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    TIEMPO 63 APUNTES

    S : concepto inconcebible,forjado con un acoplamiento de palabras que repugna ala lengua para designar el hecho polticocontra natura . LaBotie pregunta: Qu monstruoso vicio es ste que nisiquiera merece el ttulo de cobarda; que no encuentra unnombre lo bastante vil; que la naturaleza niega haber hechoy que la lengua se niega a nombrar?.1 Se cree que slo se es siervo por la voluntad de otro.Sirve aquel que sufre la servidumbre: el esclavo procede

    del amo. Y, sin embargo, ste es el hecho que escapa a larepresentacin, el hecho que hay que interrogar: []que tantos hombres, tantos burgos, tantas ciudades, tantasnaciones, aguanten alguna vez a un tirano solo, el cualslo tiene el poder que ellos le dan. Cmo entender queel amo procede del esclavo, o mejor, que la relacin amo-esclavo, antes de ser la relacin de dos trminos realmenteseparados, es interior al mismo sujeto pero, puede hablarsede sujeto?, al mismo agente pero, puede hablarse deagente? Cmo entender que el sujeto, el agente, se des-doble, se oponga a s mismo, se instituya suprimindose?

    Es imposible quedarse satisfecho con la inversin de unafrmula para situar al esclavo antes que el amo, pues en estainversin la exterioridad de los trminos se desvanece. Escierto que se rehace: una vez instalado, el tirano posee lavoluntad y el poder de someter. Pero no deviene amo pordesearlo, lo hace por haber ocupado un sitio ya preparado,por haber respondido a una demanda ya formulada por losque y en los que domina: el pueblo. Antes de que el amoest fuera del esclavo, que uno se invista de tirano y otro de

    siervo, una nica voluntad se desgarra. Antes? No en unmomento primero en el que se pronunciara la abdicacinde la voluntad; pues, si as lo creemos, signicara volver aestablecer por una nueva va la separacin de la voluntadrespecto a la servidumbre y, por difcil que sea de concebir,precipitar en un acontecimiento el drama. Hay que admitirms bien que en cada momento de su reinado la tirana seengendra desde la voluntad de servir. Y entonces hemos depreguntarnos por qu los hombres soportan a un tiranosolo, a un tirano solo, el cual slo tiene el poder que ellosle dan; el cual no tiene el poder de hacerles dao sino entanto que aquellos tienen la voluntad de soportarlo Qu es ese don continuado del poder que slo deman-da de vuelta el mandato de un ser inhumano y salvaje?De dnde viene, no digamos el consentimiento de ladominacin, pues la supondra ya establecida, sino la obs-tinada voluntad de producirla? Quiz estemos tentados desepararnos de la relacin amo-esclavo para ir a buscar suorigen, tentados de imaginar un primer combate en el que

    uno preferira la servidumbre a la muerte y el otro asumirael riesgo hasta elevarse por encima de la vida? Pero la reminiscencia hegeliana nos desorienta; La Boetie no permite

    *Fragmentos de un texto indito: Claude Lefort,Le nom dUn, entienne de La Botie,Le discours de la servitude volontaire, Paris,Payot, 1976 et Payot-Rivages, 1993-20022 (Traduccin y seleccin:Sergio Ortiz Leroux).**Director de Estudios Emrito de la cole des Hautes tudes enSciences Sociales (1975-1989), en otro tiempo colaborador deLesTemps Modernes , que abandona tras una polmica con Sartre; co-

    fundador, junto a Cornelius Castoriadis, de la revistaSocialisme ouBarberie (1949). De entre sus numerosas obras, cabe destacarEnsayossobre lo poltico (2002) yLa invencin democrtica (2002).

