Circular 931

La fuerza y la alegría de la fe

En este año misionero y mariano marcan de un modo particular la vida de la Iglesia el año de la fe y el Sínodo de los Obispos inaugurado por el Papa el 7 de octubre.

Mi participación directa en el Sínodo constituye una llamada para todo el Instituto, a vivir en profunda comunión eclesial este tiempo de gracia, para «descubrir la alegría de creer y redescubrir el entusiasmo para comunicar la fe».

Considero muy significativo, que, después de haber

celebrado los 140 años de fundación del Instituto y en la preparación al

Bicentenario de D. Bosco, podamos iniciar una nueva etapa en la historia del Instituto

coincidiendo con estos eventos eclesiales.

Las evaluaciones trienales han puesto

en evidencia la urgencia de reavivar la vida de fe, para

poderla testimoniar con alegría y

coherencia, y ser disponibles con

humildad, y verdad, a dejarnos evangelizar.

Como la Iglesia vive su misión

recomenzando cada vez con la

evangelización de ella misma, así

también nosotras sentimos la

necesidad de ser evangelizadas si

queremos conservar la frescura, el

impulso y la fuerza para anunciar el

Evangelio.

Vivimos en una época de profundos cambios que tocan la esfera de la fe y la educación y en consecuencia recaen sobre las generaciones jóvenes. Este desierto que el mundo está atravesando tiene mucho que decir a la Vida Consagrada.

Por esto nos sentimos

interpeladas para hacer un camino de

conversión del corazón, para

reforzar nuestra vida de fe y

confesarla con renovada

convicción, con confianza y esperanza

Una fe para reavivar

El año que estamos celebrando se presenta como una oportunidad

de reflexión y redescubrimiento

sorprendente de la fe para el pueblo de Dios,

para las personas consagradas. Es por lo

tanto decisivo para tener «fija la mirada en Jesucristo, Aquel que da origen a la fe y la lleva

a cumplimiento»

El Papa invita a considerar

seriamente los Documentos del

Concilio Vaticano II y el Catecismo de la

Iglesia Católica, dos libros que son para el hoy de la fe. En ellos

encontramos «la riqueza de las

enseñanzas que la Iglesia ha acogido,

custodiado y ofrecido en sus dos mil años

de historia».

A nosotras se nos pide dar razón de nuestra fe en un tiempo en el cual el relativismo y la indiferencia se presentan como grandes desafíos para la Iglesia. Vivir la fe como don es anunciar un Dios que ama, que entra en la historia dándonos su mismo Hijo como Salvador del mundo

Estamos llamadas por lo tanto a dejar transparentar el rostro de Dios en el contexto

social de crisis que se manifiesta principalmente como crisis de fe. Ella debe brillar todavía más,

sostenida por el encuentro con la Palabra, con la fuerza de los Sacramentos especialmente de la

Eucaristía.

La fe se nos ha dado como un don, exige

la escucha y la obediencia a Dios. Abraham fue un

hombre de fe y se puso a la escucha del

Señor, dio una respuesta a su

llamado, que es incomprensible para

la razón humana.

Toda la Historia de la Salvación es historia de fe, de

acogida a la Palabra que invita a salir de la propia

tierra, a realizar el éxodo de las seguridades, del ídolo del

propio yo, de certezas frágiles e ilusorias.

María ha vivido cada momento de su existencia en la obediencia de la fe desde la Anunciación, la hora dolorosa de la Cruz hasta Pentecostés. Su presencia es insustituible y guía indispensable

para la Iglesia de todos los tiempos

Jesús

La vida es un peregrinar en la fe, es ponernos en camino para encontrar a Aquel que no buscaríamos si ya no

hubiera venido a nuestro encuentro.

Fe es decidirse a estar con el Señor «dejándolo todo para vivir con sencillez evangélica la

obediencia, la pobreza y la castidad, signos concretos de la espera del Señor que no tarda en

venir».

Adherir a la fe es un proceso de conversión que nos lleva a

caminar siempre más allá de la alegría y la esperanza. Estamos en un continuo éxodo y por eso

debemos tener las sandalias listas y la mochila siempre en

la espalda para mantener luminosa y siempre nueva la

fe. «Podemos comparar el año de la fe a un peregrinaje en los

desiertos del mundo contemporáneo, para llevar

solo aquello que es esencial».

Benedicto VXI en la homilía del 11 de octubre

En este año de gracia nos interrogamos: ¿Cuál es la frescura de mi relación con el Señor?

¿Estoy adormecida, dejándome llevar de la rutina y de las costumbres que hacen una vida plana, sin color, insípida?

Hoy es tiempo de despertarnos del sueño, para dejarnos transformar por el Espíritu Santo y encontrar nuevo entusiasmo y la alegría de dar la propia vida con amor hasta el último respiro.

«Todo es posible para el que cree» (Mc 9,23)

«Creo, ayuda mi incredulidad» Mc 9,24

Una fe para compartir

La fe es un encuentro con una persona viva: Jesús. Es experiencia de Él, es permanecer en su Amor.

El CGXXII ha subrayado la categoría del encuentro como modalidad para ser signo y expresión del

Amor preventivo de Dios.

Nuestros Fundadores han sido personas de gran fe.D. Bosco exclamaba: «¡Si hubiera tenido más fe!...» y M. Mazzarello hablaba de la presencia de Dios

como una realidad que la impregnaba en su interior hasta el punto de acusarse de haber pasado un cuarto

de hora sin pensar en Dios.

