Charla con Eliseo Linares, arqueólogo

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CHARLA CON ELISEO LINARES, ARQUEOLOGO DE LA GENERACION 1979 DE LA ESCUELA NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA DE MEXICO Janette Linares Fuentes ENAH 2013 Hace ya varios años, siendo estudiante de los primeros semestre de arqueología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, con motivo de un trabajo sobre los arqueólogos de México que se publicaría que la ENAH, realicé a mi padre, Eliseo Linares Villanueva, una serie de preguntas sobre su formación, su actividad profesional y otras de corte afectivo constituyentes de una entrevista que nunca se publicó y hoy me tomo la libertad de presentarla aquí porque considero que lo expresado en ella puede ser de utilidad para aquellos interesados en saber cómo se forma un arqueólogo en nuestro país. Esta entrevista, a pesar de tener un formato serio, no lleva una conclusión pues se trata de un acto cualitativo cuasi informal que registra una parte de la biografía del personaje y cuyo final, para la fortuna de la autora, está todavía lejano. ¿Nombre, edad y procedencia? Soy Eliseo Linares Villanueva, tengo 50 años y soy originario de San Agustín, Jalisco. ¿Trabajo actual, puesto y antigüedad?: Desde 1991 soy personal de base del Centro INAH-Chiapas y me desempeño como investigador en el área de arqueología. Actualmente tengo la categoría de Profesor Investigador Titular “C”. ¿Qué otros puestos has ocupado en Chiapas?

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CHARLA CON ELISEO LINARES, ARQUEOLOGO DE LA GENERACION 1979

DE LA ESCUELA NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA DE MEXICO

Janette Linares Fuentes ENAH

2013

Hace ya varios años, siendo estudiante de los primeros semestre de arqueología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, con motivo de un trabajo sobre los arqueólogos de México que se publicaría que la ENAH, realicé a mi padre, Eliseo Linares Villanueva, una serie de preguntas sobre su formación, su actividad profesional y otras de corte afectivo constituyentes de una entrevista que nunca se publicó y hoy me tomo la libertad de presentarla aquí porque considero que lo expresado en ella puede ser de utilidad para aquellos interesados en saber cómo se forma un arqueólogo en nuestro país. Esta entrevista, a pesar de tener un formato serio, no lleva una conclusión pues se trata de un acto cualitativo cuasi informal que registra una parte de la biografía del personaje y cuyo final, para la fortuna de la autora, está todavía lejano.

¿Nombre, edad y procedencia?

Soy Eliseo Linares Villanueva, tengo 50 años y soy originario de San Agustín, Jalisco.

¿Trabajo actual, puesto y antigüedad?:

Desde 1991 soy personal de base del Centro INAH-Chiapas y me desempeño como investigador en el área de arqueología. Actualmente tengo la categoría de Profesor Investigador Titular “C”.

¿Qué otros puestos has ocupado en Chiapas?

El de director del Museo Regional de Chiapas de 1993 a 1997, el cual fue una grata experiencia en el área de dirección y museografía dentro del INAH.

¿Dónde estudiaste arqueología y a qué generación perteneces?:

Estudie en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) y pertenezco a dos generaciones, ambas inaugurales en distintos sentidos. La primera de licenciatura, cursada de 1979 -1983 como integrante del grupo B de arqueología en el turno vespertino, en las nuevas instalaciones de la ENAH al sur de Ciudad Universitaria y sobre el sector oriental del asentamiento prehispánico de Cuicuilco.

Te he de decir que en 1979 me dejó una gran impresión la nueva ubicación de la escuela, sobre todo ante la posibilidad de que los alumnos tuviéramos a un paso un sitio arqueológico para estudiar, pero me sentía un poco defraudado ya que se dejó el maravilloso edificio del Museo Nacional de Antropología, un edificio que me encantaba y sigue encantando, donde podíamos tener a la mano una de las mejores bibliotecas del país sobre antropología, los mejores acervos arqueológicos y el excelente recurso didáctico de las salas de exhibición del propio museo. Ahora entiendo que la escuela

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había crecido mucho y estaba invadiendo espacios académicas del museo y que se necesitaba otra organización para hacerla más funcional.

También me causó un poco de tristeza la lejana ubicación de la nueva ENAH pues en ese tiempo vivía en la colonia Granada, cerca de Chapultepec, y de haber quedado la escuela donde estaba, yo podía haber llegado a mis clases caminando y no tener, como tuve que hacerlo, cruzar toda la ciudad de México utilizando dos combis y el metro; asimismo, me entristeció lo “feo” de las nuevas instalaciones, que para mi gusto tenía el carácter de las escuelas primarias construidas en serie por el gobierno federal.

Por cierto, esa “fea” escuela, que después llegue a amar y hasta encontrar bella, sólo tenía tres edificios, dos grandes y uno pequeño. En el edificio grande del norte, al que llamábamos “el principal “, estaban las aulas y las coordinaciones de todas las licenciaturas a más del auditorio, la dirección, la administración, la biblioteca, los servicios escolares y la oficina de difusión cultural; en el edificio grande del sur, al cual denominábamos “el anexo”, se encontraban las oficinas y aulas de las maestrías, la sala de usos múltiples, el salón o auditorio de exámenes profesionales, la bodega y, en lo que podría definir como sótano, el departamento de publicaciones; el edificio chico, éste último de una sola planta, ubicado en el costado suroeste de la escuela y al que se llegaba cruzando la cancha de básquetbol y el estacionamiento, alojaba el taller de lítica, el cual recibió con el tiempo el nombre cariñoso de “Bate-cueva” pues en ese lugar impartía su cátedra el estimado profesor de origen chileno Felipe Bate. En ese tiempo aún no existía esa sección que ahora llaman “la marimba”, ni todas las extensiones que hoy tiene la escuela.

