Carta de Cortazar - Discurso de Garcia Marquez

22
Carta de Cortázar a Fernández Retamar Saignon (Vaucluse). 10 de mayo de 1967 A Roberto Fernández Retamar en La Habana Mi querido Roberto: Te debo una carta, y unas páginas para el número de la Revista que tratará de la situación del intelectual latinoamericano contemporáneo. Por lo que verás a renglón casi seguido, me resulta más sencillo unir ambas cosas; hablando contigo, aunque sólo sea desde un papel por encima del mar, me parece que alcanzaré a decir mejor algunas cosas que se me almidonarían si les diera el tono del ensayo, y tú ya sabes que el almidón y yo no hacemos buenas camisas. Digamos entonces que una vez más estamos viajando en auto rumbo a Trinidad y que después de habernos apoderado con gran astucia de los dos mejores asientos, con probable cólera de Mario, Ernesto y Fernando apiñados en el fondo, reanudamos aquella conversación que me valió pasar tres maravillosos días en enero último, y que de alguna manera no se interrumpirá jamás entre tú y yo. Prefiero este tono porque palabras como “intelectual” y “latinoamericano” me hacen levantar instintivamente la guardia, y si además aparecen juntas me suenan en seguida a disertación del tipo de las que terminan casi siempre encuadernadas (iba a decir enterradas) en pasta española. Súmale a eso que llevo dieciséis años fuera de Latinoamérica, y que me considero sobre todo como un cronopio que escribe cuentos y novelas sin otro fin que el perseguido ardorosamente por todos los cronopios, es decir su regocijo personal. Tengo que hacer un gran esfuerzo para comprender que a pesar de esas peculiaridades soy un intelectual

description

Carta de Cortazar sobre su condición de intelectual latinoamericano y su consecuente compromiso a la causa latinoamericanista. Por otro lado, el discurso de Garcia Marquez al recibir el premio nobel: la soledad de America Latina.

Transcript of Carta de Cortazar - Discurso de Garcia Marquez

Carta de Cortzar a Fernndez RetamarSaignon (Vaucluse). 10 de mayo de 1967A Roberto Fernndez Retamar en La Habana

Mi querido Roberto:

Te debo una carta, y unas pginas para el nmero de la Revista que tratar de la situacin del intelectual latinoamericano contemporneo. Por lo que vers a rengln casi seguido, me resulta ms sencillo unir ambas cosas; hablando contigo, aunque slo sea desde un papel por encima del mar, me parece que alcanzar a decir mejor algunas cosas que se me almidonaran si les diera el tono del ensayo, y t ya sabes que el almidn y yo no hacemos buenas camisas. Digamos entonces que una vez ms estamos viajando en auto rumbo a Trinidad y que despus de habernos apoderado con gran astucia de los dos mejores asientos, con probable clera de Mario, Ernesto y Fernando apiados en el fondo, reanudamos aquella conversacin que me vali pasar tres maravillosos das en enero ltimo, y que de alguna manera no se interrumpir jams entre t y yo.

Prefiero este tono porque palabras como intelectual y latinoamericano me hacen levantar instintivamente la guardia, y si adems aparecen juntas me suenan en seguida a disertacin del tipo de las que terminan casi siempre encuadernadas (iba a decir enterradas) en pasta espaola. Smale a eso que llevo diecisis aos fuera de Latinoamrica, y que me considero sobre todo como un cronopio que escribe cuentos y novelas sin otro fin que el perseguido ardorosamente por todos los cronopios, es decir su regocijo personal. Tengo que hacer un gran esfuerzo para comprender que a pesar de esas peculiaridades soy un intelectual latinoamericano; y me apresuro a decirte que si hasta hace pocos aos esa clasificacin despertaba en m el reflejo muscular consistente en elevar los hombros hasta tocarme las orejas creo que los hechos cotidianos de esta realidad que nos agobia (realidad esta pesadilla irreal, esta danza de idiotas al borde del abismo?) obligan a suspender los juegos, y sobre todo los juegos de palabras. Acepto, entonces, considerarme un intelectual latinoamericano, pero mantengo una reserva: no es por serlo que dir lo que quiero decirte aqu. Si las circunstancias me sitan en ese contexto y dentro de l debo hablar, prefiero que se entienda claramente que lo hago como un ente moral, digamos lisa y llanamente como un hombre de buena fe, sin que mi nacionalidad y mi vocacin sean las razones determinantes de mis palabras. El que mis libros estn presentes desde hace aos en Latinoamrica no invalida el hecho deliberado e irreversible de que me march de la Argentina en 1951 y que sigo residiendo en un pas europeo que eleg sin otro motivo que mi soberana voluntad de vivir y escribir en la forma que me pareca ms plena y satisfactoria. Hechos concretos me han movido en los ltimos cinco aos a reanudar un contacto personal con Latinoamrica, y ese contacto se ha hecho por Cuba y desde Cuba; pero la importancia que tiene para m ese contacto no se deriva de mi condicin de intelectual latinoamericano; al contrario, me apresuro a decirte que nace de una perspectiva mucho ms europea que latinoamericana, y ms tica que intelectual. Si lo que sigue ha de tener algn valor, debe nacer de una total franqueza, y empiezo por sealarlo a los nacionalistas de escarapela y banderita que directa o indirectamente me han reprochado muchas veces mi alejamiento de mi patria o, en todo caso, mi negativa a reintegrarme fsicamente a ella.

