Carta dirigida a los Españoles Americanos

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CARTA DIRIGIDA A LOS ESPAÑOLES AMERICANOS (JUAN PABLO VIZCARDO Y GUZMÁN) Hermanos y Compatriotas: La inmediación al cuarto siglo del establecimiento de nuestros antepasados en el Nuevo Mundo, es una ocurrencia sumamente notable, para que deje de interesar nuestra atención. El descubrimiento de una parte tan grande de la tierra, es y será siempre, para el género humano, el acontecimiento más memorable de sus anales. Mas para nosotros que somos sus habitantes, y para nuestros descendientes, es un objeto de la más grande importancia. El Nuevo Mundo es nuestra patria, su historia es la nuestra, y en ella es que debemos examinar nuestra situación presente, para determinarnos, por ella, a tomar el partido necesario a la conservación de nuestros derechos propios, y de nuestros sucesores. Aunque nuestra historia de tres siglos acá, relativamente a las causas y efectos más dignos de nuestra atención, sea tan uniforme y tan notoria que se podría reducir a estas cuatro palabras: ingratitud, injusticia, servidumbre y desolación [10] ; conviene, sin embargo, que la consideremos aquí con un poco de lentitud. Cuando nuestros antepasados se retiraron a una distancia inmensa de su país natal, renunciando no solamente el alimento, sino también a la protección civil que allí les pertenecía, y que no podía alcanzarles a tan grandes distancias, se expusieron, a costa propia, a procurarse una subsistencia nueva, con las fatigas más enormes, y con los más grandes peligros. El gran suceso que coronó los esfuerzos de los conquistadores de América, les daba, al parecer, un derecho, que aunque no era el más justo, era a lo menos mejor, que el que tenían los antiguos godos de España, para apropiarse el fruto de su valor y de sus trabajos. Pero la inclinación natural, a su país nativo, les condujo a hacerle el más generoso homenaje de sus inmensas adquisiciones; no pudiendo dudar que un servicio gratuito, tan importante, dejase de merecerles un reconocimiento proporcionado, según la costumbre de aquel siglo, de recompensar a los que habían contribuido a extender los dominios de la nación. Aunque estas legítimas esperanzas han sido frustradas, sus descendientes y los de los otros españoles, que sucesivamente han pasado a la América, aunque no conozcamos otra patria que ésta, en la cual está fundada nuestra subsistencia, y la de nuestra posteridad, hemos sin embargo respetado, conservado, y amado cordialmente el apego de nuestros padres a su primera patria. A ella hemos sacrificado riquezas infinitas de toda especie, prodigado nuestro sudor, y derramado por ella con gusto nuestra sangre. Guiados de un entusiasmo ciego, no hemos considerado que tanto empeño en favor de un país, que nos es extranjero, a quien nada debemos, de quien no dependemos, y del cual nada podemos esperar es una traición cruel contra aquél en donde somos nacidos, y que nos suministra el alimento necesario para nosotros y nuestros hijos; y que nuestra veneración a los sentimientos afectuosos de nuestros padres por su primera patria, es la prueba más decisiva de la preferencia que debemos a la nuestra. Todo lo que hemos prodigado a la España ha sido pues usurpado sobre nosotros y nuestros hijos; siendo tanta nuestra simpleza, que nos hemos dejado encadenar con unos hierros que si no rompemos a tiempo, no nos queda otro recurso que el de soportar pacientemente esta ignominiosa esclavitud. Si como es triste nuestra condición actual fuese irremediable, será un acto de compasión el ocultarla a vuestros ojos; pero teniendo en nuestro poder su más seguro remedio, descubramos este horroroso cuadro para considerarle a la luz de la verdad. Esta nos enseña, que toda ley que se opone al bien universal de aquellos, para quienes está hecha, es un acto de tiranía, y que el exigir su observancia es forzar a la esclavitud, que una ley que se dirigiese a destruir directamente las bases de la prosperidad de un pueblo, sería una monstruosidad superior a toda expresión; es evidente también que un pueblo, a quien se despojase de la libertad personal y de la disposición de sus bienes, cuando todas las otras naciones, en iguales circunstancias, ponen su más grande interés en extenderla, se hallaría en un estado de esclavitud mayor que el que puede imponer un enemigo en la embriaguez de la victoria. Supuestos estos principios incontestables, veamos cómo se adaptan a nuestra situación recíproca con la España. Un imperio inmenso, unos tesoros que exceden toda imaginación, una gloria y un poder superiores a todo lo que la antigüedad conoció; he aquí nuestros títulos al agradecimiento, y a la más distinguida protección de la España, y de su gobierno. Pero

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CARTA DIRIGIDA A LOS ESPAÑOLES AMERICANOS

(JUAN PABLO VIZCARDO Y GUZMÁN)

Hermanos y Compatriotas:

La inmediación al cuarto siglo del establecimiento de nuestros antepasados en el Nuevo Mundo, es una ocurrencia sumamente notable, para que deje de interesar nuestra atención. El descubrimiento de una parte tan grande de la tierra, es y será siempre, para el género humano, el acontecimiento más memorable de sus anales. Mas para nosotros que somos sus habitantes, y para nuestros descendientes, es un objeto de la más grande importancia. El Nuevo Mundo es nuestra patria, su historia es la nuestra, y en ella es que debemos examinar nuestra situación presente, para determinarnos, por ella, a tomar el partido necesario a la conservación de nuestros derechos propios, y de nuestros sucesores.

Aunque nuestra historia de tres siglos acá, relativamente a las causas y efectos más dignos de nuestra atención, sea tan uniforme y tan notoria que se podría reducir a estas cuatro palabras: ingratitud, injusticia, servidumbre y desolación [10] ; conviene, sin embargo, que la consideremos aquí con un poco de lentitud.

Cuando nuestros antepasados se retiraron a una distancia inmensa de su país natal, renunciando no solamente el alimento, sino también a la protección civil que allí les pertenecía, y que no podía alcanzarles a tan grandes distancias, se expusieron, a costa propia, a procurarse una subsistencia nueva, con las fatigas más enormes, y con los más grandes peligros. El gran suceso que coronó los esfuerzos de los conquistadores de América, les daba, al parecer, un derecho, que aunque no era el más justo, era a lo menos mejor, que el que tenían los antiguos godos de España, para apropiarse el fruto de su valor y de sus trabajos. Pero la inclinación natural, a su país nativo, les condujo a hacerle el más generoso homenaje de sus inmensas adquisiciones; no pudiendo dudar que un servicio gratuito, tan importante, dejase de merecerles un reconocimiento proporcionado, según la costumbre de aquel siglo, de recompensar a los que habían contribuido a extender los dominios de la nación.

Aunque estas legítimas esperanzas han sido frustradas, sus descendientes y los de los otros españoles, que sucesivamente han pasado a la América, aunque no conozcamos otra patria que ésta, en la cual está fundada nuestra subsistencia, y la de nuestra posteridad, hemos sin embargo respetado, conservado, y amado cordialmente el apego de nuestros padres a su primera patria. A ella hemos sacrificado riquezas infinitas de toda especie, prodigado nuestro sudor, y derramado por ella con gusto nuestra sangre. Guiados de un entusiasmo ciego, no hemos considerado que tanto empeño en favor de un país, que nos es extranjero, a quien nada debemos, de quien no dependemos, y del cual nada podemos esperar es una traición cruel contra aquél en donde somos nacidos, y que nos suministra el alimento necesario para nosotros y nuestros hijos; y que nuestra veneración a los sentimientos afectuosos de nuestros padres por su primera patria, es la prueba más decisiva de la preferencia que debemos a la nuestra. Todo lo que hemos prodigado a la España ha sido pues usurpado sobre nosotros y nuestros hijos; siendo tanta nuestra simpleza, que nos hemos dejado encadenar con unos hierros que si no rompemos a tiempo, no nos queda otro recurso que el de soportar pacientemente esta ignominiosa esclavitud.

Si como es triste nuestra condición actual fuese irremediable, será un acto de compasión el ocultarla a vuestros ojos; pero teniendo en nuestro poder su más seguro remedio, descubramos este horroroso cuadro para considerarle a la luz de la verdad. Esta nos enseña, que toda ley que se opone al bien universal de aquellos, para quienes está hecha, es un acto de tiranía, y que el exigir su observancia es forzar a la esclavitud, que una ley que se dirigiese a destruir directamente las bases de la prosperidad de un pueblo, sería una monstruosidad superior a toda expresión; es evidente también que un pueblo, a quien se despojase de la libertad personal y de la disposición de sus bienes, cuando todas las otras naciones, en iguales circunstancias, ponen su más grande interés en extenderla, se hallaría en un estado de esclavitud mayor que el que puede imponer un enemigo en la embriaguez de la victoria.

Supuestos estos principios incontestables, veamos cómo se adaptan a nuestra situación recíproca con la España. Un imperio inmenso, unos tesoros que exceden toda imaginación, una gloria y un poder superiores a todo lo que la antigüedad conoció; he aquí nuestros títulos al agradecimiento, y a la más distinguida protección de la España, y de su gobierno. Pero nuestra recompensa ha sido tal que la justicia más severa, apenas nos habría aplicado castigo semejante, si hubiésemos sido reos de los más grandes delitos. La España nos destierra de todo el mundo antiguo, separándonos de una sociedad a la que estamos unidos con los lazos más estrechos; añadiendo a esta usurpación, sin ejemplo, de nuestra libertad personal, la otra igualmente importante de la propiedad de nuestros bienes.

Desde que los hombres comenzaron a unirse en sociedad para su más grande bien, nosotros somos los únicos a quienes el gobierno obliga a comprar lo que necesitamos a los precios más altos, y a vender nuestras producciones a los precios más bajos. Para que esta violencia tuviese el suceso más completo, nos han cerrado, como en una ciudad sitiada, todos los caminos por donde las otras naciones pudieran darnos a precios moderados y por cambios equitativos, las cosas que nos son necesarias. Los impuestos del gobierno, las gratificaciones al ministerio, la avaricia de los mercaderes, autorizados a ejercer de concierto el más desenfrenado monopolio, caminando todas en la misma línea, y la necesidad haciéndose sentir, el comprador no tiene elección. Y como para suplir nuestras necesidades, esta tiranía mercantil podría forzarnos a usar de nuestra industria, el gobierno se encargó de encadenarla.

No se pueden observar sin indignación los efectos de este detestable plan de comercio, cuyos detalles serían increíbles, si los que nos han dado personas imparciales, y dignas de fe no nos suministrasen pruebas decisivas para juzgar del resto. Sin el testimonio de don Antonio Ulloa, sería difícil el persuadir a la Europa, que el precio de los artículos, esencialmente necesarios en todas partes, tales como el hierro y el acero, fuese en Quito, en tiempo de paz, regularmente mayor que de 100 pesos, o de 540 libras tornesas por quintal de hierro, y de 150 pesos u 810 libras por quintal de acero; el precio del primero no siendo en Europa sino de 5 a 6 pesos (25 a 30 libras) y el del segundo a proporción; que en un puerto tan célebre como el de Cartagena de Indias, e igualmente en tiempo de paz, haya habido una escasez de vino tan grande, que estaban obligados a no celebrar la misa, sino en una sola iglesia, y que generalmente esta escasez, y su excesivo precio, impiden el uso de esta bebida, más necesaria allí que en otras partes, por la insalubridad de clima.

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Por honor de la humanidad y de nuestra nación, más vale pasar en silencio los horrores, y las violencias del otro comercio exclusivo (conocido en el Perú con el nombre de repartimientos), que se arrogan los corregidores y alcaldes mayores para la desolación, y ruina particular de los desgraciados indios y mestizos. ¿Qué maravilla es pues, si con tanto oro y plata, de que hemos casi saciado al universo, poseamos apenas con qué cubrir nuestra desnudez? ¿De qué sirven tantas tierras tan fértiles, si además de la falta de instrumentos necesarios para labrarlas, nos es por otra parte inútil el hacerlo más allá de nuestra propia consumación? Tantos bienes, como la naturaleza nos prodiga, son enteramente perdidos; ellos acusan la tiranía que nos impide el aprovecharlos, comunicándonos con otros pueblos.

Parece que, sin renunciar a todo sentimiento de vergüenza, no se podía añadir nada a tan grandes ultrajes. La ingeniosa política, que bajo el pretexto de nuestro bien, nos había despojado de la libertad, y de los bienes debía sugerir, a lo menos, que era preciso dejarnos alguna sombra de honor y algunos medios de restablecernos para preparar nuevos recursos. Para esto es que el hombre concede el reposo y la comida a los animales que le sirven. La administración económica de nuestros intereses nos habría consolado de las otras pérdidas, y habría procurado ventajas a la España. Los intereses de nuestro país, no siendo sino los nuestros, su buena o mala administración recae necesariamente sobre nosotros, y es evidente que a nosotros solos pertenece el derecho de ejercerla, y que solos podemos llenar sus funciones, con ventaja recíproca de la patria, y de nosotros mismos.

¿Qué descontento no manifestaron los españoles, cuando algunos flamencos, vasallos como ellos, y demás compatriotas de Carlos V, ocuparon algunos empleos públicos en España? ¿Cuánto no murmuraron? ¿Con cuántas solicitudes y tumultos no exigieron, que aquellos extranjeros fuesen despedidos, sin que su corto número, ni la presencia del monarca, pudiesen calmar la inquietud general? El miedo de que el dinero de España pasase a otro país, aunque perteneciente a la misma monarquía, fue el motivo que hizo insistir a los españoles con más calor en su demanda.

¡Qué diferencia no hay entre aquella situación momentánea de los españoles y la nuestra de tres siglos acá! Privados de todas las ventajas del gobierno, no hemos experimentado de su parte, sino los más horribles desórdenes y los más graves vicios. Sin esperanza de obtener jamás, ni una protección inmediata, ni una pronta justicia a la distancia de dos a tres mil leguas, sin recursos para reclamarla, hemos sido entregados al orgullo, a la injusticia, a la rapacidad de los ministros, tan avaros, por lo menos, como los favoritos de Carlos V. Implacables para con unas gentes que no conocen y que miran como extranjeras, procuran solamente satisfacer su codicia con la perfecta seguridad de que su conducta inicua será impune, o ignorada del soberano. El sacrificio hecho a la España, de nuestros más preciosos intereses, ha sido el mérito con que todos ellos pretenden honrarse para excusar las injusticias con que nos acaban. Pero la miseria, en que la España misma ha caído, prueba que aquellos hombres no han conocido jamás los verdaderos intereses de la nación, o que han procurado solamente cubrir con este pretexto sus procedimientos vergonzosos, y el suceso ha demostrado, que nunca la injusticia produce frutos sólidos.

A fin de que nada faltase a nuestra ruina, y a nuestra ignominiosa servidumbre, la indigencia, la avaricia y la ambición han suministrado siempre a la España un enjambre de aventureros, que pasan a la América, resueltos a desquitarse allí, con nuestra sustancia, de lo que han pagado para obtener sus empleos. La manera de indemnizarse de la ausencia de su patria, de sus penas, y de sus peligros es haciéndonos todos los males posibles. Renovando todos los días aquellas escenas de horrores que hicieron desaparecer pueblos enteros, cuyo único delito fue su flaqueza, convierten el resplandor de la más grande conquista, en una mancha ignominiosa para el nombre español.

Así es que, después de satisfacer al robo, paliado con el nombre de comercio, a las exacciones del gobierno, en pago de sus insignes beneficios, y a los ricos salarios de la multitud innumerable de extranjeros, que bajo diferentes denominaciones en España y América, se hartan fastuosamente de nuestros bienes, lo que nos queda es el objeto continuo de las asechanzas de tantos orgullosos tiranos, cuya rapacidad no conoce otro término que el que quieren imponerle su insolvencia y la certidumbre de la impunidad.

Así, mientras que en la corte, en los ejércitos, en los tribunales de la monarquía, se derraman las riquezas y los honores a extranjeros de todas las naciones, nosotros solos somos declarados indignos de ellos e incapaces de ocupar, aun en nuestra propia patria, unos empleos que en rigor nos pertenecen exclusivamente. Así la gloria, que costó tantas penas a nuestros padres, es para nosotros una herencia de ignominia y con nuestros tesoros inmensos no hemos comprado sino miseria y esclavitud.

Si corremos nuestra desventurada patria de un cabo al otro, hallaremos donde quiera la misma desolación, una avaricia tan desmesurada como insaciable; donde quiera el mismo tráfico abominable de injusticia y de inhumanidad, de parte de las sanguijuelas empleadas por el gobierno para nuestra opresión. Consultemos nuestros anales de tres siglos y allí veremos la ingratitud y la injusticia de la corte de España, su infidelidad en cumplir sus contratos, primero con el gran Colón y después con los otros conquistadores que le dieron el imperio del Nuevo Mundo, bajo condiciones solemnemente estipuladas.

Veremos la posteridad de aquellos hombres generosos abatida con el desprecio, y manchada con el odio que les ha calumniado, perseguido, y arruinado. Como algunas simples particularidades podrían hacer dudar de este espíritu persecutor, que en todo tiempo se ha señalado contra los Españoles Americanos, leed solamente lo que el verídico Inca Garcilaso de la Vega escribe en el segundo tomo de sus Comentarios [11] , Libro VII, cap. 17.

Cuando el virrey don Francisco de Toledo, aquel hipócrita feroz, determinó hacer perecer al único heredero directo del Imperio del Perú, para asegurar a la España la posesión de aquel desgraciado país, en el proceso que se instauró contra el joven e inocente Inca Túpac Amaru, entre los falsos crímenes con que este príncipe fue cargado, “se acusa, dice Garcilaso, a los que han nacido en el país de madres indias y padres españoles conquistadores de aquel imperio; se alegaba de que habían secretamente convenido con Túpac Amaru, y los otros Incas, de excitar una rebelión en el reino, para favorecer el descontento de los que eran nacidos de la sangre real de los Incas, o cuyas madres eran hijas, sobrinas, o primas hermanas de la familia de los Incas, y los padres españoles y de los primeros conquistadores que habían adquirido tanta reputación; que estos estaban tan poco atendidos, que ni el derecho natural de las madres, ni los grandes servicios y méritos de los padres, les procuraban la menor ventaja, sino que todo era distribuido entre parientes y amigos de los gobernadores, quedando aquellos

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expuestos a morir de hambre, si no querían vivir de limosna, o hacerse salteadores de caminos, y acabar en una horca. Estas acusaciones siendo hechas contra los hijos de los españoles, nacidos de mujeres indias, estos fueron cogidos, y todos los que eran de edad de 20 años y más, capaces de llevar armas, y que vivían entonces en el Cuzco, fueron aprisionados. Algunos

de ellos fueron puestos al tormento para forzarlos a confesar aquello de que no había pruebas ni indicios. En medio de estos furores y procedimientos tiránicos, una india, cuyo hijo estaba condenado a la cuestión, vino a la prisión y, elevando su voz, dijo: Hijo mío, pues que se te ha condenado a la tortura, súfrela valerosamente como hombre de honor, no acuses a ninguno falsamente, y Dios te dará fuerzas para sufrirla; él te recompensará de los peligros y penas que tu padre y sus compañeros han sufrido para hacer este país cristiano, y hacer entrar a sus habitantes en el seno de la Iglesia… Esta exhortación magnánima, proferida con toda la vehemencia de que aquella madre era capaz, hizo la más grande impresión sobre el espíritu del Virrey, y le apartó de su designio de hacer morir aquellos desdichados. Sin embargo, no fueron absueltos, sino que se les condenó a una muerte más lenta, desterrándolos a diversas partes del Nuevo Mundo. Algunos fueron también enviados a España”.

Tales eran los primeros frutos que la posteridad de los descubridores del Nuevo Mundo recibía de la gratitud española, cuando la memoria de los méritos de sus padres estaba aún reciente. El Virrey, aquel monstruo sanguinario, pareció entonces el autor de todas las injusticias, pero desengañémonos, acerca de los sentimientos de la Corte, si creemos que ella no participaba de aquellos excesos; ella se ha deleitado en nuestros días en renovarlos en toda la América, arrancándole un número mucho mayor de sus hijos, sin procurar disfrazar siquiera su inhumanidad: estos han sido deportados hasta en Italia.

Después de haberlos botado en un país, que no es de su dominación, y renunciándolos como vasallos, la Corte de España, por una contradicción y un refinamiento inaudito de crueldades, con un furor que sólo puede inspirar a los tiranos el miedo de la inocencia sacrificada, la Corte se ha reservado el derecho de perseguirles y oprimirles continuamente. La muerte ha librado ya, a la mayor parte de estos desterrados, de las miserias que les han acompañado hasta el sepulcro. Los otros arrastran una vida infortunada y son una prueba de aquella crueldad de carácter que tantas veces se ha echado en cara a la nación española, aunque realmente esta mancha no deba caer sino sobre el despotismo de su gobierno.

