Cataluña

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EL PAÍS, domingo 15 de enero de 2006 OPINIÓN / 15 DEBATE Se extrañan algunos intelectuales y políticos catalanes de la falta de apoyo que ha encontrado entre la opinión liberal o progresista el re- ciente proyecto de Estatuto. Inten- taré dar una explicación para esta frialdad, apoyándome no tanto en las demandas específicas que el tex- to contiene como en su lenguaje, en la visión del mundo que revela, que creo inserta en los esquemas mentales del nacionalismo más clá- sico. Limitándome a su preámbulo y sus artículos iniciales, en definitiva los de mayor importancia simbóli- ca, en el proyecto se halla constan- temente presente una Cataluña esencial, idéntica a sí misma, carga- da de “derechos históricos”, agra- viada siempre por “España” y a la vez impermeable a toda influencia española. Los autores del texto ni siquiera parecen ser los diputados que lo redactaron y aprobaron, si- no “Cataluña”, ente espiritual que ha “definido una lengua y una cul- tura” o “modelado un paisaje” en esa parte del globo. Recuerda el lenguaje de los obispos cuando pre- sentan sus demandas en nombre de “Dios”. Las iglesias tienen, al menos, textos revelados que utili- zan como poder para hablar en nombre de los seres celestiales. Los nacionalismos no, pero se anclan en el mundo de lo intemporal con la misma soltura. Cataluña se ve también dibuja- da como un organismo vivo, dota- do de voluntad y capacidad de ra- ciocinio: “Cataluña considera..., quiere..., expresa su voluntad de”. Es un retorno al Volksgeist, a las almas colectivas, a los caracteres nacionales, a la visión orgánica de las sociedades, propia del romanti- cismo de mediados del siglo XIX. Es asombroso que, a comienzos del XXI, un 89% del Parlamento catalán suscriba esta manera de en- tender el mundo. Sorprenden también las referen- cias a la historia como legitimadora de este proyecto político. Es una his- toria sesgada, sólo interesada en avalar la existencia de una identi- dad nacional permanente. Más cier- to sería decir que las instituciones del Antiguo Régimen defendían pri- vilegios corporativos y no tenían el menor contenido “nacional” (¿quién pensaba entonces en “pue- blos soberanos”?). Aparte de fal- sear la historia, este planteamiento es radicalmente antidemocrático, porque obliga a los actuales o futu- ros ciudadanos de Cataluña a ser “fieles al pasado”, a ese pasado idealizado y pétreo de los naciona- listas. Y peor aún es recurrir a la historia en nombre del progresis- mo, porque tanto los ilustrados co- mo los revolucionarios anti-absolu- tistas eran enemigos de las legitimi- dades derivadas de la historia; lo que querían era precisamente rectifi- car la historia en nombre de la ra- zón, eliminar los errores y prejuicios heredados de los “siglos oscuros”. El texto respira, por otra parte, una mal disimulada animadver- sión contra España. La palabra misma, “España”, apenas aparece mencionada, salvo para definirla como un “Estado plurinacional” o para referirse a “los pueblos de Es- paña”; osadía notable ésta de apro- vechar un texto sobre uno mismo para definir al otro. Su término pre- ferido, cuando la alusión es inevita- ble, es “el Estado”, incluso sin el adjetivo “español”. Y se dice que el “espacio político y geográfico de referencia” de Cataluña es la Unión Europea, sin mencionar a España ni como escalón interme- dio. Todo lo cual destila voluntad de ignorar a España, si no abierta aversión. ¿Quién puede extrañarse de que quienes tienen un lazo senti- mental profundo con España se sientan agredidos? Muy distintas serían las cosas si el discurso preliminar fuera el que otras veces hemos oído a Maraga- ll, o el que utilizaron algunos de los defensores de este proyecto ante el Congreso de los Diputados, con de- claraciones de simpatía o herman- dad con España e intención de con- tribuir a un futuro democrático co- mún. Nada de eso figura en el tex- to. Es difícil, por último, evitar la sensación de que en demandas co- mo las de este texto hay una cierta doblez. Dicen algunos de sus defen- sores que sólo se trata de buscar una fórmula de convivencia para que los catalanes se encuentren “có- modos” en España, para integrar- los mejor en el conjunto. Pero otros van más lejos y declaran que es sólo un primer paso hacia la so- beranía. Los nacionalistas ligan na- ción con soberanía, aunque el tex- to no lo haga. Y considero legíti- mas estas intenciones confederal- independentistas; pero no se puede firmar un texto que encierra, de manera nada