    Tirana y servidumbre voluntari*

    Claude Lefort**

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    librarse tan cmodamente de la cuestin: [] todo estedao, este infortunio, esta ruina os viene le dice al pue-blo no de los enemigos, sino ciertamente del enemigo, yde aquel al que vosotros hacis su grandeza, de aquel porel cual vais con tanto valor a la guerra, de aquel por cuyagrandeza no escatimis vuestras personas a la muerte. El

    amo no es pues la muerte, ni el resorte de la servidumbreel miedo primordial. Tal es la extraa voluntad, o con untrmino que ha adquirido para nosotros otra resonancia,el deseo de servidumbre, que llega incluso a ignorar laexperiencia ltima. Qu monstruoso vicio es ste que nisiquiera merece el ttulo de cobarda? Sin duda, desde el principio se nos seala, y se nos re-petir en lo sucesivo, que a diferencia de los hombres queluchan por su libertad, los sbditos del tirano no ponensu corazn en la guerra; pero lejos de debilitar el alcancedel argumento, esta observacin realza su valor. Pues, si escierto que el tirano se dedica a hacer a los hombres cobar-des y afeminados, no es raro que los hombres quieran aveces morir por l? La servidumbre no nace de la cobardacomo la libertad no nace del coraje. La guerra nos muestrasus efectos; pero no informa sobre los fundamentos de lopoltico. La actitud ante la muerte no decide sobre la re-lacin del hombre con el hombre en la ciudad. No puedesuperponerse la gura de los enemigos exteriores y la del

    enemigo interior, la gura de los agresores visibles y la queoculta la mscara del tirano. En un primer momento, La Botie produce la cuestinante su lector; la despliega; le da una y otra vuelta; la ilustracon ejemplos. Primeramente pregunta en su nombre propio:En esta ocasin no querra sino entender cmo puede serque tantos hombresaguanten alguna vez a un tirano solo.Ms tarde, el yo se disuelve en unnosotros : Oh Dios! qupuede ser esto, cmo diremos que se llama? [] Llamare-mos a esto cobarda? Mientras crecen el escndalo y el enig-ma el lector es atrado al lugar del interrogador. Finalmente,elvosotros surge de una increpacin: Pobres y miserablespueblos insensatos, naciones obstinadas en vuestro mal yciegas a vuestro bien! Os dejis arrebatar ante vosotros lomejor y lo ms claro de vuestros bienes, saquear vuestroscampos, robar vuestras casas Se dira que una voz vivasale entonces del texto; una voz que ms que leerse se oye,sin saber bien dnde estamos, fuera del recinto de dondenos viene el eco de la invectiva, o perdidos en el pblico,

    mezclados entre los pueblos insensatos, nosotros mismospequeos fabricantes de servidumbre. Estamos ante unefecto retrico? Sin duda. Pero ningn procedimiento ha

    bastado nunca para hacer sensible una voz. Sin embargo,con qu vigor nos alcanza! Por lo dems, la retrica noest establecida en la poca de La Botie de manera talque solo tuviera que explotar algunos de los articios de lapersuasin; se inventa y reinventa al mismo tiempo que elpensamiento deshace el nudo de saber y autoridad. Y tal es

    justamente el movimiento de invencin de la lengua y deliberacin del pensamiento que, por cargada y fatigada queest nuestra propia memoria con los ejercicios clsicos, laatraviesa sin perder su fuerza y nos arroja al presente de lacuestin. Aunque no supiramos nada de las circunstanciasdelDiscurso, aunque ignorramos la represin que golpea aBurdeos y la Guyena en 1549, despus de la revuelta de lasgabelas, el saqueo de los campos por las fuerzas de EnriqueII, la ruina de los campesinos, las ejecuciones en la ciudad, laclausura del Parlamento, la destitucin de los magistrados,en pocas palabras, el terror que manifest la omnipotenciadel prncipe y la completa impotencia de los que se conside-raban sus sbditos, nos sentiramos requeridos a preguntardesde nuestro lugar, recibiramos el choque de la cuestinde la servidumbre voluntaria. El Discurso fuerza el muro del tiempo. Decamos quellega a hacer resonar una voz. Necesario es decir que slola escuchan aquellos que no estn sordos aqu y ahora ala opresin. As, la palabra de La Botie se conserva viva