En lo académico me encontré una escuela, o por lo menos una especialidad de arqueología pretendiendo ser marxista dado que desde los primeros semestres se impartía Materialismo Histórico, aunque sin ninguna aplicación concreta con estudios arqueológico y si más bien a manera de manuales básicos de marxismo doctrinario.

Mi otra generación fue la de maestría, la cual también cursé en la ENAH de 1988-1990, en la línea de investigación “Sociedad Mexica”, y digo también inaugural pues fue esa línea con la que la escuela abrió su posgrado en arqueología, llevando la coordinación de esa primera maestría Patricia Fournier y la de la línea de investigación Eduardo Matos. Desde luego, y al igual que las otras áreas del postgrado en la ENAH, la maestría se instaló en “el anexo” y en sus salones llevé la mayoría de mis clases. Ahora, si me preguntan, digo que soy de la primera generación de maestros en arqueología de la ENAH.

¿Cuál fue el destino de tus compañeros de grupo, a que se dedican ahora?

En principio habrá que decir que de los 33 alumnos que conformaba el grupo original de licenciatura 13 desertaron en los primeros semestres. Los motivos de la deserción fueron varios: la mayoría porque la carrera o los maestros no fueron de su agrado, otros porque trabajaban y no pudieron compaginar trabajo con estudio y otros, los menos, porque venían de otras partes del país y no pudieron sostener económicamente su estancia en la ciudad de México.

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Eso de los maestros que no agradaron tuvo que ver con que la ENAH, y en particular la especialidad, tenía muy poco personal docente de base y contrataba a la mayoría de los profesores para completar la planta necesaria para cada grupo. Generalmente esos contratos no se ganaban por concurso o méritos académicos sino por la invitación de los alumnos o de la Coordinación de la licenciatura. Cada inició de semestre comenzaba el peregrinar de los alumnos a los distintos centros de trabajo del INAH en el DF o al IIA de la UNAM en busca de profesores que quisieran impartir clase en la ENAH. Era tal la escasez que, muchas veces, no se invitaba al mejor sino al que estuviera a mano, de suerte que podías ver arqueólogos dando la materia de ecología o de lingüística general, sólo para citar dos asignaturas dadas por no especialistas en el tema. También eso provocaba que los mejores maestros siempre estuvieran muy solicitados y con sobrecupo en sus salones, o que los grupos se dividieran según el profesor de preferencia.

Pero regresando a la pregunta, sigo diciendo que de mi grupo terminamos la carrera, alcanzando la pasantía total, 18 de los 20 restantes y de esos nos titulamos de licenciados 10. De acuerdo con el grado de estudios que tenemos ahora, 3 obtuvimos la maestría y 4 el doctorado. Según la lista de mi grupo estos son sus niveles de estudio y sus actuales ubicaciones:

1.-Rosario Domínguez Carrasco Doctorado Invest. de la UAC, Campeche2.- Héctor de la O Márquez Doctorado Profesor de la UNAM3.- David Escobedo Ramírez Doctorado Profesor-invest. Tec-Monterrey D.F 4.- Agustín Ortega Esquinca Doctorado Investigador-Becario Univ. Lisboa5.- Elizabeth Mejía Pérez-Campos Doctorado Investigadora del INAH-Querétaro6.- José Alberto Aguirre Anaya Maestría Investigador Colegio de Michoacán7.- Eliseo Linares Villanueva Maestría Investigador Centro INAH-Chiapas8.- Roberto Ruíz Guzmán Licenciatura Burócrata en Sagarpa y taxista9.- José Isabel Hernández Rivero Licenciatura Investigador del INAH-Edo. Mex.10.- Alejandro Tovalín Ahumada Licenciatura Investigador Centro INAH-Chiapas11.- Guadalupe Millanes Gaxiola Licenciatura Contratos de arqlgo. INAH-Sonora 12.- Jorge Serrano González (+) Pasante lic. Contratos de arqlgo INAH-Chihuahua13.- Víctor Ortiz Villarreal Pasante lic. Investigador Centro INAH-Chiapas14.- Guillermo Pérez Esparza (+) Pasante lic. Contrato de arqlgo. en IIA-UNAM15.- Janette Ramírez Bermúdez Pasante lic. Prof. de historia en prepa particular16.- Humberto Barranco Torres Pasante lic Contratos de arqlgo. INAH gral.17.- Patricia Cruz Sarmiento Pasante lic. Asesora comunitaria. 18.- Claudia Díaz Couder Estudiante Asesora de belleza y modelo19.- Francisco Rivas Treviño Estudiante Abogado litigante en Baja California20.- Netzahualcóyotl Andrade Estudiante Analista en INEGI Nayarit

También te diré, que en esa lista hay destinos interesantes pues de los arqueólogos titulados que alcanzaron el doctorado, dos de ellos no lo hicieron en alguna disciplina relacionada con la antropología, sino en filosofía como fue el caso de Héctor de la O, o en economía como lo fue el de David Escobedo, quienes abandonaron la arqueología fincando su desempeño profesional en otros ámbitos. Igualmente hay un caso, el de Francisco Rivas Treviño, que sin haber alcanzado la pasantía total en la licenciatura, emprendió la carrera de abogado y hoy es doctor en derecho internacional. Por otro lado, están los que dejaron sus profesiones originales para dedicarse a la arqueología

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como son Alejandro Tovalín quien además tiene el título de químico-farmaco-biólogo y Jorge Serrano quien era contador público.

Según nuestros empleos de hoy, en la lista puedes notar que 12 de los 20 seguimos trabajando en arqueología (10 en realidad porque hace tres años murió Guillermo Pérez Esparza y hace más de un año Jorge Serrano González), 7 de los cuales tenemos empleo de base ( 5 en el INAH, 1 en la Univ. de Campeche y 1 en el Colegio de Michoacán). Los demás han cambiado de profesión (3 casos), se dedican a la burocracia o a otras actividades como la docencia y las asesorías (4 casos). Igualmente está el caso de Humberto Barranco que -a decir de él mismo- cuando no tiene contratos de arqlgo. se desempeña como en cualquier otra cosa.