solapada, dos proyec- tos diferentes. Estas son algunas de las razo- nes que explican la frialdad con que el proyecto ha sido recibido en ambientes que en el pasado pudie- ron simpatizar con las demandas catalanas. Las reivindicaciones na- cionalistas tienen cansada y aburri- da a la opinión pública española, que detecta además en ellas una cierta artificialidad. Porque la ciu- dadanía catalana, según los son- deos, tiene un grado de militancia nacionalista muy inferior al de sus representantes políticos; lo cual pa- rece indicar que, más que un genui- no conflicto social o cultural, esta afirmación incesante y creciente de la identidad encierra un interés por crear el conflicto, para marcar, re- servar y ampliar espacios de poder propios. La búsqueda realista y honesta de una fórmula de convivencia pa- ra España no debe partir del reco- nocimiento de “las naciones que componen este Estado”, sino de la complejidad de las sociedades con- temporáneas. Lo cual significa que los ciudadanos tienen hoy una iden- tidad múltiple (local, regional, na- cional, europea...) y que la plurali- dad cultural afecta a todos (no sólo al Estado central). Significa, en re- sumen, abandonar el nacionalis- mo, porque un nacionalista es leal a una identidad única o de impor- tancia incomparablemente supe- rior a cualquier otra; y su sueño son sociedades culturalmente ho- mogéneas y políticamente sobera- nas. En el país y momento en que estamos, esta fórmula de conviven- cia pasa por la consolidación de la organización autonómica existen- te, avanzando quizás hacia un mo- delo federal pleno; y dejar que pase el tiempo, que los ciudadanos se habitúen a unas instancias de po- der complejas, entre las que el Esta- do será una más, progresivamente diluido en un contexto que tiende hacia lo supraestatal. Quienes tanto hemos admirado la cultura cosmopolita y moderna de los catalanes esperábamos de ellos una propuesta más sofistica- da, un proyecto compatible con identidades plurales, con referencia a leyes, garantías y libertades, con- texto internacional, y no a dere- chos históricos, comunidades orgá- nicas y entes metafísicos. Por eso nos decepciona el texto que tene- mos sobre la mesa. José Álvarez Junco es catedrático de Historia en la Facultad de Ciencias Po- líticas de la Universidad Complutense. Actualmente dirige el Centro de Estu- dios Políticos y Constitucionales. El liberalismo español ha tendido a asociar estado, nación y demo- cracia. Se ha sostenido tradicio- nalmente que hacía falta cons- truir un robusto estado español para que desde éste se pudiera construir una consistente nación española y que sólo el estado na- cional español crearía un sujeto soberano para la democracia. Pe- ro esta visión no corresponde a la realidad. Estado, nación y demo- cracia son tres conceptos distin- tos que no siempre van juntos. Como es bien sabido, hay estados robustos y bien asentados que no han construido una nación, sino que son estados multinacionales. Asimismo, la democracia existió antes y existe fuera del marco del estado nacional. El Parlamento Europeo, por ejemplo, es una ins- titución democrática, pero no se basa en un estado. Por su parte, el Parlamento de Cataluña, como las asambleas de las otras comuni- dades autónomas y de varias do- cenas de territorios en Europa, son también democráticos, pero tampoco corresponden a estados. En Europa, España es el caso más claro de intento fallido en la construcción de un estado nacio- nal. El núcleo castellano fue histó- ricamente demasiado pequeño y relativamente débil para construir un estado nacional bajo su pa- trón lingüístico y cultural, capaz de asimilar al conjunto de los pue- blos en el territorio. El grado de unificación territorial de España quedó muy lejos del caso típico, el estado francés, pero también de la asimilación conseguida por otros grandes estados en Europa. Durante mucho tiempo, la re- lación de Cataluña con España fue de “imperio y libertad”, como dijo el historiador Jaume Vicens- Vives; es decir, “imperio” en la obra colectiva en Europa y Améri- ca, y “libertad” en los asuntos in- ternos, regidos en Cataluña por instituciones representativas pro- pias basadas en las Cortes y la Generalidad. Fue sobre todo la disolución del imperio español durante el siglo XIX lo que hizo que el proyecto de estado nacio- nal español perdiera atractivo y apoyos. El catalanismo político surgió entonces como una bús- queda de alternativa ante la frus- tración y la percepción de fracaso en la construcción española y se orientó a la