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CRISTÓBAL COLÓN

CARTAS DE CRISTOBAL COLÓN

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Cristóbal Colón

Nació el 31 de octubre de 1451, en Génova, Italia. Fue un navegante, cartógrafo, almirante y gobernador general de las Indias Occidentales, al servicio de la Corona de Castilla. Realizó el llamado descubrimiento de América el 12 de octubre de 1492.

Asimismo, emprendió cuatro viajes a las Indias que quedaron registrados gracias a una selección de cartas que forman parte de su testamento. En ellas se dirige a la Corona española y describe a los nativos, sus costumbres y el ecosistema en el que conviven. Aunque posiblemente no fue el primer explorador europeo de América, se le considera el descubridor de un nuevo continente.

Falleció el 20 de mayo de 1506, en Valladolid, España.

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Cartas de Cristóbal ColónCristóbal Colón

Christopher Zecevich Arriaga Gerente de Educación y Deportes

Doris Renata Teodori de la Puente Subgerente de Educación

Juan Pablo de la Guerra de Urioste Asesor de Educación

María Celeste del Rocío Asurza Matos Jefe del programa Lima Lee

Editor del programa Lima Lee: John Martínez GonzalesSelección de textos: Jerson Lenny Cervantes LeonCorrección de textos: Yesabeth Kelina Muriel GuerreroDiagramación y concepto de portada: Leonardo Enrique Collas Alegría

Editado por:Municipalidad Metropolitana de LimaJirón de la Unión 300, Lima. Lima.www.munlima.gob.pe

1a. edición - diciembre 2021

Depósito legal N° 2021-14360

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Presentación

La Municipalidad de Lima, a través del programa Lima Lee, apunta a generar múltiples puentes para que el ciudadano acceda al libro y establezca, a partir de ello, una fructífera relación con el conocimiento, con la creatividad, con los valores y con el saber en general, que lo haga aún más sensible al rol que tiene con su entorno y con la sociedad.

La democratización del libro y lectura son temas primordiales de esta gestión municipal; con ello buscamos, en principio, confrontar las conocidas brechas que separan al potencial lector de la biblioteca física o virtual. Los tiempos actuales nos plantean nuevos retos, que estamos enfrentando hoy mismo como país, pero también oportunidades para lograr ese acercamiento anhelado con el libro que nos lleve a desterrar los bajísimos niveles de lectura que tiene nuestro país.

La pandemia del denominado COVID-19 nos plantea una reformulación de nuestros hábitos, pero, también, una revaloración de la vida misma como espacio de

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interacción social y desarrollo personal; y la cultura de la mano con el libro y la lectura deben estar en esa agenda que tenemos todos en el futuro más cercano.

En ese sentido, en la línea editorial del programa, se elaboró la colección Lima Lee, títulos con contenido amigable y cálido que permiten el encuentro con el conocimiento. Estos libros reúnen la literatura de autores peruanos y escritores universales.

El programa Lima Lee de la Municipalidad de Lima tiene el agrado de entregar estas publicaciones a los vecinos de la ciudad con la finalidad de fomentar ese maravilloso y gratificante encuentro con el libro y la buena lectura que nos hemos propuesto impulsar firmemente en el marco del Bicentenario de la Independencia del Perú.

Jorge Muñoz Wells Alcalde de Lima

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CARTA DEL PRIMER VIAJE

Año 1493, anunciando el Descubrimiento.

Señor, porque sé que habrá placer de la gran victoria que Nuestro Señor me ha dado en mi viaje, escribo esta, por la cual comento cómo en 33 días pasé de las islas de Canaria a las Indias con la armada que los ilustrísimos rey y reina nuestros señores me dieron, donde yo hallé muchas islas pobladas con gente sin número; y de ellas todas he tomado posesión por sus «Altezas» con pregón y bandera real extendida, y no me fue contradicho.

A la primera que yo hallé puse nombre San Salvador a conmemoración de Su Alta Majestad, el cual maravillosamente todo esto ha dado; los indios la llaman Guanahaní; a la segunda puse nombre la isla de Santa María de Concepción; a la tercera Fernandina; a la cuarta la Isabela; a la quinta la isla Juana, y así a cada una nombre nuevo.

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Cuando llegué a la isla Juana, seguí por la costa de ella al poniente, y la hallé tan grande que pensé que sería tierra firme, la provincia de Catayo. Y como no hallé así villas y lugares en la costa de la mar, salvo pequeñas poblaciones, con la gente de las cuales no podía haber habla, porque luego huían todos, andaba yo adelante por el dicho camino, pensando de no errar grandes ciudades o villas; y, al cabo de muchas leguas, visto que no había innovación, y que la costa me llevaba al septentrión, de adonde mi voluntad era contraria, porque el invierno era ya encarnado, y yo tenía propósito de hacer de él al austro, y también el viento me dio adelante, determiné de no aguardar otro tiempo, y volví atrás hasta un señalado puerto, de adonde envié dos hombres por la tierra, para saber si había rey o grandes ciudades. Anduvieron tres jornadas, y hallaron infinitas poblaciones pequeñas y gente sin número, mas no cosa de regimiento; por lo cual se volvieron.

Yo entendía harto de otros indios, que ya tenía tomados, como continuamente esta tierra era isla, y así seguí la costa de ella al oriente ciento y siete leguas hasta donde hacía fin. Del cual cabo vi otra isla al oriente, distante de esta diez y ocho leguas, a la cual luego puse nombre

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la Española y fui allí, y seguí la parte del septentrión, así como de la Juana al oriente, 188 grandes leguas por línea recta; la cual y todas las otras son fertilísimas en demasiado grado, y está en extremo.

En ella hay muchos puertos en la costa de la mar, sin comparación de otros que yo sepa en cristianos, y hartos ríos y buenos y grandes, que es maravilla. Las tierras de ella son altas, y en ella muy muchas sierras y montañas altísimas, sin comparación de la isla de Tenerife; todas hermosísimas, de mil hechuras, y todas andables, y llenas de árboles de mil maneras y altas, y parece que llegan al cielo; y tengo por dicho que jamás pierden la hoja, según lo puedo comprender, que los vi tan verdes y tan hermosos como son por mayo en España, y de ellos estaban floridos, de ellos con fruto, y de ellos en otro término, según es su calidad; y cantaba el ruiseñor y otros pájaros de mil maneras en el mes de noviembre por allí donde yo andaba. Hay palmas de seis o ocho maneras, que es admiración verlas, por la deformidad hermosa de ellas, mas así como los otros árboles y frutos e hierbas. En ella hay pinares a maravilla y hay campiñas grandísimas, y hay miel, y de muchas maneras de aves, y frutas muy diversas. En las tierras hay muchas minas de metales, y hay gente en estimable número.

