Colección dirigida por - Editorial Vicens Vives · mezcla con alcohol y especias) como calmante,...
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Arthur Conan Doyle
El hombre del labio torcido El carbunclo azul
Ilustraciones
Tha
Traducción
Adolfo Muñoz
Notas y actividades
Rebeca Martín
icensVivesV
Primera edición, 2014
Depósito Legal: B. 21.567-2014ISBN: 978-84-682-2213-4Nº. de Orden V.V.: ED20
© ADOLFO MUÑOZSobre la traducción.
© REBECA MARTÍNSobre las notas y las actividades.
© AUGUST THARRATS, “THA” Sobre las ilustraciones.
© VICENS VIVES PRIMARIA, S.A. Sobre la presente edición según el art. 8 del Real Decreto Legislativo 1/1996.
Obra protegida pel RDL 1/1996, de 12 d’abril pel qual s’aprova el Text Refós de la Llei de Propietat Intel·lectual i per la normativa vigent que ho modifica. Prohibida la reproducció total o parcial per qualsevol mitjà, inclosos els sistemes electrònics d’emmagatzematge, per reproducció, així com el tractament informàtic. Reservat a favor de l’Editor el dret de préstec públic, lloguer o qualsevol
altra forma de cessió d’ús d’aquest exemplar.
IMPRESO EN ESPAÑA. PRINTED IN SPAIN.
Isa Whitney, hermano del difunto doctor en teología1 Elias Whit-
ney, director de la Facultad de Teología de San Jorge, era adicto al
opio.2 Según he oído decir, había adquirido este hábito en la uni-
versidad, a raíz de una estúpida ocurrencia: tras leer la descripción
que hace De Quincey de sus sueños y sensaciones, Whitney empa-
pó su tabaco en láudano con el propósito de experimentar los mis-
mos efectos.3 Entonces descubrió, como tantos otros ya lo habían
hecho antes, que resulta más fácil adquirir ese hábito que librarse
de él, y durante muchos años vivió esclavo de la droga, inspiran-
do a sus amigos y parientes una mezcla de espanto y piedad. Toda-
1 La teología es la disciplina que estudia a Dios y sus atributos. 2 El opio es una droga de propiedades analgésicas que se extrae de la adormi-
dera. En el siglo xix, su consumo se extendió entre la población inglesa, que podía adquirir la droga legalmente en las farmacias, pues se ignoraba que causaba una grave adicción, devastadora para la salud.
3 En 1822, el escritor Thomas de Quincey (1785-1859) publicó sus Confesiones de un inglés comedor de opio, una obra donde narraba sus experiencias con esta droga. De Quincey empezó a tomar láudano (extracto del opio que se mezcla con alcohol y especias) como calmante, pero, con el paso del tiempo, el abuso de este preparado acabó provocándole pesadillas y alucinaciones.
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vía puedo verlo con la cara pálida y amarillenta, los párpados caídos
y las pupilas tan pequeñas como la cabeza de un alfiler, acurrucado
en una butaca, y convertido en la ruina y los despojos de un hom-
bre respetable.
Una noche del mes de junio de 1889, sonó el timbre de la puer-
ta a esas horas en que uno da el primer bostezo y empieza a consul-
tar el reloj. Me incorporé en la butaca a la vez que mi esposa dejaba
caer las agujas de coser en el regazo, con un leve gesto de disgusto.
—¡Un paciente! —dijo—. Vas a tener que salir…
Yo refunfuñé, pues acababa de regresar a casa después de un día
agotador.
Oímos que se abría la puerta de la calle, después unas pocas pa-
labras apresuradas y, a continuación, unos pasos rápidos en el suelo
de linóleo.4 La puerta de la sala se abrió de golpe, y una dama vesti-
da de oscuro y con el rostro oculto por un velo negro irrumpió en
la habitación.
