Casa Palabras N° 4

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1 4 Las historias veladas de Roberto Guerrero Eugenia Viteri: desalojando la tristeza Juan Gelman: flashback y presente continuo Intervención militar a la cultura Libro de papel vs. libro electrónico Las historias veladas de Roberto Guerrero Eugenia Viteri: desalojando la tristeza Juan Gelman: flashback y presente continuo Intervención militar a la cultura Libro de papel vs. libro electrónico Distribución gratuita

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Revista Cultural de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, julio 2013

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Las historias veladas de Roberto Guerrero Eugenia Viteri: desalojando la tristeza

Juan Gelman: flashback y presente continuoIntervención militar a la cultura

Libro de papel vs. libro electrónico

Las historias veladas de Roberto Guerrero Eugenia Viteri: desalojando la tristeza

Juan Gelman: flashback y presente continuoIntervención militar a la cultura

Libro de papel vs. libro electrónico

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Feria del LibroPresentación de colecciones editoriales

Exposición y libro de Joaquín PintoExposición pintores de TiguaExposición de artista cubano

Festival de cine japonés

Sesión solemneOrquesta Sinfónica Nacional Ballet Ecuatoriano de CámaraBallet Oficial de Bolivia

Conjunto de CámaraCoro de la CCEFestival de Música UrbanaTeatro, Danza, Música, Literatura, Arte

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Velada Libertaria

Domingos de Casa Abierta

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editorial

PresidenteRaúl Pérez Torres

VicepresidenteGabriel Cisneros Abedrabbo

Director de PublicacionesPatricio Herrera Crespo

EditoresPaúl HermannVioleta LunaPatricio Viteri

Edición de textosKatya Artieda

DiseñoTania Dávila

Colaboran en este número:Gonzalo Márquez Cristo, Fernando Escobar Páez, Miguel Aillón Valverde, Guido Tamayo, Liset Lantigua, Gerardo Fernández García.

PortadaRoberto Guerrero¿Quién soy, dónde estoy?

Casa de la Cultura EcuatorianaBenjamín CarriónDirección de PublicacionesAv. Seis de Diciembre N16–224 y PatriaTelf.: 2 565808 Ext. [email protected]–Ecuador.

casapalabrascce

@casapalabrascce

[email protected]

número cuatro • julio 2013

Gestión cultural

La Casa sigue cazando las palabras, hilvanando conte-nidos, siendo construida y construyendo el quehacer de la cultura. Junio tuvo fundamental connotación en

su gestión, dos personajes hicieron de su espacio epicentro para su voz: Luiz Inácio Lula da Silva, ex presidente del Bra-sil, que en el Teatro Nacional evocó la integración latinoa-mericana como el nuevo modelo de desarrollo de la región, una integración en lo político, en lo económico y fundamen-talmente en la cultura y sus actores, que genere nuevas metas y renovados espacios públicos para nuestras artes y nuestros saberes; y, el poeta argentino Juan Gelman, que dentro del V Encuentro de Poesía Paralelo Cero rindió homenaje al país con sus luchas, con su inamovible compromiso con la vida, pero esencialmente con una poesía que nos contiene, nos forja, nos fragua y que es fundamental por tener las huellas digitales de nuestro yo barroco, de nuestro yo confrontando los dragones con la metáfora. Dos personajes en la Casa, dos personajes en nuestras identidades y en el patrimonio desco-lonizado de nuestro futuro.

En el trabajo cotidiano, la Casa sigue siendo el espacio donde los creadores se sustentan, donde el pensamiento crí-tico fragua las contradicciones para destilar el futuro. Desde ese permanente reinventarse, nuestra institución debe asumir en sus políticas garantizar el cumplimiento de los derechos culturales para todos los ciudadanos, construir una ‘canasta básica’ en la cultura, para que la alegría se pueda escribir con grafías gigantes en la cotidianidad de los ecuatorianos; esta-mos recreando un modelo de gestión donde actores, gestores y públicos puedan vivir a plenitud esa gran psiquiatría social que es la gestión cultural, una mediación donde los conte-nidos simbólicos hablen de ese Ecuador que de una manera irrenunciable nos incendia.

Esperamos que en este devenir se refleje la identidad de nuestra Casa, un sentir que se inició a partir de la Glorio-sa, en 1944, y que surgiendo de un proceso revoluciona-rio, si bien debe sustentarse en los pasos dados, tiene que articularse a los nuevos tiempos que vive América Latina, tiempos de dignidad, de construcciones simbólicas que nos hacen sentir orgullosos de ser parte de la autoestima que inunda nuestros territorios.

La Casa sigue siendo habitada y habitándonos.

Gabriel Cisneros Abedrabbo

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Nuestro colaborador Juan Carlos Moya nos ofrece un artículo que da cuenta de la vida y trayectoria literaria de Juan José Saer, esplén-dido escritor argentino in-justamente marginado del boom latinoamericano.

Guido Tamayo rea-liza un exhaustivo comentario de Pubis equinoccial, la más reciente producción literaria del escritor Raúl Vallejo.

En nuestro segmento `magnetófono` ofrecemos una entrevista a Eugenia Viteri, escritora, maestra, defensora de los derechos de las mujeres y compañe-ra de vida de Pedro Jorge Vera. Un justo homenaje.

Reseñas de los libros publicados por El Án-gel Editor y la CCE, con ocasión del Encuentro de Poesía en Paralelo 0.

Patricio Herrera Crespo inaugura en este número una serie de reportajes que darán cuenta de los momentos fundamentales de la historia de la CCE. Recuerda en esta ocasión la intervención a la Casa por la Junta Militar, a 50 años del suceso.

A propósito de la visita que en días pasados el escritor argentino Juan Gelman realizó a Quito para participar en el Encuentro de Poesía en Paralelo 0, publicamos una en-trevista que Raúl Pérez Torres le hizo en la década del ochenta, así como la rueda de prensa que el poeta ofreció en la Institución.

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A cincuenta años del apareci-miento de ese ícono de la lite-ratura universal que es Rayuela, le rendimos tributo con sus pro-pias palabras.

Aún siendo un apasionado de los libros de papel, Paúl Her-mann reflexiona sobre las bon-dades del libro electrónico, soporte que plantea un radical cambio de época, enfrenta a dos bandos y genera apasiona-das controversias.

A continuación, el escritor co-lombiano Gonzalo Márquez Cristo enciende el debate, se co-loca, en este tribunal que hemos creado, a favor del libro de papel y en contra del electrónico.

Miguel Aillón Valverde realiza una aproximación a la obra plástica de Roberto Guerrero, artista cuyo tra-bajo honra nuestra portada.

Presentamos ‘Como te lo cuento’, relato de Belém Muriel que forma parte de Diario de escritura, publi-cación reciente de la CCE con el auspicio de la Alian-za Francesa.

Siempre resulta un hecho úni-co y gratificante que una poe-ta pueda reflexionar sobre la obra de otra poeta, sobre todo cuando ésta es su hija. La his-toria de la literatura nacional y el destino han permitido que nuestra coeditora, Violeta

Luna, aproxime al lectora los universos líricos de

Mayarí Granda.

Nuestro espacio dedicado a presen-tar las nuevas publicaciones de la colección institucional Casa Nue-va está dedicado, en esta ocasión, un microcuento y dos poemas de Huellas insurrectas, primer libro de José Iván Mosquera y cuarto de nuestra serie.

Patricio Viteri Paredes enri-quece nuestra publicación con una nueva traducción. En esta ocasión, ‘Mi color favorito es el negro’, relato del escritor nor-teamericano Bernard Malamud.

Damos la bienvenida a nuestra pu-blicación al narrador y poeta ecua-toriano Fernando Escobar Páez. En esta, su primera colaboración, recorre la trayectoria de Ray Man-zarek, el recientemente fallecido tecladista de la banda norteameri-cana The Doors.

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Con referencia a los ciclos y festivales que organiza la Cinemateca Nacional, presentamos la retrospectiva del cine cubano que reali-za Gerardo Fernández García.

índice

Publicamos un fragmento del texto de la escritora cubana ra-dicada en Quito, Liset Lantigua, para presentar La ceniza del adiós, el nuevo libro de Orlando Pérez.

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variaciones

Con dos de sus inolvidables capítulos

recordamos el

CINCUENTA ANIVERSARIOde RAYUELA,

obra fundamental deJulio Cortázar y de la literatura universal.

CINCUENTAANIVERSARIOde RAYUELA,

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Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándo-la como si saliera de mi mano,

como si por primera vez tu boca se en-treabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago na-cer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con sobera-na libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los

cíclopes se miran, respirando confun-didos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dien-tes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéra-mos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa ins-tantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

Capítulo 7

Capítulo 6La técnica consistía en citarse va-

gamente en un barrio a cierta hora. Les gustaba desafiar el pe-

ligro de no encontrarse, de pasar el día solos, enfurruñados en un café o en un banco de plaza, leyendo-un-libro-más. La teoría del libro-más era de Oliveira, y la Maga la había aceptado por pura ósmosis. En realidad para ella casi to-dos los libros eran libros-menos, hubie-se querido llenarse de una inmensa sed y durante un tiempo infinito (calculable entre tres y cinco años) leer la opera om-nia de Goethe, Homero, Dylan Thomas, Mauriac, Faulkner, Baudelaire, Roberto Arlt, San Agustín y otros autores cuyos nombres la sobresaltaban en las conver-saciones del Club. A eso Oliveira res-pondía con un desdeñoso encogerse de hombros, y hablaba de las deformacio-nes rioplatenses, de una raza de lectores fulltime, de bibliotecas pululantes de ma-risabidillas infieles al sol y al amor, de casas donde el olor a tinta de la imprenta acababa con la alegría del ajo. En esos tiempos leía poco, ocupadísimo en mi-rar árboles, los piolines que encontraba por el suelo, las amarillas películas de la Cinemateca y las mujeres del barrio la-

tino. Sus vagas tendencias intelectuales se resolvían en meditaciones sin prove-cho y cuando la Maga le pedía ayuda, una fecha o una explicación, las pro-porcionaba sin ganas, como algo inútil. «Pero es que vos ya lo sabes», decía la Maga, resentida. Entonces él se tomaba el trabajo de enseñarle la diferencia en-tre conocer y saber, y le proponía ejer-cicios de indagación individual que la Maga no cumplía y que la desesperaban. De acuerdo en que en ese terreno no lo estarían nunca, se citaban por ahí y casi siempre se encontraban. Los encuentros eran a veces tan increíbles que Oliveira se planteaba una vez más el problema de las probabilidades y le daba vueltas por todos lados, desconfiadamente. No podía ser que la Maga decidiera doblar en esa esquina de la rue de Vaugirard exactamente en el momento en que él, cinco cuadras más abajo, renunciaba a subir por la rue de Buci y se orientaba hacia la rue Monsieur le Prince sin ra-zón alguna, dejándose llevar hasta dis-tinguirla de golpe, parada delante de una vidriera, absorta en la contemplación de un mono embalsamado. Sentados en un café reconstruían minuciosamente los

itinerarios, los bruscos cambios, procu-rando explicarlos telepáticamente, fraca-sando siempre, y sin embargo se habían encontrado en pleno laberinto de calles, casi siempre acababan por encontrarse y se reían como locos, seguros de un poder que los enriquecía. A Oliveira le fascinaban las sinrazones de la Maga, su tranquilo desprecio por los cálculos más elementales. Lo que para él había sido análisis de probabilidades, elección o simplemente confianza en la rabdo-mancia ambulatoria, se volvía para ella simple fatalidad. «¿Y si no me hubieras encontrado?», le preguntaba. «No sé, ya ves que estás aquí...». Inexplicablemen-te la respuesta invalidaba la pregunta, mostraba sus adocenados resortes lógi-cos. Después de eso Oliveira se sentía más capaz de luchar contra sus prejui-cios bibliotecarios, y paradójicamente la Maga se rebelaba contra su desprecio hacia los conocimientos escolares. Así andaban Punch and Judy, atrayéndose y rechazándose como hace falta si no se quiere que el amor termine en cromo o en romanza sin palabras. Pero el amor, esa palabra...

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Hace un par de meses recorrí las principales ciudades de Sudamérica. Fue una aven-

tura ciclópea; atravesé dormido la noche ecuatoriana, crucé el norte peruano por dos días con sus no-ches, viví Lima, la horrible de Se-bastián Salazar Bondy, el Callao, el Cuzco y Machu Pichu, y después miles de paisajes y ciudades y ki-lómetros más hasta Buenos Aires y Santiago, Antofagasta y Arica… Lo que quiero decir con esto es que realicé mi tour por tierra y que los dos libros que llevaba en la mo-chila (una edición de compactos Anagrama de la Trilogía sucia de La Habana, de Pedro Juan Gutié-rrez, y otra, de la misma editorial y colección, de Bartleby y compa-ñía, de Enrique Vila Matas), no lle-garon más allá de Ollantaytambo, Perú: se quedaron en la mesa pol-vorienta de un recibidor, porque mi travesía, pese a todo lo que había andado, apenas comenzaba, y los libros de papel, seamos honestos, pesan demasiado: pesan más que las botas, pesan más que los panta-lones, que las camisas, que los cal-cetines; pesan más que todas esas prendas juntas. Y es aquí donde empieza mi defensa del libro elec-trónico: en mi Ipod, un dispositivo tan pequeño como un teléfono ce-lular, llevaba la nada despreciable cifra de quince libros, entre estos, aquellos que contienen la poesía completa de Borges y los cuentos completos de Dalh. Más aún, desde la comodidad de un hotel de Mira-flores, descolgué Para viajar sin ver, libro que trata, precisamente, de las impresiones que le dejaron a Andrés Neuman los países que yo estaba visitando.

Paúl Hermann

¡Que es incómodo leer algo tan pequeño? Desde luego, pero uno se acostumbra a todo y hasta termina agradeciendo, durante todas aque-llas interminables noches de auto-bús y hoteles, poder viajar con la biblioteca en el bolsillo.

El Ipad*, no obstante, no es tan pequeño como el Ipod, de hecho mide 25 x 19 cm. Tiene el tamaño de un libro de mediano formato, es más grande que los libros de bol-sillo de Alianza Editorial, es más grande que los Compactos Anagra-ma, es más grande que las edicio-nes de Booket, y más grande que la mayor parte de los libros que actualmente se publican. Y el lec-tor, si desea, puede escoger entre varios tipos y tamaños de letra, y, por supuesto, leer en la oscuridad sin tener que recurrir a las lámpa-ras de clip que emplean los lectores noctámbulos más sofisticados.

No quiero con esto poner una lápida sobre los libros nuestros de

cada día. ¡Cómo podría renegar de los libros de papel, si el misterio de la vida empezó a revelarse ante mis ojos el día de la infancia en que en-contré, en el librero de mi casa, la edición de los Cuentos de la selva de la editorial chilena Quimantú! ¡Cómo podría renegar de los libros de papel, si leí Rojo y negro en una edición Bruguera de tapas rojas! ¡Cómo podría renegar de los libros de papel, si gracias a ellos y a la prolijidad con que se imprimieron en el siglo XX en ciudades como Barcelona, México y Buenos Ai-res, tracé mi camino en las letras! ¡Cómo podría renegar del olor a tinta que se conserva en el alma del libro agotado, del libro que jamás llegó a nuestras librerías, del libro que conseguimos únicamente fue-ra de nuestra tierra o por encargo! De hecho, lo primero que hice en el viaje referido en ciudades como Buenos Aires y Santiago, fue visi-tar librerías en busca de los títulos

especiales

Por el libro electrónico:

El futuro es hoy

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que por alguna misteriosa razón de mercadotecnia, por alguna ley de mercado que no alcanzo a com-prender, siempre nos han sido es-quivos: En contra de los poetas, de Witold Gombrowicz; Por una nue-va novela, de Alain Robbe Grillet; Manera de una psique sin cuerpo, de Macedonio Fernández; Amores brutales, de Carlos Chernov; Ta-deys, de Oswaldo Lamborghini; El desierto de Atacama, de Raúl Zu-rita. Debo decir, sin embrago, que si bien la mayor parte estos títulos no existen en formato electrónico, hay al menos dos que sí, y que de haberlo sabido, le habría restado peso a mi mochila y, por tanto, a mis insolados y agotados hombros.

No solo eso, en formato electró-nico he encontrado títulos clásicos que jamás he visto impresos, como Soy un gato, de Soseki, o Muerte a crédito, de Celine.

Es verdad, cuesta acostumbrar-se a no ver el libro que hemos ad-quirido en el librero, empolvándo-se, junto a los otros, pero es mejor libro en mano, aunque sea volando en la red, que ciento que jamás lle-garemos a tener en papel.

Aunque suene a balada mexica-na de los ochenta y sea, en materia editorial, algo como el último ro-mántico, creo que las generaciones que nos sucederán, más ecologistas y tecnificadas, ya no tendrán nin-gún compromiso con los libros de papel. Los verán como nosotros vimos los cartuchos de audio o las pálidas fotografías Polaroids, por citar sólo un par de ejemplos.

Puesto, precisamente, que soy un hombre de libros, una persona que ha dado sentido a su existencia con lecturas, un tipo que ha llenado los escalofriantes espacios vacíos con ediciones bellas, varias veces me pregunté cómo pudieron sobre-vivir sin sus bibliotecas, escritores como Alberti, Monterroso, Miguel de Unamuno o García Lorca, que debieron salir de sus países obliga-da o voluntariamente. Ahora creo

que de haber podido llevarse, en un dispositivo electrónico, del ta-maño de un solo libro, los miles de volúmenes que los conformaban y requerían para continuar consultan-do, escribiendo y leyendo desde sus nuevos destinos, se habrían sentido, sin duda, menos desolados.

En este mundo en que todo se ha vuelto pequeño, funcional y portátil, en un mundo global en el que desplazarse de un lugar distan-te a un rincón remoto ya no es tan difícil como antes, uno agradece poder llevar consigo sus libros.

Y no vayamos, literalmente, tan lejos; en las mudanzas, uno agrade-cería tener una biblioteca digital y no una de ‘carne y hueso’.

¿Para qué quiere llevar consigo sus libros sobre todo si ya los ha leído?

No sé ustedes, pero soy de los que considera que uno no está he-cho únicamente de los libros que ha leído, sino de aquellos que tiene por leer, de los que conoce y que usa para conformar su discurso y su universo. Más todavía, el tener los datos que requiero en la misma máquina en la que escribo, es algo que ha agilizado mucho mi trabajo de escritor y periodista. Ahora mis-mo, para escribir este artículo, no necesito despegarme de la cerveza que tengo ante mí sobre la mesa del jardín, para ir a la biblioteca a revi-sar algunos de los títulos que cito.

Quienes deberían sentirse afec-tadas por el aparecimiento del ibook

deberían ser las editoriales, pero al menos las más grandes no se han hecho, como podríamos errónea-mente suponer, ningún problema. Al contrario, sellos como Anagrama y Alfaguara han empezado a publi-car la mayor parte de sus títulos en formato digital, a precios, natural-mente, mucho más bajos.

No solo eso, gracias a la inme-diatez de la virtualidad se pueden adquirir novedades muchas sema-nas antes de que aparezcan. Hoy, primero de junio, estoy conclu-yendo la lectura de una novela que físicamente aún no se presenta en librerías: La invención del amor, de José Ovejero, premio Alfaguara 2012. Ya llegará, obvio que termi-narán leyéndola, pero hace varios meses que compré los Cuentos completos de Roald Dalh en for-mato electrónico y aún no la he visto por los anaqueles de nuestra ciudad. Continúen sus seguidores adictos al papel, esperándolos.

Yo también, como he dicho, soy un enamorado de la textura del pa-pel, del aroma embriagador de la tin-ta. Yo también disfruto la caligrafía, el espacio que un buen diagramador deja entre líneas, el arte de una por-tada, las reseñas orientadoras de las contraportadas. Pero al momento de acercarme a un libro electrónico no me hago lío, por el simple hecho de que llevo escribiendo literatura y haciendo periodismo por más de veinte años y estoy acostumbrado a las pantallas de las computadoras. Durante dos décadas no he hecho más que sentarme ante una IBM o una Toshiba o una Mac, a escribir y borrar, leer y corregir periodismo de ocho y media a cinco de la tarde, y después, escribir y borrar, leer y corregir literatura de siete a once de la noche, sin hablar de los fines de semana y los feriados, y nunca me quejé del brillo de las pantallas, mucho menos lo voy a hacer ahora. Al contrario, disfruto de la lumino-sidad que adquieren las portadas

Es verdad, cuesta acostumbrarse a no

ver el libro que hemos adquirido en el librero,

empolvándose, junto a los otros, pero es

mejor libro en mano, aunque sea volando en la red, que ciento que

jamás llegaremos a tener en papel.

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en el ibook, dispositivo al cual, por cierto, es posible regularle la inten-sidad de la luz.

Y eso no es todo, lo que más me apasiona del ibook a mí, alguien que siempre ha sido tan reticente a borronear los libros aún con lápiz, es que los textos pueden resaltar-se como con marcadores de varios colores, se pueden escribir notas, colocar varios separadores de pá-ginas, buscar pasajes escribiendo una sola palabra.

Puesto que el Ipad tiene acceso a Internet, la búsqueda de los refe-rentes sugeridos por la lecturas ya no se consignan en el papel que se pierde o se olvida y que nunca se realiza, sino que permite que acce-damos a ellas de manera inmedia-ta. Leyendo, hace unos minutos, un artículo sobre la historia del ron en la Antología latinoamericana de crónica actual, Mario Jursich Du-rán invita a consultar en Youtube la canción Yo ho ho and a hotel of rum, en la versión de Robert Shaw, para lo cual no he debido hacer más que presionar un botón, digi-tar un par de palabras y acceder a los nuevos saberes sugeridos por el texto sobre la marcha. El libro electrónico, por esto, vuelve a la lectura una experiencia moderna, interactiva, integral y mucho más enriquecedora.

La inversión inicial puede ser un tanto costosa; un Ipad de tres gigas, con sus implementos y programas, puede llegar a costar alrededor de 1.500 dólares, pero después uno puede adquirir las novedades a mi-tad de precio, clásicos como Moby Dick, Drácula o Cumbres borras-cosas a menos de cuatro dólares, e incluso libros gratuitos.

Si uno se pregunta cuántos en-tran, la respuesta es miles, muchos más de los libros de papel que uno podría almacenar en toda una casa.

Si es de los que abandonan li-bros como madres desnaturaliza-das bebés, si es de los que conside-

ra, en un ataque moral y ecológico, que otros pueden servirse de ellos sin más perjuicio para el planeta, debe saber que los ibooks pueden intercambiarse a través de Ibook. Así, uno paga un libro y termina leyendo muchos.

No tengo descendencia, no me gustan los niños, y por eso, quizás, tengo tiempo para los libros, pero los padres deberían pensar que si adquieren más libros virtuales y menos libros de papel, sus hijos heredarán un mejor mundo, o al menos uno más verde, con mejor agua y aire.

En una época en que todo se puede clonar, copiar, desde zapa-tos hasta motocicletas, los libros electrónicos son absolutamente au-ténticos, imposibles de ser repro-ducidos por una copiadora, lo cual favorece los intereses de los auto-res y, por consiguiente, vela por la buena salud de la literatura.

