Collodi Carlo Pinocho

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    PINOCHO

    CARLO COLLODI

    CAPITULO I

    De cmo el carpintero maese Cereza encontr un trozo de madera que lloraba yrea como un nio.

    --Pues, seor, ste era...--Un rey! --dirn en seguida mis pequeos lectores.

    --Pues no, muchachos nada de eso.

    Este era un pedazo de madera.

    Pero no un pedazo de madera de lujo, sino sencillamente un leo de esos con queen el invierno se encienden las estufas y chimeneas para calentar las habitaciones.

    Pues, seor, es el caso que, Dios sabe cmo, el leo de mi cuento fue a pararcierto da al taller de un viejo carpintero, cuyo nombre era maese Antonio, pero alcual llamaba todo el mundo maese Cereza, porque la punta de su nariz, siemprecolorada y reluciente, pareca una cereza madura. Cuando maese Cereza vioaquel leo, se puso ms contento que unas Pascuas. Tanto, que comenz afrotarse las manos, mientras deca para su capote:

    --Hombre! llegas a tiempo! Voy a hacer de ti la pata de una mesa!

    Dicho y hecho; cogi el hacha para comenzar a quitarle la corteza y desbastarlo.Pero cuando iba a dar el primer hachazo, se qued con el brazo levantado en elaire, porque oy una vocecita muy fina, muy fina, que deca con acentosuplicante:

    --No! No me des tan fuerte!

    Figuraos cmo se quedara el bueno de maese Cereza!

    Sus ojos asustados recorrieron la estancia para ver de dnde poda salir aquellavocecita, y no vio a nadie. Mir debajo del banco, y nadie; mir dentro de unarmario que siempre estaba cerrado, y nadie; en el cesto de las astillas y de lasvirutas, y nadie; abri la puerta del taller, sali a la calle, y nadie tampoco. Quera aquello?

    --Ya comprendo --dijo entonces sonriendo y rascndose la peluca--. Est vistoque esa vocecita ha sido una ilusin ma. Reanudemos la tarea!

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    Y tomando de nuevo el hacha, peg un formidable hachazo en el leo

    --Ay! Me has hecho dao! --dijo quejndose la misma vocecita.

    Esta vez se qued maese Cereza como si fuera de piedra, con los ojos espantados,la boca abierta y la lengua fuera, colgando hasta la barba como uno de esosmascarones tan feos y tan graciosos por cuya boca sale el cao de una fuente.

    Se qued hasta sin voz. Cuando pudo hablar, comenz a decir temblando demiedo y balbuceando:

    --Pero, de dnde sale esa vocecita que ha dicho ay!? Si aqu no hay un alma!Ser que este leo habr aprendido a llorar y a quejarse como un nio? Yo no

    puedo creerlo... Este leo... Aqu est: es un leo de chimenea como todos losleos de chimenea: bueno para echarlo al fuego y guisar un puchero dehabichuelas! Zambomba! Se habr escondido alguien dentro de l? Ah! Pues sialguno se ha escondido dentro, peor para l. Ahora le voy a arreglar yo.

    Y diciendo esto agarr el pobre leo con las dos manos, y empez a golpearlo sinpiedad contra las paredes del taller.

    Despus se puso a escuchar si se queja alguna vocecita. Esper dos minuto ynada; cinco minutos, y nada: diez minutos, y nada.

    --Ya comprendo --dijo entonces tratando de sonrer y arreglndose la peluca--.Est visto que esa vocecita que ha dicho ay! ha sido una ilusin maReanudemos la tarea!

    Y como tena tanto miedo, se puso a canturrear paca cobrar nimos

    Entre tanto dej el hacha y tom el cepillo para cepillar y pulir el leo. Perocuando lo estaba cepillando por un lado y por otro, oy la misma vocecita que ledeca riendo:

    --Pero hombre! Que me ests haciendo unas cosquillas terribles!

    Esta vez maese Cereza se desmay del susto. Cuando volvi a abrir los ojos, seencontr sentado en el suelo.

    Qu cara. de bobo se le haba puesto! La punta de la nariz ya no estaba colorada;del susto se le haba puesto azul.

    CAPITULO II

    Maese Cereza regala el pedazo de tronco a su amigo Gepeto, el cual lo acepta

    para construir un mueco maravilloso, que sepa bailar, tirar a las armas y dar

    saltos mortales.

    En aquel momento llamaron a la puerta.

    --Adelante! --contest el carpintero con voz dbil, asustado y sin fuerzas para

    ponerse en pie.

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    Entonces entr en la tienda un viejecillo muy vivo, que se llamaba maese Gepeto;pero los chiquillos de la vecindad, para hacerle rabiar, le llamaban maese Fideos,porque su peluca amarilla pareca que estaba hecha con fideos finos. Gepeto tenaun genio de todos los diablos, y adems le daba muchsima rabia que le llamasenmaese Fideos. Pobre del que se lo dijera!

    --Buenos das, maese Antonio --dijo al entrar--. Qu hace usted en el suelo?

    --Ya ve usted! Estoy enseando Aritmtica a las hormigas!

    --Es una idea feliz!

    --Qu le trae por aqu, compadre Gepeto?

    --Las piernas! Sabr usted, maese Antonio, que he venido para pedirle un favor.

    --Pues aqu me tiene dispuesto a servirle --replic el carpintero.

    --Esta maana se me ha ocurrido una idea.

    --Veamos cul es.

    --He pensado hacer un magnifico mueco de madera; pero ha de ser un muecomaravilloso, que sepa bailar, tirar a las armas y dar saltos mortales. Con estemueco me dedicar a correr por el mundo para ganarme un pedazo de pan y... untraguillo de vino.

    Eh! Qu le parece?

    --Bravo, maese Fideos! --grit aquella vocecita que no se saba de dnde sala.

    Al orse llamar maese Fideos, el compadre Gepeto se puso rojo como unaguindilla, y volvindose hacia el carpintero, le dijo encolerizado:

    --Por qu me insulta usted?

    --Quin le insulta?

    --Me ha llamado usted Fideos!

    --Yo no he sido!

    --Si le parece, pondremos que he sido yo! Digo y repito que ha sido usted!

    --No!

    --S!

    Y furiosos los dos, pararon de las palabras a los hechos, y agarrndose con furiase araaron, se mordieron, se tiraron del pelo... Se pusieron hechos una lstima.

    Cuando termin la batalla, maese Antonio se encontr con la peluca amarilla deGepeto en las manos, y Gepeto tena en la boca la peluca gris del carpintero.

    --Dame mi peluca! --grit maese Antonio.

    --Dame t la ma, y hagamos las paces!

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    Los dos viejecillos se entregaron las pelucas y se dieron las manos, prometiendosolemnemente ser buenos amigos toda la vida.

    --Conque vamos a ver qu favor es el que tiene que pedirme, compadre Gepeto --dijo el maestro carpintero como muestra de que la paz estaba consolidada.

    --Quisiera un poco de madera para hacer ese mueco de que le he hablado.Puede usted drmela?

    Maese Antonio, contentsimo, se apresur a coger aquel leo que le haba hechopasar tan mal rato. Pero. cuando iba a entregrselo a su amigo dio el leo unafuerte sacudida y se le escap de las manos, yendo a dar un palo tremendo en lasesmirriadas pantorrillas del compadre Gepeto.

    --Ay! Tan amablemente regala usted las cosas, maese Antonio? Por poco medeja usted cojo!

    --Pero si no he sido yo!--Y dale! Habr sido yo entonces!

    --No, si la culpa la tiene este demonio de leo!

    --Ya lo s que ha sido el leo; pero, quien me lo ha tirado a las piernas, sinousted?

    --Le digo a usted que yo no lo he tirado.

    --Embustero!

    --Gepeto, no me insulte usted, o le llamo Fideos!

    --Borrico!

    --Fideos!

    --Hipoptamo!

    --Fideos!

    --Orangutn!

    --Fideos!Al orse llamar fideos por tercera vez perdi Gepeto los estribos, se arroj sobreel carpintero, y de nuevo se obsequiaron con una coleccin de coscorrones,

    pellizcos y araazos.

    Al terminar la batalla maese Antonio se encontr con dos araazos ms en lanariz, y Gepeto con dos botones menos en el chaleco. Arregladas as sus cuentas,se estrecharon las manos y otra vez se ofrecieron indestructible amistad para todala vida.

    Hecho lo cual, Gepeto tom bajo el brazo el famoso leo, y dando las gracias amaese Antonio, se march cojeando a su casa.

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    CAPITULO III

    De vuelta maese Gepeto en su casa, comienza sin dilacin a hacer el mueco, y

    le pone por nombre Pinocho. --Primeras moneras del mueco.

    La casa de Gepeto era una planta baja, que reciba luz por una claraboya. Elmobiliario no poda ser ms sencillo: una mala silla, una mala cama y una mesitamaltrecha. En la pared del fondo se vea una chimenea con el fuego encendido;

    pero el fuego estaba pintado, y junto al fuego haba tambin una olla que hervaalegremente y despeda una nube de humo que pareca de verdad.

    Apenas entrando en su casa, Gepeto fuese a buscar sin perder un instante lostiles de trabajo, ponindose a tallar y fabricar su mueco.

    --Qu nombre le pondr? -- preguntse a s mismo--. Le llamar Pinocho. Este

    nombre le traer fortuna. He conocido una familia de Pinochos. Pinocho el padre,Pinocha la madre y Pinocho los chiquillos, y todos lo pasaban muy bien. El msrico de todos ellos peda limosna.

    Una vez elegido el nombre de su mueco, comenz a trabajar de firme,hacindole primero los cabellos, despus la frente y luego los ojos.

    Figuraos su maravilla cuando hechos los ojos, advirti que se movan y que lemiraban fijamente.

    Gepeto, vindose observado por aquel par de ojos de madera, sintise casimolesto y dijo con acento resentido:

    -- Ojitos de madera, por qu me miris?

    Nadie contest.

    Entonces, despus de los ojos, hzole la nariz; pero, as que estuvo lista, empez acrecer; y crece que crece convirtindose en pocos minutos en una narizota que nose acababa nunca.

    El pobre Gepeto se esforzaba en recortrsela, pero cuando ms la acortaba yrecortaba, ms larga era la impertinente nariz.

    Despus de la nariz hizo la boca.

    No haba terminado de construir la boca cuando de sbito sta empez a rerse ya burlarse de l.

    --Cesa de rer! --dijo Gepeto enfadado; pero fue como si lo hubiese dicho a lapared.

    --Cesa de rer, te repito! --grit con amenazadora voz.

    Entonces la boca ces de rer, pero le sac toda la lengua.

    Gepeto, para no desbaratar su obra, fingi no darse cuenta de ello, y continutrabajando.

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    Despus de la boca, le hizo la barba; luego el cuello, la espalda, la barriguita, losbrazos y las manos.

    Recin acabadas las manos, Gepeto sinti que le quitaban la peluca de la cabeza.Levant la vista y, que es lo que vio? Vio su peluca amarilla en manos del

    mueco.--Pinocho!... Devulveme en seguida mi peluca!

    Pero Pinocho, en vez de devolverle la peluca, se la puso en su propia cabeza,quedndose medio ahogado metido en ella.

    Ante aquellas demostraciones de insolencia y de poco respeto, Gepeto se pusotriste y pensativo como no lo haba estado en su vida; y dirigindose a Pinocho, ledijo:

    --Diablo de chico! No ests todava acabado de hacer y ya empiezas a faltarle el

    respeto a tu padre! Mal hijo mo, muy mal!Y se sec una lagrima.