—Perdonen que venga a estas horas —empezó a decir, y enton-
ces, perdiendo de repente el dominio de sí misma, se abalanzó sobre
mi esposa, le echó los brazos al cuello y empezó a sollozar sobre su
hombro—. ¡Tengo un problema terrible! —exclamó—. ¡Y necesito
que alguien me ayude!…
—¡Pero si es Kate Whitney! —exclamó mi esposa tras levantar-
le el velo—. ¡Qué susto me has dado, Kate! Cuando has entrado, no
tenía ni idea de quién eras.
—No sabía qué hacer, así que he decidido venir a verte.
Siempre pasaba lo mismo: la gente con problemas acudía a mi
mujer como las mariposas nocturnas a la luz.
4 El linóleo es un compuesto de madera y resinas que se usa como pavimento.
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—Has sido muy amable al venir —le dijo a la señora Whitney—.
Ahora bebe un poco de vino con agua, ponte cómoda y cuéntanos-
lo todo. ¿O quizá prefieres que mande a James a la cama?5
—¡Oh, no, no! También necesito el consejo y la ayuda del doc-
tor. Se trata de Isa. Lleva dos días sin aparecer por casa. ¡Estoy tan
preocupada por él…!
No era la primera vez que nos hablaba del problema de su mari-
do, a mí como médico, y a mi esposa como vieja amiga y compañe-
ra de escuela. La calmamos y consolamos con las mejores palabras
que se nos ocurrieron. ¿Sabía dónde estaba su esposo? ¿Creía que
era posible hacerlo regresar a casa?
Al parecer, sí, era posible. La señora Whitney tenía la certeza de
que últimamente, cuando a su esposo le acometía la ansiedad, iba
a un fumadero de opio situado en el extremo este de la City.6 Hasta
entonces, sus orgías nunca habían durado más de un día, y siempre
regresaba a casa por la noche, exhausto y tembloroso. Pero en aque-
lla ocasión llevaba ya cuarenta y ocho horas presa del hechizo, y se-
guramente seguiría allí tirado, entre la inmundicia7 de los muelles,
fumando aquel veneno o durmiendo bajo sus efectos. A Isa se lo
podía encontrar, no le cabía la menor duda, en «El Lingote de Oro»,
en la calle Upper Swandam. Pero ¿qué podía hacer ella? ¿Cómo iba
a meterse ella, una mujer joven y tímida, en semejante antro, y sepa-
rar a su esposo de los rufianes8 que estarían con él?
5 El nombre de pila del doctor Watson no es James, sino John. Probablemente el error se deba a un despiste de Arthur Conan Doyle.
6 La City, antiguo casco viejo de Londres, es el distrito financiero de la ciudad. Está situado en la orilla norte del Támesis y, en su extremo este, delimitaba con los barrios bajos, donde abundaban los fumaderos de opio.
7 inmundicia: porquería, suciedad. 8 antro: lugar oscuro y de dudosa reputación; rufián: granuja.
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Así estaban las cosas y, evidentemente, no había más que un
modo de solucionarlas. ¿Acaso no podía acompañarla yo? Claro
que, pensándolo mejor, ¿qué necesidad había de que ella viniera
conmigo? Yo era el médico de cabecera de Isa Whitney y, como tal,
tenía cierta influencia sobre él. Me las compondría mejor si iba so-
lo. Le di mi palabra de que, si su marido se encontraba en la direc-
ción que me había proporcionado, en menos de dos horas lo man-
daría a casa en un coche de alquiler. De manera que, diez minutos
después, yo había abandonado mi butaca y mi confortable sala de
estar, y me dirigía hacia el este en un coche que corría a toda velo-
cidad para cumplir lo que ya entonces me parecía un extraño co-
metido, aunque solo el futuro iba a revelarme hasta qué punto era
realmente extraño.
Sin embargo, no tuve grandes dificultades durante la prime-
ra parte de mi aventura. Upper Swandam es un callejón miserable
que se oculta tras los altos embarcaderos de la orilla norte del río,
al este del Puente de Londres.9 Encontré el antro que andaba bus-
cando entre una tienda de ropa vieja y un establecimiento de gi-
nebra,10 al final de una empinada escalera que descendía hasta un
agujero tan negro como la boca de una cueva. Le pedí al cochero
que me esperara y bajé por aquellos peldaños, que estaban desgas-
tados en el centro por el incesante subir y bajar de pies borrachos.
