Castrillonn, Juan, El Intectual como Sujeto Ético

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Universidad del Valle Doctorado en Humanidades Seminario Temático I: Intelectuales, Escritura e Identidad Nacional. Profesor Gilberto Loaiza Cano Ensayo 02. El intelectual como sujeto de la ética moderna Por Juan Diego Castrillón Cordovez Universidad del Valle Abstract Este ensayo se basa en una lectura de la obra “Los intelectuales en la Sociedad Democrática” de Jeffrey Goldfarb 1 , para evaluar el rol de los intelectuales en la construcción de un “ethos”, entendido “ethos” como un tejido” social, logrado a través de una trama de gestos de autonomía y del desarrollo del carácter sobre una urdimbre de normas y de prácticas sociales. Sobre su perspectiva metodológica, no es una investigación formal directa sino que incluye una definición sociológica de los intelectuales desde sus actos dentro de la sociedad, lo cual significa que es una definición descriptiva, “a posteriori”, pero adicionalmente ofrece una definición normativa, estableciendo las conexiones culturales que determinan “a priori” a los intelectuales. Así permite establecer la relación del intelectual en la construcción de un “ethos”, pues se trata de un tipo preciso de actor social, que fija un campo para la acción social en público en un escenario con unas reglas previamente caracterizadas. Goldfarb aborda a los “intelectuales” como personajes en el contexto de la diferenciación social de la modernidad, como grupo social preciso, distinguido por su autonomía frente a la autoridad religiosa, frente al desarrollo de la sociedad de masas (John Dewey y Walter Lippmann), frente a las restricciones del poder y de la jerarquía a través de un “equilibro justo entre civismo y subversión” (C. Wright Mills, y Edgard Said) reconstruyendo el vocabulario político frente a la derrota del socialismo real (Adam Micknik). 1. Introducción. 1 GOLDFARB JEFFREY C, Los Intelectuales en la Sociedad Democrática, Trad. Carmen Martínez Gimeno, Cambridge University Press, Madrid, 2000.

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Universidad del Valle Doctorado en Humanidades

Seminario Temático I: Intelectuales, Escritura e Identidad Nacional.

Profesor Gilberto Loaiza Cano

Ensayo 02. El intelectual como sujeto de la ética moderna

Por Juan Diego Castrillón Cordovez Universidad del Valle

Abstract

Este ensayo se basa en una lectura de la obra “Los intelectuales en la Sociedad Democrática” de Jeffrey Goldfarb1, para evaluar el rol de los intelectuales en la construcción de un “ethos”, entendido “ethos” como un tejido” social, logrado a través de una trama de gestos de autonomía y del desarrollo del carácter sobre una urdimbre de normas y de prácticas sociales.

Sobre su perspectiva metodológica, no es una investigación formal directa sino que incluye una definición sociológica de los intelectuales desde sus actos dentro de la sociedad, lo cual significa que es una definición descriptiva, “a posteriori”, pero adicionalmente ofrece una definición normativa, estableciendo las conexiones culturales que determinan “a priori” a los intelectuales. Así permite establecer la relación del intelectual en la construcción de un “ethos”, pues se trata de un tipo preciso de actor social, que fija un campo para la acción social en público en un escenario con unas reglas previamente caracterizadas.

Goldfarb aborda a los “intelectuales” como personajes en el contexto de la diferenciación social de la modernidad, como grupo social preciso, distinguido por su autonomía frente a la autoridad religiosa, frente al desarrollo de la sociedad de masas (John Dewey y Walter Lippmann), frente a las restricciones del poder y de la jerarquía a través de un “equilibro justo entre civismo y subversión” (C. Wright Mills, y Edgard Said) reconstruyendo el vocabulario político frente a la derrota del socialismo real (Adam Micknik).

1. Introducción.

Sobre el ethos, una referencia clásica de su significado es que se trata de una morada surgida del tejido de reflexiones sobre la bondad o maldad de normas y costumbres bajo un mismo techo, que caracterizan a los habitantes de esa morada. Si quienes hacen una reflexión crítica sobre la realidad moderna son entre otros, los intelectuales, tejedores de la modernidad, ¿cómo diferenciar a esos constructores del ethos moderno?

