Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

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PADRE ME PONGO EN TUS MANO ¡tienes paulinas

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V!

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GARLO CARRETTO

Padre, me pongo en tus manos

EDICIONES PAULINAS -1975

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El original en lengua italiana de esta obra ha sido publicado por Citla Nuova Ediirice, Roma (1975), con el título: Padre mió, mi abbandono a ¿e/Traducido por Ezequiel Varona/(ñ> Ediciones Paulinas (Protasio Gómez, 15. Madrid-27) 1975/ISBN 84-285-0598-5/Depósito legal: M. 28.164-1975/Impreso por Artes Gráficas Carosa (José Bielsa, 6. Madrid - 26)/Prirtíed in Spain.

PROLOGO

Quisiera que los amigos que leyeren este libro lo hicieran con serenidad y posiblemente sin prevenciones.

Cuando escribí Famiglia piccola Chiesa, se armó la marimorena. Y pensar que se trataba de un libro para colegialas, como todos pueden constatar actualmente.

No quisiera que sucediese lo mismo ahora solamente porque digo cosas que no estamos acostumbrados a oír.

Tened en cuenta que lo que escribo en este libro es tan viejo como la Biblia y, en el plano exegélico, es de una sencillez infantil.

Puede causar impresión el hablar de una determinada manera de la Iglesia, pero he de precisar con claridad que esa Iglesia de que hablo soy yo, sois vosotros, somos todos los cristianos.

Después del Concilio, cuando se dice Iglesia, no se entiende sólo el Vaticano, el obis-

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po o el párroco, como sucedía anteriormente, sino todo el «Pueblo de Dios».

Y el pueblo de Dios no se ofende ni se enfurece si se le dice que es un pueblo de pecadores eminentes y que ha sonado la hora de convertirse, especialmente cuando se celebra un Año Santo.

Ya no estamos en los tiempos de mi adolescencia, cuando, sólo por haber dicho en casa que Vio IX habría obrado mejor no excomulgando a Cavour, que quería la unidad de Italia, me gané un solemne sopapo de mi madre y me fui a la cama sin cenar.

Ciertos infantilismos deberían haber desaparecido ya de nuestros ambientes piadosos y devotos.

* * *

Y quisiera decir otra cosa: terminemos con las jeremiadas:

— los jóvenes están perdidos... — ya no tenemos vocaciones... — nadie acude a la iglesia... — se acabó todo...

De nada sirven estas lamentaciones; peor aún, sólo sirven para pasar mal los últimos

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años de nuestra vida, amargados como solteronas y envenenados como esos ancianos a quienes les fastidia su impotencia.

¿Queréis un consejo? No repitamos «todo está para derrumbarse»,

sino —y es verdad— «todo se ha derrumbado», y os percataréis de que es mucho más interesante y jubiloso considerarse constructores de una mañana nuevo que defensores de un pasado ya viejo y comprometido.

«Dejad que los muertos entierren a sus muertos», diría Jesús. Ahora, «tú vete a anunciar el Reino».

Y, en fin de cuentas, no es absolutamente necesario pensar que ha llegado el fin del mundo.

Estamos al final de una época y lo bonito es que empieza inmediatamente otra que —para los objetivos del Evangelio— será tal vez más interesante y fecunda.

¿Queréis abandonar un poco de vuestro pesimismo?

Tratad de frecuentar alguna Asamblea litúrgica de una de las muchas comunidades de oración que están despuntando como los hongos en el gran bosque de la Iglesia de nuestros días.

Asistiréis a explosiones de gozo y de fe que quizá no resultan familiares en las viejas ca-

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tedíales de otro tiempo, demasiado serias y compuestas.

Si por casualidad tomáis parte en las liturgias de esas comunidades, en las que se canta la Palabra de Dios y sólo la Palabra de Dios, saldréis convencidos de que la Iglesia es tremendamente joven y renace continuamente de las cenizas de su pasado.

Yo, después de treinta años de Acción Católica y diez años de desierto, me siento ante estas comunidades orantes como un niño que tiene que aprender muchas cosas todavía.

Mira —me digo— a estos chicos de hoy que parecen despreocupados, se han echado a las espaldas toda nuestra retórica religiosa y con sensibilidad infinitamente más madura sólo ponen música a la Palabra de Dios.

A nuestros desvencijados himnos religiosos responden poniendo música a Oseas, Jeremías, el Génesis o el Éxodo.

Inclino humildemente la cabeza y les doy las (/rucias con verdadero afecto de hermano.