Tres siglos enteros, durante los cuales este gobierno ha tenido sin interrupción ni variación alguna la misma conducta con nosotros, son la prueba completa de un plan meditado que nos sacrifica enteramente a los intereses y conveniencias de la España; pero, sobre todo, a las pasiones de su Ministerio. No obstante esto es evidente, que a pesar de los esfuerzos multiplicados de una falsa e inicua política nuestros establecimientos han adquirido tal consistencia que Montesquieu, aquel genio sublime ha dicho: “Las Indias y la España son potencias bajo un mismo dueño; mas las Indias son el principal y la España el accesorio. En vano la política procura atraer el principal al accesorio; las Indias atraen continuamente la España a ellas”. Esto quiere decir en otros términos, que las razones para tiranizarnos se aumentan cada día. Semejante a un tutor malévolo que se ha acostumbrado a vivir en el fausto y opulencia a expensas de su pupilo, la España con el más grande terror ve llegar el momento que la naturaleza, la razón y la justicia han prescrito para emanciparnos de una tutela tan tiránica.

El vacío y la confusión, que producirá la caída de esta administración, pródiga de nuestros bienes, no es el único motivo que anima a la Corte de España a perpetuar nuestra minoridad, a agravar nuestras cadenas. El despotismo que ella ejerce con nuestros tesoros, sobre las ruinas de la libertad española, podría recibir con nuestra independencia un golpe mortal, y la ambición debe prevenirlo con los mayores esfuerzos.

La pretensión de la Corte de España a una ciega obediencia a sus leyes arbitrarias, está fundada principalmente sobre la ignorancia que procura alimentar y entretener, sobre todo acerca de los derechos inalienables del hombre, y de los deberes indispensables de todo gobierno. Ella ha conseguido persuadir al vulgo, que es un delito el razonar sobre los asuntos que importan más a cada individuo, y por consiguiente, que es una obligación continua la de extinguir la preciosa antorcha que nos dio el Creador para alumbrarnos y conducirnos. Pero a pesar de los progresos de una doctrina tan funesta, toda la historia de España testifica constantemente contra su verdad y legitimidad.

Después de la época memorable del poder arbitrario, y de la injusticia de los últimos reyes Godos, que trajeron la ruina de su imperio y de la nación española, nuestros antepasados, cuando restablecieron el reino y su gobierno, pensaron en premunirse contra el poder absoluto, a que siempre han aspirado nuestros reyes. Con este designio, concentraron la supremacía de la justicia, y los poderes legislativos de la paz, de la guerra, de los subsidios y de las monedas, en las Cortes que representaban la nación en sus diferentes clases y debían ser los depositarios y los guardianes de los derechos del pueblo.

A este dique tan sólido los aragoneses añadieron el célebre magistrado llamado el Justicia, para velar a la protección del pueblo contra toda violencia y opresión, como también para reprimir el poder abusivo de los reyes. En el preámbulo de una de aquellas leyes los aragoneses, dicen, según Jerónimo Blanco [12] en sus comentarios, pág. 751, “que la esterilidad de su país y la pobreza de sus habitantes son tales que si la libertad no los distinguía de las otras naciones, el pueblo abandonaría su patria, e iría a establecerse en una región más fértil”. Y a fin de que el rey no olvide jamás el manantial de donde le viene la soberanía, el Justicia, en la ceremonia solemne de la coronación, le dirigía las palabras siguientes: “Nos que valemos cuanto vos, os hacemos nuestro rey y señor, con tal que guardéis nuestros fueros y libertades; y si no, no”; tal como lo refiere el célebre Antonio Pérez, Secretario del Rey don Felipe II. Era pues un artículo fundamental de la constitución de Aragón, que si el rey violaba los derechos y privilegios del pueblo, el pueblo podía legítimamente extrañarlo, y en su lugar nombrar otro, aunque fuese de la religión pagana, según el mismo Jerónimo Blanco.

A este noble espíritu de libertad es que nuestros antepasados debieron la energía que les hizo acabar tan grandes empresas, y que en medio de tantas guerras onerosas, hizo florecer la nación y la colmó de prosperidades, como se observa hoy en Inglaterra y Holanda. Mas luego que el rey pasó los límites que la constitución de Castilla, y de Aragón, le habían prescrito, la decadencia de la España fue tan rápida como había sido extraordinario el poder adquirido o, por mejor decir, usurpado, por los soberanos. Y esto prueba bastante, que el poder absoluto, al cual se junta siempre el arbitrario, es la ruina de los Estados.

La reunión de los reinos de Castilla y de Aragón, como también los grandes estados, que al mismo tiempo tocaron por herencia a los reyes de España, y los tesoros de las Indias, dieron a la corona una preponderancia imprevista, y tan fuerte, que en muy poco tiempo trastornó todos los obstáculos, que la prudencia de nuestros abuelos había opuesto para asegurar la libertad de

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su descendencia. La autoridad real, semejante al mar cuando sale de sus márgenes, inundó toda la monarquía, y la voluntad del rey, y de sus ministros, se hizo la ley universal.

Una vez establecido el poder despótico tan sólidamente, la sombra misma de las antiguas Cortes no existió más; no quedando otra salvaguardia a los derechos naturales, civiles y religiosos de los españoles que la arbitrariedad de los ministros o las antiguas formalidades de justicia llamadas vías jurídicas. Estas últimas se han opuesto algunas veces a la opresión de la inocencia, sin estorbar por eso el que se verificase el proverbio de que allá van leyes donde quieren reyes.

Una invención dichosa sugirió al fin el medio más fecundo para desembarazarse de estas trabas molestas. La suprema potencia económica, y los motivos reservados en el alma real (expresiones que asombrarán la posteridad), descubriendo al fin la vanidad, y todas las ilusiones del género humano, sobre los principios eternos de justicia, sobre los derechos y deberes de la naturaleza y de la sociedad, han desplegado de un golpe su irresistible eficacia sobre más de cinco mil ciudadanos españoles. Observad que estos ciudadanos estaban unidos en cuerpo, que a sus derechos de sociedad, en calidad de miembros de la nación, unían el honor de la estimación pública merecida por unos servicios tan útiles como importantes.

Omitiendo las reflexiones que nacen de todas las circunstancias de una ejecución tan extraña, y dejando aparte las desgraciadas víctimas de aquel bárbaro atentado, considerémosle solamente con respecto a toda la nación española.

La conservación de los derechos naturales y, sobre todo, de la libertad y seguridad de las personas y haciendas, es incontestablemente la piedra fundamental de toda sociedad humana, de cualquiera manera que esté combinada. Es pues una obligación indispensable de toda sociedad, o del gobierno que la representa, no solamente respetar sino aun proteger eficazmente los derechos de cada individuo.

Aplicando estos principios al asunto actual, es manifiesto que cinco mil ciudadanos, que hasta entonces la opinión pública no tenía razón para sospechar de ningún delito, han ido despojados por el gobierno de todos sus derechos sin ninguna acusación, sin ninguna forma de justicia, y del modo más arbitrario. El gobierno ha violado solemnemente la seguridad pública, y hasta que no haya dado cuenta, a toda la nación, de los motivos que le hicieron obrar tan despóticamente, no hay particular alguno, que en lugar de la protección que le es debida, no tenga que temer una opresión semejante, tanto más cuanto su flaqueza individual le expone más fácilmente que a un cuerpo numeroso, que en muchos respetos interesaba la nación entera. Un temor tan serio, y tan bien fundado, excluye naturalmente toda idea de seguridad. El gobierno, culpable de haberla destruido en toda la nación, ha convertido en instrumentos de opresión y de ruina, los medios que se le han confiado para proteger y conservar los individuos.

Si el gobierno se cree obligado a hacer renacer la seguridad pública y confianza de la nación en la rectitud de su administración, debe manifestar en la forma jurídica más clara, la justicia de su cruel procedimiento, respecto de los cinco mil individuos de que se acaba de hablar. Y en el intervalo, está obligado a confesar el crimen que ha cometido contra la nación, violando un deber indispensable, y ejerciendo una implacable tiranía.

Mas si el gobierno se cree superior a estos deberes para con la nación; ¿qué diferencia hace pues entre ella y una manada de animales, que un simple capricho del propietario puede despojar, enajenar y sacrificar? El cobarde y tímido silencio de los españoles, acerca de este horrible atentado, justifica el discernimiento del ministerio que se atrevió a una empresa tan difícil como injusta. Y si sucede en las enfermedades políticas de un estado, como en las enfermedades humanas, que nunca son más peligrosas que cuando el paciente se muestra insensible al exceso del mal que le consume, ciertamente la nación española en su situación actual tiene motivos para consolarse de sus penas.

El progreso de la grande revolución que acabamos de bosquejar, y que se ha perpetuado hasta nosotros en la constitución y gobierno de España, es conforme con la historia nacional. Pasemos ahora al examen de la influencia que nosotros debemos esperar o temer de esta misma revolución.

Cuando las causas conocidas de un mal cualquiera se empeoran sin relajación, sería una locura esperar de ellas el bien. Ya hemos visto la ingratitud, la injusticia y la tiranía, con que el gobierno español nos acaba desde la fundación de nuestras colonias, esto es cuando estaba él mismo muy lejos del poder absoluto y arbitrario a que ha llegado

después. Al presente que no conoce otras reglas que su voluntad, y que está habituado a considerar nuestra propiedad como un bien que le pertenece, todo su estudio consiste en aumentarle con detrimento nuestro, coloreando siempre, con el nombre de utilidad de la madre patria, el infame sacrificio de todos nuestros derechos y de nuestros más preciosos intereses. Esta lógica es la de los salteadores de caminos, que justifica la usurpación de los bienes ajenos, con la utilidad que de ella resulta al usurpador.

La expulsión y la ruina de los jesuitas no tuvieron, según toda apariencia, otros motivos que la fama de sus riquezas. Mas éstas hallándose agotadas, el gobierno, sin compasión a la desastrada situación a que nos había reducido, quiso aún agravarla con nuevos impuestos, particularmente en la América Meridional, en donde en 1780 costaron tanta sangre al Perú. Gemiríamos aún bajo esta nueva presión, si las primeras chispas de una indignación, sobrado tiempo reprimida, no hubieran forzado a nuestros tiranos a desistirse de sus extorsiones. ¡Generosos Americanos del Nuevo Reino de Granada! ¡Si la América Española os debe el noble ejemplo de la intrepidez que conviene oponer a la tiranía, y el resplandor que acompaña a su gloria, será en los fastos de la humanidad que se verá grabado con caracteres inmortales, que vuestras armas protegieron a los pobres indios, nuestros compatriotas, y que vuestros diputados estipularon por sus intereses con igual suceso que por los vuestros! ¡Pueda vuestra conducta magnánima servir de lección útil a todo el género humano [13]!

El Ministerio está muy lejos de renunciar a sus proyectos de engullir el resto miserable de nuestros bienes; mas, desconcertado con la resistencia inesperada, que encontró en Zipaquirá, ha variado de método para llegar al mismo fin. Adoptando, cuando menos se esperaba, un sistema contrario al que su desconfiada política había invariablemente observado, ha resuelto dar armas a los españoles americanos, e instruirles en la disciplina militar. Espera, sin duda, obtener de las tropas regladas americanas el mismo auxilio, que halla en España de las bayonetas, para hacerse obedecer. Mas, gracias al cielo, la

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depravación de los principios de humanidad y de moral no ha llegado al colmo entre nosotros. Nunca seremos los bárbaros instrumentos de la tiranía, y antes de mancharnos con la menor gota de la sangre de nuestros hermanos inocentes, derramaremos toda la nuestra por la defensa de nuestros derechos y de nuestros intereses comunes.

Una marina poderosa, pronto a traernos todos los horrores de la destrucción, es el otro medio que nuestra resistencia pasada ha sugerido a la tiranía. Este apoyo es necesario al gobierno para la conservación de la Indias. El decreto de 8 de julio de 1787 ordena, que las rentas de la Indias (la del tabaco exceptuada) preparen los fondos suficientes para pagar la mitad, o el tercio de los enormes gastos que exige la marina real.

Nuestros establecimientos en el continente del Nuevo Mundo, aun en su estado de infancia, y cuando la potencia española estaba en su mayor declinación, han estado siempre al abrigo de toda invasión enemiga; y nuestras fuerzas, siendo ahora mucho más considerables, es claro que el aumento de tropas y de la marina, es para nosotros un gasto tan enorme como inútil a nuestra defensa. Así esta declaración formal, anunciada con tanta franqueza, no parece indicar otra cosa, sino que la vigilancia paternal, del gobierno por nuestra prosperidad (cuyas dulzuras nos ha hecho gustar hasta aquí), se propone darnos nuevas pruebas de su celo y de su amor. No escuchando sino las ideas de justicia, que se deben suponer a todo gobierno, se podría creer que los fondos que debemos suministrar para el pago de los enormes gastos de la marina, son destinados a proteger nuestro comercio y multiplicar nuestras riquezas, de suerte que nuestros puertos, de la misma manera que los de España, van a ser abiertos a todas las naciones, y que nosotros mismos podremos visitar las regiones más lejanas, para vender y comprar allí de la primera mano. Entonces nuestros tesoros no saldrán más, como torrentes, para nunca volver, sino que, circulando entre nosotros se aumentarán incesantemente con la industria.

Tanto más podríamos entregarnos a estas bellas esperanzas, cuanto son más conformes al sistema de unión e igualdad, cuyo establecimiento, entre nosotros, y los españoles de Europa, desea el gobierno en su decreto real. ¡Qué vasto campo va, pues, a abrirse para obtener en la Corte, en los ejércitos, y en los tribunales de la monarquía los honores y riquezas que tan constantemente se nos ha rehusado! Los españoles europeos, habiendo tenido hasta aquí la posesión exclusiva de todas estas ventajas, es bien justo pues que el gobierno, para establecer esta perfecta igualdad empiece a ponerlos en el mismo pie en que nosotros hemos estado tan largo tiempo. Nosotros solos deberíamos frecuentar los puertos de la España, y ser los dueños de su comercio, de sus riquezas, y de sus destinos.

No se puede dudar que los españoles, testigos de nuestra moderación, dejen de someterse tranquilamente a este nuevo orden. El sistema de igualdad, y nuestro ejemplo, lo justifica maravillosamente.

¿Qué diría la España y su gobierno si insistiésemos seriamente en la ejecución de este bello sistema? ¿Y para qué insultarnos tan cruelmente hablando de unión y de igualdad?

Sí, igualdad y unión, como la de los animales de la fábula; la España se ha reservado la plaza del león. ¿Luego no es sino después de tres siglos que la posesión del Nuevo Mundo, nuestra patria, nos es debida, y que oímos hablar de la esperanza de ser iguales a los españoles de Europa? ¿Y cómo y por qué título habríamos decaído de aquella igualdad? ¡Ah! nuestra ciega y cobarde sumisión a todos los ultrajes del gobierno, es la que nos ha merecido una idea tan despreciable y tan insultante. Queridos hermanos y compatriotas, si no hay entre vosotros quien no conozca y sienta sus agravios más vivamente que yo podría explicarlo, el ardor que se manifiesta en vuestras almas, los grandes ejemplos de vuestros antepasados, y vuestro valeroso denuedo, os prescriben la única resolución que conviene al honor que habéis heredado, que estimáis y de que hacéis vuestra vanidad. El mismo gobierno de España os ha indicado ya esta resolución, considerándoos siempre como un pueblo distinto de los españoles europeos, y esta distinción os impone la más ignominiosa esclavitud. Consintamos por nuestra parte a ser un pueblo diferente; renunciemos al ridículo sistema de unión y de igualdad con nuestros amos y tiranos; renunciemos a un gobierno, cuya lejanía tan enorme no puede procurarnos, aun en parte las ventajas que todo hombre debe esperar de la sociedad de que es miembro; a este gobierno que, lejos de cumplir con su indispensable obligación de proteger la libertad y seguridad de nuestras personas y propiedades, ha puesto el más grande empeño en destruirlas, y que en lugar de esforzarse a hacernos dichosos, acumula sobre nosotros toda especie de calamidades. Pues que los derechos y obligaciones del gobierno y de los súbditos son recíprocas, la España ha quebrantado, la primera, todos sus deberes para con nosotros: ella ha roto los débiles lazos que habrían podido unirnos y estrecharnos.

La naturalaza nos ha separado de la España con mares inmensos. Un hijo que se hallaría a semejante distancia de su padre sería sin duda un insensato, si en la conducta de sus más pequeños intereses esperase siempre la resolución de su padre. El hijo está emancipado por el derecho natural; y en igual caso, un pueblo numeroso, que en nada depende de otro pueblo, de quien no tiene la menor necesidad, ¿deberá estar sujeto como un vil esclavo?

La distancia de los lugares, que por si misma, proclama nuestra independencia natural, es menor aún que la de nuestros intereses. Tenemos esencialmente necesidad de un gobierno que esté en medio de nosotros para la distribución de sus beneficios, objeto de la unión social. Depender de un gobierno distante dos, o tres mil leguas, es lo mismo que renunciar a su utilidad; y este es el interés de la Corte de España, que no aspira a darnos leyes, a dominar nuestro comercio, nuestra industria, nuestros bienes y nuestras personas, sino para sacrificarlas a su ambición, a su orgullo y a su avaricia.

En fin, bajo cualquier aspecto que sea mirada nuestra dependencia de la España, se verá que todos nuestros deberes nos obligan a terminarla. Debemos hacerlo por gratitud a nuestros mayores, que no prodigaron su sangre y sus sudores, para que el teatro de su gloria o de sus trabajos, se convirtiese en el de nuestra miserable esclavitud. Debémoslo a nosotros mismos por la obligación indispensable de conservar los derechos naturales, recibidos de nuestro Creador, derechos preciosos que no somos dueños de enajenar, y que no pueden sernos quitados sin injusticia, bajo cualquier pretexto que sea; ¿el hombre puede renunciar a su razón o puede ésta serle arrancada por fuerza? La libertad personal no le pertenece menos esencialmente que la razón. El libre uso de estos mismos derechos, es la herencia inestimable que debemos dejar a nuestra posteridad.

Sería una blasfemia el imaginar, que el supremo Bienhechor de los hombres haya permitido el descubrimiento del Nuevo Mundo, para que un corto número de pícaros imbéciles fuesen siempre dueños de desolarle, y de tener el placer atroz de despojar a millones de hombres, que no les han dado el menor motivo de queja, de los derechos esenciales recibidos de su

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mano divina; el imaginar que su sabiduría eterna quisiera privar, al resto del género humano, de las inmensas ventajas que en el orden natural debía procurarles un evento tan grande, y condenarle a desear que el Nuevo Mundo hubiese quedado, desconocido para siempre. Esta blasfemia está sin embargo puesta en práctica por el derecho que la España se arroga sobre la América; y la malicia humana ha pervertido el orden natural de las misericordias del Señor, sin hablar de la justicia debida a nuestro intereses particulares para la defensa de la patria. Nosotros estamos obligados a llenar, con todas nuestra fuerzas, las esperanzas de que hasta aquí el género humano ha estado privado. Descubramos otra vez de nuevo la América para todos nuestros hermanos, los habitantes de este globo, de donde la ingratitud, la injusticia y la avaricia más insensata nos han desterrado. La recompensa no será menor para nosotros que para ellos.

Las diversas regiones de la Europa, a las cuales la Corona de España ha estado obligada a renunciar, tales como el reino de Portugal, colocado en el recinto mismo de la España, y la célebre República de las Provincias Unidas, que sacudieron su yugo de hierro, nos enseñan que un continente infinitamente más grande que la España, más rico, más poderoso, más poblado, no debe depender de aquel reino, cuando se halla tan remoto, y menos aún cuando está reducido a la más dura servidumbre.

El valor con que las colonias inglesas de la América, han combatido por la libertad, de que ahora gozan gloriosamente, cubre de vergüenza nuestra indolencia. Nosotros les hemos cedido la palma, con que han coronado, las primeras, al Nuevo Mundo de una soberanía independiente. Agregad el empeño de las Cortes de España y Francia en sostener la causa de los ingleses americanos. Aquel valor acusa nuestra insensibilidad.

Que sea ahora el estímulo de nuestro honor, provocado con ultrajes que han durado trescientos años.

No hay ya pretexto para excusar nuestra apatía si sufrimos más largo tiempo la vejaciones que nos destruyen; se dirá con razón que nuestra cobardía las merece.

Nuestros descendientes no llenarán de imprecaciones amargas, cuando mordiendo el freno de la esclavitud, de la esclavitud que habrán heredado, se acordaren del momento en que para ser libres no era menester sino el quererlo.

Este momento ha llegado, acojámosle con todos los sentimientos de un preciosa gratitud, y por pocos esfuerzos que hagamos, la sabia libertad, don precioso del cielo, acompañada de todas las virtudes, y seguida de la prosperidad comenzará su reino en el Nuevo Mundo, y la tiranía será inmediatamente exterminada.

