Cerdeiras, Raúl - Galileo Galilei en el escenario del mundo

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RAÚL CERDEIRAS

Galileo Galilei en el escenario del mundo

en Revista del Teatro San Martín,

Buenos Aires 1984

Galileo Galilei nace el 15 de febrero de 1564 en Florencia. Luego de breves contactos con la lógica en el monasterio de Santa María de Vállombrosá, se matricula, por deseo de su padre, como estudiante de medicina en Pisa. Su desinterés y la influencia dé Ostilio Ricci lo llevan a abandonar esa rama y dedicarse apasionadamente q las matemáticas. Vuelve a Florencia, escribe De centro gravitates solidorum (1585), e inventa La bilancelia (1586). Luego de optar brevemente a la cátedra de matemáticas en Pisa, la consigue definitivamente en Padua, por influencia de su amigo Guidobaldo dal Monte. Etapa de gran inventiva técnica: su Trattato di fortificazioni (1592) y Compasso geométrico e militare (1597) y otros. Trata de comerciarlos para aliviar sus constantes penurias económicas. Se casa con Marina Gamba y entre 1601 y 1606 tiene tres hijos: Virginia, Livia y Vincenzo. En esta época empieza su producción mayor: Discorso interno alie cose ches stanno su l'áqua (1612) y Lettere sulle macchie solari (7673).

En 1614 sufre los primeros ataques de la Iglesia y escribe su famosa Carta a Madama Cristina di Lorena en laque reivindica la investigación científica. Se traslada a Roma para defender sus ideas copernicanas y escribe el Discorso sopra el flusso e reflusso del mare (1616), que considera erróneamente una prueba definitiva del copernicanismo, y que pasará a ser la "cuarta jornada " del Dialogo. Pero en ese año las teorías de Copérnico son condenadas y el cardenal Bellarmino amonesta a Galileo. La polémica con Grassi sobre los cometas, y la publicación de II Saggiatore, incrementan el número de sus enemigos. En esa época, el cardenal Maffeo Barberini, que le ha manifestado su prudente apoyo e incluso le ha escrito una apología, es elegido Papa, tomando el nombre de Urbano VIII. Animado por tal circunstancia, Galileo viaja a Roma en 1630 a solicitar permiso para la publicación de su Dialogo dei massimi sistemi del mondo, y regresa a Florencia

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satisfecho. El Padre Riccardi, encargado de censurar el libro, da su visto bueno y se inicia la impresión, que concluye en 1632.

Pero los enemigos de Galileo influyen en Urbano VIII se prohíbe repartir un ejemplar más, confiscándose la edición. Galileo es citado a Roma por la Inquisición. Entre los distintos interrogatorios, se llevan acabo intentos extraoficiales de acuerdo. Pero, finalmente, el 22 de junio de 163 3 se lee la sentencia y Galileo es obligado a abjurar. Se le permite residir en el palacio del Gran Duque en

Trinità dei Monti, y posteriormente en una villa cerca de Florencia, en lugar de la cárcel, aunque se vigilan las visitas y se le prohíben las salidas. En su retiro redacta los Discorsi e dimostrazione matematiche intorno a due nuove scienze.

En 163 7 pierde la vista del ojo derecho y al año siguiente queda totalmente ciego. Galileo solicita al Sumo Pontífice diversas gracias que éste le niega. El 8 de enero de 1642 muere, y el Papa prohíbe la construcción de un mausoleo, que no se erigirá hasta 1736, en que los restos de Galilea son trasladados a la iglesia de Santa Croce, como era su deseo.

GALILEO GALILEI EN EL ESCENARIO DEL MUNDO

Hay términos que forman frases que nunca se llegan a comprender en todo su rigor, pero que apuntan hacia cierta noción más o menos entendible. Pues bien, la "Historia de la Humanidad" se encuentra entre ellas. Y en la historia de la humanidad hay momentos de excepción que se constituyen en coyunturas privilegiadas, porque a partir de ellas se hace posible un desciframiento esencial de esa historia. Tan decisivas son esas coyunturas que podríamos afirmar que una historia no es otra cosa que una articulación de excepciones.

