Carta de josé solís

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Una mirada a la escuela, desde el otro lado Estuve cinco cursos de maestro en Coín (Málaga). Esos años fueron para mí, de los más felices de mi vida. Después de veintiséis años de mi marcha del pueblo, nos reunimos toda la clase, en un día de primavera. Nos juntamos 103 personas entre la gente de la clase, sus respectivas parejas y una abundante prole de niños y niñas. Pasamos una jornada maravillosa, nos reconocimos, nos abrazamos, nos besamos, nos contamos nuestras vidas, vimos viejas películas de algunos trabajos de la clase, nos enseñamos fotos. Por todos lados hubo sonrisas, palabras cálidas, muchos achuchones y besos. …Como en los viejos tiempos, comenzaron a fluir ideas. Para mantenernos en contacto crearemos una página web. En ella iremos colgando textos, informaciones, fotos,… Yo propuse hacer un corto con todas las imágenes que tengo y volver a juntarnos cuando esté terminado. Algunos se animaron a escribir sus recuerdos, después de tantos años. Esta carta que transcribo, ha sido la primera en llegar. Le he pedido a su autor permiso para que pueda ser publicada. Me lo ha dado. ¿Pero a quien le pueden interesar unos distantes y lejanos recuerdos? Pues creo que a todos los que les guste la educación podrán encontrar en esta carta algunas claves pedagógicas nacidas de una hermosa sinceridad. Para mí, estas palabras están, además, llenas de sentimientos, nostalgias y emociones. Leerlas por primera vez me trasladaron a un momento de mi vida, de nuestras vidas, en las que queríamos cambiar la sociedad, cambiando la escuela. Momentos como el de la asamblea, en la que los niños y niñas defendieron su derecho a tener voz, me siguen emocionando cada vez que lo recuerdo. Terminado el encuentro y mientras regresábamos para Granada, le dije a mi hijo: “Victor, me siento profundamente satisfecho y feliz. Nunca pensé que por hacer las cosas que hice, iba a tener tan hermosa recompensa” Paco Olvera es miembro del MCEP, maestro y en la actualidad ejerce como Inspector de Educación

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Una mirada a la escuela, desde el otro lado

Estuve cinco cursos de maestro en Coín (Málaga). Esos años fueron para mí, de los más

felices de mi vida. Después de veintiséis años de mi marcha del pueblo, nos reunimos

toda la clase, en un día de primavera. Nos juntamos 103 personas entre la gente de la

clase, sus respectivas parejas y una abundante prole de niños y niñas.

Pasamos una jornada maravillosa, nos reconocimos, nos abrazamos, nos besamos, nos

contamos nuestras vidas, vimos viejas películas de algunos trabajos de la clase, nos

enseñamos fotos. Por todos lados hubo sonrisas, palabras cálidas, muchos achuchones y

besos.

…Como en los viejos tiempos, comenzaron a fluir ideas. Para mantenernos en contacto

crearemos una página web. En ella iremos colgando textos, informaciones, fotos,… Yo

propuse hacer un corto con todas las imágenes que tengo y volver a juntarnos cuando

esté terminado. Algunos se animaron a escribir sus recuerdos, después de tantos años.

Esta carta que transcribo, ha sido la primera en llegar. Le he pedido a su autor permiso

para que pueda ser publicada. Me lo ha dado. ¿Pero a quien le pueden interesar unos

distantes y lejanos recuerdos? Pues creo que a todos los que les guste la educación

podrán encontrar en esta carta algunas claves pedagógicas nacidas de una hermosa

sinceridad.

Para mí, estas palabras están, además, llenas de sentimientos, nostalgias y emociones.

Leerlas por primera vez me trasladaron a un momento de mi vida, de nuestras vidas, en

las que queríamos cambiar la sociedad, cambiando la escuela.

Momentos como el de la asamblea, en la que los niños y niñas defendieron su derecho a

tener voz, me siguen emocionando cada vez que lo recuerdo.

Terminado el encuentro y mientras regresábamos para Granada, le dije a mi hijo:

“Victor, me siento profundamente satisfecho y feliz. Nunca pensé que por hacer las

cosas que hice, iba a tener tan hermosa recompensa”

Paco Olvera es miembro del MCEP, maestro y en la actualidad ejerce como Inspector

de Educación

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Hola Paco, el día del encuentro con la gente de la clase, me pediste que escribiera mis

recuerdos de los años que estuvimos juntos. Para mi el encuentro ha sido muy fuerte

y desde ese día me he puesto a escribir todo lo que he ido recordando. Tengo muchos

recuerdos, pero están bastante confusos. Necesitaría poder compararlos con otros

compañeros de la clase y mirar también algunos de los trabajos que por entonces

hacíamos.