En ltima instancia, t y yo sabemos de sobra que el problema del intelectual contemporneo es uno solo, el de la paz fundada en la justicia social, y que las pertenencias nacionales de cada uno slo subdividen la cuestin sin quitarle su carcter bsico. Pero es aqu donde un escritor alejado de su pas se sita forzosamente en una perspectiva diferente. Al margen de la circunstancia local, sin la inevitable dialctica del challenge and response cotidianos que representan los problemas polticos, econmicos o sociales del pas, y que exigen el compromiso inmediato de todo intelectual consciente, su sentimiento del proceso humano se vuelve por decirlo as ms planetario, opera por conjuntos y por sntesis, y si pierde la fuerza concentrada en un contexto inmediato, alcanza en cambio una lucidez a veces insoportable pero siempre esclarecedora. Es obvio que desde el punto de vista de la mera informacin mundial, da casi lo mismo estar en Buenos Aires que en Washington o en Roma, vivir en el propio pas o fuera de l. Pero aqu no se trata de informacin sino de visin. Como revolucionario cubano, sabes de sobra hasta qu punto los imperativos locales, los problemas cotidianos de tu pas, forman por as decirlo un primer crculo vital en el que debes obrar e incidir como escritor, y que ese primer crculo en el que se juega tu vida y tu destino personal a la par de la vida y el destino de tu pueblo, es a la vez contacto y barrera con el resto del mundo, contacto porque tu batalla es la de la humanidad, barrera porque en la batalla no es fcil atender a otra cosa que a la lnea de fuego.

No se me escapa que hay escritores con plena responsabilidad de su misin nacional que bregan a la vez por algo que la rebasa y la universaliza; pero bastante ms frecuente es el caso de los intelectuales que, sometidos a ese condicionamiento circunstancial, actan por as decirlo desde fuera hacia adentro, partiendo de ideales y principios universales para circunscribirlos a un pas, a un idioma, a una manera de ser. Desde luego no creo en los universalismos diluidos y tericos, en las ciudadanas del mundo entendidas como un medio para evadir las responsabilidades inmediatas y concretas Vietnam, Cuba, toda Latinoamrica en nombre de un universalismo ms cmodo por menos peligroso; sin embargo, mi propia situacin personal me inclina a participar en lo que nos ocurre a todos, a escuchar las voces que entran por cualquier cuadrante de la rosa de los vientos. A veces me he preguntado qu hubiera sido de mi obra de haberme quedado en la Argentina; s que hubiera seguido escribiendo porque no sirvo para otra cosa, pero a juzgar por lo que llevaba hecho hasta el momento de marcharme de mi pas, me inclino a suponer que habra seguido la concurrida va del escapismo intelectual, que era la ma hasta entonces y sigue siendo la de muchsimos intelectuales argentinos de mi generacin y mis gustos. Si tuviera que enumerar las causas por las que me alegro de haber salido de mi pas (y quede bien claro que hablo por m solamente, y de manera a ttulo de parangn) creo que la principal sera el haber seguido desde Europa, con una visin des-nacionalizada, la revolucin cubana. Para afirmarme en esta conviccin me basta, de cuando en cuando, hablar con amigos argentinos que pasan por Pars con la ms triste ignorancia de lo que verdaderamente ocurre en Cuba; me basta hojear los peridicos que leen veinte millones de compatriotas; me basta y me sobra sentirme a cubierto de la influencia que ejerce la informacin norteamericana en mi pas y de la que no se salvan, incluso creyndolo sinceramente, infinidad de escritores y artistas argentinos de mi generacin que comulgan todos los das con las ruedas de molino subliminales de la United Press y las revistas democrticas que marchan al comps de Time o de Life.