    Quedaban todava por modelar las piernas y los pies.

    Cuando Gepeto termin de hacerle los pies, recibi un puntapi en la punta de lanariz.

    --Bien merecido lo tengo! --dijo para s--. He debido pensarlo antes; ahora ya estarde!

    Despus tom el mueco por los sobacos, y le puso en el suelo para ensearle aandar.

    Pinocho tena las piernas agarrotadas y no saba moverse, por lo cual Gepeto lellevaba de la mano, ensendole a echar un pie tras otro.

    Cuando ya las piernas se fueron soltando, Pinocho empez primero a andar solo,y despus a correr par la habitacin, hasta que al legar frente a la puerta se pusode un salto en la calle y escap como una centella.

    El pobre Gepeto corra detrs sin poder alcanzarle, porque aquel diablejo dePinocho corra a saltos como una liebre, haciendo sus pies de madera ms ruido

    en el empedrado de la calle que veinte pares de zuecos de aldeanos.

    --Cogedle, cogedle! --gritaba Gepeto; pero las personas que en aquel momentoandaban por la calle, al ver aquel mueco de madera corriendo a todo correr, se

    paraban a contemplarle encantadas de admiracin, y rean, rean, rean como noos podis figurar.

    Afortunadamente un guardia de orden pblico acert pasar por all, y al or aquelescndalo Crey que se tratara de algn aprendiz travieso que habra levantado lamano a su maestro, y con nimo esforzado se plant en medio de la calle con las

    piernas abiertas, decidido a impedir el paso y evitar que ocurrieran mayores

    desgracias.

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    Cuando Pinocho vio desde lejos aquel obstculo que se ofreca a su carreravertiginosa, intent pasar por sorpresa, escurrindose entre las piernas delguardia; pero se llev chasco.

    El guardia ni tuvo que moverse. La nariz de Pinocho era tan enorme que se le

    vino a las manos ella solita. Le cogi, pues, y le puso en manos de Gepeto, el cualquiso propinar a Pinocho, en castigo de su travesura, un buen tirn de orejas. Perofiguraos qu cara pondra cuando, al buscarle las orejas, vio que no se lasencuentra. Sabis por qu! Porque, en su afn de acabar el mueco, se habaolvidado de hacrselas.

    Entonces le agarr por el cuello, y mientras lo llevaba de este modo, le decamirndole furioso:

    --Vamos a casa! Ya te ajustar yo all las cuentas!

    Al or estas palabras se tir Pinocho al suelo y se neg a seguir andando. Mientras

    tanto iba formndose alrededor un grupo de curiosos y de papanatas.

    Cada uno de ellos decan una cosa.

    --Pobre mueco! --decan unos--. Tiene razn en no querer ir a su casa. Quinsabe lo que har con l ese brbaro de Gepeto!

    Otros murmuraban con mala intencin:

    --Ese Gepeto parece un buen hombre; pero es muy cruel con los muchachos. Si ledejan a ese pobre mueco en sus manos, es capaz de hacerle pedazos.

    En suma, tanto dijeron y tanto murmuraron, que el guardia, dejando en libertad almueco, se llev preso al pobre Gepeto, el cual, no sabiendo qu decir paradefenderse, lloraba como un becerro; cuando iba camino de la crcel, balbuceabaentre sollozos:

    --Hijo ingrato! Y pensar que me ha costado tanto trabajo hacerlo! Me est muybien empleado! He debido pensarlo antes!

    Lo que sucedi despus de esto es un caso tan extrao, que cuesta trabajo creerlo,y os lo contar en el captulo siguiente.

    CAPITULO IV

    De lo que sucedi a Pinocho con el grillo-parlante, en lo cual se ve que los nios

    malos no se dejan guiar por quien sabe ms que ellos.

    Pues, seor, sucedi que mientras el pobre Gepeto era conducido a la crcel sinculpa alguna, el monigote de Pinocho, libre ya de las garras del guardia, escap acampo traviesa; corra como un automvil, y en el entusiasmo de la carrerasaltaba altsimos matorrales, setos, piedras y fosos llenos de agua, como unaliebre perseguida por galgos.

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    Cuando lleg a su casa encontr la puerta entornada. Abri, entr en lahabitacin, y despus de correr el cerrojo se sent en el suelo, lanzando un gransuspiro de satisfaccin.

    Pero la satisfaccin le dur poco, porque oy que alguien deca dentro del cuarto:

    --Cri, cri, cri!

    --Quin me llama? --grit Pinocho lleno de miedo.

    --Soy yo.

    Volvi Pinocho la cabeza, y vio que era un grillo que suba poco a poco por lapared.

    --Dime, grillo: y t quin eres?

    --Yo soy el grillo-parlante que vive en esta habitacin hace ms de cien aos.

    --Bueno --contest el mueco--; pero hoy esta habitacin es ma; si quiereshacerme un gran favor mrchate prontito y sin volver siquiera la cabeza.

    --No me marchar sin decirte antes una verdad como un templo.

    --Pues dila, y despacha pronto.

    --Ay de los nios que se rebelan contra su padre y abandonan caprichosamentela casa paterna! Nada bueno puede sucederles en el mundo, y pronto o tardeacabarn por arrepentirse amargamente.

    --Como quieras, seor grillo; pero yo s que maana al amanecer me marcho deaqu, porque si me quedo, me suceder lo que a todos los nios: me llevarn a laescuela y tendr que estudiar quiera o no quiera. Y yo te digo en confianza que nome gusta estudiar, y que mejor quiero entretenerme en cazar mariposas y en subira los rboles a coger nidos de pjaros.

    --Pobre tonto! Pero, no comprendes que de ese modo cuando seas mayorestars hecho un solemne borrico y que todo el mundo se burlar de ti?

    --Cllate, grillucho de mal agero!--grit Pinocho.

    Pero el grillo, que era paciente y filsofo, no se incomod al or estaimpertinencia, y continu diciendo con el mismo tono:

    --Y ya que no te gusta ir a la escuela, por qu no aprendes al menos un oficioque te sirva para ganar honradamente un pedazo de pan?

    --Quieres que te lo diga?--contest Pinocho, que empezaba ya a perder lapaciencia--. Entre todos los oficios del mundo no hay ms que uno que me guste.

    --Y qu oficio es ese?

    --El de comer, beber, dormir, divertirme y hacer desde la maana a la noche vida

    de paseante en corte.

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    --Te advierto-- replic el grillo-parlante con su acostumbrada calma-- que todoslos que siguen ese oficio acaban casi siempre en el hospital o en la crcel.

    --Mira, grillucho de mal agero, si se me acaba la paciencia, pobre de ti!

    --Pinocho! Pinocho! Me das verdadera lstima!

    --Por qu te doy lstima?

    --Porque eres un mueco, y, lo que es peor an, porque tienes la cabeza demadera.

    Al or estas palabras salt del suelo Pinocho muy enfurecido, y cogiendo un mazode madera que haba sobre el banco, se lo tir al grillo-parlante.

    Quizs no crea que iba a darle; pero, por desgracia, le dio en la misma cabeza, yel pobre grillo apenas si pudo decir cri, cri qued aplastado en la pared.

    CAPITULO V

    Pinocho tiene hambre, y buscando, buscando, encontr un huevo con el cualpens hacer una tortilla; pero cuando menos los pensaba se encontr con que la

    tortilla sali volando por la ventana.

    Mientras tanto se iba haciendo de noche. Pinocho se acord de que no habacomido nada, Y empez a sentir en el estmago un cosquilleo que se pareca

    muchsimo al apetito.Pero el apetito en los muchachos camina muy de prisa. A los pocos minutos elapetito de Pinocho se convirti en hambre, y en un abrir y cerrar de ojos elhambre se hizo canina, rabiosa.

    El pobre Pinocho se acerc al fuego donde estaba aquella olla que herva, y quisodestaparla para ver lo que haba dentro; pero ya os acordis que estaba pintada enla pared. Figuraos la cara que puso. La nariz, que ya era bien larga, le creci lomenos una cuarta.

    Entonces empez a recorrer la habitacin buscando por todos los cajones y por

    todos los escondrijos un poco de pan, aunque fuera muy duro y muy seco; unacorteza, un hueso que se hubiera dejado para los perros, una raspa de pescado:cualquier cosa, en fin, que se pudiera llevar a la boca; pero no encontr nada,nada! absolutamente nada!!

    Y mientras tanto el hambre creca y creca. El pobre Pinocho no tena msconsuelo ni ms alivio que bostezar; y eran tan grandes los bostezos, que algunasveces abra la boca hasta las ore]as. Pero a pesar de los bostezos, el estmagosegua dando tirones.

    Entonces empez a llorar y a desesperarse, mientras deca:

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    --Razn tena el grillo-parlante! Qu mal he hecho en rebelarme contra mi papy en escaparme de casa! Dios me castiga. Si mi pap estuviera aqu, no me veraexpuesto a morir bostezando! Oh! Qu enfermedad tan mala es el hambre!

    De pronto le pareci ver en el montn de virutas una cosa redonda y blanca,

    semejante a un huevo de gallina. Dar un salto y cogerlo, fue cuestin de unmomento: era un huevo de verdad.

    No es posible describir la alegra del mueco; poneos en su caso. Tema estarsoando; acariciaba el huevo, le daba vueltas mirndole por todos lados, y lo

    besaba diciendo:

    --Y ahora cmo lo guisar? Har una tortilla? No; estar mejor pasado poragua! Y no estar ms sabroso frito? Y escalfado? No; lo mejor que puedohacer es cocerlo en una cacerola! Esto es lo ms rpido, y el hambre que tengo noes para esperar mucho.

    Dicho y hecho; puso una cacerola en una estufita que tena algunas brasas; echun poco de agua en vez de aceite o de manteca, y cuando empez a hervir, tac!,rompi el cascarn del huevo para echarlo dentro.

    Pero en lugar de clara y yema sali un pollito muy alegre y muy ceremonioso,que despus de hacerle una linda reverencia, dijo:

    --Muchsimas gracias, seor Pinocho, por haberme evitado la molestia de romperel cascarn. Vaya, hasta la vista! Me alegro mucho de verle bueno, y recuerdosa la familia!

    Despus de decir esto extendi sus alitas, y sali volando por la ventana hasta quese perdi de vista.

    El pobre mueco se qued estupefacto, con los ojos fijos, la boca abierta y lascscaras del huevo en las manos. Cuando volvi de su asombro comenz a llorar,a gritar y a dar patadas en el suelo con desesperacin, diciendo:

    --Cuanta razn tena el grillo-parlante! Si yo no me hubiera escapado de casa ysi mi pap estuviera aqu, no me morira de hambre!

    Y como el estmago le gritaba cada vez ms y no saba cmo hacerle callar, se leocurri salir de la casa y dar una vuelta, con la esperanza de encontrar alguna

    persona caritativa que le socorriera con un pedazo de pan.CAPITULO VI

    Pinocho se duerme junto al brasero, y al despertarse a la maana siguiente se

    encuentra con los pies carbonizados.

    Haca una noche infernal: tronaba horriblemente y relampagueaba como si todoel cielo fuese de fuego; un ventarrn fro y huracanado silbaba sin cesar,

    levantando nubes de polvo y zarandeando todos los rboles de la campia.