Era el curso 1977-78 y comenzaba 4º de la EGB. Eran años donde o había muchos

niños o faltaban escuelas, porque hasta ese momento sólo había estado un curso en

una clase normal. En preescolar estuve en una casa donde había dos clases, en una

había una maestra y en otra un ayudante. Después pasamos al colegio de San

Sebastián en jornada intensiva por las mañanas o por las tardes porque no había

espacios para todos. En primero estuve en los pasillos del Pintor Palomo y en

segundo en la sacristía de la iglesia con una maestra más preocupada por la

manicura que por los niños.

En cuarto de EGB, llegó al pueblo un maestro joven, con melena, barba, ateo y

republicano. Nos recogió a todos en el colegio y nos llevó a una casa. Cuando

llegamos, nos dijo: “Esta será nuestra clase “. Yo pensé para mi, otra vez en un lugar

sin recreo.

No sé en que momento fue, pero recuerdo que nos dio una charla que me impresionó

mucho, por la forma tan amable y sencilla con la que se dirigió a todos. Mas o menos

dijo: “Vamos a dar un tipo de clase diferente “. Una clase “Freine” o algo así creo

que la llamó. Nos dijo que no tendríamos libros de texto, que el trabajo lo haríamos

mediante fichas y que cada uno podríamos hacerlas a nuestro ritmo. Aquellos que se

esforzaban más y hacían más fichas, sacaban mejor nota. Al no tener libros de texto,

consultábamos las cosas en los libros que teníamos en nuestra biblioteca de clase.

Como estaba obligado a poner nota de religión, nos ponía a todos un sobresaliente.

Cuando salimos de clase, todos comentamos. “¡Este tio está loco, durará muy poco!”.

Fueron pasando los días y la casa nos fue pareciendo estupenda. Podíamos hacer

muchas más cosas que en una clase normal. Teníamos un cuarto de baño para

nosotros solos, varias habitaciones donde montamos los talleres. También teníamos

un patio con una fuente y una terraza. Recuerdo un día soleado en el que estábamos

pintando en la terraza. Pintaba un paisaje con unas flores en medio del campo. Como

no me salía, pinté todo el dibujo de verde. Paco se acercó donde yo estaba y me dijo:

¿Qué te pasa?. Yo le dije que no me salía. Entonces cogió el pincel y me ayudó a

recuperar las flores. Esa tarde la recuerdo como una tarde mágica y disfruté mucho

pintando con mis amigos.

En los talleres teníamos un torno de madera que habíamos construido nosotros. La

imagen que asocio del torno, es la de ver a Llagas haciendo jarrones de barro. Le

salían muy bien. Un día me hizo uno, porque a mi la verdad no me salían. ¿Qué

habrá sido de aquel torno?.

Paco no le pegaba a nadie, ni nos castigaba contra la pared. En aquellos tiempos se

hacían esas cosas para corregir a los niños.

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Seguían pasando los días y cada vez hacíamos más actividades nuevas. Poco a poco

fuimos cogiendo confianza con él. Nos parecía un maestro “guai”. Hasta ese

momento nunca habíamos podido tratar a un maestro de esa manera, nosotros lo

tratábamos como uno más y él a nosotros como si fuéramos adultos. Para nosotros

dejó de ser un maestro para convertirse en Paco.

Más tarde se le ocurrió que los trabajos manuales que hacíamos en los talleres, los

vendiéramos en un mercadillo que poníamos. También vendíamos una revista que se

llamaba “Bellotas” en la que escribíamos nuestros textos libres. Esta revista la

hacíamos en clase con una imprenta especial que no recuerdo bien como funcionaba.

Era una bandeja que tenía una especie de gelatina, sobre la cual se le ponía una hoja

impresa y se quedaban grabados los textos. A mi era una cosa que me fascinaba.

Cuando teníamos que vender la revista, yo lo pasaba muy mal, porque era tímido y no

tenía mucha convicción de que a la gente le interesara lo que escribíamos niños y

niñas de diez años. Algunas veces mis padres me compraban algunas, porque yo no

conseguía venderlas. Con el dinero que sacábamos de todas las ventas, nos íbamos

después de excursión. También comprábamos cosas para la clase y hasta una pelota

que se pinchó nada más entrenarla. Paco nos echó una regañera.