A la luz vacilante de una lámpara de aceite colgada sobre la puer-
ta, di con el picaporte11 y penetré en una sala larga y de techo bajo,
con la atmósfera cargada del humo pardusco del opio, y flanquea-
9 El Puente de Londres une la City con el distrito de Southwark.10 En los establecimientos de ginebra se compraba esta bebida alcohólica, que
era muy barata, para consumirla allí mismo o llevársela a casa.11 picaporte: pomo o tirador de una puerta.
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da por literas de madera, como el castillo
de proa12 de un barco de emigrantes.
En la penumbra apenas podían vislum-
brarse los cuerpos, que yacían en postu-
ras extrañas y fantásticas, con los hom-
bros encorvados, las rodillas dobladas, las
cabezas echadas hacia atrás y las barbillas
apuntando al techo. De vez en cuando, al-
gún ojo oscuro y sin brillo se volvía hacia
el recién llegado. Entre las negras sombras,
relucían unos circulitos de luz roja que se
desvanecían y se encendían vivamente, se-
gún el ardiente veneno menguara o crecie-
12 El castillo de proa es la cubierta que tienen los barcos en la parte delantera.
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Una mañana, dos días después de Navidad, fui a visitar a mi
amigo Sherlock Holmes con el propósito de felicitarle las fies
tas. Holmes estaba recostado en el sofá, envuelto en una ba
ta morada, con el soporte de sus pipas a la derecha, y una pila
de periódicos matutinos arrugados, que evidentemente acaba
ba de leer, al alcance de la mano. Junto al sofá había una silla de
madera, y de su respaldo colgaba un raído y mugriento som
brero de fieltro1 rígido, muy desgastado por el uso y agrietado
por varias partes. Sobre el asiento de la silla reposaban una lupa
y unas pinzas, lo que me hizo sospechar que Holmes había de
jado allí el sombrero para examinarlo.
—Veo que está usted ocupado —observé—. Tal vez le inte
rrumpo…
—¡En absoluto! Me encanta disponer de un amigo con el
que comentar mis conclusiones. Se trata de un asunto sin de
masiada importancia —añadió Holmes, señalando el viejo
sombrero con el dedo pulgar—, pero hay algunos detalles rela
1 raído: gastado por el uso; mugriento: sucio y grasiento; fieltro: paño rígido que se obtiene comprimiendo lana u otros tejidos.
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cionados con él que no carecen de interés e incluso podrían resul
tar instructivos.
Me senté en la butaca y acerqué las manos al crepitante fuego de
la chimenea, porque afuera se había producido una buena helada y
las ventanas estaban cubiertas de escarcha.
—Supongo que, pese a su aspecto inocente —dije—, este obje
to está relacionado con una historia terrible, y que es la pista que le
conducirá hasta la resolución del misterio y el castigo de algún cri
men.
—No, no, nada de crímenes —repuso Sherlock Holmes, rién
dose—. No es más que uno de esos pequeños enigmas que se dan
cuando cuatro millones de seres humanos conviven apretujados en
unos cuantos kilómetros cuadrados.2 Entre las acciones y reaccio
nes que se producen en un enjambre humano tan denso, cualquier
combinación de sucesos es posible, y pueden surgir un buen nú
mero de pequeños problemas que, pese a resultar asombrosos y es
trambóticos,3 no tengan nada de delictivo. Ya hemos vivido expe
riencias de esa clase.
—Es verdad —corroboré—. De los últimos seis casos que he re
copilado, tres están completamente libres de delito.
—Exactamente. Se refiere usted a mi intento de recuperar los
papeles de Irene Adler, al singular caso de la señorita Mary Suther
land, y a la aventura del hombre del labio torcido.4 Pues bien, no me
2 Holmes se refiere a la abundante población de Londres, que en 1889, año en que transcurre la acción del cuento, era de cuatro millones de personas.
