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Los Cuadernos de Cine «CASABLANCA». UN OASIS Genoveva Dieterich O ué puede ec . irse realmente sobre «Ca- sablanca»? Porque no se trata en abso- luto de · una realidad tangible, sino de un tejido etéreo de asociaciones, sin duda reales, pero también soñadas, ayer quizá o hace muchos años (aquel paseo por la noche ma- oquí, densa y quieta, por la carretera entre euca- liptus polvorientos, con el presentimiento sitroso del mar cercano sobre la piel... el mar como una línea negra y líquida detrás del follaje y las dunas, Océano Atlántico... y la noche espesa de gán de noche y especias, poblada de personajes cinema- tográficos se abría regularmente en el círculo ama- rillo de las bombillas que bamboleab entre los árboles...). Hay imágenes que no se desgastan, son como insólitas piedras de mechero de chispas inagotables, que siempre prenden en la yesca del recuerdo: esa masa fosforescente (estoy habldo de «Casablca»). Otras en cambio se borran, no sugieren casi nada, caen en el vacío de la memo- ria, en teenos impregnados de otros perfumes... La primera chispa es ese plano sobre un tablero de ajedrez, una copa y un cenicero, esa mano que firma un cheque («O.K.Rick») y, después de aca- riciar distraídamente un fil, coge el cigarrillo que humea y lo lleva a unos labios y a un rostro: el de Bogart, por supuesto. De toda esa historia retrospectiva de París, por el contrario, casi sólo permanece esa escena en una «boite»: Ilsa y Rick bailan («no names, no questions») a los sones inconfundibles de «Pei- dia» -los rostros en ese bello y aterciopelado gris-negro, de perfil, en silencio, irradiando una sonrisa que no es de este mundo, que pertenece a la esfera del eterno encuentro. («Perfidia», esa misma melodía dulce y traicionera, que se sube a la cabeza e invita a bailar «cheek to cheek» eter- namente, aunque ya se sabe que es sólo un ins- tante que ya huye ... «Perfidia» tropical de «party» veraniega, que descubre deslumbrante que el amor no es adolescente, sino antiguo y terrible...) ¿Por qué no se olvida la gran escena de la des- pedida? En blco y negro acholado, de matices polvorosos que dramatizan infinitamente el deste- llo svaje de los ojos, las súbitas ojeras de lo irremediable, el ceño dolorido al pie del reloj de la estación (Austerlitz, con toda seguridad): la des- pedida en solitario. Y la lluvia como un cataclismo emocion, una cortina de lágrimas, de agas l- 52

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Los Cuadernos de Cine

«CASABLANCA».

UN OASIS

Genoveva Dieterich

O ué puede <lec

.irse realmente sobre «Ca­

sablanca»? Porque no se trata en abso­luto de · una realidad tangible, sino de un tejido etéreo de asociaciones, sin

duda reales, pero también soñadas, ayer quizá o hace muchos años (aquel paseo por la noche ma­rroquí, densa y quieta, por la carretera entre euca­liptus polvorientos, con el presentimiento salitroso del mar cercano sobre la piel. .. el mar como una línea negra y líquida detrás del follaje y las dunas, Océano Atlántico ... y la noche espesa de galán de noche y especias, poblada de personajes cinema­tográficos se abría regularmente en el círculo ama­rillo de las bombillas que bamboleaban entre los árboles ... ). Hay imágenes que no se desgastan, son como insólitas piedras de mechero de chispas inagotables, que siempre prenden en la yesca del recuerdo: esa masa fosforescente (estoy hablando de «Casablanca»). Otras en cambio se borran, no sugieren casi nada, caen en el vacío de la memo­ria, en terrenos impregnados de otros perfumes ... La primera chispa es ese plano sobre un tablero de ajedrez, una copa y un cenicero, esa mano que firma un cheque («O.K.Rick») y, después de aca­riciar distraídamente un alfil, coge el cigarrillo que humea y lo lleva a unos labios y a un rostro: el de Bogart, por supuesto.

De toda esa historia retrospectiva de París, por el contrario, casi sólo permanece esa escena en una «boite»: Ilsa y Rick bailan («no names, no questions») a los sones inconfundibles de «Perfi­dia» -los rostros en ese bello y aterciopelado gris-negro, de perfil, en silencio, irradiando una sonrisa que no es de este mundo, que pertenece a la esfera del eterno encuentro. («Perfidia», esa misma melodía dulce y traicionera, que se sube a la cabeza e invita a bailar «cheek to cheek» eter­namente, aunque ya se sabe que es sólo un ins­tante que ya huye ... «Perfidia» tropical de «party» veraniega, que descubre deslumbrante que el amor no es adolescente, sino antiguo y terrible ... )

¿Por qué no se olvida la gran escena de la des­pedida? En blanco y negro acharolado, de matices polvorosos que dramatizan infinitamente el deste­llo salvaje de los ojos, las súbitas ojeras de lo irremediable, el ceño dolorido al pie del reloj de la estación (Austerlitz, con toda seguridad): la des­pedida en solitario. Y la lluvia como un cataclismo emocional, una cortina de lágrimas, de agujas lar-