Creo, finalmente, que el libro electrónico ha acercado la litera-tura a las personas que no siempre visitaban librerías por estar poco familiarizadas con los libros. El libro electrónico ha democratizado el acceso al conocimiento y ha con-vertido a los libros y su búsqueda en una experiencia cómoda y per-sonal. Los libros de papel, debido a su masiva y muchas veces poco selectiva publicación, terminaron desvalorizándose, irrespetándose, vendiéndose por centavos en mer-cados o, en el peor de los casos, comprándose para decorar modu-lares. El libro electrónico, en la medida en que no ocupa un lugar

físico en el mundo, no puede correr con esta suerte, y de tanto habitar con el lector en su Ipod, es posible que termine siendo leído.

Leer en ibook es cambiar de pa-radigmas, y cambiar resulta incó-modo, sobre todo porque las cosas han funcionado bien durante años. Considero, no obstante, que en el futuro las librerías podrían ser lu-gares a los cuales acudir en busca de libros de arte, delicatessen grá-ficas, rarezas bibliográficas, edicio-nes antiguas y catálogos de libros electrónicos, lugares que ofrezcan descuentos y sirvan de interme-diarios entre las casas editoras y los lectores sin tarjetas de crédito. Aunque también es posible que ter-minen, como las tiendas de discos o los almacenes de alquiler de pe-lículas, desapareciendo hasta de la nostalgia de las personas.

Más allá no obstante de todas estas consideraciones, no debería-mos estar hablando del soporte de la escritura, sino de la lectura. Da lo mismo si se leyó en papiro du-rante siglos, da igual si se leyó en vitela por centurias, importa nada si se leyó en pergamino por tiem-pos inmemoriales, lo que vale es que se hayan escrito y publicado libros y que se hayan leído. Si los libros no se leen son objetos poco funcionales, mucho menos prácti-cos que el Ipad, que tiene tanto o más servicios que la más completa de las navajas suizas.

*Hablo del Ipad y, consecuentemente, de su aplicación Ibook, no garantizo la ca-lidad de otras tabletas cuyo funcionamien-to y contenidos desconozco.

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Reflexión sobre el amenazado destino de un antiguo artilugio que protege la imaginación y el pensamiento del hombre.

Gonzalo Márquez Cristo

electrónico

Réquiempor el libro

Quienes profetizaban el fin del libro físico parecen re-tractarse ahora al advertir

la prematura agonía del arrogante usurpador electrónico que apenas promedia su primera década, cuya existencia se hace ridícula si pen-samos que su humilde antecesor cumplió cinco milenios de edad (de aceptar al papiro como origen) o quinientos años si reconocemos el invento del infortunado Johan-nes Gutenberg como nacimiento de esa bandada de criaturas de papel.

De los manuscritos que los egipcios elaboraban en la lámina del Cyperus papyrus (estremeci-da estrella vegetal), al pergamino (cuyo nombre deriva de la ciudad de Pérgamo, vecina de Troya), o a la vitela fabricada de la dermis de animales, y luego al aún invenci-

ble papel (cuyo descubrimiento es atribuido al eunuco chino Cai Lan del siglo II), el hombre ha ido cambiando el soporte para fijar su escritura con la intención de hacer más perdurables sus pensamientos, sus pactos sociales y desde luego sus despiadadas usuras; pero jamás había optado por un medio tan efí-mero como la tinta electrónica, re-ciente ilusión, que según sabemos depende del lucro como casi todas las invenciones humanas, pues los aparatos y los programas son re-emplazados permanentemente en virtud de un negocio insaciable que jamás cesa de animar formas de exclusión o tiranía, y que, como demostró Levi-Strauss, parece ser el terrible destino de todos los pro-gresos humanos.

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Mientras el artefacto digital ya casi culmina su meteórico rum-bo, al ser asimilado por la Tablet y otros artilugios que contienen recursos incontables como los ‘teléfonos inteligentes’, se hace necesario recordar que Gutenberg construyó la imprenta a partir de una elemental prensa de uvas (es decir bajo el signo de Dionisos), lo cual alude en primera instancia al placer de la lectura y posterior-mente al reino de la embriaguez creativa, razón tal vez por la cual su ingenuo forjador fue víctima de sucesivos timos, que como es sabido determinarían su injusto y menesteroso destino.

El libro, tal como conocemos a ese paralelepípedo cuyo nombre deriva del latín (‘corteza de árbol’), y el llamado códice (grandioso di-seño que sustituyó al enrollado pa-piro por el conjunto de hojas cosi-das), es un instrumento de delgadas láminas mágicas usado para honrar la imaginación y sin duda para ‘re-memorar’, como lo pensaba aguda-mente Platón en el Fedro.

Pues la memoria, que antes de la invención de la escritura dilataba nuestra existencia, comenzó des-de la propagación de los grafemas a ser saqueada sistemáticamente, y así como el descubrimiento del fuego nos proveyó desde épocas remotas de un estómago exterior, la invención del libro y, en forma más categórica, del computador, nos ha provisto de una mente más allá de nuestro cuerpo —con las terribles implicaciones que esto tiene para nuestra existencia—. Es decir que la memoria vulnera-da por la irrupción de la escritura, con los febriles avances tecnológi-cos de nuestra época, ya transita su instancia agónica. Y por tanto los desarraigados viajeros del futuro en que nos hemos convertido, ya no podremos recordar ni las crue-les opresiones, ni las ausencias, ni los desgarramientos ocurridos en

el pasado próximo, que fertiliza-ban nuestra vida, y mucho menos los breves asaltos del paraíso que emprendíamos en las noches de es-trellas, porque hemos sido víctimas de un gran arrasamiento, y todos los recuerdos se disponen a migrar.

Aunque el destino del libro—de aquella memoria e imagina-ción congelada— enfrenta desde hace décadas una reflexión apo-calíptica, durante los últimos años pareciera orientarse a las mutacio-nes del objeto, a la simpleza argu-mental de su soporte, cuando antes había sido planteada con mayor profundidad por Jacques Derrida, entre otros, quien en De la grama-tología (1967) indagó en la fuente de su connotación más venerable, denunciando la degradación de la «escritura natural o divina», re-emplazada por una «inscripción humana, finita y artificiosa», con-cluyendo que nuestra «escritura representativa, degradada, secun-daria, instituida, es letra muerta y ahoga la vida». Es decir que a partir de los libros supuestamen-te escritos por dioses pasamos a las palabras fijadas por hombres, construyendo una necrópolis lin-güística que nos constriñe, empo-brece y tiraniza.

Años antes, Marshall McLuhan, en La galaxia Gutenberg (1962), planteaba algo de gran importan-cia para desentrañar este aconteci-miento de enormes implicaciones, comparando a la tipografía con el cinematógrafo: «El lector mueve la serie de letras impresas que tiene delante a una velocidad adecuada para la aprehensión de los movi-mientos de la mente del autor… Gradualmente, la imprenta fue qui-tándole sentido al acto de leer en voz alta y aceleró esta práctica has-ta un grado en que el lector podía sentirse en las manos del autor».

Sin embargo, esta conocida re-flexión de McLuhan no alcanzó a prever que el lector engendrado por

nuestra era virtual jamás se siente en manos del autor, porque su ejer-cicio es discontinuo, fragmentario, y constituye ya la horda global que practica el interruptus legere, y así este reciente espécimen es el pro-ducto de una abortada metamorfo-sis, permanentemente expuesto a los mensajes e interferencias que sin cesar lo arrebatan del texto que se exhibe en su ordenador: lector voluble, infiel, parasitario, falsifi-cado, que legitima todos los asaltos de los dioses falibles.

Con una memoria en crisis (sae-teada por la escritura si nos plega-mos a la polémica reflexión plató-nica), nos enfrentamos, lo cual es más grave, a la instauración de una espuria forma de la lectura, fugaz e inconclusa, más sorprendente que la experimentada cuando hace siglos se asumió su ejercicio mental, y en forma aciaga nos corresponde ahora contemplar la evanescencia del len-guaje que permanecía disecado en la página, imbuido de grandeza.

Por tanto, si hace medio siglo la idea del fin del libro era propuesta por algunos pensadores visionarios, desde hace una década nos tocó asistir a un similar y empobrecido vaticinio desde la esfera de la tec-nología. En un ensayo que data de 1983, Borges había dicho que era necesario «mantener el culto del libro porque todavía conserva algo sagrado, algo divino»; y continúa así su disquisición: «Pienso que el libro es una de las posibilidades de felicidad que tenemos los hombres.Se habla de su desaparición; yo creo que es imposible. Se dirá qué diferencia puede haber entre un li-bro y un periódico o un disco. La diferencia es que un periódico se lee para el olvido, un disco se oye asimismo para el olvido, es algo mecánico y por lo tanto frívolo. Un libro se lee para la memoria».

Y aunque ese pensamiento de Borges expresa algo arbitrario como tantas de sus provocadoras

especiales

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sentencias —me refiero a la com-paración con el disco—, también se opone, como ya lo hemos refe-rido, al criterio de Platón sobre la memoria; pues debemos insistir en que este filósofo griego señaló mientras reflexionaba sobre la es-critura, la nefasta posibilidad de recordar tan sólo a partir de un len-guaje estático, a riesgo de olvidar la verdadera existencia.

Entonces si el libro como objeto pasa en nuestro tiempo por una de sus mutaciones menos totémicas, es notorio que como esencia también: ni un dios escribe los libros como en la antigüedad, el clásico lector se encuentra bajo asedio y —lo que es igual de desolador— ni siquiera el insuflado autor puede ya dar tes-timonio de su existencia, como lo señalara Roland Barthes y Michel Foucault, en varios de sus escritos.

Así, el memoricidio se extiende, el conocimiento se hace fragmen-tario en las nuevas formas de lec-tura, y lo sagrado no se manifiesta en un ordenador, por prescindir del ritual que estaba adherido a la lec-tura de un cuento o un poema bajo la luz atemorizada de una vela. Y de allí puede derivarse que el so-ñado ‘libro total’ de los cibernau-tas adolece de una característica significativa, pues toda obra debe ser completada por el lector, por su imaginación, ojalá en profun-da comunión, y jamás podríamos someternos a la tiranía de un au-tor que nos mostrara fotografías e imágenes de sus escenarios, o al hecho de estar subyugados por la música que se menciona en el texto o a contemplar los ojos de super-nova de la protagonista en un au-

GONZALO MÁRQUEZ CRISTO

Poeta, narrador, ensayis-ta y editor. Nació en Bogotá, Colombia, en 1963. Autor de: Apocalipsis de la rosa (1988); la novela Ritual de títeres (ga-nadora de Beca Colcultura, 1992); El tempestario y otros relatos (1998); La palabra liberada (2001) y Oscuro na-cimiento (Mención concurso nacional José Manuel Aran-go, 2005). Además ha publi-cado las antologías de su obra poética Liberación del origen (Universidad Nacional de Co-lombia, 2003), El legado del fuego (Caza de Libros, Iba-gué, 2010) y Anticipaciones (CreateSpace, 2010).

Obtuvo el Premio Inter-nacional de Ensayo Maurice Blanchot (2007), con su tra-bajo La pregunta del origen. A su libro Grandes entrevis-tas de común presencia le fue otorgado el Premio Literatu-ras del Bicentenario (Ministe-rio de Cultura, 2010).

E-mail: [email protected]

diovisual, pues nos enfrentaríamos ante una radical pérdida de nuestra capacidad intuitiva y reflexiva, o simplemente porque nos hundiría-mos en el universo hollado por la cinematografía.

Por tanto, ¿qué convicciones nos quedan a quienes creemos que este amigo centenario de papel me-rece seguir existiendo?: la satisfac-ción de que el artilugio electrónico nació agónico por estar en el cauce de las más vertiginosas tecnologías y ya se encuentra a punto de ser ab-sorbido o de sucumbir. La idea ex-tendida de que en este artefacto no se puede conservar el trébol de una tarde memorable. El pensamiento aterrador de que nos convertimos, sin darnos cuenta, en los bombe-ros de Fahrenheit 451 y somos los nuevos incineradores de libros, al propiciar una forma falaz de lec-tura despojada del silencio y del aislamiento que antes accionaba los más secretos recursos de nues-tra imaginación. Y seguramente, la convicción que poseía el gran ar-quitecto Antoni Gaudí, pues ahora más que nunca tenemos la necesi-dad de «buscar formas radicalmen-te nuevas para ser radicalmente antiguos…», por lo cual espero que en este momento alguien esté soñando el necesario retorno del papiro y el imperioso renacimiento del ultrajado lector.

Y nos queda también una con-signa protectora para aquellos que padecemos la condena de escribir, proveniente Del inconveniente de haber nacido del terrorista de la fi-losofía E.M. Cioran, aforismo que algunos seres desesperados tene-mos ya por amuleto: «Un libro es un suicidio postergado».

Nada más.

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Por pocos minutos me detengo en la mágica esfera del tiempo. Y en aquella redoma de colores puedo ver a esa niña de trenzas negras es-cribiendo en las paredes sus primeros y sabios garabatos. Aún guar-

do entre violetas disecadas pequeñas esquelas con ideas y frases cortas que ya contenían poesía. Esa niña había encontrado su oficio, su camino, su destino.

A los 16 años sus nacientes poemas se publicaban en periódicos y revis-tas literarias como La hoja verde, de Santiago de Chile, Nivel, de México y La rosa de papel, de Guayaquil.

Posteriormente Mayarí publica ocho poemarios, entre ellos Palabras con el eje roto, Noctívago, Desvaríos de ciudad, Con una Gillette en la

Violeta Luna

y su

lengua, Sangre en las manos, Poe-mas para lunáticos. Además las antologías literarias Clavos en la almohada, Poetas suicidas del Ecuador y La estatua luminosa.

Expresión valerosa y despre-juiciada la de Mayarí, heroica si se quiere. Pues ella no tiene pelos en la lengua para manifestar sus emo-ciones, su repulsión, sus frustracio-nes, y para condenar los hipócritas sistemas, los engañosos esquemas de moral, de fe, de tolerancia, de tecnicismo, etc.

Con pétrea firmeza y sin temor alguno, se abre paso entre imáge-nes brillantes, arremetiendo contra tanta miseria mental, tanto error histórico, tanta alienación y con-formismo.

Para esta peculiar poeta aun el paraíso no es tal, y aun ese Dios bueno no es tal, es apenas «un manco inútil, lleno de sufrimien-to, capaz de habitar únicamente en nuestras peores pesadillas».

Fuere como fuere, su escritura confirma su vigencia en un tiempo y espacio desfasados, dislocados y perdidos en confuso devenir:

No sucumbiremos ante el sistema,

no nos castraremos con un horario de oficia,

no nos venderemos para tener el auto del año,

no nos embarraremos para triunfar en la vida.

Nosotros quemaremos los relojes,

destrozaremos su ropa de ocasión,

condenaremos sus burlas babeantes.

Quiero advertirlesque nadieva a cortarnos el pelo,las uñas,las ideas,los pies,las alas,y menos aúnnunca la voz.

MayaríMayarí

ensayo

poética

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La palabra de Mayarí Granda na-ció madura y con una energía y valen-tía poco usuales en mujeres poetas.

Esta madurez imaginativa, con-ceptual y humana genera por lo tanto un contenido horizontal que expresa toda la complejidad ínti-ma, los vacíos existenciales y las frustraciones que la poesía suele descubrir y también encubrir.

Ella escribe con esa fluidez vi-tal que le brota de sus poros e in-telecto, porque para ella, escribir es hacerlo en forma contundente o no hacerlo. Su torrente poético, su ritmo y estructura así lo atestiguan.

Admirable postura de quien es auténtica, inclaudicable y leal consigo misma. Sabe que la poe-sía no puede pactar con aparien-cias, semejanzas o falsedades, porque la palabra lírica solo es sinónimo de verdad, de profundi-dad y de luz que toca y sana con su propio resplandor.

No sé desde cuándo Maya-rí rompe con los esquemas de lo fatuo, lo acomodaticio, lo cursi. Posiblemente su burbuja fetal ya hubo recibido esa gota de gracia o de iluminación con que nacen los espíritus diferentes.

Y aunque desde niña ha sido observadora, perspicaz y alegre, su ritmo poético es grave, ella hace música con sus ideas rotundas, con sus reflexiones conciliadoras; y esa agridulce melodía es la respuesta al desprecio que siente por los antiva-lores como la crueldad, la traición, la soberbia, la mezquindad; y para defenderse busca metáforas inge-niosas, asume su papel de guerrera, de vencedora siempre, porque la palabra es su única arma.

Mayarí recurre a una ironía ex-cepcional para expresar su desacuer-do con el avance electrónico, la moda cibernética, las hipócritas for-mas del amor, la religión, la buena compostura, etc. Satiriza y se burla sarcásticamente de esos verdugos disfrazados de caballeros, de esos monstruos y grillos venenosos que la acechan. Lo injusto y lo mezqui-

no está ridiculizado por su palabra lúcida y bien elaborada. Pues aun los urbanos desatinos y los instantes malhabidos y malvividos, hasta la engañosa ternura encuentran en su voz un duro desacuerdo y una deso-lada confrontación.

Por ello, mientras arrecia la in-clemencia del entorno, ella echa de menos sus arañas, sus mirlos, el es-condido mundo de su jardín y hasta la sombra compleja del bonsái con su grandeza enana.

Poemas para lunáticos denomina Mayarí a su reciente libro editado en la Colección ‘Decapitados’, nombre con el que sigue vigente su propuesta musical de metal y poesía:

Quisiera ser de hierro,pero soy de metalblanco, líquido, dúctilcomo el mercuriogrisáceo, plata vivaque resbala y cae como una gotaque se divide en mil formasy vuelve a juntarse.quisiera ser de hierropero soy de metal.

En este libro ella persevera en sus temas de altivez humana, con-frontación social y duda existencial.

Atrapadora de ideas rotundas y originales que son aprovechadas admirablemente, pues sabe cómo plasmarlas, a modo de brochazos geniales de los que salen descon-certantes formas, paisajes interio-res que recogen situaciones y per-cepciones íntimas de la autora.

La claridad expresiva y ese bien llevado ritmo hacen de estos tex-tos alegorías auténticas, de certera plasticidad en donde la metáfora, la imagen, los hallazgos sardónicos son sus mejores referentes líricos.

Sin esfuerzo alguno, espontá-nea y fluida, la voz le nace limpia y contundente, segura de sus pro-fundas intenciones y significados. Unas veces imprecando y acusan-do, otras condenando y denuncian-do, siempre en acto de rebeldía to-tal ante la vida y su mentira.

Mayarí no deja palabras sueltas ni absurdos por resolver, cualquier encrucijada, trampa o desatino son procesados por su intuición tritura-dora de falacias.

Poemas para lunáticos consti-tuye la confirmación de esta poeta como una de las más importantes de los últimos tiempos.

Poemas sobresalientes son, por ejemplo: ‘Mujeres’, ‘Reversa’, ‘Poemas de felpa’, ‘Declaración de amor’, ‘Cisne negro’, ‘Poema bipo-lar’, entre otros; en ellos, a manera de espejo, Mayarí quiere hallar su verdad, la verdad que duele pero li-bera, la que golpea pero reivindica.

Sin embargo de mantenerse en la misma línea temática y estilísti-ca, esta vez, con subido tono y con más vehemencia, marca territorio reafirmando con apropiada estrate-gia la vanguardia más alta a la que pertenece. Transcribimos:

DECLARACIÓN DE AMORMi avatar,mi second lovemi swinger,mi media naranja,mi dolor indispensable,mi plato a la carta sin carta,mi orquídea extraña,mi flor de un día,mi idilio imposible,mi pareja imperfecta,mi espectador voyerista.Traje un regalo para ti…mi cuerpo collage vivoy escorpiones para la cena.

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Los amantes

Fue por la noche, algunas horas antes de un día marcado por el número siete.Se presentó como la flor de mil pétalos, ondeando toda su

blancura y un amarillo intenso como la alegría.La estuvo esperando y aunque por momentos hubo dudas de su

presencia, cuando llegó a eso de las ocho el pecho le palpitaba más de lo normal y todo el cuerpo empezó a temblarle, a través de los ventanales ella agitó su brazo, él la recibió, mejor dicho, se reci-bieron con una emoción desconocida; ella traía entre sus manos un pedazo de amor robado de los jardines de la Alianza F, era una flor que gritaba silenciosa y tímida mientras entraban a los aposentos de la luna, donde unos rostros se bañaban relajados tertuliando, de lejos vinieron otras voces, otros ruidos y confusas melodías; todo indicaba que estaba dentro de lo inesperado.

Así transcurrieron varias horas mientras cruzaban palabras y pe-queñas risas hasta que por los labios de ella, él empezó a comprender que al día siguiente, el que estaba marcado por el número siete, no podían pasarlo juntos como lo habían planeado y hubo un corto for-cejeo de ánimos: ella porque estaría sumergida en sus preparativos de viaje y él porque había soñado con tenerla todo el día a su lado. Finalmente llegaron como a un acuerdo, cuando de pronto, afuera, el cielo estalló en un violento llanto y en el interior de la luna todo se volvió un silencio en aparente tranquilidad.

Decidieron subir a una zona oscura para ver esa lluvia apasionada y sin darse cuenta, ambos terminaron hechizados, él la tomó por el talle y sus labios como palomas se posaron sobre el cuello desnudo de ella, mientras ella le cubría con sus brazos la espalda y buscaba con ansias los labios de él... Sus cuerpos temblaron al unísono y la lluvia amainaba, la pasión se dilató por sus venas y sucedió lo inevitable...; aunque bajaron cautelosos, sus alientos corrían y en complicidad con la luna, se refugiaron de nuevo para amarse.

Colección Casa NuevaLibro No. 3

casa nueva

Huellas

José Iván Mosquera

insurrectas

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Natural sin avisar y sensual…entraste tus mareas, fuiste túy bastaron lunares cercaníascomo siempre imantadas y mágicaspara fundir nuestros etéreos deseos.

Y solo un pretexto en las sombraste lanzó a mis brazos desquiciadosy rodearon tus ansias transeúntes,tus vapores incendiados de mis besosse bebieron hambrientos mis placeres.

Ahora, consumados los rituales y distanciasun aire incógnito nos navega los sentidosy nos fuimos escapando amanecidostumbando sustos, votando miedos.Hoy, interrogantes miramos… ¿qué haremos?

José Iván Mosquera(Quito, 1962)

Ha participado en los talle-res literarios de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benja-mín Carrión, en talleres de teatro con los grupos Mala-yerba y Contraelviento, así como en los cursos de psico-pedagogía y comunicación social en la Universidad Po-litécnica Salesiana.

Con la obra Huellas in-surrectas incursiona en el género poético.

Hambruna de palabras, hambruna de la piel¿cómo pedirles a mis ojos un aguante?¿cómo cerrar todas las ventanas y vivir?¿cómo enfrentar al torbellino ahí dentro?

Orfandad de ambiciones, orfandad de los sentidos¿será la espera una certeza?¿será la culpa una malicia?¿un déjate ya de huevadas?

Cabalgatas inconclusas y deseos desbocados¿tendrá la querencia una huida?¿sabrán del dolor los imbéciles sufrientes?y su voz de anochecida me retumbay su miel de fermentos me persigue.

Ángeles del viento, ángeles dormidos¿lanzaré por el abismo mis carencias?,ella vive aún en mis silencios,está aquí y allá, en todo está,como el sol y la luna y sus alas enormes.

Obsesión, olvido y opresiónla lluvia mojará las prisas,si tan solo te crecieran las caderaspara mis aladas manos un poco;un romperse el coco prematuro y apasionado.