3 estrambóticos: raros, extravagantes. 4 Irene Adler es la rival de Holmes en «Escándalo en Bohemia», Mary Suther
land la mujer a la que socorre en «Un caso de identidad», y el «hombre del labio torcido» un falso mendigo al que el detective desenmascara en el cuento del mismo nombre, recogido en el presente volumen.
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cabe duda de que este pequeño asunto pertenece a esa misma cate
goría inocente. ¿Conoce a Peterson, el portero?
—Sí.
—Este trofeo le pertenece.
—¿El sombrero es suyo?
—No, no, Peterson solo lo encontró. Al propietario no lo cono
cemos. Le ruego que no lo considere un simple bombín maltrecho,5
sino un problema intelectual. Ante todo, veamos cómo llegó aquí.
Apareció la mañana de Navidad, en compañía de un ganso bien ce
bado6 que, sin duda, ahora mismo se está asando en la cocina de Pe
terson.
»Los hechos son los siguientes. El día de Navidad, hacia las cua
tro de la madrugada, Peterson, que, como usted sabe, es un tipo
muy honrado, regresaba de una juerguecita y se dirigía hacia su ca
sa por la calle Tottenham Court.7 A la luz de una farola, vio delan
te de él a un hombre más bien alto, que caminaba con paso insegu
ro y llevaba un ganso blanco sobre el hombro. En la esquina con la
calle Goodge, se produjo un altercado8 entre aquel hombre y un pe
queño grupo de maleantes. Uno de ellos le tiró el sombrero de un
manotazo, así que él levantó el bastón para defenderse, con tan ma
la suerte que, al agitarlo sobre su cabeza, rompió el vidrio del esca
parate de la tienda que tenía detrás. Peterson corrió hacia el des
conocido con la intención de defenderlo de sus asaltantes; pero el
hombre, asustado por la rotura del cristal, y viendo que un hom
bre uniformado corría hacia él, soltó el ganso, puso pies en polvoro
5 Un bombín o sombrero hongo es el que tiene la copa baja y semiesférica. 6 cebado: engordado para el consumo humano. 7 La calle Tottenham Court se encuentra en el centro de Londres. 8 altercado: disputa, pelea.
sa, y se perdió por el laberinto de callejuelas que hay detrás de Tot-
tenham Court. Los matones también echaron a correr al verlo, de
manera que Peterson quedó dueño del campo de batalla y del bo-
tín de guerra, consistente en este sombrero maltrecho y un esplén-
dido ganso de Navidad.
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—Que, supongo, devolvió a su dueño…
—Ahí reside el problema, amigo mío. Es cierto que en la pata iz
quierda del ave había atada una tarjetita que decía «Para la señora
de Henry Baker», y también que en el forro del sombrero se pueden
leer las iniciales «H. B.»; pero como en nuestra ciudad existen miles
de Baker, y varios cientos de Henry Baker, no es fácil devolverle sus
posesiones perdidas a uno de ellos.
—Entonces, ¿qué hizo Peterson?
—Como él sabe que me interesan incluso los enigmas más in
significantes, me trajo el ganso y el sombrero la misma mañana de
Navidad. Hemos guardado el ganso hasta esta mañana, cuando nos
hemos dado cuenta de que, pese al frío que hace, sería mejor co
mérselo sin más demora. Así pues, el mismo que lo encontró se lo
ha llevado para darle el destino propio de un ganso, y yo sigo en po
der del sombrero de ese caballero desconocido que perdió su comi
da de Navidad.
—¿No ha puesto ningún anuncio?
—No.
—Entonces, ¿qué pistas tiene sobre su identidad?
—Solo lo que podamos deducir.
—¿A partir de su sombrero?
—Exactamente.
—Está usted bromeando. ¿Qué podría sacar en claro de ese vie
jo trozo de fieltro?
—Aquí tiene mi lupa. Ya conoce usted mis métodos. ¿Qué puede
deducir sobre el hombre que llevaba esta prenda?