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EL MIEDO ES SEÑAL DE QUE NO TE DEJAS GUIAR POR EL ESPÍRITU

Cuando medito en lo que acontece en el mundo, en la iglesia, que. es su conciencia, y en mí, que soy una pequeñísima antena de uno y otra, tengo la impresión de que estamos entrando en el corazón de la tormenta.

Sopla un viento al que muy pocos de nosotros estábamos acostumbrados y la tierra, símbolo de estabilidad, se presenta ante los consumos y sus adulteraciones progresivas como incapaz de contenemos y alimentamos.

La Iglesia misma —ciudad puesta sobre el ¡uonte, ancla de salvación, torre inexpugnable, nave segurísima— les parece a los tímidos y desprevenidos incapaz de transmitirnos esa seguridad a que estábamos habituados y que era el consuelo y la confianza de quien no tenía la menor gana de aceptar responsabilidades personales.

El miedo invade la ciudad. El miedo invade la Iglesia.

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No me extraña que la ciudad tenga miedo: es natural ante el propagarse de la delincuencia y la temeridad de los terroristas y de los atracadores.

Lo que me da pena es el miedo de la Iglesia, porque es triste señal de nuestra falta de fe en el Cristo resucitado de entre los muertos, en el Cristo rey de la historia.

Esta Iglesia posconciliar, esta nuestra Iglesia, corre el peligro de pasar a la historia como la Iglesia del miedo.

Y lo que es más extraño, ¡precisamente cuando no tenía ningún derecho a temer! Precisamente en el momento en que con el Concilio había encontrado de un modo, yo diría milagroso, la asistencia extraordinaria del Espíritu (pero ¿qué Iglesia, cristiana o no, puede preciarse de una asamblea tan nueva, tan estrepitosa, tan libre, tan fecunda, tan innovadora, tan vital como ha sido para la Iglesia católica el Concilio Vaticano II?); precisamente cuando había sabido adiestrar a un episcopado extraordinariamente unido y decidido; precisamente después de haber vivido aquella hora inolvidable de la terminación de los trabajos en la Plaza de San Pedro, cuando la figura de Pablo VI, que reflejaba en su rostro dramático y humanísimo las esperanzas de todos nosotros, ofrecía con una dinámica mo-

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derna, desconocida desde hacía demasiado tiempo en nuestras viejas sacristías, un nuevo pacto de esponsales de la Iglesia con la humanidad entera; precisamente después de haber vivido durante cuatro años en consonancia con la Iglesia, sintiendo que la polémica entre la tradición y los espíritus innovadores se había calmado; precisamente entonces, he aquí que explota, como una epidemia pestífera, la epidemia del miedo.

Echad una mirada y decid si no es verdad. El miedo a las novedades y la dificultad para

ver las cosas de manera distinta de como eran vistas en el pasado debilita a las diócesis, retrasa el despertar y las aplicaciones conciliares, hace con frecuencia duros a los responsables, preocupados solamente, se diría, por una defensa ciega de un pasado ya marchito en sus formas, en lugar de convertirlos en tenaces defensores de un Evangelio siempre nuevo en su contenido.

Y ¿qué decir de quien cambia su propio hogar por el único lugar donde pueda posarse el Espíritu Santo?

El miedo a las desobediencias... de los inferiores hace cometer a los superiores pecados de abuso de poder, mucho más deletéreos para la comunidad de hombres libres que es la Iglesia.

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El miedo a los seminarios y noviciados vacíos paraliza la fantasía de las curias y de las congregaciones y pone al desnudo la incapacidad de creer que Dios no carece ni de fuerza para darnos pastores, ni de fantasía para cambiarlos. El miedo de ver disminuir el número de los que frecuentan el templo les produce a algunos el efecto de que es inútil seguir rezando porque Dios ya no se encuentra bajo las bóvedas de las catedrales; a otros les estimula a retroceder hacia el pasado, cuando la misa se decía en latín y la posibilidad de recibir la Eucaristía en la mano habría suscitado escándalo.

Pero donde el miedo ha alcanzado su punto culminante es en el derrumbamiento de las seguridades: seguridades sociológicas, políticas, culturales, institucionales. La caída del edificio histórico de una determinada cristiandad —la nuestra— hace dudar nada menos que de la existencia de Dios a muchos de aquellos que formaban parte de la misma cristiandad, pero que se afianzaban más en las cosas visibles que en las invisibles, y que creían más en la civilización cristiana y en la estética del gregoriano que en el Dios mismo. En efecto, son éstos los tentados en la fe.

Y son muchos.