Aqu ya puedo hablar en primera persona, puesto que de eso se trata en los testimonios que nos has pedido. Lo primero que dir es una paradoja que puede tener su valor si se la mide a la luz de los prrafos anteriores en que he tratado de situarme y situarte mejor No te parece en verdad paradjico que un argentino casi enteramente volcado hacia Europa en su juventud, al punto de quemar las naves y venirse a Francia, sin una idea precisa de su destino, haya descubierto aqu, despus de una dcada, su verdadera condicin de latinoamericano? Pero esta paradoja abre una cuestin ms honda: la de si no era necesario situarse en la perspectiva ms universal del viejo mundo, desde donde todo parece poder abarcarse con una especie de ubicuidad mental, para ir descubriendo poco a poco las verdaderas races de lo latinoamericano sin perder por eso la visin global de la historia y del hombre. La edad, la madurez, influyen desde luego, pero no bastan para explicar ese proceso de reconciliacin y recuperacin de valores originales; insisto en creer (y en hablar por m mismo y slo por m mismo) que, si me hubiera quedado en la Argentina, mi madurez de escritor se hubiera traducido de otra manera, probablemente ms perfecta y satisfactoria para los historiadores de la literatura, pero ciertamente menos incitadora, provocadora y en ltima instancia fraternal para aquellos que leen mis libros por razones vitales y no con vistas a la ficha bibliogrfica o la clasificacin esttica. Aqu quiero agregar que de ninguna manera me creo un ejemplo de esa vuelta a los orgenes telricos, nacionales, lo que quieras que ilustra precisamente una importante corriente de la literatura latinoamericana, digamos Los pasos perdidos y, ms circunscritamente, Doa Brbara. El telurismo como lo entiende entre ustedes un Samuel Feijo, por ejemplo, me es profundamente ajeno por estrecho, parroquial y hasta dira aldeano; puedo comprenderlo y admirarlo en quienes no alcanzan, por razones mltiples, una visin totalizadora de la cultura y de la historia, y concentran todo su talento en una labor de zona, pero me parece un prembulo a los peores avances del nacionalismo negativo cuando se convierte en el credo de escritores que, casi siempre por falencias culturales, se obstinan en exaltar los valores del terruo contra los valores a secas, el pas contra el mundo, la raza (porque en eso se acaba) contra las dems razas. Podras t imaginarte a un hombre de la latitud de un Alejo Carpentier convirtiendo la tesis de su novela citada en una inflexible bandera de combate? Desde luego que no, pero los hay que lo hacen, as como hay circunstancias de la vida de los pueblos en que ese sentimiento del retorno, ese arquetipo casi junguiano del hijo prdigo, de Odiseo al final de periplo, puede derivar a una exaltacin tal de lo propio que, por contragolpe lgico, la va del desprecio ms insensato se abra hacia todo lo dems. Y entonces ya sabemos lo que pasa, lo que pas hasta 1945, lo que puede volver a pasar.