Animados de un motivo tan grande y tan justo, podemos con confianza dirigirnos al principio eterno del orden y de la justicia, implorar en nuestras humildes oraciones su divina asistencia, y con la esperanza de ser oídos consolarnos de antemano de nuestras desgracias.

Este glorioso triunfo será completo y costará poco a la humanidad. La flaqueza del único enemigo, interesado en oponerse a ella, no le permite emplear la fuerza abierta sin acelerar su ruina total. Su principal apoyo está en las riquezas que nosotros le damos:

que éstas le sean rehusadas, que ellas sirvan a nuestra defensa y entonces su rabia es impotente. Nuestra causa, por otra parte, es tan justa, tan favorable al género humano, que no es posible hallar entre las otras naciones ninguna que se cargue de la infamia de combatirnos o que renunciando a sus intereses personales, ose contradecir los deseos generales en favor de nuestra libertad. El español sabio y virtuoso, que gime en silencio de la opresión de su patria, aplaudirá en su corazón nuestra empresa. Se verá renacer la gloria nacional en un imperio inmenso, convertido en asilo seguro para todos los españoles, que además de la hospitalidad fraternal que siempre han hallado allí, podrán respirar libremente bajo las leyes de la razón y de la justicia.

¡Plugiese a Dios que este día, el más dichoso que habrá amanecido jamás, no digo para la América, sino para el mundo entero; plugiese a Dios que llegue sin dilación! ¡Cuando a los horrores de la opresión, y de la crueldad, suceda el reino de la razón, de la justicia, de la humanidad; cuando el temor, las angustias, y los gemidos de diez y ocho millones de hombres hagan lugar a la confianza mutua, a la más franca satisfacción, y al goce más puro de los beneficios del Creador, cuyo nombre no se emplee más en disfrazar el robo, el fraude, y la ferocidad; cuando sean echados por tierra los odiosos obstáculos que el egoísmo más insensato opone al bienestar de todo el género humano, sacrificando sus verdaderos intereses al placer bárbaro de impedir el bien ajeno, ¡qué agradable y sensible espectáculo presentarán las costas de la América, cubiertas de hombres de todas las naciones, cambiando las producciones de sus países por las nuestras! ¡Cuántos, huyendo de la opresión, o de la miseria, vendrán a enriquecernos con su industria, con sus conocimientos y a reparar nuestra población debilitada! De esta manera la América reunirá las extremidades de la tierra, y sus habitantes serán atados por el interés común de una sola GRANDE FAMILIA DE HERMANOS [14].

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CARTA DE JAMAICA

(SIMÓN BOLÍVAR)

Muy señor mío: Me apresuro a contestar la carta de 29 del mes pasado que usted me hizo el honor de dirigirme, y yo recibí con la mayor satisfacción. Sensible como debo, al interés que usted ha querido tomar por la suerte de mi patria, afligiéndose con ella por los tormentos que padece, desde su descubrimiento hasta estos últimos períodos, por parte de sus destructores los españoles, no siento menos el comprometimiento en que me ponen las solícitas demandas que usted me hace, sobre los objetos más importantes de la política americana. Así, me encuentro en un conflicto, entre el deseo de corresponder a la confianza con que usted me favorece, y el impedimento de satisfacerle, tanto por la falta de documentos y de libros, cuanto por los limitados conocimientos que poseo de un país tan inmenso, variado y desconocido como el Nuevo Mundo.

En mi opinión es imposible responder a las preguntas con que usted me ha honrado. El mismo barón de Humboldt, con su universalidad de conocimientos teóricos y prácticos, apenas lo haría con exactitud, porque aunque una parte de la estadística y revolución de América es conocida, me atrevo a asegurar que la mayor está cubierta de tinieblas y, por consecuencia, sólo se pueden ofrecer conjeturas más o menos aproximadas, sobre todo en lo relativo a la suerte futura, y a los verdaderos proyectos de los americanos; pues cuantas combinaciones suministra la historia de las naciones, de otras tantas es susceptible la nuestra por sus posiciones físicas, por las vicisitudes de la guerra, y por los cálculos de la política.

Como me conceptúo obligado a prestar atención a la apreciable carta de usted, no menos que a sus filantrópicas miras, me animo a dirigir estas líneas, en las cuales ciertamente no hallará usted las ideas luminosas que desea, mas sí las ingenuas expresiones de mis pensamientos.

«Tres siglos ha —dice usted— que empezaron las barbaridades que los españoles cometieron en el grande hemisferio de Colón». Barbaridades que la presente edad ha rechazado como fabulosas, porque parecen superiores a la perversidad humana; y jamás serían creídas por los críticos modernos, si constantes y repetidos documentos no testificasen estas infaustas verdades. El filantrópico obispo de Chiapa, el apóstol de la América, Las Casas, ha dejado a la posteridad una breve relación de ellas, extractada de las sumarias que siguieron en Sevilla a los conquistadores, con el testimonio de cuantas personas respetables había entonces en el Nuevo Mundo, y con los procesos mismos que los tiranos se hicieron entre sí: como consta por los más sublimes historiadores de aquel tiempo. Todos los imparciales han hecho justicia al celo, verdad y virtudes de aquel amigo de la humanidad, que con tanto fervor y firmeza denunció ante su gobierno y contemporáneos los actos más horrorosos de un frenesí sanguinario.

Con cuánta emoción de gratitud leo el pasaje de la carta de usted en que me dice «que espera que los sucesos que siguieron entonces a las armas españolas, acompañen ahora a las de sus contrarios, los muy oprimidos americanos meridionales». Yo tomo esta esperanza por una predicción, si la justicia decide las contiendas de los hombres. El suceso coronará nuestros esfuerzos; porque el destino de América se ha fijado irrevocablemente: el lazo que la unía a España está cortado: la opinión era toda su fuerza; por ella se estrechaban mutuamente las partes de aquella in mensa monarquía; lo que antes las enlazaba ya las divide; más grande es el odio que nos ha inspirado la Península que el mar que nos separa de ella; menos difícil es unir los dos continentes, que reconciliar los espíritus de ambos países. El hábito a la obediencia; un comercio de intereses, de luces, de religión; una recíproca benevolencia; una tierna solicitud por la cuna y la gloria de nuestros padres; en fin, todo lo que formaba nuestra esperanza nos venía de España. De aquí nacía un principio de adhesión que parecía eterno; no obstante que la inconducta de nuestros dominadores relajaba esta simpatía; o, por mejor decir, este apego forzado por el imperio de la dominación. Al presente sucede lo contrario; la muerte, el deshonor, cuanto es nocivo, nos amenaza y tememos: todo lo sufrimos de esa desnaturalizada madrastra. El velo se ha rasgado y hemos visto la luz y se nos quiere volver a las tinieblas: se han roto las cadenas; ya hemos sido libres, y nuestros enemigos pretenden de nuevo esclavizarnos. Por lo tanto, América combate con despecho; y rara vez la desesperación no ha arrastrado tras sí la victoria.

Porque los sucesos hayan sido parciales y alternados, no debemos desconfiar de la fortuna. En unas partes triunfan los in dependientes, mientras que los tiranos en lugares diferentes, obtienen sus ventajas, y ¿cuál es el resultado final? ¿No está el Nuevo Mundo entero, conmovido y armado para su defensa? Echemos una ojeada y observaremos una lucha simultánea en la misma extensión de este hemisferio.

El belicoso estado de las provincias del Río de la Plata ha purgado su territorio y conducido sus armas vencedoras al Alto Perú, conmoviendo a Arequipa, e inquietado a los realistas de Lima. Cerca de un millón de habitantes disfruta allí de su libertad.

El reino de Chile, poblado de ochocientas mil almas, está lidian do contra sus enemigos que pretenden dominarlo; pero en vano, porque los que antes pusieron un término a sus conquistas, los indómitos y libres araucanos, son sus vecinos y compatriotas; y su ejemplo sublime es suficiente para probarles, que el pueblo que ama su independencia, por fin la logra.

El virreinato del Perú, cuya población asciende a millón y medio de habitantes, es, sin duda, el más sumiso y al que más sacrificios se le han arrancado para la causa del rey, y bien que sean vanas las relaciones concernientes a aquella porción de América, es indubitable que ni está tranquila, ni es capaz de oponerse al torrente que amenaza a las más de sus provincias.

La Nueva Granada que es, por decirlo así, el corazón de la América, obedece a un gobierno general, exceptuando el reino de Quito que con la mayor dificultad contienen sus enemigos, por ser fuertemente adicto a la causa de su patria; y las provincias de Panamá y Santa Marta que sufren, no sin dolor, la tiranía de sus señores. Dos millones y medio de habitantes están esparcidos en aquel territorio que actualmente defienden contra el ejército español bajo el general Morillo, que es verosímil sucumba delante de la inexpugnable plaza de Cartagena. Mas si la tomare será a costa de grandes pérdidas, y desde luego carecerá de fuerzas bastantes para subyugar a los morigeros y bravos moradores del interior.

En cuanto a la heroica y desdichada Venezuela sus acontecimientos han sido tan rápidos y sus devastaciones tales, que casi la han reducido a una absoluta indigencia a una soledad espantosa; no obstante que era uno de los más bellos países de cuantos hacían el orgullo de América. Sus tiranos gobiernan un desierto, y sólo oprimen a tristes restos que, escapados de la

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muerte, alimentan una precaria existencia; algunas mujeres, niños y ancianos son los que quedan. Los más de los hombres han perecido por no ser esclavos, y los que viven, combaten con furor, en los campos y en los pueblos internos hasta expirar o arrojar al mar a los que insaciables de sangre y de crímenes, rivalizan con los primeros monstruos que hicieron desaparecer de la América a su raza primitiva. Cerca de un millón de habitantes se contaba en Venezuela y sin exageración se puede conjeturar que una cuarta parte ha sido sacrificada por la tierra, la espada, el hambre, la peste, las peregrinaciones; excepto el terremoto, todos resultados de la guerra.

En Nueva España había en 1808, según nos refiere el barón de Humboldt, siete millones ochocientas mil almas con inclusión de Guatemala. Desde aquella época, la insurrección que ha agitado a casi todas sus provincias, ha hecho disminuir sensiblemente aquel cómputo que parece exacto; pues más de un millón de hombres han perecido, como lo podrá usted ver en la exposición de Mr. Walton que describe con fidelidad los sanguinarios crímenes cometidos en aquel opulento imperio. Allí la lucha se mantiene a fuerza de sacrificios humanos y de todas especies, pues nada ahorran los españoles con tal que logren someter a los que han tenido la desgracia de nacer en este suelo, que parece destinado a empaparse con la sangre de sus hijos. A pesar de todo, los mejicanos serán libres, porque han abrazado el partido de la patria, con la resolución de vengar a sus pasados, o seguirlos al sepulcro. Ya ellos dicen con Reynal: llegó el tiempo en fin, de pagar a los españoles suplicios con suplicios y de ahogar a esa raza de exterminadores en su sangre o en el mar.

Las islas de Puerto Rico y Cuba, que entre ambas pueden formar una población de setecientas a ochocientas mil almas, son las que más tranquilamente poseen los españoles, porque están fuera del contacto de los independientes. Mas ¿no son americanos estos insulares? ¿No son vejados? ¿No desearán su bienestar?

Este cuadro representa una escala militar de dos mil leguas de longitud y novecientas de latitud en su mayor extensión en que dieciséis millones de americanos defienden sus derechos, o están comprimidos por la nación española que aunque fue en algún tiempo el más vasto imperio del mundo, sus restos son ahora impotentes para dominar el nuevo hemisferio y hasta para mantenerse en el antiguo. ¿Y~~ y amante de la libertad permite que una vieja serpiente por sólo satisfacer su saña envenenada, devore ta más bella parte de nuestro globo? ¡Qué! ¿Está Europa sorda al clamor de su propio interés? ¿No tiene ya ojos para ver la justicia? ¿Tanto se ha endurecido para ser de este modo insensible?

Estas cuestiones cuanto más las medito, más me confunden; llego a pensar que se aspira a que desaparezca la América, pero es imposible porque toda Europa no es España. ¡Qué demencia la de nuestra enemiga, pretender reconquistar América, sin marina, sin tesoros y casi sin soldados! Pues los que tiene, apenas son bastantes para retener a su propio pueblo en una violenta obediencia, y defenderse de sus vecinos. Por otra parte, ¿podrá esta nación hacer el comercio exclusivo de la mitad del mundo sin manufacturas. Sin producciones territoriales, sin artes, sin ciencias, sin política? Lograda que fuese esta loca empresa, y suponiendo más, aun lograda la pacificación, los hijos de los actuales americanos únicos con los de los europeos reconquistadores, ¿no volverían a formar dentro de veinte años los mismos patrióticos designios que ahora se están combatiendo?

Europa haría un bien a España en disuadirla de su obstinada temeridad, porque a lo menos le ahorrará los gastos que expende, y la sangre que derrama; a fin de que fijando su atención en sus propios recintos, fundase su prosperidad y poder sobre bases más sólidas que las de inciertas conquistas, un comercio precario y exacciones violentas en pueblos remotos, enemigos y poderosos. Europa misma por miras de sana política debería haber preparado y ejecutado el proyecto de la independencia americana, no sólo porque el equilibrio del mundo así lo exige, sino porque éste es el medio legítimo y seguro de adquirirse establecimientos ultramarinos de comercio. Europa que no se hallaagitada por las violentas pasiones de la venganza, ambición y codicia, como España, parece que estaba autorizada por todas las leyes de la equidad a ilustrarla sobre sus bien entendidos intereses.

Cuantos escritores han tratado la materia se acordaban en esta parte. En consecuencia, nosotros esperábamos con razón que todas las naciones cultas se apresurarían a auxiliarnos, para que adquiriésemos un bien cuyas ventajas son recíprocas a entrambos hemisferios. Sin embargo, ¡cuán frustradas esperanzas! No sólo los europeos. pero hasta nuestros hermanas del Norte se han mantenido inmóviles espectadores de esta contienda, que por su esencia es la más justa, y por sus resultados la más bella e importante de cuantas se han suscitado en los siglos antiguos y modernos, ¿porque hasta dónde se puede calcular la trascendencia de la libertad en el hemisferio de Colón?

«La felonía con que Bonaparte —dice usted— prendió a Carlos IV y a Fernando VII, reyes de esta nación, que tres siglos la aprisionó con traición a dos monarcas de la América meridional, es un acto manifiesto de retribución divina y, al mismo tiempo, una prueba de que Dios sostiene la justa causa de los americanos, y les concederá su independencia».

Parece que usted quiere aludir al monarca de Méjico Moctezuma, preso por Cortés y muerto, según Herrera, por el mismo, aunque Solís dice que por el pueblo, y a Atahualpa, inca del Perú, destruido por Francisco Pizarro y Diego Almagro. Existe tal diferencia entre la suerte de los reyes españoles y los reyes americanos, que no admiten comparación; los primeros son tratados con dignidad, conservados, y al fin recobran su libertad y trono; mientras que los últimos sufren tormentos inauditos y los vilipendios más vergonzosos. Si a Guatimozín sucesor de Moctezuma, se le trata como emperador, y le ponen la corona, fue por irrisión y no por respeto, para que experimentase este escarnio antes que las torturas. Iguales a la suerte de este monarca fueron las del rey de Michoacán, Catzontzin; el Zipa de Bogotá, y cuantos Toquis, Imas, Zipas, Ulmenes, Caciques y demás dignidades indianas sucumbieron al poder español. El suceso de Fernando VII es más semejante al que tuvo lugar en Chile en 1535 con el Ulmén de Copiapó, entonces reinante en aquella comarca. El español Almagro pretextó, como Bonaparte, tomar partido por la causa del legítimo soberano y, en consecuencia, llama al usurpador, como Fernando lo era en España; aparenta restituir al legítimo a sus estados y termina por encadenar X echar a las llamas al infeliz Ulmén, sin querer ni aún oír su defensa. Este es el ejemplo de Fernando VII con su usurpador; los reyes europeos sólo padecen destierros, el Ulmén de Chile termina su vida de un modo atroz. «Después de algunos meses —añade usted— he hecho muchas reflexiones sobre la situación de los americanos y sus esperanzas futuras; tomo grande interés en sus sucesos; pero me faltan muchos informes relativos a su estado actual y a lo que ellos aspiran; deseo infinitamente saber la política de cada provincia como también su población; si desean repúblicas o monarquías, si formarán una gran república o

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una gran monarquía. Toda noticia de esta especie que usted pueda darme o indicarme las fuentes a que debo ocurrir, la estimaré como un favor muy particular».

Siempre las almas generosas se interesan en la suerte de un pueblo que se esmera por recobrar los derechos con que el Creador y la naturaleza le han dotado; y es necesario estar bien fascinado por el error o por las pasiones para no abrigar esta noble sensación; usted ha pensado en mi país, y se interesa por él, este acto de benevolencia me inspira el más vivo reconocimiento.

He dicho la población que se calcula por datos más o menos exactos, que mil circunstancias hacen fallidos, sin que sea fácil remediar esta inexactitud, porque los más de los moradores tienen habitaciones campestres, y muchas veces errantes; siendo labradores, pastores, nómadas, perdidos en medio de espesos e inmensos bosques, llanuras solitarias, y aislados entre lagos y ríos caudalosos. ¿Quién será capaz de formar una estadística completa de semejantes comarcas? Además, los tributos que pagan los indígenas; las penalidades de los esclavos; las primicias, diezmos y derechos que pesan sobre los labradores, y otros accidentes alejan de sus hogares a los pobres americanos.

Esto sin hacer mención de la guerra de exterminio que ya ha segado cerca de un octavo de la población, y ha ahuyentado una gran parte; pues entonces las dificultades son insuperables y el empadronamiento vendrá a reducirse a la mitad del verdadero censo. Todavía es más difícil presentir la suerte futura del Nuevo Mundo, establecer principios sobre su política, y casi profetizar la naturaleza del gobierno que llegará a adoptar. Toda idea relativa al porvenir de este país me parece aventurada. ¿Se puede prever cuando el género humano se hallaba en su infancia rodeado de tanta incertidumbre, ignorancia y error, cuál seria el régimen que abrazaría para su conservación? ¿Quién se habría atrevido a decir tal nación será república o monarquía, ésta será pequeña, aquélla grande? En mi concepto, esta es la imagen de nuestra situación. Nosotros somos un pequeño género humano; poseemos un mundo aparte, cercado por dilatados mares; nuevos en casi todas las artes y ciencias, aunque en cierto modo viejos en los usos de la sociedad civil. Yo considero el estado actual de América, como cuando desplomado el imperio romano cada desmembración formó un sistema político, conforme a sus intereses y situación, o siguiendo la ambición particular de algunos jefes, familias o corporaciones, con esta notable diferencia, que aquellos miembros dispersos volvían a restablecer sus antiguas naciones con las alteraciones que exigían las cosas o los sucesos; mas nosotros, que apenas conservamos vestigios de lo que en otro tiempo fue, y que por otra parte no somos indios, ni europeos, sino una especie mezcla entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles; en suma, siendo nosotros americanos por nacimiento, y nuestros derechos los de Europa, tenemos que disputar a éstos a los del país, y que mantenernos en él contra la invasión de los invasores; así nos hallemos en el caso más extraordinario y complicado. No obstante que es una especie de adivinación indicar cuál será el resultado de la línea de política que América siga, me atrevo aventurar algunas conjeturas que, desde luego, caracterizo de arbitrarias, dictadas por un deseo racional, y no por un raciocinio probable.

La posición de los moradores del hemisferio americano, ha sido por siglos puramente pasiva; su existencia política era nula. Nosotros estábamos en un grado todavía más abajo de la servidumbre y, por lo mismo, con más dificultad para elevarnos al goce de la libertad. Permítame usted estas consideraciones para elevar la cuestión. Los Estados son esclavos por la naturaleza de su constitución o por el abuso de ella; luego un pueblo es esclavo, cuando el gobierno por su esencia o por sus vicios, holla y usurpa los derechos del ciudadano o súbdito. Aplicando estos principios, hallaremos que América no solamente estaba privada de su libertad, sino también de la tiranía activa y dominante.

Me explicaré. En las administraciones absolutas no se reconocen límites en el ejercicio de las facultades gubernativas: la voluntad del gran sultán, Kan, Bey y demás soberanos despóticos, es la ley suprema, y ésta, es casi arbitrariamente ejecutada por los bajáes, kanes y sátrapas subalternos de Turquía y Persia, que tienen organizada una opresión de que participan los súbditos en razón de la autoridad que se les confía. A ellos está encargada la administración civil, militar, política, de rentas, y la religión. Pero al fin son persas los jefes de Ispahán, son turcos los visires del gran señor, son tártaros los sultanes de la Tartaria. China no envía a buscar mandarines, militares y letrados al país de Gengis Kan que la conquistó, a pesar de que los actuales chinos son descendientes directos de los subyugados por los ascendientes de los presentes tártaros.