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La Española es maravillosa; las sierras y las montañas y las vegas y las campiñas, y las tierras tan hermosas y gruesas para plantar y sembrar, para criar ganados de todas suertes, para edificios de villas y lugares. Los puertos de la mar aquí no habría creencia sin vista, y de los ríos muchos y grandes, y buenas aguas, los más de los cuales traen oro. En los árboles y frutos y hierbas hay grandes diferencias de aquellas de la Juana. En esta hay muchas especierías, y grandes minas de oro y otros metales. La gente de esta isla y de todas las otras que he hallado y he habido noticia, andan todos desnudos, hombres y mujeres, así como sus madres los paren, aunque algunas mujeres se cobijan un solo lugar con una hoja de hierba o una cofia de algodón que para ellos hacen. Ellos no tienen hierro, ni acero, ni armas, ni son para ello, no porque no sea gente bien dispuesta y de hermosa estatura, salvo que son muy temerosos a la maravilla. No tienen otras armas salvo las armas de las cañas, cuando están con la simiente, a la cual ponen al cabo un palillo agudo; y no osan usar de aquellas; que muchas veces me ha acaecido enviar a tierra dos o tres hombres a alguna villa, para haber habla, y salir a ellos de ellos sin número; y después que los veían llegar huían, a no aguardar padre a hijo; y esto no porque a ninguno

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se haya hecho mal, antes, a todo cabo adonde yo haya estado y podido haber fabla, les he dado de todo lo que tenía, así paño como otras cosas muchas, sin recibir por ello cosa alguna; mas son así temerosos sin remedio. La verdad es que, después que se aseguran y pierden este miedo, ellos son tanto sin engaño y tan liberales de lo que tienen, que no lo creería sino el que lo viese. Ellos de cosa que tengan, pidiéndola, jamás dicen de no; antes, convidan la persona con ello, y muestran tanto amor que darían los corazones, y, quieren sea cosa de valor, quien sea de poco precio, luego por cualquiera cosica, de cualquiera manera que sea que se le dé, por ello se van contentos. Yo defendí que no se les diesen cosas tan civiles como pedazos de escudillas rotas, y pedazos de vidrio roto, y cabos de agujetas aunque, cuando ellos esto podían llegar, les parecía haber la mejor joya del mundo; que se acertó haber un marinero, por una agujeta, de oro peso de dos castellanos y medio; y otros, de otras cosas que muy menos valían, mucho más; ya por blancas nuevas daban por ellas todo cuanto tenían, aunque fuesen dos ni tres castellanos de oro, o una arroba o dos de algodón hilado. Hasta los pedazos de los arcos rotos, de las pipas tomaban, y daban lo que tenían como bestias; así que me pareció mal, y yo lo defendí, y daba

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yo graciosas mil cosas buenas, que yo llevaba, porque tomen amor, y allende de esto se hagan cristianos, y se inclinen al amor y servicio de Sus Altezas y de toda la nación castellana, y procuren de ayuntar y nos dar de las cosas que tienen en abundancia, que nos son necesarias. Y no conocían ninguna seta ni idolatría salvo que todos creen que las fuerzas y el bien es en el cielo, y creían muy firme que yo con estos navíos y gente venía del cielo, y en tal catamiento me recibían en todo cabo, después de haber perdido el miedo. Y esto no procede porque sean ignorantes, y salvo de muy sutil ingenio y hombres que navegan todas aquellos mares, que es maravilla la buena cuenta que ellos dan de todo; salvo porque nunca vieron gente vestida ni semejantes navíos.

Y luego que llegué a Indias, en la primera isla que hallé tomé por fuerza algunos de ellos, para que deprendieran y me diesen noticia de lo que había en aquellas partes, así fue que luego entendieron, y nosotros a ellos, cuando por lengua o señas; y estos han aprovechado mucho. Hoy en día los traigo que siempre están de propósito que vengo del cielo, por mucha conversación que hayan habido conmigo; y estos eran los primeros a pronunciarlo adonde yo llegaba, y los otros andaban corriendo de casa

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en casa y a las villas cercanas con voces altas: vengan, vengan a ver la gente del cielo; así, todos, hombres como mujeres, después de haber el corazón seguro de nos, venían que no quedaban grande ni pequeño, y todos traían algo de comer y de beber, que daban con un amor maravilloso. Ellos tienen en todas las islas muy muchas canoas, a manera de fustas de remo, de ellas mayores, de ellas menores; y algunas son mayores que una fusta de diez y ocho bancos. No son tan anchas, porque son de un solo madero; mas una fusta no tendrá con ellas al remo, porque van que no es cosa de creer. Y con estas navegan todas aquellas islas que son innumerables, y tratan sus mercaderías. Alguna de estas canoas he visto con 70 y 80 hombres en ella, y cada uno con su remo.

En todas estas islas no vi mucha diversidad de la hechura de la gente, ni en las costumbres ni en la lengua; salvo que todos se entienden, que es cosa muy singular para lo que espero que determinarán Sus Altezas para la conversión de ellos a nuestra santa fe, a la cual son muy dispuestos.

Ya dije como yo había andado 107 leguas por la costa de la mar por la derecha línea de occidente a oriente por

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la isla de Juana, según el cual camino puedo decir que esta isla es mayor que Inglaterra y Escocia juntas; porque, se hallan en estas 107 leguas, me quedan de la parte de poniente dos provincias que yo no he andado, la una de las cuales llaman Avan, adonde nace la gente con cola; las cuales provincias no pueden tener en longura menos de 50 o 60 leguas, según pude entender de estos Indios que yo tengo, los cuales saben todas las islas.

Esta otra Española en cierco tiene más que la España toda, desde Colibre, por costa de mar, hasta Fuenterrabía en Vizcaya, pues en una cuadra anduve 188 grandes leguas por línea recta de occidente a oriente. Esta es para desear, y vista, para nunca dejar; en la cual, puesto que de todas tenga tomada posesión por Sus Altezas, y todas sean más abastadas de lo que yo sé y puedo decir, y todas las tengo por de Sus Altezas, cual de ellas pueden disponer como y tan cumplidamente como de los reinos de Castilla, en esta Española, en el lugar más convenible y mejor comarca para las minas del oro y de todo trato así de la tierra firme de aquí como de aquella de allá del Gran Can, adonde habrá gran trato y ganancia, he tomado posesión de una villa grande, a la cual puse nombre la villa de Navidad; y en ella he hecho fuerza y

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fortaleza, que ya a estas horas estará del todo acabada, y he dejado en ella gente que abasta para semejante hecho, con armas y artillerías y vituallas por más de un año, y fusta, y maestro de la mar en todas artes para hacer otras, y grande amistad con el rey de aquella tierra, en tanto grado, que se preciaba de me llamar y tener por hermano, y, aunque le mudase la voluntad a ofender esta gente, él ni los suyos no saben que sean armas, y andan desnudos, como ya he dicho, y son los más temerosos que hay en el mundo; así que solamente la gente que allá queda es para destruir toda aquella tierra; y es isla sin peligros de sus personas, sabiéndose regir.