El sociólogo Jeffrey Goldfarbi ha propuesto una lectura sobre los intelectuales. Pretende en particular, “demostrar qué hacen los intelectuales cuando apoyan la vida democrática”. Sin embargo la investigación es adrede una combinación de investigación empírica2 y normativa sobre la situación de la democracia y los intelectuales, lo cual

1 GOLDFARB JEFFREY C, Los Intelectuales en la Sociedad Democrática, Trad. Carmen Martínez Gimeno, Cambridge University Press, Madrid, 2000.

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ofrece como ventaja una lectura más abierta a la interdisciplinariedad que invita a una aproximación holística del objeto de estudio.

La tesis principal definida por su autor, es que la disminución de la actividad de los intelectuales representa una amenaza para la democracia, considerando que ayudan a una discusión informada sobre los problemas de las sociedades, civilizan la contestación política, subvierten el consenso complaciente dentro de los límites de la democracia, otorgan a los enemigos la posibilidad discursiva de convertirse en oponentes y facilitan las deliberaciones públicas sobre problemas que las normas del civismo han enterrado En su actuación, diferencia a los intelectuales desde el ejercicio de su autonomía de la vida cultural del poder político y económico, como requisito par que exista una vida intelectual libre. Dicha autonomía que preocupa a los intelectuales que actúan en la Europa poscomunista, en Estados Unidos se concreta en la preocupación por los principales problemas sociales, como el de la discriminación racial, (Malcom X, quien es analizado en el capítulo 8) o la discusión cívica reflexiva sobre las políticas culturales y los eventos reseñados por los medios masivos. Llama la atención que esa misma autonomía que pondera, le parece además “peligrosa” cuando se ejerce desde instituciones culturales, como la que goza la universidad estadounidense, pues cuando es demasiado completa, lleva, según Goldfarb, “a la sublimación de la contestación política” (cap7).

Finalmente, se postula a favor de un intelecto democrático con compromiso, pero sin subordinación a ideologías, que aborde el problema crucial que afrontan los intelectuales democráticos, en desarrollar un equilibrio justo entre civismo y subversión.

En la lectura del papel del intelectual, contrapone a John Dewey (filósofo académico) y Walter Lippmann (periodista renombrado) dos de los intelectuales prominentes de la primera mitad del siglo XX, quienes se han enfrentado a las complejidades de la relación entre los intelectuales y el público. Ninguno es ideólogo. Ambos son demócratas, de modos opuestos, defensores del fin de la ideología, condenaban a los ideólogos, a quienes pretendían sustituir por el experto y el técnico. A Dewey3 (The Public and its Problems) lo ubica como un profesor populista, un científico con opiniones antielitistas, cuestionado en Europa por su justificación al capitalismo pero en la periferia socialista del consenso estadounidense. Lippmann4 (Public Opinion) en cambio es descrito como representante de una clase conservadora, erudito, fundador del Club Socialista de Harvard, judío que comprendió el antisemitismo de Hitler y las cuotas antijudías de Harvard, un hombre del establishment que concluyó su carrera como opositor a la guerra del Vietnam.

Para Lippmann el individuo es incapaz de comprender las complejidades del mundo político mayor desde su posición parroquial. Para Dewey sóleo

2 En su trabajo no se pretende un estudio descriptivo sobre su situación en las sociedades contemporáneas (cf. Ron EYERMAN, Between Culture and Politics: intellectuals in Modern Society, Cambridge Mass. Blackwell, 1994.) 3 DEWEY John. The Public and its Problemas. Chicago, SWALOW Press. 1980. Publicado por primera vez en 1927.4 LIPPMANN, W. Public Opinión, N.Y. The Free Press. 1967, publicado por primera vez en 1922.

