Coloane Francisco - El Ultimo Grumete de La Baquedano

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    Francisco Coloane

    ELLTIMOGRUMETEDELABAQUEDANO

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    Con sobrada justicia ha sido laureado este libro en el Concurso de NovelaInfantil organizado por la Sociedad de Escritores de Chile.

    Es una autntica novela para nios, que, por su amenidad, por el enormeinters humano que despierta y por tratarse de un relate al pie de la tcnica

    marinera, resulta una lectura interesantsima para adultos y nios.Interesa. Es de esos libros que una vez que se toman no se pueden

    abandonar fcilmente. Si deseramos aprender a conocer los trminos nuticosleyendo algn manual adecuado a nuestro deseo, probablemente nos dormiramos.Pero en estas pginas llenas de color y pletricas de vida vvida, en que, en verdad,el lector se siente arrebatado por el ambiente, magistralmente exteriorizado pordescripciones encendidas de sol o azotadas por la tempestad, muy pronto nosapropiamos de los conocimientos del autor, siguindole sin dificultad a travs delsimptico protagonista, Alejandro Silva. Y desde el paol de proa hasta el

    trinquete, los lectores de El ltimo grumete de la Baquedano concluyen elapasionante relato conociendo y amando a Chancha, que se nos queda navegandoen el pensamiento

    Es, pues, este libro un verdadero texto de enseanza prctica para los nios,que quizs maana deban ingresar a la Armada de Chile. Ensea deleitando. Y, sinduda, muchos viejos marinos, al recorrer estas pginas, sentirn en el alma el hlitodel mar, que vuelve a prenderse al recuerdo con toda la sazn marinera.

    El alma de la Baquedano navega en estas pginas. Pasa rozando laemocin y virando, de pronto, a babor y estribor, sale por el canal abierto del

    corazn que conduce al ocano luminoso del espritu.

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    Prlogo

    El concurso de Novela Infantil propiciado por la Editorial Zig-Zag ha trado

    a la palestra literaria este libro saturado de mar y de patria. A travs de suspginas, plenas de emocin, circula el aire de la libertad, sin desmedro alguno parala disciplina. El ltimo grumete de La Baquedano se vitaliza en el corazn dellector. Crece su pequea personalidad a la vera de los sucesos, envuelta en eseambiente de fuerza que oponen las almas intrpidas a las tormentas alucinantesdescritas por el autor con el verismo jugoso de la vida vivida.

    En realidad, este libro, escritor con sencilla sinceridad, viene a enriquecer laposibilidad de que un nio lea lo que justamente le corresponde por derechomental, ajustado a las proporciones de edad y comprensin. El relato, movido, gil,

    insinuante, apasiona la atencin y da la medida eficaz de factura, como novelainfantil, en la simpata con que el adulto saborea las pginas animadas por esospersonajes palpitantes que con tanto talento nos presenta el autor.

    Es, pues, esta obrita una obra de bien. Fruto de un espritu sano, de unescritor honesto, de un hombre que sabe entrar en el alma de los nios. Y es ste,en verdad, privilegio de fuertes, cuando es la voz masculina la que avanza en buscadel maravilloso sagrario en que se aloja la bellota que promete una encina. Cuandola mujer intenta tales expediciones, generalmente le basta descubrir con su gestomaternal el nido de ternura que lleva en su corazn. Pero la faz del hombre que

    ofrece a la infancia su verbo es otra cosa.Se precisan gestos de energa en estas siembras que darn el fruto de la

    personalidad. Se precisan insinuaciones de fortaleza, enseanzas de vida enplenitud, exhibiciones de esfuerzos logrados, ejemplos de corazones nocontaminados con el fangal de las mentiras convencionales ni con los prejuiciosagresivos al oxgeno que la vida necesita.

    Al emprender estas labores de regalar a la infancia con la literatura que leconviene, parece la obra muy sencilla, pero no. Es tarea de paciencia ycomprensin saber detenerse a tiempo cuando algn prrafo quisiera desviarse,

    anotando expresiones que, a buen seguro, daran relieve al relato, peromancillaran el panorama construido para que ojos de nio se posen en l. Es unadefensa de todos los minutos, contra los complicados problemas humanos ysociales que buscan siempre el medio sutil de aflorar en terreno vedado, como siconscientemente desearan iniciar a la inocencia en la inquietud malsana de laspaciones demoledoras.

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    El ltimo grumete de La Baquedano no tiene mcula de esa naturaleza.Es, por consiguiente, una legtima novela infantil que no desdean de leer losadultos necesitados de una tregua mental y deseosos de un refugio sano en que

    baar la mente cansada y adusta.

    Es, adems y especialmente, un relato de Chile. Genuino. Puro. Es la historiade un nio nuestro, que, sintiendo en el fondo de su alma la seduccin del mar,entrega de lleno a l su vida, sin olvidar que all, en Talcahuano, lo espera suviejecita amada

    Y no regresa cargado de oropeles mitolgicos a semejanza de aquellosatrevidos navegantes portugueses que buscaban, en el fondo del Asia, tesorosprodigiosos y perlas arbigas de portentoso valor, pero en su cacharpeo trae elobsequio del hermano vagabundo y aventurero, para la madrecita que no se cansade esperar Pieles de nutria y de lobos, y dos bolsitas de cuero con pepitas de

    oro Veinte mil pesos! Fortuna incalculable para ambos!Y as, por caminos de tierra y agua, El ltimo grumete de La Baquedano

    se apodera del corazn de sus lectores, que de seguro sabrn conservarlo en gratorecuerdo, en el trinquete de la goleta, envuelto en la bandera glorioso de lapatria, y en selecto sitio de su biblioteca.

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    IRumbo al sur!

    Veinte grados ms a babor! exclam en voz alta el teniente de guardia enel puente de mando de la corbeta General Baquedano.

    Veinte grados ms a babor! repiti, como un eco, el timonel, mientrassus callosas manos daban vigorosas vueltas a las cabillas de la rueda del timn.

    Una rfaga del Noroeste recost a la nave hasta hundir la escora de baborentre las grandes alas, cuyos negros lomos pasaban rodando hacia la obscuridadde la noche; el ulular del viento aument entre las jarcias, el velamen hizo crujir laenvergadura, y el esbelto buque-escuela de la Armada de Chile, blanco como un

    albatros, puso proa rumbo al Sur, empujado a doce millas por hora por lanoroestada que pegaba por la aleta de estribor.

    Era el ltimo viaje de este hermoso barco. Despus de educar a su bordo anumerosas generaciones de oficiales, suboficiales y marineros para la Marinachilena, la Superioridad Naval haba dispuesto que realizara ese ltimo crucerohasta el Cabo de Hornos, para proceder, a su vuelta, al desguazamiento de la nave,en razn de que, envejecida en sus luchas con los mares de todas las latitudes, yano ofreca seguridades para la navegacin en las peligrosas rutas que tienen quesurcar los marinos de guerra.

    Con trescientos hombres de tripulacin, de comandante a grumete, al caerde una tarde de otoo, lev anclas en la baha del puerto militar de Talcahuano,pas con su motor auxiliar la isla Quiriquina, y ya mar afuera, iz todo su velameny puso la proa al Sur, en cumplimiento de esa orden.

    Trescientos hombres de tripulacin consignaba en sus pginas el librobitcora1el da de su partida; pero, realidad, iban trescientos uno: Nadie saba abordo nada de este ltimo tripulante! En un paol de proa, bajo el castillo,acurrucado entre los rollos de jarcias y cadenas, un nio de ms o menos quinceaos permaneca, tembloroso, entre las sombras, en espera de su incierto destino.

    Haca cerca de tres horas que se encontraba en ese escondite, seguro de quenadie sospechara su presencia a bordo, pues la vigilante guardia del portalndeba estar cierta de que ningn extrao pas por esa nica entrada a la corbeta enlas horas en que se preparaba para el zarpe.

    Esta seguridad le dio cierta tranquilidad; pero luego pens en la noche que

    1Bitcora:El libro de vida de un barco.

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    le esperaba en el pequeo recinto del paol, que un marinero haba cerrado, sindarse cuenta de la permanencia del nio, con una cadena y un candado por fuera.

    De vez en cuando un barquinazo lo obligaba a aferrarse de los rollos dejarcias para no ser lanzado violentamente contra las paredes de fierro, y luego,

    cuando la nave pareca recobrar su posicin, oa claramente el golpe de las olascontra el casco, casi encima de su cabeza. Caramba! se dijo , estoy debajo delagua!

    En realidad era as; el paol quedaba bajo la lnea de flotacin, y cuando laproa montaba una ola y caa al fondo, en el vaco que queda entre una y otra, elgolpe de agua resonaba pavorosamente en el casco del buque.

    Pronto sinti un pequeo malestar a la cabeza y al estmago, algo as comosi le faltara el aire; el malestar se intensific y violentos vmitos empezaron asacudir su cuerpo, que ya tambin estaba siendo vctima del fro.

    Se tom con las manos del borde de un rollo del cabo y vomit en el interiorde l hasta quedar sin nada en el estmago. Disminuy el dolor de cabeza y quedms tranquilo y apacible; su contextura de muchacho fuerte haba hecho que elmareo, que se apodera de todos los que embarcan por primera vez, fuera slo unataque pasajero.

    Cansado, se recost como pudo en el piso y, de pronto, la visin de sumadre y de su tibio hogar de Talcahuano le vino a la mente; un atoro, como unnudo duro y amargo, se le subi por la garganta, un dolor agudo le hizo fruncir elentrecejo y, ya no aguant ms; como quien aprieta un racimo de uvas con la

    mano, le brotaron gruesas lgrimas; pero sacudi su cabeza, apret un grueso caboy la ola de angustia tambin pas como el mareo.

    Luego record al liceo, a sus compaeros de juego, a su curso, el tercer aoB, y a sus profesores, los malos y los buenos; mas, todos eran buenos; le parecatodo aquello tan lejano.

    El recuerdo de su madre acongojada era lo que ms le conmova. Qu harasin su nico hijo, a estas horas?

    Record cuando ella planchaba la ropa de los marinos, mientras l haca sustareas en una mesita arrinconada en el cuarto de planchado o soplaba con uncartn el brasero y la poderosa plancha grande, cargada de carbn de espino, comouna extraa caldera en forma de barco, cuya arrogante proa navegaba aplanando elarrugado mar de las camisas almidonadas de los comandantes, haciendo relucir loscuellos duros que los tenientes luciran en los das de parada.

    Su madre, doa Mara, viuda de un marino, tena fama de ser la mejorlavandera del puerto. Era intil que le hicieran la competencia en ropa blanca las

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    lavanderas qumicas modernas que se haban instalado en el puerto; la novedad learrebataba algunos clientes, pero al poco tiempo los viejos capitanes volvan a

    buscarla; su lavado era ms blanco que la nieve, y no destrua el tejido de las ropas.