¡Cuán diferente entre nosotros! Se nos vejaba con una conducta que, además de privarnos de los derechos que nos correspondían, nos dejaba en una especie de infancia permanente, con respecto a las transacciones públicas. Si hubiésemos siquiera manejado nuestros asuntos domésticos en nuestra administración interior, conoceríamos el curso de los negocios públicos y su mecanismo, moraríamos también de la consideración personal que impone a los ojos del pueblo cierto respeto maquinal que es tan necesario conservar en las revoluciones. He aquí por qué he dicho que estábamos privados hasta de la tiranía activa, pues que no nos está permitido ejercer sus funciones.

Los americanos en el sistema español que está en vigor, y quizá con mayor fuerza que nunca, no ocupan otro lugar en la sociedad que el de siervos propios para el trabajo y, cuando más, el de simples consumidores; y aun esta parte coartada con restricciones chocantes; tales son las prohibiciones del cultivo de frutos de Europa, el estanco de las producciones que el rey monopoliza, el impedimento de las fábricas que la misma Península no posee, los privilegios exclusivos del comercio hasta de los objetos de primera necesidad; las trabas entre provincias y provincias americanas para que no se traten, entiendan, ni negocien; en fin, ¿quiere usted saber cuál era nuestro destino? Los campos para cultivar el añil, la grana, el café, la caña, el cacao y el algodón; las llanuras solitarias para criar ganados, los desiertos para cazar las bestias feroces, las entrañas de la tierra para excavar el oro que no puede saciar a esa nación avarienta.

Tan negativo era nuestro estado que no encuentro semejante en ninguna otra asociación civilizada, por más que recorro la serie de las edades y la política de todas las naciones. Pretender que un país tan felizmente constituido, extenso, rico y populoso sea meramente pasivo, ¿no es un ultraje y una violación de los derechos de la humanidad?

Estábamos, como acabo de exponer, abstraídos y, digámoslo así, ausentes del universo en cuanto es relativo a la ciencia del gobierno y administración del Estado. Jamás éramos virreyes ni gobernadores sino por causas muy extraordinarias; arzobispos y obispos pocas veces; diplomáticos nunca; militares sólo en calidad de subalternos; nobles, sin privilegios reales; no

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éramos, en fin, ni magistrados ni financistas, y casi ni aun comerciantes; todo en contravención directa de nuestras instituciones.

El emperador Carlos V formó un pacto con los descubridores, conquistadores y pobladores de América que, como dice Guerra, es nuestro contrato social. Los reyes de España convinieron solemnemente con ellos que lo ejecutasen por su cuenta y riesgo, prohibiéndoles hacerlo a costa de la real hacienda, y por esta razón se les concedía que fuesen señores de la tierra, que organizasen la administración y ejerciesen la judicatura en apelación; con otras muchas exenciones y privilegios que sería prolijo detallar. El rey se comprometió a no enajenar jamás las provincias americanas, como que a él no tocaba otra jurisdicción que la del alto dominio, siendo una especie de propiedad feudal la que allí tenían los conquistadores para sí y sus descendientes. Al mismo tiempo existen leyes expresas que favorecen casi exclusivamente a los naturales del país, originarios de España, en cuanto a los empleos civiles, eclesiásticos y de rentas. Por manera que con una violación manifiesta de las leyes y de los pactos subsistentes, se han visto despojar aquellos naturales de la autoridad constitucional que les daba su código.

De cuanto he referido, será fácil colegir que América no estaba preparada, para desprenderse de la metrópoli, como súbitamente sucedió por el efecto de las ilegítimas cesiones de Bayona, y por la inicua guerra que la regencia nos declaró sin derecho alguno para ello no sólo por la falta de justicia, sino también de legitimidad. Sobre la naturaleza de los gobiernos españoles, sus decretos conminatorios y hostiles, y el curso entero de su desesperada conducta, hay escritos del mayor mérito en el periódico El Español, cuyo autor es el señor Blanco; y estando allí esta parte de nuestra historia muy bien tratada, me limito a indicarlo.

Los americanos han subido de repente y sin los conocimientos previos y, lo que es más sensible, sin la práctica de los negocios públicos a representar en la escena del mundo las eminentes dignidades de legisladores, magistrados, administradores del erario, diplomáticos, generales, y cuantas autoridades supremas y subalternas forman la jerarquía de un Estado organizado con regularidad.

Cuando las águilas francesas sólo respetaron los muros de la ciudad de Cádiz, y con su vuelo arrollaron a los frágiles gobiernos de la Península, entonces quedamos en la orfandad. Ya antes habíamos sido entregados a la merced de un usurpador extranjero.

Después, lisonjeados con la justicia que se nos debía, con esperanzas halagüeñas siempre burladas; por último, inciertos sobre nuestro destino futuro, y amenazados por la anarquía, a causa de la falta de un gobierno legítimo, justo y liberal, nos precipitamos en el caos de la revolución. En el primer momento sólo se cuidó de proveer a la seguridad interior, contra los enemigos que encerraba nuestro seno. Luego se extendió a la seguridad exterior; se establecieron autoridades que sustituimos a las que acabábamos de deponer encargadas de dirigir el curso de nuestra revolución y de aprovechar la coyuntura feliz en que nos fuese posible fundar un gobierno constitucional digno del presente siglo y adecuado a nuestra situación.

Todos los nuevos gobiernos marcaron sus primeros pasos con el establecimiento de juntas populares. Estas formaron en seguida reglamentos para la convocación de congresos que produjeron alteraciones importantes. Venezuela erigió un gobierno democrático y federal, declarando previamente los derechos del hombre, manteniendo el equilibrio de los poderes y estatuyendo leyes generales en favor de la libertad civil, de imprenta y otras; finalmente, se constituyó un gobierno independiente. La Nueva Granada siguió con uniformidad los establecimientos políticos y cuantas reformas hizo Venezuela, poniendo por base fundamental de su Constitución el sistema federal más exagerado que jamás existió; recientemente se ha mejorado con respecto al poder ejecutivo general, que ha obtenido cuantas atribuciones le corresponden. Según entiendo, Buenos Aires y Chile han seguido esta misma línea de operaciones; pero como nos hallamos a tanta distancia, los documentos son tan raros, y las noticias tan inexactas, no me animaré ni aun a bosquejar el cuadro de sus transacciones.

Los sucesos de México han sido demasiado varios, complicados, rápidos y desgraciados para que se puedan seguir en el curso de la revolución. Carecemos, además, de documentos bastante instructivos, que nos hagan capaces de juzgarlos. Los independientes de México, por lo que sabemos, dieron principio a su insurrección en septiembre de 1810, y un año después, ya tenían centralizado su gobierno en Zitácuaro, instalado allí una junta nacional bajo los auspicios de Fernando VII, en cuyo nombre se ejercían las funciones gubernativas. Por los acontecimientos de la guerra, esta junta se trasladó a diferentes lugares, y es verosímil que se haya conservado hasta estos últimos momentos, con las modificaciones que los sucesos hayan exigido. Se dice que ha creado un generalísimo o dictador que lo es el ilustre general Morelos; otros hablan del célebre general Rayón; lo cierto es que uno de estos dos grandes hombres o ambos separadamente ejercen la autoridad suprema en aquel país; y recientemente ha aparecido una constitución para el régimen del Estado. En marzo de 1812 el gobierno residente en Zultepec, presentó un plan de paz y guerra al virrey de México concebido con la más profunda sabiduría. En él se reclamó el derecho de gentes estableciendo principios de una exactitud incontestable. Propuso la junta que la guerra se hiciese como entre hermanos y conciudadanos; pues que no debía ser más cruel que entre naciones extranjeras; que los derechos de gentes y de guerra, inviolables para los mismos infieles y bárbaros, debían serlo más para cristianos, sujetos a un soberano y a unas mismas leyes; que los prisioneros no fuesen tratados como reos de lesa majestad, ni se degollasen los que rendían las armas, sino que se mantuviesen en rehenes para canjearlos; que no se entrase a sangre y fuego en las poblaciones pacíficas, no las diezmasen ni quitasen para sacrificarlas y, concluye, que en caso de no admitirse este plan, se observarían rigurosamente las represalias. Esta negociación se trató con el más alto desprecio; no se dio respuesta a la junta nacional; las comunicaciones originales se quemaron públicamente en la plaza de México, por mano del verdugo; y la guerra de exterminio continuó por parte de los españoles con su furor acostumbrado, mientras que los mexicanos y las otras naciones americanas no la hacían, ni aun a muerte con los prisioneros de guerra que fuesen españoles. Aquí se observa que por causas de conveniencia se conservó la apariencia de sumisión al rey y aun a la constitución de la monarquía. Parece que la junta nacional es absolutaen el ejercicio de las funciones legislativa, ejecutiva y judicial, y el número de sus miembros muy limitado.

Los acontecimientos de la tierra firme nos han probado que las instituciones perfectamente representativas no son adecuadas a nuestro carácter, costumbres y luces actuales. En Caracas el espíritu de partido tomó su origen en las

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sociedades, asambleas y elecciones populares; y estos partidos nos tornaron a la esclavitud. Y así como Venezuela ha sido la república americana que más se ha adelantado en sus instituciones políticas, también ha sido el más claro ejemplo de la ineficacia de la forma demócrata y federal para nuestros nacientes Estados. En Nueva Granada las excesivas facultades de los gobiernos provinciales y la falta de centralización en el general han conducido aquel precioso país al estado a que se ve reducido en el día. Por esta razón sus débiles enemigos se han conservado contra todas las probabilidades. En tanto que nuestros compatriotas no adquieran los talentos y las virtudes políticas que distinguen a nuestros hermanos del Norte, los sistemas enteramente populares, lejos de sernos favorables, temo mucho que vengan a ser nuestra ruina. Desgraciadamente, estas cualidades parecen estar muy distantes de nosotros en el grado que se requiere; y por el contrario, estamos dominados de los vicios que se contraen bajo la dirección de una nación como la española que sólo ha sobresal ido en fiereza, ambición, venganza y codicia.

Es más difícil, dice Montesquieu, sacar un pueblo de la servidumbre, que subyugar uno libre. Esta verdad está comprobada por los anales de todos los tiempos, que nos muestran las más de las naciones libres, sometidas al yugo, y muy pocas de las esclavas recobrar su libertad. A pesar de este convencimiento, los meridionales de este continente han manifestado el conato de conseguir instituciones liberales, y aun perfectas; sin duda, por efecto del instinto que tienen todos los hombres de aspirar a su mejor felicidad posible; la que se alcanza infaliblemente en las sociedades civiles, cuando ellas están fundadas sobre las bases de la justicia, de la libertad y de la igualdad. Pero ¿seremos nosotros capaces de mantener en su verdadero equilibrio la difícil carga de una República? ¿Se puede concebir que un pueblo recientemente desencadenado, se lance a la esfera de la libertad, sin que, como a Ícaro, se le deshagan las alas, y recaiga en el abismo? Tal prodigio es inconcebible, nunca visto. Por consiguiente, no hay un raciocinio verosímil, que nos halague con esta esperanza.

Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria. Aunque aspiro a la perfección del gobierno de mi patria, no puedo persuadirme que el Nuevo Mundo sea por el momento regido por una gran república; como es imposible, no me atrevo a desearlo; y menos deseo aún una monarquía universal de América, porque este proyecto sin ser útil, es también imposible. Los abusos que actualmente existen no se reformarían, y nuestra regeneración sería infructuosa. Los Estados americanos han menester de los cuidados de gobiernos paternales que curen las llagas y las heridas del despotismo y la guerra. La metrópoli, por ejemplo, sería México, que es la única que puede serlo por su poder intrínseco, sin el cual no hay metrópoli. Supongamos que fuese el istmo de Panamá punto céntrico para todos los extremos de este vasto continente, ¿no continuarían éstos en la languidez, y aún en el desorden actual? Para que un solo gobierno dé vida, anime, ponga en acción todos los resortes de la prosperidad pública, corrija, ilustre y perfeccione al Nuevo Mundo sería necesario que tuviese las facultades de un Dios y, cuando menos, las luces y virtudes de todos los hombres.

El espíritu de partido que al presente agita a nuestros Estados, se encendería entonces con mayor encono, hallándose ausente la fuente del poder, que únicamente puede reprimirlo. Además, los magnates de las capitales no sufrirían la preponderancia de los metropolitanos, a quienes considerarían como a otros tantos tiranos; sus celos llegarían hasta el punto de comparar a éstos con los odiosos españoles. En fin, una monarquía semejante sería un coloso deforme, que su propio peso desplomaría a la menorconvulsión.

Mr. de Pradt ha dividido sabiamente a la América en quince o diecisiete Estados independientes entre sí, gobernados por otros tantos monarcas. Estoy de acuerdo en cuanto a lo primero, pues la América comporta la creación de diecisiete naciones; en cuanto a lo segundo, aunque es más fácil conseguirla, es menos útil; y así no soy de la opinión de las monarquías americanas. He aquí mis razones. El interés bien entendido de una república se circunscribe en la esfera de su conservación, prosperidad y gloria. No ejerciendo la libertad imperio, porque es precisamente su opuesto, ningún estímulo excita a los republicanos a extender los términos de su nación, en detrimiento de sus propios medios, con el único objeto de hacer participar a sus vecinos de una Constitución liberal. Ningún derecho adquieren, ninguna ventaja sacan venciéndolos, a menos que los reduzcan a colonias, conquistas o aliados, siguiendo el ejemplo de Roma.

Máximas y ejemplos tales están en oposición directa con los principios de justicia de los sistemas republicanos, y aún diré más, en oposición manifiesta con los intereses de sus ciudadanos; porque un Estado demasiado extenso en sí mismo o por sus dependencias, al cabo viene en decadencia, y convierte su forma libre en otra tiránica; relaja los principios que deben conservarla, y ocurre por último al despotismo. El distintivo de las pequeñas repúblicas es la permanencia; el de las grandes es vario, pero siempre se inclina al imperio. Casi todas las primeras han tenido una larga duración; de las segundas sólo Roma se mantuvo algunos siglos, pero fue porque era república la capital y no lo era el resto de sus dominios que se gobernaban por leyes e instituciones diferentes. Muy contraria es la política de un rey, cuya inclinación constan te se dirige al aumento de sus posesiones, riquezas y facultades; con razón, porque su autoridad crece con estas adquisiciones, tanto con respecto a sus vecinos, como a sus propios vasallos que temen en él un poder tan formidable cuanto es su imperio que se conserva por medio de la guerra y de las conquistas. Por estas razones pienso que los americanos ansiosos de paz, ciencias, artes, comercio y agricultura, preferirían las repúblicas a los reinos, y me parece que estos deseos se conforman con las miras de Europa.

No convengo en el sistema federal entre los populares y representativos, por ser demasiado perfecto y exigir virtudes y talentos políticos muy superiores a los nuestros; por igual razón rehuso la monarquía mixta de aristocracia y democracia que tanta fortuna y esplendor ha procurado a Inglaterra. No siéndonos posible lograr entre las repúblicas y monarquías lo más perfecto y acabado, evitemos caer en anarquías demagógicas, o en tiranías monócratas. Busquemos un medio entre extremos opuestos que nos conducirán a los mismos escollos, a la infelicidad y al deshonor. Voy a arriesgar el resultado de mis cavilaciones sobre la suerte futura de América; no la mejor, sino la que sea más asequible.

Por la naturaleza de las localidades, riquezas, población y carácter de los mexicanos, imagino que intentarán al principio establecer una república representativa, en la cual tenga grandes atribuciones el poder Ejecutivo, concentrándolo en un individuo que, si desempeña sus funciones con acierto y justicia, casi naturalmente vendrá a conservar una autoridad vitalicia. Si su incapacidad o violenta administración excita una conmoción popular que triunfe, ese mismo poder ejecutivo quizás se difundirá en una asamblea. Si el partido preponderante es militar o aristocrático, exigirá probablemente una monarquía que al principio será limitada y constitucional, y después inevitablemente declinará en absoluta; pues debemos convenir en que nada

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hay más difícil en el orden político que la conservación de una monarquía mixta; y también es preciso convenir en que sólo un pueblo tan patriota como el inglés es capaz de contener la autoridad de un rey, y de sostener el espíritu de libertad bajo un cetro y una corona.

Los Estados del istmo de Panamá hasta Guatemala formarán quizás una asociación. Esta magnífica posición entre los dos grandes mares, podrá ser con el tiempo el emporio del universo. Sus canales acortarán las distancias del mundo: estrecharán los lazos comerciales de Europa, América y Asia; traerán a tan feliz región los tributos de las cuatro partes del globo. ¡Acaso sólo allí podrá fijarse algún día la capital de la tierra! Como pretendió Constantino que fuese Bizancio la del antiguo hemisferio.

Nueva Granada se unirá con Venezuela, si llegan a convenirse en formar una república central, cuya capital sea Maracaibo o una nueva ciudad que con el nombre de Las Casas (en honor de este héroe de la filantropía), se funde entre los confines de ambos países, en el soberbio puerto de Bahía Honda. Esta posición aunque desconocida, es más ventajosa por todos respectos. Su acceso es fácil y su situación tan fuerte, que puede hacerse inexpugnable. Posee un clima puro y saludable, un territorio tan propio para la agricultura como para la cría de ganados, y una gran de abundancia de maderas de construcción. Los salvajes que la habitan serían civilizados, y nuestras posesiones se aumentarían con la adquisición de la Guajira. Esta nación se llamaría Colombia como tributo de justicia y gratitud al creador de nuestro hemisferio. Su gobierno podrá imitar al inglés; con la diferencia de que en lugar de un rey habrá un poder ejecutivo, electivo, cuando más vitalicio, y jamás hereditario si se quiere república, una cámara o senado legislativo hereditario, que en las tempestades políticas se interponga entre las olas populares y los rayos del gobierno, y un cuerpo legislativo de libre elección, sin otras restricciones que las de la Cámara Baja de Inglaterra. Esta constitución participaría de todas las formas y yo deseo que no participe de todos los vicios. Como esta es mi patria, tengo un derecho incontestable para desearla lo que en mi opinión es mejor. Es muy posible que la Nueva Granada no convenga en el reconocimiento de un gobierno central, porque es en extremo adicta a la federación; y entonces formará por sí sola un Estado que, si subsiste, podrá ser muy dichoso por sus grandes recursos de todos géneros.

Poco sabemos de las opiniones que prevalecen en Buenos Aires, Chile y el Perú; juzgando por lo que se trasluce y por las apariencias, en Buenos Aires habrá un gobierno central en que los militares se lleven la primacía por consecuencia de sus divisiones intestinas y guerras externas. Esta constitución degenerará necesariamente en una oligarquía, o una monocracia, con más o menos restricciones, y cuya denominaciónnadie puede adivinar. Sería doloroso que tl caso sucediese, porque aquellos habitantes son acreedores a la más espléndida gloria.

El reino de Chile está llamado por la naturaleza de su situación, por las costumbres inocentes y virtuosas de sus moradores, por el ejemplo de sus vecinos, los fieros republicanos del Arauco, a gozar de las bendiciones que derraman las justas y dulces leyes de una república. Si alguna permanece largo tiempo en América, me inclino a pensar que será la chilena. Jamás se ha extinguido allí el espíritu de libertad; los vicios de Europa y Asia llegarán tarde o nunca a corromper las costumbres de aquel extremo del universo. Su territorio es limitado; estará siempre fuera del contacto inficionado del resto de los hombres; no alterará sus leyes, usos y prácticas; preservará su uniformidad en opiniones políticas y religiosas; en una palabra, Chile puede ser libre.

El Perú, por el contrario, encierra dos elementos enemigos de todo régimen justo y liberal; oro y esclavos. El primero lo corrompe todo; el segundo está corrompido por sí mismo. El alma de un siervo rara vez alcanza a apreciar la sana libertad; se enfurece en los tumultos, o se humilla en las cadenas. Aunque estas reglas serían aplicables a toda la América, creo que con más justicia las merece Lima por los conceptos que he expuesto, y por la cooperación que ha prestado a sus señores contra sus propios hermanos los ilustres hijos de Quito, Chile y Buenos Aires. Es constante que el que aspira a obtener la libertad, a lo menos lo intenta. Supongo que en Lima no tolerarán los ricos la democracia, ni los esclavos y pardos libertos la aristocracia; los primeros preferirán la tiranía de uno solo, por no padecer las persecuciones tumultuarias, y por establecer un orden siquiera pacífico. Mucho hará si concibe recobrar su independencia.

De todo lo expuesto, podemos deducir estas consecuencias: las provincias americanas se hallan lidiando por emanciparse, al fin obtendrán el suceso; algunas se constituirán de un modo regular en repúblicas federales y centrales; se fundarán monarquías casi inevitablemente en las grandes secciones, y algunas serán tan infelices que devorarán sus elementos, ya en la actual, ya en las futuras revoluciones, que una gran monarquía no será fácil consolidar; una gran república imposible.