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Se suele considerar a Jim Mo-rrison como el miembro más cerebral de The Doors, tal vez

por su sobredimensionada fama de ‘poeta maldito del rock’ —cliché que pocas veces se justifica— ade-rezado con chamanismo light; pero la verdadera inteligencia, el lado lúcido y creativo de la banda, siem-pre fue el tecladista Ray Manzarek, músico que experimentó con nue-vas texturas sonoras sin las cuales no podríamos comprender el mo-vimiento indie, el pop y la música electrónica de nuestros días.

La poderosa sombra del ‘Rey Lagarto’, devenida en ícono con-tracultural y fábrica de camisetas, tapó a los otros miembros de la banda —Kriegger con su guitarra y distorsiones bluseras y el rítmico

Densmore en la batería—, pero por sobre todo al virtuoso Manzarek. Tal vez eso fue lo mejor, no solo en el aspecto personal, pues —a dife-rencia de Morrison— ellos consi-guieron escapar con pocos daños de la espiral de autodestrucción que impone el star sistem, sino también para la música, pues pese a pertene-cer a uno de los grupos de rock más populares de la historia, sobrevivir les permitió crecer como artistas de culto y ser apreciados por sus cole-gas, mas no por la masa y sus siem-pre efímeros flashes.

Nació en el seno de una familia polaca de Chicago en 1939, Ray-mond Daniel Manzarek, y su am-bición primigenia fue convertirse en estrella del baloncesto colegial, pero sus dedos largos y sensibles

no eran del todo aptos para ences-tar, así que su entrenador le dio un ultimátum: o pasaba a jugar de base o se retiraba del equipo. El or-gullo pudo más y para suerte de los melómanos, perdimos a un depor-tista mediocre pero ganamos a uno de los mayores tecladistas de la historia, aunque en sus inicios, las clases de piano clásico obligatorias fueron una tortura para Raymond, quien recuerda:

«Los primeros cuatro años odié aquello —hasta que aprendí a ha-cerlo bien—, pero luego se vol-vió divertido, más o menos por la misma época por la que comencé a escuchar música ‘negra’. Tenía 12 ó 13 años y jugaba béisbol en un campo, alguien tenía prendida una radio sintonizada en una estación

Fernando Escobar Páez

Ninguna flor para

«Los que escuchan cierran los ojos y sonríen con beatitud. Es como si The Doors tocara directamente al centro de sonrisa del cerebro».

Susan Szekely, The New York Post

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‘negra’. Desde allí no pude despe-garme de ello. Solía escuchar a Al Benson y a Big Bill Hill, quienes eran disc jockeys de Chicago. Des-de ese momento toda la música que escuchaba era en la radio. Mi ma-nera de tocar el piano cambió, fui influenciado por el jazz. Aprendí a tocar ese largo piano con mi mano izquierda y supe qué era aquello: algo con ritmo, jazz, blues, rock».

En ese punto la música dejó de ser una actividad complementaria que desarrollaba para satisfacer el ego de sus padres, pero su pasión estaba orientada hacia el cine, al que consideraba como la forma ar-tística americana por excelencia en el siglo XX. La música era un buen complemento, pero no su prioridad. Tras culminar sus estudios forma-les como economista a los 23 años, migra a Los Ángeles, donde su in-tención era estudiar derecho —al menos eso dijo a sus padres— pero a las pocas semanas estaba inscrito en la Escuela de Cine de la Univer-sidad de California.

El sol, la mítica estética de los primeros surfers, el ambiente entre beatnik y flower power de su facul-tad, sus hermanos —quienes tam-bién se hallaban radicados en Los Ángeles— le incitaron a retomar la música; forma con su familia el

grupo Rich and the Ravens, y ob-tiene cierto éxito en fiestas y bares locales.

Paralelamente, su carrera como cineasta empezaba a despuntar, sus profesores lo consideraban un alumno prodigio y sus cortome-trajes de contenido autobiográfico fueron reseñados por la prestigiosa Newsweek Magazine.

Let’s swim to the moon,Let’s climb through

the tidePenetrate the evenin’

that theCity sleeps to hide

Let’s swim out tonight, love

It’s our turn to try Parked beside the ocean On our moonlight drive.

Pero un encuentro fortuito en 1965 daría lugar a la leyenda que cambiaría su vida: se hallaba medi-tando en la playa cuando fue abor-dado por un jovencísimo, James Douglas Morrison, estudiante dís-colo con el que compartió algunas clases de cine, pero que abandonó la universidad con el firme propósi-to de convertirse en poeta. La his-toria cuenta que un Raymond, con

poca fe en las habilidades líricas de su ex condiscípulo, le pide que re-cite uno de sus poemas. Morrison responde con el oscuro y sensual Moonlight Drive, que ocasiona el asombro de Manzarek, quien in-mediatamente le invita a unirse a la banda de sus hermanos.

Los Manczarek graban una maqueta con Morrison, pero no se convencen del resultado, sin embargo, Raymond insiste con el proyecto, le quita la ‘c’ polaca a su apellido —en parte para diferen-ciarse de la banda de sus hermanos, en parte porque nombres excesiva-mente étnicos no tenían posibili-dades comerciales en los Estados Unidos— y convoca a dos músicos que conoció durante un retiro bu-dista: el guitarrista Robby Krieger y John Densmore como baterista.

Amén de la presencia escénica de Morrison, el rasgo característico de The Doors fue el Fender Rhodes Piano Bass de Ray, instrumento que suplía el bajo, salvo en algu-nas presentaciones en vivo donde contrataron a bajistas ocasionales. Pese a no ser ambidiestro, los años de práctica y su virtuosismo natural le permitían a Manzarek tocar con una mano el piano/bajo, y con la otra se encargaba ya sea de un Gib-son G -101, o del órgano Vox Con-tinental, el cual confirió un aura psicodélica a temas como ‘The End’ o ‘Light my fire’. Sin embar-go, algunos críticos de la costa este —tradicionalmente enfrentados con los californianos— no duda-ron en atacar el peculiar sonido de Manzarek y catalogaron su estilo peyorativamente como ‘música circense’. Cabe resaltar que en el segundo disco de estudio, Strange Days, fue pionero en el uso de sin-tetizadores, algo que en su momen-to no fue del todo bien recibido.

«Asustan y confunden con un tono lúgubre y cambiante que transforma bruscamente la voz de Morrison en un fondo oscuro; el

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obsesionante órgano, el piano y el bajo de Ray Manzarek, la sinuosa guitarra de Krieger, la experta per-cusión de John Densmore. Casual-mente proceden de Los Ángeles, donde su peculiar misticismo goza de una perversa simpatía». (Revis-ta Time).

El resto de la historia hasta 1971 es sobreconocido: seis dis-cos de estudio, conciertos épicos —a veces a pesar de Jim— y au-todestrucción de un intratable Mo-rrison, cada vez más enganchado en su papel de rock star. El sereno Manzarek intenta en vano servir de catalizador entre el cantante y los otros miembros de la banda, quie-nes desean reemplazarlo por Paul McCartney o Joe Cocker.

Tras la temprana muerte de Morrison, Ray intentó mantener viva a la agrupación. Asumió la voz principal, mientras que Krie-ger se encargó de los coros y aunque lograron sacar un par de discos de mediano éxito, Other voices y Full circle, al no contar con el magnetismo animal y los movimientos sensuales de Morri-son sobre el escenario, perdieron el fervor popular y se separaron definitivamente en 1973.

El mismo año Manzarek inicia su carrera solista con The Golden

Scarab. A este disco le seguiría The Whole Thing Started with Rock & Roll Now It’s Out of Control de 1974. Ambas grabaciones no tu-vieron gran difusión y se han con-vertido en objetos de colección. A fines de los setenta empezaría con Nigel Harrison, de Blondie, una nueva banda, Nite City, con la cual editaron dos LP y se acercó a la es-cena punk, con lo que se convirtió en productor de The X, una de las bandas más respetadas del circuito punk californiano. Finalizados es-tos proyectos, volvió en 1983 con otro álbum solista, Carmina Bura-na, ópera de Carl Orff basada en poemas de monjes goliárdicos del Medioevo. Esta obra también fue un referente para Manzarek duran-te su etapa en The Doors.

En los años noventa —salvo es-porádicas apariciones en home-najes— vino un silencio musical, donde se dedicó a escribir su auto-biografía, Light my fire, y guiones de cine; llegó a ser uno de los escri-tores de la versión cinematográfica de la exitosa serie sobre alieníge-nas The X files.

El nuevo milenio empezó con el tributo post punk / grunge a Mo-rrison, Stoned Immaculate. De este trabajo viene su contacto con Ian

Astbury, vocalista de The Cult, con quien deciden revivir a The Doors. El proyecto contó con la venia de Krieger, mas no con la de Dens-more, quien decidió demandar a la nueva formación.

Obligados a cambiar de nom-bre, en 2008 realizaron una lucrati-va gira sudamericana como Riders on the Storm. Cuando pasaron por Quito, Astbury había sido reem-plazado por Brett Scallions, mu-cho más parecido físicamente a Morrison. El resultado no fue del todo satisfactorio para los asisten-tes al concierto, no tanto por los gases lacrimógenos con los que la policía ecuatoriana roció a los asis-tentes o por la pésima acústica del local, sino por la sobreactuación de Scallions, cantante de gran técnica vocal, pero incapaz de suplir el ca-risma del gran ‘Rey Lagarto’.

En la década pasada aparecie-ron otros discos solistas de Manza-rek: Love her madly —título homó-nimo al de uno de los greatest hits de The Doors— y Ballads before the rain. Al igual que sus anterio-res intentos, pasaron desapercibi-dos. Su último trabajo de estudio fue Traslucent Blues de 2011.

En cierta ocasión, Ray afirmó que el rock se había convertido en un circo y que «la única cosa que importaba, en última instancia, era comer un cono de helado, tocar el trombón, plantar un árbol y ahora ser libre». De ese merecido descan-so tras una vida agitada y su lucha contra el cáncer se trataron sus úl-timos años. Muere este reciente 20 de mayo en Rosenheim, Alemania, rodeado de su esposa y hermanos. A diferencia de Jim Morrison, quien alguna vez escribió como epitafio I want roses in my garden, Ray pidió como última voluntad a sus fans que no le enviaran arreglo floral alguno y que destinaran cual-quier homenaje a fundaciones de lucha contra el cáncer.

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Roberto Guerrero:

En busca de historias veladas

Miguel Aillón Valverde

Trofeo a la angustia

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Lo que se expe-rimenta es algo parecido al de-

sasosiego. Sí, se podría decir que es esa la impresión que deja la obra de Roberto Guerrero: un poco de inquietud y otro tanto de consternación. Sus cuadros pa-recen guardar una suerte de secreto soterrado que se hunde en la con-ciencia visual de los espectadores, incluso mucho antes de concluir la muestra pictórica de este artista quiteño. Por eso se hace inevitable (y hasta cierto punto adictivo) el regresar una y otra vez sobre sus imágenes en busca de los motivos de dicha desazón. Sin embargo, el efecto es siempre inverso, pues mientras más imbuimos la mira-da en ellas, la sensación tiende a acentuarse.

Y es que hay algo en el con-junto de retratos que desde la ac-ción realista de los personajes o el planteamiento abstracto de los entramados compositivos, llama la atención. Allí está, o parece estar, el vaivén de historias que se insi-núan más allá de los límites repre-sentacionales de la obra de arte. Es por eso que debemos ver con cuidado. Suspender el tiempo de nuestra cotidianidad y sumergirnos en los transcursos narrativos que la pintura traza.

Se sabe que toda exposición or-dena sus elementos artísticos para proponer modelos de interpreta-ción y construir posibles visiones alrededor de la obra. Así, lo que sigue a continuación es una lectura interpretativa de la obra de Guerre-ro, que trata de responder a ese or-den estético desde la construcción de una mirada prospectiva. Una lectura que asume el desasosiego inicial —como condición expec-tante y motivo de partida— para plantear un viaje exploratorio en pos de las posibles historias ocultas que permitan develar los sentidos de su pintura.

En principio, y al parecer, la fórmula consis-te en la conjun-

ción de planos. Personajes perfila-dos sobre trasfondos que comple-jizan las acciones en las que han sido retratados. Guerrero esboza, así, composiciones que muestran, por una parte, el detalle realista de cuerpos y rostros en situación de abandono, delirio o contemplación, y, por otra, escenarios salpicados de texturas intensas, brumosas cuando no sujetas a collages mediáticos. Este contraste extremo deviene en una estética ambigua que busca en el espectador algún tipo de res-puesta narrativa: un relato personal que dé cuenta de lo sugerido en cada uno de los cuadros.

Pero si afirmamos esta búsque-da inicial, sobre la conjetura de que los retratos guardan historias cifra-das, ¿qué historias son estas? Se podría aventurar la hipótesis de que lo que vemos en los cuadros —lo que estos relatan desde su compo-sición— no es más que la proyec-ción pictórica de nuestra existencia. De aquí que la ambigüedad gráfica que problematiza la obra de Gue-rrero se transforme en amenaza, producto de nuestros propios mie-dos reflejados. Desde esta perspec-tiva, las historias soterradas de los cuadros evidenciarían, como si de espejos se tratase, perturbaciones personales, desasosiegos que nos constituyen.

La tensión del espectador ten-dría, entonces, que ver con esto: con las historias secretas que emer-gen tras los límites de la obra. Estos bordes se insinúan desde el fondo de las brumas, en los claroscuros escénicos, en las acciones extremas de los personajes o en los espacios donde se pierde su mirada (inclu-so de aquellos que tienen los ojos velados). Francis Bacon afirmaba que sólo podemos ver aquello que de algún modo ya hemos visto. Y

sin embargo, Guerrero va más allá, pues nos sugiere no sólo horrores ya experimentados sino, además, aquellos que apenas llegamos a in-tuir. De aquí la riqueza de su obra. Muestra a sus espectadores realida-des excéntricas y, a través de ellas, narraciones que proyectan relatos ocultos en los que nos vemos, ine-vitablemente, revelados.

E s t o s retratos son, des-de esta

perspectiva, autorretratos: pinturas que descubren a quien los mira. Introducimos en su composición nuestras percepciones y experien-cias. Por esto, lo visible en Guerre-ro es también un invento que en la abstracción de los planos escénicos genera historias posibles en las que somos los protagonistas. Así, no sólo vemos planos estáticos sino que somos vistos en y desde sus composiciones. Esto se hace aún más patente cuando los retratados parecen también mirarnos; es de-cir, cuando somos nosotros los ob-

boceto

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servados. Pasamos, entonces, a ser personajes que en espacios paradó-jicos, lejos de la cotidianidad en la que nos vemos imbuidos, descu-brimos el histrionismo de nuestras tensiones y conflictos.

De aquí que el espectador, fren-te a la obra de Guerrero, lea las imágenes agregándoles la tempo-ralidad de su experiencia. Los cua-dros se extienden, históricamente, a un antes y un después personales. Se tienden, pues, puntos de fuga narrativa que desbaratan los límites del marco compositivo. Ya no hay en los cuadros un centro espacial o temporal evidente; dejan de ser tan sólo retratos de hombres y mujeres en situaciones excéntricas, o com-posiciones de planos cuyos colores absorben el entorno reconocible. Se funda una nueva percepción en la que la mirada va más allá de lo figurativo, obligándonos a practi-car una lectura que descentra las composiciones en busca de histo-rias que se erigen fuera del cuadro, y que se interpretan bajo la misma lógica narrativa de nuestras vidas.

Los per-sonajes de Guerrero no posan. Las

pinturas semejan instantáneas que al azar capturan un momento que resulta decisorio en sus vidas. En este sentido, no son retratos clásicos cuyos ámbitos temporales resultan anacrónicos. De aquí la inquietud que se genera cuando los afronta-mos, pues están lejos de ser simples episodios prefabricados que se pue-den prever. A partir de historias que representan algún conflicto, se abre el abanico de posibilidades narra-tivas que el espectador comienza a esgrimir para sus adentros.

Por eso la normalidad (en el sentido convencional de la pala-bra) no es característica de estas pinturas. Los personajes retratados —como ya se ha sugerido antes—

son figuras que marcan caminos hacia lo excéntrico; o más bien, si se piensa mejor, hacia lo obsceno como concepto que refiere lo que está ‘fuera de escena’. Y es que el tema de cada cuadro pareciera re-solverse no al interior de la obra en sí, sino externamente: tras ‘bamba-linas’ pictóricas, atravesando los planos brumosos y el accionar de sus personajes.

Se podría insistir, desde esta perspectiva, en que los retratados no forman parte de nuestro mun-do, sino nosotros del suyo. En el momento en el que prefiguramos historias que se disparan más allá de lo observable, cuando buscamos allende los límites visuales, al ex-tremar la abstracción de la mira-da incluyéndonos en un escenario volátil —inestable— en el que las historias soterradas se multiplican, entonces devenimos (también) en personajes.

Los elementos pic-tóricos trazados por Guerrero refuerzan la constitución de

sentidos que va más allá de los már-genes de su obra. Los retratos son, finalmente, elaboraciones artísticas complejas que de manera centrífu-ga empujan a los espectadores hasta los límites interpretativos. Somos, frente a los cuadros del artista qui-teño, exploradores de un abismo hecho de brumas y de colores. Se configuran escenarios que acorra-lan a los personajes, acentuando sus facciones —como contraste— en la desesperación, el miedo o la incerti-dumbre de contextos que amenazan con absorberlos o marginarlos irre-mediablemente.

Por añadidura, los cuadros de Guerrero nos hablan de los límites que antes permitían una interacción cierta entre sujetos: el reconoci-miento mutuo. La contemporanei-dad explota el miedo sobre lo que intuimos proviene de afuera, y que

en las pinturas se plasma a través de las abstracción. La abstracción es, entonces, lo desconocido reflejado en la gama de colores, velos y cla-roscuros, desde los que el artista nos plantea el peligro de un ‘más allá’. Pero es al mismo tiempo una pro-vocación, una apuesta que implica el atreverse a mirar a través de esos espacios, imbuirse en el entramado, dejarse atrapar por el delirio de bro-chazos que circundan a los persona-jes y que velan las historias escon-didas. Dejarse llevar, en definitiva, por y hacia lo desconocido.

En suma, el entorno implica riesgos para los personajes. Más aún si la tensión se origina de la comunión de cuerpos y acciones con los escenarios que los rodean. Los hombres y mujeres retrata-dos por Guerrero se (con)funden con su contexto, lo que radicaliza la fuerza representacional de sus historias. Los personajes y su inte-racción con el entorno abren posi-bilidades interpretativas múltiples, en las que se mezcla el vértigo que el espectador experimenta ante las vastas posibilidades de lectura de la obra, pero también ante el temor de lo que de manera especular en-contrará tras los velos esbozados por los cuadros.

La repre-sentación del rostro de los per-sonajes es

un último elemento importante en la composición de la obra de Gue-rrero. Invade, como una parte del todo, las historias secretas que se entrevén mas allá del trasfondo abs-tracto de los escenarios. Desde una perspectiva metonímica, y a través de las tensiones gesticulares, el es-pectador (re)construye relatos que se enmarcan en los pliegues de las arrugas, el ceño fruncido o las bocas que se abren en grito desesperado. Pero no sólo eso, sino que también plantean un futuro narrativo alrede-

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dor de aquellas historias que están por desarrollarse en la amenaza de caídas abismales al delirio; en mira-das de deseo o asco escondidas tras persianas o columnas tapizadas con un sinnúmero de imágenes en blan-co y negro; o en la simple quietud de los que observan, desde las som-bras, al espectador.

Los retratos reflejan, por últi-mo, aquello que normalmente la pintura tradicional oculta bajo la

máscara del bienestar y el equili-brio, común en un contexto moder-no y mediático. Los rostros pinta-dos por Guerrero presentan el lado contrario de esos lineamientos. Son semblantes de una cotidianidad de-formada, de situaciones llevadas al extremo y proyectadas en muecas alucinatorias o enrarecidas por es-pacios inciertos. En el fondo, y a través de él, se develan conflictos y tensiones que complejizan el con-junto de su obra.

Sentimos desasosiego: un poco de inquietud y otro tanto de consterna-ción que se profundiza por la intui-ción de historias que, como caraco-las de sentido, yacen cifradas en los límites representacionales de cada cuadro. Por eso, al momento de co-menzar el recorrido de la exposición, no debemos olvidar que las pinturas de Roberto Guerrero guardan relatos que esperan a ser descubiertos. Se plantea, pues, una promesa narrati-va. Sabemos que algo se cuenta en las imágenes, algo que los visitantes deberemos descubrir tras los velos pictóricos de una muestra por demás extraordinaria.

«Propongo retratar al ser humano, a la sociedad, con esa verdad a medias que todos conocemos, que todos palpamos y vivimos, ese secreto a voces con el que tratamos de ocultar nuestros éxitos, nuestros fracasos, esa mano de pintura que ponemos en nuestra piel intentado decorar con otro color nuestras almas».

Roberto Guerrero

... Ella busca otras ilusiones...

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Charity Sweetness está sen-tada en el baño comiendo sus dos huevos duros mien-

tras en la cocina yo me zampo un sándwich de jamón y el café. Así ocurre, pero no se debe creer que esto sea un gueto. Si hay un gue-to, soy yo el que está en él. Ella es la mujer que envió el Padre Di-vino para que hiciera la limpieza, y viene una vez por semana a mi pequeño apartamento de tres habi-taciones, en mi día de descanso de la tienda de licores. «Paz», me dice ella, «el Padre me recogió de abajo y me llevó derecho al cielo». Ella es pequeña, de cuerpo plano, pelo crespo y una cara tranquila de don-de irradia luz, y mamá tenía esos

ojos antes de morir. La primera vez que Charity Sweetness vino a lim-piar, hace poco más de año y me-dio, cometí el error de pedirle que se sentara conmigo a la mesa de la cocina y comiera su almuerzo. Todavía me sentía mal después de que Ornita se marchara, pero soy del tipo de hombre —Nat Lime, cuarenta y cuatro años, soltero, con una calvicie que crece día a día en la parte de atrás de mi cabeza, y que francamente debería perder unas quince libras— al que le gusta la compañía mientras la tiene. Así que ella se cocinó sus dos huevos duros, se sentó y dio un pequeño mordisco a uno de ellos. Pero un minuto después dejó de masticar,

se levantó y se fue al baño lle-vándose los huevos en una taza, y desde entonces come ahí. Más de una vez le dije: «Está bien, Charity Sweetness, se hará a tu manera, có-mete los huevos sola en la cocina y yo comeré cuando termines», pero ella sonreía de manera distraída y seguía comiendo en el baño. Ese es mi destino con la gente de color.