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gas y aceradas, la presencia amenazadora de los trenes, la silueta inconfundible -el «trench-coat», el sombrero-- del que se siente traicionado inexpli­cablemente (pero siempre es inexplicable la trai­ción); la carta que lo explica todo no basta -nunca basta- y se borra bajo la lluvia, justamente, fútil, ofensiva en su insuficiencia. Y él aborda el tren en marcha, el tumulto estruendoso de las máquinas (como el corazón) hacia el destino férreo que des­garra el delicado tejido, que segundos antes era eterno. La niebla como un desvanecimiento inunda al viajero definitivamente solo. Austerlitz. Pero, al menos aquí, en el maravilloso celuloide es posible -«directed by Curtiz»- no sólo el milagro del reencuentro -él traumatizado, ella aparente­mente culpable (también .podría ser al revés)- en Rick's «American Bar», en el ambienté irónica­mente Art Déco del espacio mítico de Casablanca, (visto por los Estudios Warner), espacio onírico por excelencia, de espejos ensoñados y ventilado­res, donde entre copas y cristales aparecen los bellos fantasmas del recuerdo y llegan y explican lo que sucedió, el por qué de la separación, su carácter pasajero, evidentemente ... Y en la noche calurosa de Marruecos (o más bien «Morocco» ), en la oscuridad laminada por las persianas y las hojas de palmera, entra el traidor amado (o la traidora amada ... ) y «rara oportunidad- el traicio­nado puede dramáticamente arrancar las vendas de una herida nunca cicatrizada en un tumulto de furia, venganza y, claro, pasión desmesurada ... Lo primero sería, sin embargo, estrechar ese cuerpo huidizo, permanentemente huidizo, pero es más fácil hacer añicos las copas que ceder. Así el tipo «cool» hasta el cinismo,, con su fabuloso «smoking» blanco y el cigarrillo casual entre los labios (con seguridad Chesterfield o Lucky Strike) maltrata a la «belle dame sans merci», que nunca fue tal, y luego se desmorona entre vasos altos y botellas, como un adolescente: «As time goes by».

Afortunadamente, la oportunidad de rectificar está ahí: está Usa y está Lazslo -el «otro,,- y están los misteriosos visados que ponen el destino de los tres personajes -el triángulo- en manos de Rick. El espacio Casablanca se enrarece y estiliza en torno al trío, como en una ópera, cada vez más monumental y en «close-up». ¿Cómo no recono­cer la penumbra laminada y el calor de la escena culminante -el «show-down» erótico- cuando ella, para «salvar» al otro, visita a Rick en su terreno y de noche? Y aunque no falta ningún tópico -la frialdad glacial de ella, la ironía cínica de él- la necesidad mitológica se impone y el sentimiento invade la escena, traslúcido como en París (o sea, como el primer día, incólume ante el paso del tiempo: «time does not go by, finally») -esa cá­mara hiperdelicada que recoge el rostro concen­trado, en reposo, de Bogart, elocuente sin pala­bras, quieto, escuchando una música interior y al mismo tiempo atento al más leve matiz de las invocaciones de ella, atento también al silencio de

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' la penumbra encalada y calurosa -el rostro, todo sombras.

El corazón ya seducido se pierde en el oasis de Casablanca, el jardín de espesas palmeras recoF tadas en el cielo nocturno del desierto: el lugar privilegiado del reencuentro intemporal, de la fie­bre de la felicidad, el vértigo de la belleza ... y de la imposible decisión. La deliciosa ambigüedad, porque: «We happen to love the same woman», dice el «otro», vendando su mano herida (con rictus amargo, los párpados cansinos, el pelo lu­minoso) cuando su rival le propone: «Ask your wife». Y ¿qué remedio le queda a Ilsa que mirar alarmada primero al uno y luego al otro, mientras su tensión crece, como el «suspense» de la ac­ción, lanzada al peligro real y angustioso de la huida: aeropuerto años 40, con niebla y palmeras, la pista reluciente en la madrugada, el bimotor compacto, como un pájaro plateado con reminis­cencias de «Vol de Nuit». Allí se desvela el miste­rio, se esfuma la rivalidad, se imponen la decisión, la despedida. Y aunque no funcione la escena racionalmente -¿Cómo va a renunciar Ilsa a esco­ger y a decidir por sí misma? ¿Ella que es el árbitro de la situación, mal que les pese a ellos?­las imágenes poco tienen que ver con .la razón, tocan otros resortes. Sólo hay miradas, enormes planos que son poemas: Bogart, de peifil, enmar­cado por el cuello alzado del «trenchcoat» y el ala precisa de su sombrero, que intensifica la mirada rápida de la pasión; Bergman anestesiada por la imposible elección (¿cómo elegir entre dos térmi­nos incomparables -moreno y rubio- y, al mismo tiempo, idénticos?); Henreid con la mirada velada por no se sabe qué certeza ...

(La película acaba ahí, en el fondo, en ese triple acorde blanco-negro, pero continúa invadiéndote la sangre con sus burbujas y sales a la noche, que se abre ante los faros misteriosamente y aún tie­nes en el oído la voz de Bogart. .. Te reconcilias, incluso con las noches blancas y las grandes y pequeñas traiciones, quizá por la manera con la que Bogart pasea su asombroso «smoking» blanco (un atuendo tan improbable) por su «saloon», o quizá por su silueta densa en «The Blue Parrot», vislumbrada a través de una cortina de abalorios, que se balancea en la brisa exótica ... O puede que sea por su manera reservada, tan vulnerable por otro lado ... Así que te reconcilias con las imáge­nes masculinas que flotan en polvoroso blanco-negro en el follaje nocturno de un � verano peifumado y tórrido ... casi de Ca- .:!', sablanca. �