Quedamos, entonces, para volver a m que soy desganadamente el tema de estas pginas, que la paradoja de redescubrir a distancia lo latinoamericano entraa un proceso de orden muy diferente a una arrepentida y sentimental vuelta al pago. No solamente no he vuelto al pago sino que Francia, que es mi casa, me sigue pareciendo el lugar de eleccin para un temperamento como el mo, para mis gustos y, espero, para lo que pienso todava escribir antes de dedicarme a la vejez, tarea complicada y absorbente como es sabido. Cuando digo que aqu me fue dado descubrir mi condicin de latinoamericano, indico tan slo una de las consecuencias de una evolucin ms compleja y abierta. sta no es una autobiografa, y por eso resumir esa evolucin en el mero apunte de sus etapas. De la Argentina se alej un escritor para quien la realidad, como lo imaginaba Mallarm, deba culminar en un libro; en Pars naci un hombre para quien los libros debern culminar en la realidad. Ese proceso comport muchas batallas, derrotas, traiciones y logros parciales. Empec por tener conciencia de mi prjimo, en un plano sentimental y por decirlo as antropolgico; un da despert en Francia a la evidencia abominable de la guerra de Argelia, yo que de muchacho haba seguido la guerra de Espaa y ms tarde la guerra mundial como una cuestin en la que lo fundamental eran principios e ideas en lucha. En 1957 empec a tomar conciencia de lo que pasaba en Cuba (antes haba noticias periodsticas de cuando en cuando, vaga nocin de una dictadura sangrienta como tantas otras, ninguna participacin afectiva a pesar de la adhesin en el plano de los principios). El triunfo de la revolucin cubana, los primeros aos del gobierno, no fueron ya una mera satisfaccin histrica o poltica; de pronto sent otra cosa, una encarnacin de la causa del hombre como por fin haba llegado a concebirla y desearla. Comprend que el socialismo, que hasta entonces me haba parecido una corriente histrica aceptable e incluso necesaria, era la nica corriente de los tiempos modernos que se basaba en el hecho humano esencial, en el ethos tan elemental como ignorado por las sociedades en que me tocaba vivir, en el simple, inconcebiblemente difcil y simple principio de que la humanidad empezar verdaderamente a merecer su nombre el da en que haya cesado la explotacin del hombre por el hombre. Ms all no era capaz de ir, porque, como te lo he dicho y probado tantas veces, lo ignoro todo de la filosofa poltica, y no llegu a sentirme un escritor de izquierda a consecuencia de un proceso intelectual sino por el mismo mecanismo que me hace escribir como escribo o vivir como vivo, un estado en el que la intuicin, la participacin al modo mgico en el ritmo de los hombres y las cosas, decide mi camino sin dar ni pedir explicaciones. Con una simplificacin demasiado maniquea puedo decir que as como tropiezo todos los das con hombres que conocen a fondo la filosofa marxista y actan sin embargo con una conciencia reaccionaria en el plano personal, a m me sucede estar empapado por el peso de toda una vida en la filosofa burguesa, y sin embargo me interno cada vez ms por las vas del socialismo. Y no es fcil, y sa es precisamente mi situacin actual por la que se pregunta en esta encuesta. Un texto mo que publicaste hace poco en la revista Casilla del camalen puede mostrar una parte de ese conflicto permanente de un poeta con el mundo, de un escritor con su trabajo.

Pero para hablar de mi situacin como escritor que ha decidido asumir una tarea que considera indispensable en el mundo que lo rodea, tengo que completar la sntesis de ese camino que lleg a su fin con mi nueva conciencia de la revolucin cubana. Cuando fui invitado por primera vez a visitar tu pas, acababa de leer Cuba, isla proftica, de Waldo Frank, que reson extraamente en m, despertndome a una nostalgia, a un sentimiento de carencia, a un no estar verdaderamente en el mundo de mi tiempo aunque en esos aos mi mundo parisiense fuera tan pleno y exaltante como lo haba deseado siempre y lo haba conseguido despus de ms de una dcada de vida en Francia. El contacto personal con las realizaciones de la revolucin, la amistad y el dilogo con escritores y artistas, lo positivo y lo negativo que vi y compart en ese primer viaje actuaron doblemente en m; por un lado tocaba otra vez la realidad latinoamericana de la que tan alejado me haba sentido en el terreno personal, y por otro lado asista cotidianamente a la dura y a veces desesperada tarea de edificar el socialismo en un pas tan poco preparado en muchos aspectos y tan abierto a los riesgos ms inminentes. Pero entonces sent que esa doble experiencia no era doble en el fondo, y ese brusco descubrimiento me deslumbr. Sin razonarlo, sin anlisis previo, viv de pronto el sentimiento maravilloso de que mi camino ideolgico coincidiera con mi retorno latinoamericano; de que esa revolucin, la primera revolucin socialista que me era dado seguir de cerca, fuera una revolucin latinoamericana. Guardo la esperanza de que en mi segunda visita a Cuba, tres aos ms tarde, te haya mostrado que ese deslumbramiento y esa alegra no se quedaron en mero goce personal. Ahora me senta situado en un punto donde convergan y se conciliaban mi conviccin en un futuro socialista de la humanidad y mi regreso individual y sentimental a una Latinoamrica de la que me haba marchado sin mirar hacia atrs muchos aos antes.