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    Pinocho tena mucho miedo de los truenos y de los relmpagos; pero era msfuerte el hambre que el miedo. Sali a la puerta de la casa sin vacilar, y turnandocarrera, lleg en un centenar de saltos a las casas vecinas, sin aliento y con lalengua fuera como un perro de caza.

    Pero lo encontr todo desierto y en la ms profunda oscuridad. Las tiendasestaban ya cerradas; las puertas y ventanas, tambin cerradas, y por las calles nisiquiera andaban perros. Aquello pareca el pas de los muertos.

    Entonces Pinocho, desesperado y hambriento, se colg de la campanilla de unacasa y empez a tocar a rebato, dicindose:

    --Alguien se asomar!

    En efecto: se asom un viejo, cubierta la cabeza con un gorro de dormir ygritando muy enfadado:

    --Quin llama a estas horas?--Quisiera usted hacer el favor de darme un pedazo de pan?

    --Esprate ah que vuelvo en seguida!-- respondi el viejo, creyendo que setrataba de alguno de esos muchachos traviesos que se divierten llamando adeshora en las casas para no dejar en paz a la gente que est durmiendotranquilamente.

    Medio minuto despus se abri la ventana de nuevo, y se asomo el mismo viejo,que dijo a Pinocho:

    --Acrcate y pon la gorra!Pinocho, no poda poner gorra alguna, porque no la tena: se acerc a la pared, ysinti que en aquel momento le caa encima un gran cubo de agua, que le pusohecho una sopa de pies a cabeza.

    Volvi a su casa mojado como un pollo y abatido por el cansancio y el hambre, ycomo no tena fuerzas para estar de pie, se sent y apoy los pies mojados yllenos de barro en el brasero, que por cierto tena una buena lumbre.

    Quedse dormido, y sin darse cuenta meti en la lumbre ambos pies, que, comoeran de madera, empezaron a quemarse, hasta que se convirtieron en ceniza.

    Mientras tanto Pinocho segua durmiendo y roncando como si aquellos pies nofueran suyos. Por ltimo, se despert al ser de da, porque haban llamado a la

    puerta.

    --Quin es?-- pregunt bostezando y restregndose los ojos.

    --Soy yo!-- respondi una voz.

    Aquella voz era la de Gepeto.

    CAPITULO VII

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    Gepeto vuelve a su casa, y le da al mueco el desayuno que el buen hombre tena

    para s.

    El pobre Pinocho, que an tena los ojos hinchados del sueo, no haba notadoque sus pies estaban hechos; carbn, por lo cual apenas oy la voz de su padre,quiso levantarse en seguida para descorrer el cerrojo; pero al ponerse en pie setambale dos o tres veces, hasta que al fin dio con su cuerpo en tierra cuan largoera, hacindose un ruido, tremendo.

    --breme!-- gritaban mientras tanto desde la calle.

    --No puedo, papa, no puedo!-- responda el mueco llorando y revolcndose en elsuelo.

    --Por que no puedes?

    --Porque me han comido los pies!

    --Quin te los ha comido!

    --El gato!-- dijo Pinocho, viendo que el animal se entretena en jugar con unpedazo de madera.

    --breme, te digo!-- repiti, Gepeto--. Si no, vas a ver cuando entre yo en casacomo te voy a dar el gato!

    --Oh, pap; creme! No puedo ponerme en pie! Pobre de m! Pobre de m, que

    tendr que andar de rodillas toda mi vida!Creyendo Gepeto que todas estas lamentaciones no eran otra cosa que una nuevagracia del mueco, decidi acabar de una vez, y escalando el muro, penetr en lacasa por la ventana.

    Al principio quera hacer y acontecer; pero cuando vio que su Pinocho estaba entierra y que era verdad que le faltaban los pies, se enterneci, y levantndole porel cuello, comenz a besarle y a acariciarle.

    --Pinochito mo!-- deca sollozando--. Como te has quemado los pies?

    --No lo se, pap; pero creme que esta noche ha sido infernal, y que me acordarde ella toda mi vida. Tronaba, relampagueaba, y yo tena mucha hambre.Entonces me dijo el grillo-parlante: "Te est muy bien empleado; has sido malo ylo mereces". Y yo le dije: "Ten cuidado, grillo!" Y l me contest: "T eres unmueco, y tienes la cabeza de madera." Y yo entonces le tir un mazo y le mat.Pero la culpa fue suya, y la prueba es que puse en la lumbre una cacerola paracocer un huevo que me encontr; pero el pollito me dijo: "Me alegro de verte

    bueno; recuerdos a la familia!"

    Y yo tena cada vez ms hambre, y por eso aquel viejo del gorro de dormir,asomndose a la ventana, me dijo: "Acrcate y pon la gorra!; y yo entonces me

    encontr con un cubo de agua en la cabeza porque pedir un poco de pan no esvergenza, verdad! Me vine a casa en seguida, y como segua teniendo mucha

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    hambre, puse los pies en el brasero, y cuando usted ha vuelto me los heencontrado quemados. Y yo tengo, como antes, hambre; pero ya no tengo pies!Hi!... hi!... hi!..

    Y el pobre Pinocho comenz a llorar y a berrear tan fuerte, que se le poda or en

    cinco kilmetros a la redonda.De todo este discurso incoherente y lleno de los, slo comprendi Gepeto unacosa: que el mueco estaba muerto de hambre. Sac entonces tres peras del

    bolsillo, y ensendoselas a Pinocho le dijo:

    --Estas tres peras eran mi desayuno, pero te las regalo. Cmetelas, y que te haganbuen provecho.

    --Pues si quieres que las coma, tienes que mondrmelas.

    --Mondarlas?-- replic asombrado Gepeto--. Nunca hubiera credo, chiquillo,

    que fueras tan delicado de paladar! Malo, malo, y muy malo! En este mundo hijomo hay que acostumbrarse a comer de todo, porque no se sabe lo que puedesuceder. Da el mundo tantas vueltas!...

    --Usted dir todo lo que quiera-- refunfu Pinocho--; pero yo no me comernunca una fruta sin mondar. No puedo resistir las cscaras!

    Y el bueno de Gepeto, armndose de santa paciencia, tom un cuchillo, mondlas tres peras, y puso las cscaras en una esquina de la mesa.

    Despus de haber comido en dos bocados la primer pera, iba Pinocho a tirar porla ventana el corazn de la fruta; pero Gepeto le detuvo el brazo, diciendo:

    --No lo tires! Todo puede servir en este mundo!

    --Pero yo no voy a comer tambin el corazn!-- contest el mueco con muymalos modos.

    --Quin sabe! Da el mundo tantas vueltas!...-- repiti Gepeto con suacostumbrada calma.

    Dicho se est que despus de comidas las peras los tres corazones fueron a hacercompaa a las cascaras en la esquina de la mesa.

    Cuando hubo terminado Pinocho de comer, o mejor dicho, de devorar las tresperas, dio un prolongado bostezo y dijo con voz llorosa:

    --Tengo ms hambre!

    --Pues yo, hijo mo, no tengo nada ms que darte.

    --Nada, absolutamente nada?

    --Aqu tenemos estas cscaras y estos corazones de pera.

    --Paciencia!-- dijo Pinocho-- Si no hay otra cosa, comer una cscara.

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    Al principio hizo un gesto torciendo la boca; pero despus, una tras otra, se comien un momento todas las cscaras, y luego la emprendi tambin con loscorazones, hasta que dio fin de todo. Entonces se pas las manos por el estmago,y dijo con satisfaccin:

    --Ahora s que me siento bien!--Ya ves-- contest Gepeto-- cunta razn tena yo al decirte que no hay queacostumbrarse a ser demasiado delicados de paladar. No se sabe nunca, queridomo, lo que puede suceder en este mundo. Da tantas vueltas!...

    CAPITULO VIII

    Gepeto arregla los pies a Pinocho, y vende su chaqueta para comprarle una

    cartilla.

    Apenas el mueco hubo satisfecho el hambre, empez a llorar y a lamentarse,porque quera que le hiciesen un par de pies nuevos.

    Para castigarle por sus travesuras, Gepeto le dej llorar y desesperarse hastamedioda. Despus le dijo:

    --Y para qu quieres que te haga otros pies? Para escaparte otra vez de casa?

    Le prometo a usted --dijo el mueco sollozando-- que desde hoy voy a ser bueno!--Todos los nios-- replico Gepeto --dicen lo mismo cuando quieren conseguiralgo.

    --Le prometo ir a la escuela, estudiar mucho y hacerme un hombre de provecho!

    --Todos los nios repiten la misma cancin cuando quieren conseguir algunacosa.

    --Pero yo no soy como los dems nios! Yo soy mejor que todos y digo siemprela verdad! Le prometo, pap, aprender un oficio para poder ser el consuelo y el

    apoyo de su vejez.Aunque Gepeto estaba haciendo esfuerzos para poner cara de fiera, tena los ojosllenos de lagrimas y el corazn en un puo por ver en aquel estado tan lamentablea su pobre Pinocho. Y sin decir nada, tom sus herramientas y dos pedacitos demadera y se puso a trabajar con gran ahnco.

    En menos de una hora haba hecho los pies; un par de pies esbeltos, finos ynerviosos, como si hubieran sido modelados por un artista genial.

    Entonces dijo al mueco:

    --Cierra los ojos y durmete.

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    Pinocho cerr los ojos y se hizo el dormido. Y mientras finga dormir, Gepeto,con un poco de cola que ech en una cscara de huevo, le coloc los pies en susitio; y tan perfectamente los coloc, que ni siquiera se notaba la juntura.

    Apenas el mueco se encontr con que tena unos pies nuevos, se tir de la mesa

    en que estaba tendido y comenz a dar saltos y cabriolas como si se hubieravuelto loco de alegra.

    --Para poder pagar a usted lo que ha hecho por m--dijo Pinocho a su pap--,desde este momento quiero ir a al escuela.

    --Muy bien, hijo mo!

    --Slo que para ir a la escuela necesito un traje.

    Gepeto, que era pobre y no dispona de un perro chico, le hizo un trajecillo depapel rado, un par de zapatos de corteza de rbol y un gorrito de miga de pan.

    Pinocho corri inmediatamente a contemplarse en una jofaina llena de agua, y tancontento qued, que dijo pavonendose:

    --Anda! Parezco enteramente un seorito!

    --Es verdad-- replic Gepeto--; pero ten presente que los verdaderos seores seconocen ms por el traje limpio que por el traje hermoso.

    --A propsito! --interrumpi el mueco--. Todava me falta algo para poder ir ala escuela: me falta lo ms necesario.

    --Qu es?--Me falta una cartilla.

    --Tienes razn. Pero, dnde la sacamos?

    --Pues sencillamente: se va a una librera y se compra.

    --Y el dinero?

    --Yo no lo tengo.

    --Ni yo tampoco --dijo el buen viejo con tristeza.

    Y aunque Pinocho era un muchacho de natural muy alegre, se puso tambintriste; porque cuando la miseria es grande y verdadera, hasta los mismos nios lacomprenden y la sienten.

    --Paciencia! --grit Gepeto al cabo de un rato, ponindose en pie; y tomando suvieja chaqueta, llena de remiendos y zurcidos, sali rpidamente de la casa.

    Poco tard en volver, trayendo en la mano la cartilla para su hijito; pero ya notena chaqueta.

    Vena en mangas de camisa, aunque estaba nevando.

    Y la chaqueta, pap?

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    --La he vendido!

    --Por qu?

    --Porque me daba calor!