construcción de una nación catalana, un estado cata- lán e incluso un imperio catalán alternativos. Quizá lo menos previsible fue- ra que ni siquiera con el estableci- miento, por primera vez en la his- toria, de una democracia durade- ra en España se consolidara la construcción de un estado nacio- nal. Posiblemente uno de los pun- tos álgidos en la construcción de un estado nacional español se al- canzara en el periodo de transi- ción 1976-1980. En esos años coincidieron varios procesos: — Un reforzamiento del apa- rato del estado central mediante la expansión del gasto público y del número de funcionarios de la administración, el cual continuó durante los años ochenta. — Una homogeneidad lingüís- tica y cultural en torno al castella- no relativamente alta, como conse- cuencia de las imposiciones, prohi- biciones y persecuciones de un lar- go periodo dictatorial. — Una nueva legitimación de- mocrática del estado, cristalizada en la Constitución de 1978. — Un gran aislamiento inter- nacional, acumulado desde mu- cho antes, fuera de la OTAN y de la Comunidad Europea, lo cual favorecía la introspección. A principios del siglo XXI, es- tos procesos han cambiado sustan- cialmente. La democracia en Espa- ña ha comportado la dispersión del estado por arriba y por abajo. Mediante la integración en diver- sas alianzas internacionales, inclui- das la OTAN y la Unión Euro- pea, el estado español ha cedido la mayor parte de los poderes con los que había fundamentado su soberanía: la defensa, las fronte- ras, las aduanas, la moneda y gran parte de la política económica y otras políticas públicas. Por otro lado, la democracia también ha comportado la afirmación y las demandas crecientes de autogo- bierno de naciones pequeñas co- mo Cataluña y Euskadi y las de- más comunidades, a las cuales el estado ha cedido competencias, entre otros temas, en seguridad, educación, sanidad, obras públi- cas y recaudación de impuestos. La diversidad cultural y lingüísti- ca de España se ha incrementado, mientras se han debilitado los sen- timientos de formar parte de una nación española, en beneficio de las identidades autonómicas. Tras un largo periodo democrático, re- sulta, pues, que el estado español ya no es lo que era ni será lo que pudo haber sido y no fue: un esta- do nacional soberano según un modelo westfaliano y francés. Lo que existe actualmente en la Europa de la que forma parte España es una democracia multi- nivel en la que los poderes están divididos y compartidos y ningu- no de ellos tiene una soberanía real y efectiva. A los distintos ni- veles actúan y a menudo se super- ponen: la Unión Europea, que es una democracia de tamaño impe- rial; los estados, como el español, que es de hecho multinacional y tiende a organizarse al modo fe- deral, y el autogobierno en liber- tad de las naciones, como Catalu- ña y tantas otras. No existe hoy, pues, una única fuente de sobera- nía efectiva que permita estable- cer una jerarquía lineal de pode- res, sino una diversidad de juris- dicciones. Cataluña se encuentra, pues, ante una nueva oportunidad de “imperio y libertad”. Es precisa- mente la pertenencia a la Unión Europea lo que ha abierto nuevas posibilidades y expectativas de au- togobierno. Cataluña, como cual- quier otra comunidad, puede desa- rrollar actualmente variadas rela- ciones multilaterales: no sólo con el gobierno central del estado espa- ñol, sino con las otras comuni- dades autónomas, así como con las instituciones centrales de la Unión Europea en Bruselas y, en una Europa sin fronteras, también con los demás estados y regiones de la Unión. Para que estas rela- ciones multilaterales puedan flore- cer se requieren, sin embargo, re- glas institucionales que sean acep- tadas por todas las diversas unida- des políticas implicadas. Sólo con unas reglas pactadas, los estados, las naciones y los imperios pue- den cooperar y tomar decisiones colectivas en mutuo beneficio. És- te puede ser el mensaje de fondo del nuevo Estatuto catalán. Josep M. Colomer es profesor de Inves- tigación en Ciencia Política del CSIC y profesor de Economía de la Universi- dad Pompeu Fabra. Cataluña vista desde España JOSÉ ÁLVAREZ JUNCO Imperio y libertad JOSEP M. COLOMER Hoy en ELPAIS.es: los lectores pueden expresar su opinión y votar en la edición digital sobre el tema a debate. España es el caso más claro de intento fallido en la construcción de un estado nacional ¿PUEDE SER ESPAÑA UN ESTADO MULTINACIONAL? Un nacionalista es leal a una identidad única o de importancia muy superior a cualquier otra