En todas estas islas me parece que todos los hombres están contentos con una mujer, y a su mayoral o rey dan hasta veinte. Las mujeres me parece que trabajan más que los hombres. Ni he podido entender si tienen bienes propios; me pareció ver que aquello que uno tenía todos hacían parte, en especial de las cosas comederas.

En estas islas hasta aquí no he hallado hombres monstruosos, como muchos pensaban, mas antes es toda gente de muy lindo acatamiento, ni son negros como en Guinea, salvo con sus cabellos correndíos, y no se crían

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adonde hay ímpeto demasiado de los rayos solares; es verdad que el sol tiene allí gran fuerza, puesto que es distante de la línea equinoccial veinte y seis grados. En estas islas, adonde hay montañas grandes, allí tenía fuerza el frío este invierno; mas ellos lo sufren por la costumbre, y con la ayuda de las viandas que comen con especias muchas y muy calientes en demasía. Así que monstruos no he hallado, ni noticia, salvo de una isla Quaris, la segunda a la entrada de las Indias, que es poblada de una gente que tienen en todas las islas muy feroces, los cuales comen carne humana. Estos tienen muchas canoas, con las cuales corren todas las islas de India, y roban y toman cuanto pueden; ellos no son más deformes que los otros, salvo que tienen costumbre de traer los cabellos largos como mujeres, y usan arcos y flechas de las mismas armas de cañas, con un palillo al cabo, por defecto de hierro que no tienen. Son feroces entre estos otros pueblos que son en demasiado grado cobardes, mas yo no los tengo en nada más que a los otros. Estos son aquellos que tratan con las mujeres de Matinino, que es la primera isla, partiendo de España para las Indias, que se halla en la cual no hay hombre ninguno. Ellas no usan ejercicio femenil, salvo arcos y flechas, como los sobre dichos, de cañas, y se arman y cobijan con launes de arambre, de que tienen mucho.

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Otra isla hay, me aseguran mayor que la Española, en que las personas no tienen ningún cabello. En esta hay oro sin cuento, y de esta y de las otras traigo conmigo indios para testimonio.

En conclusión, a hablar de esto solamente que se ha hecho este viaje, que fue así de corrida, pueden ver Sus Altezas que yo les daré oro cuanto hubieren menester, con muy poquita ayuda que Sus Altezas me darán; ahora, especiería y algodón cuanto Sus Altezas mandarán, y almástiga cuanta mandarán cargar, y de la cual hasta hoy no se ha hallado salvo en Grecia en la isla de Xío, y el señorío la vende como quiere, y lignaloe cuanto mandarán cargar, y esclavos cuantos mandarán cargar, y serán de los idólatras; y creo haber hallado ruibarbo y canela, y otras mil cosas de sustancia hallaré, que habrán hallado la gente que yo allá dejo; porque yo no me he detenido ningún cabo, en cuanto el viento me haya dado lugar de navegar; solamente en la villa de Navidad, en cuanto dejé asegurado y bien asentado. Y a la verdad, mucho más haría, si los navíos me sirvieran como razón demandaba.

Esto es harto y eterno Dios Nuestro Señor, el cual da a todos aquellos que andan su camino victoria de

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cosas que parecen imposibles; y esta señaladamente fue la una; porque, aunque de estas tierras hayan hablado o escrito, todo va por conjetura sin allegar de vista, salvo comprendiendo a tanto, los oyentes los más escuchaban y juzgaban más por habla que por poca cosa de ello. Así que, pues nuestro redentor dio esta victoria a nuestros ilustrísimos rey y reina y a sus reinos famosos de tan alta cosa, adonde toda la cristiandad debe tomar alegría y hacer grandes fiestas, y dar gracias solemnes a la Santa Trinidad con muchas oraciones solemnes por el tanto ensalzamiento que habrán, en tornándose tantos pueblos a nuestra santa fe, y después por los bienes temporales; que no solamente la España, mas todos los cristianos tendrán aquí refrigerio y ganancia.

Esto, según el hecho, así en breve. Fecha en la carabela, sobre las islas de Canaria, a 15 de febrero, año 1493. Hará lo que mandes.

El almirante, después de esta escrita, y estando en mar de Castilla, salió tanto viento conmigo sur y sureste, que me ha hecho descargar los navíos. Pero corrí aquí en este puerto de Lisboa hoy, que fue la mayor maravilla del mundo, adonde acordé escribir a Sus Altezas. En todas las Indias he siempre hallado los temporales como

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en mayo; adonde yo fui en 33 días, y volví en 28, salvo que estas tormentas me han detenido 13 días corriendo por este mar. Dicen acá todos los hombres de la mar que jamás hubo tan mal invierno ni tantas pérdidas de naves.

Hecha a 4 días de marzo.

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CARTA DEL TERCER VIAJE

Partí en nombre de la Santísima Trinidad el miércoles 30 de mayo de 1498 de Sanlúcar de Barrameda y navegué a las Islas Madera por camino no acostumbrado, por evitar los perjuicios que me hubiera causado una armada francesa que me aguardaba cerca del cabo de San Vicente, y de allí a las Islas Canarias. De aquí partí con una nave y dos carabelas; envié los otros navíos directamente a la Isla Española, y yo navegué rumbo al sur con propósito de llegar a la línea equinoccial, y de allí seguir al poniente hasta que la Española quedase al norte.

Llegando a las islas de Cabo Verde (falso nombre, porque son tan secas que no vi en ellas cosa verde alguna) con toda la gente enferma, no osé detenerme en ellas y navegué al sudoeste 480 millas, donde anocheciendo tenía la Estrella Polar en cinco grados. Allí me desampara el viento y entré en una zona de calor tan grande, que creí que se me quemarían los navíos y la gente. El desorden fue tal que no había persona que osase descender bajo cubierta a reparar las vasijas y víveres. Duró este calor ocho días, el primero de los cuales fue soleado y los

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siete siguientes de lluvia y nublados, que si hubiesen sido soleados como el primero creo que no hubiéramos podido escapar de manera alguna.

Plugo a Nuestra Señora, al cabo de esos ocho días, darme buen viento de levante y yo seguí al poniente, mas no osé declinar hacia el sur porque hallé grandísimo cambio en el cielo y las estrellas. Decidí, pues, mantener rumbo Oeste y navegar a la altura de Sierra Leona hasta donde había pensado encontrar tierra para reparar los navíos, remediar la escasez de víveres y tomar agua, que ya no tenía. Al cabo de diecisiete días en que Nuestro Señor me dio viento favorable, el martes 31 de julio, al mediodía, avistamos tierra. Yo la esperaba desde el lunes anterior y había mantenido el rumbo invariable hasta entonces, más el martes, al salir el sol, careciendo ya de agua, decidí dirigirme a las islas de los caribes y tomé esa dirección.