Ahora bien, por otra parte está el grupo de mis compañeros de maestría que, al igual que el de licenciatura, redujo por deserción su número de integrantes desde las primeras clases. La causa fundamental de la deserción fue la planta de maestros ofrecida en la convocatoria que no concordaba con la planta real: por ejemplo, en la convocatoria se decía que la asignatura “Arquitectura Mexica” sería impartida por Carlos Flores Marini, o que la de “Cultura Náhuatl” lo sería por Alfredo López Austin; cuando, en realidad, fueron impartidas por otros profesores que, aunque especialistas de calidad, no tenían el enorme prestigio de los mencionados. Lo que sucedió fue que la coordinación elaboró una planta ideal pero se le pasó invitar con tiempo a los profesores propuestos y éstos ya no quisieron o no pudieron participar.

Los integrantes originales, oficialmente inscritos, fuimos 7: Noel Morelos García, Cecilia Urueta Flores, Rafael Cruz Antillón, Carlos Javier González González, Leonardo Nahúmitl López Luján, Rafael Alejandro Pastrana Cruz y yo. Además, había dos invitados u oyentes: Guillermo Ahuja Normaechea y Jacqueline Chastell, ésta última una arqueóloga francesa que colaboraba con Matos en el Templo Mayor. Por cierto, en 1988 todos, con excepción de Rafael Cruz (que trabajaba con Pastrana en los proyectos sobre obsidiana) y yo (que trabajaba con Mari Carmen Serra en el proyecto Xochimilco), tenían empleo de base como investigadores del INAH. De esos integrantes originales desertaron Carlos González y Leonardo López Luján después de las primeras clases y al conocer la planta real. Poco después se fue Noel Morelos argumentando exceso de trabajo. Los 4 restantes, junto con los oyentes, terminamos la maestría, titulándonos, hasta donde sé, sólo Alejandro Pastrana y yo.

¿Quiénes eran tus amigos en esos tiempos?

De los compañeros mencionados de la licenciatura con todos tengo lazos de amistad y mantengo contacto más o menos frecuente con ellos. Hasta hace algunos años, los que trabajamos en provincia, aprovechábamos nuestra visita al DF en Navidad o Año Nuevo para reunirnos con los “chilangos” y reforzar nuestra relación. A esas reuniones, que se realizaban en Casa de Agustín Ortega o Jorge Serrano, siempre asistieron amigos de otros grupos de arqueología de la misma generación como Cristóbal Valdés y Alicia Zapata Castorena.

Con algunos de ellos, ya sea por su origen o por su carácter, desarrollé lazos de hermandad: Jane (Janette Ramírez), Agus (Agustín Ortega), Vic (Víctor Ortiz) , Memo

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(Guillermo Pérez), Chayo (Rosario Domínguez), Betillo (J Alberto Anaya, José (José Hernández). Tova (Alejandro Tovalín), Chabela (Elizabeth Mejía). Y con una, Guadalupe Millanes (“la Shasha”), lazos de amor y amistad, pues fue mi novia en un tiempo.

Después por razón de ser adjunto de Manuel Gándara en una clase de Técnicas Arqueológicas III (excavación), tuve oportunidad de tratar a los integrantes del grupo B matutino de la generación 1981, muchos de los cuales se tornaron amigos muy queridos. De ellos menciono a los más cercanos: Magdalena García Sánchez, Felipe Ramírez Sánchez, Ernesto Rodríguez Sánchez y Manuel de la Torre Mendoza, éste último ya desaparecido y de quien sentí profundamente su muerte. A través de ellos y por ser amigos de ellos tuve otros amigos como Luis Alberto Martos, Alberto López Guario y Rafael Cruz.

Con respecto a los compañeros de la maestría a varios ya los conocía y eran mis amigos de antes. Ya tenía amistad con Rafael Cruz, Noel Morelos y con Leonardo López Luján. Con los dos últimos hice amistad por los proyectos en los que trabajamos juntos: Leonardo y yo fuimos dibujantes en el proyecto de Linda Manzanilla en Cobá en 1984; Noel y yo fuimos codirectores de campo del proyecto de Mari Carmen Serra en Xochimilco en 1987. Por lo demás, la maestría me permitió entablar amistad con un arqueólogo al que admiraba, Alejandro Pastrana, y una muy buena relación con dos compañeros más Cecilia Urueta y Guillermo Ahuja. Durante ese tiempo también me hice amigo de Francisco Rivas Castro, quién cursaba en la ENAH la maestría en Etnohistoria.

Ahora, por otra parte, te he de decir que el desempeño profesional me llevó a la amistad de otras personas, que aunque siendo mis jefes y maestros acabaron siendo mis amigos y de muy alta estima como lo son Carlos Navarrete, Luis Barba y Manuel Gándara. Con Navarrete a partir de sus trabajos en Chiapas y su continuo llegar al Centro INAH al cual pertenezco; con Luis Barba porque durante un buen tiempo formé parte del equipo humano que, bajo la dirección de él, hizo funcionar el Laboratorio de Prospección del IIA; con Manuel Gándara a raíz de los materias en las que fui su adjunto y las temporadas del proyecto Cuicuilco en el que me tocó ser su colaborador. Asimismo, derivado de mi participación en el proyecto Cobá del IIA-UNAM, lazos de amor y amistad que se perdieron con Linda Manzanilla.

¿Qué arqueólogos frecuentas ahora?