Cuando regres a Francia luego de esos dos viajes, comprend mejor dos cosas. Por una parte, mi hasta entonces vago compromiso personal e intelectual con la lucha por el socialismo entrara, como ha entrado, en un terreno de definiciones concretas, de colaboracin personal all donde pudiera ser til. Por otra parte, mi trabajo de escritor continuara el rumbo que le marca mi manera de ser, y aunque en algn momento pudiera reflejar ese compromiso (como algn cuento que conoces y que ocurre en tu tierra) lo hara por las mismas razones de libertad esttica que ahora me estn llevando a escribir una novela que ocurre prcticamente fuera del tiempo y del espacio histrico. A riesgo de decepcionar a los catequistas y a los propugnadores del arte al servicio de las masas, sigo siendo ese cronopio que, como lo deca al comienzo, escribe para su regocijo o su sufrimiento personal, sin la menor concesin, sin obligaciones latinoamericanas o socialistas entendidas como a prioris pragmticos. Y es aqu donde lo que trat de explicar al principio encuentra, creo, su justificacin ms profunda. S de sobra que vivir en Europa y escribir argentino escandaliza a los que exigen una especie de asistencia obligatoria a clase por parte del escritor. Una vez que para mi considerable estupefaccin un jurado insensato me otorg un premio en Buenos Aires, supe que alguna clebre novelista de esos pagos haba dicho con patritica indignacin que los premios argentinos deberan darse solamente a los residentes en el pas. Esta ancdota sintetiza en su considerable estupidez una actitud que alcanza a expresarse de muchas maneras pero que tiende siempre al mismo fin; incluso en Cuba, donde poco podra importar si habito en Francia o en Islandia, no han faltado los que se inquietan amistosamente por ese supuesto exilio. Como la falsa modestia no es mi fuerte, me asombra que a veces no se advierta hasta qu punto el eco que han podido despertar mis libros en Latinoamrica se deriva de que proponen una literatura cuya raz nacional y regional est como potenciada por una experiencia ms abierta y ms compleja, y en la que cada evocacin o recreacin de lo originalmente mo alcanza su extrema tensin gracias a esa apertura sobre y desde un mundo que lo rebasa y en ltimo extremo lo elige y lo perfecciona. Lo que entre ustedes ha hecho un Lezama Lima, es decir, asimilar y cubanizar por va exclusivamente libresca y de sntesis mgico-potica los elementos ms heterogneos de una cultura que abarca desde Parmnides hasta Serge Diaghilev, me ocurre a m hacerlo a travs de experiencias tangibles, de contactos directos con una realidad que no tiene nada que ver con la informacin o la erudicin pero que es su equivalente vital, la sangre misma de Europa. Y si de Lezama puede afirmarse, como acaba de hacerlo Vargas Llosa en un bello ensayo aparecido en la revista Amaru, que su cubanidad se afirma soberana por esa asimilacin de lo extranjero a los jugos y a la voz de su tierra, yo siento que tambin la argentinidad de mi obra ha ganado en vez de perder por esa smosis espiritual en la que el escritor no renuncia a nada, no traiciona nada sino que sita su visin en un plano desde donde sus valores originales se insertan en una trama infinitamente ms amplia y ms rica y por eso mismo como de sobra lo s yo aunque otros lo nieguen ganan a su vez en amplitud y riqueza, se recobran en lo que pueden tener de ms hondo y de ms valedero.