    como palabra poltica; palabra que divide, se destina a unos,excluye el partido de otros, divide los apoyos potenciales oreales de la tirana. Or sin embargo esta palabra no es slo dejarse conmoverpor ella, sino prestar odos a la cuestin que vehicula. Perocuando nos ha vuelto atentos a ella se produce un cambio,al que el discurso mismo invita, y en un segundo momentorenuncia ostensiblemente a dirigirse al pueblo, apartandoa este interlocutor vivo del que podramos creer que es larazn de su hablar. La Botie declara que no es sabio pre-dicar sobre esto al pueblo, que ha perdido desde hace mu-cho tiempo todo conocimiento. Lo cual, puesto que ya nosiente su mal, muestra sucientemente que su enfermedades mortal. Y desde ese momento se introduce, como si sebastara a s misma, la cuestin de la investigacin: Tratemosde conjeturar, si podemos, cmo esta obstinada voluntad deservir se ha enraizado tan profundamente que ya parece queel amor mismo a la libertad no es tan natural. Apreciableruptura, pues tan pronto como parece que el discurso se

    repliega sobre s mismo y se encadena a la bsqueda deuna respuesta indiferente a su efecto sobre un pblico, esel mismo discurso el que se ofrece a la interrogacin, hasta

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    el punto que no distinguimos ya la cuestin de la que hahecho su objeto de aquella que plantea su propia gnesis.El escrito deviene sensible: ya no escuchamos, leemos. Alleer volvemos al comienzo privados del gua de la voz, des-cubriendo bajo la cuestin de la tirana la de lo poltico,y movilizamos nuestras fuerzas para intentar unirnos al

    curso de una bsqueda del que ya no dudamos que se hacebuscar. Sera vano creer que basta con seguirlo. Apenas anuncia-da la primera respuesta, apenas entregada, somos despose-dos de ella. Surgen contradicciones tan masivas que parecendeliberadas; un error maniesto nos alerta incitndonos aescrutar un argumento sobre el que habamos pasado dema-siado deprisa; los nombres de los grandes autores: Cicern,Hipcrates, Jenofonte se citan en un contexto que hacedespertar sospechas; se subraya una digresin en la que seinsina una enseanza poltica escabrosa; las referencias ala Francia de la poca, bajo la apariencia del ms profundode los respetos, sugieren la ms irreverente de las crticas;la repeticin de ciertos trminos e imgenes indica unadireccin del pensamiento de la que el encadenamientoaparente del discurso no daba idea. Sera necesaria mucha impaciencia y mucha impru-dencia para dejar pasar estos signos. En cambio, si nosapropiamos de ellos descubrimos una obra muy sutilmente

    concebida, comparable a la de los grandes escritores delRenacimiento, en particular a la de Maquiavelo. Es ma-niesto que no basta con combatir la opinin establecida,pero parece organizado para liberarse de la servidumbre dela opinin. Su escritura est al servicio de esta liberacin;no desaparece ante las verdades enunciadas, no corre haciauna meta, sino que se convierte en apoyo de un deseo desaber que para llevarse a cabo debe desprenderse no slo

    de las representaciones reinantes, sino de las que surgen desu hundimiento. Y esta misma exigencia la hace ocuparsede excitar este deseo en el otro: el deseo de leer. Si pareceque se nos oculta a medias no es para disimular a algncensor los efectos de su libertad aunque sea consciente deesta necesidad, sino porque el reconocimiento mutuo o,

    segn el trmino de La Botie, el conocimiento mutuo(entre-connaissance), se instaura, como el conocimiento,con ella, despegndose de la apariencia. Decamos que la palabra de La Botie se hace prime-ramente or como palabra poltica. Despus pierde apa-rentemente este carcter cuando el autor, separndose delpueblo, decide entregarse exclusivamente a la investigacinsuponemos entonces que, una vez instituido el registro delescrito, el discurso poltico cede ante un discurso sobre lopoltico. Pero hay que reconocer que este ltimo no dejade ser poltico y contiene un destinatario; se ala a una ca-tegora de lectores y excluye otra. Se dirige a los que estndispuestos a acoger los signos que dispensa; a los que tienenla voluntad, el deseo de ir a su encuentro. El escritor nosensea, aunque indirectamente, el nombre del destinatario:amigo. Induciendo a su lector a buscar al mismo tiempoel sentido de la servidumbre y el de la amistad, le hacedescubrir poco a poco en esta investigacin la dimensinpoltica de la lectura.

