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Francisco Romero Censura Baobab Teatro

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Francisco Romero

Censura

Baobab Teatro

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La obra se desarrolla en una pequeña oficinadonde trabajan tres censores. La acción se si-túa a principios del año setenta y cinco, cuan-do se sabe que el régimen de Franco no va aser eterno y algunos creen que la censura aca-bará en muy poco tiempo.

Personajes:

GUTIÉRREZ. Es un padre de familia de cuarentay cinco años.

CARRANZA. Soltero de treinta y seis años concierta fama de vividor.

ONTIVEROS. Soltero de cuarenta y seis añosque vive con su madre.

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PRIMERA ESCENA

Entra Gutiérrez en el despacho. Lleva varias car-petas bajo el brazo y una merendera en la otramano. Deja las carpetas en su mesa, mete lamerendera en un pequeño armario y coloca lagabardina en el perchero. Se sienta y comienza arevisar las carpetas con desgana. Entra Carranza.

CARRANZA. Buenos días, Gutiérrez.

GUTIÉRREZ. Buenos días.

CARRANZA. ¿Qué tal ha ido el fin de semana?

GUTIÉRREZ. (Con desgana.) Bien.

CARRANZA. Parece usted cansado. ¿Ha suce-dido algo?

GUTIÉRREZ. No ha pasado nada. El fin de sema-na ha sido muy tranquilo, como siempre. Comida fa-miliar en casa de mis queridos suegros, interesantepartida de pocha durante el café, con nueva victoriade mi entrañable suegra, que, por cierto, una vez másvolvió a hacer trampa en la puntuación.

CARRANZA. ¿Y no reclamó?

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GUTIÉRREZ. ¿Pero usted sabe lo que dice,Carranza? ¿Acusar a mi suegra de que es una tram-posa jugando a las cartas?... Una vez lo hice.

CARRANZA. ¿Qué paso?

GUTIÉRREZ. Que simuló uno de sus habitualespatatús, lo que supuso que se derramara una taza decafé hirviendo en mis pantalones, con el consiguientequemazón; y que el contenido de su copa de anisete,casualmente, volara hasta mi cara.

CARRANZA. Lamentable.

GUTIÉRREZ. Además, tuve que soportar severascríticas del resto de la familia por provocar tal disgus-to a una indefensa anciana como doña Leoncia. No,Carranza, usted no está casado y no sabe lo que supo-ne tener que enfrentarse a la ira de las suegras.

CARRANZA. Espero no tener que saberlo nunca.

GUTIÉRREZ. Es usted un lince. A veces le envi-dio por ser tan libre, aunque no crea que siempre. Yono podría soportar su demoledor tren de vida.

CARRANZA. Cuestión de costumbre.

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GUTIÉRREZ. Por cierto, ¿qué tal le ha ido el wee-kend? ¿Sigue tan arrollador como siempre?

CARRANZA. No ha estado mal. El viernes meinvitó una amiga a una cena privada de cumpleaños,muy privada, solos ella y yo en su apartamento. No sési se podrá imaginar...

GUTIÉRREZ. Creo que puedo imaginarlo.

CARRANZA. Entonces no será necesario entraren detalles.

GUTIÉRREZ. Mejor no conocerlos.

CARRANZA. Y el sábado acudí a la fiesta de pre-sentación de la Productora Atlantis. Ya sabe, la quemandó invitaciones.

GUTIÉRREZ. Sí, creo que las vi en la mesa de donAlberto. ¿Había mucha gente importante?

CARRANZA. Un ambiente increíble. Muchos ac-tores famosos e infinidad de hermosas jóvenes a laespera de una oportunidad para convertirse en estre-llas de cine.

GUTIÉRREZ. ¿Y qué hizo usted? Porque supongo

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que haría algo importante, dado su glorioso currículumcon el sexo femenino.

CARRANZA. Usted sabe que me gusta ayudar, ycuando alguna de las chicas se entera de que soy unmiembro importante de la industria del cine, ensegui-da quieren hablar a solas conmigo.

GUTIÉRREZ. ¿En verdad les decía usted eso alas jóvenes?

CARRANZA. Por supuesto, y no mentía. Usted,yo y Ontiveros formamos parte de la élite del cinenacional, y de la cultura.

GUTIÉRREZ. Le juro que jamás lo había contem-plado de esa manera.

CARRANZA. Eso se debe a que usted es un tantonegativo con su trabajo. Es cuestión de aplicar un pen-samiento positivo.

GUTIÉRREZ. Sigo sin entenderlo.

CARRANZA. En el cine los más conocidos sonlos actores y las actrices, aunque por encima de ellosestán los directores, y más arriba los productores, que

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son los que ponen el dinero. Pero, ¿quién está por en-cima de todos ellos?

GUTIÉRREZ. Supongo que el Subdirector Gene-ral de Ordenación de Empresas Cinematográficas, ypor encima de todos, el Ministro de Información y Tu-rismo.

CARRANZA. No, eso es lo estipulado en las or-denanzas. Por encima estamos los que ellos más te-men y en los que más piensan cuando hacen las pelí-culas: nosotros, la censura.

GUTIÉRREZ. (Sorprendido.) ¿Usted se atreve adecir en público que es censor? En mi familia solo losabe mi señora. Jamás me he atrevido a decírselo amis hijos...

CARRANZA. ¿No?

GUTIÉRREZ. A su edad ya hablan de falta de li-bertad. Se quejan de que haya películas cortadas oprohibidas. Si se enteraran de que soy censor, creoque me odiarían. Siempre digo que soy asesor culturaldel ministerio...

CARRANZA. Es cierto.

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GUTIÉRREZ. Es terrible cuando uno tiene que ocul-tar su trabajo, como si se tratase de algo clandestino yvergonzoso. Le admiro si usted se atreve a decirlopúblicamente y afrontar la responsabilidad que conlle-va tan denostada profesión como la nuestra.

CARRANZA. Hombre, tampoco hay que dar másinformación de la necesaria.

GUTIÉRREZ. No entiendo.

CARRANZA. Me limité a decir que todos los pro-ductores vienen a pedirme asesoramiento antes de ha-cer una película. Con el pensamiento positivo uno buscael beneficio, no cavarse una tumba, y si esas preciosi-dades me piden que les eche una mano...

GUTIÉRREZ. Usted les pone las dos, como si loestuviera viendo.

CARRANZA. Más o menos.

GUTIÉRREZ. Con su escandalosa vida de viva lavirgen, algún día va a tener un disgusto muy serio. Lasalud se resiente con tantos excesos, sobre todo lapróstata, y uno no puede pasarse la vida embaucandoa muchachas ingenuas. Es inmoral y peligroso.

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CARRANZA. No tan ingenuas, que todas son ma-yores de edad y saben muy bien lo que hacen. Y novaya usted a pensar que soy un Casanova pervertido.Nunca he pretendido aprovecharme de una mujer, detodas me he enamorado, pero es una pena que estesentimiento sea tan efímero. Ya sabe, cuando la san-gre hierve...

GUTIÉRREZ. La mía siempre ha estado templadita.

CARRANZA. ¿Entonces no sabe?

GUTIÉRREZ. Prefiero no saberlo, y espero quemi hija tampoco lo sepa y no caiga nunca en las redesde alguien con sangre hirviente y romances efímeros.

CARRANZA. No se preocupe. Las nuevas gene-raciones saben muy bien lo que quieren.

GUTIÉRREZ. Es que usted es un peligro público.Se da cuenta de que si algún día se decidiera a hacerun guión con sus memorias tendríamos que censurar-lo en su totalidad por el mal ejemplo social que supon-dría.

CARRANZA. El censor censurado, no sería un maltítulo.

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GUTIÉRREZ. Interesante.

CARRANZA. Lástima que nunca haya tenido ve-leidades de escritor como nuestro entrañable Ontiveros.Yo prefiero vivir intensamente cada momento antesque teorizar sobre lo que se ignora.

GUTIÉRREZ. (Mirando el reloj.) Es muy extrañoque no haya llegado todavía, con lo puntual que es.

CARRANZA. Seguro que llega y dice: (Cambia eltono de voz.) Muy buenos días, caballeros. Es posibleque ustedes piensen que me he demorado en el iniciode mi ajetreada jornada laboral y que ello se trata deuna grave negligencia por mi parte, pero he de infor-marles que Luciano María Ontiveros y GarcíaBustamente jamás ha faltado a sus obligaciones, y miinevitable y circunstancial demora se ha debido a quehe tenido que dar cuenta personalmente...

Entra Ontiveros. Carranza se calla y disimula.

ONTIVEROS. Muy buenos días, caballeros.

Carranza y Gutiérrez le devuelven el saludo.

ONTIVEROS. Es probable que ustedes conside-

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ren que me he retrasado en el comienzo de mi jornadalaboral, y que ello supone una lamentable desconside-ración hacia mis colegas, pero he de informarles queLuciano María Ontiveros nunca ha faltado a sus obli-gaciones, y mi eventual demora se ha debido a que hesido citado para dar cuenta personalmente a don Al-berto Murillo de la interesantísima reunión que mantu-ve con su eminencia el señor obispo y otros altos miem-bros de la prelatura sobre temas de enorme trascen-dencia en el devenir espiritual de la nación...