Aunque mi color favorito sigue siendo el negro, el cual ha sido por lo general el color de mi suerte, me va bien en la licorería de Harlem, en la 8va. avenida, entre la 110 y la 111. Lo digo con respeto. He trata-do con gente negra una buena parte de mi vida, en especial por nego-cios, pero también por razones de

Bernard Malamud

Mi color favorito es el negro

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amistad y con sentimientos sin-ceros de ambas partes. Me siento atraído por ellos. En este momento de mi vida debería tener uno o dos buenos amigos de color, pero la cul-pa no es necesariamente mía. Qui-zá conocían mis sentimientos hacia ellos, pero, actualmente, ¿cómo puede uno decírselo a alguien? Lo intenté más de una vez, pero el len-guaje del corazón está muerto o na-die entiende cuando uno lo habla. Muy pocos. Lo que quiero decir, de forma personal, es que para mí los humanos tienen un solo color, y es el de la sangre. Una persona negra me gusta no porque sea negra, sino porque yo soy blanco. Viene a ser lo mismo. Si yo no fuese blanco, mi primera elección sería ser ne-gro. Estoy contento de ser blanco porque no tengo otra alternativa. Pero tengo buen ojo para el color. Sé como apreciarlo. ¿Quién de-sea que todos seamos iguales? Tal vez es una especie de talento. Nat Lime puede ser un distribuidor de licores en Harlem, pero una vez, en las selvas de Nueva Guinea, en la Segunda Guerra Mundial, cuando disparaba a un japonés que huía y erré el tiro, se me ocurrió que yo tenía una especie de talento, como el de tener de vez en cuando una idea maravillosa, ¿pero al final en qué se convierte? Después de todo, este es un mundo extraño.

El baño donde Charity Sweet-ness come los huevos me hace pensar en Buster Wilson, cuando éramos muchachos en la zona de Williamsburg, en Brooklyn. Había una gran manzana de casas sucias y en ruinas en mitad de un barrio blanco empobrecido y lleno de ca-rretas. Me parecía que las casas de los negros habían nacido y muerto allí mismo, y ya estaban muertas muy poco después de la creación del mundo. Yo vivía en la calle si-guiente. Mi padre era sastre, tenía artritis en las dos manos, grandes

nudillos enrojecidos y dedos infla-mados, y ya no podía cortar, por tanto mi madre era quien tenía que trabajar. Ella vendía bolsas de pa-pel en una carreta de segunda mano en la calle Ellery. No nos moríamos de hambre, pero ninguno comía pollo a menos que nosotros o el po-llo estuviéramos enfermos. Esa fue mi primera relación con muchas personas negras y yo solía husmear por su pobre manzana. Creo que

yo pensaba: hermano, si es posible que exista esto, ¿qué es lo que po-dré encontrar? Es decir, yo ya tenía una idea de lo que significaba la vida. De todas formas, allí cono-cí a Buster Wilson. Él solía jugar solo a las canicas. Yo me sentaba en la acera de enfrente para verlo tirar una canica con la mano zurda y otra con la derecha. La mano que ganaba recogía las bolas. No era un juego muy especial, pero no me pe-día que jugara con él. Yo quería ha-cerme su amigo, pero él nunca me animó, sino todo lo contrario. ¿Por qué lo elegí como amigo? Quizá porque entonces yo no tenía ningu-no; éramos de Manhattan, nuevos en el barrio. También me gustaba su tipo. Buster todo lo hacía solo. Era un chico flaco y las ropas de

sus hermanos le quedaban como costales usados de papas. Era un muchacho grandulón de unos doce años, yo tenía diez por esa época. Él tenía los brazos y las piernas como palos de fósforos quemados. Vestía siempre un suéter de lana café, con una manga a medio enrollar y la otra extendida hasta la muñeca. Su cabeza larga y estrecha tenía una parte blanca, un corte recto entre el pelo lanoso y corto, tal vez he-cho con una regla por su padre, un barbero demasiado borracho como para ejercer su oficio. Aunque en aquellos días yo poco sabía, esta-ba lo suficientemente grande como para conocer qué era lo mejor, y toda la manzana de casas de negros me hacía sentir mal en el día. Pero yo iba allí todas las veces que po-día porque la calle estaba llena de vida. Por la noche lucía diferente, y en la oscuridad todos los gatos son pardos. A veces tenía miedo de caminar por esas casas cuando es-taban oscuras y silenciosas. Temía que hubiera gente mirándome y yo no pudiese verla. Me gustaba más cuando tenían fiestas en la noche y todos la pasaban bien. Los mú-sicos tocaban sus banjos y saxofo-nes y las casas se sacudían con la música y las risas. Y se me atoraba la garganta cuando a través de las ventanas yo veía a las muchachas, con sus lindos vestidos y lazos en los cabellos.

Pero en las fiestas bebían y se peleaban. Los domingos eran ma-los días, después de las fiestas noc-turnas del sábado. Recuerdo una vez que el padre de Buster, tam-bién alto y holgazán, siempre con un sombrero de fieltro gris y sucio, perseguía con un formón de media pulgada a otro negro por la calle. El otro, quizá de un metro y me-dio de estatura, perdió el zapato y cuando luchaban en el suelo ya estaba sangrando a través del traje, una sangre roja y espesa que man-

He tratado con gente negra una

buena parte de mi vida, en especial

por negocios, pero también por razones

de amistad y con sentimientos sinceros

de ambas partes.Me siento atraído

por ellos.

otras lenguas

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chaba la acera. Yo me asusté por la sangre y quería volverla a meter en el hombre que se desangraba a cau-sa del formón. En otra ocasión, el padre de Buster estaba jugando al craps con dos grandes dados rojos y saltarines, al fondo de un calle-jón entre dos casas. Entonces unos seis hombres empezaron a darse de puñetazos allí, y salieron del calle-jón para pelearse en la calle. Los vecinos, incluidos los niños, salie-ron a mirar, todos asustados pero nadie se movía para hacer algo. Lo mismo vi años después, cerca de mi tienda en Harlem: una gran mu-chedumbre mirando a dos hombres que estaban matándose a navajazos en la calle, sus alientos flotando en el aire de una noche de invierno, pero nadie se movió para llamar a la policía. Yo tampoco. Yo era chi-co, de todas formas, pero aún re-cuerdo cómo llegaban los policías en un camión e interrumpían la pe-lea golpeando a todo el que podían con grandes porras. Esto sucedía en la época anterior a La Guardia. La mayoría de los camorristas que-daba inconsciente, sólo uno o dos escapaban. El padre de Buster em-pezó a correr hacia su casa pero un policía lo persiguió y le dio un ga-rrotazo en el sombrero cuando ya se encontraba en el portal. Luego el negro fue levantado por los po-licías, uno lo agarró por los brazos y otro por los pies y lo arrojaron al camión. El padre de Buster gol-peó la parte de atrás del furgón y cayó, con su nariz chorreando una sangre muy roja, sobre otros tres hombres. Yo no pude soportarlo y tenía miedo de la especie humana, así que corrí a casa, pero recuerdo que Buster lo miraba todo sin nin-guna expresión en sus ojos. Robé otros quince centavos de la cartera de mi madre y regresé y pregunté a Buster si quería ir al cine, que yo pagaría. Dijo que sí. Era la primera vez que me hablaba.

Después fuimos más de una vez al cine. Pero nunca nos hicimos amigos. Quizá porque era una pro-puesta de una sola dirección —de mí hacia él—. Lo cual incluía mis invitaciones para que fuera conmi-go, con mi dinero (el de mi pobre madre), para las películas, las ba-rras de chocolate Hershey, los tro-zos de sandía, inclusive le di mis mejores cómics de Nick Carter y Merriwell que arduamente escogí en tiendas de segunda mano y que nunca me devolvió. Una vez me dejó entrar a su casa para buscar un fósforo y fumarnos unas colillas que encontramos, pero el mal olor era tan fuerte y tan insoportable que creí morir hasta que salí de allí. No mencionaré los muebles que vi —el mejor se caía a pedazos—. En esa primavera y verano, tal vez fui-mos juntos a la matiné unas cinco o seis veces, pero cuando el cine ter-minaba, él acostumbraba caminar solo hacia su casa.

«¿Por qué no me esperas, Bus-ter? —decía yo— . Los dos vamos en la misma dirección».

Pero él caminaba adelante y no me escuchaba. De todos modos, no contestaba.

Un día, cuando yo menos lo es-peraba, me golpeó en los dientes. Quise llorar, pero no por el dolor. Escupí la sangre y le dije:

—¿Por qué me golpeas? ¿Qué te he hecho?

—Porque eres un judío cabrón. Métete en el culo tus películas ju-días y tus caramelos judíos.

Y corrió.Pensé que cómo podía haber sa-

bido yo que a él no le gustaba el cine. Cuando me hice hombre pen-sé: no se puede forzar a nadie.

Años después, en el mejor mo-mento de mi vida, conocí a Ornita Harris. Ella estaba parada, sola, bajo una sombrilla abierta, esperando el autobús en la ruta de la 110, y yo re-cogí su guante verde que se le había

caído en la acera mojada. Era a fines de noviembre. Antes de que pudiera preguntarle si era suyo, ella arrebató el guante de mi mano, cerró su som-brilla y subió al autobús. Me subí detrás de ella.

Yo estaba enojado y le dije: —Perdone, señora, no existe

una ley que diga que usted deba dar las gracias, pero al menos no me haga quedar como un delincuente.

—Bien, lo siento —respon-dió—, pero no me gusta que los blancos traten de hacerme favores.

Yo incliné mi sombrero y eso fue todo. A los diez minutos me bajé del bus, pero ella ya se había ido.

Nadie, excepto yo, podía pensar que la volvería a ver. Una semana después vino a mi tienda a comprar una botella de whisky.

—Te podría ofrecer un des-cuento —le dije—, pero sé que no te gustan cierta clase de favores y no quiero que me des una bofetada.

Entonces me reconoció y se avergonzó un poco.

—Siento haberte malinterpreta-do ese día.

—A veces nos equivocamos.El resultado fue que ella consi-

guió el descuento. Le rebajé un dólar.Solía venir casi cada dos sema-

nas por una botella de Haig & Haig. A veces yo la atendía, otras veces lo hacían mis ayudantes, Jimmy o Ma-son, también negros, y yo les decía que le diesen el descuento. Ambos me miraban, pero yo no tenía por qué avergonzarme. En la primavera solíamos conversar alguna que otra vez, cuando ella entraba a la tien-da. Era una mujer delgada, de piel oscura pero no tan negra, diría de unos treinta años y un buen cuerpo, con una combinación de bonitas piernas y senos grandes como me gustan. Su rostro era hermoso, con ojos grandes y pómulos pronun-ciados, pero los labios eran algo gruesos y la nariz un poco ancha. A veces no quería hablar conmi-

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go, pagaba por la botella, menos el descuento, y se marchaba. Sus ojos lucían cansados y no me parecía que fuese una mujer feliz.

Me enteré de que su esposo ha-bía sido un limpiador de ventanas en los grandes edificios, pero un día se rompió su correa de seguri-dad y cayó quince pisos. Después del funeral ella consiguió trabajo como manicurista en una peluque-ría de Times Square. Yo le conté que era soltero y que vivía con mi madre en un pequeño apartamento de tres habitaciones en la 83 West, cerca de Broadway. Mi madre tenía cáncer, y Ornita dijo que lo lamen-taba mucho.

Una noche de julio salimos jun-tos. Todavía no estoy seguro de cómo sucedió. Supongo que se lo pedí y ella no se negó. ¿Adónde se puede ir con una mujer negra? Fui-mos al Village. Cenamos bien y ca-minamos por el parque Washington Square. Hacía calor esa noche. Na-die se sorprendió al vernos, nadie nos miró como si estuviéramos in-fringiendo la ley. Si observaron, tal vez notaron mi nuevo traje ligero que compré ayer y mi calva brillan-

te cuando caminábamos bajo un foco, y también lo bonita que era ella para estar con un tipo como yo. Nos metimos a un cine en la calle 8va. West. Yo no quería entrar, pero ella dijo que había oído hablar de la película. Entramos como desco-nocidos y salimos como descono-cidos. Me preguntaba qué pensaba ella y me contesté que en cualquier cosa, menos en un hombre blanco que yo conozco. Toda la noche la pasamos juntos como si estuvié-ramos encadenados. Después del cine ella no quiso que la acompa-ñara de vuelta a Harlem. Cuando la dejé en un taxi me preguntó:

— ¿Por qué preocuparnos?Por la carne, quise contestar.

Pero en su lugar dije: —Porque tú vales la pena.—Gracias de todas formas.Chico —pensé luego de que

partió el taxi—, acabas de descu-brir cómo es ella y ahora lo mejor es olvidarla.

Es fácil decirlo. En agosto sa-limos por segunda vez. Esa fue la noche en que se puso un vestido púrpura y yo pensé, Dios mío, qué colores. Quien pinte ese cuadro

hará una obra maestra. Todos nos miraban y a mí eso me agrada-ba. Esa noche, cuando se quitó el vestido, lo hizo en una habitación amueblada que, con buen juicio, yo había arrendado unos pocos días antes. Con mi madre enferma, yo no podía pedirle que fuéramos a mi apartamento, y ella tampoco quería que yo fuese a la casa donde vivía con la familia de su hermano en la 115 West, cerca de la aveni-da Lenox. Bajo su vestido púrpura llevaba una combinación negra, y cuando se la quitó vi su ropa inte-rior blanca. Y cuando se quitó la ropa interior blanca, ella era negra de nuevo. Pero yo sabía dónde es-taba el otro destello blanco, si se lo puede llamar blanco. Y esa fue la noche en que pensé que me había enamorado de ella; era la primera vez que esto me ocurría, aunque me gustaron una o dos chicas bo-nitas con las que solía salir cuando era un muchacho. Era un tema muy serio. Soy la clase de hombre que cuando piensa en el amor piensa en matrimonio, y creo que esa es la ra-zón por la cual sigo soltero.

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Esa misma semana se produjo un asalto en mi tienda: dos negros fornidos, con revólveres. Uno de ellos se enojó por el sonido que hizo la caja registradora cuando la abrí para que pudiera coger el dine-ro, y me golpeó en la oreja con su arma. Permanecí dos semanas en el hospital. Pero yo estaba asegurado. Ornita vino a verme. Se sentó en una silla sin hablar mucho. Final-mente me di cuenta de que ella se sentía incómoda y le sugerí que se fuera a casa.

—Lamento lo sucedido —dijo.—No hables como si fuera tu culpa.Cuando salí del hospital, mi ma-

dre había muerto. Era una persona maravillosa. Mi padre murió cuan-do yo tenía trece años y ella sola mantuvo a la familia unida y viva. Hice mis siete días de duelo y la re-cordé vendiendo bolsas de papel en su carreta. Recordé su vida y lo que ella trató de enseñarme. «Nathan —decía—, si alguna vez te olvidas de que eres judío, un gentil te lo recordará». «Mamá, contestaba yo, descanse en paz sobre este tema. Pero si hago algo que a usted no le gusta, recuerde que en la tierra las cosas son más difíciles que donde usted está».

Cuando mi semana de duelo terminó, una noche propuse:

—Ornita, casémonos. Los dos somos personas honestas, y si tú me amas como yo te amo este no sería un mal momento. Si no te gusta Nueva York venderé todo lo que tengo y nos iremos a otro lu-gar. Tal vez a San Francisco donde nadie nos conoce. Estuve allí una semana durante la Segunda Guerra Mundial y vi a negros y blancos vi-viendo juntos.

—Nat —me contestó— te quie-ro, pero tengo miedo. Mi marido podría matarme.

—Tu marido está muerto.—No en mi memoria.—En ese caso, esperaré.

—¿Sabes cómo sería… cómo sería la vida que nos espera?

—Ornita —respondí—, soy el tipo de hombre que se contenta con la forma de vida que ha elegido.

—¿Y qué pasará con los hijos? ¿Esperas tener negritos medio judíos?

—Yo deseaba tener niños.—No puedo —dijo.No puedo es no puedo. Vi que

estaba temerosa y lo mejor era no presionar. A veces cuando nos en-contrábamos se ponía tan nerviosa que cualquier cosa que hiciéramos ella no lo disfrutaba. Al mismo

tiempo yo pensaba que todavía tenía una oportunidad. Pasábamos juntos cada vez más tiempo. Me deshice de mi cuarto amoblado y ella se vino a mi apartamento —regalé la cama de mamá y compré una nueva—. Los domingos se quedaba conmigo todo el día. Cuando no estaba intranquila era muy cariñosa, y si yo sabía algo del amor, ya lo tenía. Salíamos un par de veces por semana, de la mis-ma forma: por lo general la encon-traba en Times Square y la enviaba a casa en un taxi, pero mientras yo hablaba más sobre el matrimonio ella decía menos cosas en contra.

Una noche me dijo que seguía tra-tando de convencerse a sí misma y que ya estaba casi convencida. Hice un inventario de las existencias de licor para poder vender la tienda.

Ornita sabía lo que yo estaba haciendo. Un día abandonó su tra-bajo, pero al día siguiente regresó a laborar. También se marchó una semana para visitar a su hermana en Filadelfia y descansar un poco. Volvió cansada, pero dijo que qui-zá. Un quizá es un quizá, y esperé. La forma en que lo decía era casi un sí. Eso fue en el invierno de

hace dos años. Cuando ella estuvo en Filadelfia yo llamé a un amigo del ejército, que ahora es contador público, y le dije que le agradece-ría si nos invitaba una noche. Él sa-bía la razón. Su esposa dijo que sí enseguida. Cuando Ornita regresó fuimos allá. La esposa cocinó una excelente cena. La pasamos bien y ellos nos pidieron que los visitára-mos otra vez. Ornita había bebido unas copas. Parecía relajada y ma-ravillosa. Después, a causa de una huelga de veinticuatro horas de los taxis, tuve que llevarla a casa en el metro. Cuando llegamos a la esta-

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ción de la calle 116, me dijo que me quedara en el tren y que ella caminaría un par de calles hasta su casa. No me gustaba que una mujer caminase sola por las calles a esa hora de la noche. Ella dijo que nun-ca había tenido ningún problema, pero yo insistí en que no lo hiciera. Le dije que la acompañaría hasta la entrada de su casa y que cuando ella subiera las escaleras yo regre-saría al metro.

Caminando hacia allá, en la 115, a mitad de la cuadra antes de la Lenox, tres hombres nos detu-vieron —o tal vez fueron tres mu-chachos—. Uno tenía un sombrero negro con un ala de media pulgada, el otro un sombrero verde de paño, y el tercero llevaba una gorra ne-gra de cuero. El de sombrero verde llevaba puesto un abrigo corto, los otros dos tenían abrigos largos. Yo me encontraba junto a un poste de luz y el de la gorra de cuero sacó una navaja de seis pulgadas que brillaba bajo el foco.

—¿Qué estás haciendo con este blanco hijo de puta? —le preguntó a Ornita.

—Yo no me meto en lo que no me importa —contestó ella— y es-pero que tú también hagas lo mismo.

—Muchachos —intervine yo— todos somos hermanos. Soy un ho-nesto comerciante del barrio. Esta señorita es una querida amiga. No queremos ningún problema. Por fa-vor déjennos pasar.

—Hablas como un arrendador judío —dijo el de sombrero ver-de—. Cincuenta a la semana por una habitación individual.

—Las ratas son gratis —dijo el del ala de media pulgada.

—Créanme, yo no soy un arren-dador. Mi tienda se llama ‘Nathan’s Liquors’, entre la 110 y la 111. Tam-bién tengo dos dependientes negros, Mason y Jimmy; ellos les pueden decir que pago buenos salarios y que doy descuentos a ciertos clientes.

—Cierra la boca, judío de mier-da —exclamó el de la gorra de cuero y movió el cuchillo como péndulo frente al botón de mi abri-go—. No más coños negros para ti.

—Hable con respeto a esta dama, por favor.

Me golpeó en la boca.—Esa no es una dama —res-

pondió, la cara larga bajo el ala de media pulgada—, es un coño ne-gro. Se merece que le rasuremos todos los pelos. ¿Te gustaría que te rasuremos todos los pelos, coño negro?

—Por favor, déjenos solos a este caballero y a mí, o gritaré fuerte. Esa es mi casa, tres puertas más abajo.

La abofetearon. Jamás escuché un grito así. Como si su esposo es-tuviera cayendo quince pisos.

Golpeé al que la abofeteó y cuando abrí los ojos yo estaba ten-dido en la cuneta y me dolía la ca-beza. Y pensé: Adiós, Nat, seguro que te van a apuñalar; pero todo lo que hicieron fue agarrar mi bi-lletera y correr en tres direcciones diferentes.

Ornita caminó conmigo de re-greso al metro y no quiso ir de nue-vo a mi casa.

—Solamente llega a casa a salvo.Se veía horrible. Su cara estaba

gris y yo todavía recordaba su gri-to. Era una terrible noche de invier-no, en un febrero muy frío, y tardé una hora y diez minutos en llegar a casa. Me sentía mal por haberla dejado, ¿pero qué podía hacer?

Teníamos una cita a la noche si-guiente, en el centro de la ciudad, pero ella me dejó plantado, por pri-mera vez.

En la mañana la llamé a su trabajo.—Por el amor de Dios, Ornita,

si nos casamos y nos vamos lejos no tendremos la clase de problemas que tuvimos. No iríamos a ese ba-rrio nunca más.

—Sí, podríamos hacerlo. Pero tengo familia aquí y yo no quiero

mudarme a otro lugar. La verdad, Nat, es que no puedo casarme conti-go. Ya tengo suficientes problemas.

—Estoy seguro de que tú me amas.—Tal vez, pero no puedo casar-

me contigo.—Por el amor de Dios, ¿por qué? —Ya tengo suficientes problemas.Esa noche me fui en un taxi a

la casa de su hermano, para verla. Él era un hombre tranquilo con un fino bigote.

—Ella se fue a hacer una larga visita a unos parientes cercanos en el Sur. Me pidió que te dijera que ella agradece tus intenciones, pero piensa que no funcionará —me dijo.

—Muchas gracias —respondí.No me pregunten cómo llegué

a casa.En la 8va. avenida, a unas dos ca-

lles de mi tienda, vi a un ciego tan-teando la acera con un bastón blan-co. Supuse que íbamos en la misma dirección y lo tomé del brazo.

—Sé que usted es blanco —dijo.Una negra gorda con una bolsa

llena de compras corrió detrás de nosotros.

—No se preocupe —dijo—, yo sé donde vive él.

Me empujó con su hombro y me golpeé la pierna en un hidrante.

Así son las cosas. Les doy mi corazón y ellos me tratan mal.

—Charity Sweetness, ¿me escu-chas?, ¡sal del maldito baño!

Traducido del inglés porPatricio Viteri Paredes

Bernard Malamud(1914 –1986) es uno de los escritores judío estadounidenses más destacados del siglo XX, junto con Saul Bellow y Philip Roth. Entre sus novelas más co-nocidas están El mejor (1952), El repa-rador (1966, con la que ganó el National Book Award y el Premio Pulitzer) y Los inquilinos; sus cuentos están reunidos en El barril mágico, Idiotas primero y El sombrero de Rembrandt.