    [.]

    No suponemos sin embargo adquirido ya lo que deberaser demostrado? Es voluntaria la servidumbre? Nuestroautor hace algo ms que armarlo. En un sentido no hayninguna duda de que no se ocupe de convencernos mientrasparece atenerse a una evidencia sensible. Sin detenernos enel detalle de su demostracin digamos que consiste enrechazar una tras otra las supuestas causas naturales de laservidumbre: la debilidad, la cobarda de los dominados, osu amor por el ms sabio o el ms valiente de los hombres,hasta persuadir de que es por s . Pero, en otro sentido,ninguna demostracin bastara. Nuestra cuestin obligatambin a reconocer el extrao estatuto del discurso entanto que obra de pensamiento. La servidumbre voluntariase desvelaen l bajo el efecto del deseo de saber del queprocede: un deseo indisociable del deseo de libertad. Loque dice el autor de este ltimo: que se cumple al formar-

    se, hay que referirlo al registro del deseo de saber: desearsaber y saber son una y la misma cosa. El discurso nos dasu objeto, consigue que su objeto se haga nuestro objeto,

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    no porque lo alcancedesde fuera y nos procure el medio deconcebirlo, sino por el poder nico que tiene de hablar del, de sostener la exigencia de la palabra, de permaneceren busca de su gnesis, consagrndose a la reexin deldecir y el or y as incluir aotro que, leyendo, rehace en sel movimiento de la palabra.

    La cuestin: es voluntaria la servidumbre? slo esdirigida como objecin a condicin de postular ms acdel discurso un saber sobre el hombre y la sociedad queno deba nada a la operacin de la palabra. Aunque lo re-saltemos, no basta con armar que La Botie hace suya laexigencia socrtica, debemos todava observar que rompe,como ya hiciera Maquiavelo, con el discurso poltico cris-tiano: justamente ese discurso referido al lugar de un saberltimo, producido bajo la garanta de la Escritura, de laque se considera comentario en vista de un mundo regidoy concebido a la vez por Dios. Por lo dems, la huella deesta ruptura es agrante para quien hace el esfuerzo deremontarse a los tiempos del humanismo. La Botie recusalos signos visibles de la servidumbre y la dominacin, esossignos que sugieren causas naturales, y vuelve al lectorhacia lo invisible: el nombre de Uno; pero de esta maneraexcluye, sin que le sea necesario decirlo, el Uno invisible,materializado en la omnipotencia divina, el seor absoluto,cuya misma nocin prohibira sin embargo la idea de una

    servidumbre voluntaria, la idea de que el hombre sea el autorde su sometimiento; o la modicara enteramente haciendode sta la consecuencia de un decreto providencial. Pero, no es ste el escndalo ms fuerte: pensar la servi-dumbre en el horizonte del mundo humano? Es cierto queel concepto de servidumbre voluntaria desorienta porquehace gurar en el mismo polo al esclavo y al amo; pero, noconsiste la primera provocacin en referir todo nicamenteal polo del hombre? Por qu extraarse de que una inni-dad obedezcan al ms cobarde y afeminado de los hombressi se sabe que el tirano es el instrumento de la voluntad deDios? Por qu exclamar ante ese vicio monstruoso quela naturaleza niega haber hecho y que la lengua se niegaa nombrar si sabemos que el mal procede del pecado?La Botie conquista su cuestin abandonando el lugar dela respuesta. Y en el mismo momento la cuestin le abreplenamente el espacio de una palabra nueva, le impone laexigencia de encontrar en su movimiento la verdad de suobjeto y en este objeto el signo del discurso del hombre.