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existen posiciones parroquiales. Estas constituyen y reconstituyen en interacción al mundo social más grande. Su proposición inicial es que los seres humanos se asocian. Las instituciones sociales son solo ejemplos de interacción humana. Si desde Lippmann si el problema del público es la incapacidad del individuo, se soluciona en la superación de esa incapacidad con la intervención de expertos, desde Dewey ve el problema en el fracaso de la relación entre actividades asociativas.

Dada la fractura que ambos reconocían entre los poderes, el público y los intelectuales, el público de los intelectuales son los poderes según Lippmann. Según Dewey el intelectual debe dirigirse al pueblo. Ambos representan una crítica a la tradición ideológica.

Cuando en los años 60 se presentaron explosiones culturales, las limitaciones de la posición del fin de la ideología fueron patentes, había necesidad de una concepción del intelectual que conlleve a algo diferente de un experto y de un ideólogo, como voz de los movimientos sociales, en relación orgánica con las fuerzas sociales críticas que cuestionan el orden de cosas existente. También confronta los papeles de intelectuales de C. Wright Mill, realista descontento, idealista cínico, crítico radical de las élites del poder y de sus bases de poder institucionales, a la vez que era profesor de una de las principales instituciones universitarias de élite. Lo contrasta con Edward Said sociólogo crítico de la cultura occidental hegemónica, representativo de la cultura palestina en Estados Unidos.

2. El intelectual como paradigma del constructor de un “ethos”

Para delimitar el objeto de análisis, la figura del intelectual puede ofrecer parámetros para determinar el rol de los actores sociales, “agentes de deliberación en público” (Goldfarb, P. 58-59) en la construcción de un ethos. A modo de objeción, podría argumentarse que el papel de los “intelectuales”, no está ligado necesariamente a la lucha por la satisfacción de necesidades o por la supervivencia de un colectivo social, a diferencia del “proletariado”, o la “burguesía”, o la “aristocracia” o el estamento “militar”. Luego el significado de su aporte en la construcción del ethos moderno sería muy limitado. Tampoco se advierte contemporáneamente un reclamo identitario como el de grupos específicos como las “mujeres”, “los afro descendientes” o los “homosexuales”.

Sobre el ethos, una referencia clásica de su significado es que se trata de una morada surgida Si quienes hacen una reflexión crítica sobre la realidad moderna son entre otros, los intelectuales, tejedores de la modernidad, cómo diferenciar a esos constructores del ethos moderno?

Sin embargo, los intelectuales han dejado vestigios detallados, propositivos, deliberados, intencionales, contestatarios para afectar la historia colectiva. Sus roles están mejor ilustrados inclusive con testimonios personales como representantes de la “intelligenzia”, y por lo mismo su aparición posibilita mayor diversidad de análisis y propuestas interpretativas acerca de las condiciones de la construcción de un ethos social por parte de los intelectuales.

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Se puede objetar que el intelectual moderno no corresponde a los actores fundamentales de la modernidad sino a las sociedades premodernas5. Por lo mismo tenerlo como referente como constructores del ethos moderno se dificulta.

Es de reconocer que no todos los que elaboran un tejido de reflexiones sobre la bondad o maldad de normas y costumbres bajo un mismo techo, que caracterizan a los habitantes de esa morada, no son necesariamente modernos en el sentido de pertenecientes a la cultura de la ilustración. Sin embargo todos los intelectuales son modernos si consideramos que la arquitectura que abordan y que los diferencian de pensadores del pasado es una arquitectura moderna, fundada en la autonomía, el libre examen, el reconocimiento de la individualidad, la búsqueda de la democracia...

La respuesta a esta objeción se halla en Goldfarb, quien al argumentar que el intelectual tiene un papel y este es solo el escenario histórico de la modernidad, y nó antes. Es figura pública del contexto social de la modernidad. No es solamente el usuario de una forma particular de habla o discurso (Alvin Gouldmer) o aquellos que usan símbolos en su actividad profesional (Seymour Martín Lipset, junto a Gouldmer, citado por Goldfarb)

A diferencia de los pensadores del pasado, el intelectual –entiéndase moderno- es expresión de la diferenciación social entre los sistemas de coacción, producción e intercambio, y de la división del trabajo, mientras que en las sociedades premodernas, donde el reclamo de la autonomía era un caso excepcional, los precursores del intelectual moderno mantenían una relación íntima con el mundo religioso, político, económico y social, el sistema de coacción legítima (el estado) no estaba separado del sistema de producción e intercambio. (P 42). Por esta valida razón se asume al intelectual como actor social de la modernidad.