Una excepción no es lo que confirma una regla, sino aquello que desestructura y rompe con toda normatividad vigente, con todo orden. Galileo Galilei es una excepción. Es un inédito potenciado, ya que su novedad radical surte efectos en tres grandes escenarios de la historia: en la ciencia, en lápolítica y en la filosofía. Porque su algo esencial produjo en esos tres campos es que se ganó un lugar inestimable en la escena teatral de Bertolt Brecht.

Se va a intentar aquí recorrer estos escenarios marcando lo fundamental que aporta esta vigorosa personalidad en cada uno de ellos. No será un trayecto neutral ni mucho menos inocente, como no lo fue la propia obra de Galileo. Por el contrario, está guiado por la intención de destacar que todos aquellos que irrumpen en la escena histórica contradiciendo un orden dado, cualquiera que éste sea, de alguna manera padecen el drama de Galileo. La historia de las excomuniones es la historia del pensamiento.

EN LA ESCENA DE LA CIENCIA

Si Galileo se perfila con las dimensiones que le estamos atribuyendo, se hace necesario que se abandonen los lugares comunes de una cierta visión acerca de qué es el pensamiento científico, que domina en la enseñanza tradicional. Se debe, como alguien dijo, “romper el Billiken que todos tenemos en la cabeza” y adoptar un punto de vista acorde con las nuevas circunstancias.

Desde este enfoque se puede afirmar que cuando se inaugura una ciencia, se produce una mutación fundamental, una verdadera revolución conceptual, respecto de los ejes que organizaban la concepción que reinaba precedentemente.

La vieja física -que desde Galileo se puede calificar de pre-científica giraba en torno de las premisas puestas por Aristóteles, que pueden resumirse en los siguientes principios: 1) cada elemento de la naturaleza es en sí mismo una sustancia que lo constituye como tal; 2) existe un orden (un cosmos) tan inmutable como las sustancias, de tal forma que cada cosa deberá estar siempre en el lugar que le corresponda y éste será su “lugar natural”.

De aquí se desprende una imagen del mundo que condiciona y enchaleca el acceso al estudio de los fenómenos naturales a esas premisas. Esto era lo que había que revolucionar. En los límites de esta nota,

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seguiremos solamente un ejemplo. Los cuerpos se mueven, según su naturaleza. El movimiento se explica por la tendencia a la identidad entre la naturaleza de un objeto y el lugar que le toca ocupar en el “orden”. La Tierra está rodeada por el agua, ésta por el aire y encima de todas ellas el fuego del sol. Esta composición de los cuatro elementos determina y explica el movimiento: los objetos que son de naturaleza (es decir, por ser su sustancia) terrestre caen hacia la Tierra, que es el lugar que les corresponde; los objetos de naturaleza ígnea, como el fuego, se mueven hacia las alturas, buscando en el sol su lugar “natural”, los vientos corren hacia el aire, etcétera. Luego se deducía que el movimiento de una piedra que se lanza hacia el espacio es un movimiento “antinatural”, es decir “violento” porque fuerza a separar a la piedra de la Tierra, que es su lugar natural. Pero, por esa misma circunstancia, el cascote regresará fatalmente en forma de caída al seno de la Madre Tierra.

“Cada cosa en su lugar y un lugar para cada cosa”, reza el apotegma de la dinámica aristotélica, cuyo estado de perfección es el reposo total.

Lo que hay que destacar de esta concepción es que está directamente ensamblada con la experiencia sensible cotidiana y de ahí su tenaz resistencia. También el sistema de Tolomeo, al no contradecir la experiencia diaria que se tiene de la “salida”, “giro” y “puesta” del sol alrededor de la Tierra, entraba con la percepción inmediata de un sujeto en una alianza espúrea.

