Castellanos-El Eterno Femenino

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un clasico de la escritora mexicana Rosario Castellanos

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  • PRESENTACIN

    En Poemas ya vaticinaba Rosario Castellanos la esencia misma de su propia perennidad al con-cluir en la Lamentacin:

    ...Porque yo s que para m no hay muerte. Porque el dolor y qu otra cosa soy ms que

    dolor? me ha hecho eterna" Ms tarde, nueva Dido que retorna al mundo de los vivos, afirma en Meditacin en el umbral:

    "Debe haber otro modo... Otro modo de ser humano y libre. Otro modo de ser." Despus de renacer al mundo de las formas

    que en esta segunda etapa creativa asumiran

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  • significados ricos en nuevas dimensiones se lan-za la escritora en busca de nuevos derroteros. A partir de esta poca su prosa presenta facetas don-de alternan un humorismo e ingenio que fueron, ms que ornamento, virtudes primordiales de la mujer. La alegra campea a lo largo de sus ensa-yos y artculos periodsticos, a los que slo en ocasiones ensombrece el recuerdo de aquella vida anterior donde imperaran la soledad y la eterna presencia de la muerte. Su mirada, siempre vida y lcida, se aleja del mbito melanclico de la propia desdicha para volcarse enternecida en la contemplacin de sus semejantes.

    Desde Album de familia va a trasladar la asfi-xiante atmsfera de la irredenta provincia a los mbitos "liberados" de la gran ciudad, pero vuel-ve a reconocer all las mismas llagas que abre la injusticia organizada con su huella implacable.

    Ms tarde, en vsperas de iniciar sus triunfos como mujer de carrera, ha de definir sus recn-ditas afinidades con la literatura teatral. Ya dos intentos anteriores en que haba ejercitado su plu-ma en este campo, Salom y Judith, se haban traducido en un mero logro de poesa dialogada que, no obstante la belleza intrnseca del texto, careca de funcionalidad y dimensiones dram-ticas.

    As, en el otoo de 1970, cuando su agitada existencia transcurra entre la crtica, la ctedra universitaria, las conferencias y el "arduo apren-dizaje de ser madre" recibi un llamado telef-nico de la actriz Emma Teresa Armendriz y su esposo, el director teatral Rafael Lpez Miarnau. Ambos haban seguido con regularidad la produc-cin periodstica de la escritora y creyeron des-cubrir en sus artculos semanales un trasfondo ideolgico, una vena humorstica y un lenguaje que se antojaban ms idneos para las tablas que para las lneas gata.

    "Segregando adrenalina como perro de Pvlov" (segn ella misma lo afirmaba, sufra esta reaccin cada vez que palpaba la menor manifestacin de afecto), Rosario Castellanos acept asistir con los Lpez Miarnau a una serie de entrevistas en las cuales habran de discutir sobre una posible obra teatral que planteara los problemas de ser mujer en un mundo condicionado por varones. Y si bien al principio no acept el encargo que le propo-nan sus nuevos amigos por considerarse incapaz de cumplirlo, prometi proporcionarles toda la informacin en torno al tema, siempre y cuando fuera otro el que diera la forma dramtica.

    A pesar de esta reserva inicial, las perspectivas crticas que desde ese instante quedaban abiertas

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  • a su imaginacin deben haberle parecido ilimita-das. Frente a semejante proyecto, podra volver a dar pruebas de su inteligencia e integridad como escritora y manifestar con valenta su apego a la verdad sin duda el rasgo sobresaliente en toda su narrativa a la vez que argumentar racional-mente sobre el aspecto femenino, elemento cons-tante en toda su lrica. Adems, como a la sazn proliferaban por todas las latitudes brotes "femi-nistas" que fatalmente acababan desfeminizando a la mujer, el reto se antojaba, amn de atractivo, rico en posibilidades de definicin.

    Desde luego se organizaron las reuniones que semana a semana se repitieron durante varios me-ses. En las tertulias la poetisa departa con gente de teatro, y slo dej de asistir a ellas al marcharse a Israel para desempear el cargo de embajadora de Mxico. Pero en las charlas que precedieron su partida, mientras analizaba los problemas de la mujer y prodigaba con pleno conocimiento de causa los datos que posea, en su nimo haba surgido el secreto anhelo de dominar el lenguaje dramtico como medio de expresin.

    A principios de 1971, ninguno de los varios es-bozos que los dems presentaran haba resultado del todo satisfactorio, y as el proyecto no lleg a cristalizar antes de su viaje.

    Muchas fueron las ocupaciones que durante los primeros meses agobiaron a la embajadora al lle-gar a Tel Aviv. Pero al cabo de una adaptacin inicial, pronto hall en su nueva existencia el cli-ma favorable para dar forma a un propsito que haba quedado rezagado e inconcluso. Luego, la solucin surgi de repente, y de la idea fundamen-tal brot la escritura sin ningn esfuerzo. As, para la Pascua de 1973, termin Rosario Castellanos esta farsa, que le pareci literariamente aceptable. Aprovechando la solemnidad e importancia de las fiestas en Israel, decidi quedarse sola en su casa de Tel Aviv durante aquellas cortas vacaciones para pasar a mquina su manuscrito, que concluy entre el 19 y el 23 de abril.

    Haba ya dado pruebas incontables de maestra y naturalidad en su lrica: con sus poemas haba trascendido recnditas zozobras, se haba liberado de las angustias ms personales, haba moldeado la delicada imagen del sufrimiento individual y proferido el xtasis de la belleza interior al des-cender hasta los ms profundos abismos de la desesperanza. En la narrativa, su ndice iracundo desenmascaraba la injusticia cuando narraba con ternura la sordidez en que se debaten las vctimas del atropello y el oprobio atvicos. Ahora, en esta comedia, inauguraba una nueva veta; desbrozando

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  • un campo virgen dejaba caer el grano del que bro-tara el fruto acaso ms jovial y ameno de su crea-cin literaria; prolongaba su personalsima posi-cin ante el feminismo, donde siempre se mani-fest abierta y categricamente como mujer que en ninguna circunstancia estaba dispuesta a dejar de serlo.

    En El eterno femenino Rosario Castellanos arranca las mscaras, combate mitos y, ante un conflicto que no por dramtico resultaba menos ambiguo e impreciso en el planteamiento, apunta con idioma gil, jocoso y dctil, contra la hip-crita complicidad de hombres y mujeres que se arrellanan en un status quo del que ambos sexos pretenden obtener ventajas y provechos. Rosario Castellanos haba vuelto a la vida para re-suscitar esta vez el smbolo perenne de toda su obra an-terior. Slo que no iban a escucharse en la fres-cura de estas pginas los plaideros acentos de Dido que llora resignada la prdida irreversible, como tampoco resonaran aqu el grito arrogante de Salom ni la rspida ternura de Judith dolo-rida. No ms "esas mujeres despeinadas por la desesperacin. El dolor es otra cosa mucho ms tranquila y perdurable. Y no se expresa, de all su fuerza".

    Aqu la mirada de la poetisa escudria el mun-

    do a travs de una nueva lente, bajo un prisma distinto, para resumir desde esa nueva atalaya la amplia visin que logr integrar durante su mul-tifactica existencia. En el transcurso de la obra replantea la misma interrogante que estuvo pre-sente en su lrica, en la novela y en el cuento, pero la ilumina con nuevos matices y dentro de los marcos ms diversos. La historia entreteje su ima-gen en la trama de la sociologa contempornea; las protagonistas rechazan a travs de la accin dramtica todo comportamiento acartonado y con-vencional. Desde Lupita hasta la Corregidora, las mujeres establecen tcita o expresamente la nece-sidad de hallar ese "otro modo de ser humano y libre".

    La autora decapita a sus marionetas en el tin-glado mismo para que cada personaje, despojado de falsos oropeles, se lance en pos de otro rostro. Pero esta vez han de ser nuevos rasgos que corres-pondan a una realidad individual, familiar, social y nacional, que Rosario Castellanos propone para erigir un mundo congruente y autntico despus de haber desintegrado artificiosos esquemas que slo satisfacen las exigencias de la mala fe a la ma-nera de Sartre. Ni falsos herosmos ni simulada abnegacin han de hallar cabida en el nuevo or- den que nos propone la escritura. Jocosa, su ver-

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  • dad se pavonea en cada escena sealando las con-secuencias y mostrando los inconvenientes; y es tal la comicidad que destilan el dilogo y las si-tuaciones, que apuramos gustosos el trago amargo saboreando a cada instante los agridulces resabios. Cada personaje proyecta su dimensin actual a la vez que encarna el smbolo de ancestrales menti-ras; se despejan las incgnitas con la advertencia de que un mundo basado en flaquezas ajenas, en pretendidas sumisiones y compromisos hipcritas, es frgil castillo de arena que es preciso recons-truir a partir de cimientos de mayor solidez.

    Responsables del embuste son tirios y troyanos, hombres y mujeres, jvenes y viejos, fuertes y dbiles. Los unos quienes bogan a bordo de una barca que se desliza impvida sobre aguas crista-linas por no enturbiar la diafanidad con el limo que se adivina bajo la aparente calma; los otros, por no decidirse a derribar el dolo en que han logrado acumular sobre la "esclava venerada" la cmoda proyeccin de madre, esposa y amante; los ms, por no atreverse a alterar el orden indis-cutible en la "tierra de Dios y Mara Santsima"; el poderoso por arbitrario y el dbil por inerme, pero todos son cmplices al fin de una culpgena conjura en la que hasta el hroe histrico se ve forzado a tornarse en monumento nacional cuya

    arcilla diluye fatalmente una dimensin otrora humana.

    En los protagonistas de El eterno femenino re-conoceremos el mismo sedimento que diera vida a vrgenes inocentes, a cnyuges pasivas, a anal-ticas esposas o a "abnegadas" madres y a verdugos implacables. En los tres actos de esta farsa, los maridos, hijos, amantes hasta el cinturita de "Flor de Fango"! todos manipulan idnticas ar-timaas para medrar en el sistema armnico del bienestar consuetudinario que, desde Ciudad Real, se ha instalado en un ambiente que hemos de modificar para hacernos merecedores de un mundo mejor, ms sano y honesto.

    La stira de estas pginas es ante todo construc-tiva, y si la autora a veces se ensaa en alguna fi-gura aislada, lo hace recordando la determinacin de Hamlet: "I must be cruel, only to be kind." Pero la misericordia y el amor por los personajes prevalecen sobre cualquier forma de crueldad des-tructora. Ante nosotros marchan hombres y mu-jeres cuyo aspecto grotesco no los vuelve menos amables. Y la carpa donde se desarrolla la fina comedia del segundo acto da una pincelada de circo que, sin duda, evocar en el recuerdo de mu-chos los fastuosos desfiles fellinianos.

    En repetidas ocasiones expres Rosario Caste-

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  • llanos un entusiasta deseo porque su obra de tea-tro llegara a todo pblico a fin de que pobres y ricos, cultos e ignorantes, hombres y mujeres to- dos sin excepcin cobraran conciencia de las situaciones que en ella se plantean. Por ende, el carcter festivo de esta celebracin escnica se re-viste de un lenguaje que estalla a cada instante en los matices variados de un inagotable fuego de artificio. En ciertas escenas pinsese en el deli-cado episodio de Sor Juana, en la conmovedora meditacin de la solterona la inspiracin se fun-de con un virtuosismo del que slo poda hacer gala quien ya haba dominado todas las gamas de la lrica; en otras, brota el acento capitalino pro-yectando no slo el habla que constantemente re-nueva el pueblo con feroz imaginacin, sino tam-bin las costumbres, tradiciones, ritos, creencias y supersticiones que, como atavismo, incorpora el mexicano en su vida cotidiana para soslayar un enfrentamiento con la verdad. Recurren a veces los personajes a frases hechas bajo las que se en-cubre el conflicto, y en sus labios la palabra cobra nueva vida. La aristocracia trasnochada se codea aqu con una inspida clase media de tranquila conciencia, y la prostituta plantea desde su propio mbito las mismas premisas que asedian a la re-volucionaria ferviente tambin engaada. Pero

    el denominador comn que reviste el lenguaje al fluir de la pluma de Rosario Castellanos en esta obra es el ingenio, la luminosidad, la chispa que detona la carcajada donde se ahoga el sollozo im-potente.