Es una idea grandiosa pretender formar de todo el mundo nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse; mas no es posible porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes dividen a la América. ¡Qué bello sería que el istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto Congreso de los representantes de las repúblicas, reinos e imperios a tratar y discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra, con las naciones de las otras tres partes del mundo. Esta especie de corporación podrá tener lugar en alguna época dichosa de nuestra regeneración, otra esperanza es infundada, semejante a la del abate St. Pierre que concibió el laudable delirio de reunir un Congreso europeo, para decidir de la suerte de los intereses de aquellas naciones.

«Mutuaciones importantes y felices, continuas pueden ser frecuentemente producidas por efectos individuales». Los americanos meridionales tienen una tradición que dice: que cuando Quetzalcoatl, el Hermes, o Buda de la América del Sur resignó su administración y los abandonó, les prometió que volvería después que los siglos designados hubiesen pasado, y que él restablecería su gobierno, y renovaría su felicidad.

¿Esta tradición, no opera y excita una convicción de que muy pronto debe volver? ¡Concibe usted cuál será el efecto que producirá, si un individuo apareciendo entre ellos demostrase los caracteres de Quetzalcoatl, el Buda de bosque, o Mercurio, del cual han hablado tanto las otras naciones? ¿No cree usted que esto inclinaría todas las partes?

¿No es la unión todo lo que se necesita para ponerlos en estado de expulsar a los españoles, sus tropas, y los partidarios de la corrompida España, para hacerlos capaces de establecer un imperio poderoso, con un gobierno libre y leyes benévolas?

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Pienso como usted que causas individuales pueden producir resultados generales, sobre todo en las revoluciones. Pero no es el héroe, gran profeta, o dios del Anáhuac, Quetzalcoatl, el que es capaz de operar los prodigiosos beneficios que usted propone.

Este personaje es apenas conocido del pueblo mexicano y no ventajosamente; porque tal es la suerte de los vencidos aunque sean dioses. Sólo los historiadores y literatos se han ocupado cuidadosamente en investigar su origen, verdadera o falsa misión, sus profecías y el término de su carrera. Se disputa si fue un apóstol de Cristo o bien pagano. Unos suponen que su nombre quiere decir Santo Tomás; otros que Culebra Emplumajada; y otros dicen que es el famoso profeta de Yucatán, Chilan-Cambal. En una palabra, los más de los autores mexicanos, polémicos e historiadores profanos, han tratado con más o menos extensión la cuestión sobre el verdadero carácter de Quetzalcoatl. El hecho es, según dice Acosta, que él establece una religión, cuyos ritos, dogmas y misterios tenían una admirable afinidad con la de Jesús, y que quizás es la más semejante a ella. No obstante esto, muchos escritores católicos han procurado alejar la idea de que este profeta fuese verdadero, sin querer reconocer en él a un Santo Tomás como lo afirman otros célebres autores. La opinión general es que Quetzalcoatl es un legislador divino entre los pueblos paganos de Anáhuac, del cual era lugarteniente el gran Moctezuma, derivando de él su autoridad. De aquí que se infiere que nuestros mexicanos no seguirían al gentil Quetzalcoatl, aunque apareciese bajo las formas más idénticas y favorables, pues que profesan una religión la más intolerante y exclusiva de las otras.

Felizmente los directores de la independencia de México se han aprovechado del fanatismo con el mejor acierto proclamando a la famosa Virgen de Guadalupe por reina de los patriotas, invocándola en todo los casos arduos y llevándola en sus banderas. Con esto, el entusiasmo político ha formado una mezcla con la religión que ha producido un fervor vehemente por la sagrada causa de la libertad. La veneración de esta imagen en México es superior a la más exaltada que pudiera inspirar el más diestro profeta.

Seguramente la unión es la que nos falta para completar la obra de nuestra regeneración. Sin embargo, nuestra división no es extraña, porque tal es el distintivo de las guerras civiles formadas generalmente entre dos partidos: conservadores y reformadores. Los primeros son, por lo común, más numerosos, porque el imperio de la costumbre produce el efecto de la obediencia a las potestades establecidas; los últimos son siempre menos numerosos aunque más vehementes e ilustrados. De este modo la masa física se equilibra con la fuerza moral, y la contienda se prolonga, siendo sus resultados muy inciertos. Por fortuna entre nosotros, la masa ha seguido a la inteligencia.

Yo diré a usted lo que puede ponernos en aptitud de expulsar a los españoles, y de undar un gobierno libre. Es la unión, ciertamente; mas esta unión no nos vendrá por prodigios divinos, sino por efectos sensibles y esfuerzos bien dirigidos. América está encontrada entre sí, porque se halla abandonada de todas las naciones, aislada en medio del universo, sin relaciones diplomáticas ni auxilios militares y combatida por España que posee más elementos para la guerra, que cuantos furtivamente podemos adquirir.

Cuando los sucesos no están asegurados, cuando el Estado es débil, y cuando las empresas son remotas, todos los hombres vacilan; las opiniones se dividen, las pasiones las agitan y los enemigos las animan para triunfar por este fácil medio. Luego que seamos fuertes, bajo los auspicios de una nación liberal que nos preste su protección, se nos verá de acuerdo cultivar las virtudes y los talentos que conducen a la gloria; entonces seguiremos la marcha majestuosa hacia las grandes prosperidades a que está destinada la América meridional; entonces las ciencias y las artes que nacieron en el Oriente y han ilustrado a Europa, volarán a Colombia libre que las convidará con un asilo.

Tales son, señor, las observaciones y pensamientos que tengo el honor de someter a usted para que los rectifique o deseche según su mérito; suplicándole se persuada que me he atrevido a exponerlos, más por no ser descortés, que porque me crea capaz de ilustrar a usted en la materia.

Soy de usted, etc., etc.

Kingston, 6 de septiembre de 1815

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ODA A LA VICTORIA DE JUNÍN

(JOSÉ JOAQUÍN OLMEDO)

El trueno horrendo que en fragor revientay sordo retumbando se dilatapor la inflamada esfera,al Dios anuncia que en el cielo impera.    Y el rayo que en Junín rompe y ahuyentala hispana muchedumbreque, más feroz que nunca, amenazaba,a sangre y fuego, eterna servidumbre,y el canto de victoriaque en ecos mil discurre, ensordeciendoel hondo valle y enriscada cumbre,proclaman a Bolívar en la tierraárbitro de la paz y de la guerra.   Las soberbias pirámides que al cieloel arte humano osado levantabapara hablar a los siglos y naciones-templos do esclavas manosdeificaban en pompa a sus tiranos-,ludibrio son del tiempo, que con su aladébil, las toca y las derriba al suelo,después que en fácil juego el fugaz vientoborró sus mentirosas inscripciones;y bajo los escombros, confundidoentre la sombra del eterno olvido-¡oh de ambición y de miseria ejemplo!-el sacerdote yace, el dios y el templo.Mas los sublimes montes, cuya frentea la región etérea se levanta,que ven las tempestades a su plantabrillar, rugir, romperse, disiparse,los Andes, las enormes, estupendasmoles sentadas sobre bases de oro,la tierra con su peso equilibrando,jamás se moverán. Ellos, burlandode ajena envidia y del protervo tiempola furia y el poder, serán eternosde libertad y de victoria heraldos,que con eco profundo,a la postrema edad dirán del mundo:   «Nosotros vimos de Junín el campo,vimos que al desplegarsedel Perú y de Colombia las banderas,se turban las legiones altaneras,huye el fiero español despavorido,o pide paz rendido.Venció Bolívar, el Perú fue libre,y en triunfal pompa Libertad sagradaen el templo del Sol fue colocada.»   ¿Quién me dará templar el voraz fuegoen que ardo todo yo? Trémula, incierta,torpe la mano va sobre la liradando discorde son. ¿Quién me libertadel dios que me fatiga...?   Siento unas veces la rebelde Musa,cual bacante en furor, vagar inciertapor medio de las plazas bulliciosas,o sola por las selvas silenciosas,o las risueñas playasque manso lame el caudaloso Guayas;otras el vuelo arrebatada tiendesobre los montes, y de allí desciendeal campo de Junín, y ardiendo en ira,los numerosos escuadrones mira,que el odiado pendón de España arbolan,y en cristado morrión y peto armada,

cual amazona fiera,se mezcla entre las filas la primerade todos los guerreros,y a combatir con ellos se adelanta,triunfa con ellos y sus triunfos canta.   Tal en los siglos de virtud y gloria,donde el guerrero sólo y el poetaeran dignos de honor y de memoria,la musa audaz de Píndaro divino,cual intrépido atleta,en inmortal porfíaal griego estadio concurrir solía;y en estro hirviendo y en amor de famay del metro y del número impaciente,pulsa su lira de oro sonorosay alto asiento concede entre los diosesal que fuera en la lid más valeroso,o al más afortunado;pero luego, envidiosade la inmortalidad que les ha dado,ciega se lanza al circo polvoroso,las alas rapidísimas agitay al carro vencedor se precipita,y desatando armónicos raudalespide, disputa, gana,o arrebata la palma a sus rivales.   ¿Quién es aquel que el paso lento muevesobre el collado que a Junín domina?¿que el campo desde allí mide, y el sitiodel combatir y del vencer desina?¿que la hueste contraría observa, cuenta,y en su mente la rompe y desordena,y a los más bravos a morir condena,cual águila caudal que se complacedel alto cielo en divisar la presaque entre el rebaño mal segura pace?¿Quién el que ya desciendepronto y apercibido a la pelea?Preñada en tempestades le rodeanube tremenda; el brillo de su espadaes el vivo reflejo de la gloria;su voz un trueno, su mirada un rayo.¿Quién aquél que al trabarse la batalla,ufano como nuncio de victoria,un corcel impetuoso fatigando,discurre sin cesar por toda parte...?¿Quién sino el hijo de Colombia y Marte?   Sonó su voz: «Peruanos,mirad allí los duros opresoresde vuestra patria; bravos Colombianosen cien crudas batallas vencedores,mirad allí los enemigos fierosque buscando venís desde Orinoco:suya es la fuerza y el valor es vuestro,vuestra será la gloria;pues lidiar con valor y por la patriaes el mejor presagio de victoria.Acometed, que siemprede quien se atreve más el triunfo ha sido;quien no espera vencer, ya está vencido.»   Dice, y al punto, cual fugaces carros,que dada la señal, parten y en densosde arena y polvo torbellinos ruedan,arden los ejes, se estremece el suelo,estrépito confuso asorda el cielo,y en medio del afán cada cual teme

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que los demás adelantarse puedan:así los ordenados escuadronesque del iris reflejan los coloreso la imagen del sol en sus pendones,se avanzan a la lid. ¡Oh! ¡quién temiera,quién, que su ímpetu mismo los perdiera!   ¡Perderse! no, jamás; que en la pelealos arrastra y anima e importunade Bolívar el genio y la fortuna.Llama improviso al bravo Necochea,y mostrándole el campo,partir, acometer, vencer le manda,y el guerrero esforzado,otra vez vencedor, y otra cantado,dentro en el corazón por patria juracumplir la orden fatal, y a la victoriao a noble y cierta muerte se apresura.   Ya el formidable estruendodel atambor en uno y otro bandoy el son de las trompetas clamoroso,y el relinchar del alazán fogoso,que erguida la cerviz y el ojo ardiendoen bélico furor, salta impacientedo más se encruelece la pelea,y el silbo de las balas, que rasgandoel aire, llevan por doquier la muerte,y el choque asaz horrendode selvas densas de ferradas picas,y el brillo y estridor de los acerosque al sol reflectan sanguinosos visos,y espadas, lanzas, miembros esparcidoso en torrentes de sangre arrebatados,y el violento tropel de los guerrerosque más feroces mientras más heridos,dando y volviendo el golpe redoblado,mueren, mas no se rinden... todo anunciaque el momento ha llegado,en el gran libro del destino escrito,de la venganza al pueblo americano,de mengua y de baldón al castellano.   Si el fanatismo con sus furias todas,hijas del negro averno, me inflamara,y mi pecho y mi musa enardecieraen tartáreo furor, del león de España,al ver dudoso el triunfo, me atrevieraa pintar el rencor y horrible saña.Ruge atroz, y cobrandomás fuerza en su despecho, se abalanza,abriéndose ancha calle entre las haces,por medio el fuego y contrapuestas lanzas;rayos respira, mortandad y estrago,y sin pararse a devorar la presa,prosigue en su furor, y en cada huelladeja de negra sangre un hondo lago.   En tanto el Argentino valerosorecuerda que vencer se le ha mandado,y no ya cual caudillo, cual soldadolos formidables ímpetus contieney uno en contra de ciento se sostiene,como tigre furiosade rabiosos mastines acosada,que guardan el redil, mata, destroza,ahuyenta sus contrarios, y aunque herida,sale con la victoria y con la vida.   Oh capitán valiente,blasón ilustre de tu ilustre patria,no morirás, tu nombre eternamenteen nuestros fastos sonará glorioso,

y bellas ninfas de tu Plata undosoa tu gloria darán sonoro cantoy a tu ingrato destino acerbo llanto.   Ya el intrépido Miller aparecey el desigual combate restablece.Bajo su mando ufanamarchar se ve la juventud peruanaardiente, firme, a perecer resuelta,si acaso el hado infiel vencer le niega.En el arduo conflicto opone ciegaa los adversos dardos firmes pechos,y otro nombre conquista con sus hechos.   ¿Son ésos los garzones delicadosentre seda y aromas arrullados?¿los hijos del placer son esos fieros?Sí, que los que antes desatar no osabanlos dulces lazos de jazmín y rosacon que amor y placer los enredaban,hoy ya con mano fuertela cadena quebrantan ponderosaque ató sus pies, y vuelan denodadosa los campos de muerte y gloria cierta,apenas la alta fama los despiertade los guerreros que su cara patriaen tres lustros de sangre libertaron,y apenas el queridonombre de libertad su pecho inflama,y de amor patrio la celeste llamaprende en su corazón adormecido.   Tal el joven Aquilesque en infame disfraz y en ocio blandode lánguidos suspiros,los destinos de Grecia dilatando,vive cautivo en la beldad de Sciros:los ojos pace en el vistoso alardede arreos y de galas femenilesque de India y Tiro y Menfis opulentacuriosos mercadantes le encarecen;mas a su vista apenas resplandecenpavés, espada y yelmo, que entre gasasel Itacense astuto le presenta,pásmase... se recobra, y con violentamano el templado acero arrebatando,rasga y arroja las indignas tocas,parte, traspasa el mar y en la troyanaarena muerte, asolación, espantodifunde por doquier; todo le cede...aun Héctor retrocede...y cae al fin, y en derredor tres vecessu sangriento cadáver profanado,al veloz carro atadodel vencedor inexorable y duro,el polvo barre del sagrado muro.   Ora mi lira resonar debíadel nombre y las hazañas portentosasde tantos capitanes, que este díala palma del valor se disputarondigna de todos... Carvajal... y Silva...y Suárez... y otros mil... Mas de improvisola espada de Bolívar aparecey a todos los guerreros,como el sol a los astros, oscurece.   Yo acaso más osado le cantara,si la meonia Musa me prestarala resonante trompa que otro tiempocantaba al crudo Marte entre los Traces,bien animando las terribles haces,bien los fieros caballos, que la lumbrede la égida de Palas espantaba.   Tal el héroe brillabapor las primeras filas discurriendo.

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Se oye su voz, su acero resplandece,do más la pugna y el peligro crece.Nada le puede resistir... Y es fama.-¡oh portento inaudito!que el bello nombre de Colombia escritosobre su frente, en torno despedíarayos de luz tan viva y refulgenteque, deslumbrado el español, desmaya,tiembla, pierde la voz, el movimiento,sólo para la fuga tiene aliento.   Así cuando en la noche algún malvadova a descargar el brazo levantado,si de improviso lanza un rayo el cielo,se pasma y el puñal trémulo suelta,hielo mortal a su furor sucede,tiembla y horrorizado retrocede.Ya no hay más combatir. El enemigoel campo todo y la victoria cede;huye cual ciervo herido, y a donde huye,allí encuentra la muerte. Los caballosque fueron su esperanza en la pelea,heridos, espantados, por el campoo entre las filas vagan, salpicandoel suelo en sangre que su crin gotea,derriban al jinete, lo atropellan,y las catervas van despavoridas,o unas en otras con terror se estrellan.   Crece la confusión, crece el espanto,y al impulso del aire, que vibrandosube en clamores y alaridos lleno,tremen las cumbres que respeta el trueno.Y discurriendo el vencedor en tantopor cimas de cadáveres y heridos,postra al que huye, perdona a los rendidos   Padre del universo, Sol radioso,dios del Perú, modera omnipotenteel ardor de tu carro impetüoso,y no escondas tu luz indeficiente...Una hora más de luz... -Pero esta horano fue la del destino. El dios oíael voto de su pueblo; y de la frenteel cerco de diamante desceñía.En fugaz rayo el horizonte dora,en mayor disco menos luz ofrecey veloz tras los Andes se oscurece.   Tendió su manto lóbrego la noche:y las reliquias del perdido bando,con sus tristes y atónitos caudillos,corren sin saber dónde, espavoridas,y de su sombra misma se estremecen;y al fin en las tinieblas ocultandosu afrenta y su pavor, desaparecen.   ¡Victoria por la patria! ¡oh Dios, victoria!¡Triunfo a Colombia y a Bolívar gloria!   Ya el ronco parche y el clarín sonorono a presagiar batalla y muerte suenani a enfurecer las almas, mas se estrenaen alentar el bullicioso corode vivas y patrióticas canciones.Arden cien pinos, y a su luz, las sombrashuyeron, cual poco antes desbandadashuyeron de la espada de Colombialas vandálicas huestes debeladas.   En torno de la lumbre,el nombre de Bolívar repitiendoy las hazañas de tan claro día,los jefes y la alegre muchedumbre

consumen en acordes libacionesde Baco y Ceres los celestes dones.   «Victoria, paz -clamaban-,paz para siempre. Furia de la guerra,húndete al hondo averno derrocada.Ya cesa el mal y el llanto de la tierra.Paz para siempre. La sanguínea espada,o cubierta de orín ignominioso,o en el útil arado transformadanuevas leyes dará. Las varias gentesdel mundo, que a despecho de los cielosy del ignoto ponto proceloso,abrió a Colón su audacia o su codicia,todas ya para siempre recobraronen Junín libertad, gloria y reposo.»   «Gloria, mas no reposo» -de repenteclamó una voz de lo alto de los cielos-;y a los ecos los ecos por tres veces«Gloria, mas no reposo», respondieron.El suelo tiembla, y cual fulgentes faros,de los Andes las cúspides ardieron;y de la noche el pavoroso mantose transparenta y rásgase y el éterallá lejos purísimo aparece,y en rósea luz bañado resplandece.Cuando improviso, veneranda Sombra,en faz serena y ademán augusto,entre cándidas nubes se levanta:del hombro izquierdo nebuloso mantopende, y su diestra aéreo cetro rige;su mirar noble, pero no sañudo;y nieblas figuraban a su plantapenacho, arco, carcaj, flechas y escudo;una zona de estrellasglorificaba en derredor su frentey la borla imperial de ella pendiente.   Miró a Junín, y plácida sonrisavagó sobre su faz. «Hijos -decía-generación del sol afortunada,que con placer yo puedo llamar mía,yo soy Huayna-Cápac, soy el postrerodel vástago sagrado;dichoso rey, mas padre desgraciado.De esta mansión de paz y luz he vistocorrer las tres centuriasde maldición, de sangre y servidumbrey el imperio regido por las Furias.   No hay punto en estos valles y estos cerrosque no mande tristísimas memorias.Torrentes mil de sangre se cruzaronaquí y allí; las tribus numerosasal ruido del cañón se disiparon,y los restos mortales de mi genteaun a las mismas rocas fecundaron.Más allá un hijo expira entre los hierrosde su sagrada majestad indignos...Un insolente y vil aventureroy un iracundo sacerdote fueronde un poderoso Rey los asesinos...¡Tantos horrores y maldades tantaspor el oro que hollaban nuestras plantas!   Y mi Huáscar también... ¡Yo no vivía!Que de vivir, lo juro, bastaría,sobrara a debelar la hidra españolaésta mi diestra triunfadora, sola.Y nuestro suelo, que ama sobre todosel Sol mi padre, en el estrago fierono fue, ¡oh dolor!, ni el solo, ni el primero:que mis caros hermanos