Todo no era hacer trabajos manuales. Paco nos explicaba matemáticas y lenguaje.

Preparaba unas fichas basadas en los temas que había explicado. Una vez que las

hacíamos, se las enseñábamos a él y así veía que las habíamos hecho. Después

cogíamos otras fichas donde estaban las respuestas, las corregíamos y se las

enseñábamos otra vez. Si estaban bien nos ponía su firma. Algunos intentaban

falsificarla. Esas fichas nos las apuntábamos en el contrato de trabajo. Cuantas más

fichas hacíamos, más nota sacábamos. Cada uno trabajaba en lo que quería, lo

mismo uno estaba haciendo una ficha de matemáticas, que otro estaba en los talleres

haciendo trabajos manuales o leíamos. Evaluábamos los contratos cada dos semanas.

A mi lo que mas me costaban eran las naturales y las sociales. A veces no nos

organizábamos bien y dejábamos todo el trabajo para el final.

Yo alguna vez, aunque la verdad que pocas veces, presenté algunas fichas de otras

semanas, pensando que Paco no se acordaría que ya estaban hechas. Una vez me

descubrió y Carrasco que estaba en su mesa, me criticó y me llevó a la asamblea. Me

castigaron a no ir a una excursión a Granada. Tuve suerte, porque la excursión se

retrasó tanto que al final me perdonaron y pude ir.

Los trabajos de naturaleza y sociedad se me daban fatal. Nosotros los llamábamos

monografías o investigaciones. Podíamos hacer los trabajos de lo que quisiéramos

pero investigando nosotros. A mi me parecía más fácil coger un libro y copiar las

cosas, pero Paco quería que trabajáramos los temas, preguntando, observando,

leyendo de otros libros, etc. Aunque él nos daba ideas de cómo hacerlos y de cómo

presentarlos a la clase, a mí me resultaba siempre muy difícil elegir el tema,

trabajarlo y luego presentarlo a la clase. Las investigaciones que hacíamos eran muy

variadas, sobre los insectos, sobre distintas plantas, sobre los romanos y hasta un día

hice yo con Juan Pedro, una sobre los bolígrafos. La clase y Paco nos felicitaron por

la originalidad del tema.

Muchas veces estas investigaciones se hacían en equipo y una vez terminadas, se

exponían en clase en lo que llamábamos conferencias. Los niños de la clase y Paco,

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hacían preguntas para ver si nos sabíamos el tema. Algunos niños hacían preguntas

con maldad para intentar pillarnos. Una vez terminada la exposición, la clase, y no

Paco, ponía la valoración.

A veces la clase no era justa poniendo las notas, ya que siempre le poníamos mejor

nota a los niños más populares y menos a los que no lo eran tanto. A veces Paco

intervenía para que las cosas fueran más justas. Recuerdo una vez un trabajo que

presentó Santos. Era un niño que casi siempre sacaba malas notas, pero ese día

expuso un trabajo muy bien preparado. A mi me dejó sorprendido, pero la nota que le

dieron los niños de la clase fue un simple nivel “normal“, (las notas en clase eran

“alto”, “normal” y “ bajo”). Recuerdo que ese día Paco intervino y dijo que Paco

Santos había expuesto un trabajo magnífico y que él proponía ponerle mejor nota.

Todos estuvimos de acuerdo.

Algunas de las investigaciones se hacían por grupos bastante grandes e incluso por

toda la clase. Recuerdo una sobre el tráfico en Coín, en la que participamos todos.

Me acuerdo que yo hice unos estudios sobre la meteorología del pueblo. Este trabajo

lo convertimos en un librillo. Paco lo llevó a una imprenta y quedó muy bonito. Creo

que le costó bastante dinero y aunque se vendieron muchos libros, creo que no pudo

recuperar todo el dinero que se había gastado. Hubo otros trabajos también muy

elaborados, como el Paleolítico y el estudio de una charca. Este trabajo también lo

publicamos.

A veces surgían nuevas ideas, me acuerdo que después del trabajo de la charca,

formamos en clase un grupo ecologista que llamamos “Nepa“.

Una actividad muy importante para nosotros era la asamblea de cada viernes.