    Tomando la medida de esta exigencia podemos denirlocomo humanista, dando a este trmino el sentido loscocon frecuencia oculto por una denicin estrechamente

    histrica del humanismo. Hemos de recordar todava queel discurso interroga lo que la lengua rechaza nombrar. Ex-trao programa, pues este objeto, la servidumbre voluntaria,lo designa de inmediato La Botie con palabras y lo asociaal poder de un nombre, el nombre de Uno, que sale de lalengua y no slo traspasa su lmite, sino que es producto

    suyo. Todo sucede como si distinguiendo la marca del deseoconquistara la posibilidad de hablar y se la cerrara, y anexperimentara una palabra ambigua Cmo se nos esca-para que el estatuto de lo decible, como el de lo visible y elde lo invisible son deliberadamente puestos en cuestin?

    [.]

    La vacilacin no est permitida: el secreto, el resorte dela dominacin se debe en cada uno, sea cual sea la escalade la jerarqua que ocupe, al deseo de identicarse con eltirano hacindose el amo de otro. Tal es la cadena de laidenticacin que incluso el ltimo de los esclavos se creeun dios. Imposible pues subestimar este juicio: la tiranaatraviesa la sociedad de parte a parte. Si es cierto que slohay un amo bajo el que todos los hombres son esclavos, estaverdad oculta otra: la servidumbre de todos est ligada aldeseo de cada uno de llevar el nombre de Uno ante otro. Elfantasma del Uno no es slo el del pueblo reunido, nombra-

    do, es simultneamente el de cada hombre tiranuelo enla sociedad. As como el Uno se arma para el pueblo porefecto del poder desatado, por la institucin del Otro, searma asimismo por efecto del hombredesencadenado quesujeta la cadena completa de los tiranuelos. Pero al mismo tiempo debemos reconocer que la opo-sicin de amo y esclavo, operativa a todos los niveles de la jerarqua social, coincide con otra que separa al grupo delos poderosos y propietarios del grupo de los trabajadores.Por un lado se nos hace saber que desde el momento enque un rey se proclama tirano, todo malvado, toda la hezdel Reino, no digo un montn de ladrones y desorejadosque apenas pueden hacer mal ni bien en una repblica,sino aquellos que estn posedos por una ardiente ambiciny una avaricia notable, se amontonan a su alrededor y leapoyan para tener su parte en el botn y ser ellos mismostiranuelos al amparo del tirano. Cul es el mvil de estoshombres? El deseo de riqueza. Con quines los podemoscomparar? A enormes ladrones y famosos corsarios.

    Pero no son unos fuera-de-la-ley; son ellos los que hacen laley. El texto lo enuncia de manera implacable: son gente dexito y forman la corte del tirano. De ellos se dir que ven

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    relucir sus tesoros y que estn dentro de una llama que nopuede tardar en consumirlos. Frente a ellos hay habitantesde villas, campesinos, a los cuales pisotean tanto como pue-den, y tratan peor que a forzados o esclavos. Y hemos dereconocer que de estos ltimos, el labrador y el artesano,son sin embargo, y comparados con ellos, afortunados y

    en cierto modo libres; sometidos, sin duda, pero librescon tal de que hagan lo que se les dice. Ahora bien, si to-mamos en consideracin esta divisin social descubrimosmucho antes el resorte, el secreto de la dominacin. Lostrminos que el autor empleaba al principio para denunciarla locura del pueblo los aplica ahora intencionadamente ala de los poderosos que acercndose al tirano no hacenotra cosa que retroceder ms atrs de su libertad. Exponeque es necesario que tengan cuidado con lo que dicen,con su voz, con sus gestos, con sus miradas; que no tenganojos, ni pies, ni manos si no es para espiar su voluntad ypara descubrir sus pensamientos. Y contina: Quierenhacer que los bienes sean suyos, y no se acuerdan de queson ellos mismos quienes les dan la fuerza para quitarletodo a todos y no dejar nada de lo que se pueda decir quepertenece a alguien. Paradjicamente es la cadena de losseores y de los tiranuelos la que mejor permite penetrar enlas profundidades de la servidumbre, pues slo viven en laalienacin, si se nos permite introducir aqu un trmino de