Tomé en mis manos el andrajoso sombrero y le di la vuelta con
desagrado. Era un sombrero negro muy común, de tipo hongo, rí
gido y desgastado por el uso. El forro había sido de seda roja, pe
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ro se hallaba muy descolorido. No aparecía el nombre del fabrican
te, aunque, tal como había observado Holmes, a un lado estaban
garabateadas las iniciales «H. B.». Habían perforado el ala para po
ner una presilla,9 pero faltaba la goma elástica. Por lo demás, estaba
agrietado y polvoriento, y presentaba varias manchas, si bien pare
cía que habían intentado disimular las zonas descoloridas cubrién
dolas con tinta.
—No veo nada —dije, devolviéndoselo a mi amigo.
—Al contrario, Watson, lo ve todo, pero falla usted a la hora de
interpretar lo que ve. Es poco atrevido haciendo deducciones.
—Entonces, le ruego que me diga qué deduce usted de este som
brero.
Lo tomó y lo examinó con aquel aire introspectivo10 que era tan
característico de él.
—Podría ser más revelador de lo que es —observó—, pero, aun
así, de él se pueden extraer algunas deducciones indiscutibles, y
otras que tienen grandes probabilidades de ser ciertas. Salta a la vis
ta que su dueño tiene una gran capacidad intelectual, y también
que vivía bastante bien hasta hace tres años, aunque ahora pasa por
una época de vacas flacas.11 Era un hombre previsor, aunque ya no
lo es tanto, lo cual apunta a cierta decadencia moral que, unida a su
declive económico, nos indica que sobre él puede actuar alguna in
fluencia nefasta,12 probablemente la del alcohol. Esto tal vez expli
que el hecho evidente de que su esposa ha dejado de quererle.
—¡Pero de dónde…!
9 presilla: tira que se cose a una prenda para pasar por ella un botón o una goma.10 introspectivo: concentrado, ensimismado. 11 Las épocas de vacas flacas son las de dificultades económicas.12 nefasta: muy mala y perjudicial.
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—No obstante, aún conserva cierto grado de dignidad —prosi
guió sin hacer caso de mi exclamación de sorpresa—. Lleva una vi
da sedentaria, sale poco de casa, está en baja forma, es de mediana
edad, tiene el pelo entrecano,13 se lo han cortado hace pocos días, y
se aplica en él una loción de lima. Estos son los hechos más claros
que pueden deducirse del sombrero. Ah, por cierto, es poco proba
ble que nuestro desconocido tenga luz de gas14 en su casa.
—Por supuesto, está usted bromeando, Holmes.
—¡En absoluto! ¿Es posible que ni siquiera ahora, después de ex
plicarle mis deducciones, sea capaz de ver cómo las he hecho?
—No me cabe la menor duda de que soy bastante torpe, pues de
bo admitir que no le sigo. Por ejemplo, ¿cómo ha deducido usted
que ese hombre tiene una gran capacidad intelectual?
A modo de respuesta, Holmes se encasquetó el sombrero, que le
cubría la frente entera y fue a descansar sobre el puente de su nariz.
—Es una cuestión de capacidad —explicó—: un hombre con un
cráneo tan grande debe de tener algo en él.15
—¿Y lo de su declive económico?
—El sombrero tiene tres años, porque por aquel entonces esta
ban de moda estas alas planas y curvadas por los bordes. Es un som
brero de una calidad exquisita: fíjese en este ribete16 de seda y en el
excelente forro. Si ese hombre pudo permitirse comprar un som
13 pelo entrecano: cabello salpicado de canas.14 En aquella época, la gente iluminaba sus casas con luz de gas, velas o lámparas
de aceite.15 La falsa creencia de que el tamaño del cráneo de una persona guarda una re
lación proporcional con sus facultades intelectuales tiene sus orígenes en la frenología del médico alemán Franz Joseph Gall (1758-1828), una pseudociencia que contó con numerosos adeptos en la Inglaterra del siglo xix.
16 ribete: tira de tela que se coloca en un sombrero como adorno.
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brero tan caro hace tres años y no lo ha cambiado desde entonces,
es porque, sin duda, ha ido a menos.