    Record, con amargura, los lluviosos das de invierno en que la vea

    agachada en las tinas, lavar y ms lavar.Desde que muri tu padre en el naufragio del Angamos sola decirle

    , no hemos tenido ms riquezas que mis buenas manos!

    Quedamos hurfanos continuaba con tu hermano Manuel. Un da l,viendo que trabajaba demasiado, me dijo: Madre, no quiero seguir estudiando, lospobres no podremos nunca seguir tan largos estudios. Usted trabaja demasiado; yoya tengo quince aos; he conseguido que un barco carbonero me lleve, trabajandoel valor de mi pasaje, hasta Magallanes, lejana tierra donde dicen que se ganamucho dinero cazando nutrias, lobos, zorros y otros animales de pieles finas. Me

    voy, madre; de all vendr con bastante plata para que usted no trabaje ms, y unabuena capa de guanaco para ponerla a sus pies en los inviernos.

    As se fue un da y no volvi nunca ms, ni he tenido una noticia de l.Seguramente habr muerto en esos mares, porque de lo contrario hubiera escrito,pues era muy bueno.

    Record que siempre en esta parte del relato su madre prorrumpa en llanto.

    El la consolaba entonces: No llore, mamacita; yo ser grande, marino comomi padre, ganar dinero para mantenerla y recorrer todos esos mares del Surhasta encontrar a mi hermano o rastros de l para trarselos.

    Estudi con ahnco en la escuela primaria, y en el liceo fue uno de losmejores alumnos; pero su nico afn era ingresar a la Escuela de Grumetes de laArmada, y no pudo hacerlo, a pesar de las gestiones que realiz doa Mara, sumadre, ante los jefes navales.

    Cuando supo de la corbeta Baquedano iba a efectuar su ltimo viaje deinstruccin con los cursos superiores de la Escuela Naval y de Grumetes, despusde reflexionar mucho, tom la decisin de embarcarse a escondidas, a pesar de quehaba odo decir que castigaban severamente a los que se embarcaban en formaclandestina, y que, en algunos barcos japoneses y chinos, hasta los echaban al marpara no pagar las multas que las policas martimas aplican a los capitanes quellevan pavos2.

    No le importaron esas historietas marineras; y, as, escribi dos cartas, unapara su madre y otra para el profesor jefe de su curso en el liceo, donde explicabalas razones de su decisin: hacerse hombre y encontrar a su hermano, y peda

    2Pavo:El pasajero clandestino, que viaja sin pagar pasaje.

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    perdn por no haber solicitado a su madre y profesores el permiso que,seguramente, le negaran.

    Hecho esto, se dispuso a embarcarse, y aqu estaba lo ms difcil.

    En esta parte de sus recuerdos iba, cuando de pronto varias fosforescencias,

    desde un rincn del paol en las sombras, turbaron su meditacin. Pestae,entrecerr los ojos y vislumbr tres ratas grandes, colorinas, casi del tamao de ungato.

    Un estremecimiento molesto le recorri el cuerpo, al recordar narraciones enque muchos marinos haban sido devorados por las ratas. En Talcahuano, un niode dos aos haba sido muerto una vez por los ratones. En el Far West hay unfuerte que se llama de las ratas, porque su guarnicin, debilitada por el hambre,haba sido devorada por estos roedores. En el Sur de Chile, en la regin de loslagos, una invasin de ratas vino de la Argentina, y haba devorado ovejas, perros,

    cerdos y ahuyentado a familias enteras de agricultores.Los ojos relampagueantes se acercaron; el nio, tambalendose, busc el

    chicote o extremo de una jarcia, pero como lo hallara suficientemente slido,avanz por encima de los rollos y se abalanz a puntapis contra las ratas.

    Cul no sera su asombro al ver que, en vez de huir, saltaban comopequeos perros rabiosos, tratando de morderle las piernas; pero apenas una fuealcanzada por un puntazo y azotada contra la pared, huyeron las otras por laobscuridad del rincn.

    El nio volvi a descansar sobre las jarcias y not que cierto debilitamiento

    empezaba a dominarle: la boca la tena seca y el estmago vaco. Pronto vendran elsueo, el hambre y la sed a cerrar esa noche de angustias.

    Resistir hasta que no pueda ms se dijo; y, por ltimo, golpear confuerza en la puerta de fierro, aunque es difcil que me oigan.

    Empez a cabecear; el sueo era ms poderoso que el hambre y la sed; pocoa poco fueron apareciendo de nuevo en el rincn, dos, tres, cinco, pares de ojosfosforescentes. Asquerosas, rojas y peludas estaban ah, otra vez, las ratas, paralanzarse en el momento oportuno sobre su vctima. Con gran esfuerzo iba alevantarse a combatirlas de nuevo a puntapis, cuando la cadena de la puertaprodujo un ruido como si hubiera sido tomada por alguien, y la puerta fuetironeada para abrirla.

    El nio se escondi tras los rollos. La puerta se abri, un farol a petrleoalumbr el paol y, cuando el que lo llevaba se dispona a retirarse, un perropolicial salt sobre un farol y se abalanz ladrando hacia el lugar del escondite.

    Una voz enrgica alcanz a gritar: Patotolo!, y el perro, ladrando, volvi

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    de mala gana; una mano lo tom del collar y la misma voz grit:

    Quin est all?

    Yo: Alejandro Silva! contest el nio, con forzada entereza.

    El reglamento del buque escuela dispone que todas las noches un oficial,

    acompaado de un cabo y dos marineros armados, efecte un recorrido de popa aproa y de la cala al puente, revisando minuciosamente todos los rincones con unpotente farol. Este grupo de hombres se denomina la ronda, es comandadageneralmente por un guardamarina, tiene atribuciones especiales y es muyrespetado por todos en el buque.

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    El nio Alejandro, que desconoca los reglamentos de navegacin en unbuque de guerra, no esperaba esta sorpresiva visita.

    Salga! orden el comandante de ronda.

    El Patotolo, hermoso perro policial, mascota del buque e infaltable

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    acompaante de la ronda, volvi a ladrar.

    Alejandro se levant de entre los rollos, dos fornidos marineros avanzaroncon sus bayonetas caladas y lo tomaron de los brazos.

    A la luz del farol apareci un nio de regular estatura, a delgado y nervudo,

    de cara plida, redonda, nariz un poco aguilea, de ojos grises, acerados, perobondadosos y dulces; una cabellera color castao claro completaba la figura de unadolescente atltico, vivaz, fuerte, pero con cierta melancola en el brillo de susojos.

    Su figura apuesta y noble no se amilan ante la ronda. El cabo, con el farol yel perro, avanz delante, en seguida el guardiamarina y, atrs, entre los dosmarineros armados, el nio Alejandro Silva, cuya faz inquieta iluminaba de vez encuando la luz del farol, que oscilaba entre las manos del bajo de ronda.

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    IIPrimera noche

    Permiso, mi capitn! Durante la noche, hemos encontrado, escondido, aeste nio en un paol de proa; el resto de la corbeta, sin novedad! exclam elguardiamarina, cuadrndose ante el Oficial del Detalle o Segundo Comandante.

    El Segundo, un capitn de corbeta de ms o menos cuarenta aos de edad,vigoroso, alto, frunci el ceo, disgustado por este hallazgo extrao, que vena adesacreditar la vigilancia que debe existir en todo buque de guerra, pregunt, contono fuerte:

    Quin eres t?

    Soy Alejandro Silva Cceres, tengo 15 aos de edad, alumno del Liceo deTalcahuano contest el nio con la cabeza alta, voz clara, firme y respetuosa.

    Por qu has venido?

    Deseaba ser marinero, mi madre est anciana, es lavandera y pronto ya nopodr trabajar. Hizo lo que pudo para que ingresara a la Escuela de Grumetes, perono lo conseguimos. Supe que La Baquedano haca su ltimo viaje, no pudecontenerme y me decid a partir escondido; dej todo arreglado, seor: una carta ami madre y otra a mis profesores, pidindoles perdn.

    Cmo entraste? inquiri el capitn de corbeta, un poco ms

    apaciguado.Un muchachito del puerto, uno de esos que llaman los marinos

    pistoleros3 y que viven de lo que los barcos les regalan, me trajo en su chalana yaprovechando una ocasin trep por la cadena, sub a la proa y me escond dondeacaban de encontrarme. S que no me echarn al agua, cumplir con el castigo queme impongan, seor, pero djeme a bordo, quiero ser marino de La Baquedano,servir en algo, barriendo, baldeando, limpiando papas o en lo que me quieranensear.

    El capitn lo qued mirando un rato y luego se dirigi a la popa y descendial interior del buque.

    El nio, rodeado de la ronda, respir con placer el viento salobre que venadel mar, mir las olas que aparecan y desaparecan en la negrura de la noche, ysus ojos se agrandaron de asombro al contemplar el espectculo impresionante del

    3Pistoleros:Nios que vagan en la baha de Talcahuano y viven de lo que les dan en losbarcos.

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    velamen del buque hinchado por el fuerte viento del Noroeste, escorada (inclinado)peligrosamente por el lado de babor y corriendo a doce millas por hora en lainmensidad del mar y de la noche.

    Un ordenanza lleg a interrumpir el silencio de la ronda y su prisionero.

    Mi comandante Caldern desea ver al nio dijo el grumete.Siguieron al guardiamarina que comandaba el grupo y descendieron por

    una elegante escalera de bronce a la cmara del primer comandante del buque, quequeda bajo la toldilla.

    El comandante Caldern era un capitn de navo alto, gordo, moreno, conese aspecto bonachn de los viejos marinos que han recorrido muchos mares, vistomuchas cosas y mandado muchos buques.

    El Segundo Comandante ya lo haba informado del hallazgo.

    El nio se sorprendi un poco de la elegancia de la cmara, tapizada dealfombra, con una mesa de fina madera y cubierta de una carpeta de felpa roja,grandes sillones y lmparas potentes.

    El comandante hizo retirar la ronda y que qued slo con el Segundo y elnio.

    Con aire severo, pero bondadoso, le pidi que le hablara con confianza.

    El nio, despus de la dureza del oficial de ronda y del Segundo, encontr alcomandante tan bueno como al mejor de sus profesores, y empez a contarle suvida, la de su madre, viuda de una marinero del transporte Angamos, el viaje sin

    regreso de su hermano a Magallanes y, por fin, su decisin de hacerse marinero e iren busca de su hermano Manuel.

    El comandante lo escuch con atencin. Luego, dirigindose al Segundo,expres:

    Que se ponga un radio a la Direccin General de la Armada, dandocuenta del hecho y pidiendo instrucciones. Podramos reclamar en Corral o enPuerto Montt, para entregarlo a las autoridades; pero me parece difcil: la Orden deViaje dispone que debemos seguir directo a Punta Arenas, por mar afuera y a velahasta el Golfo de Penas y a mquina por los canales, entrando por el Messier.

    Viene a ocasionarnos un poco de molestias, amigo; desde luego, el arrestode la guardia correspondiente a la hora en que usted entr. Trate de comportarse

    bien y hacer lo que le digan y dirigindose al Segundo, el comandante, termin: Que le den un coy4y comida en la guardia.