Como su Alta Majestad siempre ha usado misericordia conmigo, por suerte subió un marinero a la gavia y vio al poniente tres montañas juntas. Dijimos la Salve Regina y otras oraciones, y dimos todos muchas gracias a Nuestro Señor; después dejé el camino al norte y me dirigí a

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tierra; llegué con el crepúsculo al cabo que llamé de la Galea (hoy cabo Galeote) después de haber bautizado a la isla con el nombre de Trinidad. Allí hubiera encontrado puerto de haber sido más hondo; había casas, gente y muy lindas tierras, tan hermosas y verdes como las huertas de Valencia en marzo. Pesó cuando no pude entrar a puerto, y recorrí la costa hasta el extremo oeste; navegadas cinco leguas hallé fondo y anclé las naves. Al día siguiente me di a la vela buscando puerto para reparar los navíos y tomar agua y víveres. Tomé una pipa de agua y con ella anduve hasta llegar al cabo; allí hallé abrigo del viento de levante y buen fondo, donde mandé a echar el ancla, reparar los toneles y tomar agua y leña, y envié gente a tierra a descansar de tanto tiempo que andaban penando.

A esta punta la llamé del Arenal (hoy punta de Icacos) y allí se halló la tierra hollada de unos animales que tenían las patas como de cabra que, según parece, había en abundancia, aunque no se vio sino uno muerto. Al día siguiente vino del oriente una gran canoa con 24 hombres, todos mancebos, muy ataviados y armados de arcos, flechas y escudos, de buena figura y no negros, sino más blancos que los otros que he visto en las Indias, de lindos gestos y hermosos cuerpos, con los cabellos

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cortados al uso de Castilla. Traían la cabeza atada con un pañuelo de algodón tejido a labores y colores tan finos, que yo creí eran de gasa. Traían otro de estos pañuelos ceñido a la cintura y se cubrían con él en lugares, más yo les mandaba a hacer señas de acercarse. En esto se pasaron más de dos horas; si es de taparrabo.

Cuando llegó la canoa sus ocupantes hablaron de lejos, y ni yo ni otro alguno les entendimos un poco, luego se alejaban. Yo les hacía mostrar bacines y otras cosas que lucían enamorándose para que viniesen; al cabo de buen rato se acercaron algo más de lo que hasta entonces habían hecho. Yo deseaba lograr información, y no teniendo ya cosa que mostrarles para atraerlos mandé subir un tamboril al castillo de popa para que tañesen, y unos mancebos para que danzaran, creyendo que se acercarían a ver la fiesta; más cuando vieron tañer y danzar dejaron los remos y echaron mano a los arcos y los encordaron, embrazó cada uno su escudo y comenzaron a tirarnos flechas.

Cesó el tañer y el danzar y mandé a sacar una ballesta; ellos me dejaron y se dirigieron a otra carabela y de golpe se fueron debajo de la popa. El piloto entró con ellos y

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dio un sayo y un bonete al que le pareció ser el principal de la canoa, concertando que iría a hablar con ellos a la playa. Estos allá se fueron y le esperaron, pero como él no quiso ir sin mi licencia, al verlo venir con la barca a mi nave regresaron a la canoa y se fueron; nunca más los vi, ni a ellos ni a otros de esta isla.

Cuando llegué a la punta del Arenal hallé una boca grande, de dos leguas de anchura de poniente a levante, que se abre entre la isla de Trinidad y la Tierra de Gracia; para pasar al sur había que pasar unos hileros de corrientes que atravesaban la boca y traían un rugir muy grande; creí que sería un arrecife de bajos y peñas infranqueables. Detrás de esta había otro hilero, y otro más, trayendo todos un rugir tan grande como las olas de la mar que van a romper y dar en peñas. Fondeé en dicha punta, fuera de la boca, y hallé que venía agua del oriente hasta el poniente con tanta furia como hace el Guadalquivir en tiempos de avenida, y esto continuó día y noche, tanto que creí que no podría volver atrás por la corriente ni ir adelante por los bajos.

En la noche, ya muy tarde, estando a bordo de la nave oí un rugir muy terrible que venía del sur hacia nosotros.

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Me paré a mirar y vi que, levantando la mar de poniente a levante, venía una loma tan alta como la nave, y todavía venía hacia mí poco a poco; sobre ella venía un hilero de corriente rugiendo con gran estrépito, con aquella furia del rugir que dije me parecían ondas de la mar que daban en peñas. Aún hoy en día tengo miedo en el cuerpo, pues creí me volcaría la nave cuando llegase bajo ella. Pasó la ola y llegó hasta la boca, donde se mantuvo por mucho tiempo.

Al día siguiente envíe la barca a sondear la boca y hallé que en el lugar más bajo tenía seis o siete brazas de fondo, y de continuo andaban aquellos hileros, unos por entrar y otros por salir. Plugo a Nuestro Señor darme buen viento y atravesé la boca hacia adentro, donde hallé tranquilidad. Por suerte se sacó agua del mar y la hallé dulce. Navegué hacia el sur, hasta una sierra muy alta, distante unas 26 leguas de la punta del Arenal; allí habían dos cabos de tierra muy alta, el uno hacia el oriente, perteneciendo a la isla de Trinidad, y el otro hacia occidente, correspondiente a la Tierra de Gracia. Hallé una boca muy angosta (Boca Grande) más estrecha que la existente en la punta del Arenal con los mismos hileros y el mismo rugir fuerte del agua; como allá, el mar era dulce.

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Hasta entonces yo no había logrado información de ninguna gente de estas tierras, y lo deseaba vivamente. Por tanto, navegué a lo largo de la costa hacia el poniente; cuanto más andaba hallaba el agua de la mar más dulce y sabrosa. Navegando un gran trecho, llegué a un lugar cuyas tierras me parecieron labradas; allí fondeé y envié las barcas a tierra, donde hallaron que los habitantes se habían ido recientemente, y encontraron el monte cubierto de monos; regresaron, y considerando que ésta era tierra montuosa y que me parecía que hacia el poniente las tierras eran más llanas y estarían más pobladas, mandé levar anclas y recorrí la costa hasta el cabo de la serranía, donde anclé en un río.

Luego vino mucha gente, y me dijeron que llamaban a esta tierra Paria, y que hacia el poniente estaba más poblado. Tomé cuatro de ellos y navegué hacia ese rumbo; andadas unas ocho leguas, más allá de una punta que llamé de la Aguja (punta de Alcatraces) hallé las tierras más hermosas del mundo, muy pobladas. Llegué allí una mañana, antes del mediodía, y por ver este verdor y esta hermosura acordé fondear y ver los pobladores, de los cuales algunos vinieron en canoas a rogarme, de parte de su rey, que descendiese a tierra. Cuando vieron que no

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hice caso de ellos vinieron a la nave en numerosas canoas, y muchos traían piezas de oro al cuello, y algunos, perlas atadas a sus brazos. Me alegró mucho verlas y procuré con empeño saber dónde las hallaban; me dijeron que allí y en la parte norte de aquella tierra.