    No pasarn inadvertidas la gracia y agilidad de las acotaciones escnicas en que, adems, resuenan ecos de aquellos artculos que semana a semana se reciban de Tel Aviv; en ellas parece escucharse a la escritora que, con comentarios proferidos en un tono de voz que repentinamente transitaba de los matices agudos a los bajos ms aterciopelados, fas-cinaba a su interlocutor desatando a la vez hila-ridad incontenible y deliciosa serenidad.

    Ral Ortiz

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  • A

    EMMA TERESA ARMENDRIZ

    ya RAFAEL LPEZ MIARNAU,

    con gratitud

  • PERSONAJES

    Los que aparezcan. Pero sern suficientes diez actores siete mujeres y tres hombres siempre y cuando sean verstiles y comprendan que se tra-ta de un texto no de caracteres sino de situaciones.

    Esto quiere decir que los protagonistas han de definirse por las acciones (que, a veces, sern ni-cas), por las palabras (que no sern muy abundan-tes) y, fundamentalmente, por su vestuario y por el ambiente en que se mueven.

    La resolucin de este problema recae sobre el encargado de la decoracin. No tratar, en nin-gn momento, de ser realista, sino de captar la esencia, el rasgo definitivo de una persona, de

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  • una moda, de una poca. Es aconsejable la exa-geracin, de la misma manera que la usan los ca-ricaturistas, a quienes les bastan unas cuantas l-neas para que el pblico identifique a los modelos en los que se inspiraron sus figuras.

    El texto, como se avisa desde el principio, es el de una farsa que, en ciertos momentos, se enter-nece, se intelectualiza o, por el contrario, se torna grotesca. El equilibrio de estos elementos, el man-tenimiento de un tono general y, sobre todo, el ritmo en el desarrollo de la trama, ha de lograrlos el director.

    Y yo agradecera que el equipo entero de tra-bajo no olvidara la frase de Cortzar que bien po-da haberme servido de epgrafe y que afirma que la risa ha cavado siempre ms tneles que las lgrimas.

    PRIMER ACTO

    OBERTURA

    Un saln de belleza en una colonia residencial de la clase inedia mexicana en cl Distrito Federal. Hay que acentuar el aspecto marciano de las clien-tes metidas dentro ele los secadores. La peinadora est terminando de colocar los tubos, la red, los protectores contra el calor en las ore jas de una cliente. La duea vigila, con ojo de guila, el correcto funcionamiento de su negocio. Se abre la puerta para dar paso al agente de ventas, viejo conocido en esos rumbos, con quien se intercam-bian los gestos rituales de saludo. La duea lo lle-va a un sitio en el que puedan, cmodamente, dis-cutir y anotar el pedido. El agente saca de su portafolio su as de triunfo: un nuevo catlogo.

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    AGENTE: Esta vez, seora, se trata de algo sen-sacional, inaudito, inslito: un producto nuevo.

    La peinadora, que ha conducido a la mujer con la que se trabajaba al secador, se acerca a escu-char con curiosidad. A la duea, obviamente, le parece una falta de respeto. Pero no se atreve a protestar, ni contra la presencia de la peinadora, ni contra sus intervenciones, que siempre le pare-cen insolentes, por miedo a quedarse sin nadie que le sirva. stas son, por lo pronto, las consecuen-cias que se resienten, en carne propia, de la etapa del despegue en el proceso de desarrollo en un pas del tercer mundo.

    PEINADORA (Asombrada y complacida.): Otro? DUEA (Con reproche.): Pero si todava no he-

    mos acabado de pagar los abonos del ltimo pro-ducto nuevo que usted nos trajo. Hace justamen-te dos meses.

    AGENTE: El progreso va rpido, seora, y nadie podr detenerlo. En cuanto al aparato viejo (si es eso lo que la preocupa), la compaa lo toma como enganche del nuevo. Lo dems, ya lo sabe usted, que es mi cliente consentida. Usted paga como quiere y cuando quiere.

    PEINADORA: Y si, de veras, no quiere?

    AGENTE: No hay problema. La fianza que se deposita al principio nos cubre contra todas las eventualidades.

    PEINADORA: Abusados, no? AGENTE: En los pases latinos, donde el tullido

    es alambrista, son frecuentes los cambios de vo-luntad, de domicilio, de nombre, de temperatura y hasta de gobierno. La casa se ve obligada a to-mar sus precauciones...

    PEINADORA: A poco es la Casa Blanca! DUEA (A la peinadora, spera.): No seas me-

    tiche! AGENTE (Impvido, prosiguiendo su leccin

    aprendida de memoria.): Los mnagers de nuestra compaa han tenido en cuenta las peculiaridades de la clientela al disear su sistema de crdito para estar a salvo de cualquier contingencia.

    PEINADORA: Quin est a salvo? AGENTE: La compaa... digo, la clientela. (Vol-

    vindose a la duea y refirindose a la peinado-ra.) Qu muchacha tan simptica! Dnde apren-di a hacer preguntas?

    PEINADORA: En un lugar distinto a donde a us-ted le ensearon las respuestas. Por eso es que no coincidimos.

    AGENTE (Con risa de conejo, a la duea.): Seo-ra, no tendra usted inconveniente en invitarme

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    a tornar una taza de caf? Me encantara que lo preparara la seorita, que tiene unas manos de hada.

    PEINADORA: No prefiere usted que yo le haga un t con hojitas de tenme ac? (Sin esperar la res-puesta, se va.)

    AGENTE (A la duea.): He querido hablar pri-vadamente con usted porque todava estarnos en una etapa de experimentacin y se trata de un se-creto. Mire usted a sus clientes, con la cabeza meti-da dentro del secador. Cunto tiempo duran as?

    DUEA (En tono neutro, para no comprometer-se.): Depende de la cabeza de cada una.

    AGENTE: El promedio, segn las estadsticas, es de una hora. Una hora! No le parece monstruo-so? Una hora en que no se puede platicar, ni or el radio, ni ver la televisin porque con el ruido no se entiende una sola palabra. Ni leer porque se tienen las ruanos ocupadas con el manicure. Ni nada. Y luego, el calor. Una hora! Cuntas ve-ces a la semana vienen sus clientes?

    DUEA: Las rejegas, una; las comunes y corrien-tes, dos. Las consentidas, diario.

    AGENTE: Eso hace un promedio mnimo de 52 horas al ao. 52 horas de infierno!

    DUEA: Hay que sufrir para merecer, no? Al que quiera azul celeste, que le cueste.

    AGENTE: Ya les cuesta dinero, ya les cuesta tiem-po. No es suficiente?

    DUEA: Al que quiera azul celeste bajo, que le cueste su trabajo.

    AGENTE: Usted me perdonar, pero sa no es la filosofa de la casa que yo represento. Nuestro lema es: goce cuanto pueda y no pague ... (Me-fistoflico.) si puede.

    DUEA: S? Eso era lo que deca mi difunto y ya ve usted, muri sin dejarme dinero cual ningu-no. De no haber sido por eso... Usted cree que yo me met a trabajar por mi gusto? Si hay justi-cia, Dios ha de tenerlo achicharrndose en los apretados infiernos.

    AGENTE: No se preocupe, seora. Con nuestra casa no hay problemas de salvacin eterna. En lo que a nosotros concierne usted no tendr deu-das que le cobren en el cielo. Todo liquidado an-tes del viaje.

    PEINADORA (Con una bandeja y varias tazas.): Hice caf para los tres.

    AGENTE (Resignndose a tener un testigo del que no se puede desembarazar.): Gracias. Hay que pensar en la clientela, en el bienestar al que tienen derecho. Ya no ms el secador como ins-trumento de tortura!

    PEINADORA: Bravo! Van a cambiar la moda de

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    los peinados? Los van a hacer ms sencillos, ms rpidos, ms baratos?

    DUEA: Quieres que nos quiten, a ti y a m, el pan de la boca? Ests chiflada!

    AGENTE: Muy bien visto, seora. No se trata de perjudicar los intereses de la iniciativa privada simplificando, disminuyendo o haciendo super-fluo el producto que ofrecen. Se trata, en este caso particular, de que mientras dura el secado del pelo tiempo que no variar la cliente se divierta. Nuestros expertos hicieron una encues-ta: qu hace una mujer reducida a la inercia to-tal durante una hora?

    PEINADORA: Se aburre. DUEA: Se duerme. AGENTE: Contbamos con las dos respuestas y

    debo confesar que no nos preocupamos demasia-do por ellas. Pero cuando se descubri que el abu-rrimiento o el sueo eran slo transitorios y que podan tener otras consecuencias... entonces... entonces fue necesario inventar algo para conju-rar el peligro.

    PEINADORA: Cul peligro? AGENTE: Que las mujeres, sin darse cuenta, se

    pusieran a pensar. El mismo refrn lo dice: pien-sa mal y acertars. El pensamiento es, en s mis-mo, un mal. Hay que evitarlo.

    DUEA: Cmo? AGENTE: Con este aparato que le voy a mos-

    trar. (De.shace un paquete y muestra algn dimi-nuto dispositivo electrnico.)

    DUEA (Decepcionada.): Esa pulga? PEINADORA: Para qu sirve? AGENTE: Para colocarse en donde se genera la

    corriente elctrica del secador. Aparte de emitir unas vibraciones que amortiguan la sensacin no placentera del secado el ruido, el calor, el aisla-miento, etc. cumple una funcin positiva. Yo dira: extremadamente positiva. Induce sueos.

    DUEA: Sueos? AGENTE: Maravillosos sueos! Durante todo el

    tiempo que la cliente est sometida a la accin de este aparato, suea.

    PEINADORA: Y qu suea? AGENTE: Lo que quiera. Mire, aqu, operando

    este botn, se obtiene el control absoluto del ma-terial. Hay un catlogo completo de variantes: suea que es la mujer ms bonita del mundo; que todos los hombres se enamoran de ella; que todas las mujeres la envidian; que a su marido le suben el sueldo; que no hay alza de precios en los artcu-los de primera necesidad; que consigue una criada eficiente y barata; que este mes queda embaraza-da; que este mes no queda embarazada; que sus

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    hijos sacan diez de promedio en la escuela; que sus hijas necesitan brassiere; que se muere su sue-gra; que se queda viuda y cobra un gran seguro de vida ... en fin, hay para todas las situaciones y para todos los gustos.

    PEINADORA: Pero son sueos de lo ms comu-nes y corrientes!

    AGENTE: Bueno... si usted tiene una clientela especial nosotros le proporcionamos unos aparatos especiales. Naturalmente, son ms caros.

    DUEA: Ya me lo imaginaba. Han de costar un ojo de la cara.

    AGENTE: No, no. Si se trata del modelo barato, como el que usted necesita, no hay problema. Y tenga usted en cuenta lo que puede usted subir de valor a su trabajo. Usted sabe tan bien como yo que no es usted la que paga: es la clientela. Y de paso hace usted una obra caritativa. La gente es capaz de darlo todo con tal de no pensar. S, pensar: el gran riesgo del ocio. Se da usted cuen-ta del peligro que correramos si ... ?

    DUEA (Horrorizada.): Ni pensarlo! PEINADORA (Contemplando el dispositivo.): La

    solucin al problema est aqu. AGENTE: Exactamente. Ya no hay por qu preo-

    cuparse.

    PEINADORA: Es como una especie de droga, de LSD.

    DUEA: Cmo te atreves a hacer esas compara-ciones? Las drogas son una porquera para vicio-sos. Este es un aparato decente.

    AGENTE: Hacemos el pedido? DUEA: No. Djemelo a vistas. No me quiero

    embarcar en una aventura. AGENTE: Prubelo! No se arrepentir. PEINADORA: Por qu no lo estrenamos con Lu-

    pita? Sera como una especie de regalo. (Al agen-te.) Se trata de una ocasin muy especial: viene hoy a peinarse para su boda.

    AGENTE: Tenemos exactamente lo que se nece- sita en esos casos. Dride quiere que se lo coloque?

    PEINADORA (Llevndolo a un secador.): Aqu. DUEA: Fjate en cmo se hace a ver si aprendes. AGENTE: Es facilsimo. (Trabaja, observado muy

    de cerca por la peinadora.) Listo. Se lo dejo gra- duado en algn punto?