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el gran Guatimozín y Motezumaconmigo el caso acerbo lamentaronde su nefaria muerte y cautiverio,y la devastación del grande imperio,en riqueza y poder igual al mío...Hoy, con noble desdén, ambos recuerdanel ultraje inaudito, y entre fiestasalevosas el dardo prevenidoy el lecho en vivas ascuas encendido.   ¡Guerra al usurpador! -¿Qué le debemos?¿luces, costumbres, religión o leyes...?¡Si ellos fueron estúpidos, viciosos,feroces y por fin supersticiosos!¿Qué religión? ¿la de Jesús?... ¡Blasfemos!Sangre, plomo veloz, cadenas fueronlos sacramentos santos que trajeron.¡Oh religión! ¡oh fuente pura y santade amor y de consuelo para el hombre!¡cuántos males se hicieron en tu nombre!¿Y qué lazos de amor...? Por los oficiosde la hospitalidad más generosahierros nos dan, por gratitud, suplicios.Todos, sí, todos; menos uno sólo:el mártir del amor americano,de paz, de caridad apóstol santo,divino Casas, de otra patria digno;nos amó hasta morir. Por tanto ahoraen el empíreo entre los Incas mora.   En tanto la hora inevitable vinoque con diamante señaló el destinoa la venganza y gloria de mi pueblo:y se alza el vengador. Desde otros mares,como sonante tempestad, se acerca,y fulminó; y del Inca en la Peana,que el tiempo y un poder furial profana,cual de un dios irritado en los altares,las víctimas cayeron a millares.«¡Oh campos de Junín!... ¡Oh predilectoHijo y Amigo y Vengador del Inca!¡Oh pueblos, que formáis un pueblo sóloy una familia, y todos sois mis hijos!vivid, triunfad...»El Inca esclarecidoiba a seguir, mas de repente quedaen éxtasis profundo embebecido:atónito, en el cieloambos ojos inmóviles ponía,y en la improvisa inspiración absorto,la sombra de una estatua parecía.   Cobró la voz al fin. «Pueblos -decía-la página fatal ante mis ojosdesenvolvió el destino, salpicadatoda en purpúrea sangre, mas en tornotambién en bello resplandor bañada.Jefe de mi nación, nobles guerreros,oíd cuanto mi oráculo os previene,y requerid los ínclitos aceros,y en vez de cantos nueva alarma suene;que en otros campos de inmortal memoriala Patria os pide, y el destino os mandaotro afán, nueva lid, mayor victoria.»   Las legiones atónitas oían:mas luego que se anuncia otro combate,se alzan, arman, y al orden de batallaufanas y prestísimas corrierany ya de acometer la voz esperan.   Reina el silencio; mas de su alta nubeel Inca exclama: «De ese ardor es dignala ardua lid que os espera;

ardua, terrible, pero al fin postrera.Ese adalid vencidovuela en su fuga a mi sagrada Cuzco,y en su furia insensata,gentes, armas, tesoros arrebata,y a nuevo azar entrega su fortuna;venganza, indignación, furor le inflamany allá en su pecho hirvieron, como fuegosque de un volcán en las entrañas braman.Marcha; y el mismo campo donde ciegosen sangrienta porfíalos primeros tiranos disputaroncuál de ellos solo dominar debía-pues el poder y el oro divididotemplar su ardiente fiebre no podía-,en ese campo, que a discordia ajenadebió su infausto nombre y la cadenaque después arrastró todo el imperio,allí, no sin misterio,venganza y gloria nos darán los cielos.¡Oh valle de Ayacucho bienhadado!Campo serás de gloria y de venganza...Mas no sin sangre... ¡Yo me estremecierasi mi ser inmortal no lo impidiera!   Allí Bolívar en su heroica mentemayores pensamientos revolviendo,el nuevo triunfo trazará, y haciendode su genio y poder un nuevo ensayo,al joven Sucre prestará su rayo,al joven animoso,a quien del Ecuador montes y ríosdos veces aclamaron victorioso.Ya se verá en la frente del guerrerotoda el alma del héroe reflejada,que él le quiso infundir de una mirada.   Como torrentes desde la alta cumbreal valle en mil raudales despeñados,vendrán los hijos de la infanda Iberia,soberbios en su fiera muchedumbre,cuando a su encuentro volará impacientetu juventud, Colombia belicosa,y la tuya, ¡oh Perú! de fama ansiosa,y el caudillo impertérrito a su frente.   ¡Atroz, horrendo choque, de azar lleno!Cual aturde y espanta en su estallidode hórrida tempestad el postrer trueno.Arder en fuego el aire,en humo y polvo oscurecerse el cieloy, con la sangre en que rebosa el suelo,se verá al Apurímac de repenteembravecer su rápida corriente.   Mientras por sierras y hondos precipicios,a la hueste enemigael impaciente Córdova fatiga,Córdova, a quien inflamafuego de edad y amor de patria y fama,Córdova, en cuyas sienes con bello artecrecen y se entrelazantu mirto, Venus, tus laureles, Marte.Con su Miller los Húsares recuerdanel nombre de Junín, Vargas su nombre,y Vencedor el suyo con su Laraen cien hazañas cada cual más clara.   Allá por otra parte,sereno, pero siempre infatigable,terrible cual su nombre, batallandose presenta La Mar, y se apresurala tarda rota del protervo bando.

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Era su antiguo voto, por la patriacombatir y morir; Dios complacidocombatir y vencer le ha concedido.Mártir del pundonor, he aquí tu día:ya la calumnia impíabajo tu pie bramando confundida,te sonríe la Patria agradecida;y tu nombre glorioso,el armónico canto que resuenaen las floridas margenes del Guayasque por oírlo su corriente enfrena,se mezclará, y el pecho de tu amigo,tus hazañas cantando y tu ventura,palpitará de gozo y de ternura.   Lo grande y peligrosohiela al cobarde, irrita al animoso.¡Qué intrepidez! ¡qué súbito corajeel brazo agita y en el pecho prendedel que su patria y libertad defiende!El menor resistir es nuevo ultraje.El jinete impetuoso,el fulmíneo arcabuz de sí arrojando,lánzase a tierra con el hierro en mano,pues le parece en trance tan dudosolento el caballo, perezoso el plomo.Crece el ardor. Ya cede en toda parteel número al valor, la fuerza al arte.   Y el Ibero arrogante en las memoriasde sus pasadas glorias,firme, feroz resiste, ya en idea,bajo triunfales arcos, que alzar debela sojuzgada Lima, se pasea.Mas su afán, su ilusión, sus artes... nada;ni la resuelta y numerosa tropale sirve. Cede al ímpetu tremendo;y el arma de Baylén rindió cayendoel vencedor del vencedor de Europa.Perdió el valor, mas no las iras pierde,y en furibunda rabia el polvo muerde;alza el párpado grave, y sanguinososruedan sus ojos y sus dientes crujen;mira la luz, se indigna de mirarla,acusa, insulta al cielo, y de sus labioscárdenos, espumosos,votos y negra sangre y hiel brotando,en vano un vengador muere invocando.   ¡Ah! ya diviso míseras reliquias,con todos sus caudillos humillados,venir pidiendo paz; y generoso,en nombre de Bolívar y la Patria,no se la niega el Vencedor glorioso,y su triunfo sangrientocon el ramo feliz de paz corona.Que si Patria y honor le arman la manoarde en venganza el pecho americano,y cuando vence, todo lo perdona.   Las voces, el clamor de los que vencen,y de Quinó las ásperas montañasy los cóncavos senos de la tierray los ecos sin fin de la ardua sierra,todos repiten sin cesar: ¡Victoria!   Y las bullentes linfas de Apurímaca las fugaces linfas de Ucayalese unen, y unidas, llevan presurosas,en sonante murmullo y alba espuma,con palmas en las manos y coronas,esta nueva feliz al Amazonas.Y el espléndido rey al punto ordenaa sus delfines, ninfas y sirenas

que, en clamorosos plácidos cantares,tan gran victoria anuncien a los mares.   ¡Salud, oh Vencedor! ¡oh Sucre! vence,y de nuevo laurel orla tu frente;alta esperanza de tu insigne patria,como la palma al margen de un torrentecrece tu nombre..., y sola, en este díatu gloria, sin Bolívar, brillaría.Tal se ve Héspero arder en su carrera,que del nocturno cielosuyo el imperio sin la luna fuera.   Por las manos de Sucre la Victoriaciñe a Bolívar lauro inmarcesible.¡Oh Triunfador! la palma de Ayacucho,fatiga eterna al bronce de la Fama,segunda vez Libertador te aclama.   Esta es la hora feliz. Desde aquí empiezala nueva edad al Inca prometidade libertad, de paz y de grandeza.Rompiste la cadena aborrecida,la rebelde cerviz hispana hollaste,grande gloria alcanzaste;pero mayor te espera, si a mi Pueblo,así cual a la guerra lo conformasy a conquistar su libertad le empeñas,la rara y ardua cienciade merecer la paz y vivir libre,con voz y ejemplo y con poder le enseñas,   Yo con riendas de seda regí el pueblo,y cual padre le amé, mas no quisieraque el cetro de los Incas renaciera;que ya se vio algún Inca, que teniendoel terrible poder todo en su mano,comenzó padre y acabó tirano.Yo fui conquistador, ya me avergüenzodel glorioso y sangriento ministerio,pues un conquistador, el más humano,formar, mas no regir debe un imperio.   Por no trillada senda, de la gloriaal templo vuelas, ínclito Bolívar:que ese poder tremendo que te fíade los Padres el íntegro senado,si otro tiempo perder a Roma pudo,en su potente manoes a la Libertad del Pueblo escudo.   ¡Oh Libertad! el Héroe que podíaser el brazo de Marte sanguinario,ése es tu sacerdote más celoso,y el primero que toma el incensarioy a tus aras se inclina silencioso.¡Oh Libertad! si al pueblo americanola solemne misión ha dado el cielode domeñar el monstruo de la guerray dilatar tu imperio soberanopor las regiones todas de la tierray por las ondas todas de los mares,no temas, con este héroe, que algún díaeclipse el ciego error tus resplandores,superstición profane tus altares,ni que insulte tu ley la tiranía;ya tu imperio y tu culto son eternos.Y cual restauras en su antigua gloriadel santo y poderosoPacha-Cámac el templo portentoso,tiempo vendrá, mi oráculo no miente,en que darás a pueblos destronadossu majestad ingénita y su solio,animarás las ruinas de Cartago,

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relevarás en Grecia el Areópago,y en la humillada Roma el Capitolio.   Tuya será, Bolívar, esta gloria,tuya romper el yugo de los reyesy, a su despecho, entronizar las leyes;y la discordia en áspides crinada,por tu brazo en cien nudos aherrojada,ante los haces santos confundidasharás temblar las armas parricidas.   Ya las hondas entrañas de la tierraen larga vena ofrecen el tesoroque en ellas guarda el Sol, y nuestros monteslos valles regarán con lava de oro.Y el Pueblo primogénito dichosode Libertad, que sobre todo tantopor su poder y gloria se enaltece,como entre sus estrellas,la estrella de Virginia resplandece,nos da el ósculo santode amistad fraternal. Y las nacionesdel remoto hemisferio celebrado,al contemplar el vuelo arrebatadode nuestras musas y artes,como iguales amigos nos saludan;con el tridente abriendo la carrera,la Reina de los mares, la primera.   Será perpetua, ¡oh pueblos! esta gloriay vuestra libertad incontrastablecontra el poder y liga detestablede todos los tiranos conjuradossi en lazo federal, de polo a polo,en la guerra y la paz vivís unidos;vuestra fuerza es la unión. Unión, ¡oh pueblos!para ser libres y jamás vencidos.Esta unión, este lazo poderosola gran cadena de los Andes sea,que en fortísimo enlace, se dilatandel uno al otro mar. Las tempestadesdel cielo ardiendo en fuego se arrebatan,erupciones volcánicas arrasancampos, pueblos, vastísimas regiones,y amenazan horrendas convulsionesel globo destrozar desde el profundo;ellos, empero, firmes y serenosven el estrago funeral del mundo.   Esta es, Bolívar, aun mayor hazañaque destrozar el férreo cetro a España,y es digna de ti solo; en tanto, triunfa...Ya se alzan los magníficos trofeosy tu nombre, aclamadopor las vecinas y remotas gentesen lenguas, voces, metros diferentes,recorrerá la serie de los siglosen las alas del canto arrebatadoY en medio del concento numerosola voz del Guayas crecey a las más resonantes enmudece.   Tú la salud y honor de nuestro puebloserás viviendo, y Ángel poderosoque lo proteja, cuandotarde al empíreo el vuelo arrebataresy entre los claros Incasa la diestra de Manco te sentares.   Así place al destino, ¡Oh! ved al cóndor,al peruviano rey del pueblo aerio,a quien ya cede el águila el imperio,vedle cuál desplegando en nuevas galaslas espléndidas alas,

sublime a la región del sol se elevay el alto augurio que os revelo aprueba.Marchad, marchad, guerreros,y apresurad el día de la gloria;que en la fragosa margen de Apurímaccon palmas os espera la victoria».   Dijo el Inca; y las bóvedas etéreasde par en par se abrieron,en viva luz y resplandor brillarony en celestiales cantos resonaron.Era el coro de cándidas Vestales,las vírgenes del Sol, que rodeandoal Inca como a Sumo Sacerdote,en gozo santo y ecos virginalesen torno van cantandodel Sol las alabanzas inmortales.   «Alma eterna del mundo,dios santo del Perú, Padre del Inca,en tu giro fecundogózate sin cesar, Luz bienhechoraviendo ya libre el pueblo que te adora.   La tiniebla de sangre y servidumbreque ofuscaba la lumbrede tu radiante faz pura y serenase disipó, y en cantos se conviertela querella de muertey el ruido antiguo de servil cadena.   Aquí la Libertad buscó un asilo,amable peregrina,y ya lo encuentra plácido y tranquilo,y aquí poner la diosaquiere su templo y ara milagrosa;aquí olvidada de su cara Helvecia,se viene a consolar de la ruinay en todos sus oráculos proclamaque al Madalén y al Rímac bulliciosoya sobre el Tíber y el Eurotas ama.   ¡Oh Padre! ¡oh claro Sol! no desampareseste suelo jamás, ni estos altares.   Tu vivífico ardor todos los seresanima y reproduce: por ti viveny acción, salud, placer, beldad reciben.Tú al labrador despiertasy a las aves canorasen tus primeras horas,y son tuyos sus cantos matinales;por ti siente el guerreroen amor patrio enardecida el alma,y al pie de tu ara rinde placenterosu laurel y su palma,y tuyos son sus cánticos marciales.   Fecunda, ¡oh Sol! tu tierra,y los males repara de la guerra.   Da a nuestros campos frutos abundosos,aunque niegues el brillo a los metales,da naves a los puertos,pueblos a los desiertos,a las armas victoria,alas al genio y a las Musas gloria.   Dios del Perú, sostén, salva, confortael brazo que te venga,no para nuevas lides sanguinosas,que miran con horror madres y esposas,sino para poner a olas civileslímites ciertos, y que en paz florezcande la alma paz los dones soberanos,

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y arredre a sediciosos y a tiranos.Brilla con nueva luz, Rey de los cielos,brilla con nueva luz en aquel díadel triunfo que magnífica preparaa su Libertador la patria mía.¡Pompa digna del Inca y del imperioque hoy de su ruina a nuevo ser revive!   Abre tus puertas, opulenta Lima,abate tus murallas y recibeal noble triunfador que rodeadode pueblos numerosos, y aclamadoÁngel de la esperanzay Genio de la paz y de la gloria,en inefable majestad avanza.Las musas y las artes revolandoen torno van del carro esplendoroso,y los pendones patrios vencedoresal aire vago ondean, ostentandodel sol la imagen, de iris los colores.Y en ágil planta y en gentiles formasdando al viento el cabello desparcido,de flores matizado.cual las horas del sol, raudas y bellas,saltan en derredor lindas doncellasen giro no estudiado;las glorias de su patriaen sus patrios cantares celebrandoy en sus pulidas manos levantando,albos y tersos como el seno de ellascien primorosos vasos de alabastroque espiran fragantísimos aromas,y de su centro se derrama y subepor los cerúleos ámbitos del cielode ondoso incienso transparente nube,   Cierran la Pompa espléndidos trofeosy por delante en larga serie marchanhumildes confundidoslos pueblos y los jefes ya vencidos:allá procede el Ástur belicoso,allí va el Catalán infatigabley el agreste Celtíbero indomabley el Cántabro feroz, que a la romanacadena el cuello sujetó el postrero,y el Andaluz livianoy el adusto, severo Castellano;ya el áureo Tajo cetro y nombre cede,y las que antes, graciosas

fueron honor del fabuloso suelo,Ninfas del Tormes y el Genil, en duelose esconden silenciosas;y el grande Betis viendo ya marchitasu sacra oliva, menos orgulloso,paga su antiguo feudo al mar undoso.   El sol suspenso en la mitad del cieloaplaudirá esta pompa -¡Oh Sol! ¡oh Padre!tu luz rompa y disipelas sombras del antiguo cautiverio,tu luz nos dé el imperio,tu luz la libertad nos restituya;tuya es la tierra y la victoria es tuya».   Cesó el canto; los cielos aplaudierony en plácido fulgor resplandecieron.Todos quedan atónitos; y en tantotras la dorada nube el Inca santoy las santas Vestales se escondieron.Mas ¿cuál audacia te elevó a los cielos,humilde musa mía? ¡Oh! no revelesa los seres mortalesen débil canto, arcanos celestiales.Y ciñan otros la apolínea ramay siéntense a la mesa de los dioses,y los arrulle la parlera fama,que es la gloria y tormento de la vida;yo volveré a mi flauta conocida,libre vagando por el bosque umbríode naranjos y opacos tamarindos,o entre el rosal pintado y olorosoque matiza la margen de mi río,o entre risueños campos, do en pomposotrono piramidal y alta corona,la piña ostenta el cetro de Pomona,y me diré feliz si mereciere,el colgar esta lira en que he cantadoen tono menos dinola gloria y el destinodel venturoso pueblo americano,yo me diré feliz si merecierepor premio a mi osadíauna mirada tierna de las Graciasy el aprecio y amor de mis hermanos,una sonrisa de la Patria mía,y el odio y el furor de los tiranos.