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Y no es ninguna broma. El hecho de ser tentados en la fe en un

plano cultural es una de las pruebas más rudas del hombre de siempre.

Cuando, por otra parte, se trata del hombre moderno, desencantado del poder y de sus conocimientos científicos, obligado además a vivir en un tiempo como el nuestro en que todo se pone en cuestión y los infantilismos religiosos del pasado se manifiestan de modo dramático, no hay límite para las posibilidades de desbandada.

Este hombre, que se creía religioso y que nunca se había preguntado seriamente por su fe, se vuelve como un ebrio que ha perdido al mismo tiempo el equilibrio y la identidad.

El cielo se cierra sobre él y la tierra se convierte en un signo de interrogación.

Si, además, se apodera de él el vértigo, es capaz de cancelar en poco tiempo todo un largo pasado de fidelidad y de interioridad.

Entonces es cuando la familia se desintegra, se abandonan los conventos y las comunidades otrora florecientes se apagan faltas de fuerza y de luz.

El hombre se queda solo, sin la Iglesia y en poder de sus debilidades. Y como su interior no cambia aunque cambien los tiempos, lo que siempre sucede es lo mismo, porque

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el pecado no tiene fantasía y se repite con su eterna monotonía.

Pero tal vez fuera inevitable que esto sucediera.

Había demasiados que se ilusionaban de ser cristianos y eran paganos.

Había demasiados que separaban la religión del Evangelio y las prácticas en el templo de su vida.

Había demasiados que hablaban de amor al Papa y se desinteresaban del hombre necesitado de libertad.

Por lo demás, digámoslo claro y sin ofendernos: ¿por qué tantas demoras en la Iglesia? ¿Por qué dejar celebrar durante siglos la Eucaristía en una lengua desconocida?

¿Por qué alimentar la fe del pueblo más con la debilidad de las devociones que con la fuerza tremenda de la Palabra de Dios? ¿Por qué dejarse arrebatar por el socialismo la confianza de los oprimidos?

¿Por qué una tan prolongada convivencia con el poder y con los ricos?

No hay que tener miedo, pues, si algo cambia.

Y cambiará en sentido justo. Lo que me da esta certidumbre es que, des-

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de que el Concilio canonizó la primacía de la Palabra de Dios y las comunidades se acostumbraron a preguntarse por el Evangelio, el terreno gélido de las instituciones se ha deshelado bajo la acción del calor del Espíritu.

Está sucediendo un fenómeno extraordinario y me parece que ha vuelto al tiempo de Jesús.

Su Palabra desciende simple y tajante a las conciencias y las pone en crisis.

El paganismo que nos circunda y el materialismo que nos tienta es acallado en el alma por el canto de las Bienaventuranzas, que vuelve a resonar en nuestro espíritu como gozo y liberación.

Se forman por doquier pequeñas comunidades de oración que quieren ser Iglesia y reviven la Cena del Señor con júbilo y dulzura en el espíritu.

Por todas partes se habla de liberación de los oprimidos, de servicio, de compromiso, de pobreza, de amor.

Sí, es el Evangelio que llama a las puertas. Dios no ha abandonado a su Pueblo. El Espíritu sigue llamando a su Esposa:

la Iglesia.

* * *

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Y la Esposa no debe tener miedo. El miedo es la señal de su poca fe y de

la falta de confianza en aquél que es el Dios de lo imposible.

Sé que no es fácil, especialmente para quien está habituado a sus propias seguridades, y para la Iglesia de ayer las segundadas eran muchas.

Basta pensar que en muchos Estados había logrado hacerse halagar, defender, pagar y ayudar por los mismos Estados.

Iglesia y Estado, un solo bloque: ¡qué fuerza!, ¡qué poder!, ¡qué apoyo!

Parece, sin embargo, que ese tiempo h¡t desaparecido y muchos cristianos se alegran de ello. No todos, empero, y por eso es por lo que hay tanto miedo. Y es comprensible.

Pero el Evangelio vivido y aceptado nos hace comprender que tal vez sea mejor buscar ayudas no ya en el poder de los hombres sino en el poder celestial, directamente en el Padre, como hacía Jesús: «Padre mío y Dios mío».

La aventura es más interesante y comprometida.

Los jóvenes están todos de esta parte, entre otras cosas porque quizá no sopesan todavía las dificultades que tal aventura comporta.

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La aventura de ser desterrados y peregrinos sobre la tierra.

Es la historia de Israel, que se repite: el éxodo, el desierto, la inseguridad.