Quise detenerme, más los víveres que traía, trigo, vino y carne para esta gente de acá, que obtuve en España con tanta fatiga, se me hubieran echado a perder. Por tanto, yo no buscaba sino llevar los bastimentos a lugar seguro y no detenerme en parte alguna. Procuré conseguir algunas perlas y envié las barcas a tierra. Esta gente es muy numerosa, toda muy bien parecida, del mismo color que los que vi, y muy tratable; la gente nuestra que fue a tierra los halló muy tratables, y fueron recibidos muy honrosamente. Dicen que luego que llegaron las barcas a tierra vinieron dos personajes principales con todo el pueblo; creen que el uno era el padre y el otro el hijo. Los llevaron a una casa muy grande hecha a dos aguas, no redonda como tiendas de campo que son otras. Allí tenían muchas sillas donde los hicieron sentar y también ellos tomaron asiento, e hicieron traer pan, gran variedad de frutas y vino de muchas clases, blanco y tinto, aunque no de uvas; deben ser producidos de diversas frutas, así

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como de maíz, que es una simiente que hace una espiga como una mazorca, de la cual llevé yo allá y hay mucha en Castilla; parece que el que lo producía mejor lo tenía en alta estima y lo vendía en alto precio.

Los hombres estaban todos juntos a un extremo de la mesa y las mujeres al otro. Recibieron ambas partes gran pena porque no podían entenderse, ellos para preguntar a los otros por nuestra patria, y los nuestros por saber de la de ellos. Después de haber comido en casa del más viejo los llevó el mozo a la suya, donde hicieron otro tanto. Más tarde los llevaron a las barcas en que vinieron a la nave. Yo levé anclas porque andaba muy de prisa por poner en lugar seguro los víveres que había obtenido con tanta fatiga, y que estaban deteriorándose, y también por remediarlo a mí mismo, pues estaba enfermo de los ojos por falta de sueño; pues si bien es cierto que cuando fui a descubrir la Tierra Firme estuve treinta y tres días sin dormir y quedé algún tiempo sin vista, no se me dañaron tanto los ojos ni se me inyectaron de sangre, ni sufrí tantos dolores como ahora.

Esta gente, como ya dije, son todos de muy linda estatura, altos de cuerpo y de lindos gestos, de cabellos

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largos y lacios, y traen las cabezas atadas con unos pañuelos labrados, como ya dije, hermosos, que parecen de lejos de seda y gasa; traen otro más largo ceñido a manera de taparrabo, tanto los hombres como las mujeres. El color de esta gente es más blanco que otros que he visto en las Indias; todos traían al cuello algo a la usanza de esta tierra, y muchos traían piezas de oro bajo colgadas al cuello. Sus canoas son muy grandes y de mejor hechura que otras que he visto, y más livianas; en medio de cada una tienen un apartamento como cámara, en que vi andaban los principales con sus mujeres. Llamé a este lugar Jardines porque a esto se asemejan. Asiduamente procuré saber dónde cogían aquel oro, y todos me señalaban una tierra frente a ellos hacia el poniente que era alta, mas no lejana. Pero todos me decían que no fuera, porque allá se comían a los hombres, de lo que deduje que sus habitantes eran caníbales y que serían como los caribes, más después he pensado que pudiera ser que lo dijeran porque allí habían animales feroces. También les pregunté dónde cogían las perlas, y me señalaron el poniente y el norte, detrás de las tierras en que estábamos. No intente comprobarlo por lo de los víveres, por la enfermedad de mis ojos y porque una nave grande que traigo no es apropiada para semejante hecho.

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El tiempo transcurrido en tierra fue breve y se pasó todo en preguntas. Cuando los nuestros regresaron a los navíos, lo que sería al atardecer, levé anclas y navegué al poniente, y así mismo al día siguiente, hasta que hallé que no habían más que tres brazas de fondo, creyendo yo todavía que esta era una isla y que no podría salir al norte; y así visto, envié una carabela ligera adelante a ver si había salida o si estaba cerrado. Así anduve mucho camino hasta un golfo grande, en el cual parecía que había otros cuatro medianos, saliendo de uno de ellos un río grandísimo. Hallaron siempre cuatro brazas de fondo y el agua muy dulce, en cantidad tan grande como jamás antes vi.

Quedé muy descontento cuando comprendí que no podía salir al norte, al sur ni al poniente porque estaba cercado por todas partes de tierra; por tanto, levé anclas y torné atrás para salir al norte por la boca que antes descubrí, sin poder regresar a la población que había visitado por causa de las corrientes, que me desviaron. En todo cabo hallaba el agua dulce y clara que me llevaba con fuerza al oriente, hacia las dos bocas a que me he referido; entonces conjeturé que los hilos de la corriente y aquellas lomas que salían y entraban en estas bocas con

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aquel rugir tan fuerte era la pelea del agua dulce con la salada. La dulce empujaba a la otra para que no entrase, y la salada luchaba para que la otra no saliese. Conjeturé que allí donde están situadas las dos bocas en un tiempo hubo tierra continua que unía la isla de Trinidad con Tierra de Gracia, como podrán ver Vuestras Altezas del mapa que con ésta les envío. Salí por la boca del norte y hallé que el agua dulce siempre vencía; cuando pasé, lo que hice a fuerza de viento, estando en una de aquellas lomas hallé en aquellos hilos de la parte de dentro el agua dulce, y en los de fuera, salada.

Yo siempre creí que la Tierra era esférica; las autoridades y las experiencias de Ptolomeo y todos los demás que han escrito sobre este tema daban y mostraban como ejemplo de ello los eclipses de luna y otras demostraciones que hacen de oriente a occidente, como el hecho de la elevación del Polo de Septentrión en Austro. Mas ahora he visto tanta deformidad que, puesto a pensar en ello, halló que el mundo no es redondo en la forma que han descrito, sino que tiene forma de una pera que fuese muy redonda, salvo allí donde tiene el pezón o punto más alto; o como una pelota redonda que tuviere puesta en ella como una teta de mujer, en cuya parte es más alta la tierra y más próxima al cielo. Es en esta

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región, debajo de la línea equinoccial, en el Mar Océano, el fin del oriente, donde acaban todas las tierras e islas...

Torno a mi propósito referente a la Tierra de Gracia, al río y lago que allí hallé, tan grande que más se le puede llamar mar que lago, porque lago es lugar de agua, y en siendo grande se le llama mar, por lo que se les llama de esta manera al de Galilea y al Muerto. Y digo que si este río no procede del Paraíso Terrenal, viene y procede de tierra infinita, del Continente Austral, del cual hasta ahora no se ha tenido noticia; mas yo muy asentado tengo en mi ánima que allí donde dije, en Tierra de Gracia, se halla el Paraíso Terrenal.

Y ahora, hasta tanto sepan las noticias de las nuevas tierras que he descubierto, en las cuales tengo asentado en mi ánima que está el Paraíso Terrenal, irá el adelantado con tres navíos bien aviados para ello a ver más adelante, y descubrirá todo lo que pudiere hacia aquellas partes. Entretanto yo enviaré a Vuestras Altezas esta carta y el mapa de las nuevas tierras, y acordarán lo que se deba hacer, y me enviarán sus órdenes, que se cumplirán diligentemente con ayuda de la Santísima Trinidad, de manera que Vuestras Altezas sean servidos y hayan placer. Deo gratia.