GUTIÉRREZ. Por favor, Ontiveros, sabe muy bienque nunca tiene que justificarse antes nosotros. Com-prendemos que por la extremada responsabilidad desu situación ha de asumir una serie de obligaciones...

CARRANZA. (Siguiendo a Gutiérrez.) ...extraor-dinarias, que, sin embargo, se trata de un gran sacrifi-cio que realiza gustoso por el bien moral de una comu-nidad que se ve acosada continuamente por la proliji-dad pecaminosa que nos inunda.

ONTIVEROS. Cierto, muy cierto, me han quitadolas palabras de la boca. Es un alivio encontrarse apo-yado por los compañeros.

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GUTIÉRREZ. ¿Y qué le ha dicho a don Alberto?

ONTIVEROS. Por favor, caballeros, comprende-rán que un servidor cuando se trata de temas de tantaimportancia, en los que se ven inmersos personalida-des de la talla humana y moral que he mencionado,sea enormemente discreto, sobre todo cuando esta-mos en vísperas de importantes cambios. Además, yono podría expresar con mis pobres palabras toda lagrandeza de lo que dicen tan importantes autoridades.

CARRANZA. No peque usted de modesto antenosotros, Ontiveros, que conocemos muy bien la tallaliteraria que están alcanzando sus sermones. Dicenque son un prodigio de la dialéctica. Un digno sucesorde Aristóteles, Santo Tomás y Spinoza.

ONTIVEROS. Eso es inmerecido y me abrumancon sus calificativos desmesurados.

GUTIÉRREZ. ¿Cuántos hermosos sermones llevaya escritos?

ONTIVEROS. Seiscientos veintitrés para ser exac-tos, incluyendo el que escribí la pasada semana y quepodría ser idóneo para pronunciarse en el domingo de

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Pentecostés.

GUTIÉRREZ. No sé por qué no los registra todosy los publica en un libro. Al menos podría cobrar dere-chos de autor cuando fueran utilizados por los curasdurante la misa.

ONTIVEROS. ¡No me tiente con la vanidad,Gutiérrez, no me tiente! Ese es el más ruin de los pe-cados. Este humilde servidor no ambiciona el recono-cimiento público ni los bienes materiales que puedanproceder de una obligación moral. Eso es soberbia...Sin embargo, puede que tenga una modesta habilidad...

CARRANZA. Gran capacidad.

ONTIVEROS. Digamos que cierta valía.

GUTIÉRREZ. Y prodigiosa técnica.

ONTIVEROS. Son ustedes terriblemente lisonje-ros con quien no lo merece.

CARRANZA. Es la verdad.

ONTIVEROS. Por favor, no sigamos con este temaque me ruborizo... Aunque si he de ser sincero, tengoque decirles que no me importaría que algún día se

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pudieran ver recopilados en un volumen. Como lega-do póstumo naturalmente, para que las futuras gene-raciones supieran que hubo un humilde servidor quese esforzó para que ellos pudieran ser mejores y cre-cieran en paz con Dios.

CARRANZA. Unas palabras muy hermosas.

GUTIÉRREZ. Y sinceras.

ONTIVEROS. Bueno, dejémoslo. Creo que en es-tos momentos todos tenemos suficientes ocupacionespendientes como para dedicarle el tiempo por que elnuestro gobierno nos remunera convenientemente.¿Ha llegado algo nuevo?

GUTIÉRREZ. He recogido otro montón de textosesta mañana.

ONTIVEROS. ¿Ningún certificado para mí?

GUTIÉRREZ. No, no he visto nada para usted. ¿Es-pera algo en especial?

CARRANZA. ¿Tal vez un ascenso?

ONTIVEROS. No podemos hacer especulacionessobre ese tema. (A Gutiérrez.) ¿Qué novedades ha-

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bía en el correo?

GUTIÉRREZ. Aún no lo he podido examinar condetalle. Pensaba añadirlo a la lista de temas pendien-tes.

Carranza coge una carpeta.

CARRANZA. ¡Vaya! Sí se trata del nuevo guiónde Gregorio Miranda: «El tenebroso grito de ultratum-ba».

ONTIVEROS. Otra vez ese degenerado de Mi-randa. Seguro que se trata de algo perverso.

CARRANZA. Habrá que leerlo antes para reali-zar un juicio.

ONTIVEROS. Reconozco que tengo cierta ani-madversión contra ese individuo desde el agrio en-frentamiento que mantuvimos cuando nos vimos obli-gados a rechazar su historia de las lujuriosas vírgenescaníbales por las altas cotas de depravación que con-tenía.

GUTIÉRREZ. Yo me encargaré de revisarlo. Aun-que tendrá que esperar al menos dos semanas. Tengo

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un montón de historias antes que esa.

CARRANZA. Es imposible mantenernos al día contodo lo que nos llega, parecería que hubiera infinidadde artistas en este país...

ONTIVEROS. Nación, Carranza, nación.

CARRANZA. Por supuesto, nación. Y en esta na-ción todos están deseando que les rechacemos algopara elevar su prestigio.

GUTIÉRREZ. Es el signo cambiante de los tiem-pos.

ONTIVEROS. Y que conste que nosotros no nospodemos quejar, porque los de la prensa están muchomás agobiados y siempre tienen que ir al día con todaslas publicaciones aberrantes que les llegan repletas deartículos blasfemos y de pésimo gusto.

GUTIÉRREZ. Siempre es un consuelo que hayaalguien que esté peor que uno.

CARRANZA. Sigamos mirando. (Coge otra car-peta.) Aquí hay una historia de doña Concha Madrazo:«El santo cilicio y la inmaculada llaga».

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ONTIVEROS. Esa no habrá ni que revisarla por-que doña Concha es un prodigio de mesura y morali-dad. Ni a una coma suya se le pueden poner reparos,y qué forma de colocar los paréntesis, parecen con-chas bautismales que nos limpian de todo pecado.

GUTIÉRREZ. Menos mal que la podemos obviar,porque no hay quien aguante los ladrillos que escribela buena señora, a pesar de sus sublimes paréntesis.

CARRANZA. Ni productor que se arriesgue aponer un duro para realizar esas historias. Pero se veque a tan gran señora le hace mucha ilusión mante-nernos entretenidos.

ONTIVEROS. Están ustedes muy equivocados.Los textos de doña Concha son lecturas de referenciaen nuestras reuniones religiosas, en las que por ciertono estaría de más que ustedes asistieran. Sobre todousted, Carranza, que con la vida disoluta que lleva,supone un fatal ejemplo de cara a la tremenda res-ponsabilidad social que ha adquirido.

CARRANZA. Yo es que...

ONTIVEROS. (Cortándole.) No hay excusa que

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valga. No se puede ser censor y llevar una vida com-pletamente censurable. Aunque no crea que con estopretendo menoscabar su capacidad laboral, que meparece notable. Sólo digo que el ejercicio de la mode-ración, la meditación profunda y el intercambio espiri-tual que se realizan en nuestras reuniones le podríanhacer un gran bien a su alma.

GUTIÉRREZ. A Carranza parece que le gustanmás otro tipo de intercambios menos espirituales.

ONTIVEROS. Sé muy bien que prefiere aquellomás pecaminoso que se adentra en los muy pernicio-sos terrenos de la lascivia.

CARRANZA. Yo prefiero llamarlo amor, es mu-cho más sencillo.

ONTIVEROS. Amor, nada menos que amor. Si us-ted supiera todo aquello que engloba esa magníficapalabra que ha sido tan ultrajada y profanada por aque-llos que han hecho auténticas barbaridades en su nom-bre. No hay más que examinar los expedientes quehemos levantado en los últimos años, y que solo supo-nen la punta del iceberg de la inmensa cruzada limpia-dora que tenemos sobre nuestras espaldas.

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CARRANZA. Me parece que esa cruzada estádando sus últimas bocanadas. En muy poco tiempo loque estamos haciendo no tendrá sentido y todos esta-remos en la calle y sin recibir una felicitación por losservicios prestados.

ONTIVEROS. (Indignado.) Pero, ¿se da ustedcuenta de lo que está diciendo?

CARRANZA. Sí, que la censura tiene los días con-tados. La época de la libertad de expresión se estáacercando. Nada podrá evitarlo, aunque pueda pesar-nos a los que trabajamos en esto.

GUTIÉRREZ. Me temo que Carranza puede tenerrazón, y me preocupa nuestro futuro. Nadie querrácontar con aquellos que tengamos fama deinquisidores. A nosotros será a los que se nos quemeen las hogueras de la libertad, no a los máximos res-ponsables. Ellos siempre encontraran una salida airo-sa y un cargo que ocupar.