Básicamente son los arqueólogos que trabajan en Chiapas o cuyo interés es Chiapas. Estoy en contacto, aunque no mucho, con los arqueólogos de la Fundación Arqueológica del Nuevo Mundo (John Clark, Michael Blake, Mary Pie, Rony Lowe) con quienes platico acerca de sus proyectos sobre el Formativo Temprano en el Soconusco cuando vienen a Tuxtla Gutiérrez a reportar el inicio o fin de alguna temporada de Campo; con los del Centro de Estudios de México y Centro América (Thomas Lee y Víctor Esponda Jimeno) de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, a quienes trato muy poco y que realizan arqueología de superficie; con los de UNAM, ya sea del IIA o del Centro de Estudios Mayas, (Carlos Navarrete, Rodrigo

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Liendo, Carlos Alvarez Asomoza, Lynneth Lowe, Tomás Pérez) arqueólogos a los que admiro y estimo; con los arqueólogos de la Dirección de Estudios Arqueológicos del INAH (Sonia Rivero, Rafael Aldúcin +, Alejandro Martínez Muriel, María José Cón, Juan Yadeún, Daniel Juárez, Jesús Sánchez, Rosalba Nieto y Luis Alberto Martos) por el trabajo que desarrollan o desarrollaron en Chiapas y porque con varios de ellos me une una sólida amistad; con arqueólogos de Salvamento Arqueológico (Carlos Silva Roahds y Ernesto Rodríguez Sánchez, amigos muy queridos) por la coordinación que se da con el Centro INAH para atender denuncias o trabajos urgentes; con las arqueólogas de la Universidad de California (Barbara Voorhies y Janin Gasco), por sus trabajos sobre el Postclásico tardio en la costa de Chiapas; con arqueólogos de la Dirección de Registro Arqueológico del INAH (Martha Cuevas García, Ileana Echaury Pérez, Jaime Alejandro Bautista), por sus trabajos y por el registro de colecciones en Chiapas.

Desde luego a quienes trato con mayor frecuencia son a mis compañeros del Centro INAH-Chiapas, por la relación laboral, la amistad de muchos años que me une con la mayoría de ellos y por sus intereses de investigación: Alejandro Tovalín y Víctor Ortiz que trabajan Bonampak y Lakanjá: Akira Kaneko que trabaj Iglesia Vieja y Yaxchilán; Arnoldo González que trabaja Palenque ; Gabriel Lalo Jacinto que trabaja Tenam Puente; y, hasta hace un par de años, María de la Luz Aguilar que trabajaba Tenam Rosario, pero que dejó Chiapas para irse a Veracruz. Acerca de ellos, como dato curioso, te menciono que casi todos egresaron de la ENAH, con excepción de Gabriel Lalo que egresó de la Universidad de Veracruz y María de la Luz que egresó de la Universidad de las Américas.

Finalmente, trato o frecuento arqueólogos del Centro INAH-Tabasco tanto por amistad como por compartir con ellos intereses de investigación: Judith Gallegos, Ricardo Armijo y Francisco Cuevas.

¿Qué capacitación has tenido o que habilidades especiales tienes (posgrados, cursos, etc.)?

Por haber colaborado en el laboratorio de Prospección del IIA y por haber hecho mi tesis de licenciatura sobre temas de prospección geofísica y química, estoy capacitado para entender de tecnología avanzada para la búsqueda de sitios y contextos arqueológicos. Empero, debo mencionarte que desde mi llegada a Chiapas no he estado en contacto directo con el laboratorio, aunque sigo leyendo y enterándome de los trabajos del IIA coordinados por Luis Barba, y sé que a la batería de pruebas que originalmente aplicaba el laboratorio se ha sumado un complejo de técnicas nuevas y complicados procesamientos matemáticos y gráficos. Sé también, que el laboratorio ha subido de rango debido a su tecnología aplicada, de manera que hoy día se habla de un laboratorio de arqueometría y que, además, ofrece sus servicios y colabora con diversas instituciones.

Lo anterior puede ser una habilidad muy específica; sin embargo, yo siento que en la preparación general tanto los estudios de licenciatura como los de maestría en la ENAH me brindaron, y le brindan a cualquiera de las personas que estudian arqueología en ella, la capacitación técnica y metodológica para desempeñar la carrera con profesionalismo

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y ética en cualquier parte del mundo. Claro está que las maestrías, al fincarse en temáticas y líneas de investigación específicas, brindan la posibilidad de especializarse en una cultura mesoamericana en particular, que en mi caso fue la mexica.

De esto que te digo y por mi lugar de trabajo en el sureste de México, podrías preguntarme ¿Que se puede hacer con una especialidad así en Chiapas? Pues, la vida y la necesidad me trajeron acá y, para mi fortuna, una especialidad en mexicas me permite entender mejor el Posctclásico de Chiapas y el proceso de dominio azteca de la costa chiapaneca en general y del Soconusco en particular.

Pero, además, el desempeñar mi profesión en Chiapas me ha permitido entrar a otros campos que bien se pueden llamar de capacitación. El primero de ellos es el del estudio de contextos arqueológicos en cuevas y con ello entrar en contacto con las técnicas de la espeleología que permiten llegar con seguridad hasta esos contextos. Por cierto, mi tesis de maestría trata sobre los principales trabajos en cuevas que he realizado por estas tierras. Un segundo campo es otra especialización, y ésta más bien de manera autodidacta, en un grupo cultural prehispánico de Chiapas, el zoque, al que pocos investigadores le han prestado atención.

Otra áreas de capacitación han sido la museografía y la elaboración de, guiones museográficos debido al puesto que ocupé de director de Museo Regional de Chiapas, tiempo en el que se emprendió la reestructuración general de las salas permanentes de arqueología e Historia a más de múltiples exposiciones temporales que en Tuxtla Gutiérrez se han montado hasta la fecha bajo mi coordinación o mi autoría.

Así también, la docencia puede mencionarse como un área en la que creo mostrar cierta habilidad, pues he sido profesor adjunto y titular en la ENAH de varias asignaturas para la carrera de arqueología (Diseño de Investigación y Técnicas de Investigación Arqueológica, I,II, III), y profesor titular de asignatura para grupos de la carrera de Historia en la Universidad de Ciencias y Arte de Chiapas (Chiapas Prehispánico y México Prehispánico).

¿Qué áreas geográficas o culturales has trabajado?