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CARTA DEL CUARTO VIAJE

En su calidad de «Virrey y Almirante y Gobernador General» de las Indias, Cristóbal Colón escribió a los reyes de España esta carta desde Jamaica, luego de concretar lo que fue su cuarta travesía por el océano hasta las tierras que había descubierto. Y fue este el peor de todos sus viajes, pues a los embates de su salud quebrantada se sumaron los de las inclemencias del tiempo y los de su tripulación hambrienta y cansada.

Intencionalmente se conservaron algunas usanzas del tiempo en la escritura.

Serenísimos y muy altos y poderosos príncipes rey y reina, nuestros señores:

De Cádiz pasé a Canaria en cuatro días, y de allí a las Indias en diez y seis días, de donde escribí. Mi intención era dar prisa a mi viaje en cuanto yo tenía los navíos buenos, la gente y los bastimentos, y que mi derrota era en la Isla de Jamaica; y en la Isla Dominica escribí esto; hasta allí traje el tiempo a pedir por la boca. Esa noche que allí entré fue con tormenta, y grande, y me persiguió

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después siempre. Cuando llegué sobre la Española envié el envoltorio de cartas, y a pedir por merced un navío por mis dineros, porque otro que yo llevaba era innavegable y no sufría velas. Las cartas tomaron, y sabrán, si se las dieron, la respuesta. Para mí fue mandarme de parte de ahí que yo no pasase ni llegase a la tierra; cayó el corazón a la gente que iba conmigo, por temor de los llevar yo lejos, diciendo que si algún caso de peligro les viniese que no serían remediados allí, antes les sería hecha alguna grande afrenta. También a quien plugo dijo el Comendador había de proveer las tierras que yo ganase. La tormenta era terrible, y en aquella noche me desmembró los navíos: a cada uno llevó por su cabo sin esperanzas, salvo de muerte; cada uno de ellos tenía por cierto que los otros estaban perdidos. ¿Quién nació, sin quitar a Job, que no muriera desesperado, que por mi salvación y la de mi hijo, hermano y amigos me fuese en tal tiempo defendida la tierra y los puertos que yo, por la voluntad de Dios, gané a España sudando sangre? Y torno a los navíos que así me había llevado la tormenta y dejado a mí solo.

Deparómelos nuestro señor cuando le plugo. El navío sospechoso había echado a la mar por escapar hasta la Isla la Gallega; perdió la barca, y todos, gran parte de los

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bastimentos; en el que yo iba, abalumado a maravilla, nuestro Señor le salvó, que no hubo daño de una paja. En el «sospechoso» iba mi hermano; y él, después de Dios, fue su remedio. Y con esta tormenta, así a gatas me llegué a Jamaica, allí se mudó de mar alta en calmería y grande corriente, y me llevó hasta el Jardín de la reina sin ver tierra. De allí, cuando pude, navegué a la tierra firme, adonde me salió el viento y la corriente terrible al opósito; combatí con ellos sesenta días, y, en fin, no le pude ganar más de 70 leguas. En todo este tiempo no entré en puerto, ni pude, ni me dejó tormenta del cielo, agua y trombones y relámpagos de continuo, que parecía el fin del mundo. Llegué al cabo de Gracias a Dios, y de allí me dio nuestro Señor próspero el viento y la corriente. Esto fue a 12 de setiembre. Ochenta y ocho días había que no me había dejado espantable tormenta, a tanto que no vide el sol ni estrellas por mar; que a los navíos tenía yo abiertos, a las velas rotas, y perdidas anclas y jarcia, cables, con las barcas y muchos bastimentos, la gente muy enferma, y todos contritos, y muchos con promesa de religión, y no ninguno sin otros votos y romerías. Muchas veces habían llegado a se confesar los unos a los otros.

Otras tormentas se han visto, más no duraron tanto

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ni con tanto espanto. Muchos empezaron a llorar hartos y hartas veces que teníamos por esforzados. El dolor del hijo que yo tenía allí me arrancaba el ánima, y más por verle de tan nueva edad, de 15 años, en tanta fatiga y durar en ello tanto; nuestro señor le dio tal esfuerzo que él avivaba a los otros, y en las obras hacia él como si hubiera navegado ochenta años, y él me consolaba. Yo había adolecido y llegado hartas veces a la muerte. De una camarilla que yo mandé hacer sobre cubierta, mandaba la vía. Mi hermano estaba en el peor navío y más peligroso. Gran dolor era el mío, y mayor porque lo truje contra su grado; porque, por mi dicha, poco me han aprovechado veinte años de servicio que yo he servido con tantos trabajos y peligros, que hoy día no tengo en Castilla una teja; si quiero comer o dormir no tengo, salvo al mesón o taberna, y las más de las veces falta para pagar el escote. Otra lástima me arrancaba el corazón por las espaldas, y era de don Diego mi hijo, que yo dejé en España tan huérfano y desposesionado de mi honra y hacienda; bien que tenía por cierto que allá, como justos y agradecidos príncipes, le restituirían con acrecentamiento en todo.

Llegué a tierra de Cariay, adonde me detuve a remediar

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los navíos y bastimentos y dar aliento a la gente, que venía muy enferma. Yo, que, como dije, había llegado muchas veces a la muerte, allí supe de las minas de oro de la provincia de Ciamba, que yo buscaba. Dos indios me llevaron a Carambaru, adonde la gente anda desnuda y lleva al cuello un espejo de oro; mas no le querían vender ni dar a trueque. Me nombraron muchos lugares en la costa de la mar adonde decían que había oro y minas; el postrero era, Veragua, y lejos de allí obra de 25 leguas; partí con intención de tentarlos a todos, y llegado ya el medio supe que había minas a dos jornadas de andadura; acordé de enviarlas a ver víspera de San Simón y Judas, que había de ser la partida; en esa noche se levantó tanta mar y viento, que fue necesario de correr hacia adonde él quiso; y el indio adalid de las minas, siempre conmigo. En todos estos lugares adonde yo había estado hallé verdad todo lo que yo había oído; esto me certificó que es así de la provincia de Ciguare, que según ellos es descrita nueve jornadas de andadura por tierra al poniente; allí dicen que hay infinito oro, y que traen corales en las cabezas, manillas a los pies y a los brazos dello, y bien gordas, y dél sillas, arcas y mesas las guarnecen y enforran.