    4Coy:Hamaca en que duermen los marineros, se amarra de los extremos en ganchosdispuestos en el cielo del entrepuente.

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    El viento segua ululando en las jarcias y un sonido como del bombo de unabatera colosal interrumpa a ratos la sinfona de la noche tempestuosa, cuando unavela de cuchilla no cazaba bien el viento y se azotaba flameando.

    Alejandro Silva comi asado, pan y un buen caf caliente, en esoscaractersticos jarros enlozados, marca Marina de Chile, que tienen capacidadpara medio litro.

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    Cuando baj al entrepuente, por la escotilla que est situada frente alcastillo, una gigantesca flotilla como de pequeos dirigibles navegaba en elsombro y amplio espacio del recinto: la marinera dorma en sus coyes.

    A cabezazos lleg a un espacio abierto, donde el grumete que lo

    acompaaba le ense a armar el coy, con el colchn y las dos mantas dereglamente. Intent tres veces subir y slo a la cuarta consigui acomodarse en lahamaca. En ella no se senta el balance del buque, permaneca siempre a plomo;esta tranquilidad y el cansancio hicieron que se quedara inmediatamente dormido.

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    IIIEl ltimo grumete!

    Alza arriba! Un potente grito del contramaestre estall desde la escotilladel entrepuente. Un estridente toque de corneta anunci la diana, y, como un solohombre, todos los marineros saltaron de sus coyes.

    Alejandro tambin baj de su coy y sinti sobre s la mirada de asombro decientos de ojos.

    Y ste? dijo, en tono despectivo, un marinero.

    Slo falta que traigan guaguas mujeres! grit otro.

    Caliente el bibern, mi cabo Santos! exclam un pecoso mala cara.

    El nio, parado, con sus ropas ajadas, sinti una intensa congoja. Eseenorme y obscuro entrepuente, lleno de hombres extraos, hostiles, burlones,sobrecogi su tierno espritu. El paol de las ratas era un paraso al lado de ladesolacin que le produjo tanta gente extraa.

    Los marineros fueron saliendo por la escalera hacia la cubierta. Todospasaban a echarle una mirada, una mirada de curiosidad algunos, de indiferenciaotros, y algunos de bondad.

    Pronto la escotilla, como una boca abierta a la luz, se trag al ltimomarinero, y el entrepuente qued vaco como una gigantesca tumba. El nio tiritde desamparo, sin saber qu hacer; mir sus ropitas, el cielo raso gris, y apret susmanos arrugando los extremos de su modesta chaquetita. Oh, esto era ms durode lo que se imaginaba!

    Por la escotilla apareci de pronto una cabeza redonda, una cara blanca yunos ojos buenos. Un grumete de unos diecisiete aos descendi por la escalera defierro y se dirigi a Alejandro:

    Ven arriba, a lavarte; anoche te vi cuando te sacaron de tu escondite, notengas miedo, no seas tonto, slo algunos de esos viejos brutos son malos, el restoson buenos, les gusta hacer chistes, pero no hacen dao. Ya vers, si quedas a bordolo vas a pasar bien: yo te vine a buscar, porque me gustan los tipos gallos5, y noes cualquiera el que se atreve a embarcarse de pavo en un buque de guerra.

    Si quedas a bordo!... v el nio record las palabras del comandante: :La orden de viaje dispone seguir directo a Punta Arenas; esto lo hizo sentirseconfortado.

    5Gallo:Sentido figurado de hombre.

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    Gracias dijo, y sigui al grumete, que le pas su toalla y su jabn.

    Despus preguntas dnde queda la Ayudanta, y te presentas alsargento primero escribiente: l te ordenar lo que hagas le dijo aqul.

    En la cubierta, la tripulacin estaba formada pasando revista, y, en realidad,

    se dio cuenta de que nadie se fijaba en l ahora, como si no existiera. Esto lo alent:prefera sentirse solo; se lav, devolvi a su protector los tiles de aseo y se dirigia la Ayudanta, que quedaba al centro del buque.

    De paso, pudo ver un mar verde, florecido de olas regulares, que reventabanen espuma, empujadas por un fresco viento que daba de costado en las velas. Lanave, siempre escorada de babor, corra velozmente surcando el Ocano Pacfico;costas no se divisaban por ninguna parte, a pesar de la claridad del da, brillante desol.

    El agudo silbato del contramaestre se dej or, y, al pie de los palos, voces

    vigorosas ordenaron: Cargar las escoltas de las cuchillas y de la mesana!Los grumetes se apiaron junto a los motones y jarcias, se oy el chillido de

    cabos que se cobran, las velas verticales que quedan entre los palos viraron un pocohacia el centro del buque, y ste se inclin an ms, adquiriendo mayor velocidad.De vez en cuando un ruido se produca en las lonas de las vergas y una manga deviento bajaba haciendo crujir los aparejos.

    Qu hay? dijo el sargento escribiente, gordo y rechoncho, al ver al nioy continu : Ah!... T eres el pistolero que se meti a bordo: hay diez hombresde plantn por tu culpa y un teniente en su camarote.

    Perdone!...

    S, s le interrumpi el escribiente: todo el barco conoce ya tu historia;agradece que eres hijo de un ex marino; yo conoc a tu padre, y andas con suerte: laSuperioridad contest el radio del comandante, autorizndote para seguir a bordoocupando la plaza del ltimo grumete.

    El corazn del nio no pudo contenerse de jbilo; dos lgrimas rodaron desus ojos, y con una sonrisa de felicidad, exclam: Gracias, mi sargento! Era laprimera vez que nombraba a un marino en forma reglamentaria, como si hubiera

    sido un antigua grumete. Y ya, desde ese momento, lo era.Durante la maana, pas por todas las disposiciones reglamentarias:filiacin, examen mdico, corte de pelo al ras y, por ltimo, lo llevaron al paol deropa, donde le entregaron su uniforme de dril para el servicio y de pao azul parasalida, ropa blanca, alpargatas y zapatos.

    Cuando vestido de grumete, con su pequeo gorro blanco de faena, subi acubierta para presentarse a sus superiores, una intensa emocin lo embargaba. Se

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    senta marino, su gran sueo: la sangre de su padre reviva en el ocano. Hinch,orgulloso, el pecho con el aire salino, mir la esbelta proa de su buque, y se diocuenta de que, despus de su madre, lo que ms amaba era la gloriosa corbeta.

    La vieja nave pareci tener alma, pues levant su bello mascarn de proa

    oteando los lejanos horizontes y emprendi con nuevos bros su carrera entre eljardn de espuma y olas del ocano. En plana mar le haba nacido un hijo ms en suviaje postrero: Alejandro Silva., El ltimo grumete de La Baquedano.

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    IVTres bultos a estribor!

    Durante una semana estuvo recibiendo instruccin marinera. Tuvo queaprenderse de memoria un libro de tapas rojas donde estaban los nombres detodos los compartimientos, jarcias, velas y detalles de la estructura de una corbeta.

    Cuando sus instructores lo aprobaron, entr a servir en el personal del palotrinquete, pues la tripulacin se divide en guardias que corresponde a los trespalos, de proa a popa: trinquete, mayor y mesana.

    Cada personal compite con los otros para mantener en mejor estado elaparejo y velamen de su palo y para ser los mejores y primeros en las maniobras de

    la navegacin a vela. Se dividen en guardias, y, noche y da, permanentemente hayun grupo de grumetes y marineros al pie de cada palo, listos a los silbatos de loscontramaestres que ordenan las maniobras de esta dedicada navegacin.

    Por fortuna, le correspondi su primera guardia nocturna una noche en queel Pacfico haba calmado sus furias.

    La guardia del trinquete a formar! grit un cabo contramaestre, y losgrumetes y marineros que les corresponda guardia subieron al puente.

    El mar estaba en calma, la luz de la luna reverberaba entre las pequeas olasy una brisa del Oeste apenas inflaba los foques, juanetes, jarcias, vergas y cuchillos.

    A pesar de la calma, se formaban algunas mangas de aire se bajabanarremolinadas por el velamen, y una de ellas, arranc de cuajo el caf que ungrumete conduca en una garrafa6.

    Cierra la tarasca! le grit uno del trinquete.

    En el puente de mando se divisaba al oficial de ruta, dando las ltimasinstrucciones. La Chancha, como cariosamente se le llama en la marina a LaBaquedano, cabeceaba lentamente, como un tardo cetceo, en busca del lejanoSur.

    El toque de silencio, lastimero y prolongado, sali del corneta de guardia yse fue estirando, sin eco, por la inmensidad del mar. Casi toda la tripulacindorma en los entrepuentes; slo los de guardia permanecan sobre cubierta.

    Un profundo silencio invadi a la nave despus del toque de corneta; luego,montona, se dej or una voz en el canastillo, situado en lo alto del palo detrinquete, que dijo: Uno!...; Dos!, exclam como un eco otra voz; Tres!,

    6Garrafa:Tiesto grande en que se reparte la comida.

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    remat una tercera, y el silencio rein de nuevo en el buque. Pero no mucho: alpoco rato las extraas voces que brotaban de la noche repitieron con ritmomontono: Uno, dos, tres!.

    Luego me va a tocar a m, se dijo el grumete Alejandro, y se tendi para

    dormir al pie del trinquete, con sus dems compaeros.l ya saba el origen de esas voces: durante la navegacin a vela, en las

    noches, tres vigas permanecen en constante alerta; uno parado en la cofa deltrinquete, atalayando las negruras, se denomina el tope, y dos a cada costado dela cubierta, que se llaman serviolas.

    Cada cierto tiempo, el tope grita: Uno!; Dos!, repite el serviola deestribor; y Tres!, el de babor; esto indica que no hay novedad en el mar y quepermanecen alerta.

    Como estas guardias son muy duras, especialmente cuando hay temporal, el

    tope slo permanece una hora en la cofa, y los serviolas, dos.Adems, atrs, en la popa, pasendose sobre la toldilla de babor a estribor,

    otro marinero con un salvavidas terciado, listo para ser arrojado al mar, es elencargado de vigilar si un hombre cae al agua desde las jarcias y dar el conocidogrito de alarma: Hombre al agua! A este viga, en jerga marinera, se le llama elpicarn, por el parecido que tiene el salvavidas redondo con ese sabrosocomestible.

    Eh, arriba el tope!

    Un grumete lo sacudi con fuerza. Alejandro se levant restregndose losojos, mir la luna que se haba corrido hacia el Occidente, y se dispuso a subir a lacofa. En esos instantes descenda el relevado. Era la primera guardia que haca enese puesto.

    Subi por la escalera de cuerda, que a la vez serva de viento al trinquete yse instal en la cofa.

    En el da, durante la instruccin, le haba parecido sencillo, pero en la noche,suspendido como un pndulo de reloj, invertido, a tanta altura, aquello eraimpresionante.