Las fuentes aseguran que su espiritualidad y su proyecto educativo

estaban permeados de gran fe.

Aunque no se encuentre en las cartas de M.

Mazzarello el término «fe», descubrimos en

ellas los indicadores que nos hacen conocer cómo su vida se arraigaba en la

Roca: la apasionada búsqueda de Dios, su

empeño por hacer conocer y amar a Jesús

especialmente a través de la catequesis, su

capacidad de orientar las Hermanas a lo esencial es lo que cuenta en su vida; el valor para afrontar las

pruebas y el dolor, la alegría de saberse amada

por Dios y de poderlo amar.

Me pregunto si ciertas situaciones que hacen pesada nuestra vida y

absorben muchas energías, haciendo

fatigosa la vida comunitaria, frenando

el entusiasmo para llevar adelante la

misión ¿no son debido, quizás, a una vida de fe

débil, cansada, rutinaria, opaca?.

Algunas dificultades para acoger la

obediencia y vivir la misión que nos viene confiada ¿no tienen

quizás su raíz en haber perdido de vista a

Jesús?

Cómo quisiera que todas nosotras en este tiempo de

gracia que reúne a la Iglesia de Dios, pudiéramos descubrir la fascinación de

una fe viva, luminosa, sorprendente como

sorprendente es el Amor que el Padre derrama

continuamente en nuestra vida.

La fe se refuerza, sobre todo, dándola a las personas más necesitadas, frente a las cuales

hay necesidad de arrodillarse porque son imágenes de Jesús sufriente.

La fe, a veces, atraviesa el desierto y la prueba

pero si es sostenida por la oración, por el afecto recíproco y por gestos de humanidad, puede resistir a la intemperie

más fuerte.Es cierto que la fe se

ilumina también con la luz que nos ofrecen las

Hermanas en Comunidad. Por lo tanto

se reaviva recíprocamente y juntas.

Si atravesamos momentos de lucha, de duda, de búsqueda, debemos encontrar en la Comunidad

la ayuda de la oración y de la fraternidad. La oración es la custodia prioritaria de nuestra vida

de fe y la caridad es el signo y expresión coherente.

Empeñémonos en caminar por esta vía para transformar nuestras Comunidades en lugares

auténticamente vocacionales, en las cuales todas nos sentimos sostenidas en el empeño de

fidelidad y donde las jóvenes puedan interrogarse sobre su futuro y decidirse por Dios.

Preguntémonos si nuestras Comunidades se dejan sorprender por el Amor siempre nuevo de Dios,

suscitando en las jóvenes el deseo de dar su vida al Señor.

Una fe para irradiar

La verdadera fe es pasión que no puede permanecer aprisionada, encerrada en un silencio tímido e inoperante. Hoy, sobre todo, debe ser anunciada con el testimonio de la vida hasta poner en discusión todo lo que obstaculiza el desarrollo humano de la sociedad.

El gesto de amor verdadero que como Comunidad empeñada en la educación podemos ofrecer a la familia humana, es irradiar una fe capaz de ir contra corriente. Se trata de un camino de fidelidad que recorremos como les sucedió a los discípulos de Emaús.

El icono de los discípulos de Emaús ejerce siempre un gran atractivo porque somos como los

discípulos, a veces, sin ánimo y dudosas, otras veces, más abiertas a la esperanza. Ellos han visto

y creído y por eso han hablado (Cfr. Lc 24,13-35)

En esta hora favorable como Iglesia y como

Familia Salesiana estamos llamadas a

testimoniar el Credo de nuestra fe, a abrir la puerta de la vida al Señor resucitado, a

dejarnos evangelizar por Él y permitirle hablar a nuestro corazón hasta

hacerlo arder de pasión por el Reino de Dios, con

el estilo que nuestros Fundadores nos han

dejado como herencia.

La vida de fe pide sobre todo hoy, en

un tiempo de fuertes desafíos y

grandes oportunidades,

que el testimonio esté acompañado

del anuncio explícito y valiente

de la Buena Noticia,

especialmente a las generaciones

jóvenes, alcanzándolas en sus esperanzas y preocupaciones

para que puedan encontrar a Jesús.

Nos pueden ayudar algunas iniciativas propuestas en el Año de la fe: momentos de celebración

común del Credo sea como Comunidad FMA, sea como Comunidad Educativa; como también

iniciativas adaptadas a los jóvenes, muchos de los cuales son analfabetas en el campo de la fe.

Deseo que nuestras Comunidades

Educativas puedan ser espacios donde la fe

sea testimoniada, donde resplandezcan propuestas audaces que lleven a un alto grado de santidad.

Permítanme soñar con ustedes en Comunidades ricas de fe, de amor, de esperanza, decididas a vivir y a obrar juntas en

plena sintonía con la Palabra de Dios.

El Papa Benedicto XVI confió a la Virgen de Loreto el año de la fe. Ella, Estrella de la Evangelización

nos guíe en este recorrido de fe que deseamos sea portador de una nueva luz, de fecundidad apostólica y de esperanza para cada FMA.

Me ha conmovido la atención y

estima de parte del Santo Padre y

de numerosos Obispos hacia

nuestro Instituto, por ello

agradezcamos al Señor. El evento

sinodal consolidará en

todas el sentido de pertenencia y amor a la Iglesia

universal, patrimonio que D.

Bosco y M. Mazzarello nos

han legado.