Desde mi llegada en noviembre de 1991 al Centro INAH mi área única de desempeño ha sido Chiapas y de ella en especial las regiones zoques y protozoques (Depresión Central, Costa y Soconusco). Sin embargo, el trabajo anterior en el Laboratorio de Prospección del IIA-UNAM, a través de sus convenios de colaboración con proyectos arqueológicos, hizo que visitara o conociera muchos lugares; con Luis Barba me tocó trabajar en La Venta, Tabasco apoyando al proyecto de Rebeca González Lauc; en el Valle de Temazcalcingo, Edo. Mex., en el proyecto de Morrisón Limón; en La Florida, Zacatecas, el proyecto de Teresa Cabrero; en Malinalco, Edo. Mex., en el proyecto de José Hernández Rivero; en Teotihuacán, Edo. Mex, en el proyecto de cuevas y Tuneles de Linda Manzanilla.

En esa tónica, pero no como “prospectólogo” sino como arqueólogo, te puedo mencionar el trabajo en Cuicuilco, bajo la coordinación de Manuel Gándara en la que fui codirector de campo durante varias temporadas; y, el del proyecto Xochimilco, bajo

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la coordinación de Mari Carmen Serra, en las temporadas de1987 a 1991 en las que ocupé el mismo puesto de codirector. También, aunque en este caso como dibujante y topógrafo, el trabajo que antes brevemente mencioné en las temporadas 1984 y 1985 en Cobá, Quintana Roo, bajo la coordinación de Linda Manzanilla. Cómo verás, antes de mis trabajos en Chiapas, más que regiones he trabajado sitios.

¿Cuáles han sido las temáticas o técnicas de tu interés?

Por lo antes mencionado ya te podrás dar cuentas cuales son y han sido mis temas de interés: la tecnología de prospección y la arquemetría en general, los zoques y los mexica como grupos culturales, la arquelogía de Chiapas y las cuevas como sitios muy interesantes de investigación. De hace tres años para acá, y como consecuencia de mi contacto con los museos en Chiapas y sus colecciones arqueológicas, vengo trabajando un catálogo de piezas de barro bajo el proyecto “Cerámica Arqueológica de Chiapas”, con lo que también la cerámica ocupa un lugar muy importante entre mis temas de interés actual.

Otro tema de interés, éste de últimas fechas y ligado a mis trabajos dentro del territorio zoque de la Reserva Foresta El Ocote en el cual hemos localizados sitios con características defensivas, es el de las sociedades en conflicto. La intención es definir a una sociedad de esa naturaleza y explicar el porque llega a una situación así.

¿Cuál es la orientación teórica y metodología que utilizas o cuales son las teorías que te interesan?

Desde mis tiempos de estudiante sigo pensando que el modelo neopositivista, bajo las propuestas de Manuel Gándara, Imre Lakatos y Karl Popper, es un instrumento poderoso de la investigación científica. Al igual que Gándara considero que la aplicación del modelo a la investigación arqueológica permite a ésta brindar explicaciones, llevar al campo hipótesis a contrastar y con ello, a la larga, predecir hechos o fenómenos, dándole a nuestra disciplina el estatus de ciencia.

Por otro lado, siendo que la arqueología utiliza como elementos de prueba o indicadores a los patrones de conducta material, me parecen más viables de aportar conocimiento las teorías que basan la contratación de sus hipótesis (o tienen su falsación, según el lenguaje de los filósofos de la ciencia), en hechos de la vida material; es decir, las teorías materialistas. Bajo ese punto de vista, me parece que van en buen camino el Materialismo Cultural norteamericano (en la acepción originalmente definida por Marvin Harris) y la Arqueología Social latinoamericana (desde sus principios con Mario Sanoja y Luis Lumbreras, hasta sus continuadores como Felipe Bate, Gándara y otros).

¿Cuáles fueron tus profesores?

Muchos, imagínate, durante lapsos frecuentes de la licenciatura llevamos hasta 10 materias por semestre por lo que es difícil que me acuerde de todos. Sin embargo, hubo algunos que por su inteligencia o notoriedad dejaron un recuerdo fuerte en mi y en mis compañeros y de los cuales te hablaré:

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En el primer lugar a Juan Yadeun quien nos mostró en los primeros semestre su particular visión de lo que es la arqueología y lo que podíamos esperar de ella. El nos habló de la arqueología gubernamental y su enorme capacidad para “producir ideología”. Supimos con él de las desviaciones y malas prácticas evidentes en diversos sitios trabajados durante el periodo de los “piramidiotas” (término “cariñoso” con el cual se refería a los arqueólogos reconstructores de pirámides).

También de los principios de la licenciatura fue Enrique Nalda con quien vimos la metodología de reconocimiento de superficie y salimos por primera vez a una práctica de campo arqueológica, la cual, por cierto, se llevó a cabo en el municipio de Xochitepec, Morelos. Recuerdo que la práctica fue muy rigurosa, no sólo por la intensidad del trabajo sino por la sistemática de toma de datos. Quizá, la rigurosidad de esta primera práctica fue también un motivo de deserción de la carrera o la definición para algunos de nosotros de la preferencia o no del trabajo de campo.

Son también memorables de los primeros tiempos Jesús Nárez, Manuel Arechavaleta y José Antonio Pompa, los dos primeros nos dieron la sistemática de la investigación bibliográfica y el uso de las macro-computadoras ( facilitadas en ese tiempo por la UNAM, de aquellas cuyos datos eran ingresados mediante tarjetas perforadas), y el segundo nos dio la base del estudio ordenado y agradable de la antropología física.

De la parte intermedia de la licenciatura el más memorable por su sabiduría y lucidez fue Manuel Gándara, arqueólogo versado en temas de filosofía de la ciencia y problemáticas de investigación arqueológica. Con él, puesto que fue nuestro profesor en varias materias, vimos los principios y ventajas de la excavación extensiva, las bondades de un proyecto de investigación enfocado a la explicación, el surgimiento de las sociedades cacicales y urbanas, entre muchos temas más. Desde mi punto de vista Gándara fue el arqueólogo que más influyó en nuestra formación profesional.