Cuando medito la Biblia, no logro jamás liberarme de su esquema fundamental, entre otras cosas porque siento que es el mismo esquema a través del cual ha pasado y pasa mi vida. Egipto como lugar de la esclavitud, el éxodo de la liberación a través del desierto, la entrada en la tierra prometida y su sucesiva conquista, la constitución del reino de Jerusalén, las nuevas infidelidades a Yavé y el consiguiente castigo con el exilio a Babilonia, la vuelta del pequeño resto de Israel y el comienzo de los tiempos nuevos con la venida de Cristo.

¿Y si la Iglesia, que es el nuevo Israel, no estuviera en el mismo camino?

¿Y si no recorriese las mismas etapas en su historia?

Yo creo que sí. ¿No ha vivido su éxodo y su desierto? ¿No ha conquistado la nueva Jerusalén:

Roma? ¿No ha cometido, a veces, los mismos pe

cados de excesiva seguridad en sí misma, de búsqueda de poder, de olvido de los pobres y de la dura vida misionera?

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¿No se ha mecido, incluso de buena fe, en la valoración excesiva de lo visible, de la ostentación, oscureciendo con su espesor la realidad dolorosa del Crucificado, la pobreza del obrero de Nazaret, la pequenez del infante de Belén?

Puede ser.

Y puede ser también que haya llegado el momento del nuevo éxodo —como dice Oseas—: «Volverás, oh Israel, a Egipto» (Os 11,5).

No sé. Mientras tanto, la seguridad y el esplen

dor se disipan y no hace falta siquiera hablar de deportación a Babilonia, dado que la ¡misma Babilonia se ha trasladado a nuestras ciudades cristianas.

Pienso que nosotros, ¡os cristianos, de ahora en adelante deberemos considerarnos en tierra extranjera, deportados idealmente a la Babilonia moderna, reducidos a pequeñas minorías pero testigos del Invisible, no más patronos sino huéspedes entre las gentes, y llevando con nosotros un mensaje que tiene el poder de salvar a todos y una esperanza que es la única esperanza.

Es como si empezáramos por el principio, aun partiendo de situaciones mucho más ma-

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duras y complejas, y sobre todo más explosivas.

Alguien se ve arrastrado por el pesimismo, pensando en las palabras de Oseas:

«Volverás, oh Israel, a Egipto, y asirio será tu rey. Su espada hará estragos en la ciudad, exterminará a tus hijos dentro de ti».

(Os 11,5-7) (1)

Tal vez sea verdad que la Iglesia pasará por tiempos duros, como Israel en tiempos de la deportación (¡cuántas profecías amargas e ingenuas circulan en los bajos fondos de las parroquias!).

A mí todo esto no me dice gran cosa, porque Cristo me ha liberado precisamente del miedo y, por ende, no me encuentro en la misma .posición de Israel, aterrorizado por la espada de Asiría.

Yo me siento seguro y consolado por el paso ele Jesús en mi vida, y si busco a Oseas, prefiero fijarme en estas otras expresiones, también suyas:

(1) Los textos están tomados de los cantos bíblicos de las Comunidades Neocatecumenales.

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«¿Cómo he de abandonarte, Efraím. cómo traicionarte, Israel? ...Mi corazón se conmueve dentro de mí, ...porque soy tu Dios, no un hombre».

(Os 11,8-9)

Soy tu Dios, dice el Señor. Y que Dios sea mí Dios significa que es

mi padre, que es la raíz de mi ser, que es Señor del cielo y de la tierra, que es el Absoluto, que es el Salvador, eme es mi fin, mi Todo.

Si Dios es mi Dios, ya no tengo miedo a nada.

Me confío a El. Dejo que obre en mí, ¡Es el Dios de lo imposible! Si se cierra un seminario, no se me ocu

rre pensar que me faltará un sacerdote para darme la Eucaristía.

Si se vende el Vaticano, no tiemblo pensando que todo se ha acabado y que Dios ha sido vencido por el mal.

No. Prefiero cantar con Oseas las mismas palabras de la esperanza:

«En medio de ti yo soy el Santo, oh Israel, y rugiré como un león ante el mal.

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Acudirán tus hijos como palomas, y como pajarillas volverán a su nido».

(Os 11,9-11)

¡Sí. tengo mucha esperanza! Y es la esperanza auténtica, que no se basa

en el optimismo humano, sino que nace de las contradicciones y de mi debilidad, de las contradicciones y de las debilidades de la Iglesia y de la visión de la babel del mundo de siempre.

Tengo la esperanza que no se basa en mis fuerzas o en las fuerzas organizadas de la Iglesia, sino únicamente en el Dios vivo, en su amor hacia el hombre, en su acción en la historia, en su voluntad saívífica.