    El barco avanzaba lentamente, cabeceando por la mar boa. Los tumboshacia estribor eran contenidos por el velamen, pero hacia babor eran tan grandes yel palo trinquete se inclinaba tanto sobre el mar, que Alejandro tena que tomarsecon ambas manos del canastillo de la cofa para sentirse seguro.

    Uno! grit desde lo alto, por primera vez. Dos!, Tres!, repitieron losserviolas, y l se puso ms contento y con ms nimo para resistir los vaivenes, alpensar que ya serva como un avezado grumete.

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    Uno!, Dos!, Tres!. Ya haca media hora que iniciaba las palabras quecaan como una montona gotera en medio de la paz de la noche y el tenue crujirde las jarcias.

    El viento, arriba ms intenso, empezaba a calarle el cuerpo, a pesar del

    grueso chaquetn de pelo de camello.Uno!, Dos!, Tres!. Y nada en la inmensidad del mar, alumbrado

    suavemente por la luna.

    Desde la cofa, Alejandro, antes de gritar, pona siempre la mano a manerade visera sobre los ojos, echaba el cuerpo fuera del canastillo y, como un viejo lobode mar de los antiguos tiempos, recorra con su vista los horizontes; slo hastaentonces, cuando se cercioraba de haber cumplido fielmente su deber, exclamaba:Uno!.

    As contemplaba con cierto agrado el mar, que desde su puesto pareca un

    campo arado, la mitad lleno de luz y la otra mitad lleno de sombras, cuando, desbito, vio que en direccin a la amura7de estribor, en la lejana, tres bultos negrosavanzaban en direccin a la corbeta, rompiendo gilmente las aguas.

    Tres bultos negros por la amura de estribor! grit.

    Tres bultos negros por la amura de estribor! repitieron los serviolas.

    El oficial de guardia dio una voz de mando, y el silbato de un contramaestrelacer el espacio.

    En un instante, las guardias de los tres palos estuvieron listas, al pie de las

    escotas, para maniobrar con las velas.El grumete vio desaparecer a los tres bultos, que semejaban submarinos a

    gran velocidad, y grit de nuevo:

    Desaparecieron los tres bultos!

    Desaparecieron los tres bultos! repitieron uno a uno los serviolas.

    Pero no bien haba terminado su exclamacin, cuando, de sbito, los tresbultos negros aparecieron casi al costado de la corbeta, levantando grandes olas ylanzando gigantescos chorros de agua.

    El nio qued confuso; el mastelero del trinquete casi pas rozando uno delos chorros en un vaivn, y apenas se dio cuenta de lo que era, grit con todas susfuerzas:

    Tres ballenas a babor!

    Tres ballenas a babor! repitieron los serviolas.

    Los enormes cetceos, con sus lomos color pizarra relucientes, se alejaron7Amura:Costado.

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    velozmente hacia la vastedad del mar.

    Al descender de su guardia de tope, Alejandro vio que sus compaeros lomiraban con irona.

    Al acostarse, uno le dijo: Hay que conocer a primera vista lo que se ve en el

    mar; para otra vez grita desde un principio: Ballenas a estribor!, y as no harsdespertar y levantarse a todas las guardias. Maana te va a hacer muchas bromas.

    El nio se mordi el labio inferior y un desgano pas como una rfagahelada por su cuerpo y su espritu.

    Efectivamente; al otro da, en cuanto alguien lo avist, le grit: Tres bultosa estribor!, y una carcajada reson en el entrepuente.

    A la hora del almuerzo, la aventura de los tres bultos a estribor fuecomentada por toda la tripulacin.

    Esta era la hora en que la marinera conversaba las incidencias del viaje mslibremente. Cuando el ranchero, desde un extremo de la mesa, limpia y

    blanqueada con agua y soda, reparti los grandes trozos de pan, al lanzar el que lecorresponda a Alejandro, uno grit: Cuidado, bulto a estribor!

    Los bultos no se comen! exclam otro.

    Ese da recibi el primer bautismo de los bromistas del barco: fuereconocido por el apodo de: Tres bultos.

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    VEl fantasma de Leonora

    El da, durante la navegacin, estaba distribuido en guardias, instrucciones,ejercicios y comidas. A excepcin de la enseanza militar y marinera, para losgrumetes y cadetes navales, el barco no tena gran diferencia con un instituto quede pronto se hubiera lanzado a navegar con su alumnado adentro.

    Aquella tarde correspondan clases de matemticas, historia y geografa.

    Al final de las clases, aqu donde todo est reglamentado, se orden unahora de costura. Cada grumete sac de su cajn una carretilla de hilo, agujas y unacajita con botones, y unos en el entrepuente y otros en cubierta, empezaron a

    revisar sus ropas, a coserlas, a prenderles los botones, etc.Alejandro se dirigi con su grupo al castillo, lugar preferido por l, porque

    desde all se dominaban todo el buque, las maniobras y la vastedad del mar.

    Sentados en cuclillas, grumetes y marineros iniciaron la revisin de susprendas de vestir.

    Los muchachos comentaban alegremente diversas incidencias de lanavegacin; los peligros en que uno estuvo al cargar las velas de un sobrejuanete,otro en el extremo de una verga a punto de caer al mar, en fin, cosas sanas ysimples de su vida marinera.

    As estaban, cuando, con un pantaln en la mano y una caja de costura en laotra, lleg a sentarse entre los grumetes un viejo sargento primero carpintero, elsargento Escobedo.

    A ver, muchachos, hganme un lugarcito; voy a aprovechar un ratito detiempo para remendar este pantaln que est ms viejo que yo, con la diferencia deque l tiene quin lo cosa, mientras que a mis pobres huesos no los retempla ni eldiablo! dijo el viejo sargento.

    Escobedo, prestigioso carpintero de La Baquedano, haba vivido su vidaen ese buque, y, ahora que saba que a la vuelta lo iban a desguazar8,estaba unpoco apesadumbrado y pensaba que antes de pisar otras cubiertas preferaacogerse a la jubilacin.

    De ndole nombre, amaba a los grumetes y los ayudaba con sus consejos yexperiencias para que no los castigasen; pero, sobre todo, gustaba contarles lasaventuras de sus mocedades.

    8Desguazar:Desmantelar un buque cuando est viejo.

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    Yo, en mis primeros aos, fui mercantoso (nombre con quedespectivamente los marinos de guerra llaman a sus colegas de la marinamercante) empez diciendo el sargento Escobedo aquella tarde en el pasillo deproa, mientras los grumetes, cosiendo, le escuchaban respetuosamente. Viaj en

    los carboneros, en buques fruteros por los mares ecuatoriales, tuve muchasaventuras, pero nunca como la que me ocurri en el puerto a donde llegaremosdentro de poco: Punta Arenas. Ah vi un fantasma; ha sido la nica vez en mi largavida que he visto cosa tan rara!

    Al or nombrar el lejano lugar, Alejandro levant la cabeza con atencin,vnole a la memoria su hermano, del cual tena un vago recuerdo, y la promesa quele haba hecho a su madre de buscarlo por los canales y mares del Sur, a donde LaBaquedano se diriga ahora.

    Me qued en esas tierras, hace muchos aos continu el viejo sargento

    carpintero, con el propsito de hacer dinero trabajando en las estanciasganaderas; pero aunque pude hacerlo, no soport la ausencia del mar, y me dirig ala ciudad de Punta Arenas, en busca de plaza a bordo de cualquier barco.

    Los grumetes se acomodaron, aprontndose a escuchar una de las buenasnarraciones del viejo Escobedo.

    Y no encontr embargo sigui el sargento, con acento calmoso; pero,en cambio, le en un peridico que se necesitaban con hombres de mar para elpontn Leonora.

    El Leonora haba sido un hermoso velero de cuatro palos que, rescatado

    de las rocas del Estrecho de Magallanes, en un naufragio acaecido hacemuchsimos aos, haba sido convertido en pontn por una compaa naviera; esdecir, en bodega flotante, para guardar mercaderas de trasbordo.

    Su tripulacin estaba compuesta de un patrn (ttulo de la marinamercante que llevan los que comandan un remolcador o un pontn) y cuatromarineros.

    Todo esto lo averig en la pensin de marineros donde me alojaba, y , aldecirle a uno de mis compaeros de hospedaje que me iba a presentar paracontratarme de marinero en el Leonora, me advirti con cierta alarma: Mire, no

    es conveniente que vaya a ese barco; para el Leonora slo se contratan losdesesperados, los peores marineros, los que no encuentran contrato; porque desdehace muchos aos, cada cierto tiempo, desaparece misteriosamente de ese barco unhombre; nadie sabe cmo mueren; a veces se encuentra el cadver en la playa yotras veces ni eso. Yo tuve un compadre, Jess Barra, que aguant a bordo cuatroaos y durante ese tiempo desaparecieron cuatro de sus compaeros, uno por ao.

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    A m no me lleva el demonio que tiene embrujado a este barco; voy aacabar con l! deca, golpendose el pecho, mi compadre; fatalmente, tambin selo llev una noche, porque todos han desaparecido de noche.

    Este ao no se ha llevado a nadie an, y no vaya a ser usted el elegido!

    termin medio en serio y en broma mi compaero de pensin.No le hice caso, nunca he credo en patraas; aunque ahora que me estoy

    poniendo viejo suelo atar los cabos de tantas cosas que me han sucedido y tengomis dudas continu, sonriendo, el sargento, mientras algunos grumetes setendan en la cubierta del castillo con la cara entre las manos, mirando al viejo parano perder detalle de su relato.

    Fui a la Oficina Armadora y me contrat para la el Leonora; de allesperara el paso de algn vapor para regresar a la zona Norte.

    Claro que mis compaeros eran unos granujas, de los que bota la ola en los

    puertos; me lo dijeron, apenas los v, sus caras, donde ms de un cuchillo habadejado su huella. El mismo patrn no pareca de los trigos muy limpios. Aqu nohay tal embrujamiento me dije; con stos, quin no va a desaparecer!.

    En fin, a lo hecho pecho, y me puse a cumplir mis obligaciones, que eranmuy pocas, pues la vida a bordo de los pontones es descansada; estn toda la vidaanclados, girando sobre sus cadenas con la proa siempre al viento. Se trabajabaslo cuando atracaba algn barco a descargar o a cargar; el resto del tiempo meentretena haciendo pequeos bergantines o pescando sabrosos rbalos, choros ocentollas.

    Recorr el barco, que haba sido hermoso. Las paredes y cielos de lacmara, tallados; las sillas y mesas, de caoba y cedro; las escaleras, con figuras deserpientes en las barandas, incrustaciones de bronce macizo; en fin, toda la riquezade las antiguas naves. Pero lo que ms me llam la atencin fue cuando, desde un

    bote, v el mascarn de proa (figura representando una diosa, un dios o una bellamujer, que los antiguos barcos llevaban en la proa, bajo el bauprs, y sobre loscuales corran mitos y leyendas). Representaba una sirena, la cara y el cuerpo tan

    bonitos como una virgen, sus dos lindos brazos abiertos como queriendo abrazar almar y las aletas pegadas a los bordes, igual que una aparicin, blanca como el

    mrmol.Una ligera brisa suelta hizo flamear algunas velas que resonaron como un

    bombo; el sargento mir escudriando el horizonte.