Ahora bien, si Galileo Galilei fue un revolucionarlo en el orden del pensar científico, no lo fue precisamente por haber profundizado y desarrollado los principios aristotélicos que sustentaban la física de su época, ni mucho menos por haber roto con una supuesta especulación escolástica abstracta en favor de una estrecha ligazón con la experiencia. Nada de eso y todo lo contrario. Para ser lo que fue y hacer lo que hizo, Galileo tuvo que aniquilar toda la concepción aristotélica que operaba no como un antecedente sino como un obstáculo a su pensamiento. También debió reformular toda una manera de entender el valor de la experiencia en relación con el método científico.

En vez de seguir planteándose los interrogantes desde la misma problemática aristotélica, corta radicalmente con ésta y entra en la escena de la ciencia. Desde Galileo, cae el “orden” de Aristóteles. Ahora el pensamiento, si quiere constituirse en científico, debe apuntar a las relaciones, que son abstractas, formales y matematizables, y no a la naturaleza o sustancia de los objetos corpóreos. El nuevo principio es que todo está en movimiento uniforme y rectilíneo, salvo que una fuerza cualquiera altere ese estado. El principio de inercia esbozado por Galileo habla de un objeto que, “no estando sometido a ninguna fuerza”, permanecerá en reposo o en movimiento uniforme y rectilíneo; tal objeto no existe en la realidad de la naturaleza. La ciencia construye un nuevo objeto de conocimiento que no es "empírico" sino formal y abstracto. Pero, sin embargo, la elaboración pensada de este “objeto teórico” es la condición misma de poder acceder al conocimiento de los objetos de la realidad. Para decir algo de la realidad en términos de ciencia hay que romper con la experiencia inmediata que se dispara de esa realidad.

He aquí una nueva manera de proponer una experiencia. Ahora hay que hablar de experimento. El experimento es una experiencia gobernada desde una teoría. Lo que se ve –desde Galileo– será determinado fundamentalmente por la teoría que dirige e instruye a la mirada. El telescopio, que se venía usando tiempo antes que Galileo lo perfeccionara, permitió que muchos apuntaran al cielo pero no vieron lo que Galileo vio. El “vio” las lunas de Júpiter porque pensaba como Copérnico. De la misma manera, hoy, al ver “salir” el sol, nosotros podemos incluir esta experiencia dentro de una “visión” teórica que dice: pese a lo que veo, lo que está moviéndose es la Tierra.

Una verdadera revolución. La tradición escolar, alimentada por una concepción simplista de la cuestión, atribuye a Galileo ser el creador del método científico supuestamente basado en la observación, generalización y comprobación. Se hace aparecer a Galileo como un cultor de la fidelidad al hecho, suelo inconmovible de la ciencia. Nada menos cierto. No hay enunciado básico de la física de Galileo que pueda deducirse, en su carácter de universalidad y necesariedad, de la simple observación de los “hechos”. ¿Cómo explicar que desde la experiencia se sabe que la velocidad (v) es una relación invariante del espacio (e) y el tiempo (t) de tal modo que v = e / t? ¿Como dar cuenta de que los objetos en caída se aceleran todos en la misma relación independientemente de sus pesos y de que unos caigan primero que otros?

Galileo rompió con el terreno aristotélico desde el cual se procesaban los fenómenos físicos de la naturaleza. Contra todas las evidencias tuvo que construir uno nuevo. Así lo anuncia en el Saggiatore: “La filosofía

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está escrita en este grandísimo libro que continuamente está abierto ante nuestros ojos (me refiero al Universo), pero que no puede entenderse si primero no se aprende a entender la lengua y conocer los caracteres con los que está escrito. Está escrito en lenguaje matemático, y los caracteres son triángulos, círculos y otras figuras geométricas, sin las cuales es imposible entender humanamente una palabra; sin ellos es enredarse vanamente por un oscuro laberinto” (Opere, VI, Pág. 232).