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—Sí, como te cuento—¡No te puedo creer! —Es la pura verdad.—A ver, repítemelo, pero en detalle.—Creo que a mi amigo sí lo conociste. Pasaba siempre en las tardes después del almuerzo a tomar el café, se quedaba una hora charlando y se volvía a la tienda. ¿Te acuerdas del local de antigüedades que había arriba de la cuesta?—Sí.—Era de él. —Ajá, ya sé de quién me hablas.—¿Y qué le pasó? No lo he vuelto a ver y me parece que la tienda está cerrada. —Una mañana el lugar amaneció sin nada ni nadie y él desapareció. Lo buscaron durante meses sin re-sultado. Lo sorprendente es que nunca lo vieron salir ni tampoco llevarse sus cosas. ¿Te imaginas, vaciarse todo el almacén en una madrugada y que este pueblo no lo oyera?—Lo puedo imaginar. Aquí el viento pega tan fuerte que seguro todos le atribuyeron el traqueteo a la tormenta.—No los volvieron a encontrar, ni a él ni a su esposa. De ella era de esperarse. Nunca fue a ningún lado. Muy rara vez se la veía antes de las seis de la mañana en el mercado, haciendo las compras todavía a oscuras… un fantasma.—¡Pero si vivieron toda la vida aquí!—Como te digo, un fantasma. Cuando uno llegaba de improviso a la tienda de antigüedades, la mujer se perdía rápidamente entre los muebles altos o se metía para adentro.—¡Qué fantasma! ¡No le gustaba la gente y ya!—Tal vez. El hecho es que el asunto después se echó al olvido.—¿Se los llevaría el viento? Se podría creer ¿no? —Para los del pueblo, seguro.—No te burles. Sigo contándotelo. Hace poco andaba yo podando mis hortensias y me acordé de él.—¿Qué tienen que ver tus hortensias con él?—Espera y vas a ver. Yo las podaba cuando escuché la puerta de entrada. Fui a abrirla y no vi a nadie. Sin em-bargo, en la ranura del buzón, había un sobre. Sorpren-

dida, puesto que el cartero no pasa sino a las ocho de la mañana y esto era en la tarde, lo saqué y ¿qué crees?—¿Qué?—Tenía la escritura de mi amigo.—Te equivocaste, claro.—No. Eran su carta y su letra. Me quedé helada. —¿Qué me dices? ¿Y qué decía?—Espera, aquí la tengo… mira, te leo una parte.

Querida y recordada de siempre,Le sorprenderá seguro, y espero alegremente, halle este sobre en su correo de hoy. ¡Cuánto tiempo! Se dirá. Es verdad, son algunos años sin recibir noti-cias mías. —¿Le sorprenderá? ¡Un poco más y te mataba del sus-to! ¿Te trataba de usted?—Siempre. Querrá saber qué me lleva —aparte de mi inmensa nostalgia— a escribirle y romper mi silencio. Es verdad que decidí alejarme de pronto y venir a vivir a este pedazo de roca, como lo llamo yo a esta punta de acantilado.—¿Ves? Te lo dije, todo tiene una explicación.—Le confieso que me sedujo desde siempre esta casa junto al faro. ¿La recuerda acaso? ¡Cómo no recor-darla! Baja, de piedra, con las ventanas y puertas pin-tadas con pintura de barco. Discúlpeme por el atre-vimiento de aparecerme de pronto así, como también por mi partida súbita, pero solo a usted me siento ca-paz de contarle lo sucedido.—¿Y por qué diablos no avisó que se iba? ¿Dice algo de eso?—Vamos por partes.—Dale.—He recibido en estos días una nota de alguien que no sé cómo vino a saber de mi existencia. Aquí se la pongo. Entenderá después de leerla mi emoción y el motivo de esta carta.—¿La tienes?—Sí. Escucha:

Como te lo cuentode

Para Michèle que me hizo entrar en su Bretaña.

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Estimado señor,Conocedor de sus conocimientos en materia de péndulos y objetos antiguos, me dirijo a usted a fin de solicitarle una entrevista personal. Hace pocos días ha fallecido mi padre, legándome, entre otras cosas, este autómata. Usted bien sabrá que se trata de un objeto de colección dado el refinamiento de su trabajo.Me gustaría, si le es posible, hablarle de él y que me hiciera una estimación de su valor.Por razones familiares, debo ponerlo a remate en una sala de ventas.Nota: le adjunto una fotografía. Estoy dispuesto a llevárselo hasta lo alto de la peña.

—Me he quedado en las mismas.—El péndulo de la fotografía era el mismo de cuando mi amigo era niño.—¿Cómo?—Sí. Cuando él tenía unos seis años, cada sábado le pedía a su padre que lo llevara a la ciudad a ver un reloj en la vitrina de un anticuario. Se trataba de un autómata que representaba un viejo velero en un mar agitado. Se quedaban entonces horas delante del cris-tal, mirándolo. Hasta que llegó el fatídico día, como él lo describía, en que no estuvo más. Lo habían vendido. Le perdió el rastro y le quedó solo el recuerdo.—¡No me digas que era el mismo reloj de la foto!—Sí.—¡Increíble! ¿Cuántos años tiene ahora tu amigo?—Unos ochenta y pico.—¿Es decir que el reloj de su infancia vino a aparecér-sele casi ochenta años más tarde? —Eso mismo, pero sigamos. Su dueño estuvo por aquí en estos días. Es bastante joven. Yo le tenía preparado algunos libros y fotografías de péndulos de la misma época aunque sabía exactamente a qué fecha pertene-cía este y qué mano lo había hecho.

Durante nuestra charla me contó que en el último tiempo el reloj andaba un poco dañado, que había tenido que hacerlo reparar en varias ocasiones. Me pedía que lo revisara y lo limpiara para ponerlo en estado de venta.

Más adelante me dice que andaba preocupado por un problema con las articulaciones de sus manos. Co-sas de la vejez, pensé yo en ese momento.—¿No lo sabías?—No. Parece que los médicos no lograban descubrir la causa. Para cuando esta carta, el asunto se había agravado y casi no podía cerrar las manos, por lo cual decidió no responder al joven inmediatamente. No se sentía ya en capacidad de reparar el autómata. —¿Y entonces, qué hizo?—Aquí dice: Han sido noches de desvelo las que si-guieron a aquella primera nota. Usted que bien me

conoce estará segura de que yo no podía sino hacerle una propuesta de compra al dueño. Dudoso le dije una cifra menor que la avaluada explicándole, eso sí, que le compraría el reloj en el estado en que se hallaba, sin reparación alguna.

El joven aceptó sin reticencias y en estos días por fin me lo ha traído. Lo he puesto sobre la cómoda de la sala, justo enfrente de mi asiento. Ahí me la paso mirándolo varias horas al día. No sé si me decidiré finalmente a repararlo.

El joven tenía razón, el barco a veces navega en un mar de aceite y otras le hace frente a la peor de las mareas.

Me gustaría mucho que viniera a verlo y así com-partir la emoción de este viejo.—¿Entonces?—Me decidí a hacer el viaje, más por abrazar a mi ami-go aunque también por ver aquella magnífica pieza de orfebrería. —¿Y?¿Los viste?—Fui al faro. Cuando llegué, golpeé a la puerta pero nadie abrió. Llevaba su carta en la mano. Volví a leerla buscando una indicación. Toma, léela tú…—Debajo de la hortensia rosa de la ventana encon-trará usted la llave. He plantado algunas de ellas y aunque han crecido bellísimas, siguen siendo de color ‘rosa’. Definitivamente nunca lograré que se me den azules. Es todo un misterio. —Tomé la llave y entré. Ahí estaba el péndulo en la sala, completamente quieto. Era realmente una obra maestra. Esperé largo rato para ver si mi amigo apare-cía pero no lo hizo. En su lugar solo hallé un papel con mi nombre sobre el asiento. Decía lo siguiente: Mi esposo se ha apagado para siempre. He echado sus cenizas junto al muelle como era su deseo. Soy yo quien le he escrito su última carta aún sabiendo que la leería ya tarde. Le pido perdón por ello.

Desolada, caminé un poco por la casa. Buscaba algo o a alguien sin saber qué con exactitud hasta que la vi, junto a la cómoda: la campana de cristal. La tomé y la puse sobre el reloj, cubriéndolo definitivamente.

Salí. El viento estaba muy cerca. Respiré lo más hondo que pude.

Antes de irme, dejé por supuesto la llave bajo la hortensia azul de la ventana. Morgat, mayo de 2011

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Juan José Saer (Serodino, 1937 – París, 2005) es un escritor argentino cuya pa-

labra y pensamiento fue motivo de reservas por parte de sus propios colegas. Y solo hasta después de su muerte fueron (y siguen siendo) re-conocidas sus grandezas tanto en la creación literaria como en el pensa-miento ensayístico.

Ocurre que en la literatura sue-len marginarse nombres, tanto de los premios como de las ferias y viajes de promoción, del bullicio del mercado y hasta de las invita-ciones a colaborar en una revista o en otra. Saer (Onetti y la lista es larga) no fue la excepción. No se subió a la chiva cultural que se denominó ‘Boom latinoamerica-no’. Y persistió en escribir silen-ciosamente su obra. Una obra in-comprendida; más que intimista, cifrada y concéntrica como un jeroglífico, difícil de sol-tar al mercado masivo (a diferencia de la de Fuentes).

Saer (lo llamaban Turco por su ori-gen sirio-libanés) se ocupó toda su vida literaria de girar la llave de la cerradura alrededor de la gran puerta llamada

ficción. Este ámbito lo embargó y poseyó de manera rotunda. Y fue el motivo de sus reflexiones y de sus más logrados cuentos.

Tras doce novelas, cinco libros de cuentos y cuatro de ensayos (por ahí hay una intentona con la poe-sía), Saer dejó en claro que la lite-ratura no es casa de la etnografía ni los debates de identidad latinoa-mericana, tampoco creyó necesario recrear la historia y sus errores (ho-rrores). Y mucho menos manipuló la literatura para promover causas y censos, elegías o discursos pan-fletarios.

Lo de Saer es literatura en es-tado puro, y quizá ese elíxir líqui-do, ese grado cero, ese diamante perfecto, se llame el mundo de la ficción, con letras mayúsculas. A esto se suma, con la impronta de Faulkner, Joyce y Kafka, una pro-

sa envolvente, marcada por pausas rítmicas,

incisos, pausas reiteradas con comas impre-vistas, y na-

rradores que mudan los puntos de vista (como lo quería James) y ha-cen del tejido textual una aventura suntuosa.

La crítica

Juan José Saer en su libro La narración-objeto (1999) ya advier-te la necesidad imperiosa (coyun-tural) de la existencia de una crítica vigorosa ante la verborrea editorial del mercado.

Si las perchas de los grandes almacenes se llenan de libros (no-velas, literatura infantil, cuento) no necesariamente es síntoma de un bienestar cultural en beneficio de los que leen y compran libros. Ni en favor de la literatura (o sus escritores), parece decirnos Saer en el prólogo a este texto.

Por el contrario, el escritor ar-gentino nos conduce a pensar en la necesidad de un filtro o de una luz crítica (mano generosa) que ordene la percha, la jerarquice, imponga el respeto tanto a unos como a otros, pero diferenciando sus pesos espe-cíficos, con el afán de soslayar el conocido truco del ‘gato por liebre’.

Sin embargo el siglo XXI se viene sin amarras y con innumera-bles premios que las mismas edi-toriales promueven: entonces ‘La torre de Babel’ nos confunde a todos y crece.

«Renunciar a la crítica es de-jarles el campo libre a los ván-dalos que, al final del segundo milenio de nuestra era, preten-den reducir el arte a su valor comercial», manifiesta Juan José Saer.

Y más adelante comenta: «Es notorio que el discurso contra la crítica, académica o no, que abunda en la escena

Juan Carlos Moya

El Turco y la ficción

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pública, ya no constituye hoy la rebelión legítima de algunos crea-dores contra el conformismo que pretendía imponerles una precep-tiva petrificada, sino que encarna exactamente lo contrario, es decir, la pretensión autonómica de la so-ciedad mercantil que disfraza el mismo conformismo de siempre de espontaneísmo, de supuesto respeto por la masa de compradores a la que designa con el concepto vago de ‘público’ y de la confusión constan-te de la prosa aproximativa del pe-riodismo y una serie de inepcias que se quiere hacer pasar por literatura».

La ficción

En este breve artículo de revis-ta es oportuno rozar aquel célebre ensayo titulado: El concepto de la ficción, de Juan José Saer. Trabajo donde al autor se ocupa de reflexio-nar sobre la verdad subjetiva, la po-lifonía de la palabra verdad y vero-similitud, y los entuertos que trae la ficción como un cuerpo orgánico que se integra al mundo real y que a la vez es independiente, debido a leyes y estatutos literarios que ri-gen su vitalidad.

Saer, en cada uno de sus cuen-tos (tomemos como ejemplo la be-llísima colección de cuentos de su libro titulado La mayor), arma un mundo que pertenece en sucesión directa del mundo objetivo. No es su contexto, ni sus personajes, lo que le otorga las características de ficción. Son las relaciones y emo-ciones que se bifurcan alrededor de la imaginación y la conjetura. Esa ficción (‘tratamiento específico del mundo’) que no admite parangón con la realidad es el principio de la literatura. Y que el lector debe asumir como ficción (no como ver-dad), pero sin presumir falsedad. Reiterando, entre otras paradojas, el hecho de que no hay mayor fic-ción que la misma verdad.

Por otra parte, Saer plantea la necesidad de ficcionar la verdad

para comprenderla en su infinitud de posibilidades y explicaciones, es decir, para liberar a la propia verdad de su intrínseco reduccio-nismo que la orilla a la sociología o al periodismo, disciplinas que pa-recen aplicarse denodadamente por achatar el horizonte.

En el célebre ensayo: El con-cepto de la ficción, Saer enuncia: «Podemos por lo tanto afirmar que la verdad no es necesariamente lo contrario de la ficción, y que cuan-do optamos por la práctica de la fic-ción no lo hacemos con el propósito turbio de tergiversar la verdad. En cuanto a la dependencia jerárquica entre verdad y ficción, según la cual la primera poseería una positividad mayor que la segunda, es, desde luego, en el plano que nos interesa, una mera fantasía moral. Aun con la mejor buena voluntad, aceptando esa jerarquía y atribuyendo a la ver-dad el campo de la realidad objetiva y a la ficción la dudosa expresión de lo subjetivo, persistirá siempre el problema principal, esto es, la inde-terminación de que sufren no la fic-ción subjetiva, relegada al terreno de lo inútil y caprichoso, sino la su-puesta verdad objetiva y los géneros que pretenden representarla. Puesto que autobiografía, biografía, y todo lo que puede entrar en la categoría de non-fiction, la multitud de gé-neros que vuelven la espalda a la ficción, han decidido representar la supuesta verdad objetiva, son ellos quienes deben suministrar las prue-bas de su eficacia. Esta obligación no es fácil de cumplir: todo lo que es verificable en este tipo de relatos es, en general, anecdótico y secun-dario, pero la credibilidad del relato y su razón de ser peligran si el autor abandona el plano de lo verificable. La ficción, desde sus orígenes, ha sabido emanciparse de esas cade-nas. Pero que nadie se confunda: no se escriben ficciones para eludir, por inmadurez o irresponsabilidad, los rigores que exige el tratamien-to de la ‘verdad’, sino justamente

para poner en evidencia el carácter complejo de la situación, carácter complejo del que el tratamiento li-mitado a lo verificable implica una reducción abusiva y un empobre-cimiento. Al dar un salto hacia lo inverificable, la ficción multiplica al infinito las posibilidades de trata-miento. No vuelve la espalda a una supuesta realidad objetiva; muy por el contrario, se sumerge en su turbu-lencia, desdeñando la actitud inge-nua que consiste en pretender saber de antemano cómo esa realidad está hecha. No es una claudicación ante tal o cual ética de la verdad, sino la búsqueda de una un poco menos ru-dimentaria. La ficción no es, por lo tanto, una reivindicación de lo fal-so», concluye el escritor argentino.

La novelística y cuento de Juan José Saer ni siquiera han sido ro-zadas sus huellas por la nueva generación de autores argentinos: muchos de ellos embelesados por los devaneos mediáticos e intercul-turales de moda.

Saer es lenguaje, es palabra, es literatura, como en los viejos tiem-pos. Y supo preguntarse, antes de volcarse a la escritura (y durante), la preponderancia y profundidad de la ficción en (y fuera) los már-genes del papel; más que en el dis-curso narrativo, en la vida de sus propios personajes, que parecen sobrevivir solo a causa de sus vidas inventadas.

Juan Carlos Moya

Es escritor y periodista. Autor de la novela Caballos en la niebla y ganador del Premio Jorge Mantilla Ortega, primer lugar, por el con-junto de crónicas titulado: El ofi-cio de vivir. La Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano le hizo merecedor de una beca de estudios con Ryszard Kapuscinski, en Bue-nos Aires. Ha trabajado en prensa, radio y televisión.

opinión

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Eugenia Viteri nació el 14 de abril de 1928 en Guayaquil. Estudió

en el Colegio Nacional Guayaquil. En 1950 se graduó de Bachiller en Humanidades Modernas e ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guayaquil. Trabajó en la Dirección General de Estancos transcribiendo copias; en la Comisión de Tránsito del Guayas, en la sección de Contabilidad del Seguro Social, en el Departamento de Fiscalización de la Contraloría; ha sido actriz, dramaturga, cuentista, novelista, viajera, pedagoga, activista de los derechos de las mujeres y ganadora de certámenes literarios, entre ellos, el Festival de las Letras de la Facultad de Jurisprudencia de Guayaquil (1954); el del Club Femenino de Cultura de Quito (1954); el de la Unión Nacional de Periodistas (1963); el Joaquín Gallegos Lara (1975); el de la Casa de la Cultura Ecuatoriana (1976); y el de la Sociedad de Escritores de Quito (1985). Su obra ha sido traducida al ruso, al búlgaro, al inglés y al italiano. En 1983 dio inicio a la Fundación Cultural Manuela Sáenz.

a la tristezaCuando estaba en sexto grado empezó a formar un álbum gor-do con los poemas de Neruda, Gabriela Mistral y Rosario San-sores, que publicaban los perió-dicos, y después alquilaba a los vendedores ambulantes libros de Anderson y Dickens. ¿Una niña con esas inquietudes? Así es. Ansiaba conocer un mundo que percibía más allá de mi geogra-fía; la literatura me permitía saltar de mi entorno hasta otros confines. Recuerdo a un señor alto, de tez blanca que usaba gafas, que pasa-ba día tras día ofreciendo libros y revistas en alquiler, siempre preferí los libros. Si el alquilante tardaba en devolverlos, debía pagar el do-ble. Mi hermana mayor corría con estos gastos.

En el Colegio Nacional Guaya-quil hacía acrósticos a sus com-pañeras a cambio de golosinas. ¿Cuándo descubrió que tenía ta-lento poético? No creo que se tratase de talento. Un día se me ocurrió hacerlo; creo que era más un motivo de diversión entre las compañeras pues para el efecto debía averiguar sobre sus no-vios reales o imaginarios, sobre sus amores platónicos o imposibles.

Cuando estaba en el colegio es-cribía poesía, ¿por qué dejó de hacerlo?Me parece que todos escribimos poesías en el colegio. A las mías no las consideré buenas; fueron

publicadas en el periódico del co-legio, llamado Horas estudianti-les, dirigido por la gran educadora Rosa Andrade, quien siempre me estimuló. Pero no me entusiasmó seguir en ello y no me entristeció dejarlo.

¿Le agradaba la quiromancia y la cartomancia?Me atrajo el cierto halo de misterio que las rodea. Yo quería conocer mi futuro, saber qué pasaría después de ese entonces. Estaba conscien-te, sin embargo, de que muchas de estas prácticas no eran sino ventas de ilusiones…

En 1950 se matriculó en la re-cién fundada Escuela de Teatro del Núcleo del Guayas de la CCE donde fue alumna de Paco Villar y de Pedro Campbell, ensayó Bo-das de sangre, de García Lorca, y actuó en El Oso, obra de Chejov dirigida por Sixto Salguero. ¿Por qué no continuó con la actuación?Creo que no continué por falta de auténtica vocación que devino en falta de constancia.

Por los años en que se vinculó a la Escuela de Teatro del Núcleo del Guayas, conoció a quien se convirtió en su marido, el escri-tor Pedro Jorge Vera. ¿Esto ter-minó por determinar su carrera literaria?Sí, con seguridad, sí…

Eugenia Viteri:

magnetófono

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¿Qué aprendió, literariamente hablando, de Pedro Jorge Vera?Pedro Jorge fue mi maestro, mi amigo, mi todo. Trazó mi senda al ligar mi vida a la suya, inmersa tempranamente en la política y en la literatura; vida agitada, siempre en ebullición. Yo tenía ya algunos cuentos, alentada, estimulada en su escritura por mi profesor de Litera-tura, Reynaldo Lara Márquez. De Pedro Jorge aprendí que la litera-tura es una necesidad vital, sin importar las luminarias epocales que la acechan, que se prenden y apagan con extraordinaria veloci-dad. Nadie escribe sólo para sí mismo pero tampoco debe hacerlo exclusivamente para los demás.

En 1983 inició la Fundación Cultu-ral Manuela Sáenz. ¿Cuál fue el propósi-to de ésta?La reivindicación de la mujer en la figura de Manuela Sáenz. La in-tención era superar las trabas mentales alrede-dor del rol femenino en la sociedad. Tarea com-pleja porque es preciso un cambio de mentali-dad a partir de cambios culturales que no se dan fácilmente.

¿Reivindicó los derechos de las mujeres con su literatura?No. Quizás contribuí a denunciar la condición precaria en la que la mujer debe, literalmente, sobrevi-vir, por una sociedad tremenda-mente represiva hacia ella. Es este gobierno, el de la Revolución Ciu-dadana, el que está incursionando en los difíciles caminos de esa rei-vindicación.

¿Quiso hacer una literatura pe-dagógica que educara al lector?Sí, lo hice intencionalmente.

Profesora de la escuela Rosa Zá-rate por casi diez años y catedrá-tica de literatura del colegio 24 de Mayo. ¿La enseñanza es un buen trabajo para el escritor?En mi caso sí, me posibilitó cono-cer realidades insospechadas.

¿La maternidad dificulta el ejer-cicio literario?Sí, en cierta medida. Pero también otorga dimensiones afectivas y sensitivas, increíbles.

En el 62 viajó por quince días a Cuba, pero aún no era marxista. ¿Regresó marxista?No creo que un viaje me hubiera facilitado una clara comprensión de algo tan complejo; lo que pue-

do decir es que mi percepción de la vida cambió. Entendí que el mundo no tenía obligadamente que seguir siendo como era, que había posibi-lidades de otras maneras de vivir colectivamente.

En septiembre del 63, al estallar la dictadura de la Junta Militar de Gobierno, vivió con su esposo y su hija en Santiago. Pese a que ha dicho que fue una época de po-

breza y sufrimientos eco-nómicos, ¿le gustó Chile?Mucho.

En el 65 estuvo en Cuba y Pedro Jorge Vera trabajó en la redacción del pe-riódico El mundo. Usted recuerda que tenía todo lo necesario, y que sin embargo, lloraba por las tarde, mirando el mar, extrañando mucho a su patria. ¿Qué era, concre-tamente, la patria? En ese momento, teniendo todo lo necesario, la patria era lo que amaba, lo que me faltaba y no podía te-ner, sabiendo que existía en un pedacito del mundo. A la distancia, la sentía hu-millada, lesionada.

En marzo del 66 cayó la Junta Militar de Gobier-

no y ustedes regresaron. ¿Por qué habían sido obligados a vivir en Cuba? Nadie nos obligó. En el exilio par-timos hacia Chile, y luego fuimos a Cuba por voluntad propia. Quisi-mos vivir esa experiencia, palparla.

En 1968 publicó la novela A no-venta millas solamente, con las peripecias de una familia cubana que emigró a Miami a causa del

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marxisismo. ¿Ya era marxista cuando la escribió? Me parece pretencioso afirmar el conocimiento de una teoría tan compleja, sin haberla estudiado. Lo que sí puedo decirle es que ya era revolucionaria, con seguridad esa condición incluía fundamentos marxistas.