ONTIVEROS. (Muy alterado.) ¡Jamás! Eso no ocu-rrirá nunca. Sería el fin del mundo, el Apocalipsis. Unacivilización no puede vivir sin una conciencia moral,sin guías que le indiquen el camino a seguir dentro de

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la rectitud y la honestidad.

CARRANZA. Habrá otros guías y otras formasde rectitud. Cada época tiene sus propios dogmas ylos guardianes que los defienden de los que se los sal-tan. No tenemos elementos de juicio para asegurarque la nuestra sea la única verdad.

ONTIVEROS. Tiempos de perversión y concupis-cencia sin límite se acercan, y más necesarios quenunca seremos aquellos que conocemos el camino ver-dadero. Qué adecuado al caso será el sermón que meha pedido, nada menos que monseñor Povedilla, paratenerlo de referencia en la homilía que ha de dirigir alos fieles en el tercer domingo de Adviento. Qué granhonor me ha hecho con esa petición, un sermón míoen la catedral y pronunciado por el mismísimo prela-do.

GUTIÉRREZ. ¿Cuál es ese sermón?

ONTIVEROS. El número quinientos noventa y tres,uno de los que me siento más orgulloso. Reconozcoque en aquellas fechas me encontraba especialmenteinspirado y las palabras fluyeron por mi pluma congran precisión.

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CARRANZA. ¿Puede leerlo?

ONTIVEROS. Tengan en cuenta que no se tratadel recinto más adecuado, y tampoco sería convenientereventarle la primicia a monseñor Povedilla. Aunquesí me gustaría leerles un pequeño fragmento que pue-de ser muy indicado para la ocasión. Creo que guardouna copia por aquí. Voy a buscarlo.

Ontiveros abre un armario y mira entre los distin-tos archivadores.

ONTIVEROS. «Hordas de concupiscencia» lo ti-tulé.

CARRANZA. Muy buen título.

GUTIÉRREZ. Y sugerente.

ONTIVEROS. Sí, aquí está. (Mientras lo exami-na.) A ver si encuentro el fragmento... Este es.

Se acomoda como si fuera a leer ante una impor-tante audiencia.

ONTIVEROS. (Leyendo.) Bajo la bandera de loque unos pocos llaman progreso y libertad, se escon-den las más aberrantes intenciones. Intenciones os-

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curas, abyectas y pecaminosas que tienen como finsocavar la esperanza en nuestras instituciones y des-garrar la pacífica convivencia y hermosa armonía conque vive esta sociedad libre y unida bajo el infinitoamor de nuestro creador. Yo me pregunto: ¿Qué seesconde bajo esas palabras que vociferan los here-jes? Hablan de ellas como si fueran sus creadores ylos únicos capacitados para pronunciarlas. Es muy fácildecir yo soy libre y progresista, pero ese es un argu-mento falaz para aquellos que llevamos tantos añosviviendo en el progreso y la libertad. La auténtica pre-gunta es: ¿Qué es el progreso y la libertad? Esos me-lenudos que toman drogas dirán que es pasarse todoel día tirado a la bartola diciendo cuatro sandeces oinsultos a personas e instituciones honestas e intacha-bles. Sí, hermanos, eso es lo que ellos llaman progresoy libertad, y se creen importantes, unos grandes revo-lucionarios que desean que el mundo les rinda pleite-sía. Y ahora reflexionemos por unos instantes... ¿Acasono hay mayor progreso que el que se produce a travésdel trabajo honesto de los ciudadanos?, y ¿no haymayor libertad que la que otorga estar en paz con Dios?Dígame alguno de ustedes si estoy equivocado. ¿Ver-dad que no, que bastan estas sencillas palabras para

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desenmascarar a los impostores de la verdad? Hor-das de concupiscencia procedentes de la pérfida Eu-ropa nos acechan. ¿Por qué lo hacen? Por envidia,porque ellos jamás lograrán la armonía de nuestra glo-riosa patria. ¿Con qué objetivo? El de sembrar el mie-do y el odio entre los ciudadanos... (Deja de leer.) Nosigo más, no me quiero poner pesado. ¿Qué les haparecido?

CARRANZA. Sobrecogedor.

GUTIÉRREZ. E irrefutable, absolutamente irrefu-table.

ONTIVEROS. Eso pienso yo, en mi modesta opi-nión.

CARRANZA. Después de unos argumentos tanimpecables, lo mejor será que comencemos a trabajarcon todo el ahínco que requiere la causa.

GUTIÉRREZ. Muy bien dicho.

Cada uno se dirige a su pupitre. Se sientan y co-mienzan a realizar su trabajo. La luz baja lenta-mente, mientras la música cobra importancia.

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SEGUNDA ESCENA

El espacio se vuelve a iluminar. Cada uno siguetrabajando.

CARRANZA. (Apartando los papeles que está le-yendo.) Ya estoy harto de leer este guión de PérezRoncero, es inadmisible.

ONTIVEROS. ¿Tan censurable es? No lo tenía yopor un escritor peligroso. No olvide que se trata de unmuy reputado procurador en cortes.

CARRANZA. No es peligroso. Sencillamente esmalo, terriblemente malo y aburrido. No hay quién loaguante.

ONTIVEROS. ¿Está haciendo un juicio de valorsobre un excelente escritor?

CARRANZA. Llámelo como quiera, pero es unbodrio.

GUTIÉRREZ. Seamos sinceros, señores, hemos dereconocer que en la mayoría de las ocasiones las his-torias que censuramos son mucho más interesantes ydivertidas que aquellas impolutas a los que no se les

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puede quitar ni una coma.

ONTIVEROS. (Alarmado.) Por Dios, Gutiérrez,esa aseveración es gravísima para un hombre que ocupaun cargo que conlleva tanta responsabilidad. Compren-da que me sería terriblemente desagradable dar partede lo que acabo de escuchar.

GUTIÉRREZ. Naturalmente, esto nunca lo diríapúblicamente.

ONTIVEROS. Pero lo ha dicho, y es igual de re-probable. No se puede consentir que la subversión seextienda entre los propios censores.

GUTIÉRREZ. Yo nunca he sido subversivo.

CARRANZA. Por cierto, Ontiveros, quizás no seael momento más indicado para decirlo, pero en los úl-timos tiempos hemos observado algo sorprendente enusted.

ONTIVEROS. ¿A qué se refiere?

CARRANZA. Nos puede explicar por qué se llevaa casa aquellos guiones que han sido clasificados comosexualmente obscenos.

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ONTIVEROS. (Muy alterado.) ¡Yo no! ¿Por quiénme toman?

CARRANZA. No lo niegue. Sería muy fácil de pro-bar. Gutiérrez y un servidor sabemos que lo hace conla noble intención de atajar el camino al pecado y bus-car soluciones, pero usted sabe que está prohibidosacarlos de este recinto porque podrían llegar a per-sonas y lugares inapropiados, lo que podría repercutirmuy negativamente en nuestro objetivo.

ONTIVEROS. Yo nunca he hecho eso.

CARRANZA. Lo sabemos, como también sabe-mos que no ha escuchado lo que ha dicho bromeandonuestro querido colega Gutiérrez.

Se miran los tres en un silencio tenso.

ONTIVEROS. Cierto, muy cierto. Ha sido una bro-ma inofensiva.

CARRANZA. Así está mucho mejor. Con tantoajetreo la mañana ha volado y va llegando el momentode hacer el alto para comer.

GUTIÉRREZ. Sí, es la hora.

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CARRANZA. Yo, al menos, tengo prisa porque aprimera hora de la tarde tengo proyección en lafilmoteca.

GUTIÉRREZ. Eso es más entretenido que pasar-se el día entre papeles. ¿Qué película va a ver?

CARRANZA. Una película italiana: «La pasión tie-ne cuerpo de mujer».

ONTIVEROS. ¡Peligro, Carranza, peligro! Sólo porel título, toda la película parece altamente repudiable.

CARRANZA. No se preocupe, me mostraré im-placable, y para empezar ya hemos rechazado el títulooriginal. Aquí se estrenará como: Fuego en la noche.

ONTIVEROS. Más tolerable resulta, aunque fue-go y noche son palabras peligrosas si se mezclan y sesacan del contexto adecuado.

CARRANZA. Lo tendré muy en cuenta.

ONTIVEROS. ¿Van a bajar a comer a la cafete-ría?

GUTIÉRREZ. Yo no. Los lunes siempre ponenfabada y no me sienta nada bien. El estómago me

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arde.

CARRANZA. No es extraño con lo mal que la pre-paran.

ONTIVEROS. Pues a mí no me disgusta.

GUTIÉRREZ. Yo comeré aquí. Me ha preparadomi mujer un plato especial. Si ustedes gustan.

ONTIVEROS. Los maravillosos guisos de su es-posa. Hay que ver cómo le cuida, Gutiérrez. No se lamerece... ¿Qué ha preparado esta vez doña Elvira?¿Lentejitas caseras? ¿Un sabroso estofado?

GUTIÉRREZ. No, esta vez ha hecho criadillas conalmejas.

ONTIVEROS. Por Dios, Gutiérrez, no sea ustedsoez y chabacano.