    Parece que se va a levantar fresco dijo, y continu su relato:

    Tuvimos algunos temporales a bordo del Leonora, sin peligro niconsecuencias. Lleg el invierno, las montaas, la ciudad y la costa misma se

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    pusieron blancas de nieve, los temporales disminuyeron y todo se puso tantranquilo y fro que pareca de vidrio. Ya vern ustedes lo rara que es esa tierra!

    Nada extrao ocurra a bordo; bajbamos muy pocas veces a tierra y hastanos olvidamos del caso que daba tanta fama al Leonora.

    Lleg julio, mes en que obscurece a las cuatro de la tarde y amanece a las 9de la maana. Las noches eran largas y pesadas y la vida se haca aburridora en elpontn. Es malo que el hombre se acostumbre a lo flojo, y si no ha encontrado unlugar a su gusto, debe moverse hasta hallarlo; para eso la tierra es redonda y detodos sentenci el sargento.

    La flojera y la falta de trabajo me hacan pensar tonteras y as medesvelaba noches enteras oyendo cmo el viento silbaba en los palos de ese buqueque pareca muerto, y que en otros tiempos tuvo un velamen tan lindo como el denuestra querida chancha.

    A estos desvelos me acompaaron las pesadillas, y me tom el mal genioen tal forma, que no hablaba con nadie.

    Decid, pues, poner trmino a mi contrato, y me dispuse para marcharme atierra en quince das ms.

    Una noche, despus de una nevada, sali la luna, y todo qued tan quieto ycristalino, que aquello pareca otro mundo. Di un paseo por la cubierta y me fui alcamarote; no se extraen, tenamos cada uno su camarote; haba tantos que notenan importancia. To, seguramente, ocupaba el que fue de algn primer piloto

    Apagu la vela usbamos esa luz en el interior, y no dir que mequed dormido, sino que en ese estado en que uno, casi despierto, ve y sueo cosasque jurara verdaderas.

    As estaba, cuando sent que abran mi puerta, cuidadosamente, y unafigura blanca entr a mi cuarto; al principio cre que era la luz de la luna, peroluego vi que la figura cerraba la puerta y continuaba tan blanca como loscautiles9.

    Yo siempre les he tenido ms temor a las cosas de este mundo que a las delotro, a los vivos que a los muertos, y como aquello tena trazas de una aparicin,

    me qued no ms tranquilo, esperando lo que sucediera.Y sucedi que la figura se me acerc con cautela; vesta una tnica blanca;su cara, tan hermosa que no la olvidar jams, y sus manos me hicieron seas deque la acompaara.

    Como permaneciera indeciso, me tom del brazo y, no s, me sent como

    9Cautiles:Fosforescencias que algunas noches aparecen en el mar cuando lo rompe la proade una embarcacin o el paleo de los remos.

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    atrado por esa figura tan bella y la segu con la confianza con que se sigue a unnio.

    Caminamos sobre la cubierta tapizada de nieve, descendimos por laescotilla de una bodega de proa, ella siempre adelante y llevndome de una mano;

    en el fondo de la bodega busc un rincn que siempre estaba cubierto de telaraas,abri una puerta que hasta entonces no conoca y por una pequea escalerillabajamos hasta la sobrequilla, de all avanzamos haca la roda y en la obscuridad,atenuada por el resplandor que produca su figura, me seal un enorme candadoenmohecido que pasaba dos eslabones.

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    Volvimos a subir por donde bajamos y, ya en cubierta, me condujo hasta elescobn; yo quera preguntarle qu haba detrs de ese enorme candadoenmohecido por los aos, hacia dnde me llevaba, etc., pero la lengua se metrataba y una atraccin irresistible y misteriosa me obligaba a seguirla.

    Pasamos el escobn y empezamos a caminar sobre el bauprs, siempre dela mano y con una seguridad que no la tiene el mejor grumete en el tangn10.

    10Tangn:Madero por donde descienden los marineros en vez de la escalera.

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    Ya nos acercbamos al extremo, cuando oigo un grito:

    Eh, Escobedo!

    Algo extrao pas por mi persona, di vuelta la cara y vi al patrn delLeonora, arrebujado con un chaquetn y con una carabina en las manos.

    Pero apenas lo alcanc a ver, perd pie, me abalanc y ca del bauprs.Aferrado fuertemente de un cable del canastillo, qued suspendido

    balancendome.

    Pero qu terrible! Mejor hubiera cado al mar! Los pelos se me erizaron depunta ante la visin, y grit: Aqu est!

    All estaba mirndome, con los mismos ojos, con la misma cara, con lasmismas manos que me condujeron a travs del barco, el gran mascarn de proa.Era la misma figura de la visin!

    Usted se est volviendo loco, Escobedo! me dijo el patrn cuando yaestaba en la cubierta.

    No s si es sueo o verdad, patrn; no soy sonmbulo, pero le juro que lavi, y es la misma del mascarn; si usted no me grita, sta es la hora en que estoyentre los erizos y centollas, con ella o sin ella. Mi turno haba llegado, y usted mesalv la vida le dije al patrn del Leonora, despus de contarle el extrao caso.

    Vamos a tomar un trago de Ginebra me dijo el hombre, y continu:Sent ruido de pasos, cre que algn bote de ladrones haba asaltado al pontn,tom mi Winchester y me iba a despertarlos, cuando vi que usted avanzaba con

    una mano estirada, como si esperara que alguien se la tomara, del escobn albauprs. Ir a levantar algn anzuelo, me dije, pero luego vi que, como unsonmbulo, caminaba sobre el bauprs y, antes que cayera al mar, le grit.

    Al da siguiente cont lo sucedido a mis compaeros; me miraron concuriosidad, como si no me encontraran en mi sano juicio; pero luego lleg el patrny confirm mi relato.

    Vamos a ver si es cierto lo del paol con el candado dije; y bajamos a labodega. Encontr la misteriosa puerta, pero llena de telaraas, sin muestra dehaber sido abierta.

    Esta es la puerta! exclam; todos la miraron asombrados; nadie sehaba dado cuenta, antes, de ella. Descendimos por la escalerilla a la roda, por elmismo camino que haba recorrido con el fantasma o visin. Llegamos,alumbrndonos con un farol, hasta unos tambores antiguos de brea vieja,endurecida por los aos, como piedra. Los retiramos con gran esfuerzo, y allvimos la pequea puerta cerrada con el enorme candado.

    Con una barreta rompimos el mecanismo del candado y a tirones abrimos

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    la puerta ajustada a su marco por los aos.

    Agachndonos, penetramos, el patrn y yo, en esa especie de cubichete11

    casi metido en la misma roda, como una carlinga12.

    Qu raro es todo esto! murmur el patrn del Leonora, mientras yo

    levantaba el farol para iluminar aquel cuartucho.En el suelo descubrimos un pequeo bulto, casi a ras con el piso; al ir a

    tomarlo, algo se me deshizo entre los dedos, como esas cortezas de rbolespodridas y secas.

    Nos acercamos a mirarlo, y vimos un cadver, al parecer de mujer, cuyoesqueleto estaba envuelto en algo que semejaba ropas; la calavera era el miembroque se hallaba ms intacto.

    Nada ms encontramos en el cubichete, y ya nos disponamos a retirarnos,impresionados por el hallazgo, cuando divis algo como un papel cerca del

    cadver. Un momento!, dije, y me dirig a recogerlo.

    Era realmente un papel apergaminado; lo acercamos al farol y lemos en l:He cado en manos de un hombre cruel y vengativo. Quiso arrancarme el secreto de losbancos de perlas que quedan al Norte del cabo Anan-Aka; primero, ofrecindome su mano y

    dndome todo lo que tena, incluso este barco en cuya proa hizo esculpir un mascarn

    representando mi persona; despus, me ha sometido a terribles suplicios; y, por ltimo, me

    encarcel en este siniestro lugar. Lo odio, porque asesin a mi padre y destruy nuestra flota

    pesquera. S que me quedan pocas horas de vida en medio de un gran sufrimiento; pero no

    importa: ya que no pude vengar a mi padre, me llevar a la tumba el secreto de los bancos de

    ostras perlferas. Una maldicin eterna caiga sobre Childrake, sobre su barco que lleva mi

    nombre y mi figura en su proa, sobre su tripulacin y sobre todo el que habite a su bordo.

    LEONORA BRUCE.13-VI-1863.

    Pusimos los antecedentes en manos de las autoridades martimas. Sellevaron a tierra los pocos huesos y el polvo del cadver. El patrn del Leonorano quiso saber nada con el mascarn y, hecho pedazos, lo bot al mar.

    En el Cementerio de Punta Arenas, en un rincn apartado, hay una cruzque clavaron manos piadosas, y en ella una inscripcin que dice: Leonora Bruce, ydebajo, donde se ponen las fechas de nacimiento y fallecimiento, dos signosinterrogativos (-?) cerrados por un parntesis.

    Cada vez que recalamos en ese puerto voy al Cementerio a visitar la cruz,pregunto si ha desaparecido algn tripulante ms del Leonora, y me respondenque no, desde hace muchos aos termin el sargento carpintero.

    11Cubichetes:Castas que resguardan las escotillas.12Carlinga:Espacio que queda entre la quilla y la sobrequilla.

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    El horizonte empez a cargarse de nubes hacia el Suroeste; el pito de unoficial instructor se dej or, y la tripulacin fue llamada a otras obligaciones.

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    VITempestad mar afuera

    Atrinca para la mar! Atrinca para la mar! La enrgica voz de orden fuerepetida por diferentes voces de popa, y un movimiento de hombres y jarciasrecorri a la corbeta y sus trescientos un tripulantes.

    El barmetro sigue bajando! exclam el Comandante Caldern,mientras se paseaba en el puente de mando.

    Y al anochecer estaremos a la altura del Cabo Tres Montes! dijo eloficial de navegacin, Teniente Martnez.

    La corbeta navegaba ya en plena zona austral, donde los mares son

    extremadamente tempestuosos y los vientos huracanados.La conversacin entre el primer comandante, capitn de navo Caldern, y

    el oficial de ruta, Teniente Martnez, tena lugar precisamente cuando LaBaquedano empezaba a tener a la cuadra13de babor a esa arisca cabezota que seinterna en el Pacfico, antes del Golfo de Penas: la pennsula de Tai-Tao.

    La corbeta avanzaba a grandes voltejeadas, mar afuera, luchando con unfuerte viento del Sureste, muy raro en esas regiones y que cuando sopla es auguriode tempestad.

    El velamen superior haba sido cargado (recogido) y slo se navegaba con

    las cuchillas, mesana y vergas bajas.Todo en la cubierta indicaba que algo extraordinario se esperaba.