¿La escritura de la novela A no-venta millas solamente, le permi-tió conjurar la tristeza?La tristeza no es mala como visita ocasional, pero no hay que alojarla como compañera. Si recibí su visi-ta, muchos motivos impidieron que se convirtiera en mi compañera.

Ha viajado por América y Euro-pa. ¿Cómo han nutrido sus viajes su vida y su literatura?Los viajes facilitan una aprehen-sión directa de los modos de ser

en otros lares, lo cual, desde luego, enriquece a todo creador, recreador o simple transeúnte de la vida.

En 1977 publicó el libro Doce cuentos. ¿Cómo lo ve ahora? Amo todo lo que escribí, sin im-portar su imperfección.

En 1984 publicó la novela Las alcobas negras, una obra, según Rodrigo Pesántez Rodas, feliz por los hallazgos de interpreta-ción de un mundo donde el pre-juicio no había logrado escarbar. ¿Podría hablarme de ésta?Es un canto al amor, al dolor, por las mujeres marginadas que han debido asumir un legado pasado y presente de los más duros prejui-cios sociales, exhibidos y defendi-dos por quienes jamás se propusie-ron visibilizarlas en una realidad lacerante.

¿En algún momento se planteó una competencia literaria entre usted y Pedro Jorge Vera?No, nunca.

En 1987 publicó la Antología bá-sica del cuento ecuatoriano, una selección pensada para que los alumnos de enseñanza secunda-ria conozcan a nuestros autores. ¿Cuántas ediciones tiene esta obra hasta ahora?Trece.

¿Cuánto le afectó la muerte de Pedro Jorge Vera?Imagine usted el vacío que deja un compañero de toda la vida. Tuve que reaprender la vida desde una cotidianidad con su ausencia.

¿En su obra conviven el realis-mo, la denuncia, la ternura?Sí, la ha definido correctamente (P.H.).

Comfort y músicapara volar

Soda Stereo

Disco lanzado el 25 de sep-tiembre de 1996. Una nue-va versión del álbum, con el mismo nombre, apareció el 22 de enero de 2007. Con-siste en la grabación de la presentación que realizó la banda en los estudios Post Edge de MTV en Miami, FL, Estados Unidos en 1996. Versiones destacadas son ‘En la ciudad de la furia’, ‘Ella usó mi cabeza como un revólver’, ‘Té para tres’ y ‘Ángel eléctrico’.

InfluenciaCharly García

Décimo álbum de estudio en solitario de Charly García. Fue editado en 2002 y mar-ca el renacer de su carrera, desde la época de Say no more de 1996, ya que ob-tuvo buenas críticas de los medios y una excelente re-cepción de parte del públi-co, que lo llevó nuevamente a liderar los rankings y a hacer exitosas giras, que lo llevaron incluso por primera vez al Festival de la Canción de Viña del Mar, Chile.

La ley innataExtremoduro

Disco compuesto de una sola canción dividida en seis partes bien diferenciadas en pistas independientes que facilitan el acceso mediante un reproductor digital. La idea de un disco de una sola canción ya la habían lleva-do a cabo en el disco Pedrá (1995), aunque sin partición de pistas.Destaca la `Coda flamen-ca (otra realidad)´, primer tema en el que Robe, líder de la banda, decide cantar a ese género musical tan pro-pio de Andalucía.

19 días y 500 noches Joaquín Sabina

Las canciones más intimis-tas y autobiográficas del cantautor. La canción `Cerrado por derribo´ habla de una una ruptura amorosa y fue gra-bada con dos letras diferen-tes, siendo la otra versión `Nos sobran los motivos´, Destaca ´Una canción para Magdalena´, con música de Pablo Milanés, y `Noches de boda´, con recitación de Chavela Vargas.

metrónomo

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Patricio Herrera Crespo

El 18 de julio de 1963 la dicta-dura militar que había usurpa-do el poder intervino la Casa

de la Cultura Ecuatoriana y destituyó a todos sus miembros. Fue el primer acto de fuerza contra una institución del país; después vendrían las uni-versidades, sobre todo la Universi-dad Central del Ecuador, con lo que se inicia uno de los períodos más ne-gros de la historia del Ecuador. Han pasado 50 años.

Apenas siete días antes, el 11 de julio de 1963, a las 15 horas, grupos mecanizados y fuerzas militares cer-caron el Palacio de Carondelet po-niendo fin al gobierno constitucional presidido por el doctor Carlos Julio Arosemena Monroy.

Pero esta historia parte en 1960 en la presidencia del doctor José María Velasco Ibarra, que estuvo caracterizada por el desorden y la violencia que se venía arrastrando desde el período inmediato ante-rior, el del doctor Camilo Ponce Enríquez, y que se recrudeció con la campaña electoral en la que, por cuarta ocasión, asumía el poder el doctor José María Velasco Iba-rra, con una abrumadora mayoría (373.377 votos), correspondiente a la mitad del total del sufragio.

Ni este enorme respaldo, re-flejado también en la mayoría del Congreso, fue suficiente para el normal desarrollo del período pre-

sidencial. Varios aspectos como el encarecimiento del costo de vida, ‘el peligro del comunismo’ (re-cuérdese que el 1 de enero de 1959 triunfó la Revolución Cubana), abusos, inmoralidades, escándalos, a lo que se sumó el distanciamiento entre el presidente y el vicepresi-dente y una oposición beligerante y agresiva, abonaron para este clima de enfrentamiento que desembocó en la detención que el doctor Velas-co Ibarra ordenara de su vicepresi-dente, quien presidía el Congreso Nacional, y de varios legisladores. Pero el Alto Mando de las Fuerzas Armadas solicitó la renuncia del doctor Velasco Ibarra, por estimar

Intervención militarHace 50 años:

a la cultura

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que se había roto la Constitución y asumió el poder el doctor Carlos Julio Arosemena Monroy.

Su gobierno, que se inició con positivos auspicios de una concer-tación nacional, pronto empezó a enfrentar el ‘peligro del fantasma del comunismo’, bien absorbido por la oposición que juntó el crite-rio de grupos de derecha, la Iglesia, sectores empresariales, medios de comunicación y Fuerzas Armadas, que insistían en la ruptura de rela-ciones con Cuba, campaña que se regaba en todos los países.

Nada pudo su criterio de fide-lidad al ‘principio de no interven-ción’. El acoso tuvo como epílogo la solicitud del Alto Mando de las Fuerzas Armadas de la inmediata ruptura de relaciones con Cuba, el primer país socialista de América. A esto se sumaron graves escánda-los a nivel de gobierno —como el ‘caso de la chatarra’— por la com-pra de equipos bélicos de desecho, un ensayo guerrillero en el Toachi (área de Santo Domingo), las in-moralidades del régimen, la con-ducta no adecuada del mandatario y una campaña de la CIA que capitalizó todos los problemas para provo-car un golpe de Estado.

En la publicación: Alternativa. Cuader-no # 2, que tiene como tema general ‘La CIA en América Latina’, se transcribe varios frag-mentos de las declara-ciones de Philip Agee en su libro El diario de la CIA y una entrevista que mantuvo con el escri-tor colombiano Gabriel García Márquez.

Dice Agee, sobre sus actividades como agente de la CIA: «Su primer caso fue el Ecuador, donde siete empleados tenían un presupuesto

de 500.000 dólares. En dos años derrocaron dos presidentes refor-mistas: Velasco Ibarra, elegido por la mayoría más aplastante de toda la historia de ese país, y Aroseme-na, provocando disturbios políticos contra su negativa de romper re-laciones con Cuba y la indecisión de castigar a la izquierda local. Ambos movimientos fueron dirigi-dos por la CIA (…). No estábamos tratando de tumbarlos; solo quería-mos hacerles más dóciles a ciertos políticos —dice Agee—, pero se resistieron y los dos cayeron».

Toda la obra estaba montada y el teatro de los acontecimientos era el Palacio de Carodelet, aquel 11 de julio de 1963 la Junta Militar asu-mió el poder. Estaba integrada por Ramón Castro Jijón, comandan-te de la Marina, quien la presidía; Luis Cabrera Sevilla, comandan-te del Ejército; Guillermo Freire Posso, comandante de la Aviación: y, el coronel Marcos Gándara En-ríquez, senador funcional por las Fuerzas Armadas.

«De ellos casi nada se puede decir», afirma Francisco Acosta

Yépez, en la publicación La dicta-dura enana, al referirse a los tres primeros; «vidas oscuras transitan-do de un cuartel a otro, de un barco a otro, de un avión a otro. Ningún antecedente especial, ninguna ori-ginalidad rentable». Respecto al coronel Gándara Enríquez, dice que «se ha afirmado que es un buen matemático pero que no ha tenido jamás mando de tropa». El análi-sis crítico realizado por el doctor Acosta Yépez respecto de las bio-grafías de los nuevos gobernantes reflejaba una imagen muy pobre de los miembros de la Junta que, afir-maba, «inauguraban la dictadura más desgraciada que ha soportado la República del Ecuador».

El presidente de la Junta Militar, Ramón Castro Jijón, en sus prime-ras declaraciones manifestó que el Alto Mando Militar, conociendo el estado caótico en que se encontra-ba la nación, había resuelto asumir el mando de la República. «Nues-tro anhelo —decía— es enrumbar al país a la vida democrática y que éste marche, llamando a una nueva Asamblea Constituyente, para que

sea ésta la que designe al nuevo Presidente de la República». Considera-ban que requerirían de plazo dos años para dic-tar las leyes que el país necesitaba. Mentira, to-dos los vicios continua-ron y se acrecentaron; se llegó a destituir a un miembro de la Junta, el comandante de la Avia-ción, Guillermo Freire Posso.

Pero la verdadera ta-rea empezó apenas siete días después de asumido el mando. El 18 de julio el decreto 29 decía: «De-clárase fuera de la ley al comunismo, así como a las actividades del Par-tido Comunista y sus or-

memoria

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ganizaciones similares y las que se crearen con alguno o algunos de sus miembros, aun bajo otro título». El decreto 30 del mismo día disponía «la cancelación de inmediato de sus cargos y funciones a conocidos ele-mentos de filiación comunista, sin que puedan invocar Contrato Co-lectivo ni derecho a indemnizacio-nes especiales por despido intem-pestivo». El decreto 31 incautaba 25.000 dólares a José María Roura, «de procedencia comunista».

El decreto 32, del mismo 18 de julio, «declara vacantes de sus cargos a los miembros titulares de la Casa de la Cultura Ecuatoriana y Núcleos Provinciales, la reorganiza y nombra a los nuevos representantes.

Lo más alto del pensamiento ecuatoriano dejó la Casa de la Cul-tura: Alfredo Pérez Guerrero, Cle-mente Yerovi Indaburo, Demetrio Aguilera Malta, Oswaldo Guaya-samín, Celia Zaldumbide, Carlos Cueva Tamariz, Luis Verdesoto Salgado, Oswaldo Muñoz Mari-ño, entre otros. Manuel Benjamín Carrión, su creador y presidente, había presentado su renuncia dos días antes al secretario general de la CCE, Miguel Ángel Zambrano.

Decía Benjamín Carrión en el prólogo del libro Semillas al vien-to, de Alfredo Pérez Guerrero (ju-nio de 1966): «Las dictaduras de Latinoamérica, casi siempre, sobre todo si son castrenses, han declara-do la guerra a la cultura. (…) ¿Por qué en nuestro país, en los últimos tiempos, se ha desatado un tan im-placable acoso a la cultura y a sus impulsores? ¿Es que en esta nueva democracia, el talento, el prestigio, la capacidad están demás?», se pre-guntaba.

Y hacía un recuento de hechos y personas. Y recordaba a Rómu-lo Gallegos, a Castillo Armas, a Victoria Ocampo, Ricardo Rojas, los Romero, Rizieri Frondizi, Nie-meyer, Josué de Castro, Juscelino Kuvitschek, víctimas de ese acoso

a la cultura en otros países de Amé-rica. Esta situación se repetía en varios países, y continuaba, como sucedió en la Argentina de Videla o en el Chile de Pinochet. El poeta Juan Gelman, quien acaba de visi-tar Ecuador, fue un exiliado, y sus dos hijos y su nuera, desaparecidos por los militares.

«En esa misma forma —decía— podemos afirmar en nuestro amado país: Oswaldo Guayasamín, Oswal-do Muñoz Mariño, Jorge Adoum, Luis Verdesoto Salgado, Enrique Gil Gílbert, Pedro Jorge Vera, An-tonio Parra, Gonzalo Abad…», co-rrieron la misma suerte.

Pero el pueblo no soportó los abusos de esta dictadura y el 28 de marzo de 1966, luego de la brutal invasión a la Universidad Central por parte de las fuerzas militares, sus estudiantes y el pueblo de Qui-to, siempre rebeldes, pusieron fin al gobierno de facto y asumió la presidencia provisional el señor Clemente Yerovi Indaburo. Día trá-gico fue el 25 de marzo cuando las fuerzas militares, con uniforme de

combate, camuflados y armados, cercaron la Ciudad Universitaria y atacaron a las 5 de la tarde por los cuatro costados. El acto costó la vida del estudiante Eloy Baquero; hubo presos, heridos y destrozos... Como siempre, este acto quedó en la impunidad ‘hasta las últimas consecuencias’. Dijo Benjamín Carrión: «¿Y lo de las Universi-dades? Da ganas de llorar sólo al recordarlo».

A esa intervención de la Casa de la Cultura, cuya finalidad fue «imponer en ella una administra-ción favorable a su política, un caudaloso movimiento de jóvenes intelectuales llevó a cabo una fuer-te presión sobre el Gobierno Pro-visional y obtuvo el decreto 1156 de 30 de septiembre de 1966 que dio a la Casa una nueva estructura y una completa autonomía», según la publicación 64 años, CCE.

Bien dijo el economista Rafael Correa al posesionarse como Pre-sidente de la República: «Fueron las horas más oscuras de nuestra América».

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especial

Juan Gelman:

presente continuopresente continuoflashback y

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El poeta argentino radicado en México, Juan Gelman, fue el in-vitado especial de la V edición

del Festival de Poesía Quito en Parale-lo 0, organizado por Xavier Oquendo Troncoso, con el auspicio de la CCE.

El poeta vivo más importante de la lengua castellana, como lo definió Jorge Enrique Adoum, recorrió Qui-to, ofreció una rueda de prensa en la Casa de la Cultura Ecuatoriana, fue condecorado como Poeta de dos He-misferios por los organizadores del Encuentro, recibió la presea Benjamín Carrión de la CCE, fue homenajea-do por las universidades Central del Ecuador y de Otavalo, presentó su li-bro antológico Furia de pájaros, realizó una lectura y fue nombrado Huésped Ilustre de Quito por el vicealcalde, quien le entregó la llaves de la ciudad.

Delgado, de melena y bigote blan-cos. Amable. Sarcástico. Divertido, pese a que en 1976 desaparecieron sus hijos, su nuera y su nieta, y a que no pudo volver a su país debido a su militancia comunista y su postura combativa, por prohibición de la dic-tadura argentina.

Pero el compromiso de Gelman no ha sido únicamente con las cau-sas justas, sino también y, sobre todo, con la poesía; la magia que ha puesto de manifiesto en, al menos 45 libros, lo llevó a obtener, en 2007, el premio Cervantes.

En la rueda de prensa ofrecida por el poeta en el aula Benjamín Carrión de la CCE, Raúl Pérez Torres recordó que en los años ochenta, antes de co-nocer a Gelman, lo imaginaba como al poeta más triste de la Tierra, pero que en sus ojos miró esperanzas, las formas de la lucha, del combate, la li-bertad y la ética con la sociedad.

En 1982, en Cuba, Raúl Pérez To-rres entrevistó a Gelman. Al final del encuentro, le dijo: «Yo pienso que muy pronto te podremos tener por Ecua-dor». «Ojalá», respondió el poeta ar-gentino. En honor a ese deseo cumpli-do, ahora la presentamos.

Estamos en La Habana, sentados en la mesa más apartada del ‘Flo-ridita’, aquel salón famoso donde Ernest Hemingway apurara uno tras otro su daiquirí con hielo mientras borroneaba lo que más tarde sería el Viejo y el mar.

Juan Gelman, ganador del premio concedido por Italia al mejor poeta extranjero, es silencioso, tímido, parecería que el sonido de las palabras le sorprenden y le pesan. Fuma un cigarrillo tras otro y mira a la grabadora con desazón, el diálogo empieza donde quiera, pero esto es lo que se rescata:

R.P.T.- A pesar de la incomunicación, del bloqueo real que exis-te en nuestra América, casi sin conocer tus libros hay muchas referencias de ti, se te aprecia mucho, algo como que se sufre tu dolor por los compañeros caídos, Paco Urondo, Rodolfo Walsh, Haroldo Conti, como que ya has muerto un poco con ellos, como que hemos muerto un poco con ellos; es decir: ¿como que el exi-lio también lleva su pequeña muerte?J.G.- Sí, el exilio es el exilio del país definitivamente, pero sobre todo es el exilio de la posibilidad de triunfo que, en cierta forma, en cierto momento, parecía muy cercano. Es decir, lo que más padezco es la derrota, y eso tiene que ver con lo que tú decías de mis compañeros muertos… todos estamos exiliados de ellos dentro y fuera del país.

¿Desde cuándo vives fuera de Argentina?Mira, yo vivo fuera desde 1975, no es que me haya exiliado en ese momento, porque en ese entonces salí al extranjero a cumplir ciertas tareas en materia de política internacional, después surgió el golpe militar y de allí golpes muy duros contra la organización, cuadros diezmados, compañeros asesinados, entonces la posibili-dad de retorno ya tiene que ver con otra cosa, con la posibilidad de construcción de una nueva fuerza, con una posibilidad de cambio dentro del país.

Volviendo al problema del exilio, ¿qué consederas lo más negati-vo y lo más positivo de éste?Bueno, lo más negativo me parece el exilio en sí mismo, porque es la distancia con el país, la impotencia que surge de la posibilidad de acción directa, de acción concreta, de acción política, y el hecho de estar alejado de una ciudad que amo, Buenos Aires, de lo que queda de la familia, esto es muy negativo porque uno se siente como fuera del lenguaje popular, del lenguaje de la gente, y esto para un poeta es vital, por lo menos en mi caso es muy importante para mi escritura.

Juan Gelmany la ética

de la tragedia

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Es decir, ¿tu poesía tiene mucho que ver con el lenguaje de la ciudad?Sí, efectivamente, no creo que sea traducción directa pero el proble-ma es que, como es el pueblo el que crea idiomas, la posibilidad de escuchar, de hablar, es muy impor-tante, es una cosa que te alimenta. Yo vivo en Italia, un país donde no se habla el español y el choque es una cosa que jode. Lo positivo del exiliado es por un lado la po-sibilidad de aprender nuevas co-sas, estudiar, investigar, de ver y de pensar, incluso, cosas que en el país en este momento es muy difí-cil hacer, de tener acceso a textos que en el país han desaparecido o que comporta peligro tenerlos, la posibilidad de laborar política-mente, de discutir con una serie de compañeros que también están en el exilio, la manera de poder llegar a un plano objetivo que supere la derrota. Es decir, también enrique-cerse y alimentarse de otras cultu-ras a pesar de que la problemática sea tan distinta de la de nuestros países latinoamericanos. En todo caso, nosotros hemos tratado de que el exilio no sea una diáspora sino una retaguardia con una si-tuación donde siempre esté latente el movimiento revolucionario.

Aparte de tus tareas obvias, ¿cómo repartes tu tiempo en Ita-lia, qué haces?En primer lugar trabajo para co-mer, para seguir viviendo; por otro lado, tengo una militancia política y en tercer lugar, escribo. Hoy me ha ocurrido una avalancha de escri-tura en estos dos últimos años, tú sabes que en materia de poesía esto no es cuestión de voluntad, por lo menos en mi caso. Estuve cuatro o cinco años, del 75 al 78 escribien-do poquísimo por una cantidad de razones, pero en los dos últimos años, en el 79 y 80, escribí siete libros de poemas y un librito en prosa de reflexiones sobre el tema del exilio.

¿Eso está publicado en español?En español se han publicado tres de esos libros, ahora se van a publicar otros dos, y quedan todavía dos li-bros inéditos y éste que te mencio-naba, que son pequeñas notas al pie de una foto y su título es: Bajo la lluvia ajena.

Recibiste un premio con Onetti, ¿cómo fue eso?Sí, en octubre de 1980 se acordó el premio internacional de prosa para Onetti y el de poesía para mí, es el premio Mondello, que es un pre-mio que se otorga a lo que el jurado considera la mejor obra de prosa y poesía extranjera que se ha publi-cado en ese año en Italia.

Existe en América Latina una poesía que se ha convertido en algo así como la ética de la tra-gedia, un canto casi epopéyico de nuestra vocación, de fracaso o algo así, y por otro lado está la acometida a la ciudad, su descu-brimiento, su lenguaje. Una es-peranza plagada de dolor.Sí, yo creo que no se puede, que nuestra esperanza no la podemos destruir sin hacer nada, desgracia-damente así será. La represión ha dejado muchas decenas de miles de muertos en nuestro país, pero la esperanza está en que confiamos que vamos a vencer a esta dictadu-ra y en que vamos a construir otra

sociedad, a esto no renunciamos; pero claro, es un objetivo de mu-chos años. Hemos pagado un costo altísimo para la realización de to-dos estos objetivos. En este sentido yo pienso que no es una poesía de-rrotista el rescatar a nuestros com-pañeros muertos, hablar de ellos, expresar el dolor que sentimos por la muerte, porque de alguna mane-ra están vivos, y ellos siguen sien-do un impulso muy grande para sa-lir adelante. La derrota sería hablar o no de ellos, no sé, pero en todo caso, olvidarles, eso sí sería una derrota, olvidar aquellos ideales que comprometimos y por los cua-les vamos a seguir peleando.

Pasando a un elemento formal de la poesía, ¿qué piensas del hecho co-tidiano dentro de la poesía actual?Siempre la cotidianidad me pareció algo sumamente importante en la poesía, el problema es cómo se per-cibe esa cotidianidad, en mi caso siempre ha habido un sentimiento como de estar en esa cotidianidad, pero al mismo tiempo, sin aferrar-se, como si fuera una cosa imposi-ble de aferrar realmente. Traslada-do esto a otros términos vendría a ser la inaferrabilidad de la realidad que supongo nos pasa a todos y que es una lucha constante de quien se expresa en poesía o en prosa, un motor de sentimientos, algo psico-lógico que incide en la creación.

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En este sentido, ¿cuáles crees tú que pueden ser los elementos constantes identificables dentro de la poesía latinoamericana?Se ha hablado mucho de la corrien-te conversacional, de la antipoesía, etc., yo creo que la poesía latinoa-mericana sigue evolucionando, tiene un nivel alto, pienso que la gran poética de América empezó con Darío, hace más de un siglo, y siempre ha existido cumbres como Neruda, Vallejo, claro, y otros, pero siempre ha habido un caudal sostenido, poético, muy apreciado y sumamente importante; y creo que en esta década vamos a asis-tir a un auge, a algo muy fuerte en materia de poesía latinoamericana porque además están pasando co-sas muy fuertes, y los manuscritos que hemos visto en este concurso, por ejemplo, lo van demostrando con sus corrientes y desarrollos es-pecíficos. Lo que no se debe supo-ner es que la poesía se deba hacerla de tal o cual manera, cada creador es una forma que, bueno, se podrá por comodidad didáctica afiliarlo a cualquier terreno, pero la realidad es mucho más prolija que eso y la poesía en particular.