De la última parte recuerdo, por su capacidad y energía, a Jesús Jauregui y a Linda Manzanilla, el primero con sus temas de etnología general y parentesco, la segunda por sus doctas clases sobre sociedades estatales y su interés en Teotihuacán. Por cierto, en ese tiempo Manzanilla estaba de regreso de sus viajes por Turquía y acababa de doctorarse en la Sorbona con una tesis sobre el surgimiento de la sociedad urbana en Egipto.

Desde luego, de esos últimos semestres de la licenciatura, como no recordar a Luis Barba Pingarrón, un ingeniero inteligente y alegre que nos impartió clases sobre técnicas geofísicas y geoquímicas de búsqueda arqueológica y con quien Guillermo Pérez, Elizabeth Mejia y yo comenzamos a trabajar como ayudantes en su laboratorio del IIA-UNAM. Desde ese tiempo Luis entendía perfectamente los problemas de nuestra disciplina y trabajaba junto con Jaime Litvak King en el desarrollo de proyectos tecnológicos aplicables a la arqueología. Además, para ese tiempo, él ya había obtenido su maestría en la universidad de Bradford sobre un problema de prospección arqueológica.

De la maestría en arqueología que cursé en la ENAH, son memorables Patricia Fournier, Lourdes Aguirre Jones, Fernando López Aguilar, Ernesto García Sánchez,

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Eduardo Matos Moctezuma, Arturo Romano Pacheco y Dorys Heiden, todos brillantes en sus temas y sus especialidades.

¿Qué es lo que más te satisface de la arqueología?

En primer término el carácter enciclopédico de la investigación arqueológica, es decir, el que la disciplina sea una en la cual tienes que echar mano de muchos campos de saber humano para explicar o caracterizar a las sociedades extintas. Su terreno de acción es tan amplio que permite a biólogos, ecólogos, sociólogos, antropólogos, químicos, restauradores y un sin fin de especialistas más podamos trabajar juntos y tengamos cosas que decir o que aportar al conocimiento del pasado.

En segundo término, el que la actividad arqueológica tenga valores sociales importantes y el saber que lo que hacemos los arqueólogos sirve de algo. Algunos de esos valores, a mi parecer, son: el aporte de elementos a la identidad nacional; el estudio y la explicación de procesos sociales (y de entre ellos la respuesta al por qué cambian las sociedades o por qué se mantienen...por ejemplo); contribución a la economía del país por la habilitación de sitios para la visita turística; la difusión del conocimiento y los apoyos a la caracterización de procesos históricos plasmados en los textos, entre otros.

¿Sabes de algún atentado grave contra el patrimonio arqueológico?

Varios, de diferentes lugares del país, la mayoría de Chiapas. Del primero que tuve noticia fue del robo al Museo Nacional de Antropología en 1985, cuando robaron la máscara de Pakal y la vasija mexica de obsidiana con la forma de un monito y otras 102 piezas más. Algunos años después, para fortuna nuestra y del museo, la policía logró recuperar la mayoría de esas piezas.

De la primera que supe en Chiapas fue la supuesta destrucción del “grabado de Xoc”, una obra de factura olmeca que representaba a un hombre a tamaño natural con máscara de jaguar y cargando con el brazo izquierdo una tableta. Este petrograbado, que se ubicaba en una saliente de roca caliza cercano al sitio Xoc, municipio de Altamirano, fue cortado y aparentemente destruido en 1972; sin embargo, en las inspecciones que realizó el INAH de los restos dejados por los perpetradores no se encontró ningún fragmento de grabado, por lo que se maneja la hipótesis de que en realidad fue robado. El grabado fue encontrado 1968 por Susanna Ekolhm, investigadora de la Fundación Arqueológica del Nuevo Mundo, quien publicó un reporte del hallazgo.

Otros dos más en Chiapas fueron: el primero, entre 1976 y 1980 la habilitación de miles de hectáreas para el cultivo de plátano en la costa de Chiapas , con lo cual fueron destruidos o alterados muchos de los sitios arqueológicos preclásicos reportados para la región por el insigne arqueólogo Carlos Navarrete y los investigadores de la Fundación Arqueológica del Nuevo Mundo; el segundo, de 1950 a la fecha, es el desmantelamiento de más de 50 sitios mayas en el distrito cañero de Pujiltic, tanto para dejar libres los terrenos para la siembra de caña como para utilizar las piedras careadas de las construcciones prehispánicas en las construcciones modernas. Este último factor de destrucción, la utilización de la piedra para las construcciones actuales, se observa con

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mayor presencia en los sitios alrededor de las poblaciones de San Luis, Copanaguastla y Estrella Roja del municipio de Socoltenango.

¿Que fue lo que te hizo ser arqueólogo?

Desde niño me impresionaron los sitios arqueológicos; imagínate si no, mi primer sitio conocido fue Teotihuacán, el más monumental de todos los sitios de Mesoamérica, visitado durante una expedición escolar. Pero yo sentía que me llamaban más los hechos de la historia y desde la preparatoria encaminé mis pasos hacia allá. De hecho ingresé a la carrera de historia en la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM cuando aún había pase automático para las preparatorias con reconocimiento, pero antes de eso se dio un suceso que me llevó a la arqueología. Sucedió que en el último semestre mi escuela (la Preparatoria Francisco Treviño Tavares) entró en una huelga larga que hizo que mi ingreso a la UNAM se diera 2 meses después del inicio de clases. Para ese tiempo, en el primer semestre de la carrera daban clase los mejores profesores del colegio de historia (Eduardo Blanquel, Rosa Camelo, Eduardo Matute y otros iguales de buenos y exigentes) y, para cuando yo llegué, ya habían aplicado exámenes y habían dejados varias lecturas. No pude ponerme al corriente y como resultado reprobé Historiografía de México I y Técnicas de la Historia I, es decir, las materias centrales del semestre. Ante tan pésimo resultado decidí no seguir y esperar a que la carrera reiniciara en el año siguiente para comenzar desde 0. Eso significaba varios meses de aplazo, así que conseguí trabajo y me dispuse a esperar.