Tengo esperanza en el Dios que ha resucitado a Cristo de entre los muertos y que tiene e) poder de hacer todas las cosas nuevas.

Cuando estuve en el desierto, aprendí del Padre de Foucanld una oración extraordinaria que resume toda mi fe, y tan drástica, que no la sé recitar sino bajo la acción del Espíritu.

A menudo me paraba a la mitad, incapaz de proseguir. Me hacían temblar ciertas exi-

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gencias definitivas, como si me arrancaran parte de mi compromiso, un espacio a mi libertad.

Han transcurrido algunos años desde la primera vuelta de mi desierto; he hecho nuevas experiencias de presencia entre los hombres.

Si tuviera que resumir lo que ahora siento, diría en pocas palabras: he descubierto que soy mucho más pobre de lo que entonces creía.

Pero la pobreza, cuanto más se la descubre, más te impele a rezar, y cuando empiezo a recitar la oración de entonces, esa oración de que hablaba y que nosotros los Her-manitos llamamos «Oración de abandono», tengo la impresión de que sé recitarla con más verdad.

Intentad también vosotros recitarla y, si lográis llegar hasta el fin con amor y paz en el espíritu, escribidme un par de líneas.

Tendré una prueba más de que Dios Padre tiene hijos en todas partes y de que el Espíritu Santo llena con su amor el universo entero.

He aquí la oración:

Padre, me pongo en tus manos.

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Haz de mí lo que quieras. Sea lo que sea, te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas. No deseo más, Padre. Te confío mi alma, te la doy con todo el amor de que soy capaz. Porque te amo y necesito darme a ti, ponerme en tus manos, sin limitación, sin medida, con una confianza infinita, porque tú eres mi Padre.

Cario Carretto

Spello, Pascua de 1975

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PRIMERA PARTE

Dios es mi padre.

Estas simples palabras son la proclamación

de la profecía más importante que se refiere al hombre

y la respuesta a todos los interrogantes

planteados por el misterio de la vida.

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I. PADRE

Una cosa es hacer una estrella, y otra hacer un hijo. Una cosa es hacer una flor, y otra hacer un hijo. Una cosa es hacer una libélula, y otra hacer un hijo. Dios me ha hecho primero como un frag

mento de estrella y me ha dado la vida, luego me ha diseñado como una flor y me

ha dado la forma, por fin me ha infundido la conciencia y me

ha hecho amor. Yo creo en la evolución, en la creatividad de

Dios y me gusta pensar que Dios tomó materiales de las rocas para hacer mi cuerpo y dibujos de las flores para reunir mis células nerviosas.

Pero cuando pensó en mi conciencia, buscó el modelo dentro de sí, en su vida trinitaria, y me hizo a su imagen y semejanza: comunicación, libertad, vida eterna.

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Todo esto significa hacer un hijo, porque el hijo es vida de la misma vida del Padre, es libertad de la misma libertad del Padre, es comunicación para comunicar con el Padre.

Hay muchos diseños en el cosmos visible y en el cielo invisible, pero todos ellos son expresión de un solo diseño por parte de Dios: hacer de mí un hijo. Un hijo que tenga su misma vida y sea eterno, la misma libertad y sea feliz, la misma comunicabilidad y sea Amor, como él.

Naturalmente, el plano no está acabado y el trabajo no está cumplido. Si estuviera terminado, sería el fin del mundo.

El mundo no está terminado aún porque el trabajo no ha sido llevado a término todavía, y por eso «la creación está aguardando en anhelante espera la revelación de los hijos de Dios... Gime y está en dolores de parto» (Rom 8,19.22), porque no es un trabajo fácil.

La distancia del fin es la distancia que media en cada uno de nosotros desde su verdadero nacimiento, es decir, desde el día en que saldrá del álveo de las cosas visibles para pronunciar con perfecta conciencia «Padre», dirigiéndose al creador mismo, y entrar en su casa a título de hijo, no de un cuadro que ador-

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na la pared; a título de hijo, no de un jarro de flores; a título de hijo, no de un animal ignaro o ausente por ser incapaz de conocer a su padre.

La historia del hombre sobre la tierra no es más que la historia larga y dramática y comprometida de su transformación, que es una auténtica gestación como hijo de Dios.

Oh, no sería dramática si el hombre no tuviera que aceptar una de las más difíciles responsabilidades de Dios: la de la libertad; ni sería tan comprometida, si no existiera la realidad del pecado, que es la misteriosa maldad del hombre de poder decir que no al Amor y de no aceptar el designio divino.

«Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron.

A todos los que le reciben, les da el ser hijos de Dios; El, que no nació, ni de la sangre ni de la carne, sino de Dios».

(Jn 1,12-13)

* * *

¡Hacer un hijo! Dios hace de mí un hijo suyo. Dios se sir

ve del cosmos y de la historia para hacer el

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ambiente divino de mi nacimiento como hijo suyo.

El me plasma y me toca con las cosas creadas y me hace consciente, poco a poco, con la dulzura de su Gracia y con la fuerza de su Espíritu.

Yo estoy dentro de las cosas, estoy hecho por las cosas, pero aspiro a una vida que va más allá de las cosas.

Nacido en las cosas como hijo del hombre, me convierto en hijo de Dios.

Nacido una vez de mi padre y de mi madre, que me han transmitido las realidades terrenas, naceré una segunda vez como hijo de las realidades celestes.

Ahora soy como un feto inmaduro, a medio camino entre mi pasado y mi futuro, entre las cosas que conozco y las que no conozco.

No es una posición cómoda. En efecto, sufro. Sufro a causa de mi insuficiencia, de mi ce

guera, de la nostalgia. A causa de mi insuficiencia, porque no es

toy hecho aún y peco de inmadurez; de mi ceguera, porque no veo claro, tan encerrado estoy en las cosas; de la nostalgia, porque ya tengo en las venas la sangre de Dios y me toca soportar con paciencia mi sangre turbulenta y enferma de hombre.

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Si alguien me dijese que tendré que estar siempre en esta posición, me daría una noticia muy poco agradable.

Es como si me dijera: «Tienes que estar siempre en el vientre de tu madre».

Yo amo el vientre de mi madre, que me ha engendrado, pero salí de él apenas pude. Prefiero mirar a mi madre desde fuera a hacerlo desde dentro.

No se está bien en el vientre o al menos se está mejor después, cuando se ha salido.

El cosmos y la historia son como el vientre inmenso y múltiple, claro y oscuro, fácil y difícil, donde se efectúa mi generación, «el ambiente divino» de mi llegar a ser hijo.

Sin embargo, yo he de ir más allá, y también vosotros, lo queráis o no, tenéis que ir más allá.

Yo digo en mi esperanza: «Mañana es mejor que hoy», porque la lógica de Dios, el amor de Dios me están apuntando hacia lo mejor, no hacia lo peor; hacia la vida, no hacia la muerte; hacia la comunicación, no hacia la soledad; hacia la felicidad, no hacia el llanto.

Por eso, cuando salga, miraré la tierra que me ha engendrado y diré: «¡Finalmente!».

Durante mucho tiempo he hallado el vientre de la tierra bastante cómodo, habitable,

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incluso bello y alegre, pero ahora me parece estrecho.

Cuanto más roe acerco <\ la puerta de salida, más aplastado me siento y con el deseo de horadar la pared de lo invisible.

Dios, que sabía esto, ha encontrado un medio extraordinario, un correctivo apropiado al deseo de correr y liberarse del peso de la tierra: la caridad hacia los hermanos.

Oíd lo que dice san Pablo al respecto: «Pues para mí la vida es Cristo y la muerte ganancia, y si bien el continuar viviendo es para mí fruto de apostolado, no sé qué elegir. Me siento apremiado por ambas partes: por una anhelo la muerte para estar con Cristo, lo que es mejor para mí; por otro lado, continuar viviendo, lo que juzgo necesario para vosotros. Persuadido estoy de que me quedaré y permaneceré con vosotros...»

(Flp 1,21-25)

No puede expresarse mejor la actitud interior de quien vive de fe y se siente atenazado entre el amor de Dios que lo llama y el amor de los hermanos que lo compromete.

Sí, prefiero irme; pero si aún soy útil para la Iglesia, pues me quedo.

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Pero cuando se está allí y la fe ha alcanzado esta amplitud y transparencia, la tierra y el cielo se ven mezclados, como si fueran una sola cosa.

Mas no por completo. Ir a ver el rostro del Padre es siempre me

jor.

* * *

Pero mientras tanto estoy aquí y he de quedarme. Estoy aquí y debo comprender por qué estoy aquí. Diré inmediatamente que la palabra «comprender» que he usado no es exacta.

Comprender se refiere a la relación con las cosas que conozco y no me puede servir para aquellas que no conozco. ¿Cómo puedo comprender a Dios, a quien no veo?

¿Cómo puedo entender su paternidad, que me supera y precede?