GUTIÉRREZ. Lo siento. Es el nombre del platopor los ingredientes que lo componen.

ONTIVEROS. Al menos podría usar sinónimos me-nos groseros como chirlas con...

CARRANZA. ¿Con qué?

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ONTIVEROS. Dejémoslo. Discúlpeme ante su se-ñora por no probar su guiso y dígale que no dudo desus exquisitas dotes culinarias, líbreme el cielo de taldesconsideración, sino que otras cuestiones de índoleético lingüístico me lo aconsejan.

GUTIÉRREZ. Ella se hará cargo.

ONTIVEROS. ¿Viene conmigo, Carranza?

CARRANZA. Me gustaría, pero como tengo algode prisa y no demasiada hambre. Voy a probar estesugerente plato de censurable nombre que ha traídoGutiérrez.

ONTIVEROS. Está bien, como ustedes quieran.Nos veremos después de comer. Que les aproveche.

GUTIÉRREZ. Igualmente.

Sale Ontiveros.

CARRANZA. Lo del nombre del guiso ha estadomuy bien. Se lo merecía.

GUTIÉRREZ. En realidad se trata de pisto conmagro, pero no hay mucho en la merendera, y comoOntiveros se estira tan poco a la hora de invitar, me he

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inventado un hombre que le quite las ganas de comer.

CARRANZA. Le comprendo, Ontiveros siemprese toma las excepciones como norma.

GUTIÉRREZ. Jamás lo he visto invitar a nadie.

CARRANZA. Creo que su madre lo tiene muy con-trolado. Todo el dinero que gana se lo entrega a ellapara que lo administre. Su santa madre es famosa porsus grandes obras de caridad, pero tiene a su hijo apan y agua.

GUTIÉRREZ. No tiene más que observar cómoviste. Seguro que lleva la ropa vieja de su difunto pa-dre.

CARRANZA. Sólo estrenará traje el día que loamortajen.

GUTIÉRREZ. A veces siento lástima por él. Meparece un hombre muy solitario y perdido.

CARRANZA. Lo es.

GUTIÉRREZ. Aunque puede ser muy peligrosocuando se le tiene en contra, y de eso quería advertir-le, sobre todo después de que usted haya salido en mi

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ayuda.

CARRANZA. Yo creo que es de los que dan mu-chas voces, pero hacen poco daño.

GUTIÉRREZ. No crea, él es muy rencoroso y tie-ne buenas agarraderas en las alturas. Seguro que seráuno de los que ascienda tras los nuevos cambios quese avecinan, y entonces será más peligroso.

CARRANZA. ¿Tanto le teme?

GUTIÉRREZ. Ya no le temo, pero más de una fae-na ha hecho, incluso a mí intentó hacérmela tras unacruda disputa hace algunos años, por eso quiero queconozca el antídoto que le mantendrá protegido deOntiveros si llega a necesitarlo.

CARRANZA. ¿Cuál es?

GUTIÉRREZ. Bastaría con mencionarle esta cla-ve: A-143-H.

CARRANZA. ¿Qué significa?

GUTIÉRREZ. No lo sé con exactitud, aunque alescucharlo Ontiveros quedará pálido y mudo, y jamásintentará hacerle daño de una manera directa, aunque

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le odie.

CARRANZA. No lo entiendo.

GUTIÉRREZ. Hay demasiadas cosas que ustedtodavía no sabe en esta casa y que le pueden ser muyútiles, y la principal de ellas pasa por el conserje delsegundo sótano.

CARRANZA. ¿Se refiere a Cifuentes?

GUTIÉRREZ. Sí, al viejo Cifuentes.

CARRANZA. Nunca he entendido por qué le lla-man Lucifer.

GUTIÉRREZ. Creo que al principio era por las ini-ciales de su nombre: Luis Cifuentes Fernández, aun-que ese hombre es el mismísimo demonio.

CARRANZA. A mí me parece una buena perso-na, incapaz de hacer daño a nadie, a pesar de su as-pecto tétrico.

GUTIÉRREZ. En ningún libro dice que el demoniosea una mala persona. Nadie teme al demonio por loque hace, sino por lo que sabe, y Lucifer lo sabe todode los funcionarios y de los jefes. Nada se le escapa

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de lo que pasa en esta casa.

CARRANZA. ¿Nada?

GUTIÉRREZ. Ni un mínimo detalle. Todos los tra-pos sucios los tiene archivados en su prodigiosa me-moria. Si el juicio final existe, allí estará Lucifer pa-sando lista.

CARRANZA. ¿Cómo sigue de conserje pudiendohaber prosperado con todo lo que sabe?

GUTIÉRREZ. Él vive modestamente y se siente agusto en las profundidades del infierno y rodeado deexpedientes. ¿Por qué se cree que tiene esos ojos enor-mes como un búho gigante que escudriña el bosque?Él nunca pide favores, sólo mira, lee y escucha.

CARRANZA. ¿Qué le pasó con Ontiveros?

GUTIÉRREZ. Hace siete años tuve un error gra-ve que él magnificó y que me podría haber costado elpuesto si hubiera llegado a hacerse público. Yo habíaescuchado algo sobre Lucifer, aunque no creía en supoder, pero estaba tan desesperado que bajé al sótanopara hablar con él... Nada más verlo tuve miedo. Ha-bía tratado varias veces con él para pedirle documen-

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tación, pero esa vez fue diferente. No iba a tratar conun conserje. Nada más verle me sentí dominado porla intensidad de su mirada.

CARRANZA. ¿Qué hizo?

GUTIÉRREZ. No hubo lugar para explicaciones,sólo me atreví a decir: Ontiveros, sin más. Luciferesperó unos segundos, que me parecieron eternosporque me sentía un canalla, y respondió: A-143-H.No dijo nada más y jamás volvimos a hablar sobre esetema.

CARRANZA. ¿Qué pasó después?

GUTIÉRREZ. Subí a la oficina. Ontiveros estabaredactando el informe que supondría mi despido ful-minante. Mencioné la clave, y mano de santo. Lo rom-pió inmediatamente y jamás volvió a amenazarme,aunque de vez en cuando tengamos alguna que otrareprimenda que jamás llega a mayores.

CARRANZA. ¿Cómo se le pagan a Lucifer losfavores?

GUTIÉRREZ. No se le ocurra ofrecerle nada, se-ría su perdición. Por eso es el mismísimo demonio,

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porque no se le pueden pagar los favores y siempreestaremos en deuda con él. Nuestra alma de funcio-nario le pertenece. No queda más remedio que supli-car que nunca nos llame a su lado.

CARRANZA. Curioso individuo ese Lucifer. Megustaría saber qué se esconde detrás de la clave deese expediente.

GUTIÉRREZ. Ya le he dicho que no lo sé con cer-teza, aunque creo que tuvo algo que ver con acoso amenores.

CARRANZA. No me extrañaría. Con esa vida deanacoreta que lleva y teniendo una madre tan domi-nante.

GUTIÉRREZ. No tiene un lugar adonde ir y se tie-ne que refugiar en el único sitio donde lo admiten y seconsidera útil. Yo creo que empezó a escribir sermo-nes para expiar su culpa, hasta que los ha convertidoen su principal razón de ser.

CARRANZA. No sé lo que haría si se le acabaraeste trabajo. Ha nacido para ello y parece incapaz dehacer cualquier otra cosa que censurar y ejercer de

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conciencia moral. Es la única manera que tiene desentirse superior.

GUTIÉRREZ. Eso parece, pero no me fío. Estostipos son como camaleones y siempre acaban adap-tándose al entorno en el que viven porque carecen decualquier principio y se venden a cualquier idea. Metemo que él sobrevivirá mucho mejor que nosotroscuando la censura desaparezca.

CARRANZA. Es posible. (Se acerca a lamerendera.) Es una pena comerse este maravillosopisto a palo seco.

GUTIÉRREZ. Por eso no se preocupe. Hoy tene-mos de ordenanza a Fresnedilla, y con él siempre estáasegurado el avituallamiento. Voy a buscarlo.

Cuando Gutiérrez sale, Carranza saca unas ser-villetas del armario y hace hueco en su mesa.

CARRANZA. (Cantando en voz baja.) Si me pre-guntas adónde voy, y si tú quieres saber quién soy,piensa que es fácil de averiguar. Yo soy censor, uo, uo,uo,... uo, uo, uo... Si yo tuviera unas tijeras, si yo tuvie-ra unas tijeras, cuantas cosas cortaría.

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Regresa Gutiérrez con una bota de vino.

GUTIÉRREZ. (Ofreciéndole la bota.) Fresnedillanunca falla, siempre tiene una bota de guardia llena debuen Valdepeñas para cuando la situación lo requiere.

CARRANZA. (Después de beber.) Es un auténti-co profesional.

GUTIÉRREZ. (Mientras comen.) Le he escucha-do cantar desde fuera. Parecía usted muy animado.