En la espera me encontraba cuando salió la convocatoria de la ENAH para todas sus licenciaturas. Pregunté con algunos compañeros de la UNAM sobre la calidad ahí de la carrera de historia y no recibí buenas recomendaciones, pero para no perder más la forma en el estudio me inscribí no en historia sino en arqueología. Fue tan grata la sorpresa de los estudios arqueológicos y el estilo de estudios que se realizan en la ENAH que ya no regresé a la UNAM, supe desde los primeros días que arqueología era la carrera que quería estudiar y que si me encantaba la idea de ser, en el resto de mi vida profesional, un arqueólogo.

¿Cuales fueron las dificultades que tuviste cuando eras estudiante en la ENAH?

No hubo dificultades graves o insalvables, para mi, hijo de familia pobre, resultaba una gran ventaja el hecho de que la ENAH fuera una escuela pública en la que ni siquiera se cobraba inscripción. Mi trabajo en los primeros semestres me permitió pagar los pasajes y las comidas en la ENAH. También durante casi toda la carrera, recibí el apoyo de mi familia o de mi novia de aquellos tiempos, Rayito Ivancobichi, quien me recibió en su casa durante mucho tiempo. De igual manera, para mi fortuna, mucha de la bibliografía usada a lo largo de la carrera, se localizaba en las bibliotecas de antropología o la proporcionaban, para fotocopia, los profesores.

¿Cuándo eras estudiante, qué práctica de campo te dejó la mejor impresión?

Definitivamente la de excavación, en la cual nuestro profesor fue Manuel Gándara, realizada en lugar conocido como Lidxi-Bigú en el Istmo de Tehuántepec. Fue la oportunidad de enfrentarnos a contextos reales y volver a participar en un proyecto real.

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El proyecto era uno de salvamento y pertenecía al Centro Regional de Oaxaca y estaba bajo la coordinación de Nely Robles, pero con la ejecución directa de Luis Zuñiga y de un estudiante cuyo nombre no recuerdo. Fue también la oportunidad de probar en campo muchas de las ideas de Manuel Gándara vistas en clase. Para mi fue la más impresionante no sólo por el tipo de contextos excavados (entierros primarios en una aldea de pescadores del postclásico mixteco) sino por el grado de compañerismo que alcanzamos en esa ocasión, la amistad que logramos con Manuel y el contacto que tuvimos con la población huave de Santa María Xadani que nos dio alojamiento durante toda la temporada.

Manuel Gándara fue tu director de tesis de licenciatura ¿Por qué lo elegiste a él?

Bueno, como te comenté fui codirector de campo de Manuel Gándara en Cuicuilco, de ese proyecto proviene toda la información que yo utilicé. El tuvo la idea de echar mano de tecnología de prospección en los sitios detectados durante las etapas de recorrido e invitó a Luis Barba. Luis estaba muy ocupado en esa época y no podía participar y se pensó en alguien que, bajo su asesoría, aplicará la batería de técnicas de búsqueda y sometiera a prueba los resultados mediante excavación. Me ofrecí a ser tal persona y bajo mi responsabilidad quedó la aplicación durante las 3 temporadas del proyecto. Después, al ver que los resultados podían ser trabajados a manera de tesis le solicité a Manuel me permitiera trabajarlos así, a lo cual accedió gustoso, y le pedí a Luis que fuera mi director.

Todo fue bien hasta que llegó el momento del registro de la tesis en la ENAH, pues resultó que el reglamento correspondiente no contemplaba la posibilidad de un director de tesis no arqueólogo. Ante tal dificultad decidimos, por razones de registro, apareciera Manuel Gándara en la documentación como el director oficial. No obstante ser Luis el director real Manuel también revisó con cuidado los distintos borradores de la tesis y aportó importantes ideas para mejorarla y corregirla, de tal manera que hoy puedo decir con seguridad y orgullo que tuve dos directores de tesis: Manuel Gándara y Luis Barba.

Afortunadamente para muchos estudiantes de la ENAH el reglamento ha cambiado y ya se tiene la posibilidad de tener directores de otras especialidades cuando las razones de índole académico así lo ameritan.

¿Como ganaste tu plaza de investigador de base en el INAH-Chiapas?

Pues fue mediante un concurso al igual que el resto de lo investigadores de base del INAH. En mi caso hubo una circunstancia afortunada: para la plaza de Chiapas que concursé no se pedía experiencia en el área o en el estado sino en el tema para cual se emitía la convocatoria, que en este caso se trataba de catalogación de material arqueológico.

Me preguntarás por qué en Chiapas pues toda mi preparación había sido dirigida el trabajo en el centro de México. Pues, en 1991, a pesar de tener empleo en el Proyecto Xochimilco, estaba cansado de tanto trabajo, tan mal remunerado y de pago tan irregular. Sólo te mencionaré que ganaba, no obstante estar titulado, el equivalente al

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pasante total de aquel tiempo y eso que bajo mi cargo estaba la coordinación de campo; los salarios procedían no de la UNAM sino de la Delegación Xochimilco, la cual nos pagaba (a mi y a los otros arqueólogos participantes) cada “corpus y san Juan”, es decir, allá cada que se acordaban. ¿Por qué acepté el empleo de Xochimilco? Porque ya no había más, los contratos en el laboratorio de prospección de la UNAM se acabaron, yo tenía responsabilidades de familia que cumplir (ya tenía esposa y dos hijas), y porque supuestamente tenía la posibilidad de sacar de ese proyecto la información para mi tesis de maestría. De hecho el tema original de mis tesis de maestría era la producción agrícola de chinampas, en especial el control estatal de las mismas en tiempos mexicas. En fin, me enteré de la plaza para Chiapas, la gané y me traslade con todo y familia al sur, dedicándome desde entonces a un área distinta.