    PEINADORA: S. En ese punto que dice: Qu me reserva el porvenir?

    DUEA (Todava aprensiva.): No ser muy arriesgado?

    AGENTE: Por favor seora, no me ofenda! Quin cree usted que plane ese sueo? Una persona comn y corriente? De ningn modo. Un

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    genio? Tampoco. El primero es muy limitado; el segundo est loco. Entonces recurrimos a algo me-jor que los dos juntos: una mquina, una compu-tadora, un cerebro electrnico. Lo que no puede equivocarse nunca. El sueo ser placentero. Y ahora (transfigurado por sus atavismos en maestro de ceremonias del Saln Mxico), querido pbli-co, vamos a tener el gusto de dedicar nuestra pieza Qu me reserva el porvenir? con especial dedica-toria a nuestra dilecta amiga Lupita y personas que la acompaan. Hey, familia! ...

    DANZN

    LUNA DE MIEL

    En un sof, cubierta con un velo y vestida con el ms convencional y pomposo traje de novia al fin y al cabo es para una sola vez en la vida est Lupita. En la cola del traje hay una mancha de sangre que no resultara muy visible si ella no arre-glara cuidadosamente los pliegues de modo que la mancha resalte a la vista. Mientras ella se ocupa de este menester, con una virtuosa minuciosidad, Juan, el marido, se pasea como fiera enjaulada. Fuera de una trusa color carne que ha de pro-ducir, lo ms posible, una impresin de desnudezno tiene puesto mas que el sombrero de copa, el

    cuello duro, la corbata de plastrn, los puos al-midonados, abrochados con vistosas mancuernas, los calcetines altos y zapatos de charol. Gesticula, como si hiciera cuentas con los dedos y, por fin, se decide a consultar una especie de enorme cdigo abierto sobre un facistol. Con una pluma de gan-so va poniendo una palomita en aquello que ya ha sido consumado.

    JUAN: Vamos a ver: pargrafo iv, inciso C, del Dbito Conyugal. Despachado. Inciso F. Misin cumplida. Inciso H ... La H es muda, lo que quie-re decir... no estoy muy seguro... pero tampoco muy inseguro. En caso de duda, puntos suspensi-vos. Ya est. Inciso N ... (Triunfalmente.) a-ja-ja!

    Deja el libro y va, con un mpetu de toro que em-biste, al lugar de Lupita quien, aprovechando la distraccin de su marido, se ha levantado el velo y se relame los labios con los signos del ms obvio placer. Juan la contempla reprobatoriamente, la toma por los hombros, la sacude con violencia y ordena:

    JUAN: Mrame a los ojos!

    Lupita obedece sin parpadear y Juan retrocede, horrorizado.

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    JUAN: Mujer impdica! Cmo te atreves a mi-rarme as? Bjate el velo, ipso facto, desvergonza-da! Ahora s. Mrame a los ojos y dime: ha sido sta la primera vez?

    LUPITA (En uno de esos apartes obvios del tea-tro antiguo.): Qu mana tienen todos los hom-bres de preguntar lo mismo! (A Juan, con voz inocente.) No s de qu me ests hablando.

    JUAN (Tomado de sorpresa. Evidentemente no era la respuesta que esperaba. Improvisa.): Digo que si es la primera vez que te casas.

    LUPITA: Ah, bueno. Claro. No faltaba ms! JUAN (Solemne, con la mano sobre el corazn.):

    Y has llegado pura al matrimonio? LUPITA (Sealando orgullosamente la mancha.):

    Qu no ves? JUAN: Si veo, pero no soy muy experto. Parece

    salsa Catsup. LUPITA: Salsa Catsup! Es plasma. De la mejor

    calidad. Compr un cuarto de litro en el Banco de Sangre.

    JUAN: Muy bien contestado. (Va al libro y di-buja una palomita mientras Lupita contina ha-blando.)

    LUPITA: A m me hubiera gustado comprar al-guna otra cosa ms bonita con ese dinero: un ves-tido, unas medias ... Pero mis amigas me aconse-

    jaron: lo primero es lo primero, decan y... pues ni modo.

    JUAN: Tus amigas tenan razn. (Abandona el libro y vuelve a la rbita de Lupita.) Y ahora, la pregunta de los sesenta y cuatro mil pesos: Te gust?

    LUPITA (Indignada.): Gustarme? A m? A una muchacha decente? Por quin me tomas?

    JUAN (Esperanzado.): No te gust? LUPITA (Firme.): Me pareci repugnante, as-

    queroso. JUAN (Transportado.): Gracias, Lupita. Ya saba

    yo que no ibas a fallarme a la hora de la verdad. Gracias, gracias.

    LUPITA: No volver a permitirte que te acer-ques nunca, jams, a m.

    JUAN: Ni siquiera si te obligo? LUPITA: Seras capaz? JUAN: Naturalmente. Qu podra impedrme-

    lo? Tengo la fuerza y tengo el derecho. Adems, t me juraste obediencia ante un altar.

    LUPITA: Jur por ignorancia, por inocencia . . . Y ahora t te aprovechas de mi situacin. Infame!

    JUAN: Vas a ver lo que se te espera! Crees que has apurado ya la copa del dolor hasta las heces? Ja, ja, ja. Permteme una sonrisa. Lo de hoy no fue sino un pequeo botn de muestra.

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    LUPITA: Pero si me doli horrores, me destro-zaste. Mira! (Seala, dramticamente, la mancha.)

    JUAN (Con petulancia.): Pues eso no es nada. Y va a llegar el momento en que no te vas a quejar de lo duro sino de lo tupido.

    LUPITA (De rodillas.): Piedad! JUAN (Verdugo.): No, no me apiadar de ti aun-

    que me lo supliques hincndote a mis pies. (Lupi-ta repta por el suelo y hace todas las gesticulacio-nes intiles que reclama la proximidad de una catstrofe inevitable.) Qu crees que un macho mexicano se va a dejar conmover por unas lgri-mas de cocodrilo? No. Seguir implacablemente hasta ..

    Oscuro.

    LA ANUNCIACIN

    Lupita vestida con unos muy ceidos pantalones toreros. Guapsima y exultante de dicha. Con el trapo de sacudir hace vernicas y otras figuras taurinas mientras una multitud invisible grita "Ol!". Lupita hace una reverencia al pblico y empieza a mimar lo que dice la voz de un locutor en el micrfono, desempeando, alternativamente, el papel del toro y del torero.

    Voz: La noche de su alternativa, y despus de una faena inolvidable, el diestro se tir a matar. De una sola estocada rindi al burel que tan no-blemente se presto al juego. La multitud agit pauelos blancos reclamando, para el diestro, ore-jas y rabo, los que le fueron concedidos despus de varias vueltas al ruedo.

    Se extingue la voz. Lupita hace una reverencia al pblico que aplaude, simula arrojar los trofeos y vuelve adonde estaba: su casa.

    LUPITA: Ese noble burel, de gran alzada y tra-po, abierto de pitones, soy yo, su segura servido-ra, Lupita. Y no es que me guste presumir, pero cuando me comparo con otras... Con Mariquita la del 7, por ejemplo, que volvi viva al corral. O con Carmen, que despus de varios pinchazos en el hueso tiene que ser rematada por los mozos de cuadrilla. Y me consta que lo que es por ellas no qued. Buena casta, buen encierro. Se crecan al castigo. Pero se necesitaba el temple torero de mi Juan.

    El ambiente pasa del pasodoble al bolero. Dismi-nuyen las luces.

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    LUPITA: Claro que el ambiente ayuda: las no-ches de luna, los mariscos, los clavadistas de la Quebrada. (Cesa la msica. Luz plena.) Aunque no deja uno de ponerse nervioso con la idea del cuentn del hotel. Y de los nervios a la espanta, no hay ms que un paso... que, gracias a Dios, mi Juan nunca dio. Pero tuvo que or, para qu ne-garlo, las llamadas de atencin del juez de plaza y, a veces, suspender la corrida programada a cau-sa del mal tiempo. Pero aqu, pisando terreno propio, reverdecen sus laureles. Revoleras, ver-nicas, pases de rodillas, manoletinas.. .

    Lupita acta lo que dice, auxiliada por el sacudi-dor y la escoba, y se encuentra tan absorta en lo que hace que no se da cuenta de que se abri la puerta para dar paso a su mam, una seora muy cargada de razones.

    MAM (Escandalizada.): I Lupita! LUPITA (Feliz. Corre a abrazarla.): Qu padre

    que viniste! Aydame a sacarlo en hombros! MAM: Ests loca? Es se el comportamiento

    digno de una seora? LuPITA: Soy muy feliz, mam. MAM: All est precisamente tu error. Una

    seora decente no tiene ningn motivo para ser

    feliz... y si lo tiene, lo dismula. Hay que tener en cuenta que su inocencia ha sido mancillada, su pudor violado. Ave de sacrificio, ella acaba de inmolarse para satisfacer los brutales apetitos de la bestia.

    LUPITA: Cul bestia? MAM: El marido, claro. Y no, no me vayas a

    salir con que te gust porque voy a pensar que todos los esfuerzos que hice por educarte fueron vanos. Yo, cosiendo ajeno para pagar las escuelas ms caras, los internados ms exclusivos! (Se deja caer en un silln y se seca una lgrima inexistente.) Para luego recibir este pago! No lloro, porque de tanto coser ajeno se me secaron los ojos. Pero si pudiera llorar..

    LUPITA (Arrodillndose frente a su madre.): Mam, por favor, no te pongas as.

    MAM: Cmo quieres que me ponga cuando veo lo que he visto? Lo que sigo viendo! Mi di-nero tirado a la calle, los certificados volvindose amarillos en las paredes y t brincoteando como una loca.

    LUPITA (Sin saber exactamente qu actitud to-mar.): Pero no de gusto, mam.

    MAM: Ah, no? Entonces qu? Era baile de San Vito?

    LUPITA: Estaba contenta, mam, pero no por lo

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    que t te imaginas. Dios me libre y me guarde! Estaba contenta porque parece que . . . parece que estoy esperando.

    MAM (Prxima al soponcio.): Jess, Mara y Jos! Esperando? Y en esas fachas? Afljate in-mediatamente el cinturn, antes de que te pro-voque un aborto. Necesitas una bata. Cmoda. Hay que dejar, desde el principio, que el nio crezca a su gusto. (Hace lo que dice.) As. No te sientes mejor? No, no; te lo estoy viendo en la cara: tienes nusea, una nusea horrible, verdad?

    LUPITA: No. MAM: Cmo te atreves a contradecirme?

    Quin sabe de estos asuntos: t o yo? Claro que tienes nusea.

    LUPITA: De veras, mam, no. MAMA (Comenzando a preocuparse.): No puede

    ser. Pero hay remedio. Vamos a arreglarlo ahora mismo, no te apures. Bbete esto.

    LUPITA (Mirando el vaso lleno de una sustan-cia de la que desconfa.): Qu es?

    MAM: Agua tibia con sal. LUPITA (Probndolo apenas.): Sabe a rayos. MAM: Y qu queras? Vida y dulzura?

    Lupita da unos cuantos tragos, tira el vaso y trata de evitar el espasmo de asco que se apodera de

    ella en su carrera al bao. La mam sonre, com-placida.

    MAM: Ahora todo est en orden.

    Lupita regresa del bao, cadavrica. Se deja caer en un silln.

    MAM (Solcita.): Cmo te sientes, mi vida? LUPITA: Como un perro. MAM: Ya ves como no era tan difcil? Es cosa

    de voluntad y de hbito. Djame que te ayude un poco.

    La toma, la despeina, le quita el maquillaje, la deja hecha un desastre y luego contempla, con la satisfaccin del artista, su obra.

    MAM: Qu sorpresa tan maravillosa va a reci-bir tu marido! No es que yo crea que l se merece nada pero, a fin de cuentas, l puso su granito de arena.

    LUPITA (Quejumbrosa.): Mam.. MAM (Dndole los ltimos toques para que sea

    un verdadero guiapo.): S, mi reina. LUPITA: Creo que .. .