La ilusión cree que la “verdad” anida como una sustancia íntima en el corazón de las cosas. Por el contrarío, el nuevo principio dirá que a la realidad se la conoce desmitificando esa ilusión, para lo cual necesita elaborar las construcciones teórico-formales que den cuenta del sistema de relaciones en los que los objetos están comprometidos. La "pesantez", es decir, el peso de un cuerpo, no es una cualidad del mismo sino el efecto de estar sometido a la relación de gravedad (o sea a la ley de gravedad, que es una relación que vincula de determinada manera las masas de los cuerpos y el cuadrado de sus distancias). Las relaciones pasan a primer plano por sobre las cosas en que se soporta. Pero no puede haber experiencia empírica directa de las relaciones.

La regla “'ver y tocar para creer” no es precisamente galileana. Para Galileo la regla es suspender la experiencia sensible para poder pensar científicamente. Porque sabía que los incrédulos escolástico-aristotélicos necesitaban ver para creer, es que insistía ante ellos en el poder de convicción de la simple visión telescópica. Pero su labor científica fue siempre dirigida no a mostrar sino a demostrar, y no se demuestra por los sentidos sino por el cálculo.

Para proponer una lectura matemática de la naturaleza, Galileo debió conmover hasta sus cimientos todo el tejido de evidencias, prejuicios y convicciones profundas de su época, destronando a las máximas autoridades intelectuales, convirtiéndose su discurso en una excepción que no podía ser escuchada. Por eso Galileo Galilei se ganó un lugar en la escena de la ciencia.

EN LA ESCENA DE LA POLÍTICA

El giro mediante el cual Galileo se ubica en la escena política de su tiempo también escapa a la lógica usual. Esta formidable personalidad no se va a enfrentar con el poder ideológico-político por abrazar activamente, en dichas cuestiones, posiciones contrarias a las del orden reinante.

Sucedía que la nueva ciencia que estaba fundando (la física) y las pruebas y fundamentos teóricos que arrimaba para sostener las teorías de Copérnico en astronomía, lo llevaban, como condición necesaria para coronar esas obras, a destruir y desmontar la física aristotélica y el geocentrismo de Tolomeo. Pero estas dos últimas concepciones eran las aceptadas por las Sagradas Escrituras, y estando el poder político hegemonizado por la ideología religiosa de la Iglesia Católica, resultó que cada avance en el conocimiento de estas “dos nuevas ciencias”, cada fórmula desplegada, cada teorema bien resuelto, significaba una estocada que hería el corazón mismo del poder político.

Pero el poder establecido sangraba en aquellas épocas también por otras heridas. Por un lado, el cisma religioso y, por el otro, el resquebrajamiento de las viejas estructuras feudales que crujían al son de los golpes que las nuevas fuerzas sociales, motorizadas –entre otras cosas- en la transformación que se operaba en las fuerzas y técnicas de la producción, descargaban sobre el viejo régimen, cuya derrota precipitará la Revolución Francesa de 1789, entre muchas más.

En este cuadro de situación, el poder reinante estaba altamente susceptibilizado y a la defensiva, por lo que no podía tolerar que se le abriera un nuevo frente. Giordano Bruno, quemado en la hoguera en el año 1600, era un silencioso testigo de ello. Será Galileo, al margen de sus intenciones personales, quien abrirá ese nuevo frente, instalándose en la escena de las luchas políticas.

Con Galileo, el conocimiento científico hace sus primeras armas en la arena de las disputas políticas. ¿Qué tiene que ver la ciencia con la política? Desde Galileo, podemos sacar una primera conclusión: las ciencias, para parir o crecer, necesitan contradecir un saber anterior. Ahora bien, si este saber forma parte de los fundamentos en que se apoya la ideología dominante de quienes tienen el poder, entonces el conflicto sale del área específica de la controversia teórica para incursionar en el corazón

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mismo de la política. Lo expresado resulta válido con independencia del régimen político o social de que se trate. Para no citar sino a dos, baste apuntar que el drama de Galileo ante el poder feudal-religioso lo repiten –en su esencia- tanto Freud en la Europa liberal-capitalista, como los partidarios de la biología científica de Mendel en la Rusia socialista.