¡Lástima que esta actividad no se haga ahora en todos los colegios! Nos hacía

sentirnos importantes, podíamos debatir, opinar, proponer, criticar. En la asamblea

hablábamos de los trabajos que teníamos que hacer, de las excursiones, de las fiestas,

y sobre todo comentábamos como era nuestro comportamiento, si cumplíamos o no

las normas de la clase. En nuestras asambleas siempre había tres puntos principales,

felicitaciones, propuestas y críticas. Cada semana había un moderador distinto, todos

pasábamos por ahí.

En el apartado de críticas éramos bastante duros. Se criticaban aquellos niños que no

habían cumplido las normas de la clase o que normalmente no trabajan. Me acuerdo

un día que quisimos echar a una compañera de la clase porque no trabajaba y no

cumplía las normas. Ya lo habíamos intentado en otras ocasiones, pero Paco siempre

intervenía y conseguía con sus palabras que le pusiéramos un castigo menor. Pero

ese día ya estábamos hartos de que no cumpliera lo que prometía. Esa vez también

intervino Paco, pero no sirvió de nada. Decidimos que se fuera. Algunos niños y

niñas la intentaron sacar de la clase a empujones y ella se agarraba a las sillas

diciendo que no se iba. Viendo como estaba la situación Paco intervino y dijo que ese

tipo de castigos no podía aprobarlos la asamblea, que eran cosas que él tenía que ver

con los padres de ella y con el director. Así quedaron las cosas y ella desde entonces

mejoró mucho.

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Cada final de curso hacíamos una fiesta. Hacíamos teatros basados en nuestros

textos libres, nos disfrazábamos e invitábamos a nuestros padres. Mientras Paco

hablaba con ellos, nosotros jugábamos por todo el patio.

Terminamos quinto y llegó la hora de irnos de la “Casa de la Pradera”, que era como

llamábamos a nuestra clase. Antes de que terminara el curso Paco nos fue

preparando. Nos decía que en sexto ya estaríamos en el colegio con las demás clases y

que algunas cosas serían diferentes. Ya no tendríamos la intimidad, ni los talleres de

la casa. Me acuerdo que fuimos a una clase que estaba en la planta alta. Al fondo del

pasillo había un pequeño cuarto. Allí pusimos nuestros talleres. ¿Cómo se las habría

apañado para que ese cuarto sólo lo usáramos nosotros?

….Efectivamente las cosas cambiaron. Notábamos que las relaciones entre Paco y

algunos profesores no iban bien. También llegó la hora de compartir las clases con

más profesores, pero Paco fue listo y engatusaba a alguno de los nuevos para

continuar por el camino que se había trazado. Cada año hasta octavo, además de

Paco, tuvimos nuevos profesores. En sexto fue Gerardo, en séptimo Maricarmen y en

octavo Matilde. Creo que a la que más trabajo le costó entrar por el método de Paco,

fue a Matilde. Quizás fui al principio injusto con ella, pero la recuerdo muy severa

con nosotros. Nos decía que estábamos mal criados y que teníamos mucha rienda

suelta, pero supo aguantar y finalmente fue buena con nosotros.

Ya no estábamos solos y los profesores y los niños de las otras clases veían como

trabajamos. Yo notaba que los alumnos de las otras clases nos tenían envidia. Como

ya he dicho antes, algunos profesores no se llevaban bien con Paco porque no les

gustaban sus ideas y como enseñaba. Algún tiempo después me enteré que quisieron

echarlo.

A pesar de ese ambiente, Paco hizo un equipo de balonmano con niños de todas las

clases de segunda etapa. En algunos partidos conseguíamos llenar todas las gradas

del colegio Huertas Viejas. Esto antes nunca había sido así, y tal vez sin él, no

hubiera sucedido. Esto fue estupendo porque de este modo, se reducían las

diferencias entre nosotros y los demás alumnos.

En algunos momentos Paco se enfadaba con nosotros porque hablábamos mucho o

no respetábamos las normas de la clase. Recuerdo una vez que se enfadó muchísimo,

no recuerdo por qué fue. Tuvimos una asamblea urgente para recapacitar. Paco se

marchó de la clase y nos dejó con Gerardo. Estuvimos discutiendo que éramos unos

irresponsables y que habíamos abusado de la confianza que Paco había puesto en

nosotros. No me acuerdo bien quien fue, pero alguien dijo: ¡Es que Paco nos ha dado

demasiada libertad! A lo que contestó Ana Cordero, de esto si me acuerdo

perfectamente: ¡Nunca hay demasiada libertad! Lo que pasaba es que nosotros no

habíamos sabido usarla. En esa asamblea se propuso que se nos quitara el derecho de

poder opinar en clase y que se hiciera lo que dijese Paco. En definitiva que fuéramos

una clase como las demás. Por suerte no fue así y a pesar de nuestra poca edad,

defendimos nuestro derecho a opinar. No quisimos perder el regalo que él nos había

dado, porque yo pienso que aquello fue un regalo.