    Pinocho comprendi lo que haba sucedido, y conmovido y con los ojos llenos delgrimas, se abraz al cuello de Gepeto y empez a darle besos, muchos besos.

    CAPITULO IX

    Pinocho vende su cartilla para ver una funcin en el teatro de muecos.

    Cuando ya ces de nevar, tom Pinocho el camino de la escuela, llevando bajo elbrazo su magnfica cartilla nueva. Por el camino iba haciendo fantsticosproyectos y castillos en el aire, a cul ms esplndidos.

    Deca para su coleto:

    --Hoy mismo quiero aprender a leer; maana, a escribir, y pasado, las cuentas. Encuanto sepa todo esto ganar mocho dinero y con lo primero que tenga lecomprar a mi papito una buena chaqueta de pao. Qu digo de pao? No; hade ser una chaqueta toda bordada de oro y plata, con botones de brillantes! Biense lo merece el pobre! Es muy bueno! Tan bueno que para comprarme este libro,y que yo aprenda a leer, ha vendido la nica chaqueta que tena y se ha quedadoen mangas de camisa con este fro. La verdad es que slo los padres son capaces

    de estos sacrificios!

    Mientras iba discurriendo de este modo y hablando para s, le pareci sentir a lolejos una msica de pfanos y bombo: Pi-pi-pi, pi-pi-pi, pom-pom, pom-pom!

    Se detuvo y se puso a escuchar. Aquellos sonidos venan por una larga calletransversal que conduca a un paseo orilla del mar.

    --Qu ser esa msica? Qu lstima tener que ir a la escuela, porque si no!...

    Permaneci un instante indeciso, sin saber qu hacer; pero no haba mas remedioque tomar una resolucin: ir a la escuela, o ir a la msica.

    Por fin se decidi el monigote, y encogindose de hombros, dijo:

    --Bah! Iremos hoy a la msica, y maana a la escuela! Asi como as, para ir a laescuela siempre hay tiempo de sobra!

    Y tomando por la calle transversal, ech a correr. A medida que iba corriendosenta ms cercanos los pfanos y el bombo: Pi-Pi-pi, pi-pi-pi; pom-pom, pom-

    pom!

    De pronto desemboc en una plazoleta llena de gente arremolinada en torno deun gran barracn de madera, cubierto de tela de colores chillones.

    --Qu barracn es ese! --pregunt Pinocho a un muchacho que vio al lado suyo.

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    --Lee el cartel.

    --Lo leera con mucho gusto, pero es el caso que hoy precisamente no puedotodava.

    --Buen lila ests hecho! Yo te lo leer. Ves esas letras grandes encarnadas?Pues, mira, dicen: GRAN TEATRO DE MUECOS.

    --Hace mucho que ha empezado la funcin?

    --Va a empezar ahora mismo.

    --Cunto cuesta la entrada?

    --Veinte cntimos.

    Pinocho, que ya estaba dominado por la curiosidad, dijo descaradamente al otromuchacho:

    --Quieres prestarme veinte cntimos hasta maana?

    --Te los prestara con mucho gusto-- contest el otro con tono zumbn yremedando a Pinocho--; pero es el caso que hoy precisamente no puedo.

    --Te vendo mi chaqueta por veinte cntimos-- dijo entonces el mueco.

    --Y qu quieres que haba yo con esa chaqueta de papel pintado! Si te llueveencima, no tendrs el trabajo de quitrtela, porque se caer ella sola.

    --Quieres comprarme mis zapatos?

    --Slo sirven para encender fuego.

    --Cunto me das por el gorro?

    --Vaya un negocio! Un gorro de miga de pan! Me lo comeran los ratones en:la misma cabeza!

    Pinocho estaba ya sobre ascuas. Pensaba hacer una ltima proposicin; pero lefaltaba valor, dudaba, quera intentarlo, volva a vacilar. Por ltimo se decidi ydijo:

    Quieres darme veinte cntimos por esta cartilla nueva--Yo soy un nio y no compro nada a los dems nios-- contest el otro, que tenams juicio que Pinocho.

    --Yo compro la cartilla por veinte cntimos!-- dijo entonces un trapero queescuchaba la conversacin.

    Y de esta manera fue vendida aquella cartilla, mientras que el pobre Gepetoestaba en mangas de camisa y tiritando de fro, por haber vendido su nicachaqueta para comprar el libro a su hijo.

    CAPITULO X

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    Los muecos del teatro reconocen a su hermano Pinocho y le reciben con las

    mayores demostraciones de alegra; pero en lo mejor de la fiesta aparece el amo

    de los muecos, Tragalumbre, y Pinocho corre peligro de terminar sus aventuras

    de mala manera.

    Cuando entr Pinocho en el teatro de los muecos, ocurri algo que produjo casiuna revolucin.

    Empecemos por decir que el teln estaba levantado y que haba empezado lafuncin.

    Estaban en escena Arlequn y Polichinela, que disputaban acaloradamente, y que,segn costumbre, de un momento a otro acabaran repartindose un cargamentode estacazos y bofetadas.

    El pblico segua con gran atencin la escena, prorrumpiendo en grandes risas alver aquellos dos muecos que gesticulaban y se insultaban con tanta propiedad,que parecan realmente dos seres racionales, dos personas de carne y hueso.

    Pero de pronto deja Arlequn de recitar su parte y volvindose frente al pblico,seala con la mano el fondo de la sala y empieza a vociferar con grandes gestos ytono dramtico:

    --Oh! Ah! Qu veo! Cielos! Es ilusin de mi mente acalorada o delirioinsano de la fantasa? S, es l! l!! Pinocho!!!

    l es! Es l! Pinocho! --dijo Polichinela.

    --Es l, no hay duda!-- chill Colombina, asomando la cabeza entre bastidores.

    --Es Pinocho! Es Pinocho!-- gritaron a coro los dems muecos de la compaa,saliendo al escenario--. Es nuestro hermano Pinocho! Viva Pinocho! Vivaaa...!

    --Pinocho, ven ac!-- grit Arlequn--. Ven a los brazos de tus hermanos demadera!

    Al or tan amable invitacin, no pudo contenerse Pinocho, y en tres saltos pasdesde la entrada general a las butacas; de las butacas a la cabeza del director deorquesta, y de la cabeza del director de orquesta al escenario.

    Que de abrazos! Qu de besos! Qu de achuchones, palmaditas y hastapellizcos de amistad, de afecto, de alegra! Es imposible figurarse el bullicio y eljaleo que produjo la triunfal entrada de Pinocho en aquella compaa dramticade madera.

    No hay que decir que el espectculo era conmovedor; pero el pblico de laentrada general, viendo que la comedia no segua, se impacient y empez agritar:

    --Que siga la comedia! Queremos la comedia!

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    Todo fue intil, porque los muecos, en vez de continuar desempeando suspapeles en la comedia, redoblaron sus gritos y algazara, y tomando a Pinocho enhombros, empezaron a pasearle triunfalmente por delante de las candilejas.

    Entonces sali el dueo del teatro, un hombrazo tremendo, y tan fesimo que slo

    verle daba miedo. Tena unas enormes barbas negras como la pez, y tan largas,que llegaban hasta el suelo. Como que se las pisaba al andar! Su boca era grandecomo un horno, sus ojos parecan dos faroles rojos encendidos. Llevaba en lasmanos unas disciplinas, hechas de serpientes y rabos de zorros.

    Ante aquella inesperada aparicin, todos los muecos enmudecieron.

    Se hubiera odo el vuelo de una mosca. Los pobres muecos y muecas tiritabande miedo.

    --Por qu has venido a armar este jaleo en mi teatro?-- pregunt a Pinocho aquelgigante con vozarrn terrible.

    --Crea usted, seor, que no ha sido culpa ma.

    --Basta ya! Despus ajustaremos nuestras cuentas!-- dijo el empresario,metiendo a Pinocho detrs de las bambalinas y colgndole de un clavo.

    Terminada la funcin, el dueo del teatro se fue a la cocina, en la cual estabapreparando su cena: un carnero cebn atravesado en un asador, que girabalentamente sobre el fuego. Pero como faltaba algo de lea para que el asadoestuviera en su punto y bien dorado, llam a Arlequn y a Polichinela, y les dijo:

    --Traedme en seguida aquel mueco que dej colgado de un clavo. Me parece que

    est hecho de madera bien seca, y estoy seguro de que en cuanto le echemos alfuego dar una buena llama para terminar el asado.

    Arlequn y Polichinela dudaron al principio; pero, aterrorizados ante una colricamirada de su dueo, obedecieron. Salieron de la cocina, y al poco tiempo llevaronen sus brazos al pobre Pinocho, que revolvindose como una anguila que se sacadel agua, chillaba desesperadamente:

    --Pap, pap, slvame! Yo no quiero morir! No! No! No quiero! Pap,pap...!

    CAPITULO XI

    Tragalumbre estornuda y perdona a Pinocho, el cual, despus salva la vida de su

    amigo Arlequn.

    Tragalumbre (que ste era el nombre del dueo del teatro! pareca a primera vistaun hombre terrible, sobre todo por aquellas barbazas negras que le tapaban el

    pecho y las piernas; pero en el fondo no era malo. La prueba es que cuando viodelante de l al pobre Pinocho, que pataleaba desesperadamente, y que gritaba:

    No quiero morir! No! No quiero!, empez a conmoverse y a apiadarse. Al

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    principio quiso mantener sus amenazas; pero por ltimo no pudo contenerse ylanz un estrepitoso estornudo.

    El buen Arlequn, que estaba acurrucado en un rincn, todo compungido y conojos de carnero moribundo, al or el estornudo se puso contentsimo, y

    acercndose a Pinocho le dijo en voz baja:--Buena seal, hermano! Tragalumbre ha estornudado, lo cual indica que se hacompadecido de ti y que ests salvado.

    Porque habis de saber que as como todo el mundo cuando se enternece, llora, opor lo menos hace como que se limpia las lgrimas, Tragalumbre tena laocurrencia de estornudar cada vez que se conmova de verdad. Despus de todo,es un sistema como otro cualquiera.

    Luego de haber estornudado, Tragalumbre trat de recobrar su aspecto terrible, ygrit a Pinocho:

    --Basta ya de lloriqueos! Tus chillidos me han hecho cosquillas en el estmago...algo as como... Vamos, que siento una... ahchss! ahchiss!

    Y lanz otros dos formidables estornudos.

    --Jess!-- dijo Pinocho.

    --Gracias! Y tu pap? Y tu mam? Estn buenos?-- pregunt Tragalumbre.

    --Mi pap, s; pero a mi mam no la he conocido nunca.

    --Qu disgusto tan grande tendra tu pobre padre si yo te arrojara al fuego!Pobre viejo! Tengo lstima de l! Ahchiss!, ahchiss!

    Y estornud otras tres veces.

    --Jess-- dijo Pinocho.

    --Gracias! En fin, tambin yo soy digno de compasin, porque ya ves, no tengolea bastante para terminar ese asado, y la verdad, t me hubieras sido muy til.Pero, qu le vamos a hacer? Me has dado lastima! Tendremos paciencia!... Entu lugar echar al fuego a cualquiera de mis muecos. Hola, guardias!

    Al or esta llamada aparecieron en el acto dos guardias civiles de madera altos,altos y delgados, delgados, con el tricornio en la cabeza y el sable desenvainado,en la mano.

    Entonces Tragalumbre les dijo con voz imperiosa:

    --Prended a Arlequn, y despus de bien atado arrojadle al fuego! Quiero que micarnero est bien dorado!