Pero Galileo no estaba solo. Sus descubrimientos posibilitaban un desarrollo vertiginoso de aparatos técnicos que empezaron a aplicarse de mil maneras a la producción económica, abriendo surcos profundos que desembocarían en la revolución industrial de principios del siglo XIX. Sus enseñanzas, realizadas en su gran mayoría fuera de la lengua del latín, permitieron que sectores sociales mucho más amplios tomaran contacto con sus inventos y doctrinas. Este desparramarse de la enseñanza por zonas sociales no pertenecientes exclusivamente a los estratos de la nobleza y el clero, pondrá rápidamente el saber de los científicos no sólo como un bien más en circulación y cotización en el mercado sino que quedará en evidencia el papel preponderante que irá teniendo en las luchas por el poder.

Se compone así un maridaje complejo entre el poder político las ciencias, intrincada relación que asume, desde la presencia de nuestro personaje, un neto perfil que hoy desemboca en esta conclusión: el poder trata de someter al saber para asegurar su dominio político, pero también el saber mismo es poder. El científico, además de reflexionar acerca de cuál va a ser el uso y destino de su producción en el seno de las disputas políticas, también deberá pronunciarse ante esta otra realidad: “yo ya tengo poder, soy parte del poder social, porque soy portador del saber”. Porque la vida y la obra de Galileo Galilei estallan iluminando e incidiendo sobre todas estas cuestiones, es que ocupa un lugar en la escena política

EN LA ESCENA DE LA FILOSOFÍA

Al fundar una ciencia se está haciendo filosofía. Como lo destacamos al principio, Galileo, para elaborar sus “dos nuevas ciencias”, tuvo que realizar una verdadera mutación espiritual en la manera de pensar el mundo. Su filosofía está implícita en toda su reflexión científica. La tarea de explicitarla no puede ser materia de un artículo, pero no ha sido ni debe ser ajena al quehacer filosófico.

Aquí tampoco Galileo está aislado. Como en las otras escenas, su figura opera como síntoma de una trama cuya profundidad él ayuda a desentrañar. La atmósfera espiritual de comienzos del siglo XVII está signada por un profundo giro acerca de la determinación del fundamento desde el que se interpretará y pensará todo lo que es.

Descartes, contemporáneo de Galileo, será el artífice de tal viraje que, en el fondo, no será más que un desplazamiento, una sustitución. El fundamento del mundo dejará de ser atribuido a un ente supremo, divino y trascendente. Para operar este desplazamiento, el filósofo francés pondrá en duda todas las evidencias y creencias consagradas por siglos. Los principios más sólidos serán atrapados por el ejercicio metódico de la duda, para llegar así a la reformulación de un nuevo punto de partida que se instalará en la subjetividad del yo y del pienso. La nueva substancia (lo que sostiene) del mundo que nos rodea se deposita ahora en el saber de una conciencia que se lo representa y se incluye en él. El hombre como conciencia individual y portador de la razón, se vértebra en el eje de la modernidad.

Galileo se inscribe en esta perspectiva. También él realiza la alucinante labor de cuestionar y dudar de todo lo que hasta ese momento se tenía como inconmovible y eterno dentro de su campo de investigación. Si por esa vía Descartes llegó a encontrar un nuevo suelo firme para edificar la metafísica moderna en la existencia de un yo que piensa, Galileo corona el esfuerzo cartesiano apuntalando el “pensar” como razón matemática.

La certeza matemática puede igualar el conocimiento divino.