    No puede continuar. Ahoga los ruidos que produ-

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    ce en un pauelo. A stos hay que aadir el de la llave en la cerradura. Entra Juan, satisfecho. Se detiene un poco al ver a su suegra y en el esfuerzo que hace por recuperar su expresin amable no se da cuenta del nuevo aspecto de Lupita.

    JUAN: Santas y muy buenas tardes tengan sus mercedes.

    LUPITA (Violenta.): No te hagas el chistoso. En-tras hablando as, como si en tu vida hubieras roto un plato. Irresponsable! Monstruo!

    JUAN: Yo? LUPITA: S, t. Ni modo que sea el vecino de

    enfrente. MAM (Conciliadora, a Juan.): No le haga usted

    caso. Es que se siente un poco mal. Como est en estado...

    JUAN (Tarda un momento en comprender lo que se le dice y luego reacciona como movido por un resorte.): Lupita! Mi Lupita! (Cuando va a abrazarla se detiene porque no la reconoce.) Qu te pasa?

    LUPITA: No me pasa: me pas. Una aplanadora, un tren. Estoy muerta. No me ves? Muerta. Y t, ms fresco que una lechuga, verdad? Muy cam-pante. (Sc,lloza.) Si no hubiera sido por mam...

    JUAN (A la mam, alarmado.): Est delicada?

    MAM: Muy, muy delicada. JUAN: Habr que llamar a un mdico, a una

    ambulancia... LUPITA (Furiosa.): Lo que sea con tal de que yo

    desaparezca del mapa y deje de molestarte, no? JUAN: No me interpretes mal, mi vida. Pero en-

    tiende mi situacin. Me agarraste completamente en curva. Cuando sal esta maana para el trabajo no tena la menor idea y ahora... Adems, re-cuerda que sta es la primera vez que yo voy a ser padre. Es, como quien dice, mi debut.

    LUPITA: Y yo qu? Soy una veterana en el ofi-cio? Cuntos hijos malhabidos me conoces? Eh? Dime, cuntos! Egosta! Infecto!

    MAM: Calma, calma, no se peleen. Es por el bien del nio.

    JUAN (Resentido.): Pero... no entiendo. Por qu me odia as? Qu tiene?

    MAM: Antojos. JUAN: Antojos? MAM: Y si no se cumplen inmediata y escru-

    pulosamente, el nio va a nacer muy mal. Con una mancha en la cara, con labio leporino . . .

    JUAN: No lo permita Dios! Lupita, por favor, rpido, dime, rpido, qu es lo que se te antoja para ir a trartelo, pero de inmediato, o antes si es posible.

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    LUPITA (Lnguida y condescendiente.): Nieve de limn.

    Juan le besa las manos con gratitud y se dispone a salir disparado, pero lo detiene la mam.

    MAM: Nieve de limn? Eso no es un antojo. Eso es una estupidez. La nieve de limn se consi-gue en cualquier esquina. Adems el limn es malo. Corta la sangre.

    LUPITA (Aterrorizada.): No! JUAN: Entonces? LUPITA (A la mam.): Dile t. MAM: Lo ms indicado en estos casos es pedir

    trufas. JUAN: Qu son trufas? MAM: Y yo qu voy a saber? Mi marido, que

    en paz descanse, nunca dio con ellas. JUAN: Entonces, Lupita... Djame verte el la-

    bio. (Lupita le saca la lengua.) No se le nota nada. MAM (Impertrrita ante este despliegue de l-

    gica masculina, tan despreciable si se la compara con el atavismo y la intuicin de la mujer.): Ah, pero eso s, lo que es por buscarlas, mi pobre di-funto no par. De da y de noche durante los nue-ve meses del embarazo. Y Lupita naci buena y sana. Lo que cuenta es la intencin.

    LUPITA (A Juan.): Andale, mi vida, crrele. JUAN: Pero adnde... No tengo la menor idea.

    Por lo menos dganme, las trufas se comen? MANI (Enigmtica.): Esas preguntas, joven, slo

    las responde la experiencia. JUAN (Sin alternativa.): Adis, Lupita. LUPITA: Chao, mi amor. JUAN: Tal vez no nos veamos en mucho, mucho

    tiempo. LUPITA: Te esperar siempre. JUAN: Para cundo, ms o menos, se calcula el

    desenlace? MAM: Cuestin de meses, joven. Y pquele si

    quiere estar presente a la hora de la hora. (Sale Juan.)

    MAM (Ponindose cmoda.): Bueno, ahora que, por fin, nos han dejado tranquilas, vamos a tener una larga, muy larga pltica, de mujer a mujer. Voy a explicarte, con todos los detalles, qu es lo que va a sucederte. (El sonido de la voz de la ma-dre se pierde entre el estruendo de truenos y re-lmpagos de una tempestad desatada. De pronto sobreviene el silencio y se escucha la voz de la mam que dice:) Como ves, no hay felicidad com-parable a la de ser madre, Lupita. Aunque te cues-te, como en muchos casos, la vida. Y siempre, la

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    juventud y la belleza. Ah, pero ser madre... ser madre...

    Oscuro.

    LA CRUDA REALIDAD

    Sala de recibir de un matrimonio de la clase me-dia. Los muebles comienzan a deteriorarse por la agresividad constante de los nios y la infructuosa lucha del ama de casa por mantenerlos "presenta-bles". El ama de casa, Lupita, acaba de perder un round ms en esta pelea desigual y se recupera sentndose en el silln ms cmodo. Su aspecto fsico hace juego con el de los muebles. Tubos en la cabeza, cara embarrada de crema rejuvenecedo-ra, bata que conoci mejores das. Para hacerse la ilusin de que descansa se pone a leer una revista para mujeres y come chocolates que no van a con-tribuir a mejorar su aspecto. En el cuarto contiguo se oye el ruido de dos nios varn y hembrecita, como se dice que pelean. Mechudos y sucios, se asoman alternativa y fugazmente.

    LUPITA II: Mam! Juanito me pellizc! LUPITA I (Sin interrumpir su lectura ni dejar de

    satisfacer su gula.): Rasgalo t para que queden parejos.

    Se oye de inmediato un alarido, y aparece Juanito.

    JUANITO: Mam! Lupita me rasgu! LUPITA I: Pellzcala. Qu no se te ocurre nada?

    (Juanito se marcha y cumple la orden. Sobreviene el alarido correspondiente.) Si no tuvieran a quin salir no podra yo creer que mis hijos fueran un par de tarados. Todo hay que decrselo. Que si come, que si no te asomes a la ventana que te vas a caer, que si bate, que si... Como si yo no tu-viera cosas ms importantes que hacer que aten-derlos. (Leyendo en voz alta la revista.) "La educa-cin de los hijos es un asunto muy delicado que no puede dejarse en manos de cualquiera." (Sin transicin Lupita contina su monlogo entrecor-tado de chocolate.) Dios me libre de la nana que los malcra o del kinder que los vuelve desamora-dos! La que tiene que sacrificarse es la madre. La madre, que acept la responsabilidad completa. De los hijos. Y tambin de la casa. Gracias a Dios, la ma es una tacita de plata. (Como iluminados por un relmpago, se ven fantasmas de amigas que husmean, que pasan el dedo sobre las superficies y que todo lo encuentran infecto. Hacen un gesto

  • de repugnancia y se desvanecen.) Ni una brizna de polvo. Y en cuanto a mi persona, no he descuidado jams mi apariencia. Qu retiene al marido sino una mujer siempre bien arreglada, siempre esbel-ta, lucidora? Por eso es que mi pobre Juan est cada da ms enamorado de m. Todas las sema-nas, es infalible como el Papa, me regala un ramo de flores. Cuando no es un ramo de flores, es una alhajita. Dicen que segn el sapo, as es la pedrada. (Timbre de la puerta. Es un mensajero que de-posita un paquete minsculo en la mano del ama de casa. Lupita firma el recibo, no da propina, cierra la puerta en las narices del mensajero y bus-ca la tarjeta. Lee.) "Para mi gatita de su Micifuz." Qu chistoso! Juan nunca me haba llamado su gatita. Ay, los hombres son tan caprichosos! (Des-envuelve el paquete y saca un bikini, inverosmil por su tamao. Lo contempla estupefacta.) Bueno, aqu ha habido una equivocacin, porque lo que es yo (midindose el bikini sobre la ropa) ni en sueos. Hablar con la secretaria de mi Juan, que es la encargada de mandarme los regalos. (Lupita va al telfono, marca un nmero.) Bueno? Si, se-orita. Aqu la seora Prez. Si, para llamarle la atencin sobre un envio que acabo de recibir. No, no, no, no. Lo del bikini me parece muy buena idea. Pero la talla ... Es demasiado grande para

    m. Enorme. Podra usted arreglar el cambio en la tienda? Yo s que con la ropa es muy difcil, pero cuando se trata de una equivocacin tan pal-pable ... Qu le pasa? De dnde me sale usted llamndome tambin Gatita? Yo soy la seora de Prez. La legtima, comprende? Quiere usted hacerme el favor de explicarme lo que me dijo? Bueno? Bueno? (Cuelga, furiosa.) Se cort la co-municacin.

    Oscuro. Sobre el teln de fondo se proyecta una pelcula muda que ilustra el corrido que va a can-tarse a continuacin:

    Ao del 73, muy presente tengo yo: en el Edificio Aristos una hecatombe ocurri.

    Cuquita la secretaria escriba con afn cuando entr por la ventana la mera mujer de Juan.

    Al grito de "Mueran todas las de talla treinta y dos", sobre el pecho de Cuquita la pistola descarg.

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  • Vinieron los policas, la quisieron desarmar, pero ella no se dio presa hasta no matar a Juan.

    Por traidor y mujeriego aqu su vida acab; porque jug a dos barajas y con ninguna gan.

    Vuela, vuela palomita, sube y baja, elevador, que corra de boca en boca la historia de un seductor

    que se top con pader y con su vida pag todas las humillaciones de las que entregan su amor.

    Aqu termina la historia y que sirva de escarmiento, pues como dice el refrn, quien hace un muerto, hace ciento.

    Oscuro. Al iluminarse el escenario aparece un vo-ceador.

    VOCEADOR: Extra! Extra! "Lo mat por amor, declara la autoviuda..." Extra! Extra! (Los tran-sentes compran el peridico, leen con avidez los encabezados y comentan excitadamente entre si.)

    "El tringulo fatal..." "Secretaria o amante?" "Mis hijos llorarn un padre muerto, pero no mal-decirn un marido traidor."

    Oscuro. La luz se abre a una pantalla de televi-sin. El rostro del locutor la ocupa entera.

    LOCUTOR: Seoras y seores: esta noche suspen-demos nuestras predicciones meteorolgicas para dar paso a una noticia de palpitante actualidad. Su reportero, ansioso siempre de servir al amable auditorio, al precio que sea, ha conseguido una entrevista exclusiva y, hasta ahora, nica, con la sensacional Lupita, la autoviuda con escalo, la que mat por amor, la que se enfrent con los cuernos del dilema: secretaria o amante? La que se sa-crific por sus hijos hacindolos llorar hoy a un padre muerto, y no maldecir maana a un marido traidor. Pero para qu seguir? Quin no conoce la historia? Seoras y seores... con ustedes... I LUPITA la nica...!

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  • La cmara enfoca a una Lupita glamorosa, sofisti-cada y triunfante.

    LOCUTOR: Lupita, no necesitamos preguntarle cmo est usted, porque eso salta a la vista. Est usted buena, pero rete-que-buena!

    LUPITA (Arreglndose provocativamente la fal-da.): Yo no entiendo los albures, seor, as que puede usted seguirlos haciendo. Lo que es por m ...

    LOCUTOR: Dganos, Lupita, en plan de primi-cia: tiene usted algn plan para el futuro?

    LUPITA: Pues en cuanto termine el juicio, con la absolucin del juez, tengo que cumplir una manda: entrar de rodillas a la Baslica de Nuestra Morenita del Tepeyac, por la proteccin que me ha brindado y porque me salv de tan grave peli-gro como el que he corrido.

    LOCUTOR (Al pblico.): Eso prueba, una vez ms, que Lupita encarna el arquetipo de la mu-jer mexicana: sufrida, abnegada, devota. (A Lupi-ta.) Y despus?