¿Cómo puede entender a la madre un feto? Debe confiarse, no queda más remedio.

Uno que va a nacer no puede pedir a quien lo engendra la documentación sobre el porqué de su ser o darle una lección sobre el modo de nacer.

Dejarse hacer es la primera buena cualidad de toda criatura,

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«permanecer pasivos» en las manos de quien nos precede, diríamos hoy,

«hacerse disponibles» a la realidad es la actitud más genuina e inteligente de quien no conoce su mañana y no sabe absolutamente nada sobre el camino que habrá de recorrer.

Para lograr esto, la palabra apropiada es decir «creo», pero... ¡es tan difícil!

¿Quién de nosotros no arruga la nariz ante la necesidad de creer?

Sí: creer ¡es difícil! Es difícil porque es una actitud madura

en un ser inmaduro. Es difícil porque es una posición de amor

y de extrema confianza en una criatura incapaz de amar y amasada de incredulidad.

Es difícil porque es un «casi todo resuelto» en un feto en que está casi todo por resolver.

Siento la tentación de decir, y os aseguro que lo he pensado mucho, que la fe es un verdadero círculo vicioso: cuanto más la necesitas, menos la sientes; cuanto más necesidad tienes de ella, menos sabes encontrarla.

Precisamente cuando no sabes dónde volver la cabeza y deberías dejarte guiar, clavas los pies para hallar una solución que no puede venir de ti; cuanto más ciego eres, más te empeñas en guiar a los otros.

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Es trágico y cómico al mismo tiempo. Somos como niños sabios y tercos que miran al médico que tienen delante con la medicina en la mano. En lugar de tenderse confiados, cerrando los ojos llenos de esperanza, se apergaminan como animales salvajes lanzando gritos discordantes y organizando tonterías.

Precisamente donde no se puede entender, quiere el hombre entender.

Esta tentación es natural: es como agarrarse a una tabla conocida en un mar desconocido y agitado por las olas.

Sí, es natural, pero no es suficiente. La fe es una dimensión nueva de la vida

en relación con lo invisible. Y es difícil. Y sería incluso insoluble para el hombre si

Dios, que es Amor, no hubiera hallado la solución al problema.

* * *

La solución es el Espíritu. El Espíritu Santo, que es el Amor de Dios,

es como el viento «que no sabes de dónde viene ni adonde va» y que trastorna y sacude las puertas de Jerusalén en Pentecostés.

Es como el agua que penetra en la tierra árida y la fecunda.

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Es como el sol que calienta y vivifica los miembros ateridos.

El Espíritu Santo, que es el Amor de Dios, la fecundidad de Dios, la creatividad de Dios, viene a visitarme y me dice: «Dios es tu padre».

Primeramente me lo sugiere poco a poco, luego cada vez con más fuerza, después más fuerte aún y así continuamente, hasta el fin.

Es como su Testigo. Es una Presencia que obra con fuerza y dul

zura y que, trayéndome la luz de la verdad, con «gritos inefables» me anticipa la más profunda de las oraciones: «Padre», dirigiéndose al Padre por mí, que todavía soy incapaz.

Sí, es el Espíritu de Testigo presente en mí el que va y viene, el que vuelve una y otra vez sin cansarse jamás, porque es el Amor, y el Amor no se cansa jamás.

Tú sientes unas ganas tremendas de gritarle que no es verdad, que es imposible que Dios sea Padre; él sale, te deja blasfemar hasta que te cansas, y luego he aquí que vuelve de improviso, posado como una paloma sobre el diluvio de tus ruinas y sobre los detritus de tu cansancio, para repetirte una vez más: «Dios es tu padre y tú eres su hijo».

Sí, es difícil creer que Dios es padre mirando las cosas desde nuestro punto de vis-

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ta, pero es más difícil «no creer», circundados y habitados como estamos por un Testigo tan solícito.

Antes o después tendremos que ceder. Además... es Amor, y el Amor es invenci

ble y es una prueba que las supera a todas. Lo dice la Escritura: «Porque sois hijos,

Dios ha enviado a vuestros corazones al Espíritu de su hijo, que clama: Ahba, Padre» (Gal 4,6).

Sí, clama y clama. Yo lo siento con tal fuerza que no encuen

tro argumentos para contradecirlo y, si lo negara, pecaría contra él, es decir, contra el Espíritu, lo cual sería imperdonable, como dijo Jesús (cf Me 3,28).

Entonces, prefiero repetir en los momentos difíciles las mismas palabras con que san Pablo expresa esta certeza:

«Este mismo Espíritu da testimonio, juntamente con nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo».