    Figuraos el espanto del pobre Arlequn! Se le doblaron las piernas de temor ycay al suelo.

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    Al presenciar este conmovedor espectculo se arroj Pinocho a los pies deTragalumbre, y llenndole de lgrimas su largusima barba, empez a decir convoz suplicante:

    --Piedad, seor Tragalumbre!

    --Aqu no hay ningn seor!-- respondi con dureza Tragalumbre.

    --Piedad, noble caballero!

    --Aqu no hay caballeros!

    --Piedad, Excelencia!

    El tratamiento de Excelencia consigui suavizar un tanto la terrible expresin delrostro de Tragalumbre, y volvindose de pronto ms humano y tratable, dijo aPinocho:

    --Y bien, qu es lo que quieres?

    --El perdn del pobre Arlequn.

    --Eso no puede ser, amiguito. Si te he perdonado a ti, tengo que echarle al fuegoen tu lugar. No quiero que mi carnero est poco asado.

    --En ese caso, yo s cul es mi deber!-- dijo arrogantemente Pinocho, tirando alsuelo su gorro de miga de pan--. En marcha, seores guardias! Atenme yarrjenme al fuego! No, no es justo y no puedo consentir que mi buen amigoArlequn muera por mi causa!

    Estas palabras, dichas en voz alta y con acento heroico, hicieron llorar a todos losmuecos que presenciaban la escena. Los mismos guardias, a pesar de ser demadera, lloraban como dos borreguillos.

    Al principio permaneci Tragalumbre insensible y fro como un mrmol; peropoco a poco comenz a enternecerse y a estornudar. Y despus de lanzar cuatro ocinco tremendos estornudos, abri los brazos y dijo afectuosamente a Pinocho:

    --Eres un buen muchacho! Ven a mis brazos y dame un beso!

    Pinocho acudi corriendo, y trepando como una ardilla por la barba de

    Tragalumbre, le dio un prolongado y sonoro beso en la misma punta de la nariz.--De modo que estoy perdonado?-- pregunt el pobre Arlequn con voz queapenas se oa.

    --Ests perdonado!-- respondi Tragalumbre.

    Dicho esto lanz un profundo suspiro, y bajando la cabeza murmur:

    --Paciencia! Por esta noche me resignar a comer el carnero, medio crudo; perolo que es otra vez, pobre del que le toque!

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    Apenas los muecos oyeron que Arlequn estaba perdonado, corrieron alescenario, encendieron todas las luces, como en las noches de gala, y empezarona saltar y a bailar.

    Cuando amaneci seguan bailando todava.

    CAPITULO XII

    Tragalumbre regala a Pinocho cinco monedas de oro para que se las lleve a su

    padre Gepeto; pero Pinocho se deja engaar por la zorra y el gato y se marcha

    con ellos.

    Al da siguiente Tragalumbre llam aparte a Pinocho y le pregunt:

    --Cmo se llama tu padre?--Gepeto.

    --Qu oficio tiene?

    --El de pobre.

    --Gana mucho?

    --Lo bastante para no tener nunca un cntimo en el bolsillo. Figrese que paracomprarme la cartilla que yo necesitaba para ir a la escuela vendi la nicachaqueta que tena; una chaqueta tan llena de remiendos y de piezas que parecaun mapa.

    --Pobre hombre! Me da lstima! Aqu tienes cinco monedas de oro. Vete enseguida a llevrselas, y dale muchos recuerdos de mi parte.

    Como puede suponerse, Pinocho dio miles de gracias a Tragalumbre; abraz unopor uno a todos los muecos de la compaa, incluso a los guardias civiles, ylleno de alegra se puso en camino con direccin a su casa.

    Pero todava no haba andado medio kilmetro, cuando encontr una zorra coja yun gato ciego, que iban andando poquito a poco y ayudndose uno a otro, como

    buenos amigos. La zorra andaba apoyndose en el gato, que a su vez se dejabaguiar por la zorra.

    --Buenas das, Pinocho!-- le dijo la zorra, saludndole gentilmente.

    --Cmo sabes mi nombre!-- pregunt el mueco.

    --Porque conozco mucho a tu papa.

    --Dnde le has visto?

    --Le vi ayer en la puerta de su casa.

    Y que haca?

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    --Estaba en mangas de camisa y tiritaba de fro.

    --Pobre papito mo! Pero, si Dios quiere, desde hoy ya no tendr fro.

    --Por qu?

    --Porque yo me he convertido en un gran seor.

    --T, un gran seor?-- dijo la zorra comenzando a rer burlona ydescaradamente. Tambin se rea el gato, pero trataba de ocultarlo atusndose los

    bigotes con una de las manos.

    --No es caso de risa!-- replic Pinocho incomodado--. No es por daros envidia;pero mirad esto, si es que entendis de dinero. Estas son cinco magnficasmonedas de oro.

    Y ense las monedas que le haba regalado Tragalumbre.

    Al or el simptico ruido del oro, la zorra coja, sin darse cuenta, alarg la pata quepareca coja, y el gato ciego abri tanto los ojos, que parecan dos faroles verdes;pero volvi a cerrarlos tan rpidamente, que Pinocho no lleg, a notarlo.

    --Y qu piensas hacer con ese dinero!-- pregunt la zorra.

    --Ante todo-- contest el mueco--, quiero comprar a mi pap una hermosachaqueta nueva, toda bordada en oro y plata, y con botones de brillantes, ydespus me comprar una cartilla para m,

    --Para ti?

    --Claro est; como que quiero ir a la escuela y estudiar mucho!

    --Dios te libre!-- dijo la zorra--. Mrate en m. Por mi loca aficin al estudio heperdido una pata.

    --Dios te libre!-- dijo el gato--. Mrate en m. Por mi loca aficin al estudio heperdido la vista de los dos ojos.

    En aquel instante un mirlo blanco que estaba encaramado en un seto a orilla delcamino, dej or su acostumbrado silbido y dijo:

    --Pinocho, no hagas caso de los consejos de las malas compaas, porque tendrsque arrepentirte!

    Pobre mirlo; nunca lo hubiera dicho! El gato, dando un gran salto, le cayencima, y sin dejarle tiempo ni para decir ay!, se lo trag de un bocado, con

    plumas y todo.

    Despus de comerlo y de haberse limpiado el hocico, cerr los ojos y volvi ahacerse el ciego nuevamente.

    --Pobre mirlo!-- dijo Pinocho al gato--. Por qu has hecho eso?

    --Para darle una leccin. As aprender para otra vez a no meterse en camisa deonce varas ni en conversaciones ajenas.

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    Cuando ya estaban a mitad del camino, la zorra se detuvo de pronto y dijo aPinocho:

    --Quieres aumentar tus monedas de oro?

    --Cmo?

    Quieres hacer con slo esas cinco monedas, ciento, mil, dos mil?.

    --Ya lo creo! Pero, de que modo?

    --De un modo muy sencillo. En vez de ir a tu casa, vente con nosotros.

    --Y adnde vamos?

    --Al pas de los bhos.

    Pinocho medit un instante, pero al fin dijo resueltamente:

    --No, no quiero. Ya estoy cerca de mi casa, y quiero ir a buscar a mi pap, que meest esperando. Pobre viejo! Estar muy triste. Dios sabe cunto habrsuspirado desde ayer al no verme volver! He sido un mal hijo, y el grillo parlantetena razn cuando me deca que a los nios desobedientes les castiga Dios. Yo los por experiencia, porque me he buscado muchas desgracias, y aun anochemismo me vi bien en peligro en casa de Tragalumbre. Uf! Slo el recordarlo meda fro!

    --Ah! Te empeas en volver a tu casa? Bueno; pues vete; peor para ti.

    --Peor para ti!-- repiti el gato.

    --Pinsalo bien, Pinocho, porque pierdes la ocasin de hacer fortuna.

    --De hacer fortuna!-- repiti el gato.

    --De hoy a maana, tus cinco monedas se hubieran convertido en dos mil.

    --Dos mil!-- repiti el gato.

    --Pero, cmo es posible que se conviertan en tantas pregunt Pinocho, quedandocon la boca abierta por la sorpresa.

    --Pues vers-- dijo la zorra--. Sabrs que en el pas de los bhos hay un campoextraordinario, al cual llaman todos el Campo de los Milagros. T haces unagujero en aquel campo y meter; por ejemplo, una moneda de oro. Tapas despusel agujero con tierra, lo riegas con un poco de agua, echas encima un poquito desal, y ya puedes irte tranquilamente a dormir en tu cama. Durante la noche lamoneda echa races y ramas, y cuando vuelvas al campo, a la maana siguiente,sabes lo que encuentras? Pues un hermoso rbol que est tan cargado de orocomo las espigas lo estn de granos de trigo en el mes de Junio.

    --As, pues-- dijo Pinocho, que estaba cada vez ms asombrado--, si yo enterraseen ese campo mis cinco monedas de oro, cuntas encontrara a la maana

    siguiente?

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    --Es una cuenta sencillsima-- contesto la zorra--; una cuenta que puede echarsecon los dedos. Pongamos que cada moneda se convierte en un racimo dequinientas; multiplica quinientas por cinco, y vers que maana puedes tener enel bolsillo dos mil quinientas monedas de oro contantes y sonantes.

    --Oh, qu hermosura!-- grit Pinocho saltando de alegra--. En cuando recojatodas esas monedas me quedar con dos mil para m, y os dar a vosotrosquinientas de regalo.

    --Un regalo a nosotros?-- dijo la zorra con acento desdeoso y ofendido--. Dioste guarde de hacerlo!

    --Dios te guarde de hacerlo!-- repiti el gato.

    --Nosotros no trabajamos por el vil inters-- continu la zorra; trabajamos slopor enriquecer a los dems.

    --A los dems!-- repiti el gato.--Qu excelentes personas!--pens Pinocho; y olvidndose en el acto de su

    papito, de la chaqueta nueva, de la cartilla y de todos sus buenos propsitos, dijoa la zorra y al gato:

    --Vamos en seguida; os acompao!

    CAPITULO XIII

    La posada de El Cangrejo Rojo

    Andando, andando, llegaron al terminar la tarde, rendidos de cansancio y defatiga, a la posada de El Cangrejo Rojo.

    --Detengmonos aqu un poco--dijo la zorra--. Tomaremos un bocadillo ydescansaremos unas cuantas horas. A media noche nos pondremos de nuevo encamino hacia el Campo de los Milagros.

    Entraron en la posada, y se sentaron en torno de una mesa, pero ninguno de lostres tena apetito.

    El pobre gato, que tena el estmago sucio, slo pudo comer treinta y cincosalmonetes a la mayonesa y cuatro raciones de callos a la andaluza; pero como le

    pareci que los callos no estaban muy sustanciosos, hizo que les agregaran ascomo kilo y medio de longaniza y tres kilos de jamn bien magro.

    Tambin la zorra hubiera tomado alguna cosilla; pero el mdico le habaordenado dieta absoluta, y tuvo que conformarse con una liebre ms grande queun borrego, adornada con unas dos docenas de capones bien cebados y de pollitostomateros. Despus de la liebre se hizo traer un estofado de perdices, tres platosde langosta, un asado de conejo y dos sartas de chorizos. Por ltimo, pidi para

    postre unos cuantos kilos de uva moscatel, un meln y dos sandas, diciendo queno quera nada ms, porque estaba tan desganada que no quera ni ver la comida.