Por todo esto, comprenders que mi situacin no solamente no me preocupa en el plano personal sino que estoy dispuesto a seguir siendo un escritor latinoamericano en Francia. A salvo por el momento de toda coaccin, de la censura o la autocensura que traban la expresin de los que viven en medios polticamente hostiles o condicionados por circunstancias de urgencia, mi problema sigue siendo, como debiste sentirlo al leer Rayuela, un problema metafsico, un desgarramiento continuo entre el monstruoso error de ser lo que somos como individuos y como pueblos en este siglo, y la entrevisin de un futuro en el que la sociedad humana culminara por fin en ese arquetipo del que el socialismo da una visin prctica y la poesa una visin espiritual. Desde el momento en que tom conciencia del hecho humano esencial, esa bsqueda representa mi compromiso y mi deber. Pero ya no creo, como pude cmodamente creerlo en otro tiempo, que la literatura de mera creacin imaginativa baste para sentir que me he cumplido como escritor, puesto que mi nocin de esa literatura ha cambiado y contiene en s el conflicto entre la realizacin individual como la entenda el humanismo, y la realizacin colectiva como la entiende el socialismo, conflicto que alcanza su expresin quiz ms desgarradora en el Marat-Sade de Peter Weiss. Jams escribir expresamente para nadie, minoras o mayoras, y la repercusin que tengan mis libros ser siempre un fenmeno accesorio y ajeno a mi tarea; y sin embargo hoy s que escribo para, que hay una intencionalidad que apunta a esa esperanza de un lector en el que reside ya la semilla del hombre futuro. No puedo ser indiferente al hecho de que mis libros hayan encontrado en los jvenes latinoamericanos un eco vital, una confirmacin de latencias, de vislumbres, de aperturas hacia el misterio y la extraeza y la gran hermosura de la vida. S de escritores que me superan en muchos terrenos y cuyos libros, sin embargo, no entablan con los hombres de nuestras tierras el combate fraternal que libran los mos. La razn es simple, porque si alguna vez se pudo ser un gran escritor sin sentirse partcipe del destino histrico inmediato del hombre, en este momento no se puede escribir sin esa participacin que es responsabilidad y obligacin, y slo las obras que la trasunten, aunque sean de pura imaginacin, aunque inventen la infinita gama ldica de que es capaz el poeta y el novelista, aunque jams apunten directamente a esa participacin, slo ellas contendrn de alguna indecible manera ese temblor, esa presencia, esa atmsfera que las hace reconocibles y entraables, que despierta en el lector un sentimiento de contacto y cercana.

Si esto no es an suficientemente claro, djame completarlo con un ejemplo. Hace veinte aos vea yo en un Paul Valry el ms alto exponente de la literatura occidental. Hoy contino admirando al gran poeta y ensayista, pero ya no representa para m ese ideal. No puede representarlo quien, a lo largo de toda una vida consagrada a la meditacin y a la creacin, ignor soberanamente (y no slo en sus escritos) los dramas de la condicin humana que en esos mismos aos se abran paso en la obra epnima de un Andr Malraux y, desgarrada y contradictoriamente pero de una manera admirable precisamente por ese desgarramiento y esas contradicciones, en un Andr Gide. Insisto en que a ningn escritor le exijo que se haga tribuno de la lucha que en tantos frentes se est librando contra el imperialismo en todas sus formas, pero s que sea testigo de su tiempo como lo queran Martnez Estrada y Camus, y que su obra o su vida (pero cmo separarlas?) den ese testimonio en la forma que les sea propia. Ya no es posible respetar como se respet en otros tiempos al escritor que se refugiaba en una libertad mal entendida para dar la espalda a su propio signo humano, a su pobre y maravillosa condicin de hombre entre hombres, de privilegiado entre desposedos y martirizados.