Se puede objetar además que la arquitectura de los intelectuales no compromete las mismas condiciones de posibilidad para todos los actores sociales. Sin embargo, abordar casos ilustra, permite diferenciar elementos

5 La autonomía de los intelectuales en las sociedades modernas, surge como parte de esta diferenciación social que puede ser planteada desde distintos enfoques: Para los marxistas, las complejidades del orden moderno estaban relacionadas con el modo de producción capitalista. Por el contrario Max Weber creía que el orden moderno se basaba en definitiva en una orientación racional del mundo. George Simmel pensaba que la clave del orden del moderno consistía en su utilización del dinero como medio de cambio abstracto universal, mientras que Emile Durkheim creía que era la complejidad social y moral la que lo definía. Talcot Parsons estudioso de estos y otros sociólogos clásicos, otorgó atención especial a la naturaleza de la acción social, cómo se forman las estructuras sociales específicas para cumplir funciones precisas para la supervivencia general de la sociedad compleja, y en sus últimos años se ocupó de las primeras problemáticas de la acción social y del funcionalismo estructural utilizando el marco de la teoría de sistemas. Niklas Luhmann ha desarrollado esta postura parsoniana de madures en su versión propia de la teoría de sistemas. A su vez Jurgen Habermas ha presentado la respuesta más sistemática a su planteamiento con su teoría sobre la comunidad ideal diálogo y la crítica del análisis de sistemas.

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para caracterizar un problema, sin que se pretenda hacer generalización de condiciones de posibilidad para todos los actores sociales.

Los intelectuales no constituyen una nueva clase dirigente, no son los principales agentes de la historia como imaginaron los marxistas al proletariado. Las sociedades pueden actuar sin ellos. Pero en distintos casos recientes de nuestra historia global, que cita Goldfarb, (bajo el control estrecho a los intelectuales, China, bajo el criticismo intelectual de Rusia, o bajo la tradición antiintelectual de Estados Unidos o mediante la glorificación de los intelectuales en Francia), los intelectuales ayudaron a constituir ámbitos públicos libres para el discurso y la acción críticos que son parte crucial de la política democrática.

3. Algunos problemas de la actuación del intelectual

El problema del tejedor es que se quede sin urdimbre y sin trama, y del actor es que se quede sin escenario y sin público. Cuando la discusión es escasa significa que se reduce el escenario para diferenciarlo como actor. No hay hilo para el diálogo. No hay tejido, no hay texto. Cuando el proyecto es democrático, la condición principal es que el actor pueda hablar, que además del monólogo haya diálogo como signo de la tolerancia de opiniones disidentes que va más allá del ejercicio de la libertad de prensa y significa el reconocimiento de la diferencia en la unidad.Pero hay otros problemas que afectan su capacidad como agente social, el ascenso de los regímenes represivos, la pérdida de autonomía ya disminución y es el aumento de la información irrelevante:

Disminuye la discusión ilustrada: Las ciudadanías democráticas desconfían de por si del elitismo que implica la posición del intelectual. La mediocridad prevalece en las decisiones políticas, observable en todo el mundo (percepción que estima vigente desde las criticas de Hannah Arendt6. El intelectual está llamado a hacerse evidente en la discusión pública al provocar una conversación seria sobre los problemas que se nos plantean. Si él no lo hace, según Goldfarb, nadie lo hará. Significa que el intelectual aparece claramente diferenciado frente al agente de las instituciones políticas o ideológicas, por fuera de campañas estratégicas de manipulación de masas, o apelación desde programas políticos a los prejuicios populares, tanto en su forma como en su contenido.

