Cómo evitar una Europa de ganadores y perdedores desposeídos
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Cómo evitar una Europa de ganadores y perdedores desposeídos
Un refrán popular ofrece una ilustración bastante precisa del principio esencial de los movimientos
de primera importancia que se preparan como parte de la llamada Fase 2: “A quien madruga, Dios le
ayuda”. Eso es verdad tanto a escala europea como a escala global. Nadie puede decir cómo será el
mercado cuando salga de la fase aguda de la pandemia, y a medida que reaccione a su
desconocido e imprevisible avance, pero la idea dominante parece ser —si vamos más allá de la
retórica del “momento que define una era”— que no se desviará mucho de lo que hemos conocido
hasta ahora. De acuerdo con ello, la carrera por ser los primeros en reabrir las actividades
productivas sigue siendo la primera.
Esto es de rigor para no dar pie a la competencia, con el fin de preservar nuestro trocito del
mercado, el cual, no obstante, se verá amenazado por una crisis de superproducción. No hace falta
mucha perspicacia para observar de qué modo el curso de la epidemia, los recursos acumulados
previamente y el ritmo espaciado de la diffusion del virus están poniendo a diferentes agentes
económicos en posiciones muy distintas (esta vez sin ningún pretexto meritocrático). De aquí la
propensión a correr riesgos para compensar las propias desventajas. Las empresas son
precisamente el reino del riesgo, ¿no? Sin embargo, en este caso, no se trata tanto del riesgo que
corren los empresarios como del riesgo, más bien, para las vidas de sus empleados, y, por
consiguiente, para las vidas de muchos otros.
Marco Bascetta 26/04/2020
En resumen, no hay duda de que la crisis de la epidemia está alterando radicalmente las sagradas
leyes de la competencia, pero al mismo tiempo las está preservando o hasta exacerbando. Como
resultado, las estrategias de reapertura de los diversos gobiernos, y los criterios más o menos
acomodaticios de recogida e interpretación de datos, se verán enormemente condicionados por el
impulso de asegurar la competitividad de sus economías. Olvidadas quedan esa reglas que en la
Unión Europea pretendían salvaguardar la pureza de las relaciones de mercado, estigmatizando la
intervención de estados en apoyo de las empresas y el empleo como la peor de las herejías.
Ahora que el marco de la competencia lo dicta el incierto desarrollo de la epidemia, los guardianes
europeos de la competencia se han quedado callados. Pretenden no darse cuenta de que la carrera
por reiniciar las actividades económicas se encuentra plenamente dentro del ámbito de la herejía
arriba mencionada, con una buena dosis de juego de apuestas y de cinismo por encima. En el plano
de cada uno de los Estados se está violando repetidamente la exclusiva regla dominio del mercado,
pero a escala europea sigue siendo el regulador indiscutido de las relaciones entre países
competidores.
Si hemos aprendido algo definitivo sobre la Unión Europea es que las situaciones de crisis (primero
la crisis financiera, después la crisis de los refugiados, luego la crisis de la pandemia) están
acentuando los rasgos “soberanistas” grabados en piedra desde su construcción y los desequilibrios
que la recorren. Se está moviendo cada vez más hacia el punto de derrumbe, o de la
institucionalización de su estructura esencialmente jerárquica. Con el actual cierre de fronteras y los
choques entre intereses nacionales, la pura aleatoriedad inherente a lo que significa la ciudadanía
europea está quedando cada vez más clara. Y la debilidad del Viejo Continente está destinada a
afectar a cada uno de los países que lo componen.
Todo parece indicar que la gravedad de la crisis que estamos atravesando no está conduciendo a
repensar nada sobre los límites de la Unión. Muy al contrario. Se ha activado la trampa de las
prioridades nacionales. Depende ahora de las fuerzas sociales evitar verse atrapadas en ellas.
Tal como sabemos, la acumulación está apuntalada por una lógica que impide cualquier paso atrás o
contratiempo. Ciertamente, esto requiere adaptación a cualquier precio a las condiciones dadas, sin
que importe lo catastróficas que puedan resultar. Pero la acumulación de riqueza, individual o
nacional, trae asimismo otra prerrogativa: la capacidad de gestionar el impacto de una crisis mayor y
durante más tiempo. Es decir, la capacidad de ganar una guerra…no contra un virus, un mecanismo
que induce la muerte que no responde a ninguna dinámica bélica, sino contra cualquier mitigación de
desigualdades, contra cualquier ataque a situaciones de privilegio; en resumen, una guerra para
garantizar una posición de poder indiscutida.
Hasta ahora hemos visto muchos análisis sobre quién y cuánta gente acabará en la ruina debido a la
epidemia, y sobre lo que se perderá en términos de ingresos y recursos. Pero, como es bien sabido,
en las catástrofes siempre hay alguien que sale ganando (para dar el ejemplo más banal, los
fabricantes de armamento en caso de guerra, o las empresas constructoras en caso de terremotos),
y deberíamos asimismo empezar a pensar en este aspecto (¿serán las plataformas de comercio
electrónico?, ¿la industria farmacéutica?, ¿el sector de telecomunicaciones?, ¿la gran distribución
alimentaria?, ¿sectores financieros más sólidos y poderosos?).
Está claro que no deberíamos hacerlo con el fin ponerles dificultades a montones o caer en un
moralismo vengativo, sino con el fin, antes bien, de entender de qué modo se distribuirán los
recursos que necesitamos, y de quién esperaríamos que cediera algunos de ellos en beneficio de
una comunidad herida. Sin embargo, a este respecto, se ve impotente cada uno de los países yendo
por su cuenta.
Solamente Europa, si logra superar los intereses especiales de sus miembros (por ejemplo, el
dumping fiscal u otros privilegios otorgados a las multinacionales), sería capaz de explotar sus
relaciones específicas con estas superpotencias económicas y actuar para asegurar una
redistribución de recursos e impedir que la crisis genere unos cuantos ganadores e incontables
perdedores desposeídos. Sin embargo, quizás solo una crisis social explosiva de proporciones sin
precedentes conduciría a un movimiento que siguiera este rumbo: cuando el rebaño decide no seguir
más a los pastores y esperar tranquilamente la prometida salvación de la inmunidad.
Marco Bascetta, licenciado en Filosofía, ha desarrollado el grueso de su carrera
periodística en el diario “il manifesto”. Ha sido director editorial de Manifestolibri y director
de la revista mensual “Global Magazine”. Entre sus libros se cuentan “La libertà dei
postmoderni” (Manifestolibri, 2004), “Moderato sarà Lei” (con Marco D¨Eramo,
Manifestolibri, 2008),” o “Al mercato delle illusioni. Lo sfruttamento del lavoro voluntario”
(Manifestolibri, 20016).
Marco Bascetta
Traducción Lucas Antón Fuente: il manifesto global, 20 de abril de 2020 URL de origen (modified on 26/04/2020 - 13:02): https://www.sinpermiso.info/textos/como-evitar-una-europa-de-ganadores-y-perdedores-desposeidos