También dijeron que las mujeres de allí traían collares

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colgados de la cabeza a las espaldas. En esto que yo digo, la gente toda de estos lugares conciertan en ello, y dicen tanto que yo estaría contento con el diezmo. También todos conocieron la pimienta. En Ciguare usan tratar en ferias y mercaderías; estas personas así lo cuentan, y me mostraban el modo y forma que tienen en la barata. Otrosí, dicen que sus naos traen bombardas, arcos y flechas, espadas y corazas; andan vestidos, y en la tierra hay caballos y usan la guerra y traen ricas vestiduras, y tienen buenas cosas. También dicen que la mar boja a Ciguare, y de allí a 10 jornadas es el río Ganges. Parece que estas tierras están con Veragua como Tortosa con Fuenterrabía o Pisa con Venecia. Cuando yo partí de Carambaru y llegué a esos lugares que dije, hallé la gente en aquel mismo uso, salvo que los espejos de oro quien los tenía los daba por tres cascabeles de gavilán por el uno, bien que pesasen 10 o 15 ducados de peso. En todos sus usos son como los de la Española. El oro cogen con otras artes, bien que todos son nada con los de los cristianos.

Esto que yo he dicho es lo que he oído. Lo que yo sé es que el año de 94 navegué en 24° al poniente en término de nueve horas, y no pudo haber yerro porque hubo eclipses: el sol estaba en Libra y la luna en Ariete.

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También esto que yo supe por palabra haberlo sabido largo por escrito. Tolomeo creyó de haber bien remedado a Marino, y ahora se halla su escritura bien propincua al cierto. Tolomeo asienta Catigara a 12 líneas lejos de su Occidente, que él asentó sobre el cabo de San Vicente, en Portugal, dos grados y un tercio. Marino en 15 líneas constituyó la tierra y términos. Marino en Etiopía escribe al Indo la línea equinoccial más de 24°, y ahora que los portugueses le navegan le hallan cierto. Tolomeo dice que la tierra más austral es el plazo primero, y que no baja más de 15° y un tercio. Y el mundo es poco: el enjuto de ello es seis partes; la séptima solamente cubierta de agua; la experiencia ya está vista, y la escribí por otras letras y con adornamiento de la Sacra Escritura, con el sitio del Paraíso terrenal, que la santa Iglesia aprueba; digo que el mundo no es tan grande como dice el vulgo, y que un grado equinoccial está 56 millas y dos tercios: pero esto se tocará con el dedo. Dejo esto, por cuanto no es mi propósito hablar en aquella materia, salvo de dar cuenta de mi duro y trabajoso viaje, bien que él sea el más noble y provechoso.

Digo que la víspera de San Simón y Judas corrí donde el viento me llevaba, sin poder resistirle. En un puerto excusé diez días de gran fortuna de la mar y del cielo,

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y allí acordé de no volver atrás a las minas, y dejélas ya por ganadas. Partí, por seguir mi viaje, lloviendo; llegué a puerto de Bastimentos, adonde entré, y no de grado: la tormenta y gran corriente me entró allí catorce días; y después partí, y no con buen tiempo. Cuando yo hube andado 15 leguas, forzosamente me reposó atrás el viento y corriente con furia; volviendo yo al puerto de donde había salido, fallé en el camino al Retrete, donde me retruje con harto peligro y enojo, y bien fatigado yo y los navíos y la gente; detúveme allí quince días, que así lo quiso el cruel tiempo; y cuando creí de haber acabado me hallé de comienzo; allí mudé de sentencia de volver a las minas y hacer algo hasta que me viniese tiempo para mi viaje y marear; y llegado con 4 leguas, revino la tormenta, y me fatigó tanto a tanto que ya no sabía de mi parte. Allí se me refrescó del mal la llaga: nueve días anduve perdido sin esperanza de vida; ojos nunca vieron la mar tan alta, fea y hecha espuma. El viento no era para ir adelante, ni daba lugar para correr hacia algún cabo. Allí me detenía en aquella mar hecha sangre, hirviendo como caldera por gran fuego. El cielo jamás fue visto tan espantoso: un día con la noche ardió como horno, y así echaba la llama con los rayos, que cada vez miraba yo si me había llevado los másteles y velas; venían con tanta

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furia espantables, que todos creíamos que me habían de fundir los navíos. En todo este tiempo jamás cesó el agua del cielo, y no para decir que llovía, salvo que secundaba otro diluvio. La gente estaba ya tan molida que deseaban la muerte para salir de tantos martirios. Los navíos ya habían perdido dos veces las barcas, anclas, cuerdas, y estaban abiertos, sin velas.

Cuando plugo a nuestro señor volví a Puerto Gordo, adonde reparé lo mejor que pude. Volví otra vez hacia Veragua para mi viaje, aunque yo no estuviera para ello. Todavía era el viento y la corriente contrarios...

Llegué casi adonde antes, y allí me salió otra vez el viento y corrientes al encuentro, y volví otra vez al puerto: que no osé esperar la oposición de Saturno con mares tan desbaratados en costa brava, porque las más de las veces trae tempestad o fuerte viento. Esto fue el día de Navidad en horas de misa. Volví otra vez adonde yo había salido, con harta fatiga, y pasado año nuevo torné a la porfía: aunque me hiciera buen tiempo para mi viaje, ya tenía los navíos innavegables y la gente muerta y enferma. Día de la Epifanía llegué a Veragua, ya sin aliento; allí me deparó nuestro señor un río y seguro puerto, bien que a la

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entrada no tenía salvo 10 palmos de fondo; metíme en él con pena, y el día siguiente recordó la fortuna: si me falla fuera, no pudiera entrar a causa del banco. Llovió sin cesar hasta 14 de febrero, que nunca hubo lugar de entrar en la tierra ni de me remediar en nada; y estando ya seguro, a 24 de enero, de improviso el río muy alto y fuerte; quebró las amarras y proeles, y hubo de llevar los navíos, y cierto los vi en mayor peligro que nunca. Remedió nuestro Señor, como siempre hizo. No sé si hubo otro con más martirios. A 6 de febrero, lloviendo, envié 70 hombres la tierra adentro; y a las 5 leguas hallaron muchas minas; los indios que iban con ellos los llevaron a un cerro muy alto, y de allí les mostraron hacia toda parte cuanto los ojos alcanzaban, diciendo que en toda parte había oro, y que hacia el poniente llegaban las minas 20 jornadas, y nombraban las villas y lugares y adonde había de ello más o menos. Después supe yo que el Quibian que había dado estos indios les había mandado que fuesen a mostrar las minas lejos y de otro su contrario; y que adentro de su pueblo cogían, cuando él quería, un hombre en diez días una mozada de oro; los indios sus criados, y testigos de esto, traigo conmigo. Adonde él tiene el pueblo llegan las barcas. Volvió mi hermano con esa gente, y todos con oro que habían cogido en cuatro horas que fue allá a la

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estada. La calidad es grande, porque ninguno de estos jamás había visto minas, y los más, oro. Los más eran gente de la mar, y casi todos grumetes.