CARRANZA. De vez en cuando me gusta cantaren voz alta. Cuando uno pasa tantas horas solo al díanecesita una forma de animarse. De ahí que muchasveces hable y cante en voz alta. La soledad puede sermuy mala compañera.

GUTIÉRREZ. Me extraña que pase usted solo niun segundo al día. Con la enorme lista de mujeres queguarda en su cuaderno. Ha de tener la agenda másapretada que un dentista de los que no hacen daño.

CARRANZA. (Más serio.) Verá, Gutiérrez, nosiempre es oro todo lo que reluce.

GUTIÉRREZ. ¿A qué se refiere?

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CARRANZA. (Dudando.) A que no todo lo que seimagina sobre mí es cierto. A veces tiendo a exagerar.

GUTIÉRREZ. Explíquese.

CARRANZA. Supongo que algún día lo tendría quecontar, y usted es una buena persona que no se burla-rá de mí... Mi vida es mucho más dura de lo que supo-ne.

GUTIÉRREZ. (Sorprendido.) ¿Ha dejado emba-razada a alguna de sus amantes?

CARRANZA. Peor, mucho peor.

GUTIÉRREZ. ¿A varias?

CARRANZA. El problema es que no existen esasamantes. Lo que le he contado es mentira. No soy undon Juan ni un Casanova, ni siquiera un mal conquis-tador.

GUTIÉRREZ. Pero si yo he visto repleto su cua-derno con números de teléfono de infinidad de muje-res.

CARRANZA. Es cierto que lo está, pero todos losnúmeros los he sacado de la guía de teléfonos. Me

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sentía ridículo con un cuaderno en blanco. No tenía anadie a quién llamar, y me entretuve llenándolo connúmeros que sacaba de la guía.

GUTIÉRREZ. Pero, ¿y las llamadas? Yo le he vis-to muchas veces al teléfono.

CARRANZA. Inventadas. No podía reconocer quesoy un cobarde y que me cuesta mucho trabajo rela-cionarme con las mujeres.

GUTIÉRREZ. (Triste.) Nunca lo hubiera imagina-do. Yo pensaba que usted era pura dinamita y me ale-graba de tenerlo como amigo. Siendo cómplice de unmujeriego me sentía más hombre, como si yo tambiénconociera el método para seducir a las mujeres máshermosas.

CARRANZA. No hay tal método.

GUTIÉRREZ. Es una pena, pero hay que aceptarla realidad.

CARRANZA. ¿No me guarda rencor por haberlementido?

GUTIÉRREZ. Por supuesto que no.

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CARRANZA. Gracias.

GUTIÉRREZ. Usted ha provocado que mi imagi-nación estuviera alerta. Aquí nos pasamos todo el tiem-po prohibiendo, y de vez en cuando uno necesita sal-tarse esas prohibiciones. Yo soy un mal pecador,Carranza. Sólo de pensamiento hacia mi suegra cadavez que hace trampas con las cartas, para lo demássiempre he sido muy obediente. Sus pecados han sidomi vía de escape y eso es bueno.

CARRANZA. Le envidio, Gutiérrez, usted tiene unamujer a la que ama y unos hijos de los que se sienteorgulloso. Usted lo tiene todo, mientras yo soy un po-bre desgraciado que no sabe vencer a la soledad, y hetenido que inventarme un mundo maravilloso para pa-recer importante.

GUTIÉRREZ. Entonces, ¿qué hace cuando salede la oficina?

CARRANZA. Me paso muchos días encerrado encasa leyendo los libros prohibidos que me pasa un co-lega de la sección de literatura. A veces voy al cine yrecompongo en mi imaginación las escenas que he-mos cortado, y la mayor parte del tiempo lo paso de-

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lante de la televisión pensando que algún día tiene quecambiar mi situación, pero no encuentro el final deeste túnel.

GUTIÉRREZ. Ya verá como al final todo se arre-gla. Usted todavía es muy joven y tiene toda la vidapor delante. No le faltaran oportunidades de conocera mujeres hermosas.

CARRANZA. Eso llevo pensando desde hace mu-chos años, pero nunca pasa nada que cambie mi si-tuación.

GUTIÉRREZ. Cuando menos lo espere saltara laliebre. Aún está a tiempo de convertirse en un temiblelibidinoso.

CARRANZA. Dios le oiga... (Mira el reloj.) Hallegado la hora de irme, pero antes le voy a pedir unfavor.

GUTIÉRREZ. Lo que usted diga.

CARRANZA. No comente nada de esto conOntiveros. No podría soportar sus discursos moralistas.Prefiero que me tenga por un vividor irrecuperableque por un reprimido que ni siquiera es capaz de pe-

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car, salvo de pensamiento.

GUTIÉRREZ. No se preocupe, no le diré ni unasola palabra.

Carranza recoge su gabardina y se dispone a sa-lir.

GUTIÉRREZ. Espere, le acompaño hasta la cafe-tería, el café no lo perdono.

Salen los dos y la luz se apaga.

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TERCERA ESCENA

Entra Ontiveros y al comprobar que no hay nadiemás en el despacho abre el archivador y buscaentre unos papeles. Saca un folio y lee.

ONTIVEROS. Queridos fieles: hoy tengo la obli-gación de hablaros de algo que nos ha de manteneralerta y que en circunstancias normales puede serhermoso, pero que en los últimos tiempos se está con-virtiendo en una de las principales fuentes de pecado:el baile. Sí, hermanos, ese inocente baile con el quetodos hemos disfrutado y que es uno de los principalessímbolos culturales de nuestra amada patria. Cómono recordar las hermosas jotas, las sevillanas,muñeíras, fandangos y hasta sardanas. Todos bailesnobles cuya contemplación recrea la vista y que hansido vehículo de expresión durante muchas genera-ciones para nuestros jóvenes. Hasta se podrían incluiren esta lista bailes más modernos como el chotis y elpasodoble en los que aumenta el contacto físico entrelos bailarines, puesto que la mano se apoya sobre lacintura de la pareja con el único fin de acompasar elritmo de la danza. Pero cuando esa mano pretendealcanzar objetivos siniestros, y se olvida de su fin prin-

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cipal, ese baile se convierte en una danza macabrainducida por el demonio. Sí, mis amados fieles, hoytengo que hablaros de esos bailes que se desarrollanen la oscuridad y con alevosía. Esas danzas ritualesque se realizan en lo que se ha dado llamar guateques,que no son otra cosa que reuniones subversivas quetienen como fin la perdición de los jóvenes a través demúsicas herejes y del refocile de los cuerpos, y quesiempre acaban en tragedia. Vuestros hijos, que creéispuros e incorruptibles, corren un terrible peligro en laactualidad. A través de unos ritmos demoniacos soninducidos por individuos desalmados a reunirse en lu-gares inhóspitos, clandestinos, donde embriagados porel alcohol, una música perversa y la tenebrosa oscuri-dad son obligados a realizar movimientos lascivos ytocamientos impúdicos que les conducen a la antesaladel infierno. Nuestra obligación como fervorosos cre-yentes es estar más alerta que nunca para tratar deevitar el terrible peligro que acecha a nuestros hijos.Sí, porque precisamente este mal se ceba con los másdébiles, con los jóvenes que carecen de una forma-ción espiritual sólida...

Entra Gutiérrez y Ontiveros se calla.

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GUTIÉRREZ. Perdón, ¿le he interrumpido?

ONTIVEROS. No se preocupe, sólo estaba repa-sando uno de mis últimos textos. Nada importante.

GUTIÉRREZ. ¿Algún encargo de un obispo?

ONTIVEROS. No, aunque es posible que algún díase estrene.

GUTIÉRREZ. Seguro. ¿Ha comido bien?

ONTIVEROS. Todo lo bien que se puede comeren la cafetería de un establecimiento oficial.

GUTIÉRREZ. Por cierto, ¿ha tenido tiempo de exa-minar detenidamente las nuevas normas de censuracinematográfica por las que nos tendremos que regir?

ONTIVEROS. Sí, las le leído con gran rigor.

GUTIÉRREZ. ¿Qué le parecen?

ONTIVEROS. Me parecen adecuadas, aunque sepueden convertir en peligrosas si no se aplican conrigor.

GUTIÉRREZ. Yo no entiendo mucho de lenguajejurídico, pero a mí en su conjunto me parecen casi

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iguales a las que teníamos anteriormente.

ONTIVEROS. Por Dios, no hay comparación po-sible. Fíjese, sin ir más lejos, en la norma número nue-ve.

GUTIÉRREZ. ¿Cuál es?

ONTIVEROS. Ya debería saberla de memoria.

GUTIÉRREZ. Hombre, hasta que no entren en vi-gor.

ONTIVEROS. Dice textualmente: Se admitirá eldesnudo siempre que esté exigido por la unidad totaldel filme, rechazándose cuando se presente con in-tención de despertar pasiones en el espectador nor-mal o incida en la pornografía... No me dirá que al-guien podrá decir que el nuevo código no es muy per-misivo.