    LUPITA (Displicente.): Tengo que decidir entre varias ofertas. Los productores de cine quieren que yo acte como la protagonista de mi propio drama.

    LOCUTOR: Prcticamente es un lanzamiento al estrellato.

    LUPITA: Pero los scripts son tan... cmo le dir? Hasta ahora ninguno me parece convin-cente.

    LOCUTOR: Cul es su propia versin de los acontecimientos?

    LUPITA (Adecuadamente nostlgica.): Juan, mi marido, y yo ramos tan felices... Comamos en casa de mi mam los domingos. fbamos al cine una vez a la semana y a Acapulco en las vacacio-nes de Navidad. Habamos pagado el enganche de nuestra casita en el fraccionamiento...

    LOCUTOR: Por favor, no diga el nombre, que aqu no hacemos propaganda gratis.

    LUPITA: Bueno, en un fraccionamiento que est muy de moda y que da unas facilidades...

    LOCUTOR (Reprochndola.): Lupita... LUPITA: . . . y de pronto... (Pausa expectante.)

    De pronto el dueo del fraccionamiento se decla-r en quiebra.

    LOCUTOR: Y por qu no lo mat usted? LUPITA: Por qu tena yo que matarlo? se era

    un asunto de hombres. Adems, yo no estaba ena-morada de l.

    LOCUTOR: Tampoco estaba usted enamorada de la secretaria.

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  • 54

    LUPITA (Confidencial.): Quiere que le diga la verdad, la mera verdad? A ella la mat por fea.

    LOCUTOR (Recordando.): Bueno, en realidad no estaba tan mal.

    LUPITA: No? (Saca unas fotos de su bolsa y se las ensea al locutor.) No me diga que poda com-petir conmigo.

    LOCUTOR (Examinando las fotos con cuidado y rindindose a la evidencia.): Bueno, en realidad no se ve muy seductora que digamos. Pero hay que tener en cuenta que estas fotos las tomaron en el Depsito de Cadveres, despus de la autopsia.

    LUPITA: Y eso le parece una disculpa suficiente? Dime cmo mueres y te dir quin eres. Ella nun-ca tuvo la menor idea de cmo arreglarse. Los re-sultados saltan a la vista.

    LOCUTOR: Y sin embargo, esta mujer a la que usted tan justificadamente desprecia le rob al marido. Cmo se explica usted aberracin seme-jante?

    LUPITA: De nada me sirve presumir de bonita, porque todos sabemos muy bien que la belleza es algo efmero y que carece de importancia. Cuando una mujer es horrible siempre se le llama vir-tuosa.

    LOCUTOR: Entonces ella era virtuosa. LUPITA: Virtuosa? Una adltera? Est usted

    loco? Por qu no suspenden este programa tan inmoral? Es que no existe la censura contra todo lo que atenta contra las buenas costumbres?

    LOCUTOR: Comprendemos que sus nervios estn un poco alterados, pero la pregunta sigue en pie. Cul es la explicacin de la conducta de su ma-rido?

    LUPITA: Obvia. La secretaria careca de atribu-tos, tanto fsicos como morales. Luego entonces le dio un bebedizo.

    LOCUTOR: Cul? LUPITA: Podra dar la receta, pero no sin antes

    advertir que la patente se encuentra ya en trmite. LOCUTOR: Estimado pblico, Lupita va a reve-

    larles uno de sus secretos; adelante, Lupita. LUPITA: Se ponen a hervir las cintas viejas de la

    mquina y se mezclan con tres cuartos de una botella familiar de.. .

    LOCUTOR: Por favor, sin mencionar nombres. LUPITA: Pero es que es un ingrediente indis-

    pensable. LOCUTOR: Dejmoslo a la imaginacin de nues-

    tros oyentes. LUPITA: Podemos decir, al menos, que el re-

    fresco tiene cola? LOCUTOR: Vaya! Hasta que se sali con la suya. LUPITA: Se le aaden cinco gotas diarias al caf

    4,i

    4'Iar is, I

    41)

    55

  • de las once, y ya est. No hay jefe que resista. Juan no poda ser la excepcin. En realidad, el pobre no serva para confirmar ninguna regla.

    LOCUTOR: Tiene usted testigos? LUPITA: De que no serva para confirmar nin-

    guna regla? LOCUTOR: No, de que tomaba el bebedizo. LUPITA: Ah, tambin: todo el personal de la

    oficina. Y el conserje del edificio, que es una auto-ridad en magia negra. Y no es que yo tenga pre-juicios raciales, pero luch con todas mis fuerzas contra ese maleficio: tuve ataques de histeria, llev a mam a que viviera con nosotros, para que fue-ra testigo y juez de lo que pasaba; pagu a un detective privado para que vigilara los malos pasos de mi marido. Le hice las tres advertencias de rigor. Y qu cree usted? Todo fue intil. No me quedaba mas que hacer lo que hice. Usted qu habra hecho en mi lugar? (La pregunta va diri-gida al auditorio invisible. Oscuro.)

    CREPUSCULARIO

    La luz se abre a la misma sala de estar de Lupita, slo que puesta al da. Lo que significa que los muebles, despus de tantos aos, han dejado de parecer viejos para adquirir la categora de anti-

    guos. Hay dos focos de atencin de este sitio: la jaula del perico y la pantalla de la televisin, en la que se ve el rostro interrogante de Lupita. De una silla se levanta, en pantuflas, pelo gris, gorda y fodonga, la misma Lupita, slo que mucho ms vieja y con la marca imborrable de la vida de hogar. Apaga el aparato desganadamente y prende la luz. Mientras la imagen se borra se contina oyendo la interrogacin: ",iUsted qu habra he-cho en mi lugar?"

    LUPITA: Lo que yo habra hecho en su lugar.. Lo que hago siempre: un soufl.

    LUPITA II: Ay, mam qu anticuada eres! Lo que se usa ahora es hacer yoga.

    PERICO: Ay, hija, qu anticuada eres! Lo que se usa ahora es hacer judo.

    LUPITA: En todo caso, no hay la menor necesi-dad de matar al marido. Digo, matarlo de a tiro. Es tan fcil hacerlo con cuchillito de palo!

    LUPITA II: Facilsimo. Pero quin te saca en el peridico y quin te hace entrevistas en la tele y quin te con trata para el cine?

    LUPITA: La virtud, hija ma, no hace alardes. PERICO: Slo fiestas de beneficencia. LUPITA: Adems, qu maneras de exhibirse esa

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  • mujer, con tamaa minifalda. Quin va a creer que es decente?

    LUPITA II: No es aburridsimo?

    Las dos preparan la mesa para la merienda.

    LUPITA: Aburridsimo ser decente? Nunca ha-ba yo pensado en eso. S, creo que s; pero tiene sus compensaciones.

    LUPITA II: En el cielo, supongo. LUPITA: Y aqu tambin, no te creas. LUPITA II: Como qu? LUPITA: Te dicen "seora", y nadie te ve nun-

    ca con lstima, con burla o con desconfianza, corno a las solteronas.

    LUPITA II: Quin te ve? Ests siempre ence-rrada.

    LUPITA: Pues el abarrotero, el tintorero, el le-chero, el cartero...

    LUPITA II: Qu auditorio tan distinguido! LUPITA (Haciendo un esfuerzo por elevar la ca-

    tegora.): El abogado, el mdico de la familia, la gente visible, en fin.

    PERICO: Son visibles, luego ven. LUPITA II: Y cmo te ven? LUPITA: Como si fueras una santa.

    PERICO (Cantando.): "Que murmuren... no me importa para nada que murmuren ... "

    LuPITA II: Pero una mirada, una palabra de quienes ni siquiera conoces.. . Es pagar muy caro.

    LUPITA (Intencionadamente.): Hay otras cosas ms ntimas, duraderas, que no se pagan con nada.

    LUPITA II (Con malsana curiosidad.): S? Cu-les?

    PERICO: Tres das de semana santa en Veracruz; de cuando en cuando un cine de piojito, con mu-ganos y, si repican muy recio, una tanda de tacos al carbn.

    LUPITA (Al perico.): Qu dijiste, muchacho grosero? Tacos al carbn? Ya quisieras. Merienda en Sanborn's!

    LUPITA II (Con aire decidido.): Mam, definiti-vamente, no me caso.

    LUPITA (Insistiendo.): Merienda en Sanborn's. Con los nios y la mam y la prima que vino de Aguascalientes.

    LUPITA II: No me caso! LUPITA: Y te parece poco ir de da de campo?

    Y remar en el lago de Chapultepec los domingos? LUPITA II: Es lo que he hecho desde que nac.

    Yo lo que quiero es que las cosas cambien, que algo cambie.

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  • LUPITA (Sentenciosa.): Siempre que algo cambia es para empeorar.

    LUPITA II: Cmo lo sabes? LUPITA: No he lidiado con criadas toda mi

    vida? Fueron empeorando y empeorando hasta que se acabaron. Ahora tenemos que hacer el trabajo nosotras.

    PERICO: "Empresa importante solicita seorita bien presentada, buen sueldo, perspectivas por-venir."

    LUPITA: A lo mejor te casas con el jefe. O con el hijo del jefe, si el jefe es muy viejo.

    LUPITA II: Jefe, hijo, viejo. Cuntas jotas! A lo mejor doy una vuelta al mundo en uno de esos tours de "viaje ahora y pague despus".

    LUPITA: Viaje tambin tiene jota. LUPITA II: No hay nada perfecto, pero algo es

    algo. LUPITA: Nada. Qu hay en el mundo sino gen-

    te que ni te conoce, que ni sabe si ests estrenando vestido, ni si eres sufrida o liviana...?

    PERICO: Y eso que el mundo es un pauelo. Qu dira del universo, que es infinito!

    LUPITA II: Y si yo entrara en la Universidad? LUPITA: Ests loca? A ese nido de comunistas? LUPITA II: Qu tiene de malo ser comunista? LUPITA: Que te vas al infierno!

    LUPITA II: Y si no hay infierno? LUPITA: Te atreves a dudarlo despus de lo que

    pasa? PERICO: Entre el infierno y la vida domstica no

    hay mas que una diferencia de grado. Pero el gra-do puede ser sobre cero. Todo depende. El opti-mista ve el vaso medio lleno; el pesimista lo ve medio vaco.

    LUPITA: De todos modos, yo no te voy a dejar ir. LUPITA II: Al infierno? Si ya estoy en l. LUPITA: A la Universidad. Sobre mi cadver! PERICO: No le des ideas. LUPITA II: Se puede saber por qu? LUPITA: Porque no vas a ser distinta de lo que

    fui yo. Como yo no fui distinta de mi madre. Ni mi madre distinta de mi abuela.

    PERICO: Esta Lupita es una manitica de la in-mutabilidad. Personas, tiempos, modos. Si por ella fuera no habra historia. "Ah, Zenn, cruel Zenn, Zenn de Elea."

    LUPITA: Y si no me obedeces por las buenas, le dir a tu hermano que te vigile para que no salgas.

    LUPITA II: Y si de todos modos salgo? LUPITA: Le voy a pedir a tu pap que interven-

    ga. Y ellos me apoyarn para que t te portes como debe ser.

    LUPITA II: Soy una persona.. .

    60 61

  • LUPITA: Ni ms ni mejor de lo que yo fui. LUPITA II: Tengo derecho a... LUPITA: Ni ms inteligente. LUPITA II: Quiero vivir mi vida. LuPrrA: Ni ms libre. LUPITA II: Quiero ser feliz! LuPIrA: Ni ms feliz. PERICO (Suspirando.): No hay nada comparable

    al amor maternal!

    Oscuro.

    APOTEOSIS

    La luz vuelve a abrirse a la misma sala de estar, sobre la que han pasado otros aos, con los cam-bios que eso implica y el deterioro que muestra. Sentada en una mecedora y escuchando apacible-mente el radio, mientras acaricia al gato que duer-me en su regazo, vemos a Lupita convertida, por fin, en una tpica cabecita blanca. Para ser Sara Garca no le falta mas que hablar. El reloj de pa-red suena unas campanadas y Lupita se sobresalta. Tira el gato al suelo, apaga el radio y exclama:

    LUPITA: Dios mo! Es la hora de mi jarabe.