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EL PAÍS, domingo 15 de enero de 2006 OPINIÓN / 15DEBATE

Se extrañan algunos intelectualesy políticos catalanes de la falta deapoyo que ha encontrado entre laopinión liberal o progresista el re-ciente proyecto de Estatuto. Inten-taré dar una explicación para estafrialdad, apoyándome no tanto enlas demandas específicas que el tex-to contiene como en su lenguaje,en la visión del mundo que revela,que creo inserta en los esquemasmentales del nacionalismo más clá-sico.

Limitándome a su preámbulo ysus artículos iniciales, en definitivalos de mayor importancia simbóli-ca, en el proyecto se halla constan-temente presente una Cataluñaesencial, idéntica a sí misma, carga-da de “derechos históricos”, agra-viada siempre por “España” y a lavez impermeable a toda influenciaespañola. Los autores del texto nisiquiera parecen ser los diputadosque lo redactaron y aprobaron, si-no “Cataluña”, ente espiritual queha “definido una lengua y una cul-tura” o “modelado un paisaje” enesa parte del globo. Recuerda ellenguaje de los obispos cuando pre-sentan sus demandas en nombrede “Dios”. Las iglesias tienen, almenos, textos revelados que utili-zan como poder para hablar ennombre de los seres celestiales. Losnacionalismos no, pero se anclanen el mundo de lo intemporal conla misma soltura.

Cataluña se ve también dibuja-da como un organismo vivo, dota-do de voluntad y capacidad de ra-ciocinio: “Cataluña considera...,quiere..., expresa su voluntad de”.Es un retorno al Volksgeist, a lasalmas colectivas, a los caracteresnacionales, a la visión orgánica delas sociedades, propia del romanti-cismo de mediados del siglo XIX.

Es asombroso que, a comienzosdel XXI, un 89% del Parlamentocatalán suscriba esta manera de en-tender el mundo.

Sorprenden también las referen-cias a la historia como legitimadorade este proyecto político. Es una his-toria sesgada, sólo interesada enavalar la existencia de una identi-dad nacional permanente. Más cier-to sería decir que las institucionesdel Antiguo Régimen defendían pri-vilegios corporativos y no tenían elmenor contenido “nacional”(¿quién pensaba entonces en “pue-blos soberanos”?). Aparte de fal-sear la historia, este planteamientoes radicalmente antidemocrático,porque obliga a los actuales o futu-ros ciudadanos de Cataluña a ser“fieles al pasado”, a ese pasadoidealizado y pétreo de los naciona-listas. Y peor aún es recurrir a lahistoria en nombre del progresis-mo, porque tanto los ilustrados co-mo los revolucionarios anti-absolu-tistas eran enemigos de las legitimi-dades derivadas de la historia; loque querían era precisamente rectifi-car la historia en nombre de la ra-zón, eliminar los errores y prejuiciosheredados de los “siglos oscuros”.

El texto respira, por otra parte,una mal disimulada animadver-sión contra España. La palabramisma, “España”, apenas aparecemencionada, salvo para definirlacomo un “Estado plurinacional” opara referirse a “los pueblos de Es-

paña”; osadía notable ésta de apro-vechar un texto sobre uno mismopara definir al otro. Su término pre-ferido, cuando la alusión es inevita-ble, es “el Estado”, incluso sin eladjetivo “español”. Y se dice que el“espacio político y geográfico dereferencia” de Cataluña es laUnión Europea, sin mencionar aEspaña ni como escalón interme-dio. Todo lo cual destila voluntadde ignorar a España, si no abiertaaversión. ¿Quién puede extrañarsede que quienes tienen un lazo senti-

mental profundo con España sesientan agredidos?

Muy distintas serían las cosas siel discurso preliminar fuera el queotras veces hemos oído a Maraga-ll, o el que utilizaron algunos de losdefensores de este proyecto ante elCongreso de los Diputados, con de-claraciones de simpatía o herman-dad con España e intención de con-tribuir a un futuro democrático co-mún. Nada de eso figura en el tex-to.

Es difícil, por último, evitar lasensación de que en demandas co-

mo las de este texto hay una ciertadoblez. Dicen algunos de sus defen-sores que sólo se trata de buscaruna fórmula de convivencia paraque los catalanes se encuentren “có-modos” en España, para integrar-los mejor en el conjunto. Perootros van más lejos y declaran quees sólo un primer paso hacia la so-beranía. Los nacionalistas ligan na-ción con soberanía, aunque el tex-to no lo haga. Y considero legíti-mas estas intenciones confederal-independentistas; pero no se puedefirmar un texto que encierra, demanera nada solapada, dos proyec-tos diferentes.