Aumenta la información de entretenimiento: Los medios de comunicación ponen en entredicho la posibilidad de llegar al público Paradójicamente se observa que el déficit de deliberación ocurre cuando hay mayor intercambio de información. La información se ha convertido en una base fundamental de poder y riqueza, es una característica central de la sociedad postindustrial., pero no produce automáticamente discusiones informadas. Aunque hay quien sostenga que la vida de los intelectuales la sostienen los medios de comunicación masiva (Ross, Aronowitz, 1989)7, están organizados con

6 Arendt, Hannah, Crisis en la Cultura: Between Past y Future, New York, Penguin 1980)

7 ROSS, Andrw, No Respect: Intellectuals and popular Culture, N.Y. Routledge, 1989. ARONOWITZ, Stanley, Roll Over Beethoven: The return of Cultural Strife, hannover, Wesleyan University pres, 1993.

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limitaciones muy significativas a la discusión pública y a las posibles actividades de los intelectuales críticos. Las nuevas formas de intercambio son menos participativas, menos deliberativas y más manipuladoras. Se trata de un giro inevitable según la escuela realista de la democracia de Joseph Schumpeter y Robert Dalhl, donde los cargos en sociedades complejas en un gobierno de competencia y acción de la élite, en una poliarquía, como alternativa práctica a la tiranía. Sin embargo el problema de esta postura es que parece sacar al público del juego democrático.

Empieza a resultar difícil mantener la distinción fundamental entre noticias y entrenamiento. Las normas del periodismo se han rebajado. No se pretende razonar e ilustrar, sino ridiculizar y entretener. Los programas de debate educado y distinguidos periódicos de opinión están quedando marginados, pues llegan a los creadores de opinión de élite, pero parece que no al público general más amplio.

Reinan regímenes represivos: Cuando reinan los regimenes represivos, el silenciamiento de la discusión es lo habitual. En el mejor de los casos, la discusión seria se margina; en el peor, se silencia.

Una figura excepcional como Sócrates representa el dilema del intelectual en la sociedad democrática. Su presencia era necesaria como especialista en la discusión libre, insertada en los procedimientos corrientes de la vida democrática. El gran logro de la democracia ateniense es que toleró a Sócrates. Sin embargo la tragedia fue que un régimen represivo decidió imponerle límites a la tolerancia.

Pérdida de la autonomía: No es el Estado el que le define la actividad propia. Corresponde a los intelectuales como actores de la modernidad, el papel regular de extrañamiento social. Tanto el intelectual comprometido críticamente como el enclaustrado tienen papeles regulares y hasta cierto punto, estables, lo cual es sorprendente si suelen ser los intelectuales quienes están más distantes e n la sociedad, con frecuencia en la academia. El caso no es sólo típico de los intelectuales de la modernidad, sino de figuras excepcionales o precursoras como Platón y sus colegas, quienes abordaron la tensión entre el intelectual y el demos alejándose de éste. Se forjó la independencia intelectual con resultados maravillosos.

El problema del compromiso por defecto o exceso: Además de factores institucionalizados de las sociedades complejas en la era democrática: los medios de comunicación, los obstáculos también son consecuencia de las aptitudes limitadas y de la voluntad mal dirigida de los mismos intelectuales. Evitan el compromiso político por conveniencia o debido a una confusión sobre su papel potencial en la sociedad. Han entendido mal su relación con la política. Algunos se entregan demasiado a su compromiso ideológico, otros tratan de evitar a toda costa la ideología, rechazando las responsabilidades

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públicas en nombre de la ciencia, las artes y la erudición desinteresada.8

Para evitar estas dificultades es necesario comprender quién es el intelectual democrático, apreciar que es un extranjero que presta atención especial a sus facultades críticas, un agente autónomo que fomenta la discusión informada en público. Pero la vida democrática es un problema en sí. Está en eclipse en el siglo XX y no es claro si los poderes obran contra el público, la democracia, los intelectuales, o a que el público es una manifestación del poder del centro contra los subalternos, o a que se ha roto la tradición de sentido común político. Por ello Goldfarb pasa a considerar cómo abordan los intelectuales y sus conciudadanos los problemas de déficit de deliberación y la constitución problemática de la vida pública, reconstruyendo el vocabulario político como se hizo al reintroducirse en el mundo del socialismo real el concepto de sociedad civil en conflicto con el Estado, o cuando se muestra cómo la autonomía de la vida cultural frente al Estado se cultiva en la Europa poscomunista.