    nuestro vocabulario moderno. La autoridad y la propiedadque creen poseer o ambicionan les oculta que han perdidola libre disposicin de su pensamiento y de su cuerpo y queuna fuerza dirige a sus espaldas los movimientos de los ojos,de los pies y de las manos; una fuerza, sin embargo, queno sera nada sin ellos: Quieren servir para poseer bienes,como si pudieran obtener algo que fuera suyo. Y ni siquierapueden decir que se posean a s mismos. La Botie reservahasta el nal sus sarcasmos para estos ltimos: son ellos losacusados; son tambin ellos los que piden piedad, pues bajola apariencia de fuerza dan todo al tirano; son ellos asimismolos que estimulan la burla, pues como contrapartida de susmalvadas acciones recogen el odio de los oprimidos; odiodel que es preservado el tirano pues es el nico que no esel otro de cualquier otro, el nico que aparece fuera delmundo, despegado de la sociedad, el nico portador delnombre de Uno.

    [..]

    Si nos resistiramos sin embargo a la idea de que ms allde la tirana, entendida en su acepcin clsica, permanece

    encausada la esencia de la dominacin e incluso dudramosde manera general de que el discurso se organiza rigurosa-mente bajo la doble exigencia de interrogar lo poltico y dehacer obra poltica, el elogio de la amistad, reformulada entrminos que la desprenden poco a poco del comentariode Jenofonte y de la tradicin humanista, ganara nuestra

    conviccin. Cuando La Botie, despus de haber descrito lasdesgracias de los prncipes de Roma lanza que la amistades un nombre sagrado, es cosa santa, la ltima parte deldiscurso acaba de replegarse sobre la primera. Debemosapreciar entonces la oposicin de dos formas de sociedad:una, en la que la relacin de los hombres es de complot,y otra, en la que la relacin es la compaa; una, en laque los hombres se temen entre s, y otra, en la que seaman; una, en la que son amigos, y otra en la que soncmplices. Este es el momento en que mejor se aclara elsentido poltico de la amistad. Esta aparece en principio entre individuos de buennatural, de fe y de constancia, pero apenas citado elcriterio de la bondad o de la maldad desaparece ante elde la igualdad: una relacin cuya frmula no es transcritaaqu en trminos jurdicos o econmicos, sino que se es-tablece as se sugiere por el solo hecho de recusarse latrascendencia del amo. Comprendemos entonces por ques vano detenerse en las distinciones entre regmenes. El

    principio de la dominacin excluye la amistad. Sea cualsea el carcter del prncipe o su inteligencia para satisfaceraquellas aspiraciones de sus sbditos orientadas a garantizarsu seguridad, el vnculo social no depende de l, pues sedene por un rasgo estructural, cuyo nico signo es que elpoder est descolgado del pueblo: Al estar por encima detodos y no tener igual, (el tirano) se encuentra ya ms allde los lmites de la amistad, que tiene su verdadero meo-llo en la igualdad, que no quiere nunca diferencias, sinoque es siempre igual. La ruptura con Jenofonte es puessilenciosamente consumada: la tirana no tiene enmienda.Poco importa que el autor deHieron no sea nombrado; eltema de la amistad, extrado de la bsqueda clsica de lafelicidad, se evidencia al servicio de una reinterpretacin delo poltico. Simultneamente se deja entrever la ingenuidadde contemporneos que esperan del rey que se convierta asus tesis liberales

    Nota 1Lefort cita segn tienne de La Botie,Le discours de la servitudevolontaire, Paris, Payot, 1976.