En octavo, todos notábamos que iba llegando el tiempo de separarnos. Algunos niños

de la clase decían que Paco había cambiado. Yo en ese momento no noté nada

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especial, pero con el tiempo si me di cuenta que se acababa una etapa de mi vida. Una

etapa en la que fui un niño privilegiado, en la que me perdí muchas cosas que no

supe aprovechar. Ahora las recuerdo con nostalgia y arrepentimiento por no haber

puesto más interés.

Cuando terminamos octavo, cada uno tiró para un lado. Paco se marchó de Coín.

Esto no lo comprendí,- ¡Habíamos compartido tantas cosas!-, que me pareció

sorprendente que se fuera tan pronto. Yo me fui al instituto, aunque sabía que no iba

a llegar muy lejos. Mi padre me dijo: “José, eres muy joven para trabajar. He

hablado con Paco y me ha dicho que vayas al instituto, que no sabe si valdrás para

estudiar, pero que lo intentes. Yo no podré pagarte una carrera, pero estudia y llega

hasta donde puedas”.

En el instituto el comportamiento de la mayoría de los profesores era muy distinto a

como habíamos estado en la escuela. Cada uno daba su hora de clase y se marchaba.

Algunos no se llegaron a aprender ni siquiera nuestros nombres. Tan sólo había uno

que si se preocupaba. Se notaba que le gustaba lo que hacía y nosotros con él, nos

esforzábamos más. Se llamaba Fernando y tú lo conoces porque en octavo algunos de

sus alumnos del instituto y otros de nuestra clase, hicieron un trabajo de

investigación sobre Sierra Gorda. A nivel de preparación no noté diferencia con los

niños de otros colegios. No era tan difícil, pero para aprobar con desahogo había que

querer y tener convicción. Pero estar allí sabiendo que ibas a estar dos años, no

animaba mucho.

Me salí en segundo de BUP y me fui a trabajar. Siempre he tenido mucha prisa para

hacer lo que tenía que hacer, no para lo que debería de haber hecho, estudiar y

haberme formado, no ya para médico, abogado, economista o cualquier otra cosa,

sino para haber podido elegir, que creo que es lo más importante. Llegar hasta el

final y una vez allí, poder elegir lo que quieres ser.

Pasados los años del instituto, te perdí la pista, me puse a trabajar y luego me fui a la

mili. Al volver del servicio militar me fui a trabajar fuera de Coín y eso hizo que

también me relacionara con gente de fuera del pueblo. Perdí el contacto con los

compañeros de la clase. Cuando me encontraba con algunos, que eran pocas veces,

les preguntaba por tí, pero tampoco sabían por donde andabas con certeza.

Por eso, cuando Ana Cumbreras me llamó para decirme que querías que nos

reuniéramos casi treinta años después, me dio una gran alegría, porque yo me

acordaba de tí, pero no sabía si tú te habías seguido acordando de nosotros.

El habernos encontrado ahora, ha sido para mí una enorme satisfacción. He

descubierto que nosotros te llegamos a tí muy hondo, igual que tú a nosotros. He

sentido sentimientos, que con el paso de los años, no sabía que los tenía y ha sido al

volver a encontrarnos cuando han salido al exterior. Espero que este contacto no

quede aquí. Sé que no fui un alumno de los que más se implicara en la clase, también

que mi forma de escribir y las faltas de ortografía no eran mi fuerte. Hace más de

veinte años que no redacto nada, casi desde el colegio. Espero que no haya sido ni un

aburrimiento, ni una pérdida de tiempo para ti el haber leído estas hojas. Por mi parte

he intentado expresarlas lo mejor que he podido.

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Se despide de ti un amigo, un amigo de verdad y tal como dijo alguien: “No estamos

vivos porque vivimos, sino porque alguien piensa en nosotros”. Y tu amigo mío, tienes

mucha gente que piensa en ti.

Un abrazo. José Solís Guerrero.