4. De Lippmann y Dewey a Mill y Said

La confrontación con el “otro” presenta infinito número de soluciones tanto informales como formales. Si los intelectuales definen su relación con el público y ayudan a responder sus demandas, se siguen los planteamientos elitista y democrático radical (Lippmann y Dewey). Pero, las élites a las que hay que dirigirse son las de los dominantes o las de los subordinados. El público al que hay que dirigirse es el público en general o un grupo concreto. Cuál dirección sirve a los intereses de la democracia. Cuál sirve a los intereses de la eficiencia y la prominencia política.

Lippmann, como crítico de Dewey, plantea la carencia de la gente común para entender de modo crítico las complejidades sociales y opta por la discusión informada entre la élite política e intelectual.

8 implica distinguir ideas políticas y principios, por una parte, e ideología y su política de coacción por la otra: (ARENDT Hannah, The Origins of Totalitarianism, pag. 460-482y “Truth and Politics” en Betweeen Past and Future, pags 227-264, citado por Goldfarb)

i Jeffrey Goldfarb .Ph.D. in Sociology, University of Chicago, 1977; M.A. in Sociology, State University of New York at Albany, 1972; B.A., State University of New York at Albany, 1971. Professor of Sociology. Courses Taught:Media and Micro-politics.Advanced Seminar in Sociology of Culture.Politics of Small ThingsThe New School for Social Research.Sociology Department. 65 5th Ave, Room 431. New York, NY  10011.Phone Number/Extension: 212-229-5737 x3127. Email: [email protected] Publications:

"The Politics of Small Things, Left and Right" (2006) The Politics of Small Things: The Power of the Powerless in Dark Times (2006) Civility and Subversion: The Intellectual in Democratic Society (1998) After the Fall: The Pursuit of Democracy in Central Europe (1992) The Cynical Society: The Culture of Politics and the Politics of Culture in American Life (1991) Beyond Glasnost: The Post- Totalitarian Mind (1989) On Cultural Freedom: An Exploration of Public Life in Poland and America (1982).

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Wrigjt Mills9, postmoderno, sociólogo crítico de las élites norteamericanos y de las estructuras de poder, extiende sin embargo la postura de Lippmann. Sostiene que la misma constitución de un público general es una forma estructurada de desigualdad. Algunos poseen los recursos para dominar la discusión pública y otros están destinados a ser dominados debido a la distribución desigual de los recursos culturales. Las nuevas perspectivas y las personas que han entrado en el dominio público están necesariamente subordinadas a las reglas de quienes antes los habían excluido.

Edward Said, celebridad intelectual en la izquierda estadounidense, al lado de Noam Chomsky y Cornell West, en su libro orientalismo, invoca en la opinión pública, en particular la occidental, una posición superior hacia otro universal, que distorsiona la historia al servicio de intereses de las potencias occidentales. Said pretende nivelar el campo de juego de la cultura política.

En sus representaciones del intelectual, Said plantea al intelectual como el último agente social que posee la habilidad para resistir las fuerzas de la sociedad de masas, con su propensión a forzar la uniformidad y deshumanización. Considerando con Mills que el individuo es manipulado y limitado por los poderes de las grandes instituciones sociales, Said plantea que la relativa debilidad no es solo de individuos sino de los seres humanos a los que se considera de condición subalterna: minorías, pueblos y estados pequeños, culturas y razas inferiores o menores. El intelectual entonces debe estar al lado de los débiles y no representados. La atención se centra en la constitución de grupos específicos de identificación.