    Se quita la peluca blanca y la bata detrs de un

    biombo y vuelve a aparecer en traje de china po-blana. Saca un sombrero de charro y se pone a zapatear en sus orillas al son del jarabe tapato. Mientras baila, canta.

    LUPITA: Estoy bailando sobre tu tumba, Juani-to. De la que no puedes salir a hacerme la vida de cuadros. (Mimando la accin de lo que dice.) "Ha hervido lo suficiente el caldo? Le falta sal! El sazn! El sazn! Ay, cundo se va a comparar tu mano con la de mi santa madre, que Dios tenga en su santa gloria." Pero ahora, Juanito, ya ests junto a ella, prendido de sus faldas, como siem-pre, aunque no creo que eso sea en la santa gloria, sino en los apretados infiernos, que es donde les corresponde. Y en cuanto a m, uy-jay-jay! China libre. Con lo de tu seguro de vida y tu pensin, la paso regiamente. Date una vueltecita de vez en cuando por la casa. No la vas a reconocer. La arre-gl como se me peg la gana a m. Como si jams hubieras existido ni tenido opiniones. Y la cama es ma, completamente ma, y en las noches me doy vuelo rodando de izquierda a derecha y de derecha a izquierda y no me topo.. . con lo que me t o-paba cuando estabas all. Y duermo a pierna suel-ta; sin preocuparme de si vendr o si no vendr el seor; ni de si ya te estrellaste en cualquier es-

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  • quina por andar manejando borracho. Y nadie me deja ya vestida y alborotada para ir al cine porque hubo una junta de negocios. Y nadie se olvida de mi cumpleaos, ni del aniversario de bodas, ni pone pretextos para no asistir a la fiesta de gra-duacin de los hijos. Y en cuanto a los hijos, cum-pl con mi deber de colocarlos. La potranca me result medio cerrera, pero no pudo conmigo, y ahora Juanito y Lupita estn, cada quien por su lado, bien establecidos, respetables. Ay, por fin, me los quit de encima! Me vienen a ver de cuan-do en cuando para que yo cuide a los nietos. Yo los cuido, naturalmente; los apapacho y los con-siento de tal manera que, cuando vuelven con sus paps, estn insoportables. As quedamos a mano.

    Lupita sigue bailando, echando vivas y con nimo de juerga, hasta que tocan a la puerta. Con una celeridad impropia de sus aos va detrs del biom-bo y vuelve a disfrazarse de cabecita blanca. Se sienta en un silln y recupera el gato, al que duer-me ipso facto. Cuando la escena est lista, respon-de con voz cascada.

    LuPITA: Adelante.

    Se abre la puerta y entra una horda de camar-

    grafos, mariachis, animadores, etc. Tocan las ma-anitas.

    CORO: Estas son las maanitas que cantaba el rey David, a las cabecitas blancas se las cantamos aqu.

    ANIMADOR (Micrfono en ristre.): Seoras y se-ores, querido auditorio: en este da consagrado a la exaltacin del amor ms sublime, de la misin ms desinteresada, en este Da de las Madres, hemos querido tener el privilegio de introducirnos en el seno de un hogar en el que se conservan las ms caras esencias de la mexicanidad. Un hogar en el que nuestra idiosincrasia se pone de mani-fiesto. Un hogar que es, al mismo tiempo, cifra y espejo de todos los hogares. El hogar de la seo-ra... (A Lupita.) Seora querra presentarse us-ted misma al culto auditorio que nos hace el favor de escucharnos?

    LUPITA (Modosa.): Con muchsimo gusto. Soy Guadalupe S. viuda de Prez, para servir a Dios y a ustedes.

    ANIMADOR: Muy bien contestado! Perfecta-mente bien contestado! Lupita, por haber contes-tado tan acertadamente nuestra primera pregunta,

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  • se ha ganado usted un premio cedido por la Perfu-mera Pars, cuyos productos huelen ... y huelen bien. He aqu un maravilloso, un estupendo fras-co de brillantina para el pelo. Un frasco de bri-llantina que limpia, fija y da esplendor. Lupita querra usted agradecer este regalo de la Perfu-mera Pars, cuyos productos huelen ... y huelen bien, al pblico que tiene la bondad de escuchar-nos?

    LUPITA: Agradezco mucho... (Se atora.) ANIMADOR: . . . a la Perfumera Pars, cuyos pro-

    ductos huelen... y huelen bien... LUPITA: . . . y huelen bien... ANIMADOR: Bravo! Qu memorial Conserva

    intactas sus facultades. Es asombroso a su edad. LUPITA: . . . por este inmerecido obsequio. ANIMADOR: Inmerecido? La que nos am antes

    de conocernos se lo merece todo. Por eso "Latex, la casa que acaba con las latas porque tiene un surtido completo de latas", le regala a usted estas sopitas, estas salsitas, estas mermeladitas... Seo-ra, djese de latas, abra una lata. Latex le propor-ciona a usted todo lo que su cocina necesita. La-tas? No. Latex.

    LUPITA (Que empieza a estar rodeada de los objetos que se acumulan en torno suyo, embobada

    por lo que ocurre.): Qu bonito! Pero realmente, no s... Es demasiado. Como soy sola...

    ANIMADOR: Sola? La soledad no existe para quien, como usted, ha pagado su deuda con la na-turaleza y con la sociedad al convertirse en madre. La soledad no existe para quien se ha sacrificado por los otros. Sus hijos, seora, la acompaan... en espritu.

    LUPITA: Fueron mis hijos los que los enviaron a ustedes aqu?

    ANIMADOR: No, seora. Este evento ha sido or-ganizado por la cadena de tiendas A.B.C. A: ad-quiera. B: buenas. C: cosas. Usted result vence-dora del concurso A.B.C. Adquiera buenas cosas.

    LUPITA: Gan el concurso de la mejor madre mexicana?

    ANIMADOR: No, Lupita. Eso habra sido impo-sible. Todas, absolutamente todas y cada una de las madres mexicanas son mejores!

    LUPITA: Mejores que quin? ANIMADOR: Que las que no son madres o que

    las que, sindolo, no son mexicanas. Es sencill-simo.

    LUPITA: Gan el concurso de la madre ms po-pular, entonces.

    ANIMADOR: La madre ms popular, seora, es la que inmortaliz en sus versos de oro el vate Gui-

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  • llermo Aguirre y Fierro, cuyo "Brindis del Bohe-mio" nos va a ser recitado por el mago del micr-fono, Pedrito Mora. Pedrito... a la reja con todo y chivas!

    PEDRITO: Muchas gracias, seoras y seores, se-lecto auditorio, Lupita, voy a tener el honor... de decir para ustedes... para usted... los senti-dos versos...

    LUPITA (Arrebatada.): Qu bonito habla! Pa-rece musical

    PEDRITO: En torno de una mesa de cantina,... etctera.

    Mientras Pedrito se despepita, Lupita quiere salir de dudas.

    LUPITA (Al animador): Entonces, quin me eligi?

    ANIMADOR: No fue una eleccin, fue una rifa. Usted result agraciada por ser la poseedora del nmero...

    PEDRITO: . . . brindo por la mujer, mas no por esa .. .

    LUPITA (Desengaada.): Una rifa? ANIMADOR: Si; suerte, abuelita, suerte!

    Mientras Pedrito se desgaita y el animador ex-

    plica y Lupita insiste, se descargan encima de ella licuadoras, lavadoras, estufas, pasteles que forman una pirmide que la sepulta. Encima de la cspide hay un pastel con una velita. Lupita, sintiendo que se asfixia, clama desde lo profundo del abismo.

    LUPITA: Auxilio! Socorro! Squenme de aqu! Me ahogo! Me ahogo... Auxilio... Socorro.. .

    Oscuro. Al prenderse la luz, estamos de nuevo en el saln de belleza. La duea y la peinadora corren a desconectar el secador bajo el cual se encontraba Lupita y la ayudan a salir. Tambalendose, soste-nida por sus salvadoras, exclama:

    LUPITA: Qu pesadilla ms horrible! Nunca lo hubiera credo... Horrible... pesadilla... horri-ble...

    TELN

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  • SEGUNDO ACTO

    No hay solucin de continuidad entre el acto an-terior y el que sigue. Es el mismo saln de belleza, las mismas clientes, la duea y la peinadora. Todas tratan de calmar a Lupita, que est tomando una taza de t con piquete, por aquello del susto. Apro-vechando la alharaca femenina, la duea le dice a la peinadora:

    DUEA: Andale, aprale. Quita del secador esa porquera con la que nos vino a atravesar ese tal por cual de agente.

    La peinadora finge obedecer pero, despus de cer-

    ciorarse de la distraccin de la duea, no quita el dispositivo electrnico, sino nicamente lo cambia para que produzca otros sueos.

    LUPITA (Que ha transitado de la excitacin al fatalismo.): Tena que ocurrirme esto precisamen-te hoy.

    DUEA (Benvola.): Es natural. Tiene usted los "nervios de estreno", como dicen los artistas.

    LUPITA (Depositando su taza de t.): Sin albures eh? O cuando regrese del viaje de bodas no les cuento nada.

    CLIENTE 1: No hay nada nuevo bajo el sol, que-rida. Y mucho menos bajo el sol de Acapulco.

    CLIENTE 2: Muy vivida no? CLIENTE 1 (Como quien arroja un as de triun-

    fo.): Divorciada tres veces. LUPITA (En el colmo del pasmo.): Casada tres

    veces! CLIENTE 2: El caso clsico del optimista y del

    pesimista. El optimista ve el vaso medio lleno y el pesimista lo ve medio vaco.

    LUPITA: Tres veces! Y yo que tengo que casar-me hoy por la primera no puedo ni acabar de peinarme. (La peinadora la conduce de nuevo al secador y la ayuda a acomodarse.) Esta vez s no me voy a dormir. Ya estuvo suave de malos sueos.

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  • Despus de esta rotunda promesa se ve cmo Lu-pita lucha contra la somnolencia que la invade. Poco a poco se deja vencer por una fuerza supe-rior a la suya, y se entrega a un estado que ha de ser placentero si se juzga por la expresin de su cara y el relajamiento de su cuerpo. Las luces y las imgenes del saln se desvanecen con lentitud y, de pronto, vemos a Lupita en una feria con sus juegos, sus merolicos y sus exhibiciones de mons-truos. Lupita, que va comiendo una paleta, se de-tiene ante una carpa de vivos colores y llamativos anuncios dibujados por un pintor ingenuo. A la entrada anuncia el merolico.

    MEROLICO: Seoras, seores, distinguido pbli-co, pasen, pasen a ver el fenmeno ms extraor-dinario del mundo: la Mujer que se volvi Ser-piente por desobediente! Seora, mustrele usted este ejemplo a su hija, para que se ensee a ser dcil. Joven, pase usted a mirarse en este espejo de cuerpo entero. Distinguido pblico: ste es un espectculo para toda la familia, un espectculo recomendado por las autoridades, tanto eclesisti-cas como civiles. Un espectculo en el que se com-binan la diversin y la enseanza de los sagrados principios morales. Divirtase y haga patria, ayu-dando a preservar las sacrosantas tradiciones de las

    que se nutre nuestra idiosincrasia. Por un peso fjese usted bien, por un solo peso! usted lo con-sigue todo: distraccin sana y proteccin segura contra las ideas exticas. Cuntos boletos? Cun-tos? Quin dijo yo?

    La gente, que huye por principio de todo lo que sea didctico, comienza a dispersarse y slo queda Lupita; paga su entrada y tiene acceso al interior de la carpa. Hay en ella una representacin de lo que comnmente se entiende como paraso: un ameno jardn, con arroyuelos murmuradores, un manzano y una mujer cubierta con mallas esca-mosas que dormita hasta que un "spot" de luz la despierta. Deslumbrada, alza el rostro y escruta a lo que debera ser el pblico. Cuando descubre que no hay nadie ms que Lupita da un gran bostezo.

    EVA: No se puede decir que ste sea un xito. LUPITA (Apenada.): Si usted no cree que valga

    la pena molestarse por m y quiere suspender la funcin .. .

    EVA: Oh, no. Tengo demasiada conciencia pro-fesional para hacer eso. A qu atribuiras t esta falta de pblico?

    LUPITA: Hay mucha competencia.