¿Hasta cuándo la tiranía, el do-lor, la muerte en tu país, en la Argentina, qué piensas tú, qué perspectiva ves?Bueno, yo veo buenas perspectivas, no a corto plazo, pero hay una pers-pectiva a partir de un hecho muy evidente: esta dictadura militar que logró algunos objetivos, por ejem-plo golpear duramente a las organi-zaciones políticas, o producir una distribución de ingresos desfavora-bles a la clase obrera, en términos casi brutales, y que ha favorecido a un sector muy pequeño de la pobla-ción, y ha propiciado la alianza de clases que dio consenso al apoyo del golpe militar, está en proceso de deterioro acelerado y, en conse-cuencia, a los propios militares se

les plantea la contradicción y están hablando de una democratización, pero en la Argentina ésta no va a poder ser a la brasilera, porque lo que ellos no han conseguido, a pe-sar de haber desmantelado el apa-rato sindical, es que cese la resis-tencia obrera. Otro fracaso enorme de la dictadura ha sido que no han podido echar tierra sobre el proble-ma de los desaparecidos; de mane-ra que desde el punto de vista de los derechos humanos y desde el punto de vista de someter a la clase obre-ra, la dictadura militar ha fracasa-do, por eso pensamos que lo que se ha producido es un repliegue orde-nado de la dictadura militar; pero te repito que ese repliegue no va a po-der darse en el mismo término que en Brasil, porque la dictadura ar-gentina es mucho más precaria en estos momentos. De modo que si prosigue su política con el mismo plan económico, el desbordamien-to de la protesta social aumentará, y como no están en condiciones de producir un cambio en la política económica ni de generar una tran-sición desde el punto de vista eco-nómico, esto va a ahondar la con-tradicción entre ellos, pero es un problema de ellos. Lo fundamental está en el campo, entre los obreros, la fuerza que está surgiendo a pesar de la diezmada organizada. Está la resistencia obrera que es per-manente desde septiembre del 76, las huelgas que continúan, que se reproducen, y el surgimiento de di-rigentes sindicales de base a lo lar-go de estos cinco años, que se han formado en la resistencia contra la dictadura, es que esas son las nue-vas direcciones de la clase obrera. Al haber la dictadura militar ba-rrido con la superestructura buro-crática del movimiento obrero, lo ha redimensionado de una manera extraordinaria y la lucha continúa en condiciones muy difíciles de re-presión, en anonimato, y en esta lu-

cha se nota un proceso muy intere-sante de confluencias que nos hace pensar con optimismo en el forta-lecimiento de la clase obrera que, ahora más que nunca, está unida en torno a su propia identidad política, pero que, a su vez, ha sacado mag-níficas lecciones del fracaso y está en la resistencia como lo estuvo en los últimos veinte o veinticinco años, pero ahora con la conciencia mucho más profunda y clara de sus intereses y necesidades.

En este sentido, ¿la poesía es también un arma?No sé qué decir, es relativo, porque la dictadura golpea mucho a los intelectuales, a los escritores, a los poetas de nuestro país; quemaron libros, etc.

Pero a mí me parece como que quizá los intelectuales no estaban plenamente preparados, en Ar-gentina, para una acometida tan bárbara, que tal vez pecaron de una cierta ingenuidad política, no había un frente que conjugara esa fuerza intelectual y la proyectase.No, el problema del grupo intelec-tual de Argentina era que, por la aspereza de la lucha, nosotros pre-ferimos dedicarnos directamente a la acción política militar, más que a la acción cultural, sin desdeñarla, pero a medida que la situación se fue agravando, la preocupación se fue haciendo mucho más explícita en este terreno. Este es el origen y no la ingenuidad, el origen de la desaparición de intelectuales tan valiosos con Rodolfo Walsh y Ha-roldo Conti, etc.

Pasando a otra cosa, ¿tú conoces el Ecuador?No, estuve de paso, no más.

Yo pienso que muy pronto te po-dremos tener por Ecuador.Ojalá.

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El juego en el que andamos

Si me dieran a elegir, yo elegiríaesta salud de saber que estamos muy enfermos,esta dicha de andar tan infelices.Si me dieran a elegir, yo elegiríaesta inocencia de no ser un inocente,esta pureza en que ando por impuro.

Si me dieran a elegir, yo elegiríaeste amor con que odio,esta esperanza que come panes desesperados.

Aquí pasa, señores,que me juego la muerte.

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Rueda de prensa en la CCE

«La poesía es una señoramuy difícil de agarrar»

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¿Continúa el exilio para usted? ¿Cómo ha influido en su obra li-teraria?No, no me siento en exilio; elegí vivir en México, donde no estoy exiliado, fue por voluntad propia. El exilio influyó en mí sobre todo porque ahí volví a los místicos es-pañoles, San Juan de la Cruz y San-ta Teresa. Y encontré un sentimien-to muy semejante en ellos, porque tanto ellos como yo sufríamos la ausencia de lo amado: para ellos, Dios; para mí, el país, los familia-res y amigos que perdieron la vida, amigos asesinados por la dictadura militar y, también, la pérdida de un proyecto que fracasó.

¿Los gobiernos progresistas de América Latina, podrían cam-biar el trabajo del poeta?No es que la poesía no registre esos cambios tan favorables, que se tra-ducen en favor de nuestro pueblo, pero la poesía obedece a otras le-

yes; nadie sabe si Shakespeare era comunista o era derechista; ahí está su obra. Yo creo que el tema polí-tico-ideológico ocupa un lugar en la subjetividad creadora pero no la copa toda.También ocurren cosas curiosas, como el caso de Ezra Pound, que hizo propaganda en favor de Mussolini y escribió el mejor poema contra la usura que nin-gún marxista, maoísta, leninista escribiera jamás.También está Celine (autor de Viaje al fin de la noche), quien denunció la pobreza en Francia, perteneció al partido comunista y sin embar-go terminó escribiendo los folle-tos más antisemitas y racistas que se escribieron durante la Segunda Guerra Mundial. De modo que la relación entre ideología, política y poesía depende de cada quien y no es nada clara, sino oscura.Por ejemplo, tenemos el caso de Borges, quien asistió a esa famosa

comida en mayo del 76, dos meses después del golpe militar, y salió diciendo que los militares eran unos caballeros, aceptó un premio de Pinochet, dijo que España esta-ba mejor con el franquismo. Pero ocurrió que se enteró de las desapa-riciones de las personas, tema del que no sabía nada (estaba ciego, se juntaba con personas que jamás le iban a hablar de las barbaridades de la dictadura), y no obstante, al hablar con esta amiga que tenía a su vez una amiga a la que le des-aparecieron la hija, y al saber de qué se trataba, firmó el primer ma-nifiesto público contra las desapa-riciones que se hizo en Argentina durante la dictadura, pidiendo la aparición, con vida, de los desapa-recidos. Un agente de los servicios que era locutor de radio lo llamó por teléfono para decirle que había aparecido una firma de Borges, que no entendía de qué se trataba, que no entendía por qué. Borges, quien no tenía la memoria muy sólida, le dijo: «¿Cuál manifiesto?». El locu-tor se apuró y dijo: «Ya sabíamos que no era su firma, que eran esas locas de Plaza de Mayo que exigen la aparición de sus hijos que están en la clandestinidad o paseándo-se...». Borges lo interrumpió y le dijo: «Yo firmé ese manifiesto». Y se cortó la comunicación.Hay un documental de la BBC de Londres en el que se le hace esa pregunta y Borges, con los ojos em-pozados, dice, como dijo Samuel Johnson: «Ignorancia, señora, pura ignorancia».A Borges en Argentina se lo discu-tía desde que yo era joven; pero el tema de la escritura sigue vigente y, finalmente, lo que importa en un autor es la obra.

¿Y Solzhenitsyn? Está el caso de Solzhenitsyn, y el caso de Primo Levi que estuvo un año en un campo de concentra-ción... Ahí nace, desde el punto de

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vista de la escritura, ahí sucede, a mi juicio, que aquellos que no han sufrido en carne propia, pero que tienen la sensibilidad, la imagina-ción, el conocimiento de la vida, descubren el horror, el mal. Como Emily Brontë que escribió, entre otras cosas, una novela en la que describió como nadie el mal del amor, una mujer a la que no se le conoció pasión alguna y que murió a los treinta años en la mesa fami-liar, y sin embargo, escribió ese li-bro. En cambio, en un Primo Levi, en un Solzhenitsyn, hay vacíos que no se pueden vencer, que sufrieron el mal en carne propia. Lo sé por experiencia personal, no se trata del dolor sufrido, se trata de vencer el dolor que intenta aniquilarnos el espíritu para convertirnos en tierra fértil para el autoritarismo.

En estos tiempos en que se dice que se lee menos, ¿la poesía está herida o goza de buena salud?Los que están heridos son los edi-tores, para no hablar de los críticos literarios, porque la poesía exis-te desde el fondo de los siglos y ningún desastre natural ha podido destruir su continuidad. Un filóso-fo chino del siglo II (por favor no me pidan nombre), dijo: «Todo el mundo habla de la utilidad de lo útil y nadie de la inutilidad de lo inútil», y la poesía es inútil. Pero la poesía va a existir hasta que el mundo se acabe. Hay poetas en todo el mundo, en Occidente y Oriente, que crean una especie de orquesta sinfónica cada cual con su propia voz. Creo que la poesía es necesaria porque quien la lee suele descubrir territorios interiores que no sabía que tenía y que por eso mismo no tenía.

¿Cual es su opinión del intento de la juventud de reclamar a la clase política europea lo que ellos no hacen?Estoy totalmente de acuerdo con que la gente, los indignados protes-

ten. Pero, usted se refirió a la poe-sía política. Poesía política se viene escribiendo desde el fondo de los siglos; Ricardo III, de Shakespea-re, es un gran poema político que describe la dificultad con el poder. Y Dante también tiene su costado político.Lo que yo creo es que el único tema de la poesía es la poesía, y por eso mismo, en un poema lo esencial es que sea poesía, cualquiera sea el asunto que trate. El tema de la poesía política ha sido, sobre todo, objeto de opi-niones sociopolíticas más que de opiniones valorativas. Mira lo que ocurrió con la Revolución Cuba-na: se escribieron miles de poemas revolucionarios y muchos de ellos eran apenas panfletos.

¿Cómo enamorar precisamen-te a la gente común y corriente de este caudal de sensaciones? Y con respecto a la cultura como tal, ¿cuál sería la aproximación hacia ella en el momento actual?Su pregunta merece una respuesta compleja, yo creo... Ayer anduve por el Centro Histórico, por la ciu-dad antigua de Quito, y me emo-cioné mucho al ver que proyectos como ‘Quito a pie’ o ‘La aventura de la cultura’ atraían a mucha gente común y sencilla, a las familia con sus hijos, y luego vimos espectácu-los absolutamente extraordinarios que hicieron llorar a mi mujer, ¡yo no lloré porque soy macho! [Ri-sas]. De manera que se nota qué hay detrás de toda esa belleza, in-fraestructuras de gobierno para la difusión de la cultura, pero, a mi juicio, hay un aspecto fundamen-tal: ¿cómo puede usted pensar que un obrero (estoy pensando en la ciudad de México con 22 millones de habitantes) que viaja 2 ó 3 ho-ras de ida al trabajo y otras tantas de regreso a su casa, lea. ¿Cómo pedirle, después de haber sido ex-plotado ocho o diez horas, que lea?

Hay una cantidad de cuestiones socioeconómicas que tienen un peso decisivo sobre la difusión de la cultura.

Quería preguntarle sobre su apreciación de un concepto de cultura que vaya unificando a América Latina.Yo creo que ese trabajo de difu-sión de la cultura no implica ne-cesariamente un intercambio, creo que ayuda a una divulgación de la ‘otra’ cultura porque en América Latina hay una diversidad cultu-ral impresionante; sólo en México hay cientos de etnias, algunas de cuyas lenguas están en proceso de extinción. En ese sentido, el cui-dado de la lengua original es parte de la comprensión del otro, ayuda a entender que el otro existe, a ex-tender los campos de fraternidad entre los pueblos y a crear un piso en el que, con el tiempo, se podrá cumplir en toda América Latina el sueño de Bolívar.

He visto una biografía suya pu-blicada en formato electrónico, le digo esto para preguntarle si le gustaría que su obras se difun-dan en formato electrónico o si tiene algún problema con eso.Sí, sí tengo un problema, tengo muchos problemas. Yo tengo 83 años, en mi vida he avanzado tanto desde el punto de vista tecnológico que para mí, tonterías como Inter-net o celular me he olvidado que existen. Tengo resistencia a leer en Internet novelas, ensayos; cuando encuentro algo que me interesa, lo imprimo. Además, en alguna oca-sión cometí la tontería de enviar 20 poemas inéditos; parece que el aparato se enojó y me dejó sin disco, sin los poemas. Para mí, no digo para todos, me resulta difícil leer por Internet. No significa que sea general, y tampoco quiere de-cir que va a desaparecer el libro, tampoco lo creo, pues está de por medio el negocio editorial.

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Tiene una capacidad hipnótica para leer sus poemas. ¿Cómo de-sarrolló esa capacidad?Mire, no me consta. Todo lo que uno escribió ayer a uno le parece insatisfactorio porque la poesía es una señora muy difícil de agarrar. Y luego está el lector que no conoce todas esas desgracias, dificultades, infortunios. A veces me llegan testi-monios en el sentido de que más de uno usó un poema de amor para li-gar, y me causa mucha satisfacción (risas). Si un poema mío sirve para enamorar, estoy más que satisfecho.Tengo algunas anécdotas, como cuando una vez Benedetti se en-contraba en Buenos Aires y una radio nos hizo una entrevista en conjunto. Benedetti leyó su poema. Luego, yo leí un poema de amor. Al salir de la estación, una emplea-da se me acerca y me dice:«¿Ud. escribió ese poema?». Le digo: «Sí». Y ella dice: «¡Hijo de puta!». «Mire señorita, yo entiendo que el poema no le satisfaga pero yo soy una persona decente». «No, hijo de puta un novio que tuve que me dijo que él era el autor de su poema» (risas). Pero la insatisfac-ción es permanente, creo que resi-de (en algo que yo estoy absoluta-mente de acuerdo) en la definición de la belleza de Sor Juana Inés, que la describe como una espiral. Ter-mina el libro, muere la obsesión que lo motivó y usted está en otro punto, más adelante en esa espiral.

¿Cree que ha terminado la épo-ca de la ‘crisis de la ternura’ en América Latina?De ninguna manera. Los milita-res argentinos quemaron muchos libros, entre ellos El Principito, único caso en que les di la razón porque la ternura atenta contra las dictaduras.Yo creo que hay una crisis del indi-vidualismo, más que de la ternura...

Su poesía ha sido también de pre-guntas, de interrogantes. ¿Cuá-les son hoy las interrogantes de Juan Gelman?¡Vaya pregunta! Yo creo que cual-quier artista, de toda disciplina, poesía, narrativa, pintura, escribe o crea alrededor de muy pocas cosas porque hay muchas cuestiones ab-solutamente impenetrables.Vuelvo a la imagen de Sor Juana, el desarrollo en espiral permite ver distintos puntos desde distintos lugares y eso exige otra clase de expresión.Esa pregunta sobre las obsesio-nes..., las obsesiones son múltiples, interminables.Había un pintor japonés que a los 90 años dijo: «Ojalá llegue a los 100 para seguir perfeccionando mi técnica. Ojalá llegue a los 110 para entender cabalmente los misterios de la naturaleza. Y ojalá llegue a los 120 para poder pintar». Es una expresión de las dificultades que todo arte entraña.

¿Ve nuevos poetas de Ecuador que vayan a tener relevancia en los próximos años?En el estado de ‘balcanización’ y otros que estamos viviendo en América Latina, no es fácil ha-llar libros de autores ecuatorianos o guatemaltecos, en México, del mismo modo que en Argentina, no se conocen autores chilenos, uru-guayos, estando tan cerca. Hace muchísimos años me invita-ron a un festival de poesía en Ve-nezuela, y me encontré por primera vez (yo tenía 60 años) con un poeta enorme: Juan Sánchez Peláez. No había un solo libro de él en Argen-tina ni en ningún otro país. Festi-vales como estos ayudan a que se descorran los velos y a que poetas de diferentes países se vayan cono-ciendo entre sí. Mi respuesta sería insuficiente porque no conozco

bien la poesía ecuatoriana; «Pa’ qué mentir», dice el tango.

¿A qué sabe el pan duro y cuál es el significado de un pasaporte falso?El pan duro, con la edad que tengo, no lo como.El significado de un pasaporte fal-so… Trasladarse de un lugar a otro si no se dan cuenta.

¿Cuál es la especificidad del es-pañol, lo que otra lengua no ten-ga, para hacer poesía?Yo no conozco todas las lenguas del mundo, pero sí sé que gente que habla otras lenguas reconoce la música del castellano —yo prefie-ro llamarlo así, castellano—. Hace años, durante mi exilio, estábamos en un recital de poesía en París, yo leí unos poemas y los poetas fran-ceses, que no hablaban castellano, preguntaban de dónde salía eso, porque lo único que oían era la mú-sica de las palabras. Igual sucedía en Italia.Del alemán sé que hay palabras de 14.224,5 sílabas. En cambio en castellano, creo que la palabra más larga es ‘otorrinolaringólogo’, y solo se usa cuando uno necesita consultar a ese especialista. El cas-tellano es una lengua en estado de nacimiento. Durante cuatro siglos, indígenas de Chiapas o Guatemala se negaron, por su lucha, a hablar en castellano, y ahora irrumpen y enriquecen nuestra lengua. Tuve una polémica con escritores, con poetas españoles que considera-ban que no había que lastimar la lengua; siempre he pensado que se la vienen lastimando desde su nacimiento, y al castellano en par-ticular. De hecho, Cervantes tiene un discurso dirigido a Sancho, en el que inventa palabras y le habla sobre la necesidad de ampliar el castellano. También Lope de Vega dice: «Siempre mañana, pero nun-ca mañanamos».

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Iniciativa del poeta Xavier Oquendo Troncoso que en cinco ediciones ha agrupado, en torno a la pala-bra, a más de cien poetas ecuatorianos y cincuenta

internacionales.Ha rendido homenaje de gratitud y respeto a Jorge

Enrique Adoum, Rubén Astudillo y Astudillo, Ileana Es-pinel, Nelson Estupiñán Bass y, este año, al cumplir su primer lustro, a Euler Granda.

Cada una de las ediciones ha sido recordada con un libro que agrupa muestras poéticas de cada uno de los autores invitados al evento. El proyecto ha sido realiza-do con el apoyo de la CCE y busca recuperar nombres de los poetas marginados. Las publicaciones promovi-das por Xavier Oquendo Troncoso incluyen antologías y libros premiados en los certámenes organizados a pro-pósito de los Encuentros. A continuación varias reseñas:

Poesía enParalelo 0

La Antología del quinto Encuentro Internacional de Poetas Ecuador 2013, organizado por Xavier Oquendo Troncoso y pu-blicado por El Ángel Edi-tor y la Casa de la Cultura Ecuatoriana, muestra el trabajo de 40 autores, entre ellos, el de Juan Gelman, el poeta vivo más impor-tante en lengua castellana.Constan tres argentinos, una boliviana, dos cuba-nos, tres españoles, un guatemalteco, un italiano, tres mexicanos y vein-tidós ecuatorianos. 596 páginas con textos que muestran, además, textos originales de los autores.

Paúl Hermann

Furia depájaros

Su voz es única y le ha costado la vida y el dolor de vivir. Es que es un pá-jaro el tío Juan. El mundo escuchará ya siempre ese pío pío de Juan Gelman que parte la piel. Tal vez él ni sepa que el mundo le estará agradecido por siempre que haya devuel-to los pájaros a sus nidos abandonados.La poesía a costa de su dolor, de su amor, de su pureza. He aquí Gelman para todos. El poeta que venció ‘alas’ palabras. Solo fue derrotado por su corazón de pájaro. Pero aún sigue volando.

Xavier Oquendo

Atajos deotra piel

Euler Granda deja que fluya su estilo espontáneo y genuino en la construc-ción de sus poemas de amor y erotismo. En su caso, estos dos estados del alma están emparentados; no se puede deslindar uno del otro en su poética. La representación del amor es erótica, y está expre-sada, a veces, de manera sutil, y otras veces, con un mayor peso en la mirada del objeto del deseo. No es frecuente la separación de estas dos perspectivas.

Julia Erazo Delgado

Cesado el nombre

Al avanzar en la lectura, no pude evitar un alegre sobresalto que me per-mitió asociar la escritura con el espíritu con que las palabras están ceñi-das, y apareció ante mí la voz de un extraño ju-glar —extraño en cuanto poco frecuente— donde se conjuga el ojo con el pensamiento. Es necesa-rio leerlo en forma lenta y silenciosa para descubrir la soledad que reprodu-cen los espejos y, a la vez, percibir el vuelo oculto en la sombra, como señala Pablo.

Antonio Correa Losada

Libros en Paralelo 0anaquel

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Guido Tamayo

El deseo se oye, y por eso de este libro parten tantas vo-ces desde la recámara, na-

rrando sus aventuras y desventuras amorosas; hay que prestar oído a los sonidos del placer, es su banda sonora. El deseo se ve y por eso este libro es como una cámara que proyecta tantas imágenes del cuer-po en gozo o insatisfecho, es como una suma de cortometrajes, o me-jor, coitometrajes. El deseo se lee y se escribe, y por eso este libro hay que penetrarlo con ojo atento, vo-yerista, fisgón, para deleitarse con la escritura en su cuerpo, una es-critura que invade la sábana blanca para llenarla de muchas historias como el Decamerón. También se huele y se toca, pero eso se lo dejo a ustedes.

Raúl Vallejo sabe que el poema es música hecha con palabras que a su vez figuran imágenes y por eso este libro simultáneamente hay que oírlo, verlo y leerlo y, por supuesto, escribirlo con su autor, acompañar-lo en su éxtasis. Es decir, este li-bro es una orgía. Una orgía selecta donde no hay invitados de piedra, todos sus personajes son de carne y hueso, algunos con más carne que otros, incluso algunos son un ‘hue-so’, pero todos participan como gozosos o dolorosos, nadie sale indemne de estas historias: ni el amante, ni el amado, ni el utiliza-do, ni el cornudo, ni el desamado, ni el mirón.

La escritura, pues, de este singu-lar libro de cuentos es como el acto amoroso: la caricia es el gesto que

busca el placer: a veces acierta, a veces deja insatisfacción; la palabra que lo nombra también quiere acer-tar, ser la precisa, y en esa aventura nos jugamos el amor sexual y el deleite textual. Lo sexual y textual conviviendo, pero sin acosos. ¿Po-dremos corregir sobre el cuerpo de la amada nuestras caricias en busca de la perfección?¿Habrá tiempo y paciencia para editar nuestras cari-cias? En esto creo que la escritura textual es más generosa y la rees-critura depende más de nosotros que de la duración incierta de una aventura amorosa. En algunas oca-siones habrá que amar de repente y sin probabilidades de redención. En otras, podremos ensayar, errar y corregir. Quién sabe.