Yo tenía mucho aparejo para edificar y muchos bastimentos. Asenté pueblo y di muchas dádivas al Quibian, que allí llaman al Señor de la tierra; y bien sabía que no había de durar la concordia: ellos muy rústicos y nuestra gente muy importunos, y que aposesionaba en su término; después que él vido las cosas hechas y el tráfago tan vivo, acordó de las quemar y matarnos a todos; muy al revés salió su propósito: quedó preso él, mujeres y hijos y criados; bien que su prisión duró poco: el Quibian se huyó a un hombre honrado, a quien se había entregado con guarda de hombres, y los hijos se fueron a un maestre de navío, a quien se dieron en 61 a buen recaudo. En enero se había cerrado la boca del río. En abril los navíos estaban todos comidos de broma, y no los podía sostener sobre el agua. En este tiempo hizo el río una canal, por donde saqué tres de ellos vacíos con gran pena. Las barcas volvieron adentro por la sal y agua. La mar se puso alta y fea, y no les dejó salir fuera; los indios fueron muchos y juntos y los combatieron, y en fin los mataron. Mi hermano y la otra gente toda estaban en un

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navío que quedó adentro; yo, muy solo, de fuera, en tan brava costa, con fuerte fiebre, en tanta fatiga; la esperanza de escapar era muerta; subí así trabajando lo más alto, llamando a voz temerosa, llorando, y muy aprisa, los maestros de la guerra de vuestras Altezas, a todos cuatro los vientos, por socorro; mas nunca me respondieron. Cansado, me adormezco gimiendo; una voz muy piadosa oí diciendo: «¡Oh, estulto y tardo a creer y a servir a tu Dios, Dios de todos! ¿Qué hizo él más por Moisés o por David sus siervos? Desde que naciste, siempre él tuvo de ti un gran cargo. Cuando te vi en edad de que él estuviera contento, maravillosamente hizo sonar tu nombre en la tierra. Las Indias, que son parte del mundo, tan ricas, te las dio por tuyas; tú las repartiste adonde te plugo, y te dio poder para ello. De los atamientos de la mar océana, que estaban cerrados con cadenas tan fuertes, te dio las llaves; y fuiste obedecido en tantas tierras, y de los cristianos cobraste tan honrada fama. ¿Qué hizo el más alto pueblo de Israel cuando le sacó de Egipto? ¿Ni por David, que de pastor hizo Rey en Judea? Tórnase a él, y conoce ya tu yerro; su misericordia es infinita; tu vejez no impedirá a toda cosa grande; muchas heredades tiene él grandísimas. Abraham pasaba de cien años cuando engendró a Isaac, ¿ni Sara era moza? Tú llamas por

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socorro incierto; responde: ¿quién te ha afligido tanto y tantas veces, Dios o el mundo? Los privilegios y promesas que da Dios no las quebranta, ni dice después de haber recibido el servicio que su intención no era esta y que se entiende de otra manera, ni da martirios por dar color a la fuerza: él va al pie de la letra; todo lo que él promete cumple con acrecentamiento: ¿esto es uso? Dicho tengo lo que tu Criador ha hecho por ti y hace con todos. Ahora medio muestra el galardón de estos afanes y peligros que has pasado sirviendo a otros». Yo, así amortecido oí todo; mas no tuve yo respuesta a palabras tan ciertas, salvo llorar por mis yerros. Acabó él de hablar, quienquiera que fuese, diciendo: «No temas, confía: todas estas tribulaciones están escritas en piedra mármol, y no sin causa». Levantéme cuando pude; y al cabo de nueve días hizo bonanza, mas no para sacar navíos del río. Recogí la gente que estaba en tierra, y todo el resto que pude, porque no bastaban para quedar y para navegar los navíos. Quedara yo a sostener el pueblo con todos, si vuestras Altezas supieran de ello. El temor que nunca aportarían allí navíos me determinó a esto, y la cuenta que cuando se haya de proveer de socorro se proveerá de todo. Partí, en nombre de la Santísima Trinidad, la noche de Pascua, con los navíos podridos, abrumados, todos

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hechos agujeros. Allí en Belén dejé uno, y hartas cosas. En buen puerto hice otro tanto. No me quedaron salvo dos en el estado de los otros, y sin barcas y bastimentos, por haber de pasar 7000 millas de mar y de agua o morir en la vía con hijo y hermano y tanta gente. Respondan ahora los que suelen tachar y reprender, diciendo allá de en salvo: ¿por qué no haces esto allí? Los quisiera yo en esta jornada. Yo bien creo que otra de otro saber los aguarda: a nuestra fe es ninguna.

Llegué el 15 de mayo a la provincia de Mago, que parte con aquella del Catayo, y de allí partí para la Española; navegué dos días con buen tiempo, y después fue lo contrario. El camino que yo llevaba era para desechar tanto número de islas, para no desembarcar en los bajos de ellas. La mar brava me hizo fuerza, y hube volver atrás sin velas; surgí a una isla donde de golpe perdí tres anclas, y a la medianoche, que parecía que el mundo se ensolvía, se rompieron las amarras al otro navío, y vino sobre mí, que fue maravilla como no acabamos por hacernos rajas: el ancla, de forma que me quedó, fue ella, después de nuestro señor, quien me sostuvo. Al cabo de seis días, que ya era bonanza, volví a mi camino; así, ya perdido del todo de aparejos y con los navíos horadados

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de gusanos más que un panal de abejas, y la gente tan acobardada y perdida, pasé algo adelante de donde yo había llegado denantes; allí me torné a reposar atrás la fortuna; paré en la misma isla en más seguro puerto; al cabo de ocho días torné a la vía y llegué a Jamaica en fin de junio, siempre con vientos punteros, y los navíos en peor estado; con tres bombas, tinas y calderas no podían, con toda la gente, vencer el agua que entraba en el navío, ni para este mal de broma hay otra cura. Cometí el camino para acercarme a lo más cerca de la Española, que son 28 leguas, y no quisiera haber comenzado. El otro navío corrió a buscar puerto, casi anegado. Yo porfié la vuelta de la mar con tormenta. El navío se me anegó, que milagrosamente me trajo nuestro Señor a tierra. ¿Quién creyera lo que yo aquí escribo? Digo que de cien partes no he dicho la una en esta letra. Los que fueron con el almirante lo atestigüen. Si place a vuestras Altezas de me hacer merced de socorro un navío que pase de 64, con 200 quintales de bizcocho y algún otro bastimento, bastará para llevarme a mí y a esta gente a España de la Española. En Jamaica ya dije que no hay 28 leguas a la Española. No fuera yo, bien que los navíos estuvieran para ello. Ya dije que me fue mandado de parte de vuestras Altezas que no llegase allá. Si este mandar ha

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aprovechado, Dios lo sabe. Esta carta se envía por vía y mano de indios: grande maravilla será si allá llega. De mi viaje digo: que fueron 150 personas conmigo, en que hay hartos suficientes para pilotos y grandes marineros; ninguno puede dar razón cierta por donde fui yo ni vine. La razón es muy presta.

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ÍNDICE

Presentación 04

Carta del primer viaje 08

Carta del tercer viaje 21

Carta del cuarto viaje 34

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