    Hoy s que vas a ver bailar a La Chancha14! dijo un marinero,frotndose las manos de gusto, cuando encontr a Alejandro.

    El nio ya haba visto algunos temporales pequeos; pero desde que, por elfro y las borrascas, not que haban entrado a una zona tempestuosa, empez aesperar con inquietud el anuncio de un temporal.

    Los contramaestres con los marineros ms prcticos recorran de popa a

    proa, amarrando cables, engrasando motones, retirando todo lo que pudieraestorbar en cubierta y disponiendo las escotas y jarcias para la rapidez de lamaniobra. Un barco que fuera a entrar en combate no se preparara mejor.

    Y un combate de proporciones lo esperaba al parecer, pues el comandante

    13A la cuadra: Lo que va quedando al costado de un buque en la navegacin.14La chancha: Apodo familiar que los marinos de la Armada de Chile dieron al buque-

    escuela corbeta General Baquedano.

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    Caldern se haba vestido con su ropa de agua, puesto sus botas y su gran sombresouth west. Esto lo saba muy bien la tripulacin: cuando el viejo lobo de marsala de su lujosa guarida de popa y se pona esta tenida, era porque haba olido latempestad.

    A pesar de la pericia con que se realizaban las voltejeadas y virajes, no eramucho lo que se avanzaba en contra de ese maldito viento del Sur-este. La costa dela pennsula es abrupta, inhspita y no hay dnde fondear.

    Lo importante es ganar el Cabo Tres Montes, y luego, si el temporalarrecia, doblar hacia el interior del Golfo de Penas y buscar fondeadero en la costaNorte! dijo el comandante, empleando la jerga marinera, que era el vocabularioque usaba cuando se encontraba brazo a brazo luchando con su gente.

    Lo importante es pasar el Cabo! subray el oficial de guardia.

    La comida se sirvi como se pudo. Nadie pens en comer en plato, sino que

    los marineros, abrazados a las mismas garrafas, ingurgitaron con sus cucharas lassopas, los porotos y el asado, mientras el barco bailaba de babor a estribor.

    A bordo la disciplina militar de cuadradas, manos a la visera, etc., llega slohasta cierto lmite; es imposible que un cabo se cuadre ante su teniente en medio deun temporal, cuando la cuadrada puede hacer perder la vida a ambos. A bordo, enesos instantes, hay otra disciplina: la del corazn, la del valor, la de la serenidad; essuperior slo el que posee ms grandes cualidades.

    Si puede ser tan grande el temporal, por qu no encienden los fuegos ynavegamos a mquina? interrog un grumete.

    Cllate, imbcil, eso no lo dice un marino de La Baquedano! lereplic otro, y continu: Hay orden de navegar a vela hasta el Messier, y secumplir hasta donde se pueda.

    La noche empez a caer con sus sombras negras, ms negras que otrasnoches.

    El barmetro sigue bajando, comandante! comunic el oficial de ruta.

    No importa; ms fuerte que el tifn que tuvimos en el Japn no ha de serste; lo importante es alcanzar Tres Montes! expres el comandante.

    La obscuridad de la noche se hizo densa. La lluvia arreci en aguacero.Todo fue amarrado y encerrado. Ni un ruido extrao denotaba una puerta

    abierta, un cable suelto o un barril rodando; pareca que el barco haba recogidotodas sus cosas sueltas y las hubiera apretado contra su cuerpo hasta sentirse msslido, ms unido y aligerado, para entrar en la lucha contra su eterno enemigo: elmar.

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    Todo el mundo a su coy, con la ropa de agua lista; slo quedan encubierta las guardias reforzadas! orden el comandante.

    En el entrepuente, la marinera se dispuso a descansar. Los viejos marinerosse sacaron las ropas como todos los das y algunos empezaron a roncar como si

    estuvieran anclados en la ms tranquila de las bahas. Los grumetes estaban unpoco azorados; algunos se recostaron con la ropa de agua puesta, en los coyes;otros, imitando, forzadamente, a los viejos lobos de mar que roncaban, sedesvistieron, pero slo para darse vueltas, nerviosos, en sus colchones.

    Duerma, nios; si La Chancha se va para abajo, llegaremos durmiendohasta la madre jibia! dijo uno.

    Esta noche s que no hay tres bultos a estribor, amigo Silva! exclamun grumete.

    Ni pilchas que echar por la borda! replic Alejandro, aludiendo a la

    flojera de su compaero, que por no lavar su ropa la colgaba de una soga en laborda y dejaba que el mar se la lavase durante la navegacin, por lo cual haba sidoamonestado en repetidas ocasiones.

    Esta noche no hay tope ni serviolas; van a faltar brazos para cazar yaflojar las escotas! habl otro.

    Hoy todos somos iguales! exclam un marinero joven, muy dado a lalectura.

    A ver, t, por qu no vas al puente a tocar silencio? dijo alguien,cuando amaneci el corneta.

    Anda a tocarle al viento para que deje de bramar!

    Te la hace tragar! dijeron varios.

    El corneta, sostenindose en un fierro, llev el instrumento a sus labios ylanz un toque estridente, molesto, en venganza.

    Eh, nos vienes a hacer ruido en vez de silencio! alcanz a protestar unoque fue despertado por el toque.

    Eran las 21 horas en punto, y ya no se oy voz alguna en el entrepuente.

    En la cubierta slo dominaban el aguacero, el viento y el mar. Los puestosms peligrosos estaban servidos por marineros, y los grumetes en los secundarios.Algunos, por orden superior, estaban amarrados al palo o a alguna parte delrecinto en que les corresponda maniobrar.

    Las bordadas eran prolongadas y fatigosas. Durante ellas el barco corraveloz, escorado15a estribor cuando iba hacia el este, y a babor cuando al Oeste. Las

    15Escorado: Ladeado, inclinado por efecto del viento en las velas.

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    guardias se agazaparon guarecindose como podan de las olas que barran lacubierta.

    El temporal no daba seales de amainar; por el contrario, iba en aumento. Elcomandante Caldern, en persona, sala a la intemperie del puente a dar de propia

    voz las voces de mando, por medio de un megfono; pareca un lobo de mar,reluciente y corpulento, con su encerado baldeado por el agua.

    Los oficiales miraban sus relojes, nerviosos, sabiendo que las tempestadesamainan o aumentan de cuatro en cuatro horas.

    En el entrepuente ya no dorman ni los marineros ms viejos; seencendieron las luces, y los hombres, de caras serenas, pero con los ojos bienabiertos, miraban fijamente al techo. La corbeta pareca quejarse, crujan suscostados como si fuerzas enormes quisieran reventarla como un huevo.

    Los nios, es decir, los grumetes, empezaron a abrir sus labios en un gesto

    de temor a cada golpe de mar que pareca hacer pedazos a la pobre nave.El ruido del mar vena de todos lados: de abajo, de los costados, de la

    cubierta misma, donde se oa azotarse las olas contra los palos y casetas.

    Algunos grumetes, temerosos, temblaban ante una formidable sacudida, yse preguntaban mentalmente si estaran navegando sobre el mar o bajo l.

    Las luces se apagaron de pronto y el sobrecogimiento aument.

    Alejandro, con la ropa de agua puesta, se sent en su coy y mir enderredor; todo estaba en sombras, era aterrante; todos despiertos y atentos, pero

    nadie profera una palabra.La luz se volvi a encender. El nio, acostado, record las palabras de un

    marinero que un da le dijo: En el mar, cuando la muerte se acerca, hay que abrirbien los ojos y mirarla de frente; entonces no asusta: es como si fueras adesembarcar de una chalupa a un malecn. Por eso es menos feo un naufragio enun bote que en un buque; en el bote, uno est mirando a la muerte cara a cara, danganas de levantarse y salir caminando del brazo de ella por entre las olas; pero enun gran transatlntico hay tanto aparato, tanto ruido y bocinazos, las muerte seanuncia con tanta cosa terrorfica, que cuando llega uno est vuelto loco. Cuando

    ms grande es el barco, ms feo es el naufragio.De pronto el entrepuente se fue elevando hasta un punto a donde no haballegado antes, y despus descendi vertiginosamente y un golpe sordo hizotemblar en forma estruendosa a la nave; despus qued como detenida en unpunto, oscilando, palpitando toda, como si estuviera en el umbral del abismo.

    Los coyes chocaron contra el cielo raso del entrepuente, uno o dos hombrescayeron al suelo y algo como un chillido de terror se oy en un rincn.

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    Alejandro qued con el corazn en suspenso, como si se le fuera a salir porla boca, apret sus manos hasta hundirse las uas en la carne y abri los ojosdesmesuradamente, esperando, esperando a la muerte, cara a cara, como le habadicho el marinero

    Pero La Chancha sigui dando seales de vida entre tumbo y tumbo, msresuelta que nunca a luchar con el mar. En realidad, tres grandes olas la habanpescado en una delicada maniobra de viraje y estuvo en el punto en que un buquepuede irse por ojo.

    Fue una virada por avante; parece que se est poniendo seria la cosa! habl un marinero, despus de mucho rato.

    Los foques y trinquetilla seguramente no cazaron bien el viento en lavirada, y el barco se aconch! continu otro.

    Es preferible la virada por avante, de otro modo se puede perder todo lo

    avanzado en la barcada; el comandante Caldern es buen marino, y jams virardndole el trasero al viento! termin un viejo.

    Relevo de guardias! grit un contramaestre, abriendo la tapa de laescotilla.

    Eran como las cuatro de la maana. Los marineros y grumetes que lescorresponda reemplazar a sus compaeros se aperaron con sus encerados ysubieron por grupos hacia la cubierta. Entre los del palo trinquete estabaAlejandro.

    Esperaron el paso de una gran ola y agrupados corrieron a sus puestoscorrespondientes; al nio, con dos compaeros ms, le corresponda una de lasescotas.

    El espectculo de la cubierta no era menos terrible que el del entrepuente. Elbuque corra montando verdaderas montaas de agua; el Pacfico Sur estaba enuna de sus noches de furia, y slo grandes marinos podan desafiarlo as.

    Las mares chicas las pasaba velozmente y con facilidad; pero cuandollegaban las tres caractersticas mares grandes, la velocidad disminua, segobernaba emproando de medio lado a las olas y las cruzaba con el reventn de

    una de ellas sobre la cubierta, que era barrida de proa a popa. Era el momento depeligro; los grumetes se aferraban al suelo para no ser arrastrados por el golpe demar.

    Noche horrenda. El ser humano se reduce a un frgil juguete de loselementos y slo el herosmo no le permite entregarse prontamente a una muerteque se espera.

    En tres bordadas ms creo que alcanzaremos a doblar Tres Montes! dijo

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    el comandante mirando su reloj.

    Pas la hora en que poda amainar, y la cosa sigue peor! exclam eloficial de guardia.

    La direccin del viento no cambia! observ el oficial de ruta.

    La corbeta voltejeaba hacia mar afuera, segura a pesar del peligro.Alejandro comprob, ya empapado de agua, que era preferible estar afuera

    midiendo el peligro que encerrado en la ratonera del entrepuente.