    72

  • Eva: Eso ha de ser. Porque mi historia no ha dejado de ser interesante. Al contrario. Con esto del Women's Lib yo ando como chicle, de boca en boca. Unos me exaltan, otros me maldicen, pero nadie me olvida. En lo que a m concierne, nunca he estado ms en forma que hoy. Es el momento oportuno para... Pero mi mnager es un irresponsable: firma contratos con el primero que pasa y se desentiende por completo de la pro-paganda. En tales circunstancias es un milagro que t ests aqu. Un verdadero milagro. (Pausa que Lupita no sabe cmo romper.) Desde hace siglos he soado con alguien a quien contarle la verda-dera historia de la prdida del Paraso, no esa ver-sin para retrasados mentales que ha usurpado a la verdad. Tal vez t... Eres curiosa?

    LUPITA: Si no lo fuera no estara yo aqu. Eva: Hmmm. Esa respuesta me huele a frase

    clebre. Pero, en fin, no se puede exigir mucho. Comenzaremos.

    Eva se despoja de la malla escamosa y le queda otra de color carne. Va a sentarse, con un aire de total aburrimiento, debajo del manzano. Adn, tambin en mallas que insinan su desnudez, apa-rece. Con un aire de maestro rural amonesta a Eva.

    ADN: ... y no lo olvides: t te llamas Eva. Re-ptelo: Eva.

    Eva: Por qu? ADN (Confundido y, naturalmente, airado.):

    Cmo que por qu? Esas preguntas no las hace una mujer decente. Obedece y ya.

    EVA: No veo la razn. ADN (Que tampoco la ve. Para disimular.): Te

    encanta llevar la contraria, hacerte la interesante. Por qu no sigues el ejemplo de los dems? Mira. (Actuando lo que dice.) T te llamas rbol. A-r-b-o-i. Y t, hormiga. H-o-r-m-i-g-a. Con h, aunque la h es muda.

    EVA: No oigo que nadie responda nada. ADN: Es eso precisamente lo que quiero que

    aprendas. A no replicar. EVA: Cmo quieres que replique un rbol o

    una hormiga si son mudos? As qu chiste. Por qu no hablas con el perico? Porque l s te puede contestar, verdad?

    ADN (Herido pero generoso.): Qu equivocada ests, querida, qu equivocada! Yo no hablo con las cosas ni con los animales. Eso sera rebajar mi nivel. Ni siquiera hablo contigo.

    EVA: Eso sera elevar tu nivel. ADN: No seas insolente! EVA: No se trata de insolencia, sino de lgica.

    75

  • Con quin hablas entonces? ADN: No hablo con, hablo para. Mi interlocu-

    tora es la posteridad. EVA: Quieres decir que hablas para nuestros

    tataranietos? ADN: Por favor, mujer, no seas prosaica. Yo

    pongo el problema en el plano del espritu y t lo reduces a los ms vulgares elementos biolgicos.

    EVA: Sin ellos, sin mi colaboracin, quiero de-cir, quin sera tu auditorio?

    ADN: La eternidad. Dios. EVA: Jehov? ADN: l puede crear seres de la nada. A m me

    form con barro y a ti .. . EVA: S, ya s, no me lo repitas. A m me hizo

    con una de tus costillas. ADN: Lo ves? No eres indispensable. Y es bue-

    no que recuerdes, de una vez y para siempre, que tu condicin es absolutamente contingente.

    EVA: Lo mismo que la tuya. ADN: Ah, no! Yo soy esencial. Sin m, Dios no

    podra ser conocido ni reverenciado ni obedecido. EVA: No me niegues que ese Dios del que ha-

    blas (y al que jams he visto) es vanidoso: nece-sita un espejo. Ests seguro de que no se trata de una diosa?

    ADN: No seas irreverente! Dios porque est

    hecho a mi imagen y semejanza quiso coronar la creacin con una conciencia. Mi conciencia.

    EVA: Suena muy bonito... pero qu te pidi a cambio?

    ADN: Que yo catalogue lo existente, que lo or-dene, que lo cuide y que haga que se sujeten a su ley todas las criaturas. Comenzando contigo. As que repite lo que te he enseado. Cmo te llamas?

    EVA: Cmo me llamas t? ADN: Eva. EVA: Bueno. Ese es el seudnimo con el que voy

    a pasar a la historia. Pero mi nombre verdadero, con el que yo me llamo, se no se lo dir a nadie. Y mucho menos a ti.

    ADN: Contumaz! No voy a seguir perdiendo el tiempo contigo. (Revisando una agenda.) Hoy me toca ocuparme de los lepidpteros.

    Se aleja, con la agenda abierta en la mano, y va sealando con un lpiz y apuntando nombres. Eva permanece en su lugar. Bosteza, se estira, est a punto de caer muerta de aburrimiento.

    SERPIENTE (Que haba estado escondida detrs del rbol y que se manifiesta ahora como una figu-ra asexuada con reminiscencias de reptil. Canta.):

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  • El hasto es pavorreal que se muere de luz en la tarde...

    EVA: Qu es eso? SERPIENTE: La posteridad que canta. EVA: No seas cursi. Dime, de dnde has salido? SERPIENTE: Si yo te lo dijera no me lo creeras:

    del mismo lugar que has salido t. EVA (Despectiva.): Eres otra costilla ambulante? SERPIENTE: Vamos, vamos, no me digas que

    crees en esas fbulas. Y, a propsito, dnde est Adn?

    EVA: Vagando por all. Ya sabes a lo que se de-dica: a ponerle nombre a las cosas.

    SERPIENTE: Quieres decir que es un poeta? Debo advertirte que esa es una actividad escasa-mente remunerada.

    EVA: Para lo que nosotros necesitamos.. . SERPIENTE (Observndola.): Qu horror! No

    tienes nada que ponerte! EVA (Con un gesto de pudor.): Qu vergenza!

    Y delante de un extrao! SERPIENTE: Yo no soy un extrao. Yo conozco

    tu nombre verdadero. EVA (Sin preocuparse por verificarlo, deseosa de

    confiar.): Cmo lo supiste?

    SERPIENTE: Quedaras maravillada si yo te con- tara todo lo que s. He estado en varios parasos antes de venir a parar en ste, y te aseguro que nunca he visto un sitio ms decepcionante.

    EVA: Y si aqullo era tan bonito y esto es tan horrible, por qu viniste aqu? Por qu te que-das? Por qu no vuelves?

    SERPIENTE (Misteriosa y triste.): Soy un exiliado poltico.

    EVA: Qu quiere decir eso? SERPIENTE: Que estuve en desacuerdo con el

    rgimen. T sabes que la tirana no tolera la cr-tica.

    EVA: Te echaron? SERPIENTE: Ped asilo. Pens que aqu las cosas

    seran diferentes. Y, en realidad, el lugar es agra-dable... digo, para pasar unas pequeas Vacacio-nes.

    EVA: Vacaciones aqu? Aqu ninguno trabaja. SERPIENTE: Es posible? Ahora me explico la ...

    digamos la escasez de tu vestuario. EVA: Dime qu es lo que usan las mujeres...

    all? SERPIENTE: En esta temporada, hojas de parra.

    De diferentes colores, en diversas combinaciones. Es el ltimo grito de la moda.

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  • EVA (Seductora.): No sera posible conseguir una para m?

    SERPIENTE: Bueno... eso cuesta dinero. Y me temo, por lo que me cuentas de las actividades de Adn, que no gana mucho.

    EVA: Tampoco quiero depender de l. Quiero bastarme a m misma. Ya bastante me echa en cara lo de la costilla.

    SERPIENTE: Y sabes cmo se gana el dinero? EVA: Ni siquiera s, bien a bien, qu es el di-

    nero. SERPIENTE: Es la recompensa del trabajo. EVA: Y qu es el trabajo? SERPIENTE: La mejor cura contra el aburrimien-

    to. Ves ese campo que tienes frente a ti? EVA: Aj. SERPIENTE: Qu te parece? EVA: As, as. SERPIENTE: Es un desperdicio, un verdadero des-

    perdicio. Es el campo perfecto para sembrar Vi-edos.

    EVA (Pescando al vuelo la idea.): Montones de hojas de parra! Para todas las estaciones del ao, para cada una de las horas del da, para la ocasin solemne y para el uso cotidiano...

    SERPIENTE: No corras tanto. Lo primero que habra que conseguir es un permiso de cultivo.

    EVA: Permiso? A quin? SERPIENTE: Al dueo. EVA: El dueo es egosta y cicatero. Sabes que

    nos ha prohibido que comamos la fruta de ese rbol?

    SERPIENTE: Por qu? EVA: Ah, no se digna dar razones. Simple y sen-

    cillamente porque s. SERPIENTE: Y a ti no te subleva esa arbitra-

    riedad? EVA: A m me hierve el hgado. SERPIENTE: Y entonces por qu no comes? EVA (Vacilante.): En realidad no se me antoja

    mucho. SERPIENTE: En realidad tienes miedo. EVA: No quisiera engordar. SERPIENTE: La fruta no engorda, eso est proba-

    do cientficamente. Adems, si trabajas tienes que estar bien alimentada.

    EVA: Es duro labrar la tierra? SERPIENTE: Cuando no se est acostumbrado...

    (Corta una manzana y se la ofrece a Eva.) Come. EVA (Tomando la manzana.): T no tienes as-

    pecto de campesino. SERPIENTE: De qu tengo aspecto? EVA: No s. Tal vez de... de intelectual. SERPIENTE: Me hubiera gustado ms que me di-

    80 81

  • jeras que tena aspecto de inteligente. Porque una persona inteligente se las ingenia para hacer lo que quiere y pagar por ello lo menos posible.

    EVA (Concentrndose como para hacer cuen-tas.): Si yo como esa manzana .. .

    SERPIENTE: Habrs demostrado una cosa: que eres libre. Ahora bien, la libertad vale mucho. Pero cuesta mucho ms.

    EVA: No me importa! Yo no obedezco rdenes arbitrarias, ni creo en cuentos de hadas, ni...

    Relmpago, oscuridad momentnea. Cuando vuel-ve la luz ya no est la serpiente, sino slo un Adn acusador.

    ADN: Qu has hecho? EVA: He descubierto que ese campo necesita

    cultivo. La parra se dara bien. ADN: De qu ests hablando? EVA: De que es una vergenza que los dos ande-

    mos desnudos como dos pordioseros. ADN: No necesitamos ropa: ste es el pas de

    la eterna primavera. EVA: Propaganda turstica. Ninguna primavera

    es eterna. Y a m no se me da la gana esperar al otoo para recoger las hojas cadas. Yo quiero pre-parar mi vestuario ya. As que manos a la obra.

    ADN (Incrdulo.): Quieres decir que piensas trabajar?

    EVA: Qu hay de malo en eso? ADN: Se cansa uno. Y suda. EVA: Yo no me cansar porque estoy bien ali-

    mentada. Prueba esta manzana. ADN: Cmo te atreves? Es la que Jehov nos

    ha prohibido! EVA: Por qu? ADN: Porque s. EVA: A que no te atreves a preguntarle sus ra-

    zones? ADN (Que est perdiendo fachada.): Atrever-

    me, lo que se llama atreverme.. . por qu no? Pero sera una falta de respeto. Y Jehov es tan respetable: tiene una gran barba blanca.

    EVA (Desilusionada.): Es viejo? Ahora lo com-prendo todo: nos ha prohibido tocar esa fruta por envidia. Quiere que, en la flor de la edad como estamos nosotros, seamos tan dbiles y tan impo-tentes como l. Sabes lo que tiene esa manzana? (Adn hace un signo negativo con la cabeza.) Vi-taminas. Hay que hacer una dieta equilibrada si queremos que nuestros hijos sean sanos.

    ADN: Hijos? EVA: Claro. Hay que pensar en ellos. Me gus-

    tara dejarles de herencia una pequea granja de

    82 83

  • labor, con sus vacas de ordea y sus aves de corral y...

    ADN (Que ha estado mordisqueando distrada-mente la manzana, se atraganta.): Quin te ha metido esas ideas en la cabeza?

    EVA: Las ideas no se meten en la cabeza: salen de la cabeza. Qu tal estuvo la manzana? Sa-brosa?

    ADN (Mirando, horrorizado, el hueso.): Dios mo!