ALOCUCIÓN A LA POESÍA(ÁNDRÉS BELLO)

Fragmentos de un poema titulado «América»I Divina Poesía, tú de la soledad habitadora, a consultar tus cantos enseñada con el silencio de la selva umbría, tú a quien la verde gruta fue morada, y el eco de los montes compañía; tiempo es que dejes ya la culta Europa, que tu nativa rustiquez desama, y dirijas el vuelo adonde te abre el mundo de Colón su grande escena. También propicio allí respeta el cielo la siempre verde rama con que al valor coronas; también allí la florecida vega, el bosque enmarañado, el sesgo río, colores mil a tus pinceles brindan;

 y Céfiro revuela entre las rosas; y fúlgidas estrellas tachonan la carroza de la noche; y el rey del cielo entre cortinas bellas de nacaradas nubes se levanta; y la avecilla en no aprendidos tonos con dulce pico endechas de amor canta.    ¿Qué a ti, silvestre ninfa, con las pompas de dorados alcázares reales? ¿A tributar también irás en ellos, en medio de la turba cortesana, el torpe incienso de servil lisonja? No tal te vieron tus más bellos días, cuando en la infancia de la gente humana, maestra de los pueblos y los reyes,

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 cantaste al mundo las primeras leyes. No te detenga, oh diosa, esta región de luz y de miseria, en donde tu ambiciosa rival Filosofía, que la virtud a cálculo somete, de los mortales te ha usurpado el culto; donde la coronada hidra amenaza traer de nuevo al pensamiento esclavo la antigua noche de barbarie y crimen; donde la libertad vano delirio, fe la servilidad, grandeza el fasto, la corrupción cultura se apellida. Descuelga de la encina carcomida tu dulce lira de oro, con que un tiempo los prados y las flores, el susurro de la floresta opaca, el apacible murmurar del arroyo trasparente, las gracias atractivas de Natura inocente, a los hombres cantaste embelesados; y sobre el vasto Atlántico tendiendo las vagorosas alas, a otro cielo, a otro mundo, a otras gentes te encamina, do viste aún su primitivo traje la tierra, al hombre sometida apenas; y las riquezas de los climas todos América, del Sol joven esposa, del antiguo Oceano hija postrera, en su seno feraz cría y esmera.    ¿Qué morada te aguarda? ¿qué alta cumbre, qué prado ameno, qué repuesto bosque harás tu domicilio? ¿en qué felice playa estampada tu sandalia de oro será primero? ¿dónde el claro río que de Albión los héroes vio humillados, los azules pendones reverbera de Buenos Aires, y orgulloso arrastra de cien potentes aguas los tributos al atónito mar? ¿o dónde emboza su doble cima el Avila entre nubes, y la ciudad renace de Losada? ¿O más te sonreirán, Musa, los valles de Chile afortunado, que enriquecen rubias cosechas, y süaves frutos; do la inocencia y el candor ingenuo y la hospitalidad del mundo antiguo con el valor y el patriotismo habitan? ¿O la ciudad que el águila posada sobre el nopal mostró al azteca errante, y el suelo de inexhaustas venas rico, que casi hartaron la avarienta Europa? Ya de la mar del Sur la bella reina, a cuyas hijas dio la gracia en dote Naturaleza, habitación te brinda bajo su blando cielo, que no turban lluvias jamás, ni embravecidos vientos. ¿O la elevada Quito harás tu albergue, que entre canas cumbres sentada, oye bramar las tempestades bajo sus pies, y etéreas auras bebe a tu celeste inspiración propicias? Mas oye do tronando se abre paso entre murallas de peinada roca, y envuelto en blanca nube de vapores, de vacilantes iris matizada, los valles va a buscar del Magdalena con salto audaz el Bogotá espumoso. Allí memorias de tempranos días tu lira aguardan; cuando, en ocio dulce y nativa inocencia venturosos, sustento fácil dio a sus moradores, primera prole de su fértil seno,

 Cundinamarca; antes que el corvo arado violase el suelo, ni extranjera nave las apartadas costas visitara. Aún no aguzado la ambición había el hierro atroz; aún no degenerado buscaba el hombre bajo oscuros techos el albergue, que grutas y florestas saludable le daban y seguro, sin que señor la tierra conociese, los campos valla, ni los pueblos muro. La libertad sin leyes florecía, todo era paz, contento y alegría; cuando de dichas tantas envidiosa Huitaca bella, de las aguas diosa, hinchando el Bogotá, sumerge el valle. De la gente infeliz parte pequeña asilo halló en los montes; el abismo voraz sepulta el resto. Tú cantarás cómo indignó el funesto estrago de su casi extinta raza a Nenqueteba, hijo del Sol; que rompe con su cetro divino la enriscada montaña, y a las ondas abre calle; el Bogotá, que inmenso lago un día de cumbre a cumbre dilató su imperio, de las ya estrechas márgenes, que asalta con vana furia, la prisión desdeña, y por la brecha hirviendo se despeña. Tú cantarás cómo a las nuevas gentes Nenqueteba piadoso leyes y artes y culto dio; después que a la maligna ninfa mudó en lumbrera de la noche, y de la luna por la vez primera surcó el Olimpo el argentado coche.     Ve, pues, ve a celebrar las maravillas del ecuador: canta el vistoso cielo que de los astros todos los hermosos coros alegran; donde a un tiempo el vasto Dragón del norte su dorada espira desvuelve en torno al luminar inmóvil que el rumbo al marinero audaz señala, y la paloma cándida de Arauco en las australes ondas moja el ala. Si tus colores los más ricos mueles y tomas el mejor de tus pinceles, podrás los climas retratar, que entero el vigor guardan genital primero con que la voz omnipotente, oída del hondo caos, hinchió la tierra, apenas sobre su informe faz aparecida, y de verdura la cubrió y de vida. Selvas eternas, ¿quién al vulgo inmenso que vuestros verdes laberintos puebla, y en varias formas y estatura y galas hacer parece alarde de sí mismo, poner presumirá nombre o guarismo? En densa muchedumbre ceibas, acacias, mirtos se entretejen, bejucos, vides, gramas; las ramas a las ramas, pugnando por gozar de las felices auras y de la luz, perpetua guerra hacen, y a las raíces angosto viene el seno de la tierra.    ¡Oh quién contigo, amable Poesía, del Cauca a las orillas me llevara, y el blando aliento respirar me diera de la siempre lozana primavera que allí su reino estableció y su corte! ¡Oh si ya de cuidados enojosos exento, por las márgenes amenas del Aragua moviese

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 el tardo incierto paso; o reclinado acaso bajo una fresca palma en la llanura, viese arder en la bóveda azulada tus cuatro lumbres bellas, oh Cruz del Sur, que las nocturnas horas mides al caminante por la espaciosa soledad errante; o del cucuy las luminosas huellas viese cortar el aire tenebroso, y del lejano tambo a mis oídos viniera el son del yaraví amoroso!    Tiempo vendrá cuando de ti inspirado algún Marón americano, ¡oh diosa! también las mieses, los rebaños cante, el rico suelo al hombre avasallado, y las dádivas mil con que la zona de Febo amada al labrador corona; donde cándida miel llevan las cañas, y animado carmín la tuna cría, donde tremola el algodón su nieve, y el ananás sazona su ambrosía; de sus racimos la variada copia rinde el palmar, da azucarados globos el zapotillo, su manteca ofrece la verde palta, da el añil su tinta, bajo su dulce carga desfallece el banano, el café el aroma acendra de sus albos jazmines, y el cacao cuaja en urnas de púrpura su almendra. ...........................     Mas ¡ah! ¿prefieres de la guerra impía los horrores decir, y al son del parche que los maternos pechos estremece, pintar las huestes que furiosas corren a destrucción, y el suelo hinchen de luto? ¡Oh si ofrecieses menos fértil tema a bélicos cantares, patria mía! ¿Qué ciudad, qué campiña no ha inundado la sangre de tus hijos y la ibera? ¿Qué páramo no dio en humanos miembros pasto al cóndor? ¿Qué rústicos hogares salvar su oscuridad pudo a las furias de la civil discordia embravecida? Pero no en Roma obró prodigio tanto el amor de la patria, no en la austera Esparta, no en Numancia generosa; ni de la historia da página alguna, Musa, más altos hechos a tu canto. ¿A qué provincia el premio de alabanza, o a qué varón tributarás primero?    Grata celebra Chile el de Gamero, que, vencedor de cien sangrientas lides, muriendo, el suelo consagró de Talca; y la memoria eternizar desea de aquellos granaderos de a caballo que mandó en Chacabuco Necochea. ¿Pero de Maipo la campiña sola cuán larga lista, oh Musa, no te ofrece, para que en tus cantares se repita, de campeones cuya frente adorna el verde honor que nunca se marchita? Donde ganó tan claro nombre Bueras, que con sus caballeros denodados rompió del enemigo las hileras; y donde el regimiento de Coquimbo tantos héroes contó como soldados. ...........................     ¿De Buenos Aires la gallarda gente no ves, que el premio del valor te pide?

 Castelli osado, que las fuerzas mide con aquel monstruo que la cara esconde sobre las nubes y a los hombres huella; Moreno, que abogó con digno acento de los opresos pueblos la querella; y tú que de Suipacha en las llanuras diste a tu causa agüero de venturas, Balcarce; y tú, Belgrano, y otros ciento que la tierra natal de glorias rica hicisteis con la espada o con la pluma, si el justo galardón se os adjudica, no temeréis que el tiempo le consuma. ...........................     Ni sepultada quedará en olvido la Paz que tantos claros hijos llora, ni Santacruz, ni menos Chuquisaca, ni Cochabamba, que de patrio celo ejemplos memorables atesora, ni Potosí de minas no tan rico como de nobles pechos, ni Arequipa. que de Vizcardo con razón se alaba, ni a la que el Rímac las murallas lava, que de los reyes fue, ya de sí propia, ni la ciudad que dio a los Incas cuna, leyes al sur, y que si aún gime esclava, virtud no le faltó, sino fortuna. Pero la libertad, bajo los golpes que la ensangrientan, cada vez más brava, más indomable, nuevos cuellos yergue, que al despotismo harán soltar la clava. No largo tiempo usurpará el imperio del sol la hispana gente advenediza, ni al ver su trono en tanto vituperio de Manco Cápac gemirán los manes. De Angulo y Pumacagua la ceniza nuevos y más felices capitanes vengarán, y a los hados de su pueblo abrirán vencedores el camino. Huid, días de afán, días de luto, y acelerad los tiempos que adivino. ...........................     Diosa de la memoria, himnos te pide el imperio también de Motezuma, que, rota la coyunda de Iturbide, entre los pueblos libres se numera. Mucho, nación bizarra mejicana, de tu poder y de tu ejemplo espera la libertad; ni su esperanza es vana, si ajeno riesgo escarmentarte sabe, y no en un mar te engolfas que sembrado de los fragmentos ves de tanta nave. Llegada al puerto venturoso, un día los héroes cantarás a que se debe del arresto primero la osadía; que a veteranas filas rostro hicieron con pobre, inculta, desarmada plebe, excepto de valor, de todo escasa; y el coloso de bronce sacudieron, a que tres siglos daban firme basa. Si a brazo más feliz, no más robusto, poderlo derrocar dieron los cielos, de Hidalgo, no por eso, y de Morelos eclipsará la gloria olvido ingrato, ni el nombre callarán de Guanajuato los claros fastos de tu heroica lucha, ni de tanta ciudad, que, reducida a triste yermo, a un enemigo infama que, vencedor, sus pactos sólo olvida; que hace exterminio, y sumisión lo llama. ...........................     Despierte (oh Musa, tiempo es ya) despierte

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 algún sublime ingenio, que levante el vuelo a tan espléndido sujeto, y que de Popayán los hechos cante y de la no inferior Barquisimeto, y del pueblo también, cuyos hogares a sus orillas mira el Manzanares; no el de ondas pobre y de verdura exhausto, que de la regia corte sufre el fausto, y de su servidumbre está orgulloso, mas el que de aguas bellas abundoso, como su gente lo es de bellas almas, del cielo, en su cristal sereno, pinta el puro azul, corriendo entre las palmas de esta y aquella deliciosa quinta; que de Angostura las proezas cante, de libertad inexpugnable asilo, donde la tempestad desoladora vino a estrellarse; y con süave estilo de Bogotá los timbres diga al mundo, de Guayaquil, de Maracaibo (ahora agobiada de bárbara cadena) y de cuantas provincias Cauca baña, Orinoco, Esmeralda, Magdalena, y cuantas bajo el nombre colombiano con fraternal unión se dan la mano. ...........................     Mira donde contrasta sin murallas mil porfiados ataques Barcelona. Es un convento el último refugio de la arrestada, aunque pequeña, tropa que la defiende; en torno el enemigo, cuantos conoce el fiero Marte, acopia medios de destrucción; ya por cien partes cede al batir de las tonantes bocas el débil muro, y superior en armas a cada brecha una legión se agolpa. Cuanto el valor y el patriotismo pueden, el patriotismo y el valor agotan; mas ¡ay! sin fruto. Tú de aquella escena pintarás el horror, tú que a las sombras belleza das, y al cuadro de la muerte sabes encadenar la mente absorta. Tú pintarás al vencedor furioso que ni al anciano trémulo perdona, ni a la inocente edad, y en el regazo de la insultada madre al hijo inmola. Pocos reserva a vil suplicio el hierro; su rabia insana en los demás desfoga un enemigo que hacer siempre supo, más que la lid, sangrienta la victoria. Tú pintarás de Chamberlén el triste pero glorioso fin. La tierna esposa herido va a buscar; el débil cuerpo sobre el acero ensangrentado apoya; estréchala a su seno. «Libertarme de un cadalso afrentoso puede sola la muerte (dice); este postrero abrazo me la hará dulce; ¡adiós!» Cuando con pronta herida va a matarse, ella, atajando el brazo, alzado ya, «¿tú a la deshonra, tú a ignominiosa servidumbre, a insultos más que la muerte horribles, me abandonas? Para sufrir la afrenta, falta (dice) valor en mí; para imitarte, sobra. Muramos ambos». Hieren a un tiempo dos aceros entrambos pechos; abrazados mueren. ...........................     Pero ¿al de Margarita qué otro nombre deslucirá? ¿donde hasta el sexo blando con los varones las fatigas duras y los peligros de la guerra parte;

 donde a los defensores de la patria forzoso fue, para lidiar, las armas al enemigo arrebatar lidiando; donde el caudillo, a quien armó Fernando de su poder y de sus fuerzas todas para que de venganzas le saciara, al inexperto campesino vulgo que sus falanges denodado acosa, el campo deja en fuga ignominiosa? ...........................     Ni menor prez los tiempos venideros a la virtud darán de Cartagena. No la domó el valor; no al hambre cede, que sus guerreros ciento a ciento siega. Nadie a partidos viles presta oídos; cuantos un resto de vigor conservan, lánzanse al mar, y la enemiga flota en mal seguros leños atraviesan. Mas no el destierro su constancia abate, ni a la desgracia la cerviz doblegan; y si una orilla dejan, que profana la usurpación, y las venganzas yerman, ya a verla volverán bajo estandartes que a coronar el patriotismo fuerzan a la fortuna, y les darán los cielos a indignas manos arrancar la presa. En tanto, por las calles silenciosas, acaudillando armada soldadesca, entre infectos cadáveres, y vivos en que la estampa de la Parca impresa se mira ya, su abominable triunfo la restaurada inquisición pasea; con sacrílegos himnos los altares haciendo resonar, a su honda cueva desciende enhambrecida, y en las ansias de atormentados mártires se ceba. ...........................     ¿Y qué diré de la ciudad que ha dado a la sagrada lid tanto caudillo? ¡Ah que entre escombros olvidar pareces, turbio Catuche, tu camino usado! ¿Por qué en tu margen el rumor festivo calló? ¿Dó está la torre bulliciosa que pregonar solía, de antorchas coronada, la pompa augusta del solemne día? Entre las rotas cúpulas que oyeron sacros ritos ayer, torpes reptiles anidan, y en la sala que gozosos banquetes vio y amores, hoy sacude la grama del erial su infausta espiga. Pero más bella y grande resplandeces en tu desolación, ¡oh patria de héroes! tú que, lidiando altiva en la vanguardia de la familia de Colón, la diste de fe constante no excedido ejemplo; y si en tu suelo desgarrado al choque de destructivos terremotos, pudo tremolarse algún tiempo la bandera de los tiranos, en tus nobles hijos viviste inexpugnable, de los hombres y de los elementos vencedora. Renacerás, renacerás ahora; florecerán la paz y la abundancia en tus talados campos; las divinas Musas te harán favorecida estancia, y cubrirán de rosas tus rüinas. ...........................     ¡Colombia! ¿qué montaña, qué ribera, qué playa inhospital, donde antes sólo por el furor se vio de la pantera

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 o del caimán el suelo en sangre tinto; cuál selva tan oscura, en tu recinto, cuál queda ya tan solitaria cima, que horror no ponga y grima, de humanas osamentas hoy sembrada, feo padrón del sanguinario instinto que también contra el hombre al hombre anima? Tu libertad ¡cuán caro compraste! ¡cuánta tierra devastada! ¡cuánta familia en triste desamparo! Mas el bien adquirido al precio excede. ¿Y cuánto nombre claro no das también al templo de memoria?

 Con los de Codro y Curcio el de Ricaurte vivirá, mientras hagan el humano pecho latir la libertad, la gloria. Viole en sangrientas lides el Aragua dar a su patria lustre, a España miedo; el despotismo sus falanges dobla, y aun no sucumbe al número el denuedo. A sorprender se acerca una columna el almacén que con Ricaurte guarda escasa tropa; él, dando de los suyos a la salud lo que a la propia niega, aléjalos de sí; con ledo rostro su intento oculta. Y ya de espeso polvo se cubre el aire, y cerca se oye el trueno del hueco bronce, entre dolientes ayes de inerme vulgo, que a los golpes cae del vencedor; mas no, no impunemente: Ricaurte aguarda de una antorcha armado. Y cuando el puesto que defiende mira de la contraria hueste rodeado, que, ebria de sangre, a fácil presa avanza; cuando el punto fatal, no a la venganza, (que indigna juzga), al alto sacrificio con que llenar el cargo honroso anhela, llegado ve, ¡Viva la Patria! clama; la antorcha aplica; el edificio vuela.    Ni tú de Ribas callarás la fama, a quien vio victorioso Niquitao, Horcones, Ocumare, Vigirima, y, dejando otros nombres, que no menos dignos de loa Venezuela estima, Urica, que ilustrarle pudo sola, donde de heroica lanza atravesado mordió la tierra el sanguinario Boves, monstruo de atrocidad más que española. ¿Qué, si de Ribas a los altos hechos dio la fortuna injusto premio al cabo? ¿Qué, si cautivo el español le insulta? ¿Si perecer en el suplicio le hace a vista de los suyos? ¿si su yerta cabeza expone en afrentoso palo? Dispensa a su placer la tiranía la muerte, no la gloria, que acompaña al héroe de la patria en sus cadenas, y su cadalso en luz divina baña.    Así expiró también, de honor cubierto, entre víctimas mil, Baraya, a manos de tus viles satélites, Morillo; ni el duro fallo a mitigar fue parte de la mísera hermana el desamparo, que, lutos arrastrando, acompañada de cien matronas, tu clemencia implora. «Muera (respondes) el traidor Baraya, y que a destierro su familia vaya». Baraya muere, mas su ejemplo vive. ¿Piensas que apagarás con sangre el fuego de libertad en tantas almas grandes? Del Cotopaxi ve a extinguir la hoguera

 que ceban las entrañas de los Andes. Mira correr la sangre de Rovira, a quien lamentan Mérida y Pamplona; y la de Freites derramada mira, el constante adalid de Barcelona; Ortiz, García de Toledo expira; Granados, Amador, Castillo muere; yace Cabal, de Popayán llorado, llorado de las ciencias; fiera bala el pecho de Camilo Torres hiere; Gutiérrez el postrero aliento exhala; perece Pombo, que, en el banco infausto, el porvenir glorioso de su patria con profético acento te revela; no la íntegra virtud salva a Torices; no la modestia, no el ingenio a Caldas. De luto está cubierta Venezuela, Cundinamarca desolada gime, Quito sus hijos más ilustres llora. Pero ¿cuál es de tu crueldad el fruto? ¿A Colombia otra vez Fernando oprime? ¿Méjico a su visir postrada adora? ¿El antiguo tributo de un hemisferio esclavo a España llevas? ¿Puebla la inquisición sus calabozos de americanos; o españolas cortes dan a la servidumbre formas nuevas? ¿De la sustancia de cien pueblos, graves la avara Cádiz ve volver sus naves? Colombia vence; libertad los vanos cálculos de los déspotas engaña; y fecundos tus triunfos inhumanos, mas que a ti de oro, son de oprobio a España. Pudo a un Cortés, pudo a un Pizarro el mundo la sangre perdonar que derramaron; imperios con la espada conquistaron; mas a ti ni aun la vana, la ilusoria sombra, que llama gloria el vulgo adorador de la fortuna, adorna; aquella efímera victoria que de inermes provincias te hizo dueño, como la aérea fábrica de un sueño desvaneciose, y nada deja, nada a tu nación, excepto la vergüenza de los delitos con que fue comprada. Quien te pone con Alba en paralelo, ¡oh cuánto yerra! En sangre bañó el suelo de Batavia el ministro de Felipe; pero si fue crüel y sanguinario, bajo no fue; no acomodando al vario semblante de los tiempos su semblante, ya desertor del uno, ya del otro partido, sólo el de su interés siguió constante; no alternativamente fue soldado feroz, patriota falso; no dio a la inquisición su espada un día, y por la libertad lidió el siguiente; ni traficante infame del cadalso, hizo de los indultos granjería.       Musa, cuando las artes españolas a los futuros tiempos recordares, víctimas inmoladas a millares; pueblos en soledades convertidos; la hospitalaria mesa, los altares con sangre fraternal enrojecidos; de exánimes cabezas decoradas las plazas; aun las tumbas ultrajadas; doquiera que se envainan las espadas, entronizado el tribunal de espanto, que llama a cuentas el silencio, el llanto, y el pensamiento a su presencia cita, que premia al delator con la sustancia