GUTIÉRREZ. Puede que sí. Lo que yo no entien-do es cómo puede saberse si un desnudo se presentacon intención de despertar pasiones en un espectadornormal, y, sobre todo, ¿qué es un espectador normal?¿Cómo se puede medir el grado de normalidad de losespectadores?

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ONTIVEROS. A veces puede ser usted excesiva-mente quisquilloso, y se hace demasiadas preguntas.

GUTIÉRREZ. Supongo que las mismas que se ha-ría mucha gente.

ONTIVEROS. Para velar por esos detalles y porel cumplimiento de todas las normas se creará unanueva comisión de lectura de guiones, en la que esposible que tenga el honor de pertenecer.

GUTIÉRREZ. ¿Quién estará representado en esacomisión?

ONTIVEROS. Esta información todavía es confi-dencial y sería muy grave si se filtrara a la prensa.Supongo que lo entenderá.

GUTIÉRREZ. Claro que lo entiendo, pero ustedsabe que es un tema que me concierne directamentey que no soy ningún chivato.

ONTIVEROS. Está bien, se lo diré si me prometeque no saldrá de aquí. Ni siquiera se lo dirá a Carranza.

GUTIÉRREZ. De acuerdo, se lo prometo.

ONTIVEROS. La junta estará compuesta por cua-

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tro funcionarios de Información y Turismo, incluyen-do al presidente de la junta. También habrá cuatro jue-ces magistrados. Uno de la jurisdicción ordinaria, otrode trabajo, otro de peligrosidad social y otro de ordenpúblico. Así mismo, se incluirán a dos sacerdotes do-minicos.

GUTIÉRREZ. ¿Por qué dominicos?

ONTIVEROS. Porque se ha estimado que son losmás adecuados para debatir sobre este tema.

GUTIÉRREZ. ¿Esos serán todos los miembros?

ONTIVEROS. No, aún quedan más. En la juntahan de estar representados todos los estamentos so-ciales.

GUTIÉRREZ. Pues siga con los que faltan.

ONTIVEROS. Habrá un economista, un guionista,un crítico de cine, un periodista y programador de te-levisión española, un policía y un miembro de la Dele-gación de la Juventud.

GUTIÉRREZ. Impresionante.

ONTIVEROS. Eso no es todo. A estas dieciséis

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personas se les añadirán otras ocho para formar lacomisión enjuiciadora de películas, con el fin de que elcontrol sea más exhaustivo.

GUTIÉRREZ. ¿De dónde saldrán esas ocho?

ONTIVEROS. Tres serán militares, posiblementeun general y dos coroneles. También habrá un guardiacivil, una madre de familia, una miembro de la Sec-ción Femenina, un funcionario del Ministerio de Edu-cación y Ciencia y un funcionario administrativo. Creoque ya están todos.

GUTIÉRREZ. No son pocos.

ONTIVEROS. Se me olvidaba añadir que se haestipulado que la edad media de la junta ha de estar entorno a los cuarenta y nueve años.

GUTIÉRREZ. Menudo caos. Se me hace muy di-fícil que entre todos se puedan poner de acuerdo endictaminar lo que se puede entender por un hombrenormal y el grado de desnudez que puede asimilar sinque se levante su pasión.

ONTIVEROS. Se hará, no lo dude que se hará deuna manera impecable.

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GUTIÉRREZ. No lo dudo, y ahora he de seguirtrabajando con ahínco para estar a la altura de unajunta tan importante.

ONTIVEROS. ¿Dispone de unos minutos antes decontinuar con su jornada laboral?

GUTIÉRREZ. Sí, claro.

ONTIVEROS. Aprovechando la mutua confianzaque nos hemos demostrado, porque no dudo que esreciproca, quería hablarle de algo que últimamente mepreocupa mucho.

GUTIÉRREZ. Diga.

ONTIVEROS. Me refiero a Carranza, a nuestroentrañable compañero Carranza.

GUTIÉRREZ. ¿Qué le pasa?

ONTIVEROS. Usted, que es un hombre muy ob-servador, también se habrá dado cuenta de que suactitud en los últimos meses no parece acorde con loque se espera de alguien que realiza una función queconlleva tan alta responsabilidad.

GUTIÉRREZ. Yo no le he notado nada extraño.

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Me parece un funcionario muy eficiente.

ONTIVEROS. No me refiero a su trabajo, sino asu actitud personal, a sus ademanes que incitan a laprovocación, a su falta de humildad, a la ausencia deun mínimo recato.

GUTIÉRREZ. No me suelo meter en la vida priva-da de mis compañeros de trabajo mientras sean efi-cientes en su labor.

ONTIVEROS. No se trata solo de una cuestiónque me ataña a mí. Usted sabe que yo no soy un coti-lla que pretenda aprovecharse de las circunstancias,no es mi estilo.

GUTIÉRREZ. Desde luego que no.

ONTIVEROS. Pero me consta que don Alberto hamostrado cierta inquietud. Es natural, ya que se inte-resa mucho por el personal de esta oficina.

GUTIÉRREZ. (Molesto.) ¿Qué le ha contado?

ONTIVEROS. Nada, yo no le he dicho nada.

GUTIÉRREZ. Más le vale.

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ONTIVEROS. ¿Me está amenazando, Gutiérrez?No sería propio después de la confianza que le he mos-trado.

GUTIÉRREZ. Claro que no le amenazo, tampocoes mi estilo. Para amenazarle tendría que saber algoque deseara ocultar a don Alberto. Y usted no es unade esas personas que tienen algo que ocultar. Su vidatanto laboral como privada es inmaculada. ¿No es así,Ontiveros?

ONTIVEROS. Por supuesto que lo es.

GUTIÉRREZ. Entonces no tiene nada que temer,al igual que Carranza, ¿verdad?

ONTIVEROS. Supongo que no.

GUTIÉRREZ. Ahora, si no tiene nada más que co-mentar, hemos de continuar trabajando o estaremosdefraudando a nuestros jefes y a nuestra patria.

ONTIVEROS. Desde luego, trabajemos.

Los dos se sientan en su mesa y comienzan arevisar papeles. La luz se apaga.

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CUARTA ESCENA

Entra Carranza y se dirige hacia el archivador.

CARRANZA. (Cantando.) Yo no tengo padre, yono tengo madre, yo no tengo a nadie que me quiera amí. Yo no tengo padre, yo no tengo madre, yo no tengoa nadie que me quiera a mí. Yo no tengo ni padre nimadre que alivien mis penas. Censor soy, yo soycensorcito.

Después de coger una carpeta, se dirige a su mesay la examina. Saca un papel y toma notas. Siguerepitiendo la canción hasta que entra Ontiveros.

ONTIVEROS. Muy madrugador esta mañana,Carranza.

CARRANZA. Ya ve, hoy me he levantado conenormes ganas de trabajar. Espero que se me pasen alo largo del día.

ONTIVEROS. ¿Qué tal fue la proyección?

CARRANZA. Muy bien, sólo tuvimos que cortarcuatro escenas. El resto estaba dentro de lo permisi-ble con reparos, aunque como película era bastante

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floja.

ONTIVEROS. Suele ocurrir.

CARRANZA. Tengo que redactar el informe y en-viárselo a don Alberto para que se pueda dar el certi-ficado de distribución.

ONTIVEROS. Yo comenzaré a revisar un guiónque no creo que podamos admitir.

CARRANZA. ¿Cómo se titula?

ONTIVEROS. «Tres psicópatas en el noviciado».De entrada ya resulta repulsivo, denota que ha sidoescrito por un desquiciado.

CARRANZA. Parece que en este negocio abun-dan los degenerados, aunque muchos prefieren quelos llamen artistas.

ONTIVEROS. Sí, yo tengo la sensación de que esetítulo últimamente se regala.

CARRANZA. Voy a seguir con el informe.

ONTIVEROS. ¿Qué planes tiene usted para el fu-turo, Carranza?

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CARRANZA. ¿Para el futuro de unas cuantashoras o para el futuro en mayúsculas? Porque para míexisten muchos tipos de futuro, aunque sólo me pre-ocupa es más cercano, que por lo general suele llegarhasta la noche del día en que vivo.

ONTIVEROS. Me refiero a si piensa llegar muylejos en su actual status funcionarial.

CARRANZA. Lo dice de un modo que parece ame-naza, como si tuviera mi porvenir en sus manos.

ONTIVEROS. Nada de eso. Sentía curiosidad porconocer sus aspiraciones laborales. Como sabrá, seacercan cambios importantes en este departamento yusted no siempre se ha mostrado favorable a la activi-dad ética y cultural que realizamos.

CARRANZA. Pues mire, Ontiveros, si le digo laverdad no pienso llegar muy lejos como censor, comocreo que tampoco lo harán usted ni Gutiérrez. Yo creoque esos importantes cambios que se anuncian con lapromulgación de las nuevas normas de censura, enmuy poco tiempo no servirán para nada. De aquí acuatro días todos a rezar, Ontiveros, y yo hace muchotiempo que no practico. Creo que se me ha olvidado y

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no tengo interés en volver a aprender.