    De pronto se oy un silbato que atraves las bocanadas de agua y viento, yun grito de orden.

    Prepararse para virar por avante! grit el cabo contramaestre, quemandaba la guardia del trinquete.

    En todos los palos los hombres se pusieron alerta.

    Virar por avante! grit una voz.Cazar las escotas de estribor!

    Y otras voces de mando sucedieron a stas.

    La tripulacin en sus puestos empez a aflojar y recoger los cabos de lasescotas. La corbeta dio ms popa al viento y emprendi una carrera ms veloz.

    Cuando iba en el momento mejor de esta carrera, el comandante, en elpuente de mando, grit:

    Cierra a babor!

    Y dos timoneles, con gran fuerza, dieron vueltas a las cabillas de la rueda, yla nave empez a virar hacia ese lado.

    Cazar las escotas de babor! se orden en los palos.

    La Baquedano puso proa al viento, disminuy de golpe su andar y elvelamen empez a flamear como trapos sueltos, con tal fuerza, que pareca que ibaa hacerse trizas.

    La barca se debata sin velocidad y, por lo tanto sin direccin entre lasgrandes olas. Los instantes eran terribles; el momento, el ms peligroso de lanavegacin.

    Pronto el pitifoque, foque y trinquetilla dejaron de flamear, y en su senoempezaron a recoger el viento por el lado de estribor, el buque fue virado hacia

    babor, el resto del velamen empez a tomar viento y parti de nuevo, escorado, ensu carrera, a medias, contra el viento.

    Los marineros y grumetes, despus de tesar y amarrar sus escotas, seagazaparon de nuevo sobre el suelo de la cubierta en espera del trmino de ese

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    suplicio.

    Pronto Alejandro cambi de pensamiento y opin que era preferible morirdescansando en el entrepuente que sufrir los azotes de esa noche horrenda en lacubierta. Empapado, el fro empez a minar su cuerpo de muchacho de 15 aos, y,

    poco a poco, fue entrando en ese estado de inanicin en que se quiebran lavoluntad ms heroica y el espritu ms vigoroso.

    El mar aumentaba sus furias; ya no pareca ocano, sino un mundo demontaas enloquecidas que bailaban estrellndose unas con otras. El vientoaullaba y bramaba a ratos, el aguacero caa como si otro mar se descargara encima.De vez en cuando, algo como unos gritos lacerantes, plaideros, estentreos salade las bocanadas de agua y viento: era la voz de la tempestad.

    La bordada se iba haciendo larga; haca una hora que se navegaba en lamisma direccin, cuando de nuevo son el silbato y resonaron las voces.

    Prepararse para virar por avante!El mismo movimiento anterior. Los hombres a sus puestos y los cabos listos.

    De nuevo la corbeta dio ms velamen, emprendi su veloz carrera y, cuandoiba en lo mejor, un golpe de timn la hizo virar, esta vez hacia estribor. El mismoflameo de foques, cuchillas y mesana; las mismas mares terribles entrando por laproa y queriendo hacer zozobrar al buque, y los mismos instantes lgidos con lamuerte al frente.

    Los foques cazaron el viento, la mesana y cuchillas se inflaron, y empezabala otra bordada cuando algo extrao se vi que ocurra en el palo mayor.

    Una verga no obedeca y, trabada, se opona al viento, haciendo peligrar laprecaria estabilidad de la nave.

    El temporal pareci aprovechar el instante desventajoso en que seencontraba su enemigo, y aument sus furias; el buque avanzaba en mala forma. Elestruendo de la tempestad era horrsono.

    De pronto un hombre se destac entre las jarcias del mayor y trep como unmono hacia la verga trabada.

    Toda la tripulacin, en suspenso, contemplaba como poda el acto de ese

    valiente.A veces oscilaba como si fuera a caer al mar; pero esperaba que pasara el

    balance y en la otra viada16aprovechaba de trepar un poco ms.

    De sbito, un resplandor ilumin su cara. El comandante haba ordenadoque iluminaran la verga con el reflector.

    16Viada:Impulso postrero dado por el motor o el velamen.

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    Subi con ms seguridad; su cara era noble y afrontaba el peligroserenamente, sin una mueca de indecisin.

    El comandante y los oficiales contemplaban, emocionados, desde el puentede mando, la maniobra del marinero.

    Alejandro se olvid de la tempestad y se aferr a dos manos para ver mejorla heroicidad de este hombre.

    Subi al pie de la verga. Se le vi afirmarse en unas jarcias y sacar uncuchillo marinero que relampague a la luz del reflector; se agach y empez acortar un cabo manila.

    De pronto se le vi morder el cuchillo con los dientes y tomarse del cabo quetena trabada la verga; pero esto dur un segundo; al instante, su cuerpo sedesprendi de donde estaba afirmado y, colgando del cable que cortara, empez a

    balancearse.

    Aferrado con las manos al chicote del cabo y con el cuchillo entre losdientes, era un espectculo sobrecogedor.

    Trat, con una maroma, de trepar por el cabo; pero una ola inmensa escorpeligrosamente al barco, un golpe de viento hizo girar el velamen de la verga y,azotado entre las jarcias, se desprendi de pronto y, como una sombra, se perdientre la noche y el mar.

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    Estaba de ms el grito de Hombre al agua!, como asimismo intil el

    picarn con su salvavidas en la toldilla.

    Tal cual lo prevea el comandante, a la tercera bordada, La Baquedanodobl el Cabo Tres Montes y entr de un largo hacia el interior del Golfo de Penas,en busca de un puerto para capear el temporal.

    Con las primeras luces del alba, en una feliz maniobra, entraba a palo secoen la guarecida baha de Puerto Refugio, que queda en la parte Norte del Golfo.

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    En el puerto le esperaba una sorpresa: una flota ballenera con el buquemadre y cuatro pequeos cazadores capeaba el temporal. Tambin lo esperaba unahuella trgica: el transporte de la Armada Valdivia, encallado aos antes en unaroca marina desconocida, mostraba su popa en la superficie, como una triste

    advertencia a sus compaeros de flota.La gloriosa corbeta haba tenido un hijo ms en la primera etapa de su ruta;pero haba perdido otro muy querido. El libro bitcora consignaba la mismatripulacin del da de su partida de Talcahuano: trescientos hombres!

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    VIILa caza de ballenas

    Amaneci un da esplndido. La baha de Puerto Refugio es un rincnrodeado de grandes cordilleras que lo defienden de todos los vientos. Musgos yalgunos robles raquticos es la nica vegetacin de esos cerros.

    La tempestad se haba disipado, y como recuerdo de ella, slo algunasnubes blancas y algodonosas pasaban de vez en cuando desgarrndose en los altospicos.

    En el centro de la baha, La Baquedano descansaba como un perro mojadoo como un caballo sudado que hubiera galopado leguas y leguas. Las velas

    colgaban de los mstiles, mojadas, inertes, como brazos cados; en la proa sesecaban los foques, semejando esos pauelos que les ponen en la frente a losenfermos enfebrecidos.

    La pobre nave, alicada, mostraba todos los rostros del horrendo temporalque haba corrido la noche anterior.

    En cubierta, oficiales y tripulacin recorran las dependencias arreglando losdestrozos de la tempestad.

    La Chancha! parece una boya, por lo buena para la mar! dijoAlejandro, mientras ayudaba a un compaero a extender una vela del trinquete en

    el castillo.Y casi lo es! respondi aqul, y continu : Tiene triple fondo, primero

    el casco de fierro, luego una gruesa capa de madera especial, impermeable, dura yliviana como un corcho, y, por ltimo, encima de todo, una revestidura de planchasde cobre para que no penetre la broma (gusano que horada el fondo de los barcos).Esta no se hunde sino a pedazos termin el grumete.

    No saldremos hasta reparar los desperfectos; tal vez hasta pasadomaana! coment otro.

    Un toque de clarn vino a interrumpir esta conversacin: se llamaba aformacin para la lectura de la Orden del Da y pasar lista.

    Toda la tripulacin, de comandante a grumete, se puso en correctaformacin en la cubierta.

    Un cabo escribiente fue nombrando uno por uno a los tripulantes, quecontestaban, cuadrndose, con la voz de Firme!.

    Haba nombrado ya ms de la mitad de la tripulacin, cuando dijo:

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    Marinero primero, Juan Bautista Crcamo!

    Un breve silencio, y luego se oy una voz fuete, pausada y grave:

    Muerto en actos del servicio!

    Algo extrao recorri los rostros de esos trescientos hombres, algunas

    pupilas tristes se elevaron para mirar la bandera tricolor que flameaba a media astaen el palo de mesana y otras cabezas se agacharon tocadas por algo hondo en elcorazn.

    Alejandro revivi la visin del marinero que se perdi entre la noche y elmar con el cuchillo reluciente apretado entre los dientes, y algo nuevo sinti en suinterior: un sentimiento de solidaridad, de unin con esos doscientos noventa ynueve hombres y ese barco. Todos eran una sola cosa.

    El cabo escribiente continu pasando lista.

    Una vez que hubo terminado, empez la lectura de la Orden del Da.Despus de leer las disposiciones de las faenas y maniobras diarias, lleg alsiguiente acpite, breve, con ese laconismo que caracteriza a los mensajes de loshombres de mar:

    Marinero Primero, Juan Bautista Crcamo. A las 4.45 de la madrugada, encircunstancias que este tripulante, en un acto de arrojo, subi a cortar unas jarcias que

    entrababan a la verga del mayor, haciendo peligrar el barco, despus de haberlo conseguido,

    cay al mar, pereciendo. Muri cumpliendo con su deber.

    El comandante, interrumpiendo la lectura de la Orden, habl:

    Vamos a guardar un minuto de silencio en memoria de ese valientehombre de mar!

    Atencin, firmes! orden el segundo comandante Corneta, toquesilencio!

    El lastimero toque de silencio reson por los mbitos de la baha; la terceranota, alta, prolongada, se fue extinguiendo como un lamento, y los trescientoshombres permanecieron firmes, cuadrados, hierticos, con los ojos fijos en la nada.

    Algunos grumetes no pudieron contener las gruesas lgrimas que rodabanpor sus mejillas adolescentes.

    Todos tenan la cabeza alta, menos uno, el viejo sargento carpinteroEscobedo, que all en un extremo, con la cabeza ladeada, contemplaba con intensatristeza al mar, como quien contempla una tumba abierta. Recordaba que en esamisma posicin haba estado otras veces, en otros mares y latitudes, a bordo de esemismo barco, despidiendo a muchos compaeros idos.

    El da y el personal se distribuyeron en arreglo de destrozos, en pesca de

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    choros, en botes, y una comisin de cadetes y grumetes, al mando de un oficial, fueinvitada por los cazadores de ballenas a presenciar una cacera.

    Pasaron primero a saludar al capitn del buque insignia, Indus I, donde sedescuartizaban las ballenas y se derretan en grandes calderos para obtener el

    aceite, y luego se distribuyeron en dos cazadores de los cuatro que esa maana sehacan a la mar: el Chile y el Noruega.