Si la opción es por los débiles, hay que evitar que en la relación con el público, se caiga en una política del espectáculo y de la desesperación, dirigida contra la élite del poder y el público en general. O que se caiga en una política de provocación con un lenguaje revolucionario incomprensible al público.

La meta del compromiso intelectual para Said no es difundir sentido común, como era el fin de Dewey y Lippmann e incluso Mlls. Es más bien desestabilizar las interpretaciones comunes en nombre de los marginados, ser subversivo no en nombre de la verdad sino de una posición de identidad. No es agente para la deliberación pública sino de afirmación política La debilidad de este argumento es que si se reconstruyen las deliberaciones comunes, se socava la democracia

El populismo izquierdista y el derechista comparten su recelo hacia el elitismo intelectual, (HOFSTAEDER, 1962) porque o privilegia a los privilegiados, o es una fuerza cosmopolita que denigra las creencias comunes y costumbres tradicionales de la gente corriente10. (BORDIEU, 1984). Sin embargo, los intelectuales están en ambos lados de las barricadas y tienen la tendencia a funcionar como reyes filósofos. Hay que considerar que se requiere hablar y actuar en presencia de los otros” (Hannah Arendt) de modo que el multicuralismo no resulte en una forma de multitribalismo.

9 WIRGHT MILLS, C, The Sociological Imagination, New York, Oxford University press. 1959. La imaginación sociológica, Mexico. FCE. 1993. The Power Elite, N.Y. Oxford Universituy Press. 1956.pag3.10 HOFSTAEDER, R. Anti-Intellectualism in American Life. New York, Vintage Books, 1962. BORDIEU, Distincion: A Social Crítique of the Judgement of Taste, Cambridge, Mass. Harvard University Pres. 1984

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Civismo y Subversión: Existe la tendencia de los observadores culturales y los activistas políticos de definir a priori cuál debe ser la solución de los problemas. Los temas incluidos requieren un examen detallado, no amplias soluciones teóricas. Se requiere subvertir –con el freno del civismo- los dominios públicos para la discusión de problemas sociales. Se trata de una “Política discursiva”: Frente al debate, quienes pretenden mejorar el debate de formación del consenso, (EJ. Martin Luther King) suelen estar reñidos con quienes buscan subvertir con malos modos lo que consideran una convención opresiva (Malcom X). A posteriori, cabe apreciar que tanto la subversión como el nuevo consenso forjado contribuyeron a que hubiera cambios en las relaciones raciales en Estados Unidos.

En el texto e Goldfarb finalmente se hace un perfil de Malcom X como figura intelectual que subvierte las convenciones culturales, o a través de la discusión cívica reflexiva sobre los acontecimientos mediáticos. También ofrece una panorámica sobre la situación del feminismo en las nuevas democracias de Europa Central. Como teórica de la situación señala a Peggy Watson, quien argumenta que la democratización de los países de Europa Central ha significado la adquisición de poder por parte de los hombres, una ascensión de la masculinidad, la marginación de las mujeres y la oportunidad para el feminismo. “La sociedad civil moviliza las diferencias que subvierten su idea universal”

5. Ideas para una tesis sobre una ética de la modernidad y la una diferenciación de actores en la arquitectura etica moderna

Al abordar (de modo descriptivo y normativo) la historia bicentenaria del conflicto colombiano, llama la atención indagar sobre si los conflictos entre actores sociales pudieran comprenderse desde la diferenciación de las condiciones, eventualmente insuficientes o inadecuadas de los actores sociales para la construcción del ethos colombiano común.

Hasta ahora ha sido hegemónica la lectura del simple o detallado relato sobre las causas objetivas del conflicto como lucha por la satisfacción de necesidades y la supervivencia. Ha sido relevante la tradición hobbesiana, (con referentes en la tradición de los fundadores de la teoría económica liberal y del marxismo). También ha predominado la búsqueda de soluciones a través del procedimentalismo en el diálogo y consenso.