—Bueno, eso está bastante claro. Pero ¿de dónde saca lo de su
carácter previsor y su decadencia moral?
Holmes se echó a reír.
—De aquí —dijo poniendo el dedo sobre la presilla donde de-
bía ir la goma elástica—. Los sombreros no se venden con esto. Si
ese hombre mandó que se lo pusieran, es porque era precavido, ya
que se tomó la molestia de adoptar precauciones contra el viento.
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Pero como vemos que la goma se le ha roto y no se ha molestado en
colocar otra, resulta obvio que ya no es tan previsor como antes, lo
cual es un claro indicio de que su carácter se ha debilitado. Por otro
lado, sí que se molestó en disimular algunas de las manchas del fiel
tro embadurnándolas con tinta, y eso nos indica que no ha perdido
completamente su dignidad.
—Sin duda, su razonamiento es plausible.17
—Los otros detalles, que sea de mediana edad, que tenga el pe
lo entrecano, que se lo haya cortado recientemente y que se aplique
en él una loción de lima, se desprenden de un atento examen de la
parte inferior del forro. La lupa revela una buena cantidad de peli
tos cortados limpiamente con las tijeras del peluquero. Están pega
josos y huelen a lima. El polvo que tiene el sombrero, fíjese, no es el
polvo arenoso y gris de la calle, sino la pelusilla marrón y esponjo
sa propia del interior de las casas, lo que demuestra que el sombre
ro pasa la mayor parte del tiempo colgado en el perchero; asimismo,
las manchas de humedad que tiene por dentro indican que su due
ño transpira mucho, y eso es un síntoma de que no se halla en bue
na forma.18
—Pero su esposa…, dice usted que ha dejado de quererlo…
—Este sombrero no se ha cepillado desde hace semanas. Cuan
do yo vea que su sombrero, querido Watson, acumula polvo de va
rias semanas, y que su esposa le permite salir de casa con él puesto,
sospecharé que ha tenido usted la mala suerte de perder el cariño
de su mujer.
—Sin embargo, el propietario del sombrero podría ser soltero.
17 plausible: aceptable, admisible.18 La deducción de Holmes se basa en una premisa errónea, puesto que las per
sonas que sudan mucho no están necesariamente en baja forma.
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El hombre del labio torcido
Argumento y comprensión
1 El doctor Watson se dispone a disfrutar de una tranquila velada en compañía de su esposa, cuando Kate Whitney irrumpe en su casa. ¿Por qué necesita la señora Whitney la ayuda de Watson? (pág. 11) ¿Qué grave problema tiene su marido, Isa Whitney? (págs. 9-11) ¿Y qué decisión toma el doctor? (pág. 12)
2 Watson da con Isa Whitney en un sórdido fumadero de opio, pero, para su sorpresa, allí se encuentra también a Sherlock Holmes. ¿De qué se ha disfrazado el excéntrico detective, y por qué? (págs. 16-17 y 20) ¿Qué caso está investigando Holmes? (págs. 24-29) ¿Y qué principales interrogantes se propone desvelar? (pág. 35)
3 Holmes hace algunos descubrimientos en Los Cedros, la finca que la familia Saint Clair posee en Kent. ¿Por qué asegura la señora Saint Clair que su esposo está vivo? (págs. 38-40) ¿En qué se basa para afirmar que si a su marido le hubiera sucedido algo malo, ella lo sa-bría? (pág. 41)
4 Tras pasar la noche en vela, Holmes da al fin con «la clave del asun-to» y regresa a Londres. En la comisaría de la calle Bow, ¿qué ines-perado objeto saca de su maletín, y qué hace con él? (págs. 50-52) ¿Quién se oculta bajo la identidad de Hugh Boone? (pág. 52)
5 Neville Saint Clair se confiesa ante Holmes, Watson y el ins-pector Bradstreet. ¿Por qué, pese a su detención, se ha esforzado en conservar su disfraz? (págs. 52-53) ¿Qué
a c t i v i d a d e s
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le condujo a disfrazarse de mendigo por primera vez? (págs. 53-54) ¿Y por qué acabó adoptando la mendicidad como modo de vida? (págs. 54-56) Al fin, ¿qué airosa salida le ofrecen Holmes y Brads-treet? (págs. 53 y 58)
Personajes y temas
1 En «El hombre del labio torcido», Sherlock Holmes demuestra su excepcional carisma. ¿De qué singular talento hace gala el detective en el momento de su aparición? (págs. 16-17) ¿Por qué Watson se le une sin dudarlo? (pág. 18) Con todo, ¿qué debilidad reconoce tener Holmes? (pág. 20)
2 Junto con su arrolladora personalidad, la clave del éxito de Holmes es su método de investigación. ¿Qué espera hallar el detective en el fumadero de opio? (pág. 20) ¿Qué método emplea para examinar la carta de Saint Clair, y qué averigua? (págs. 39-41) ¿Qué técnica policial pone en práctica con la señora Saint Clair? (págs. 42-43) ¿En qué indicios se basa para desenmascarar a Hugh Boone?