ONTIVEROS. Esas palabras se pueden tomarcomo un insulto a sus superiores.

CARRANZA. O también como un insulto al futu-ro, así que tómelas como quiera, pero sabe muy bienque no voy muy desencaminado. Todo tiene un final.

ONTIVEROS. En el peor de los casos, aún estámuy lejos el día en que se tomen medidas drásticas. Yhasta entonces hay que seguir al pie del cañón, conmás interés que nunca.

CARRANZA. Parece que algunos estamos en laboca de ese cañón, y muy pronto nos puede estallarun proyectil en la cabeza.

ONTIVEROS. ¿Qué está insinuando?

CARRANZA. Nada, sólo digo que cuando llegueel momento del naufragio aquí no habrá héroes queayuden al salvamento de los demás. Seremos muchoslos que tratemos de sobrevivir pisándole el cuello alque tengamos al lado, sea quien sea. Y los que este-mos en la sala de máquinas, en lo más profundo delbarco, lo tendremos muy crudo para salir a flote.

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ONTIVEROS. No esperaba esas palabras de us-ted. De seguir con esa actitud hostil me veré obligadoa elevar un informe de lo que ocurre en este despa-cho.

CARRANZA. Hágalo. Yo, al menos, procuro de-cir lo que pienso en todos sitios, y no dependiendo dequién sea mi interlocutor.

ONTIVEROS. No lo haga más grave o lo lamen-tará.

CARRANZA. Intentaré ser un buen chico, se loprometo.

ONTIVEROS. Más le conviene.

CARRANZA. Por cierto, Ontiveros, quería pre-guntarle algo, puesto que usted lo sabe casi todo.

ONTIVEROS. Pregunte.

CARRANZA. Ayer estuve tratando de resolver unjeroglífico que vi en el periódico, pero no fui capaz.

ONTIVEROS. Yo no soy aficionado a esas activi-dades lúdicas. Me parecen muy perniciosas.

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CARRANZA. Pero conoce como nadie al demo-nio, y precisamente de eso se trataba.

ONTIVEROS. Tengo conocimientos sobre el tema.¿Qué salía?

CARRANZA. Un dibujo del demonio y debajo ha-bía algo parecido a una matrícula, creo que ponía: A-143-H. Pensaba que usted podría ayudarme. Si no sabela respuesta desistiré y volveré a hacer crucigramas.

Ontiveros se queda mudo, sus manos se contraeny no puede reaccionar. Entra Gutiérrez.

GUTIÉRREZ. Buenos días, (al ver que los dos es-tán muy serios) ¿les he interrumpido en lo más intere-sante de una conversación?

CARRANZA. No se preocupe. Se trataba de unacharla trivial y amigable entre compañeros de trabajo.

GUTIÉRREZ. Hoy he sido yo el que se ha retrasa-do. Tenía que hacer una gestión que no admitía demo-ra.

CARRANZA. ¿Se trata de algo importante?

GUTIÉRREZ. Puede serlo, pero hasta que no se

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confirme no puedo adelantar nada.

ONTIVEROS. ¿Tiene algo que ver con el trabajo?

GUTIÉRREZ. Tal vez, es probable.

ONTIVEROS. ¿Le han hablado de los nuevos nom-bramientos?

GUTIÉRREZ. No van por ahí los tiros.

ONTIVEROS. No nos deje en ascuas, Gutiérrez.

GUTIÉRREZ. Sólo puedo decir que se trata de untema personal que nada tiene que ver con ustedes nicon los cambios en el departamento. Y ahora, tengoque trabajar para estar a la altura de mis obligaciones.

CARRANZA. Todos a trabajar.

Gutiérrez coge una carpeta del archivador y seacerca a su mesa. Los tres comienzan a trabajar.Al poco rato Ontiveros se muestra muy alteradocon lo que está leyendo.

ONTIVEROS. ¡Pero esto qué es! Es inadmisible,completamente aberrante, una auténtica canallada.

GUTIÉRREZ. ¿Qué le ocurre esta vez?

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ONTIVEROS. ¡Mis ojos no pueden dar crédito alo que están leyendo! Es lo más repulsivo que he leídoen mi vida. Esto merece la hoguera y su autor el ga-rrote.

CARRANZA. No se altere, Ontiveros, o será per-judicial para su debilitada tensión.

ONTIVEROS. Yo a este tipo lo demando por inju-rias, blasfemias y todo tipo de delitos contra el honor.

GUTIÉRREZ. Hay que proceder con moderación.No es bueno exaltarse en nuestra profesión. Díganoslo que pone en ese texto.

ONTIVEROS. Escuchen y verán cómo es dignocuando menos de la perpetua.

Gutiérrez y Carranza dejan su trabajo y se acer-can a la mesa de Ontiveros, que se prepara paraleer.

ONTIVEROS. (Leyendo.) Interior convento, no-che. En una de las celdas varias novicias se estándespojando completamente de sus hábitos antes demeterse en la cama. Juegan con las prendas y se lan-zan las almohadas entre risas.

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CARRANZA. Sí que parece censurable, pero nohasta el punto de ejecutar al autor.

GUTIÉRREZ. Habría que saber si ese desnudoestá exigido por la unidad global de la película o tieneel propósito le levantar pasiones en el espectador nor-mal.

ONTIVEROS. Por Dios, Gutiérrez, eso no es todo,aun falta lo más grave.

CARRANZA. Continúe.

ONTIVEROS. Exterior noche, convento. Tres pe-ligrosos criminales psicópatas que se han escapadodel psiquiátrico se han encaramado a lo alto del murodel convento. Se han aproximado a uno de los venta-nales, y a través de una rendija pueden observar losinocentes juegos de las novicias.

CARRANZA. La escena parece inquietante ylujuriosa. Prosiga.

ONTIVEROS. Sus miradas denotan ansiedad y susojos adquieren un brillo sanguinario. Por el tejado sedirigen hacia el patio enclaustrado. Consiguen entraren el convento y, al llegar a la puerta de la celda donde

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ya duermen las novicias, el cabecilla del grupo,Ontiveros, se dirige a sus secuaces, Gutiérrez yCarranza. (Deja de leer el guión.) ¿Se dan cuenta dela magnitud de la ofensa? Esto no puede quedar así,hemos de tomar medidas drásticas contra este ener-gúmeno. Llegar hasta las más altas instancias parapedir justicia.

GUTIÉRREZ. ¿Quién firma el guión?

ONTIVEROS. Un tal Tomás de Aquí No. Encimacon recochineo, pero se va a enterar ese sacrílegocriminal de quién soy yo. Vaya que si se entera.

CARRANZA. (A Gutiérrez con complicidad.) ¿Us-ted cree que se trata de él?

GUTIÉRREZ. Desde luego, no puede ser otro. Re-cuerde que ya nos había avisado.

CARRANZA. Sólo él sabe quiénes estamos tra-bajando en este despacho.

ONTIVEROS. (Alterado.) ¿Pero de qué están ha-blando? ¿Cómo es posible que no se muestren tan in-dignados como yo ante este terrible ultraje que exigevenganza?

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CARRANZA. Vamos, Ontiveros, no se altere. Esetexto se trata de una broma.

GUTIÉRREZ. Puede que un tanto pesada, peroTomás Ribalta ya nos había avisado de que algunavez se vengaría por todas las escenas que le hemoscortado.

ONTIVEROS. No sé lo que harán ustedes, peroyo no puedo perdonar una afrenta de este calibre.

GUTIÉRREZ. Pues a mí no me disgusta del todoser protagonista de un guión, a pesar de que sea comoun terrible asesino.

CARRANZA. Hay que reconocer que Ribalta esuno de los mejores. Da gusto leer lo que escribe, aun-que sea censurable. (A Ontiveros.) Y usted no debe-ría quejarse, le ha permitido ser el jefe de los psicópa-tas.

ONTIVEROS. Tengo la sensación de que ustedesestán rebajando el nivel de vigilancia ante losinstigadores subversivos.

CARRANZA. Por favor, Ontiveros, no nos cuenteotro de sus rollos moralistas. Ya los conocemos todos.

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ONTIVEROS. ¿Cómo se atreve?

Suena el teléfono de la mesa de Gutiérrez.

GUTIÉRREZ. Si me disculpan. (Coge el teléfono.)Diga...

Sí, don Alberto, dígame...

Por supuesto que estoy convencido. Se lo explicarétodo con gran detalle, si me lo permite...

Como usted diga, don Alberto...

Ahora mismo subo, don Alberto. (Cuelga el teléfo-no.)

Carranza y Ontiveros lo miran muy serios.

GUTIÉRREZ. Tengo cita en la cumbre, caballe-ros.

CARRANZA. ¿De qué va a hablar con él?

GUTIÉRREZ. De cuestiones personales. Uno tie-ne que velar por su futuro y el de su familia. Eso es loúnico importante.

ONTIVEROS. ¿Está dispuesto a contarle lo que

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aquí ocurre?