Estas son algunas de las razo-nes que explican la frialdad conque el proyecto ha sido recibido enambientes que en el pasado pudie-ron simpatizar con las demandascatalanas. Las reivindicaciones na-cionalistas tienen cansada y aburri-da a la opinión pública española,que detecta además en ellas unacierta artificialidad. Porque la ciu-dadanía catalana, según los son-deos, tiene un grado de militancianacionalista muy inferior al de susrepresentantes políticos; lo cual pa-rece indicar que, más que un genui-no conflicto social o cultural, estaafirmación incesante y creciente dela identidad encierra un interés porcrear el conflicto, para marcar, re-servar y ampliar espacios de poderpropios.

La búsqueda realista y honesta

de una fórmula de convivencia pa-ra España no debe partir del reco-nocimiento de “las naciones quecomponen este Estado”, sino de lacomplejidad de las sociedades con-temporáneas. Lo cual significa quelos ciudadanos tienen hoy una iden-tidad múltiple (local, regional, na-cional, europea...) y que la plurali-dad cultural afecta a todos (no sóloal Estado central). Significa, en re-sumen, abandonar el nacionalis-mo, porque un nacionalista es leala una identidad única o de impor-tancia incomparablemente supe-rior a cualquier otra; y su sueñoson sociedades culturalmente ho-mogéneas y políticamente sobera-nas. En el país y momento en queestamos, esta fórmula de conviven-cia pasa por la consolidación de laorganización autonómica existen-te, avanzando quizás hacia un mo-delo federal pleno; y dejar que paseel tiempo, que los ciudadanos sehabitúen a unas instancias de po-der complejas, entre las que el Esta-do será una más, progresivamentediluido en un contexto que tiendehacia lo supraestatal.

Quienes tanto hemos admiradola cultura cosmopolita y modernade los catalanes esperábamos deellos una propuesta más sofistica-da, un proyecto compatible conidentidades plurales, con referenciaa leyes, garantías y libertades, con-texto internacional, y no a dere-chos históricos, comunidades orgá-nicas y entes metafísicos. Por esonos decepciona el texto que tene-mos sobre la mesa.

José Álvarez Junco es catedrático deHistoria en la Facultad de Ciencias Po-líticas de la Universidad Complutense.Actualmente dirige el Centro de Estu-dios Políticos y Constitucionales.

El liberalismo español ha tendidoa asociar estado, nación y demo-cracia. Se ha sostenido tradicio-nalmente que hacía falta cons-truir un robusto estado españolpara que desde éste se pudieraconstruir una consistente naciónespañola y que sólo el estado na-cional español crearía un sujetosoberano para la democracia. Pe-ro esta visión no corresponde a larealidad. Estado, nación y demo-cracia son tres conceptos distin-tos que no siempre van juntos.Como es bien sabido, hay estadosrobustos y bien asentados que nohan construido una nación, sinoque son estados multinacionales.Asimismo, la democracia existióantes y existe fuera del marco delestado nacional. El ParlamentoEuropeo, por ejemplo, es una ins-titución democrática, pero no sebasa en un estado. Por su parte,el Parlamento de Cataluña, comolas asambleas de las otras comuni-dades autónomas y de varias do-cenas de territorios en Europa,son también democráticos, perotampoco corresponden a estados.

En Europa, España es el casomás claro de intento fallido en laconstrucción de un estado nacio-nal. El núcleo castellano fue histó-ricamente demasiado pequeño yrelativamente débil para construirun estado nacional bajo su pa-trón lingüístico y cultural, capazde asimilar al conjunto de los pue-blos en el territorio. El grado deunificación territorial de Españaquedó muy lejos del caso típico, elestado francés, pero también de laasimilación conseguida por otrosgrandes estados en Europa.

Durante mucho tiempo, la re-

lación de Cataluña con Españafue de “imperio y libertad”, comodijo el historiador Jaume Vicens-Vives; es decir, “imperio” en laobra colectiva en Europa y Améri-ca, y “libertad” en los asuntos in-ternos, regidos en Cataluña porinstituciones representativas pro-pias basadas en las Cortes y laGeneralidad. Fue sobre todo ladisolución del imperio españoldurante el siglo XIX lo que hizoque el proyecto de estado nacio-nal español perdiera atractivo yapoyos. El catalanismo políticosurgió entonces como una bús-queda de alternativa ante la frus-tración y la percepción de fracasoen la construcción española y seorientó a la construcción de unanación catalana, un estado cata-lán e incluso un imperio catalánalternativos.