Para m, Roberto, y con esto terminar, nada de eso es fcil. El lento, absorbente, infinito y egosta comercio con la belleza y la cultura, la vida en un continente donde unas pocas horas me ponen frente a los frescos de Giotto o los Velzquez del Prado, en la curva del Rialto del Gran Canal o en esas salas londinenses donde se dira que las pinturas de Turner vuelven a inventar la luz, la tentacin cotidiana de volver como en otros tiempos a una entrega total y fervorosa a los problemas estticos e intelectuales, a la filosofa abstracta, a los altos juegos del pensamiento y de la imaginacin, a la creacin sin otro fin que el placer de la inteligencia y de la sensibilidad, libran en m una interminable batalla con el sentimiento de que nada de todo eso se justifica ticamente si al mismo tiempo no se est abierto a los problemas vitales de los pueblos, si no se asume decididamente la condicin de intelectual del tercer mundo en la medida en que todo intelectual, hoy en da, pertenece potencial o efectivamente al tercer mundo puesto que su sola vocacin es un peligro, una amenaza, un escndalo para los que apoyan lenta pero seguramente el dedo en el gatillo de la bomba. Ayer, en Le Monde, un cable de la UPI transcriba declaraciones de Robert McNamara. Textualmente, el secretario norteamericano de la defensa (de qu defensa?) dice esto: Estimamos que la explosin de un nmero relativamente pequeo de ojivas nucleares en cincuenta centros urbanos de China destruira la mitad de la poblacin urbana (ms de cincuenta millones de personas) y ms de la mitad de la poblacin industrial. Adems, el ataque exterminara a un gran nmero de personas que ocupan puestos clave en el gobierno, en la esfera tcnica y en la direccin de las fbricas, as como una gran proporcin de obreros especializados. Cito ese prrafo porque pienso que, despus de leerlo, un escritor digno de tal nombre no puede volver a sus libros como si no hubiera pasado nada, no puede seguir escribiendo con el confortable sentimiento de que su misin se cumple en el mero ejercicio de una vocacin de novelista, de poeta o de dramaturgo. Cuando leo un prrafo semejante, s cul de los dos elementos de mi naturaleza ha ganado la batalla. Incapaz de accin poltica, no renuncio a mi solitaria vocacin de cultura, a mi empecinada bsqueda ontolgica, a los juegos de la imaginacin en sus planos ms vertiginosos; pero todo eso no gira ya en s mismo y por s mismo, no tiene ya nada que ver con el cmodo humanismo de los mandarines de occidente. En lo ms gratuito que pueda yo escribir asomar siempre una voluntad de contacto con el presente histrico del hombre, una participacin en su larga marcha hacia lo mejor de s mismo como colectividad y humanidad. Estoy convencido de que slo la obra de aquellos intelectuales que respondan a esa pulsin y a esa rebelda se encarnar en las conciencias de los pueblos y justificar con su accin presente y futura este oficio de escribir para el que hemos nacido.

Un abrazo muy fuerte de tu

JULIO

La soledad de Amrica LatinaGabriel Garca Mrquez

Discurso de aceptacin del Premio Nobel 1982

Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompa a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribi a su paso por nuestra Amrica meridional una crnica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginacin. Cont que haba visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pjaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecan una cuchara. Cont que haba visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Cont que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdi el uso de la razn por el pavor de su propia imagen.

Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los grmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonios ms asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los Cronistas de Indias nos legaron otros incontables. Eldorado, nuestro pas ilusorio tan codiciado, figur en mapas numerosos durante largos aos, cambiando de lugar y de forma segn la fantasa de los cartgrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mtico Alvar Nez Cabeza de Vaca explor durante ocho aos el norte de Mxico, en una expedicin ventica cuyos miembros se comieron unos a otros y slo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un da salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino. Ms tarde, durante la colonia, se vendan en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvin, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este delirio ureo de nuestros fundadores nos persigui hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misin alemana de estudiar la construccin de un ferrocarril interocenico en el istmo de Panam, concluy que el proyecto era viable con la condicin de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la regin, sino que se hicieran de oro.

La independencia del dominio espaol no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio Lpez de Santana, que fue tres veces dictador de Mxico, hizo enterrar con funerales magnficos la pierna derecha que haba perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general Garca Moreno gobern al Ecuador durante 16 aos como un monarca absoluto, y su cadver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial. El general Maximiliano Hernndez Martnez, el dspota tesofo de El Salvador que hizo exterminar en una matanza brbara a 30 mil campesinos, haba inventado un pndulo para averiguar si los alimentos estaban envenenados, e hizo cubrir con papel rojo el alumbrado pblico para combatir una epidemia de escarlatina. El monumento al general Francisco Morazn, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en Pars en un depsito de esculturas usadas.

Hace once aos, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, ilumin este mbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces tambin en las malas, han irrumpido desde entonces con ms mpetus que nunca las noticias fantasmales de la Amrica Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres histricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego. Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas muri peleando solo contra todo un ejrcito, y dos desastres areos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazn generoso, y la de un militar demcrata que haba restaurado la dignidad de su pueblo. En este lapso ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgi un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de Amrica Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto 20 millones de nios latinoamericanos moran antes de cumplir dos aos, que son ms de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represin son casi los 120 mil, que es como si hoy no se supiera dnde estn todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en crceles argentinas, pero an se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopcin clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran as han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y ms de 100 mil perecieron en tres pequeos y voluntariosos pases de la Amrica Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sera de un milln 600 mil muertes violentas en cuatro aos.

De Chile, pas de tradiciones hospitalarias, ha huido un milln de personas: el 10 por ciento de su poblacin. El Uruguay, una nacin minscula de dos y medio millones de habitantes que se consideraba como el pas ms civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos. La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El pas que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de Amrica latina, tendra una poblacin ms numerosa que Noruega.

Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no slo su expresin literaria, la que este ao ha merecido la atencin de la Academia Sueca de la Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creacin insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual ste colombiano errante y nostlgico no es ms que una cifra ms sealada por la suerte. Poetas y mendigos, msicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginacin, porque el desafo mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.

Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difcil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplacin de sus propias culturas, se hayan quedado sin un mtodo vlido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a s mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la bsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos. La interpretacin de nuestra realidad con esquemas ajenos slo contribuye a hacernos cada vez ms desconocidos, cada vez menos libres, cada vez ms solitarios. Tal vez la Europa venerable sera ms comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesit 300 aos para construir su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, que Roma se debati en las tinieblas de incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que an en el siglo XVI los pacficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impvidos, ensangrentaron a Europa con soldados de fortuna. An en el apogeo del Renacimiento, 12 mil lansquenetes a sueldo de los ejrcitos imperiales saquearon y devastaron a Roma, y pasaron a cuchillo a ocho mil de sus habitantes.

No pretendo encarnar las ilusiones de Tonio Krger, cuyos sueos de unin entre un norte casto y un sur apasionado exaltaba Thomas Mann hace 53 aos en este lugar. Pero creo que los europeos de espritu clarificador, los que luchan tambin aqu por una patria grande ms humana y ms justa, podran ayudarnos mejor si revisaran a fondo su manera de vernos. La solidaridad con nuestros sueos no nos hara sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legtimo a los pueblos que asuman la ilusin de tener una vida propia en el reparto del mundo.

Amrica Latina no quiere ni tiene por qu ser un alfil sin albedro, ni tiene nada de quimrico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiracin occidental.

No obstante, los progresos de la navegacin que han reducido tantas distancias entre nuestras Amricas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural. Por qu la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difciles de cambio social? Por qu pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus pases no puede ser tambin un objetivo latinoamericano con mtodos distintos en condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulacin urdida a 3 mil leguas de nuestra casa. Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han credo, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueos del mundo. Este es, amigos, el tamao de nuestra soledad.

Sin embargo, frente a la opresin, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a travs de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera: cada ao hay 74 millones ms de nacimientos que de defunciones, una cantidad de vivos nuevos como para aumentar siete veces cada ao la poblacin de Nueva York. La mayora de ellos nacen en los pases con menos recursos, y entre stos, por supuesto, los de Amrica Latina. En cambio, los pases ms prsperos han logrado acumular suficiente poder de destruccin como para aniquilar cien veces no slo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios.

Un da como el de hoy, mi maestro William Faullkner dijo en este lugar: "Me niego a admitir el fin del hombre". No me sentira digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orgenes de la humanidad, el desastre colosal que l se negaba a admitir hace 32 aos es ahora nada ms que una simple posibilidad cientfica. Ante esta realidad sobrecogedora que a travs de todo el tiempo humano debi de parecer una utopa, los inventores de fbulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todava no es demasiado tarde para emprender la creacin de la utopa contraria. Una nueva y arrasadora utopa de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien aos de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.

Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis aos de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelacin que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero tambin como el compromiso, a menudo agobiante, que se adquiere con este honor. Un duro honor que en ellos me pareci de simple justicia, pero que en m entiendo como una ms de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen ms evidente nuestra condicin de juguetes de un azar indescifrable, cuya nica y desoladora recompensa, suelen ser, la mayora de las veces, la incomprensin y el olvido.

Es por ello apenas natural que me interrogara, all en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades ms esenciales que conforman nuestra identidad, cul ha sido el sustento constante de mi obra, qu pudo haber llamado la atencin de una manera tan comprometedora a este tribunal de rbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fcil encontrar la razn, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez ms, un homenaje que se rinde a la poesa. A la poesa por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numer en su Iliada el viejo Homero est visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesa que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fbrica densa y colosal de la Edad Media. La poesa que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra Amrica en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el ms grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueos sin salida. La poesa, en fin, esa energa secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imgenes en los espejos.

En cada lnea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espritus esquivos de la poesa, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devocin por sus virtudes de adivinacin, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelacin de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Amricas, Luis Cardoza y Aragn, ha definido como la nica prueba concreta de la existencia del hombre: la poesa. Muchas gracias.

Gabriel Garca Mrquez