Se que has participado en varios proyectos en Chiapas y entre los más importante está el de la cueva El Tapesco del Diablo ¿Cómo surgió ese proyecto?

El proyecto surgió en 1993 a raíz del acceso que hiciera un grupo de espeleólogos franceses y mexicanos a esa cueva arqueológica, ubicada en una parte del cañón perteneciente al municipio de Ocozocoautla. Los espeleólogos reportaron el hallazgo y se organizó un proyecto para recuperar los contextos de ese lugar. En ese tiempo todos los arqueólogos del Centro INAH estaban ocupados en sus propios proyectos por lo que el reporte fue atendido por el propio director del Centro INAH, arqlgo. Carlos Silva Roahds, quien, después me invitó a dirigir junto con él el proyecto.

La cueva resultó ser muy valiosa en términos arqueológicos tanto por sus objetos y sus asociaciones que evidenciaron múltiples actividades al interior, como el grado de conservación de objetos particulares. Estaban presentes en ella muchos piezas de material orgánico,( madera, cáscara vegetal, tela y cuero) de las que no subsisten sitios abiertos o al aire libre. De este trabajo Carlos Silva y yo publicamos dos noticias y dos artículos mayores; yo, por mi parte, publiqué los resultados del análisis cerámico y el estudio de un hacha de madera, y utilice casi toda la información de esta cueva para mi tesis de maestría.

Has manifestado que el grupo cultural de interés para ti es el zoque ¿Cómo surgió ese interés?

Creo que en parte se debe a que no soy especialista en mayas. A mi llegada a Chiapas casi todos los arqueólogos del Centro INAH, con excepción de Rodrigo Liendo, se dedicaban al estudio de los mayas y atender los sitios de esa cultura. Rodrigo atendía los sitios prezoques de la costa de Chiapas pero al irse a su doctorado salió de su interés ese grupo cultural y renunció al INAH. Casi podríamos decir que me tocó la zona zoque por eliminación. Una ventaja que significó dedicarse a zoques fue que su corpus bibliográfico no tiene el inmenso tamaño que tiene el de los mayas y pude, en relativo poco tiempo, estar en condiciones de atender con conocimiento de causa y dignidad la zona zoque de Chiapas.

Por otra parte, siendo lo zoque parte muy importante del árbol prehispánico de Chiapas, me resultaba extraño que no hubiera un sólo sitio zoque abierto al público ni

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con investigación frecuente. Ese es uno de los aspectos que estoy abordando ahora como tema de investigación.

Finalmente ¿Cuál ha sido el momento más memorable como arqueólogo?

Si te refieres al desempeño profesional y las actividades de campo, definitivamente fue el trabajo en la cueva El Tapesco del Diablo, sobre todo en el hallazgo de objetos quizá únicos en la historia de la arqueología de Mesoamérica. En especial la recuperación de lo que Carlos Silva y yo llamamos cariñosamente “el monedero del muerto”, es decir una petaquilla de tule de más de mil años de antigüedad que contenía cacao y una preciosa máscara pectoral y que estaba de ofrenda en un entierro de esa cueva.

Creo que en general el recuperar objetos antiguos que nadie había visto en cientos de años y llevarlos hasta los lugares seguros de estudio y exhibición genera en un arqueólogo un cúmulo de satisfacciones.

ELISEO LINARES VILLANUEVA

Nació en La Barba, Jalisco en 1958. Cursó la carrera de arqueólogo en la Escue-la Nacional de Antropología e Historia, alcanzando el grado de maestro en 1991. Ha participado en diversas investigaciones arqueológicas en los estados de Zacatecas, Gue-rrero, Morelos, Quintana Roo, Tabasco, Oaxaca, el D.F. y el Estado de México. Desde 1991 forma parte del equipo de arqueólogos del Centro Chiapas del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) para el cual ha realizado trabajos de reestructuración museográfica, curaduría de colecciones arqueológicas e investigaciones arqueológicas en el área zoque. De sus trabajos arqueológicos sobresale el rescate y estudio de la cue-va el Tapesco del Diablo en el río La Venta, considerado uno de los principales hallaz-gos de la arqueología chiapaneca contemporánea. Fue director del Museo Regional de Chiapas de 1994 a 1998. Actualmente ocupa en el INAH el puesto de Profesor Investi-gador Titular C y es estudiante de doctorado en el programa Estudios Regionales de la Universidad Autónoma de Chiapas.Entre sus publicaciones se encuentran:

-Prospeccion Arqueológica por Medios Geofísicos y Químicos en Cuicuilco.

Colección Científica del INAH, 1998.

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-El Tapesco del Diablo y otras Cuevas del Río La Venta, Chiapas. Colección

Científica del INAH, 2002.

-“Técnicas de Excavación Arqueológica”. En Coba, Quintana Roo: Una Ciudad

del Clásico Maya. Linda Manzanilla Ed. UNAM, 1997.

-“La Fotografía Aérea en Globo: Una Experiencias Arqueológica en Teotihuacán”.

En Revista CONACYT, 1990.

-“Cerámica del Postclásico Tardío en Chiapas”. En Panorama de la Alfarería

Mesoamericana. Angel García Cook (Ed). INAH, México 2002

-“Cerámica Arqueológica del Río La Venta”. En Pueblos y Fronteras. PROIMMSE

UNAM, 2002.

-“El Hacha Zoque del Río La Venta, Un Caso Extraordinario de Conservación

Arqueológica”. En Lakanha´ Boletín Informativo del Museo y Zona Arqueológica

De Palenque, 2006.

-“El Soconusco Arqueológico y la Costa de Chiapas: Historia y Patrón de Asentamientos”. En Revista Universidad Autónoma de Chiapas, pp. 19-33, edición especial, nov. 2010