Pero si decimos Decamerón, tenemos que incluir una larga lista de homenajes y guiños que el au-tor hace a algunos autores y per-sonajes que le precedieron y que crean un gran linaje en la tradición de las letras amorosas, entre ellos, por supuesto: San Juan, San Agus-tín, Chaucer, De Laclos, El divino Marqués de Sade, Bataille, Kier-kegaard, Nabokov, Henry Miller, Anais Nin, Lawrence Durell, Ma-nuel Puig, etc. Y ni qué decir de los poetas que cita en sus epígrafes o al interior de sus páginas: Vallejo César, su tocayo; Porfirio Barba Ja-cób, Juan Ramón Jiménez, Efraín Jara Idrovo, Mario Campaña, etc.

Todos estos nombres están convocados para celebrar un gran ejercicio: el de la libertad, el de la libertad amorosa, sexual y tex-

tual. Por esa la diversidad de citas, autores y épocas. El amor sexual, con todas sus esclavitudes, es uno de los principales espacios huma-nos y culturales para ser libres. El amor sexual no tiene limitaciones ni moralidades como la misma es-critura del sexo. Toda limitación es una imperfección; toda represión, un abuso. No podemos cercenar nuestro deseo a la luz de una mo-ral pacata, este también es un tema del libro. Las contradicciones del amor, la impotencia, los celos, las venganzas, una sociedad que toca las puertas de las habitaciones para decirles a las parejas que reposan (poscoitumanimal triste) que la revolución intenta sobrevivir más allá de los hoteles (Varadero), o que Frida, Trosky y su esposa Na-talia vivan en su búnker de Coyoa-cán un melodrama titulado el amor traicionado, que no la revolución traicionada. Que la miseria rodea la fortaleza de la ciudad antigua en Cartagena de Indias, o la xenofobia madrileña con doble moral contra los trabajadores sexuales (putos y putas en castizo) sudacas. En fin, insisto, el amor encerrado en los cuartos, pero afuera el mundo andando con sus miserias, desen-cantos, muchas veces un universo antiafrodisíaco.

la polifonía del deseoPubis equinoccial,

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Liset Lantigua

En Canción de invierno, Sil-vio superpone la búsqueda definitiva del ser al orden

inaplazable de lo cotidiano: «Es día de frío y llegas a casa / llegas de la tarde cansada de un jueves / (…) Te sientas y cenas y todas las culpas te dan con un peso mayor que tus fuerzas». Hasta llegar a esa instan-cia que renueva el sentido de la in-sistencia: «La angustia es el precio de ser uno mismo». Tuve que vol-ver a esta canción tras la lectura de la novela de Orlando Pérez porque en la intimidad de las revelaciones que permiten ciertos avances en los comportamientos ya no sentimen-tales, sino prácticos, Pablo la evo-ca, la sitúa en uno de los pasajes en los que da cuenta de haber acudido ‘acompañado’ a algunas afinida-des, pese a su soledad condenatoria y unánime. Hay en esta experien-cia mucha más anticipación que deleite lírico y acústico Canción de invierno no es una coincidencia azarosa en esta trama —quizá nin-guna coincidencia lo sea—. Si he partido de ella es porque enuncia, dispone y resume la esencia del transitar que pervive a lo largo de la historia, pese a la inminencia de la muerte.

«Estas páginas no son mi con-fesión, sino mi definición». (P. 9). En las primeras líneas de la novela, el barón de Teive, otro heterónimo de Pessoa, corrobora la presencia mortífera de cualquier destino, más

allá de las revelaciones del prota-gonista, que tras el anuncio de que le queda menos de un año de vida se sumerge en una extensa diatriba contra todo lo que sirvió de nexo en los eventos que lo empujaron hacia este presente confuso, constreñido, demasiado incompleto para lo que le queda por saldar, y en el que su presencia es tan irremediable como la muerte misma. La tentativa sobre el suicidio aflora con demasiada lu-cidez a través del barón de Teive y se desvanece por eso, con la misma premura, en la antesala del viaje pa-radojal que trae al protagonista de regreso a Quito en un vuelo desde Madrid, y que le aporta claridad a asuntos y hechos trascendentales de sus primeros cincuenta años de vida. En este sentido, cabe señalar que la duración temporal de la obra se maneja con una utilidad impe-cable. No importa, por lo tanto, la finitud. El protagonista hace un viaje fundamental, acaso 12 horas en avión para poner orden en su partida definitiva. El viaje aquí es la antítesis del retorno: vuelve para partir. Retorna a su lugar con el úni-co propósito de que la permanencia le conceda la indulgencia de la ex-piación de las culpas y los rencores. Todo al mismo tiempo, pues no le queda tiempo para más. La psicona-rración en la historia define todo el acontecer del relato. Pablo, el pro-tagonista, parece recurrir a una sol-vencia recursiva que solo es posible

en el umbral de algo determinante como la muerte, ya sea en su esta-do real o simbólico; sin embargo, su propia historia y su quehacer como intelectual se encargan de apagar las luces de los clichés más fúnebres de nuestra valoración, en consecuencia con la hondura la de la muerte, mis-teriosa y átona. Que todo gire en su torno es mera circunstancia de este hombre que retorna a su país con la confirmación de un diagnóstico irrebatible, y cuyo conflicto esencial es anunciarlo a quienes lo aman: la hija, la novia y el ama de llaves.

Para quien carga con tres muer-tes de las que se asume responsa-ble, como este hombre, el anuncio de la suya debería corresponder con el exacto valor que ese pasaje al acto del asesinato le imprime a la vida. Sin embargo, el horror suce-dáneo de la espera y la disposición de ella en la existencia de quienes aguardan para festejar sus cincuen-ta años ocupan la obertura esencial que conecta las calladas aparicio-nes, abandonos y muertes que lo habitan. Ese es acaso su rol, nada menos perturbador en medio de los contrastes que las declaraciones de este hombre traen consigo, de toda índole pero por sobre todas las co-sas, de un humanismo atronadora-mente lúcido.

La ceniza del adiós

Novela de Orlando Pérez:

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En conmemoración del Se-senta Aniversario del Asalto al Cuartel Moncada, fecha

que cambió para siempre la histo-ria de Cuba, y en recordación del recientemente desaparecido crea-dor del cine revolucionario cuba-no, Alfredo Guevara, la Casa de la Cultura ‘Benjamín Carrión’ ha or-ganizado la Retrospectiva del Cine Cubano, que tendrá lugar desde el 24 hasta 31 de julio.

Poco después de que los her-manos Lumiere mostraran en París aquel artefacto que ni ellos mismos sabían para qué iba a ser bueno, regaron por el mundo a proyeccio-nistas —o más bien cabría decir a camarógrafos—, uno de los cuales iba a descubrir desde una góndola,

enfocando su avance lateralmente por los canales de Venecia, el uso del travelling; y otro de los tantos, Gabriel Veyre, proyectó en un edifi-cio del Paseo del Prado, al lado del hoy teatro García Lorca, en La Ha-bana, aquellas primeras imágenes silentes de cortometrajes con títulos como Partida de cartas, El tren, El regador y el muchacho y El som-brero cómico, que tuvieron el poder de maravillar a los que luego fueron los heroicos pioneros del cine cuba-no. Hablamos del año 1897.

El mismo Veyre rodaría el pri-mer filme producido en la isla, lla-mado Simulacro de incendio, un documental sobre los bomberos de La Habana.

Antes de 1959, es decir, en algo

más de medio siglo, dicen los his-toriadores que se estrenaron en Cuba ochenta películas, casi todas melodramas que, por serlo, no sa-tisfacían a profundidad sus afanes historicistas. Títulos como El capi-tán Mambí y Libertadores o gue-rrilleros, de 1914, son ejemplo de ello, y otros con pretensiones po-pulares como La Virgen de la Ca-ridad y Romance del palmar. Hay que destacar que músicos e intér-pretes tan destacados como Ernes-to Lecuona, Bola de Nieve o Rita Montaner participaron en la banda sonora de muchas de esas pelícu-las y en otras de diferentes países como México y Argentina.

Desde los primeros días del triunfo de la Revolución se eviden-

del cine cubano

Retrospectiva

Gerardo Fernández García

Habanastation

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ció el interés en torno al desarrollo de un cine nacional, prueba de ello fue la creación de un departamen-to cinematográfico dentro de la Dirección de Cultura del Ejército Rebelde, la cual produjo el docu-mental Esta tierra nuestra, de To-más Gutiérrez Alea, y La vivien-da, de Julio García Espinosa. Este departamento fue el antecesor de lo que se convertiría en el ICAIC (Instituto Cubano del Arte y la In-dustria Cinematográficos), funda-do en marzo de 1959, producto de la primera ley promulgada por el gobierno revolucionario, antes que la de la Reforma Agraria.

Nada de extraño entonces tiene que al período que va del 59 al 69 se le nombre como ‘la década de oro del cine cubano’. Películas que se muestran en la retrospectiva, como Memoria del subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea, un aná-lisis dramático de la identidad del cubano que la Federación Interna-cional de Clubes de Cine seleccio-nara entre las 100 mejores pelícu-las de todos los tiempos, o Lucía, de Humberto Solás, la situación de la mujer en distintas épocas de la historia nacional. O una mordaz

Desde los primeros días del triunfo de la Revolución

se evidenció el interés en torno

al desarrollo de un cine nacional...

crítica a la burocracia por medio de tragicomedias, como Las doce si-llas y La muerte de un burócrata, de Tomás Gutiérrez Alea.

Década esa que fue estímulo para posteriores realizadores como Juan Carlos Tabío, con su divertida Se permuta, o la evocativa de un alumno mío, Pavel Giroud, con su La edad de la peseta. O también la visión personalísima y creativa de Fernando Pérez, Martí, el ojo del canario amarillo, sobre los prime-ros años de la vida de nuestro héroe nacional, el apóstol de la indepen-dencia de Cuba. Asimismo, la en-tretenida y bien armada tragicome-dia, léase aventura, contemporánea de otro ex alumno, Ian Padrón, Ha-banastation. O el importante docu-mento fílmico musical Yo soy del son a la salsa, de Rigoberto López. Pero, indudablemente, el filme que más repercusión nacional e inter-nacionalmente ha tenido ha sido Fresa y chocolate, con guión de Senél Paz, y dirección de Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, tragedia con tono de comedia que trascien-de el conflicto de la homofobia para convertirse en un llamado a la tolerancia, a la convivencia pacífi-ca con todo lo diferente.

escaleta

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LULA EN LA CASA DE LA

CULTURA

El ex presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva,

durante su estadía en Ecuador visitó la Casa de la Cul-

tura Ecuatoriana, donde dictó la conferencia ‘Gobier-

nos progresistas e integración latinoamericana’ ante

dos mil personas que coparon el Teatro Nacional.

Mantuvo además una entrevista con el presiden-

te de la CCE, Raúl Pérez Torres, con quien ya había

dialogado en Cuba en ocasión de la celebración de

la III Conferencia Internacional por el Equilibrio del

Mundo y la entrega a los ganadores de los premios

Alba de las Artes y las Letras 2012.

PREMIO DE CUENTO

JULIO CORTÁZAR

El Instituto Cubano del Libro y la Casa de las Américas con-

vocan a la décimo segunda edición del Premio Iberoameri-

cano de Cuento Julio Cortázar.

Los autores participarán con un cuento inédito y enviarán

tres copias, cuya extensión máxima no debe sobrepasar las

20 cuartillas mecanografiadas a doble espacio y foliadas.

El premio único e indivisible será de 1.500 euros. Los tra-

bajos deben presentarse hasta el 15 de julio de 2013, a las

siguientes direcciones:

Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar

Centro Cultural Dulce María Loynaz, 19 y E. Vedado. Plaza,

Ciudad de La Habana - Cuba.

Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar

Casa de las Américas, 3ra. Esquina a G. Vedado. Plaza, Ciu-

dad de La Habana - Cuba.

XXIV CERTAMEN LITERARIO

PEDRO DE ATARRABIA

El Servicio de Cultura del Ayuntamien-to de Villava convoca al XXIV Certa-men Literario Pedro de Atarrabia, de relato breve en castellano y euskera, dotado de un premio de 2.500 euros en cada una de las modalidades.

Serán de tema libre, originales e inéditos, y deberán tener una exten-sión máxima de 20.000 caracteres, incluidos los espacios. El plazo de en-trega finaliza el 16 de agosto de 2013.La dirección es:Casa de la Cultura, Calle Mayor 38, C.P. 31610.Villava – Atarrabia (Navarra).E mail: [email protected].

Panel

Luiz Inácio Lula da Silva, ex presidente de Brasil, y Raúl Pérez Torres, presidente de la CCE.

Foto: Iván Mejía

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ESCULTURA DE SOLZHENITSYN

En la sala de lectura de la Biblioteca Nacional de la Casa de la Cultura Ecuatoriana se develó una escultura de Aleksander Solzhenitsyn, con la cual se da inicio a la Galería de Grandes Literatos del Mundo.

La escultura fue donada por el escultor ruso Gregory Pototsky.

En la gráfica: el embajador de la Federación de Rusia, Yan A. Burliay; la directora de la Biblioteca, Katia Flor; el escultor Gregory Pototsky y el director de Museos de la CCE, Guido Díaz.

EDUARDO LALO,PREMIO RÓMULO GALLEGOS

Eduardo Lalo, autor portorriqueño desconocido en nuestro medio, ganó el premio de literatura Rómulo Gallegos 2013. Su novela Simone fue escogida de una nómina de 11 obras finalistas, y entre los jurados se en-contraba el argentino Ricardo Piglia, ganador de la edi-ción 2011 de este premio. La novela trata sobre el amor que una obrera china encuentra cuando emigra a Puerto Rico, pero, como dice su autor: «… en realidad en Si-mone se reflexiona sobre la ciudad de San Juan». En el fallo, el jurado destaca «la capacidad reivindicativa de la literatura, el amor y el ensueño en el mundo desen-cantado del capitalismo tardío».

Foto: Iván Mejía

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publicacionesNuevasEn busca de Octavio Paz

El catedrático y escri-tor residente en Lublin-Polonia, Luis Alfonso Chiriboga Izquierdo, ha publicado En busca de Octavio Paz. De la histo-ria a ‘lo otro’, una explo-ración de la obra del in-menso escritor mexicano desde aquella dimensión del lenguaje que no siem-pre es visible al lector. Un análisis del trata-miento que Octavio Paz realiza en su obra sobre la historia, las ideologías, el Estado, las religiones, la técnica. En la segunda parte, el autor repara en el papel que desempeña en la obra de Paz el conocimiento racional y la contempla-ción, la sabiduría román-tica, el surrealismo. En la

experiencias de una mu-jer de principios del siglo pasado que, como tantas otras mujeres anónimas del Ecuador, dejó a las generaciones venideras un legado de amor, va-lentía, trabajo y tesón por conseguir un futuro mejor cuando las condiciones económicas y las oportu-nidades de un Ecuador no petrolero, eran muy dis-tintas a las circunstancias económicas actuales que vive el país. La novela es un reco-rrido generacional que alterna paralelamente la vida de una mujer y su nieta, de manera que el entorno socioeconó-mico de aquella época contrasta con el entorno actual. Y no obstante ser mundos tan disímiles, presentan como denomi-nadores comunes el brío para salir adelante sin derrotarse y sin impor-tar las circunstancias, y la sensibilidad y ternura propia de la mujer en tan distintos tiempos. La esencia de esta histo-ria es la senda a un por-venir de esperanza y op-timismo que describe la inserción de la mujer en un mundo globalizado.

tercera parte se habla del afán de los movimientos de romper con lo ante-rior y establecido para instaurar un nuevo orden artístico, de la crítica, la historia y el mito. En un cuarto y último momento, el autor reco-rre, siempre a la luz de la obra de Paz, la historia de la poesía, el lenguaje, el cuerpo y el amor.

NaúnBriones… la verdad

Se ha estructurado este libro de cierta importan-cia histórico-sociológica local, tomando como base un trabajo de inves-tigación que el autor, Ar-mando Ocampo, realizó hace más de veinte años en el sector fronterizo

de la provincia de Loja, buscando contribuir con fundamentos ciertos al esclarecimiento de la le-yenda con ribetes míticos que sobre un persona-je fuera de lo ordinario, como lo es Naún Brio-nes, se ha venido contan-do en el Sur del Ecuador desde siempre. Existen algunos libros publica-dos sobre este tema, pero ninguno recoge datos históricos verdaderamen-te relevantes como éste, hecho cierto que se re-salta con respeto para los distinguidos intelectuales que trataron el tema con anterioridad al presente.

Del jardín de mi corazón

La obra de Patricia Ro-dríguez Veloz recoge las

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«Hay golpes en la vida… yo no sé».

César Vallejo

El recorrer de la vida nos reta a cada momento. Son estos desafíos u obstáculos los que nos brindan la oportunidad de poner a prueba y renovar nuestra fe y madurez. Cada paso, cada caída, cada amistad, cada amor son una suma de muchos que desembo-can en un mar, a veces tempestuoso, otras calmado.

El poeta Ramiro Caiza nos da una muestra de esta fe en su libro Calle alegría (2013). Su voz poé-tica cose a través de imágenes, evocaciones y an-helos, una reseña de un deambular a través de los años. Nos transporta a través de su memoria a un maravilloso viaje, nos muestra, así como Ulises en su Odisea, un viaje, mil aventuras, mil obstáculos, un viaje que nunca termina.

En este viaje encontramos una geografía per-sonal, partiendo de acontecimientos, recuerdos, nostalgias y añoranzas. De lugares, de amistades, de amor, muchas partes que forman el todo de este mapa que nos orienta a sondear al alma humana, su oscuridad y el carácter efímero de sus percep-ciones. Son lecciones que nos brindan oportunidad de conocer cabalmente el material del que estamos hechos y hacia dónde vamos.

Calle alegría es un presente a nuestra fe que, a pesar de todo, se puede todavía contar con hombro donde arrimarse, donde siempre el sol aparecerá o el amor sobrevivirá. Caiza usa finalmente las imá-genes y metáforas para conducirnos por este trayec-to. A través de esta Calle alegría encontramos moti-vos para seguir adelante y saber que más importante que llegar a puerto es el viaje en sí.

Milton F. Romero Obando

Diario deescritura

La escritora quiteña Be-lém Muriel ha publicado, con auspicio de la Alian-za Francesa de Quito y la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Diario de escritura, libro de bello formato, grandes solapas y espléndido papel, con 19 cuentos escritos en Europa y Ecuador entre los años 2010 y 2012. El pintor Guillermo Mu-riel ha interpretado en 42 ocasiones, con paste-les, carboncillos y tintas, las ficciones de su hija, quien aparece en contra-portada con un cigarro Montecristi del número cinco entre los labios, bajo el fragmento de uno de sus textos, la mejor contraportada posible: «Saqué la barra de labios a medio usar de mi bolso. Era igual de roja que una amapola. Al ponérmela, recordé de pronto un par de versos que hacía tiem-po no había escuchado: ‘De qué callada manera / se me adentra usted son-riendo / como si fuera la primavera…’».

Eloy Alfaroy Cuba en el

siglo XXI

Este nuevo libro del pres-tigioso historiador ecua-toriano Germán Rodas Chaves está dedicado al análisis de los vínculos históricos de Ecuador y Cuba, en los años deci-sivos de la Revolución Liberal de Eloy Alfaro y el reinicio de la guerra por la independencia de Cuba bajo la conducción de José Martí. Aunque el apoyo alfarista a la eman-cipación de la Mayor de las Antillas, así como los nexos solidarios desa-rrollados entre los revo-lucionarios ecuatorianos y cubanos en la segunda mitad del siglo XIX, han sido tratados profusamen-te por la historiografía de los dos países —desde los estudios clásicos de Emeterio Santovenia y Alfredo Pareja Diezcan-seco—, Germán Rodas nos ofrece en esta obra su visión renovadora del tema, que pone el acento en circunstancias, situa-ciones y contextos que los historiadores que le pre-cedieron pasaron por alto.

Segio Guerra Vilaboy

A propósito de Calle alegría

libros

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Nos atendía con el corazón. A todos. A los que sufríamos de taquicardia intempestiva y a los que sufríamos del miocardio permanen-

te. Liviano y profundo como su poesía, su sonrisa fue siempre la mejor receta para nosotros, los atribulados del pecho.

Ejercía un poder especial de curación, de sanación. Yo iba nervioso, presión alta, sin aliento, a su consul-torio en el quinto piso de la calle Gil Ramírez Dávalos, pero ya en el ascensor empezaba a sentirme bien y mu-cho más cuando veía su figurita amable, pletórica de vida, con sus pasos menudos, cada año más menudos, como si le habitara Chaplin, y empezábamos a conver-sar de la política, de las mujeres, del diablo, del fútbol, de los países en los que derrochó su ingenio, de la so-ledad, la ingratitud y la deslealtad, tanto y tanto que ninguno de los dos sabía para qué yo había ido.

Cuando suponíamos que era para que me revisara el corazón, empezaba a auscultarme con suma delica-deza, se reía entrecortada, socarronamente, quizá de un chiste, quizá de un recuerdo, tal vez de los latidos de mi corazón, y luego practicaba el rito solemne de sacar su aparato de electrocardiograma, antediluviano, que quizá ya lo había conocido Beethoven o Nietzsche, porque era de procedencia alemana, y una a una iba co-locándome esas patitas succionantes y malévolas que podían, ellas solas, predecir mi muerte.

Me hablaba de Jorge Enrique, de la testarudez del turco Adoum que se negaba a dejar el cigarrillo y el vodka, me contaba de la metáfora de su ausencia que provocó la muerte de Nicole a los pocos días de la suya propia, me decía que el corazón es impredecible y ru-tinario pero que la palabra es eterna. Y Eduardo sabía lo que decía, sabía más que su sabiduría, más aún que la ciencia médica incrustada en su cabeza. Sabía lo que no se ve, lo que no se detecta. Sabía la palabra, el se-creto del poema, el silencio del poema. Él era un puen-te tendido entre la vida y la muerte. Enemigo acérrimo del infarto que lo mató. ¡Cómo lo extraña mi corazón!

Puerta clausuradaMagdalena: venía el viento como alguien que pregunta por mujeres, venía la primavera preguntando por ti a todos los árboles.

Los hombres del pueblo bajaban a tu cuerpo como a un sótano donde aullar boca abajo y oían sobre tus pechos cómo la sangre te golpeaba con saña hasta tumbarte el alma.

Tu alcoba humilde, abierta, como un galpón de reses que han de morir mañana. Tu cama hecha de tablas de naufragio y patíbulo, de grandes clavos negros salvados del Diluvio.

Acorrralada por el cura y los notables de la aldea, una banda de ancianas te acechaba en el río, en la plaza, con la primera piedra preparada.

Las paredes de tu casa tendrán humedad de mujer cuando una madrugada te haga el amor la muerte con la violencia del rufián que te raptó en la infancia.

Te irás del pueblo. Oirás la calle sin nadie, algún ladrido. Se quedará preso el hombre que amabas, entre ladrones, como hace veinte siglos.

Raúl Pérez Torres

Dr. Eduardo Villacís Meythaler (1932-2013)

tributo

¡Cómo lo extrañami corazón!

Eduardo Villacís Meythaler

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Av. Patria, entre 6 de Diciembre y 12 de [email protected]. Tel.: 2520075 ext. 306/113 cinematecaEcuador cinematecaEcwww.cinematecanacionalecuador.com / www.cce.org.ecQuito, Ecuador, 2013

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