Quizá lo menos previsible fue-ra que ni siquiera con el estableci-miento, por primera vez en la his-toria, de una democracia durade-ra en España se consolidara laconstrucción de un estado nacio-nal. Posiblemente uno de los pun-tos álgidos en la construcción deun estado nacional español se al-canzara en el periodo de transi-ción 1976-1980. En esos añoscoincidieron varios procesos:

— Un reforzamiento del apa-rato del estado central mediante

la expansión del gasto público ydel número de funcionarios de laadministración, el cual continuódurante los años ochenta.

— Una homogeneidad lingüís-tica y cultural en torno al castella-no relativamente alta, como conse-cuencia de las imposiciones, prohi-biciones y persecuciones de un lar-go periodo dictatorial.

— Una nueva legitimación de-

mocrática del estado, cristalizadaen la Constitución de 1978.

— Un gran aislamiento inter-nacional, acumulado desde mu-cho antes, fuera de la OTAN y dela Comunidad Europea, lo cualfavorecía la introspección.

A principios del siglo XXI, es-tos procesos han cambiado sustan-cialmente. La democracia en Espa-ña ha comportado la dispersióndel estado por arriba y por abajo.Mediante la integración en diver-sas alianzas internacionales, inclui-das la OTAN y la Unión Euro-pea, el estado español ha cedido la

mayor parte de los poderes conlos que había fundamentado susoberanía: la defensa, las fronte-ras, las aduanas, la moneda y granparte de la política económica yotras políticas públicas. Por otrolado, la democracia también hacomportado la afirmación y lasdemandas crecientes de autogo-bierno de naciones pequeñas co-mo Cataluña y Euskadi y las de-más comunidades, a las cuales elestado ha cedido competencias,entre otros temas, en seguridad,educación, sanidad, obras públi-cas y recaudación de impuestos.La diversidad cultural y lingüísti-ca de España se ha incrementado,mientras se han debilitado los sen-timientos de formar parte de unanación española, en beneficio delas identidades autonómicas. Trasun largo periodo democrático, re-sulta, pues, que el estado españolya no es lo que era ni será lo quepudo haber sido y no fue: un esta-do nacional soberano según unmodelo westfaliano y francés.

Lo que existe actualmente enla Europa de la que forma parteEspaña es una democracia multi-nivel en la que los poderes estándivididos y compartidos y ningu-no de ellos tiene una soberaníareal y efectiva. A los distintos ni-veles actúan y a menudo se super-ponen: la Unión Europea, que es

una democracia de tamaño impe-rial; los estados, como el español,que es de hecho multinacional ytiende a organizarse al modo fe-deral, y el autogobierno en liber-tad de las naciones, como Catalu-ña y tantas otras. No existe hoy,pues, una única fuente de sobera-nía efectiva que permita estable-cer una jerarquía lineal de pode-res, sino una diversidad de juris-dicciones.

Cataluña se encuentra, pues,ante una nueva oportunidad de“imperio y libertad”. Es precisa-mente la pertenencia a la UniónEuropea lo que ha abierto nuevasposibilidades y expectativas de au-togobierno. Cataluña, como cual-quier otra comunidad, puede desa-rrollar actualmente variadas rela-ciones multilaterales: no sólo conel gobierno central del estado espa-ñol, sino con las otras comuni-dades autónomas, así como conlas instituciones centrales de laUnión Europea en Bruselas y, enuna Europa sin fronteras, tambiéncon los demás estados y regionesde la Unión. Para que estas rela-ciones multilaterales puedan flore-cer se requieren, sin embargo, re-glas institucionales que sean acep-tadas por todas las diversas unida-des políticas implicadas. Sólo conunas reglas pactadas, los estados,las naciones y los imperios pue-den cooperar y tomar decisionescolectivas en mutuo beneficio. És-te puede ser el mensaje de fondodel nuevo Estatuto catalán.

Josep M. Colomer es profesor de Inves-tigación en Ciencia Política del CSIC yprofesor de Economía de la Universi-dad Pompeu Fabra.

Cataluña vista desde EspañaJOSÉ ÁLVAREZ JUNCO

Imperio y libertadJOSEP M. COLOMER

Hoy en ELPAIS.es: los lectores pueden expresar su opinión y votar en la edición digital sobre el tema a debate.

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¿PUEDE SER ESPAÑA UN ESTADO MULTINACIONAL?

Un nacionalista es leala una identidad únicao de importancia muysuperior a cualquier otra