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    El que menos comi de los tres fue Pinocho, que se content con una nuez y unmendruguillo de pan, y aun dej algo en el plato.

    El Pobre muchacho tena el pensamiento fijo en el Campo de los Milagros, yhaba cogido ya una indigestin de monedas de oro.

    Cuando acabaron de cenar dijo la zorra al posadero:

    --Preprenos dos buenos cuartos, uno para el seor Pinocho y otro para micompaero y para m. Antes de marcharnos echaremos un sueecillo. Pero tenga

    presente que a media noche queremos estar despiertos para continuar nuestroviaje.

    --S, seores-- respondi el posadero guiando el ojo a la zorra y al gato, comoqueriendo decirles: Ya os he comprendido, compadres!

    Apenas cay Pinocho en la cama, se qued dormido y empez a soar. Y as

    soando le pareca estar en medio de un campo, y que este campo estaba todolleno de arbolillos cargados de racimos formados por monedas de oro, que al sermovidas por el aire hacan tin, tin, tin, como si quisieran decir: Aqu estamos

    para el que nos quiera llevar! Pero cuando Pinocho estaba en lo mejor, es decir,cuando ya extenda las manos para coger aquellas monedas y metrselas en el

    bolsillo, fue despertado de pronto por tres fuertes golpes que dieron en la puertadel cuarto.

    Era el posadero, que vena a decirle que era media noche.

    --Estn ya dispuestos mis compaeros?-- pregunt el mueco.

    --Cmo dispuestos? Ya hace dos horas que se fueron!

    --Por qu tenan tanta prisa?

    --Porque el gato ha recibido un parte telegrfico diciendo que el mayor de susgatitos est en peligro de muerte por culpa de los sabaones.

    --Han pagada la cena?

    --Cmo es eso? Son personas muy bien educadas, y no haban de hacer tamaaofensa a un caballero como usted.

    --Diantre! Pues es una ofensa que hubiera recibido con mucho gusto!-- dijoPinocho--. Despus pregunt:

    Y dnde han dicho que me esperaban esos buenos amigos?

    --Maana al amanecer, en el Campo de los Milagros.

    Despus de haber tenido que soltar una de sus monedas para pagar la cena de lostres, sali Pinocho de la posada.

    Pero puede decirse que sali a tientas, porque la noche estaba tan oscura, que nose vean los dedos de la mano. Por todo alrededor no se oa moverse una hoja.

    Unicamente algn que otro pjaro nocturno cruzaba el camino de un lado a otro,

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    tropezando a veces con la nariz de Pinocho, el cual daba un salto y gritaba llenode miedo:

    Quin va?, y entonces el eco repeta a lo lejos: Quin va?, Quin va?, Quinva?

    En tanto segua Pinocho su camino, y a poco vio en el tronco de un rbol unanimalito muy pequeo, que reluca con resplandor plido y opaco, como luceuna mariposa detrs de la porcelana transparente de una lamparilla de noche.

    --Quin eres?-- pregunt Pinocho.

    --Soy la sombra del grillo-parlante!-- respondi el animalito con una vocecitadbil, dbil, que pareca venir del otro mundo.

    --Y qu quieres?--dijo el mueco.

    --Quiero darte un consejo. Vulvete por tu camino y lleva esas cuatro monedasque te quedan a tu pobre papito, que llora y se desespera al no verte.

    --Maana mi Papito se convertir en un gran seor, porque en vez de cuatromonedas tendr dos mil

    --Hijo mo, no te fes de los que te ofrecen hacerte rico de la noche a la maana!Generalmente, o son locos o embusteros que tratan de engaar a los dems.Creme a m, que te quiero bien: vulvete a tu casa.

    --Pues a pesar de eso, yo sigo adelante.

    --Mira que es muy tarde!--Quiero seguir adelante!

    --Mira que la noche est muy oscura!

    --Te digo que quiero seguir adelante!

    --Mira que este camino es muy peligroso!

    --Que lo sea! Yo sigo adelante!

    --Acurdate de que a los muchachos que no obedecen ms que a su capricho y a

    su voluntad, les castiga Dios, y pronto o tarde tienen que arrepentirse.

    --S, ya lo s! La misma historia de siempre! Buenas noches!

    --Buenas noches, Pinocho! Que Dios te guarde del relente y de los ladrones!

    Apenas termin de hablar la sombra del grillo-parlante, se apag su lucecitacomo si la hubieran soplado, y el camino qued an ms oscuro que antes.

    CAPITULO XIV

    Por no haber hecho caso a los consejos del grillo-parlante, se encuentra Pinochocon unos ladrones.

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    --Verdaderamente que los nios somos bien desgraciados!-- se deca el muecoal emprender de nuevo su viaje--. Todo el mundo nos grita, todos nos rien y semeten a darnos consejos! Si les hiciramos caso, todos haran oficio de padres o

    maestros: hasta los grillos-parlantes! Por ejemplo por no hacer caso de esefastidioso grillo; quin sabe cuntas desgracias debern ocurrirme, segn l!Hasta ladrones dice que voy a encontrarme! Menos mal que no creo ni he credonunca en los ladrones. Para m los ladrones han sido inventados por los paps afin de meter miedo a los muchachos que quieren andar por las noches fuera de sucasa. Adems, aunque me los encontrase aqu mismo en el camino, qu me iba a

    pasar? De seguro que nada, porque les gritara bien fuerte, en su misma cara:"Seores ladrones, qu quieren de m? Les advierto que conmigo no se juega;conque ya pueden largarse de aqu, y silencio! Cuando les diga todo esto muy enserio, los pobres ladrones escaparn como el viento. Ya me parece que los estoyviendo correr! Y en ltimo trmino, si estuvieran tan mal educados que noquisieran escapar, entonces me escapaba yo, y asunto concluido.

    Pero no pudo Pinocho terminar sus razonamientos, porque en aquel instante lepareci or detrs de l un ligero ruido de hojas.

    Volvise para mirar lo que fuera, y vio en la oscuridad dos mascarones negrosque, disfrazados con sacos de carbn, corran tras l dando saltitos de puntillascomo dos fantasmas.

    --Aqu estn-- se dijo Pinocho; y no, sabiendo dnde esconder las cuatromonedas de oro, se las meti en la boca debajo de la lengua.

    Despus trat de escapar; pero an no haba dado el primer paso, cuando sintique le agarraban por los brazos y que dos voces horribles y cavernosas le decan:

    --La bolsa o la vida!

    No pudiendo Pinocho contestar de palabra, porque se lo impedan las monedasque tena en la boca, hizo mil gestos y seas para a entender a aquellos dosencapuchados (de los cuales slo poda verse los ojos por unos agujeros hechosen los sacos) que l era un pobre mueco, y que no tena en el bolsillo ni siquieraun cntimo partido por la mitad.

    --Ea, vamos! Menos gestos, y venga pronto el dinero!-- gritaron bruscamentelos dos bandidos.

    Y el mueco hizo de nuevo con la cabeza y con las manos un gesto comodiciendo: No tengo absolutamente nada!

    --Saca pronto el dinero, o eres muerto:--dijo el ms alto de los dos ladrones.

    --Muerto!-- repiti el otro.

    --Y despus de matarte a ti, mataremos tambin a tu padre!

    --Tambin a tu padre!

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    --No, no, no! A mi pobre pap no!-- grit Pinocho con acento desesperado; peroal gritar le sonaron las monedas en la boca.

    --Ah, bribn! Conque llevabas escondido el dinero en la boca? Escpelo enseguida!

    Y Pinocho firme como una roca.

    --Te haces el sordo, eh? Pues espera, y ya vers cmo nosotros hacemos que loescupas!

    Uno de ellos cogi el mueco por la punta de la nariz y el otro por la barba, ycomenzaron a tirar cada uno por su lado a fin de obligarle a que abriera la boca;

    pero no fue posible: pareca como si estuviera clavada y remachada.

    Entonces el ms bajo de los dos ladrones sac un enorme cuchillo, y trat demeterlo por entre los labios de Pinocho para obligarle a abrir la boca; mas el

    mueco, rpido como un relmpago, le cogi la mano con los dientes y se lacort en redondo de un mordisco. Figuraos lo asombrado que se quedara cuandoal echarlo de la boca vio que era una zarpa de gato!

    Envalentonado con esta primera victoria, consigui librarse de los ladrones afuerza de araazos, y saltando por encima de un matorral escap a campotraviesa. Los ladrones echaron a correr tras l, como dos perros tras una libre.

    Despus de una carrera de quince kilmetros, el pobre Pinocho no poda ya ms:vindose perdido, se encaram por el tronco de un altsimo pino, y cuando lleg ala copa se sent cmodamente entre dos ramas. Tambin los ladrones trataron desubir al rbol; pero al llegar a la mitad de la altura resbalaron por el tronco ycayeron a tierra, con los pies y las manos despellejados.

    Pero no por eso se dieron por vencidos, sino que recogiendo un brazado de leaseca, la arrimaron al pie del rbol y prendieron fuego. En menos tiempo del quese tarda en decirlo empez a arder el pino. Viendo Pinocho que las llamas ibansubiendo cada vez ms, y no queriendo terminar asado como un pollo, dio unmagnfico salto desde lo alto del rbol, y se lanz a correr como un gamo porcampos y viedos. Y los ladrones detrs, siempre detrs, sin cansarse nunca.

    En tanto empezaba a clarear el da, y de pronto se encontr Pinocho con queestaba el paso cortado por un foso ancho y muy profundo, lleno de agua sucia de

    color de caf con leche. Qu hacer? El mueco no se detuvo a pensarlo. Tomcarrerilla y gritando: Una, dos, tres!, salv de un salto el foso, yendo a parar a laotra orilla. Tambin saltaron a su vez los ladrones; pero como no habancalculado bien la distancia, cataplum!, cayeron de patitas en el agua.

    Al sentir Pinocho el golpazo de la cada y las salpicaduras del agua, grit,burlndose y sin dejar de correr:

    --Que siente bien el bao, seores ladrones!

    Y ya se figuraba que se habran ahogado en el foso, cuando al volver una vez lacabeza vio que seguan corriendo detrs siempre metidos en los sacos ychorreando agua por todas partes.

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    CAPITULO XV

    Los ladrones continan persiguiendo a Pinocho y cuando al fin consiguen darle

    alcance, le cuelgan de la Encina grande.

    Entonces el mueco, perdida ya toda esperanza de salvacin, estuvo tentado dearrojarse al suelo y darse por vencido; pero al dirigir en torno suyo una mirada,vio a lo lejos blanquear una casita entre las verdes copas de los rboles.

    --Si tuviera fuerzas para llegar hasta all, quizs podra salvarme!-- se dijo.

    Y sin perder un segundo se lanz nuevamente a todo correr por el bosque endireccin de aquella casita. Y los ladrones siempre detrs.

    Despus de haber corrido desesperadamente durante cerca de dos horas, lleg,por ltimo, sin aliento a la puerta de la casita y llam.

    No respondi nadie.

    Volvi a llamar con ms fuerza, porque senta acercarse el rumor de los pasos yla respiracin jadeante de sus perseguidores.

    El mismo silencio.

    Viendo que el llamar no le daba resultado, empez a dar puntapis y cabezadasen la puerta. Entonces se asom a la ventana una hermosa nia de cabellos de un

    color azul precioso y de cara blanca como la nieve, con los ojos cerrados y lasmanos cruzadas sobre el pecho, que sin mover los labios dijo, con una vocecitaque pareca venir del otro mundo.