Adicionalmente en la explicación de los conflictos no ha faltado la apelación retórica, tecnocrática, demagógica o autoritaria para explicar y enfrentar la pobreza y la marginalidad.

El debate puede quedar atrapado entre idealistas contra materialistas. ¿La perspectiva moderna secularizada fomentó la evolución económica y política o fue la economía política la que produjo la nueva perspectiva? Comprender toda la configuración de la arquitectura moderna, de construcción del “ethos” de la modernidad, sustentadora y en conflicto consigo misma, es un problema teórico mucho más interesante y con muchas mas implicaciones prácticas urgentes” (Goldfarb, Pág. 45)

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Es por esta razón se requiere destinar mayor espacio para una interpretación disidente, que advierta la multi causalidad de los distintos fenómenos biopsicosociales, considerando que estos son susceptibles de leerse como problemas de construcción del “ethos” de un “nosotros”, y para utilizar una clave Lacaniana, para diferenciar los problemas de construcción del ethos de una colectivo social, una comunidad “imaginaria”, “real” y “simbólica”, tanto por si misma como por otras comunidades imaginadas.

Lo anterior significa que discernir sobre el problema no es solo es tratar sobre los determinantes objetivos económicos del conflicto relacionados con los procesos de producción y distribución del bienestar, o que el problema sea procedimental de solución de conflictos ante la aplicación de todas las formas de lucha. Significa que el problema también puede explicarse e interpretarse como una puesta en escena con muchas más implicaciones prácticas.

Si el conflicto social entre los llamados a compartir un proyecto común, llega hasta la aniquilación del otro, y se requiere explicarlo: Se trataría de un ejercicio descriptivo de un fenómeno social o se podría hacer una explicación normativa, o se trataría de problemas de autoconciencia, o problemas de relaciones y de aproximación a los problemas propios, o se trataría diferenciar al otro en la praxis social, donde se asumiera la diversidad y la diferencia dentro de la unidad. El abanico de opciones puede ampliarse y variar si asumimos la comprensión del ethos desde la tópica del tejedor, el armador de tejidos, de textos, o desde la tópica del arquitecto confrontado con la construcción de una morada, un techo vital.

Este es un problema más interesante que cuestionar si fue la perspectiva moderna la evolución económica y política o si fue al revés, que la economía produjo la nueva perspectiva.

Aquí el texto de Goldfarb es revelador de posibilidades de análisis:

No sólo está amenazado de desaparición el intelectual como figura de la modernidad frente al experto y tecnócrata, sino el público moderno, crítico, debatiente, comprometido, bajo una cultura de masas informadas. No puede haber público sin una plena publicidad respecto a todas las consecuencias que le conciernen, según Dewey. Por otro lado, las experiencias de un gobierno de expertos ha resultado políticamente imposibles y probablemente inefectivas.

Existe una fractura entre el estado, los poderes corporativos y la gente común frente ala cual resulta dudoso que pueda superarse mediante la educación, la conversación, el diálogo, (Dewey, Lippmann, Habermas, Rawls) sin unos medios adecuados de afrontar injusticias.

La necesidad esencial frente al público, es la mejora de los métodos y condiciones del debate, y la persuasión superando los estereotipos de los medios acerca de lo que es verdad.

La necesidad esencial frente a los intelectuales, es la persistencia en la contribución a cambios que están más allá de su control, como héroe develador de la mentira del discurso hegemónico y de las grandes narraciones de la supuesta historia universal.

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El reto de la diversidad, de una sociedad sin un ámbito común, sin un centro. Implicaría cuestionar si alguna vez hubo un ámbito común.

El problema ante la exclusión sistemática de los marginados, de los afrodescendientes y de las mujeres, no puede solidificarse mediante la inclusión de los antes excluidos. Se debe transformar la base asociativa del ámbito común. Por ejemplo incorporar a los negros al sistema partidista demócrata significa incorporar las iglesias negras como escenarios importantes para la vida de ese partido. En el sur, dada la persistencia del racismo, el sólido sur demócrata se está transformando en el sólido sur republicano.