    EVA: No lo llames. Para qu lo quieres? ADN: Para pedirle que no nos castigue. EVA: Qu ms castigo quieres que esta vida

    ociosa sin perspectivas de progreso ni de cambio, sin nada?

    ADN (Nostlgico.): Pero ramos tan felices... No nos faltaba nada.

    EVA: No desebamos nada, que es distinto. Y no ramos felices. ramos egostas y cobardes. La categora humana no se recibe; se conquista.

    ADN (Arrodillado.): Seor, yo no soy digno. Seor, ten piedad de nosotros.

    VOZ CAVERNOSA Y DISTANTE: "Parirs con do-lor!"

    EVA: Pago el precio de la plenitud. Y juro que no descansar hasta vencer al dolor.

    Voz: "Moriris! Os perderis!"

    EVA: La muerte ser la prueba de que hemos vivido.

    ADN (Tratando de detenerla.): Eva, te lo su-plico, retrocede.

    EVA (Avanzando siempre.): No es posible. La historia acaba de comenzar.

    Oscuro. Lupita comienza a gritar histricamente: "Blasfemia! Calumnia! Dnde est el merolico que me vendi el boleto para que me devuelva mi dinero? Estafador! Bandido! Merolico! Mero-lico! Dios santo, estoy vuelta y vuelta en el mismo lugar. ste es un laberinto. Merolico! Merolico!" Cuando la luz vuelve a encenderse encontramos a Lupita, con aire todava de extraviada, frente a un museo de cera en el que, en una serie de ni-chos, se encuentran representadas de la manera ms convencional posible la Malinche, Sor Jua-na, doa Josefa Ortiz de Domnguez, la Empera-triz Carlota, Rosario de la Pea y la Adelita. Re-sucitadas por el escndalo, salen de sus nichos.

    SOR JUANA (Llevndose las manos a la cabeza.): Dios mo! Es que no se puede vivir tranquila ni siquiera en un museo? Hasta aqu ha de venir a perseguirme el rumor de comunidad que, como un tbano, me atorment durante toda la vida?

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  • ADELITA: Rumor de comunidad! Melindres de monja! Ya te hubiera yo querido ver en la mera bola: caonazos, trenes que volaban por el aire, cargas de caballera. Y todo para qu? Para que t te pasees (Sealando sus hbitos monjiles.) dis-frazada de espantapjaros, como si la Constitucin no existiera.

    JOSEFA (Enrgica.): Respete usted esos hbitos, que son sagrados.

    CARLOTA: No es cuestin de respeto; es, como de costumbre en este pas, una falta completa de modales. (A la Adelita.) Cmo se atreve usted a dirigirle la palabra a quien no le ha sido ni si-quiera presentada?

    ROSARIO (Tratando de mediar.): Quiz se co-nozcan de antes.

    ADELITA: Yo? Conocer a sta? Ni de nombre. SOR JUANA (Irnica.): Tal es la posteridad para

    la que yo escrib! JOSEFA (Apelando a los sentimientos de caridad

    y refirindose a la Adelita.): La pobre no sabe ni siquiera leer. Es una analfabeta total. Yo, en cam-bio, he tenido el privilegio de ser su lectora. (A Sor Juana.) Y la admiro tanto!

    SOR JUANA (Sin hacer caso del elogio, mirando a la Adelita y a la Malinche.): Pero tal ignorancia

    hay que remediarla de algn modo. (Sbitamente inspirada.) Por qu no jugamos a la escuelita?

    Todas reaccionan en contra, cada una a su mane-ra. Sobre el coro de exclamaciones negativas se impone la voz de Lupita.

    LUPITA: Creo que aqu la nica que tiene dere-cho a opinar soy yo porque pagu mi boleto. Y quiero que me den lo que me prometieron: un espectculo, no una clase.

    CARLOTA (Soadora.): Representar! La ilusin de mi vida.

    SOR JUANA (A Lupita.): Pero t tambin tienes que tomar parte. Cada una de nosotras escoger un momento culminante de su vida. Y t tendrs que identificamos.

    JOSEFA: No va a ser difcil. Somos tan pocas las mujeres mexicanas que hemos pasado a la his-toria!

    SOR JUANA: Va a ser difcil. Porque nos hicie-ron pasar bajo las horcas caudinas de una versin estereotipada y oficial. Y ahora vamos a presentar-nos como lo que fuimos. O, por lo menos, como lo que creemos que fuimos.

    CARLOTA: El orden de prioridades va a estable-

    86 87

  • cerse de acuerdo con el protocolo? Porque en ese caso me correspondera el primer lugar a m.

    SOR JUANA: Tratemos de proceder de acuerdo con la cronologa. (A la Malinche, que no ha abier-to la boca y se ha limitado nicamente a observar.) Seora, el escenario es suyo.

    Oscuro. Al encenderse la luz se ve una improvi-sada tienda de campaa en la que Corts no sabe cmo arreglrselas con su estorbossima armadura. Es obvio que el calor de la costa lo agobia. La Malinche lo abanica con una rstica palma.

    MALINCHE: Te lo dije: no podemos quedarnos aqu.

    CORTS: Ni subir all, ni mucho menos regre-sar a Cuba. Ay, cunto diera yo por tener en mis manos un momento, nada ms que un momento, al marinero que se puso a fumar en la bodega del barco y se qued dormido!

    MALiNCHE: Deberas ser ms tolerante. El taba-co es un vicio que acaban de descubrir tus solda-dos. Es nuestra manera de corresponder el regalo de la sfilis que ustedes nos trajeron.

    CORTS: Pero producir catstrofe semejante! No qued ni rastro de ninguna de las naves.

    MALINCHE: Ni rastro de ese fumador, tampoco.

    Ese hombre poda haber sido un testigo inopor-tuno. Por qu no aprovechas esta circunstancia para hacer correr el rumor de que t, t, quemaste las naves?

    CORTS: Yo? Para qu? MALINCHE: Para cortar la retirada a Cuba. Hay

    en tu ejrcito muchos cobardes y uno que otro traidor que queran volver. Ahora no pueden ha-cerlo y no les queda ms remedio que enfrentarse a los hechos.

    CORTS: Que no pueden ser ms adversos: un clima endemoniado, un imperio formidable... Aydame a quitarme la coraza.

    MALINCHE (Firme.): No. CORTS: Cmo te atreves a decir que no? Eres

    mi esclava, mi propiedad, mi cosa! MALINCHE: Soy tu instrumento, de acuerdo.

    Pero, al menos, aprende a usarme en tu beneficio. CORTS: Que, segn t, consiste en que yo me

    derrita dentro de la armadura. MALINCHE: Si te despojas de ella los indios ve-

    rn lo que he visto yo y me callo: que eres un hombre como cualquier otro. Quiz ms dbil que algunos. Armado te semejas a un dios.

    CORTS (Halagado.): Dame un espejo. (Se con-templa y se aprueba.) Es verdad. Y este papel de dios me viene pintiparado.

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  • MALINCHE (Sonriendo con indulgencia ante la vanidad de Corts.): Un dios cuyo regreso aguar-dan los indios desde el principio. Lo aguardan para rendirse a l, para devolverle lo que le perte-nece: el mando. Porque todas las profecas anun-cian su retorno y tambin su victoria.

    CORTS: T crees en esas mojigangas? MALINCHE: Lo que yo creo no importa. No soy

    una vasalla de Moctezuma porque sal del poder del seor maya que le paga tributo. Ahora te per-tenezco a ti.

    CORTS: Te gusta el papel de diosa consorte, eh?

    MALINCHE: Me gusta que Moctezuma beba una taza de su propio chocolate. Es un amo cruel.

    CORTS: Ms que yo? MALINCHE: T eres brutal, porque tienes prisa.

    l se cree dueo de la eternidad. CORTS: No es fcil desengaarlo. MALINCHE: Pero es posible. Muchos lo odian.

    Ese imperio, que t ves alzarse ante ti como una gran muralla, est lleno de cuarteaduras. Por cual-quiera de ellas podras infiltrarte con tu ejrcito.

    CORTS (Tratando de abrazarla.): Ah, mujeres, mujeres! Por qu la Divina Providencia las habr dotado del don superfluo de la palabra?

    MALINCHE (Forcejeando por desasirse.): En mi

    caso particular, para que yo te sirviera de intr-prete y te transmitiera el mensaje de los emisarios de Tlaxcala que solicitan audiencia.

    CORTS (Lbrico.): Malintzin! MALINCHE (Negndose, por ahora, a Corts; pro-

    metindose para ms tarde.): Tienes prisa, recuer da. La situacin de tus hombres es desesperada y los tlaxcaltecas son la nica tabla de salvacin. Recbelos. Ellos te sealarn el camino seguro a Tenochtitlan.

    CORTS: La ciudad de oro! MALINCHE: El ombligo del poder. Capitn: sube

    al altiplano y arrebata a Moctezuma el silln con respaldo y la vara de autoridad. T sers rey!

    CORTS (Que no ha odo hablar de Shakespeare y, menos an, de las brujas de Macbeth.): La ri-queza, la fama, el dominio. Heredar a mis hijos un imperio!

    Mientras Corts divaga la Malinche abrillanta la armadura, lo peina, etc. Cuando su apariencia le parece satisfactoria, va a la puerta de la tienda y exclama a los que esperan afuera.

    MALINCIIE: Los embajadores tlaxcaltecas pueden pasar.

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  • Oscuro. Otra vez el museo de cera. La expresin de Carlota es despectiva; la de Adelita, fascinada; la de Josefa, respetuosa; la de Sor Juana, irnica. Tan slo hay dos rostros que expresan la ms coan-pleta frustracin: el de Rosario y el de Lupita. A la primera la contiene su buena educacin y su circunstancia de ser figura de cera. Pero a Lupita la solivianta el pago de su boleto. Protesta.

    LUPITA: Y el romance? MALINCHE: Cul romance? LUPITA: Usted estaba enamorada de Corts, del

    hombre blanco y barbado que vino de ultramar. MALINGRE: Enamorada? Qu quiere decir eso? SOR JUANA (Didctica.): Probablemente la seo-

    rita se refiere al amor, un producto netamente occidental, una invencin de los trovadores pro-venzales y de las castellanas del siglo )(II europeo. Es probable que Corts, a pesar de su estancia en Salamanca, no lo haya conocido ni practicado.

    MALINGRE: Por lo pronto, no lo export a Am-rica. Y en cuanto a nosotros...

    SOR JUANA: Ya lo sabemos. El amor es algo que no tiene nada que ver con la cultura indgena.

    CARLOTA: Ni con el recato monjil. SOR JUANA: Es por eso que cedo la palabra a

    quien posee experiencia: a mi colega, Rosario de la Pea, alias Rosario, la de Acua.

    JOSEFA: Colega? SOR JUANA: Por aquello de que a m se me llam

    la Dcima Musa y ella fue la musa de una plyade de poetas, de intelectuales.

    ROSARIO: Oh, s. Por mi saln pasaron los hom-bres ms notables de la poca. Aunque he de admitir que la poca fue bastante mediocre. Guar-do en mi lbum los autgrafos de todos ellos. Me admiraban, me rendan homenaje, me llamaban la inspiradora de sus obras.

    SOR JUANA: Pero la celebridad mayor se la debe usted a Manuel Acua. Se suicid por usted, no es cierto?

    ROSARIO: Eso dice la leyenda. Pero, como todas las leyendas, miente. Lo que yo voy a contarles es la verdad.

    Oscuro. Aparece una buhardilla pauprrima de jo-ven romntico del siglo XIX mexicano que quiere parecerse al joven romntico del siglo XIX pari-sino. Manuel Acua tiene todos los signos nobi-liarios de la desnutricin, del insomnio y, quiz, de algn vicio. Afiebrado, ojeroso, escribe unas lneas y luego, ponindose en pie, declama.

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  • MANUEL: Pues bien, yo necesito decirte que te quiero ----decirte que te adoro con todo el corazn ... etc.

    La puerta se abre silenciosamente y aparece en el umbral Rosario, agitada por las emociones que la embargan y por las muchas escaleras que ha tenido que subir. Un tupido velo le cubre la cara, corno es de rigor en las protagonistas decimonnicas de las visitas c