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 de la familia mísera proscrita, y a pesó de oro, en nombre de Fernando, vende el permiso de vivir temblando; puede ser que parezcan tus verdades delirios de estragada fantasía que se deleita en figurar horrores; mas ¡oh de Quito ensangrentadas paces! ¡oh de Valencia abominable jura! ¿será jamás que lleguen tus colores, oh Musa, a realidad tan espantosa? A la hostia consagrada, en religiosa solemnidad expuesta, hace testigo del alevoso pacto el jefe ibero; y entre devotas preces, que dirige al cielo, autor de la concordia, el clero, en nombre del presente Dios, en nombre de su monarca y de su honor, a vista de entrambos bandos y del pueblo entero, a los que tiene puestos ya en la lista de proscripción, fraternidad promete. Celébrase en espléndido banquete la paz; los brindis con risueña cara recibe... y ya en silencio se prepara el desenlace de este drama infando; el mismo sol que vio jurar las paces, Colombia, a tus patriotas vio expirando.    A ti también, Javier Ustáriz, cupo mísero fin; atravesado fuiste de hierro atroz a vista de tu esposa que con su llanto enternecer no pudo a tu verdugo, de piedad desnudo; en la tuya y la sangre de sus hijos a un tiempo la infeliz se vio bañada. ¡Oh Maturín! ¡oh lúgubre jornada! ¡Oh día de aflicción a Venezuela, que aún hoy, de tanta pérdida preciosa, apenas con sus glorias se consuela! Tú en tanto en la morada de los justos sin duda el premio, amable Ustáriz, gozas debido a tus fatigas, a tu celo de bajos intereses desprendido; alma incontaminada, noble, pura, de elevados espíritus modelo, aun en la edad oscura en que el premio de honor se dispensaba sólo al que a precio vil su honor vendía, y en que el rubor de la virtud, altivo desdén y rebelión se interpretaba. La música, la dulce poesía ¿son tu delicia ahora, como un día? ¿O a más altos objetos das la mente, y con los héroes, con las almas bellas de la pasada edad y la presente, conversas, y el gran libro desarrollas de los destinos del linaje humano, y los futuros casos de la grande lucha de libertad, que empieza, lees, y su triunfo universal lejano? De mártires que dieron por la patria la vida, el santo coro te rodea: Régulo, Trásea, Marco Bruto, Decio, cuantos inmortaliza Atenas libre, cuantos Esparta y el romano Tibre; los que el bátavo suelo y el helvecio muriendo consagraron, y el britano; Padilla, honor del nombre castellano; Caupolicán y Guacaipuro, altivo, y España osado; con risueña frente Guatimozín te muestra el lecho ardiente; muéstrate Gual la copa del veneno; Luisa el crüento azote; y tú, en el blanco seno, las rojas muestras de homicidas balas,

 heroica Policarpa, le señalas, tú que viste expirar al caro amante con firme pecho, y por ajenas vidas diste la tuya, en el albor temprano de juventud, a un bárbaro tirano.    ¡Miranda! de tu nombre se gloria también Colombia; defensor constante de sus derechos; de las santas leyes, de la severa disciplina amante. Con reverencia ofrezco a tu ceniza este humilde tributo, y la sagrada rama a tu efigie venerable ciño, patriota ilustre, que, proscrito, errante, no olvidaste el cariño del dulce hogar, que vio mecer tu cuna; y ora blanco a las iras de fortuna, ora de sus favores halagado, la libertad americana hiciste tu primer voto, y tu primer cuidado. Osaste, solo, declarar la guerra a los tiranos de tu tierra amada; y desde las orillas de Inglaterra, diste aliento al clarín, que el largo sueño disipó de la América, arrullada por la superstición. Al noble empeño de sus patricios, no faltó tu espada y si, de contratiempos asaltado que a humanos medios resistir no es dado, te fue el ceder forzoso, y en cadena a manos perecer de una perfidia, tu espíritu no ha muerto, no; resuena, resuena aún el eco de aquel grito con que a lidiar llamaste; la gran lidia de que desarrollaste el estandarte, triunfa ya, y en su triunfo tienes parte.    Tu nombre, Girardot, también la fama hará sonar con inmortales cantos, que del Santo Domingo en las orillas dejas de tu valor indicios tantos. ¿Por qué con fin temprano el curso alegre cortó de tus hazañas la fortuna? Caíste, sí; mas vencedor caíste; y de la patria el pabellón triunfante sombra te dio al morir, enarbolado sobre las conquistadas baterías, de los usurpadores sepultura. Puerto Cabello vio acabar tus días, mas tu memoria no, que eterna dura.   Ni menos estimada la de Roscio será en la más remota edad futura. Sabio legislador le vio el senado, el pueblo, incorruptible magistrado, honesto ciudadano, amante esposo, amigo fiel, y de las prendas todas que honran la humanidad cabal dechado. Entre las olas de civil borrasca, el alma supo mantener serena; con rostro igual vio la sonrisa aleve de la fortuna, y arrastró cadena; y cuando del baldón la copa amarga el canario soez pérfidamente le hizo agotar, la dignidad modesta de la virtud no abandonó su frente. Si de aquel ramo que Gradivo empapa de sangre y llanto está su sien desnuda, ¿cuál otro honor habrá que no le cuadre? De la naciente libertad, no sólo fue defensor, sino maestro y padre.    No negará su voz divina Apolo a tu virtud, ¡oh Piar!, su voz divina,

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 que la memoria de alentados hechos redime al tiempo y a la Parca avara. Bien tus proezas Maturín declara, y Cumaná con Güiria y Barcelona, y del Juncal el memorable día, y el campo de San Félix las pregona, que con denuedo tanto y bizarría las enemigas filas disputaron, pues aún postradas por la muerte guardan el orden triple en que a la lid marcharon. ¡Dichoso, si Fortuna tu carrera cortado hubiera allí, si tanta gloria algún fatal desliz no oscureciera!    Pero ¿a dónde la vista se dirige que monumentos no halle de heroísmo? ¿La retirada que Mac Gregor rige diré, y aquel puñado de valientes, que rompe osado por el centro mismo del poder español, y a cada huella deja un trofeo? ¿Contaré las glorias que Anzoátegui lidiando gana en ella, o las que de Carúpano en los valles, o en las campañas del Apure, han dado tanto lustre a su nombre, o como experto caudillo, o como intrépido soldado? ¿El batallón diré que, en la reñida función de Bomboná, las bayonetas en los pendientes precipicios clava, osa escalar por ellos la alta cima, y de la. fortaleza se hace dueño que a las armas patricias desafiaba? ¿Diré de Vargas el combate insigne, en que Rondón, de bocas mil, que muerte vomitan sin cesar, el fuego arrostra, el puente fuerza, sus guerreros guía sobre erizados riscos que aquel día oyeron de hombres la primer pisada, y al español sorprende, ataca, postra? ¿O citaré la célebre jornada en que miró a Cedeño el anchuroso Caura, y a sus bizarros compañeros, llevados los caballos de la rienda, fiados a la boca los aceros, su honda corriente atravesar a nado, y de las contrapuestas baterías hacer huir al español pasmado? Como en aquel jardín que han adornado naturaleza y arte a competencia, con vago revolar la abeja activa la más sutil y delicada esencia

 de las más olorosas flores liba; la demás turba deja, aunque de galas brillante, y de süave aroma llena, y torna, fatigadas ya las alas de la dulce tarea, a la colmena; así el que osare con tan rico asunto medir las fuerzas, dudará qué nombre cante primero, qué virtud, qué hazaña; y a quien la lira en él y la voz pruebe, sólo dado será dejar vencida de tanto empeño alguna parte breve. ¿Pues qué, si a los que vivos todavía la patria goza (y plegue a Dios que el día en que los llore viuda, tarde sea) no se arredrare de elevar la idea? ¿Si audaz cantare al que la helada cima superó de los Andes, y de Chile despedazó los hierros, y de Lima? ................................     ¿O al que de Cartagena el gran baluarte hizo que de Colombia otra vez fuera? ¿O al que en funciones mil pavor y espanto puso, con su marcial legión llanera, al español; y a Marte lo pusiera? ¿O al héroe ilustre, que de lauro tanto su frente adorna, antes de tiempo cana, que en Cúcuta domó, y en San Mateo, y en el Araure la soberbia hispana; a quien los campos que el Arauca riega nombre darán, que para siempre dure, y los que el Cauca, y los que el ancho Apure; que en Gámeza triunfó, y en Carabobo, y en Boyacá, donde un imperio entero fue arrebatado al despotismo ibero? Mas no a mi débil voz la larga suma de sus victorias numerar compete; a ingenio más feliz, más docta pluma, su grata patria encargo tal comete; pues como aquel samán que siglos cuenta, de las vecinas gentes venerado, que vio en torno a su basa corpulenta el bosque muchas veces renovado, y vasto espacio cubre con la hojosa copa, de mil inviernos victoriosa; así tu gloria al cielo se sublima, Libertador del pueblo colombiano; digna de que la lleven dulce rima y culta historia al tiempo más lejano.

SILVA A LA AGRICULTURA DE LA ZONA TÓRRIDA(ANDRÉS BELLO)

El mundo tropical, la  zona tórrida del planeta, ha inspirado a través de la historia no pocas elocuentes palabras, escritas para ensalzarla. Y otras veces para injusto vilipendio. En unas con ribetes de exageración, suelen olvidarse no solo evidentes limitantes, sino también la extraordinaria variedad  del paisaje y los lugares, que están lejos de la uniformidad que a veces identifica la región como no más que selvas  húmedas,  cálidas  e  impenetrables. Con facilidad nos olvidamos en esta percepción de las gélidas montañas y la vastedad árida de los bordes tropicales. Pero si bien no dejan de ser tan sugestivos como falsos los textos deterministas -- que de pronto aquí reproduciremos como contribución documental a los estudios tropicales -- más vale el ejemplo de la visualización romántica de lo que para muchos es un paraíso, al que sólo le llegan la alabanza naturalista de un Humboldt o el arrebatado cantar de los poetas. Y nadie, de veras, lo lograría tan bien como don Andrés Bello, en esta oda maestra del romanticismo decimonónico.                                                 

¡Salve, fecunda zona, que al sol enamorado circunscribes el vago curso, y cuanto ser se anima en cada vario clima, acariciada de su luz, concibes! Tú tejes al verano su guirnalda de granadas espigas; tú la uva das a la hirviente cuba; 

no de purpúrea fruta, o roja, o gualda, a tus florestas bellas falta matiz alguno; y bebe en ellas aromas mil el viento; y greyes van sin cuento paciendo tu verdura, desde el llano que tiene por lindero el horizonte, hasta el erguido monte, 

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de inaccesible nieve siempre cano.

Tú das la caña hermosa, de do la miel se acendra, por quien desdeña el mundo los panales; tú en urnas de coral cuajas la almendra que en la espumante jícara rebosa; bulle carmín viviente en tus nopales, que afrenta fuera al múrice de Tiro; y de tu añil la tinta generosa émula es de la lumbre del zafiro. El vino es tuyo, que la herida agave para los hijos vierte del Anahuac feliz; y la hoja es tuya, que, cuando de süave humo en espiras vagorosas huya, solazará el fastidio al ocio inerte. Tú vistes de jazmines el arbusto sabeo , y el perfume le das, que en los festines la fiebre insana templará a Lico. Para tus hijos la procera palma su vario feudo cría, y el ananás sazona su ambrosía; su blanco pan la yuca; sus rubias pomas la patata educa; y el algodón despliega al aura levelas rosas de oro y el vellón de nieve. Tendida para ti la fresca parcha en enramadas de verdor lozano, cuelga de sus sarmientos trepadores nectáreos globos y franjadas flores; y para ti el maíz, jefe altanero de la espigada tribu, hincha su grano; y para ti el banano desmaya al peso de su dulce carga; el banano, primero de cuantos concedió bellos presentes Providencia a las gentes del ecuador feliz con mano larga. No ya de humanas artes obligado el premio rinde opimo; no es a la podadera, no al arado deudor de su racimo; escasa industria bástale, cual puede hurtar a sus fatigas mano esclava; crece veloz, y cuando exhausto acaba, adulta prole en torno le sucede.

Mas ¡oh! ¡si cual no cede el tuyo, fértil zona, a suelo alguno, y como de natura esmero ha sido, de tu indolente habitador lo fuera! ¡Oh! ¡si al falaz rüido, la dicha al fin supiese verdadera anteponer, que del umbral le llama del labrador sencillo, lejos del necio y vano fasto, el mentido brillo, el ocio pestilente ciudadano! ¿Por qué ilusión funesta aquellos que fortuna hizo señores de tan dichosa tierra y pingüe y varia, el cuidado abandonan y a la fe mercenaria las patrias heredades, y en el ciego tumulto se aprisionan de míseras ciudades, do la ambición proterva sopla la llama de civiles bandos, o al patriotismo la desidia enerva; do el lujo las costumbres atosiga, y combaten los vicios la incauta edad en poderosa liga? 

No allí con varoniles ejercicios se endurece el mancebo a la fatiga; mas la salud estraga en el abrazo de pérfida hermosura, que pone en almoneda los favores; mas pasatiempo estima prender aleve en casto seno el fuego de ilícitos amores; o embebecido le hallará la aurora en mesa infame de ruinoso juego. En tanto a la lisonja seductora del asiduo amador fácil oído da la consorte; crece en la materna escuela de la disipación y el galanteo la tierna virgen, y al delito espuela es antes el ejemplo que el deseo. ¿Y será que se formen de ese modo los ánimos heroicos denodados que fundan y sustentan los estados? ¿De la algazara del festín beodo, o de los coros de liviana danza, la dura juventud saldrá, modesta, orgullo de la patria, y esperanza? ¿Sabrá con firme pulso de la severa ley regir el freno; brillar en torno aceros homicidas en la dudosa lid verá sereno; o animoso hará frente al genio altivo del engreído mando en la tribuna, aquel que ya en la cuna durmió al arrullo del cantar lascivo, que riza el pelo, y se unge, y se atavía con femenil esmero, y en indolente ociosidad el día, o en criminal lujuria pasa entero? No así trató la triunfadora Roma las artes de la paz y de la guerra; antes fió las riendas del estado a la mano robusta que tostó el sol y encalleció el arado; y bajo el techo humoso campesino los hijos educó, que el conjurado mundo allanaron al valor latino.

¡Oh! ¡los que afortunados poseedores habéis nacido de la tierra hermosa, en que reseña hacer de sus favores, como para ganaros y atraeros, quiso Naturaleza bondadosa! romped el duro encanto que os tiene entre murallas prisioneros. El vulgo de las artes laborioso, el mercader que necesario al lujo al lujo necesita, los que anhelando van tras el señuelo del alto cargo y del honor ruidoso, la grey de aduladores parasita, gustosos pueblen ese infecto caos; el campo es vuestra herencia; en él gozaos. ¿Amáis la libertad? El campo habita, o allá donde el magnate entre armados satélites se mueve, y de la moda, universal señora, va la razón al triunfal carro atada, y a la fortuna la insensata plebe, y el noble al aura popular adora. ¿O la virtud amáis? ¡Ah, que el retiro, la solitaria calmaen que, juez de sí misma, pasa el alma a las acciones muestra, es de la vida la mejor maestra! ¿Buscáis durables goces, felicidad, cuanta es al hombre dada 

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y a su terreno asiento, en que vecina está la risa al llanto, y siempre, ¡ah! siempre donde halaga la flor, punza la espina? Id a gozar la suerte campesina; la regalada paz, que ni rencores al labrador, ni envidias acibaran; la cama que mullida le preparan el contento, el trabajo, el aire puro; y el sabor de los fáciles manjares, que dispendiosa gula no le aceda; y el asilo seguro de sus patrios hogares que a la salud y al regocijo hospeda. El aura respirad de la montaña, que vuelve al cuerpo laso el perdido vigor, que a la enojosa vejez retarda el paso, y el rostro a la beldad tiñe de rosa. ¿Es allí menos blanda por ventura de amor la llama, que templó el recato? ¿O menos aficiona la hermosura que de extranjero ornato y afeites impostores no se cura? ¿O el corazón escucha indiferente el lenguaje inocente que los afectos sin disfraz expresa, y a la intención ajusta la promesa? No del espejo al importuno ensayo la risa se compone, el paso, el gesto; ni falta allí carmín al rostro honesto que la modestia y la salud colora, ni la mirada que lanzó al soslayo tímido amor, la senda al alma ignora. ¿Esperaréis que forme más venturosos lazos himeneo, do el interés barata, tirano del deseo, ajena mano y fe por nombre o plata, que do conforme gusto, edad conforme, y elección libre, y mutuo ardor los ata?

Allí también deberes hay que llenar: cerrad, cerrad las hondas heridas de la guerra; el fértil suelo, áspero ahora y bravo, al desacostumbrado yugo torne del arte humana, y le tribute esclavo. Del obstrüido estanque y del molino recuerden ya las aguas el camino; el intrincado bosque el hacha rompa, consuma el fuego; abrid en luengas calles la oscuridad de su infructuosa pompa. Abrigo den los vallesa la sedienta caña; la manzana y la pera en la fresca montaña el cielo olviden de su madre España; adorne la ladera el cafetal; ampare a la tierna teobroma en la ribera la sombra maternal de su bucare; aquí el vergel, allá la huerta ría... ¿Es ciego error de ilusa fantasía? Ya dócil a tu voz, agricultura, nodriza de las gentes, la caterva servil armada va de corvas hoces. Mírola ya que invade la espesura de la floresta opaca; oigo las voces, siento el rumor confuso; el hierro suena, los golpes el lejano eco redobla; gime el ceibo anciano, que a numerosa tropa largo tiempo fatiga; batido de cien hachas, se estremece, 

estalla al fin, y rinde el ancha copa. Huyó la fiera; deja el caro nido, deja la prole implume el ave, y otro bosque no sabido de los humanos va a buscar doliente... ¿Qué miro? Alto torrente de sonorosa llama corre, y sobre las áridas rüinas de la postrada selva se derrama. El raudo incendio a gran distancia brama, y el humo en negro remolino sube, aglomerando nube sobre nube. Ya de lo que antes era verdor hermoso y fresca lozanía, sólo difuntos troncos, sólo cenizas quedan; monumento de la lucha mortal, burla del viento. Mas al vulgo bravío de las tupidas plantas montaraces, sucede ya el fructífero plantío en muestra ufana de ordenadas haces. Ya ramo a ramo alcanza, y a los rollizos tallos hurta el día; ya la primera flor desvuelve el seno, bello a la vista, alegre a la esperanza; a la esperanza, que riendo enjuga. del fatigado agricultor la frente, y allá a lo lejos el opimo fruto, y la cosecha apañadora pinta, que lleva de los campos el tributo, colmado el cesto, y con la falda en cinta, y bajo el peso de los largos bienes con que al colono acude, hace crujir los vastos almacenes.

¡Buen Dios! no en vano sude, mas a merced y a compasión te muevala gente agricultora del ecuador, que del desmayo triste con renovado aliento vuelve ahora, y tras tanta zozobra, ansia, tumulto, tantos años de fiera devastación y militar insulto, aún más que tu clemencia antigua implora. Su rústica piedad, pero sincera, halle a tus ojos gracia; no el risueño porvenir que las penas le aligera, cual de dorado sueño visión falaz, desvanecido llore; intempestiva lluvia no maltrate el delicado embrión; el diente impío de insecto roedor no lo devore; sañudo vendaval no lo arrebate, ni agote al árbol el materno jugo la calorosa sed de largo estío. Y pues al fin te plugo, árbitro de la suerte soberano, que, suelto el cuello de extranjero yugo, erguiese al cielo el hombre americano, bendecida de ti se arraigue y medre su libertad; en el más hondo encierra de los abismos la malvada guerra, y el miedo de la espada asoladora al suspicaz cultivador no arredre del arte bienhechora, que las familias nutre y los estados; la azorada inquietud deje las almas, deje la triste herrumbre los arados. Asaz de nuestros padres malhadados expiamos la bárbara conquista. ¿Cuántas doquier la vista no asombran erizadas soledades, do cultos campos fueron, do ciudades? De muertes, proscripciones, 

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suplicios, orfandades, ¿quién contará la pavorosa suma? Saciadas duermen ya de sangre ibera las sombras de Atahualpa y Moctezuma. ¡Ah! desde el alto asiento, en que escabel te son alados coros que velan en pasmado acatamiento la faz ante la lumbre de tu frente, (si merece por dicha una mirada tuya la sin ventura humana gente), el ángel nos envía, el ángel de la paz, que al crudo ibero haga olvidar la antigua tiranía, y acatar reverente el que a los hombres sagrado diste, imprescriptible fuero; que alargar le haga al injuriado hermano, (¡ensangrentó la asaz!) la diestra inerme; y si la innata mansedumbre duerme, la despierte en el pecho americano. El corazón lozanoque una feliz oscuridad desdeña, que en el azar sangriento del combate alborozado late, y codicioso de poder o fama, nobles peligros ama; baldón estime sólo y vituperio el prez que de la patria no reciba, la libertad más dulce que el imperio, y más hermosa que el laurel la oliva. Ciudadano el soldado, deponga de la guerra la librea; el ramo de victoria colgado al ara de la patria sea, y sola adorne al mérito la gloria. 

De su trïunfo entonces, Patria mía, verá la paz el suspirado día; la paz, a cuya vista el mundo llena alma, serenidad y regocijo; vuelve alentado el hombre a la faena, alza el ancla la nave, a las amigas auras encomendándose animosa, enjámbrase el taller, hierve el cortijo, y no basta la hoz a las espigas.

¡Oh, jóvenes naciones, que ceñida alzáis sobre el atónito occidente de tempranos laureles la cabeza! honrad el campo, honrad la simple vida del labrador, y su frugal llaneza. Así tendrán en vos perpetuamente la libertad morada, y freno la ambición, y la ley templo. Las gentes a la senda de la inmortalidad, ardua y fragosa, se animarán, citando vuestro ejemplo. Lo emulará celosa vuestra posteridad; y nuevos nombres añadiendo la fama a los que ahora aclama, «hijos son éstos, hijos, (pregonará a los hombres) de los que vencedores superaron de los Andes la cima; de los que en Boyacá, los que en la arena de Maipo, y en Junín, y en la campaña gloriosa de Apurima, postrar supieron al león de España».