    --En esta casa no hay nadie; todos estn muertos!

    --Pues, breme t!-- grit Pinocho suplicante y lloroso.

    --Yo tambin estoy muerta!

    --Muerta! Pues, entonces, qu haces ah en la ventana?

    --Estoy esperando la caja que ha de servir para enterrarme!Apenas dijo estas palabras desapareci la nia, y se cerr la ventana sin hacerruido alguno.

    --Oh, hermosa nia de cabellos azules: abre, por piedad!-- gritaba Pinocho--.Ten compasin de un pobre nio perseguido por los ladr...

    Pero no pudo terminar la palabra, porque sinti que le agarraban por el cuello, yoy los mismos dos vozarrones, que decan con acento amenazador:

    --Esta vez no te escapars!

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    Al verse el mueco tan cerca de la muerte, fue acometido de un temblor tangrande, que le sonaban las junturas de sus piernas de madera y las monedas deoro que haba escondido debajo de la lengua.

    --Conque vamos a ver: abres la boca o no?-- le preguntaron los ladrones--. Ah!

    No quieres responder? Ahora veremos!Y sacando dos cuchillos largos, largos y afilados como navajas de afeitar, zas...zas...!, le dieron dos cuchilladas en la espalda.

    Pero por fortuna, el mueco estaba hecho de una madera tan dura, que las hojasde los cuchillos saltaron en mil pedazos, y los ladrones se quedaron con losmangos en las manos y mirndose asombrados.

    --Ah!, ya comprendo!-- dijo entonces uno de ellos--. Hay que ahorcarle!Ahorqumosle!

    --Ahorqumosle!-- repiti el otro.Dicho esto le ataron las manos a la espalda, y pasndole un nudo corredizo por lagarganta, le colgaron de una gruesa rama de la Encina grande.

    Despus se sentaron sobre la hierba para esperar a que el mueco hiciese laltima pirueta; pero tres horas despus segua el mueco con los ojos abiertos, la

    boca cerraba y moviendo los pies cada vez ms.

    Finalmente, cansados de esperar, se levantaron, y dirigindose a Pinocho, ledijeron en tono de burla:

    Vaya, hasta maana! Esperamos que cuando volvamos otra vez, nos habrs hechoel favor de estar bien muerto y con la boca abierta.

    Dicho esto se marcharon.

    Entretanto se haba levantado un fuerte viento Norte que silbaba rabiosamente, yque, moviendo de un lado a otro al pobre ahorcado, le haca oscilar violentamentecomo badajo de campana en da de fiesta. Este continuo movimiento le causabagrandes dolores, y el nudo corredizo le apretaba cada vez ms la garganta,quitndole la respiracin.

    Poco a poco iban apagndose sus ojos; senta que se acercaba el instante de su

    muerte, y se encomendaba a Dios, suplicndole que le enviase alguna personacaritativa que le salvara.

    Slo cuando despus de esperar tanto tiempo vio que no pasaba nadie, balbuce:

    --Oh, pap mo; si estuvieras aqu!

    No tuvo fuerzas para decir ms. Cerr los ojos, abri la boca, estir las piernas, ydando una gran sacudida, se qued rgido e inmvil.

    CAPITULO XVI

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    La hermosa nia de los cabellos azules hace recoger el mueco; le mete en la

    cama, y manda llamar a tres mdicos para saber si est vivo o muerto.

    En el momento en que el pobre Pinocho, colgado por los ladrones en una rama dela Encina grande, pareca ms muerto que vivo, la hermosa nia de los cabellosazules apareci de nuevo en la ventana. Y compadecida de aquel infeliz, quecolgado por el cuello se columpiaba movido por el viento, dio tres palmaditas conlas manos.

    A los pocos instantes se oy un rpido batir de alas, y apareci un milano muygrande, que vino a posarse en el antepecho de la ventana.

    --Qu quieres de m, hermosa Hada?-- dijo el milano inclinando el pico en sealde respeto, porque habis de saber que la nia de los cabellos azules no era, en finde cuentas, ms que una buensima Hada, que haca ms de mil aos que viva en

    aquel bosque.

    --Ves aquel mueco que est colgado de una rama de la Encina grande?

    --Lo veo.

    --Pues bien: vete all en seguida, volando; corta con tu fuerte pico la cuerda que letiene suspendido en el aire, y con mucho cuidado le colocas tendido en la hierbaal pie de la Encina.

    Sali volando el milano, y a los dos minutos estaba ya de vuelta, diciendo:

    --Ya est hecho lo que me has ordenado.

    --Y cmo le has encontrado? Vivo o muerto?

    --A primera vista pareca muerto; pero no debe de estar an muerto del todo,porque apenas he aflojado el nudo corredizo que le apretaba la garganta, halanzado un fuerte suspiro y ha dicho en voz baja: Ahora me siento mejor!

    Entonces el Hada dio otras dos palmadas, y apareci un magnfico perro de lanas,que andaba sobre las patas de atrs completamente derecho, como si fuera unhombre.

    Estaba vestido como un cochero, con librea de gala. Llevaba en la cabeza untricornio galoneado de oro; una peluca rubia, con rizos que colgaban hasta elcuello; una casaca de color de chocolate, con botones de brillantes y con dosgrandes bolsillos para guardar los huesos que su ama le daba para comer; unoscalzones cortos de terciopelo carmes, medias de seda y zapatos escotados. Detrsllevaba una especie de funda de paraguas, hecha de raso azul, que le serva parameter el rabo cuando el tiempo amenazaba lluvia.

    --yeme, mi buen Sultn-- dijo el Hada al perro de lanas--. Haz enganchar enseguida la mejor de mis carrozas, y toma el camino del bosque. Cuando llegues

    bajo la Encina grande, encontrars tendido sobre la hierba un pobre mueco

    medio muerto. Recgele con cuidado, le colocas bien en los almohadones de lacarroza y le traes aqu. Has comprendido?

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    El perro de lanas mene tres o cuatro veces la funda de raso azul, como dando aentender que haba comprendido, y sali a escape.

    Al poco tiempo se vio salir de la cochera una hermossima carroza azul celeste,almohadillada con plumas de canario y tirada por cien parejas de conejitos de

    Indias, blancos, con los ojitos encarnados, llevando sentado en el pescante alperro de lanas, que haca. chasquear el ltigo a derecha e izquierda, como loscocheros: cuando temen llegar tarde.

    No haba pasado un cuarto de hora cuando regres la carroza, y el Hada, queestaba esperando a la puerta de la casa, cogi en brazos al pobre mueco, yconducindole a una habitacin pequeita que tena las paredes de ncar, mandllamar a los mdicos ms famosos del contorno.

    Y llegaron los mdicos, uno detrs de otro: un cuervo, un mochuelo y un grillo-parlante.

    --Quisiera saber, seores-- dijo el Hada volvindose hacia los tres mdicosreunidos junto a la cama de Pinocho--, si este desgraciado mueco est vivo omuerto.

    Al or esta pregunta se adelant primero el cuervo, y le tom el pulso; despus letoc la nariz y el dedo meique del pie izquierdo, y cuando le hubo examinado

    bien, pronunci solemnemente estas palabras:

    --Yo opino que el mueco est completamente muerto; si por fortuna no estuviesemuerto, entonces sera seal indudable de que estaba vivo.

    --Siento mucho no ser de la misma opinin de mi ilustre amigo y colega elcuervo-- dijo a su vez el mochuelo--; yo opino que el mueco est vivo y bienvivo; pero si por desgracia no lo estuviese entonces sera seal indudable de queestaba muerto.

    --Y usted qu dice?-- pregunt el Hada al grillo-parlante.

    --Yo creo que el mdico prudente, cuando no sabe qu decir, lo mejor que puedehacer es permanecer callado. Por lo dems, este mueco no me es desconocido:hace ya tiempo que le conozco.

    Pinocho que haba permanecido hasta aquel momento como un tronco, tuvo un

    estremecimiento que hizo mover la cama.--Este mueco-- continu diciendo el grillo-parlante-- es un granujaincorregible!

    Pinocho abri los ojos, pero volvi a cerrarlos en el acto.

    --Es un galopn, un holgazn, un vagabundo!

    Pinocho escondi la cara entre las sbanas.

    --Un hijo desobediente, que har morirse de pena a su pobre padre!

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    En aquel momento se sinti en la habitacin rumor de llanto y de sollozos.Levantaron el embozo de la sbana y se encontraron con que era Pinocho el quelloraba.

    --Cuando el muerto llora, es seal de que est en vas de curacin-- dijo

    solemnemente el cuervo.--Siento mucho contradecir a mi ilustre amigo y colega-- replic el mochuelo--.Yo creo que cuando el muerto llora es seal de que no le hace gracia morirse.

    CAPITULO XVII

    Pinocho se come el azcar sin querer purgarse; pero al ver que llegan los

    enterradores para llevrselo, bebe toda la purga. Despus le crece la nariz por

    decir mentiras.

    Apenas salieron los tres mdicos de la habitacin, se acerc el Hada a Pinocho, yal tocarle la frente not que tena una gran fiebre.

    Entonces disolvi unos polvos blancos en medio vaso de agua y se los present almueco, dicindole cariosamente.

    --Bebe esto, y dentro de pocos das estars bueno.

    Pinocho mir el vaso torciendo el gesto, y pregunt con voz plaidera:

    Es dulce, o amargo?--Es amargo, pero te sentar bien.

    --Amargo! No lo quiero.

    --Anda, bbelo: hazme caso a m!

    --Es que no me gustan las cosas amargas.

    --Bbelo, y te dar despus un terrn de azcar para quitarte el mal gusto.

    --Dnde est el terrn de azcar?

    --Aqu lo tienes-- dijo el Hada, sacndolo de un azucarero de oro.

    --Primero quiero que me des el terrn de azcar, y despus beber el aguaamarga.

    --Me lo prometes?

    --S.

    El Hada le dio el terrn, y Pinocho, despus de comrselo en menos tiempo quese dice, se relami los labios, exclamando:

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    --Qu lstima que el azcar no sea medicina! Yo me purgara entonces todos losdas!

    --Ahora vas a cumplir la promesa que me has hecho, y a beberte este poco deagua que ha de ponerte bueno.

    De mala gana tom Pinocho el vaso en la mano, acercando la punta de la nariz yhaciendo un gesto; despus hizo como que se lo llevaba a la boca; pero searrepinti y volvi a olerlo, hasta que por ltimo dijo:

    --Es muy amarga! Muy amarga! No puedo beberla!

    --Cmo puedes saberlo, si no lo has probado?

    --Me lo figuro lo conozco en el olor. Quiero otro terrn de azcar primero, ydespus la beber.

    Con toda la paciencia de una buena madre, el Hada le puso en la boca un poco deazcar, y despus le present el vaso otra vez.

    --As no puedo beberlo-- dijo el mueco haciendo mil gestos.

    --Por qu?

    --Porque me fastidia esa almohada que tengo en los, pies.

    El Hada retir la almohada.

    --Es intil! tampoco puedo beberlo!

    --Qu es lo que ahora te fastidia?

    --Me fastidia esa puerta del cuarto que est medio abierta.

    Entonces el Hada cerr la puerta.

    --Es que no quiero!--grit, Pinocho llorando y pataleando--. No; no quierobeber ese agua amarga; no quiero; no, no!

    --Hijo mo, mira que luego te arrepentirs!

    --Mejor!

    --Tu enfermedad es grave.

    --Mejor!

    --Esa fiebre puede llevarle al otro mundo.