Dice Galileo: “… el intelecto humano comprende unas proposiciones tan perfectamente y tiene tal absoluta certeza, cuanta puede tener la naturaleza misma; y esto ocurre en las ciencias matemáticas puras” (...) “de las que el intelecto divino sabe, sin embargo, infinitas proposiciones más, pues las sabe todas; pero de las pocas entendidas por el intelecto humano, creo que su conocimiento iguala a la certeza objetiva divina, porque llega a comprender la necesidad, por encima de la cual no parece poder existir seguridad mayor” (Opere, VII, Pág. 128 y sig.). Una nueva potencia asoma en el horizonte

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de la civilización: la certeza de la humana razón calculadora. Galileo tiene la “osadía” de ponerla en la misma jerarquía que la certeza divina, para la cual queda reservada una superioridad puramente cuantitativa: sabe más “pues las sabe todas”. El hombre se anima a ocupar el lugar de Dios.

Pero esta razón, que es revolucionaria en su función propia, tiene en su acta de nacimiento, mejor dicho, en el instante mismo en que intenta ubicarse como el nuevo fundamento de la inteligibilidad del mundo, un “punto ciego” que solamente se puede iluminar desde recursos y perspectivas filosóficas y epistemológicas contemporáneas. Este punto ciego estriba en el marco de la problemática metafísica que rige el dispositivo dentro del cual se opera –digámoslo groseramente- la sustitución de la omnipotencia de un ser divino por la omnipotencia del saber humano.

Este dispositivo, imposible de ser resumido, puede sin embargo enunciarse en sus líneas esenciales así: el punto nuclear de la metafísica occidental se fragua sobre el modelo de la existencia de un principio que opera como el fundamento sobre el que se edifica, ordena y adquiere sentido todo lo que es. Este fundamento asume la forma de un ente simple, no reconoce otro fundamento que no sea él mismo, puesto que él funda todo y se funda a sí mismo. Este ente, ente “supremo”, se carga inmediatamente de los atributos de ser eterno, absoluto y a-histórico. Una de las formas posibles de acceder a la historia de la metafísica sería hacer el recorrido de todos los entes que sucesivamente ocuparon el lugar del centro fundante, desde el “mundo de las Ideas” de Platón, pasando por Dios, la Materia, la Razón, el Hombre, etcétera. Pero lo común a todas estas concepciones del mundo es que trabajan sobre un modelo o dispositivo común: un fundamento absoluto (Centro, Verdad) y lo fundamentado sobre él (Periferia, Apariencia).

Prisionero de ese modelo, el esfuerzo galileano será reinscripto por ese dispositivo. Entonces, no nos debe extrañar que la obra de Galileo sea contemporáneamente interpretada desde una postura que ve en él al fundador del nuevo ente que ocupa el centro fundante de nuestra época: una razón dogmática y un hombre absoluto. Desde esta concepción (nos estamos refiriendo al positivismo lógico), se vive la ilusión de haber superado la metafísica, cuando en realidad se sigue pensando más íntimamente que nunca desde ella, porque no se pudo romper su dispositivo interno. Ese es justamente el desafío de nuestros días.

Romper los centros, los fundamentos absolutos, las esencias eternas. Galileo Galilei marca un camino que debemos recuperar para seguir marchando en su misma dirección. Porque Galileo desubstancializa la naturaleza, descentra al hombre y su planeta del universo, porque, en fin, nos indica que sí un edificio encuentra sus fundamentos más seguros en la tierra sobre laque se construye, ésta, la Tierra, no se apoya en nada. Flota en un universo abierto a sus posibilidades. No hay más fundamento absoluto.

Así culmina este recorrido por los diferentes escenarios. Más que una culminación es simplemente una parada provisoria. El camino es abierto porque si no seria camino. No está abierto, es abierto para que todos lo podamos transitar. Si hemos podido transitar por los problemas de nuestra época en compañía de Galileo, ello se debe a que nuestro personaje ha entrado a la historia, es decir, es actual.