de la interpelacin. En esa clave, el auge de lasresistencias contra las polticas implementadas durante los aos noventa

    operar como condicin de posibilidad para que el BM planteara en losdocumentos de los ltimos aos el concepto sumamente sugerente deaprendizaje, el cual sostiene de manera explcita el abandono de cual-quier modo rgido en las estrategias discursivas. Como veremos, escucharla voz de los pobres, dar un lugar preferencial al trilogo con la sociedadcivil se han tornado tpicos centrales de su estrategia discursiva.

    Ese proceso de mutacin histrica es en el que me baso en estetrabajo para reemplazar el concepto de Aparatos Ideolgicos del Estadopor el de dispositivos ideolgicos, no porque el Estado haya desapare-

    cido o perdido importancia todo lo contrario, no puede haber capitalis-mo sin estados sino porque la estructuracin de la dominacin a nivelmundial ha cambiado, y no es cualquier Estado y sus dispositivos quienes

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    fundan la interpelacin ideolgica dominante, sino organismos interna-cionales como el BM o el FMI instituciones multilaterales de crditoque interpelan al Estado y a la sociedad civil, a fin de que ella interpele,

    a su vez, al Estado. La estructura de la interpelacin cobra unos maticesdiferenciales en la sociedad posindustrial, que el concepto de AparatosIdeolgicos del Estado no recubre acabadamente. Se podra estableceruna analoga libre y salvaje con la afirmacin de Althusser y sostener que,si en el modo de produccin feudal la iglesia fue un dispositivo ideolgicodominante, y en el capitalismo industrial lo fueron la escuela y la familiaconyugal fuertemente aliados al Estado-nacin, en el capitalismo posin-dustrial ese lugar del Estado se subsume al de los organismos internacio-nales. Esta mutacin no ha hecho desaparecer a los otros dispositivos,slo les ha asignado un lugar diverso en las relaciones de fuerzas.

    El gran Otro ideolgico en el capitalismo es el mercado, slo quelas imagoen las que l se presenta han mutado en relacin a las luchasy, si en el perodo del capitalismo industrial el Estado era su encarnacinimaginaria, a partir de la mutacin histrica que atravesamos desde ladcada del setenta, paulatinamente, son los organismos internacionalesy el Grupo de los Ocho (G8) quienes desde la cspide de la pirmide delimperio se autoconstituyen en el fundamento (no fundado) de la inter-pelacin. Afirmo entonces que el Estado-nacin apareca como el graninterpelador en la sociedad industrial, pero en la etapa del predominio

    del capital financiero el Estado (al menos en los pases de AL) ya noparece ser la encarnacin del verdadero Otro-mercado. Ahora lo son losorganismos internacionales, sin que esto signifique de ningn modo ladesaparicin del Estado, sino su reconfiguracin.

    La interpelacin cambi su carcter. El ejercicio de la domina-cin ha conducido paulatinamente a una transformacin en las relacio-nes de desigualdad/dominacin entre los dispositivos ideolgicos. Ya noes (ahora de modo explcito) el Estado-nacin el que dicta las polticasque construyen la interpelacin a los individuos que los transforma en

    sujetos. Ahora son entidades supranacionales con finalidades poltico-econmicas las que establecen los lineamientos a nivel internacional,en una estructura que ya no tiene las caractersticas del viejo contrac-tualismo liberal. En esta estructura nueva, en el comando mundial, losestados no desaparecen; as, el G8 y particularmente Estados Unidos,como la mayor potencia blica de la Tierra y de la historia, tienen una in-dudable influencia sobre los organismos internacionales. No obstante,la tarea fundamental de interpelacin en el mundo de los flujos desterri-torializados del capital financiero es llevada adelante por las organiza-

    ciones multilaterales tales como el FMI, la OMC y particularmente elBM, que ha cumplido una tarea fundamental interpelando al mundoglobal a travs del significante pobreza.