    --Mejor!

    --No tienes miedo de la muerte?

    --Ninguno. Antes me muero que beber esa medicina tan amarga!

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    En aquel momento se abri de par en par la puerta de la habitacin, y entraroncuatro conejos, negros como la tinta, que llevaban sobre los hombros; una caja demuerto.

    --Qu queris?-- grit, Pinocho despavorido, sentndose en la cama.

    --Venimos por ti-- respondi el conejo mas grueso de los cuatro.

    --Por m? Pero si no me he muerto todava!

    --Todava no; pero te quedan pocos instantes; de vida, por no haber querido beberla medicina, que te hubiera curado la fiebre.

    --Oh, Hada. ma! Hada ma!-- comenz entonces a gritar el mueco--. Dame enseguida el vaso! Anda pronto, por favor, que yo no quiero morir, no quieromorir!

    Y tomando el vaso con ambas manos, se lo bebi de un sorbo.

    --Paciencia!-- dijeron entonces los conejos--. Por esta vez hemos perdido elviaje.

    Y echndose de nuevo sobre los hombros la caja, que haban dejado en tierra,salieron del cuarto refunfuando y murmurando entre dientes.

    Claro es que a los pocos minutos pudo Pinocho saltar de la cama completamentecurado; porque ya se sabe que los muecos de madera tienen la particularidad de

    ponerse muy enfermos de pronto y de curarse en un santiamn.

    Cuando el Hada le vio correr y retozar por la habitacin, listo, y alegre como unpajarillo escapado de la jaula, le dijo:

    --De modo que mi medicina te ha sentado muy bien?

    Ya lo creo! Me ha resucitado!

    --Entonces, por que te has resistido tanto para beberla?

    --Porque los nios somos as. Tenemos, ms miedo de las medicinas que de laenfermedad.

    --Pues muy mal hecho! Los nios debierais recordar que una medicina a tiempopuede evitar una grave enfermedad, y aun la misma muerte.

    Ah! Otra vez no me resistir tanto. Me acordar de esos conejos negros con lacaja de muerto al hombro, y entonces coger en seguida el vaso, y adentro.

    --Muy bien! Ahora vente aqu, a mi lado, y cuntame cmo caste en manos delos ladrones.

    Pues fue que Tragalumbre me dio cinco monedas de oro y me dijo: "Llvaselas atu papa", y en el camino me encontr una zorra y un gato, dos personas muy

    buenas, que me dijeron: Quieres que esas monedas se conviertan en mil o en dos

    mil! Vente con nosotros y te llevaremos al Campo de los Milagros. Y yo les dije:"Vamos". Y ellos dijeron: "Nos detendremos un rato en la posada de El Cangrejo

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    Rojo, y cuando sea media noche seguiremos nuestro camino." Cuando yo medespert ya no estaban all, porque se haban marchado. Entonces yo me marchtambin. Y haca una noche tan oscura que apenas se poda andar. Y me encontrcon dos ladrones metidos en dos sacos de carbn, que me dijeron: Danos eldinero!" y yo les dije: "No tengo ningn dinero". Porque me haba escondido las

    monedas de oro en la boca. Y uno de los ladrones quiso meterme la mano en laboca, yo se la cort de un mordisco; pero al escupirla me encontr con que, envez de una mano, era la zarpa de un gato. Y los ladrones echaron a correr detrsde m; y yo corre que te corre, hasta que me alcanzaron; Y entonces me colgaron

    por el cuello en un rbol del bosque, diciendo: "Maana volveremos, y estarsbien muerto y con la boca abierta, y entonces te sacaremos las monedas de oroque tienes escondidas debajo de la lengua".

    --Y dnde tienes las cuatro monedas de oro?--le pregunt el Hada.

    --Las he perdido!-- respondi Pinocho; pero era mentira porque las tena en el

    bolsillo.Apenas haba dicho esta mentira, la nariz del mueco, que ya era muy larga,creci ms de dos dedos.

    --Dnde las has perdido?

    --En el bosque.

    A esta segunda mentira sigui creciendo la nariz.

    --Si las has perdido en el bosque-- dijo el Hada--, las buscaremos, y de seguroque hemos de encontrarlas, porque todo lo que se pierde en este bosque seencuentra siempre.

    --Ahora que me acuerdo bien-- dijo el mueco, embrollndose cada vez ms--, nolas he perdido, sino que me las he tragado sin querer al tomar la medicina.

    A esta tercera mentira se le alarg, la nariz de un modo tan extraordinario que elpobre Pinocho no poda ya volverse en ninguna direccin. Si se volva de un lado,tropezaba con la cama o con los cristales de la ventana; si se volva de otro lado,tropezaba con la pared o con la puerta del cuarto, y si levantaba la cabeza, corrael riesgo de meter al Hada por un ojo la punta de aquella nariz fenomenal.

    El Hada le miraba y se rea.--Por que te res?-- pregunt el mueco, confuso y pensativo, al ver cmo crecasu nariz por momentos.

    --Me ro de las mentiras que has dicho.

    --Y cmo sabes que he dicho mentiras?

    --Las mentiras, hijo mo, se conocen en seguida, porque las hay de dos clases: lasmentiras que tienen las piernas cortas, y las que tienen la nariz larga. Las tuyas,

    por lo visto, son de las que tienen la nariz larga.

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    Sinti Pinocho tanta vergenza, que no sabiendo donde esconderse, trat de salirde la habitacin. Pero no le fue posible: tanto le haba crecido la nariz, que no

    poda pasar por la puerta.

    CAPITULO XVIII

    Pinocho vuelve a encontrarse con la zorra y el gato, y se va con ellos a sembrar

    sus cuatro monedas en el Campo de los Milagros.

    Como podis suponer, el Hada dej que el mueco llorase y gritase durante msde media hora porque con aquellas narizotas no poda salir de la habitacin. Lohizo as para darle una leccin y para que se corrigiera del vicio de mentir, elvicio ms feo que puede tener un nio. Pero cuando ya le vio tan desesperado quese le salan los ojos de las rbitas, tuvo lstima de l y dio unas palmadas. A esta

    seal entraron en la habitacin unos cuantos millares de esos pjaros que sellaman picos o carpinteros, porque pican en la madera de los rboles y posndosetodos ellos en la nariz Pinocho, empezaron a picarla de tal manera, que en pocosminutos aquella nariz enorme volvi a su tamao anterior.

    --Qu buena eres, Hada, y cunto te quiero!-- dijo el mueco, enjuagndose losojos.

    --Yo tambin te quiero mucho-- respondi el Hada--; y si quieres quedarteconmigo, sers mi hermanito y yo ser para ti una buena hermanita.

    --Yo s quisiera quedarme; pero; y mi pobre pap?--Ya he pensado en eso. He ordenado que le avisen y antes de media noche estaraqu.

    De veras?--grito Pinocho saltando de alegra--. Entonces, Hada preciosa, si teparece bien, ir a buscarle Tengo muchas ganas de darle un beso al pobreviejecito que tanto ha sufrido por mi!

    --Bueno; pues vete. Pero cuidado con perderte. Toma el camino del bosque, y asle encontrars seguramente.

    Sali Pinocho, y apenas lleg al bosque empez a correr como un galgo. Pero alllegar cerca del sitio donde estaba la Encina grande se par de pronto, porque lepareci que haba odo ruido de gente entre la maleza. En efecto: vio aparecer...No sabis a quin?

    Pues a la zorra y al gato; o sea a aquellos dos compaeros de viaje con los cualeshaba cenado en la posada de El Cangrejo Rojo.

    --Pues si es nuestro querido Pinocho!-- grit la zorra, abrazndole y besndole--.Qu haces por aqu?

    --Qu haces por aqu?-- repiti el gato.

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    --Es largo de contar--dijo el mueco--. Pero ante todo os dir que la otra noche,cuando me dejasteis en las posada, me salieron al camino unos ladrones.

    Unos ladrones? Pero es de veras? Pobre Pinocho! Y que queran?

    --Queran robarme las monedas de oro.

    Qu granujas!--dijo la zorra.

    --Qu grandsimos granujas-- repiti el gato.

    --Pero yo me escap-- continu contando el mueco--, y ellos siempre detrs,hasta que me alcanzaron y me colgaron en una rama de aquella Encina.

    Y Pinocho seal la Encina grande, que estaba a dos pasos de distancia.

    --Que atrocidad!-- exclam la zorra--. Qu mundo tan malo! Parece mentiraque haya gente as! Dnde podremos vivir tranquilos las personas decentes?

    Mientras charlaban de este modo observ Pinocho que el gato estaba manco de lamano derecha porque le faltaba toda la zarpa, con uas y todo.

    Qu has hecho de tu zarpa?--le pregunt.

    Quiso contestar el gato pero se hizo un lo, y entonces intervino la zorra condestreza diciendo:

    --Mi amigo es demasiado modesto, y por eso no se atreve a contarlo. Yo locontar. Sabrs cmo hace una hora prximamente que nos hemos encontrado enel camino un lobo viejo, casi muerto de hambre. que nos ha pedido una limosna.

    No teniendo nada que darle, sabes lo que ha hecho este amigo mo, que tiene elcorazn ms grande del mundo? Pues se ha cortado de un mordisco la zarpaderecha, y se la ha echado al pobre lobo para que se desayunara.

    Y al terminar su relato la zorra se enjug una lgrima.

    Tambin Pinocho estaba conmovido. Se acerc al gato y le dijo al odo:

    --Si todos los gatos fueran como t, qu felices viviran los ratones!

    --Y qu haces ahora por estos lugares?-- pregunt la zorra al mueco.

    --Esperando a mi pap, que debe de llegar de un momento a otro.

    --Y tus monedas de oro?

    --Las tengo en el bolsillo, menos una que gast en la posada de El Cangrejo Rojo.

    --Y pensar que en vez de cuatro monedas podran ser maana mil o dos mil!Por qu no sigues mi consejo? Por qu no vamos a sembrarlas en el Campo delos Milagros?

    --Hoy es imposible; iremos otro da.

    --Otro da ser tarde--dijo la zorra.

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    --Por qu?

    --Porque ese campo ha sido comprado por un gran seor, que desde maana nopermitir que nadie siembre dinero.

    --Cunto hay desde aqu hasta el Campo de los Milagros?

    --No llega a dos kilmetros. Quieres venir? Tardamos en llegar una media hora;siembras en seguida las cuatro monedas, a los pocos minutos recoges dos mil, yte vuelves con los bolsillos bien repletos. Qu? Vienes?

    Pinocho vacil antes de contestar, porque se acord de la buena Hada, del viejoGepeto y de los consejos del grillo-parlante; pero termin por hacer lo mismo quetodos los muchachos que no tienen pizca de juicio ni de corazn; acabo porrascarse la cabeza y decir a la zorra y al gato:

    --Bueno; me voy con vosotros!

    Y marcharon los tres juntos.

    Despus de haber andado durante medio da llegaron a un pueblo que se llamaba"Engaabobos". Apenas entraron, vio Pinocho que en todas las calles abundaban

    perros flacos y hambrientos que se estiraban abriendo la boca, ovejas sucias ypeladas que temblaban de fro, gallos y gallinas sin cresta y medio desplumados,que pedan de limosna un grano de maz; grandes mariposas que ya no podanvolar por haber vendido sus preciosas alas de brillantes colores, pavo realesavergonzados por el lastimoso estado de su cola y faisanes que lloraban la

    prdida de su brillante plumaje de oro y