    Los marinos noruegos y chilenos que tripulaban la flota les obsequiaron conboquillas de mbar de ballena y otros hermosos objetos de marfil, elaboradosdurante sus ratos de ocio.

    A Alejandro, que iba en la comisin, le correspondi subir al Noruega,pequeo y extrao vaporcito que comandaba un noruego macizo y ancho como unhipoptamo. Mientas montaba la borda, vi cmo sobre las enormes ballenas querodeaban al buque madre andaban hombres con zapatos que tenan grandes clavos

    en la suela para sostenerse en la resbaladiza piel y cortar con especies de hachasgrandes lonjas de ballena que eran izadas por los aparejos del Indus I y llevadasa los tachos para derretirlas.

    Cuatro sirenas a un tiempo resonaron en la paz de Puerto Refugio. Contest,ms potente y gruesa, la del buque madre, y los cuatro pequeos, grciles yesbeltos balleneros tomaron rumbo mar afuera, a diecisis millas por hora.

    Se abrieron en abanico. Dos de ellos llevaban una comisin de tres o cuatrodas, y el Noruega y el Chile slo de un da, para dar oportunidad a losestudiantes de La Baquedano de presenciar una cacera.

    Lo importante es que encontremos ballenas! habl un piloto delNoruega, y explicndoles a los cadetes y grumetes, continu: Los cazadoressalen a alta mar en busca de ballenas, por tres o cuatro das. Primero se dedicanexclusivamente a cazarlas. A cada ballena cazada se le coloca en el lomo una

    bandera que lleva el nombre del barco, se la deja flotando a la deriva, porque seraimposible continuar persiguiendo a las otras con uno o dos de estos pesadoscetceos a remolque.

    Despus, cuando se considera oportuno, se vuelve recogiendo las ballenasmuertas; uno conoce las corrientes y los vientos y es muy difcil que se pierda una,

    salvo que un temporal continuado, de varios das, la arrastre muy lejos.Generalmente, cada cazador trae de dos a cuatro ballenas, a veces logra

    cazarlas en un da, y otros demoran cuatro para obtener una. Difcil es que regreseuno sin ballenas al puerto, donde nos espera el buque industria o insignia, y si assucede se tapa la cara de vergenza antes de entrar, termin, sonriendo, el pilotochileno.

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    Mientras el Noruega navegaba a toda mquina, visitaron, adems, elcan de proa donde se coloca el arpn y se dispara con una carga de plvora igualque un proyectil.

    El arpn es un fierro aguzado de ms o menos un metro de largo y dos

    pulgadas de dimetro sigui explicando el piloto, que en su punta llevarecogidos tres o cuatro fierros ms pequeos que se abren en la forma en que seabren los rayos de un paraguas cuando el arpn ha penetrado en el cuerpo de la

    ballena y el cable a que va adherido lo contiene; eso se llama espoleta. La ballena,herida, se lanza a toda velocidad y el cable empieza a desenrollarse desde untambor que hay en el fondo de la bodega y que tiene, adems, un gran resorte deacero, para amortiguar los tirones de los ltimos estertores.

    Habran navegado ms de dos horas. El Noruega empez a dar grandescrculos, mientras en la cofa un viga escudriaba las lejanas.

    El grumete Silva deba estar all! dijo uno, y todos rieron concordialidad recordando la equivocacin del nio cuando hizo su primera guardiade tope.

    El mar, con una ola un poco gruesa, pareca un inmenso potrero arado. En lalejana se divisaba al Chile, rondando tambin como un curioso centinela de esosmares.

    Se sirvi un almuerzo frugal a bordo.

    Nuestras amigas ballenas parece que les tienen miedo a ustedes! dijoen la pequea cmara el grueso capitn noruego.

    A la media tarde se oy, de pronto, la voz del viga.

    Ballenas a babor!

    La tripulacin corri a sus puestos. El capitn noruego tom personalmentela rueda del timn; el piloto chileno, que era el cazador, se fue a proa junto al canque estaba cargado con el arpn y los visitantes se acomodaron de la mejor manerapara presenciar la cacera.

    En el horizonte, de sbito, varios chorros de agua se levantaron hacia elcielo.

    Vienen arrancando del Chile! profiri el capitn.Luego los chorros desaparecieron. El capitn orden a toda mquina, vir

    rpidamente a su buque y lo dirigi a un determinado punto, lejos del lugar dondehaban aparecido los chorros.

    El viejo lobo de los mares nrdicos de Europa conoca muy bien suprofesin. Vi que las ballenas se zambulleron, y como saba la direccin en que

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    iban a nadar bajo el mar, se dirigi calculando el punto preciso en que supona quedeban asomar de nuevo a la superficie.

    El Noruega corra a ms de diecisis millas por hora. Todo el mundoestaba anhelante en sus puestos. Slo el mar, impasible, pareca no darse cuenta deque le iban a arrancar a uno de sus ms hermosos y grandes hijos.

    De pronto se orden parar las mquinas; ni un ruido se oa a bordo, y elcapitn, en la caa del timn, con la ciada del andar, empez a zigzaguearcautelosamente.

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    De sbito, el mar se levant como impulsado por una extraa corriente yalgo como una ola ms negra brot en la superficie; luego otra ms pequeaemergi a su lado y cuatro chorros de agua se levantaron a gran altura. Eran una

    ballena grande y otra pequea.

    El barco gir como lo hace un caballo sobre sus patas traseras cuando elhuaso le aplica un golpe de riendas y de espuelas. Una detonacin domin el ruidode aguas y el animal se sumergi rpidamente.

    El cable se desenroll slo un poco. El capitn, en tono airado grit:

    No dio en blanco, piloto!

    S, capitn; el arpn le entr en pleno costado! respondi el piloto, conseguridad.

    Los segundos que pasaban eran de expectacin.

    De pronto, el pequeo barco cazador se estremeci y una cola giganteemergi en uno de sus costados, pas ms arriba de la borda y se azot contra lascasetas del barco.

    La gente arranc despavorida hacia el otro costado, y cadetes y grumetes semojaron como si hubiera entrado una ola.

    La ballena, embravecida, sigui dando terribles coletazos en el costado delpequeo cazador.

    Adelante, a toda mquina! orden el capitn, y el Noruega sedesprendi de su enemiga.

    La ballena se sumergi de nuevo y esta vez el cable empez a desenrollarsevertiginosamente. El Noruega navegaba a toda mquina en la misma direccin;sobre la superficie una gruesa estela de sangre indicaba el postrer camino delcetceo.

    Al poco rato, el carretel de la bodega dio todo el cable que enrollaba y sloqued el resorte que amortiguaba los fuertes tirones que en los ltimos estertores,desde la lejana, produca la ballena ahondando su herida con el arpn y suespoleta abierta como cuatro anzuelos en sus entraas.

    Rara vez sucede esto; generalmente, apenas se sienten heridas, arrancan

    sumergidas dijo el piloto a los grumetes.El buque empez a recoger el cable a medida que avanzaba, disminuyendo

    su andar proporcionalmente.

    Al acercarse, se vi algo que rondaba alrededor del cetceo muerto; doschorros de agua se levantaron de nuevo y desaparecieron de la superficie.

    Es un ballenato, la ballena es hembra! dijo el capitn, y continu:

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    Para muestra, basta por hoy; remolquemos con el mismo cable la ballena hastaPuerto Refugio.

    Al iniciar el remolque, el Noruega con su ballena al costado, surgi en lasuperficie nuevamente el pequeo y hermoso ballenato al lado de su madre

    muerta.Disparmosle! propuso alguien.

    No dijo el capitn; el cazador debe matar slo lo necesario!

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    VIIILos alacalufes

    De un largo, navegando una noche y un da, La Baquedano atraves elGolfo de Penas, desde Puerto Refugio a la entrada del Canal Messier.

    Al atardecer estuvo a la cuadra (al frente) del Faro San Pedro y de laRadioestacin que hay en ese solitario paraje.

    La etapa de navegacin a vela estaba cumplida. Se orden arriar el velameny la corbeta entro en las tranquilas aguas de los angostos canales con sus mquinasauxiliares, que slo la haban desarrollar una velocidad mxima de siete millas porhora. Adems, la navegacin a vela, para un buque grande, es imposible en esos

    estrechos canales de vientos extraos y arremolineados.La navegacin continu con cierta monotona. El barco se deslizaba noche y

    da por entre canales tortuosos, en medio de grandes montaas y por aguasquietas, profundas y renegridas por las sombras de los cerros.

    Los canales magallnicos son nicos en el mundo. Es como si la Cordillerade los Andes estuviera partida en dos partes, en su lomo ms alto, y en medio deella hubiera un largo y angosto canal que la recorriera de Norte a Sur entre picosnevados.

    La vida est representada en estos desolados lugares slo por las manadas

    de focas, las nutrias y alguna que otra paloma del Cabo, que destaca su plumajeblanco sobre el gris del paisaje.

    Las guardias se reducan a cosas livianas; ya no haba que dormir al pie delos palos. Slo a veces, en medio de la noche, cuando la tripulacin estaba en elsueo ms profundo, se tocaba zafarrancho y se realizaban maniobras como dehombre al agua, abandono de buque, fuego a bordo, etc.

    Algunas tardes se haba instruccin de canto, una de las ms bellas eimpresionantes.

    La banda de la corbeta se colocaba en el castillo de proa y la tripulacinformaba en el puente.

    Tres toques daba el maestro, un suboficial msico, en el atril, y a los acordesde la excelente banda, cerca de trescientos hombres entonaban hermosas cancionesmarineras y marchas militares.

    En medio de la paz de esos canales, en la tranquilidad de ese mundoesttico, se elevaban las voces varoniles formando una sola voz grandiosa,

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    impresionante, cuyo eco repetan sonoramente los ancones, como si de todas esassoledades se levantaran de pronto innumerables voces humanas, de hombres,entonando himnos de conquista al paisaje arisco y sobrecogedor.

    El Paso del Abismo fue una visin inolvidable para los grumetes y

    cadetes: las montaas empezaron a ser ms elevadas y cortadas a pique y el canalse fue angostando cada vez ms. De repente aquello sobrepas los lmites de todaimaginacin, el canal se hizo angostsimo, como una garganta andina, y los cerros,arriba, pareca que iban a juntarse. La luz que entraba por esa garganta era tanpoca que el buque navegaba entre la penumbra de un constante crepsculo.

    Despus del Paso del Abismo vino la Angostura Inglesa, el paso msdifcil de los canales magallnicos.

    Al avistarla, se tomaron todas las medidas que ordena el reglamentonutico; se comprob la corriente, la posicin de las pirmides situadas en la

    cumbre de las innumerables islas y rocas, las boyas y otras balizas que haban elpapel de policas dirigiendo el trnsito entre esa tierra despedazada.

    En la angostura slo puede pasar una nave de una vez. As es q