3 En cuanto al doctor Watson, ¿qué tipo de médico es, a juzgar por el modo en que se ocupa de su paciente Isa Whitney? (págs. 12 y 16-17) ¿Qué riesgos podría correr Watson al aventurarse por los bajos fondos de Londres? Por otra parte, ¿qué opina Holmes de Watson y de sus dotes? (págs. 21-22 y 36-37) Además de ser el compañero inseparable de Holmes, ¿qué otro papel desempeña el doctor en este y otros relatos protagonizados por el detective?
4 El refinado Neville Saint Clair se inventa una grotesca identidad: la de Hugh Boone, un tullido que se gana la vida pidiendo limosna en
la City. ¿Cómo contrastan el comportamiento y el aspecto de Hugh Boone y Saint Clair? (págs. 27, 30 y 52) ¿Qué tipo de
educación recibió el personaje? (pág. 53) ¿Por qué comen-zó a practicar la mendicidad? (pág. 54) ¿Qué razones le indujeron a ganarse la vida de ese modo? (pág. 56)
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e l h o m b r e d e l l a b i o
5 A través del personaje de Isa Whitney, Conan Doyle nos muestra en toda su crudeza las consecuencias que tiene el abuso de las drogas. ¿Cómo y cuándo cayó Whitney en la adicción al opio? (pág. 9) ¿En qué tipo de persona se convirtió? (págs. 9-10) ¿Y en qué es-tado se encuentra cuando Watson da con él en «El Lingote de Oro»? (págs. 16-17)
Estructura y estilo
1 Los cuentos protagonizados por Holmes acostumbran a comenzar del siguiente modo: el detective hace una demostración de su ingenio y de su método de inves-tigación ante un Watson boquiabierto. Sin embargo, ¿cómo comienza «El hombre del labio torcido»? ¿En qué circunstan-cias se encuentran Watson y Holmes? ¿Con qué intención crees que Conan Doyle introduce estas variantes en la fórmula habitual de sus relatos?
2 Por lo que respecta a la estructura, ¿en qué partes dividirías el cuento de acuerdo con el tradicional esquema de planteamiento, nudo y desenlace?
3 En cuanto al punto de vista narrativo, ¿cómo crees que influye en la exposición del caso el hecho de que Watson sea el narrador? ¿Qué cambiaría si el narrador fuera Sherlock Holmes?
4 En el siglo XIX, el opio era una droga muy común, de venta legal, en el Reino Unido, y los fumaderos un lugar habitual para consumir-lo. Escritores tan célebres como Charles Dickens y Oscar Wilde nos dejaron descripciones muy vívidas de los fumaderos de opio londi-
nenses. En «El hombre del labio torcido», ¿cómo describe Conan Doyle el callejón donde se ubica «El Lingote de
Oro»? (pág. 12) ¿Qué adjetivos y qué comparaciones em-plea en la descripción de este antro? (págs.
14-16) ¿De qué imágenes te servirías tú para completar su descripción?