GUTIÉRREZ. Ahora no tengo tiempo para hablar.El jefe me ha llamado y tiene mucha prisa. Hasta ma-ñana no les podré contar todo. Después de hablar conel jefe tengo que hacer una visita urgente. (Se mar-cha.)

ONTIVEROS. Esa reunión me da muy mala espi-na.

CARRANZA. ¿Por qué?

ONTIVEROS. Porque temo que Gutiérrez nos pue-da traicionar.

CARRANZA. Eso es una barbaridad.

ONTIVEROS. Ese hombre en apariencia intacha-ble, de sólida moral y leal trabajador, puede habernosvendido por unas miserables monedas.

CARRANZA. No siga.

ONTIVEROS. Quién iba a pensar que el yerno dedoña Josefina Retamal era un esquirol que se aprove-chaba de sus compañeros para conseguir su ascensopersonal.

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CARRANZA. Lo que dice es una sarta de sande-ces. Gutiérrez jamás haría eso.

ONTIVEROS. Fíese del diablo, Carranza, que pue-de presentarse como un impecable padre de familia ysumirnos en un mar de dolor. Ya me lo imagino delan-te de don Alberto hablándole de sus actividades sub-versivas y libidinosas, y quién sabe la sarta decanalladas que estará inventando sobre mi persona.Todo por lograr un puesto en la nueva comisión, poreso me quería sonsacar.

CARRANZA. No pienso seguir escuchándole. Yome fío de Gutiérrez, es mi amigo y sé que no me trai-cionaría.

ONTIVEROS. Jesús también llamó amigo a Ju-das, y vea la que armó.

CARRANZA. Por favor, Ontiveros, no sea ustedpelmazo y déjeme trabajar. No necesito que usted velepor mi bien. (Deja de prestarle atención y sigue traba-jando.)

ONTIVEROS. (Bajando el tono de voz.) Si ya sa-bía yo que no era de fiar. Se trata de un trepa que está

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dispuesto a pisar a sus compañeros, a sus únicos ami-gos. (Al darse cuenta de que Carranza no le prestaatención se calla.) La luz se apaga.

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QUINTA ESCENA

Entra Gutiérrez y comienza a guardar sus efec-tos personales mientras deja el material de traba-jo en el archivador. Parece muy animado. EntranOntiveros y Carranza y le miran sorprendidos.

GUTIÉRREZ. (Sin dejar de recoger.) Buenos días,caballeros.

ONTIVEROS. ¿Qué está haciendo, Gutiérrez?

GUTIÉRREZ. Ya ven, recogiendo todas mis perte-nencias.

CARRANZA. ¿Por qué?

GUTIÉRREZ. Porque me voy. Me han concedidoel traslado y dejo de ser un censor.

CARRANZA. ¿Adónde va?

GUTIÉRREZ. Solicité la plaza que había vacantede escribiente en el registro y me la han adjudicado.

ONTIVEROS. Pero eso supone un grave retroce-so en su carrera como funcionario.

GUTIÉRREZ. ¿Y qué?

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ONTIVEROS. Va a tirar por tierra más de veinteaños de trabajo y renunciar a todos los puntos adquiri-dos en este destino.

GUTIÉRREZ. Me da igual.

CARRANZA. También se resentirá el sueldo quecobre al ser inferior la categoría del otro puesto.

GUTIÉRREZ. Exactamente en un quince por cien-to. He estado haciendo todo tipo de cálculos, lo heconsultado con mi esposa y creo que lo podemos asu-mir. He llegado a la conclusión de que la única que sepodría quejar por el traslado era mi suegra, lo que su-pone un aliciente adicional para tomar esta decisión.

ONTIVEROS. No puedo comprenderlo, es inaudi-to. Cuando le faltaba muy poco para lograr un impor-tante ascenso dentro del nuevo organigrama, renun-cia a este trabajo privilegiado.

GUTIÉRREZ. No le pido que lo entienda.

CARRANZA. Yo creo que sí puedo hacerlo.

GUTIÉRREZ. Los problemas económicos se pue-den solucionar. Si es necesario puedo buscar algún

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trabajo complementario. En cuanto al prestigiofuncionarial, después de muchos años de trabajar enesta casa, es algo que me trae sin cuidado, pero hayalgo mucho más importante.

ONTIVEROS. ¿Qué es más importante?

GUTIÉRREZ. Por fin podré mirar a mis hijos a lacara. Ya no me sentiré culpable cada vez que escu-chen un disco prohibido, o les pasen una novela peli-grosa, y hasta puede que yo me una a ellos sin afáninquisidor cuando vayan al cine. Hay cosas que notienen precio, y entre ellas están la dignidad y tener laconciencia tranquila.

ONTIVEROS. No hay trabajo más digno que elque se realiza en esta oficina. Aquí trabajamos por elbien de sus propios hijos, para que su conciencia no sevea enturbiada.

GUTIÉRREZ. Puede que lleve razón, pero ya nolo creo. La censura solo sirve para alimentar el deseode saltársela. Durante mucho tiempo me he ocultado.Aquí estaba obligado a sentirme a importante. Yo te-nía el poder sobre aquellos que nos remitían sus traba-jos. Pero cuando salía a la calle, tenía ganas de escon-

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derme, sentía pánico de que alguien me pudiera des-cubrir en plena calle y dijera: por ahí va un censor. Mesentía igual que un peligroso criminal. Ahora seré unanónimo y orgulloso escribiente que podrá estar deacuerdo o en desacuerdo con lo que hagan sus hijos,pero que no se sentirá un canalla cuando ellos pongana parir a la censura.

CARRANZA. Me alegro de verle tan animado.Quizás pronto pueda tomar una decisión tan valientecomo la suya.

ONTIVEROS. No puedo creer lo que estoy vien-do. No puedo creer que piensen que lo que estamoshaciendo no tiene ningún sentido.

CARRANZA. Yo cada vez confío menos en que lotenga.

GUTIÉRREZ. Puede que lo tenga, pero no el sen-tido que nosotros imaginamos.

ONTIVEROS. Lo tiene, nosotros tenemos la mi-sión más importante de la sociedad.

GUTIÉRREZ. Anoche no dormí, me pasé el tiem-po pensando en ello. En el futuro, puede que bastante

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cercano, no habrá censura, se podrá escribir todo loque se quiera sin encontrar limitaciones.

ONTIVEROS. ¡Qué barbaridad!

GUTIÉRREZ. En el cine se exhibirán imágenes quenosotros no seríamos capaces de imaginar en nues-tras peores pesadillas, y en la televisión habrá infini-dad de canales que se pelearan por tener los progra-mas más impactantes, por ser los mejores, y pocascosas venderán tanto como los escándalos y perver-siones de todo tipo.

ONTIVEROS. Está hablando del infierno.

GUTIÉRREZ. Puede que lo sea, y puede que no.Después pensé que si se deben llenar tantos libros,revistas y horas de programación en cine y televisión,cualquier cosa será válida. Todo será llamado arte,cualquier individuo puede ser un artista.

CARRANZA. En eso no va desencaminado.

GUTIÉRREZ. Después de todo eso, he imaginadoque algún día, cuando la censura sea una remota eta-pa de nuestra historia, alguien puede que piense en lalabor cultural que hicieron los censores... Nunca lo

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podrá reconocer en público, pero ese individuo imagi-nará que ellos fueron los que obligaron a pensar a losartistas para saltar unas barreras que los mediocresjamás podrían salvar.

CARRANZA. ¿Usted cree que alguien lo llegaráa pensar algún día?

GUTIÉRREZ. No lo sé, pero al menos guardo esaesperanza para no sentir que lo hecho no ha servidopara nada.

ONTIVEROS. Eso no pasará nunca, no puede ser.

GUTIÉRREZ. (Terminando de recoger sus cosas.)Ha llegado el momento de mi partida, tengo que incor-porarme a mi nueva oficina.

CARRANZA. Aquí siempre tendrá un amigo.

GUTIÉRREZ. Lo sé.

Se abrazan mientras Ontiveros se acerca lenta-mente.

ONTIVEROS. Lamento su marcha, Gutiérrez. Creoque se equivoca con esta decisión precipitada, aunqueacepto su huida.

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GUTIÉRREZ. (Mientras le da la mano.) En estemomento sólo se me ocurre decirle lo mismo que ledijo mi difunto abuelo Severiano al obispo Hermidadespués de la celebrada homilía que este pronunciótras las inundaciones del año treinta.

ONTIVEROS. ¿Qué le dijo?

GUTIÉRREZ. Menos sermones y más jamones.

Ontiveros se queda callado mientras Gutiérrezcoge su cartera y se marcha. Ontiveros se sientay comienza a llorar amargamente. Carranza co-mienza a cantar.

CARRANZA. No, no somos ni Romeo ni Julieta,ni estamos en la Italia medieval. Solo somos censoresde la España tradicional... No, no somos ni Romeo niJulieta, ni estamos en la Italia medieval. Solo somoscensores de la España tradicional.

Sigue tarareando la canción cuando Ontiveros selevanta y salen los dos mientras las luces se apa-gan.