(Rom 8,16-17)

* * *

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Page 20: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

¡Padre mío! He aquí el resumen de toda la revelación,

la palabra que compendia toda la Biblia, he aquí el contenido de la «buena nueva», he aquí el fin de todos los temores.

Dios es mi padre en el sentido verdadero, profundo, auténtico y vital.

Dios es mi padre y me protege. Dios es mi padre y me ama.

Dios es mi padre y me quiere con él para siempre.

Si Dios es mi padre, ya no temo las tinieblas, porque él habita también las tinieblas y las saca a la luz en el tiempo oportuno (cf Sal 139).

Si Dios es mi padre, estoy en comunicación con él, puedo hablar con él, escucharlo y decirle: «Padre mío y Dios mío».

Esto es verdaderamente extraordinario y es la fuente de todos los dones posibles.

Con él tengo el don de la vida. Con él tengo el don de la verdad. Con él tengo el don del amor. Sobre todo, con él tengo el don de la «casa». Toda mi experiencia sobre esta tierra me

ha madurado para la idea de la «casa». Tener una casa, vivir en una casa. Todas las casas que he habitado aquí abajo

—positiva o negativamente— no han hecho

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otra cosa que solicitar, madurar y algunas veces exacerbar la idea de que estamos hechos para vivir en una casa, para no estar solos. Estamos hechos de relaciones con otros. Estamos hechos de amor, de dulzura, de don de sí, de reciprocidad.

Estamos hechos para ir a una casa donde haya un padre y donde haya hermanos y nadie sea excluido.

Estamos hechos para una casa que nos dé la sensación de estabilidad, de continuidad, de reposo.

Sí, estamos hechos para una casa donde Dioses padre y donde todos los hombres son hermanos.

La historia de la salvación con sus etapas que van desde la «Alianza con Dios» a la «í« habilitación de Dios entre nosotros», desde la «Presencia de Y ave» en el Campamento del desierto a la «Encarnación del Verbo», no son otra cosa que la actualización de un plan de amor en que nos vemos implicados para realizar la intimidad con el Absoluto de Dios como Presencia, como Comunión, como Conjunto.

Y cuando san Juan en el Apocalipsis ve el fin de los tiempos en una visión que resume todas las realidades mesiánicas, ya realizadas

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Page 21: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

tras el triunfo de Cristo, tengo como materia de visión una vez más la casa.

«Y vi a la ciudad santa, la nueva Jerusa-lén, que bajaba del cielo del lado de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su esposo. Y o't venir del trono una gran voz que decía: "He aquí la morada de Dios con los hombres. El habitará con ellos; ellos serán su pueblo y Dios mismo morará con los hombres. Se enjugará toda lágrima de sus ojos y no habrá más muerte"...».

(Ap 21,2-4)

Sí, Dios morará con los hombres en la misma «casa» y su Presencia será tan absoluta en la criatura que excluirá, o mejor, superará, las «presencias» anteriores, incluso la del Templo.

«No vi en ella ningún templo, porque su templo es el Señor, Dios omnipotente» (Ap 21,22), y donde la luz ya no es luz terrestre, sino la misma luz de Dios: «La ciudad no había menester de sol ni de luna que la iluminasen, porque la gloria de Dios la iluminaba, y su lumbrera era el Cordero» (Ap 21,23).

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II. ME PONGO EN TUS MANOS

Dios es mi padre. Estas sencillas palabras son la proclamación

de la profecía más importante que se refiere al hombre y la respuesta a todos los interrogantes hechos al misterio de la vida que se ha revelado sobre este pequeño planeta llamado Tierra.

Tal profecía aletea sobre toda la creación, responde a todas las cuestiones, sacia toda sed, colma toda esperanza, justifica toda espera, ilumina la oscuridad: dice quién es el hombre.

Quien cree en ella, está en la luz; quien no cree, permanece en las tinieblas.

Quien espera en ella, está en la alegría; quien no espera en ella, está en la angustia.

Quien la ama, está en la vida; quien no la ama, está en la sombra de muerte.

¿Qué significado puede tener la vida del hombre sobre la tierra, si tal vida no desemboca en la vida eterna de Dios?

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Page 22: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

¿Qué significado puede tener la paternidad del hombre, si su destino es la nada?

¿Es que la lógica de la vida se termina con la muerte?

¿Es que el gozo de la luz baja el telón sobre las tinieblas eternas?

¿Es que el fuego del Amor se apagará en el abrazo con el hielo infinito del límite?

¡No! El corazón del pobre la ha sentido desde

siempre, y en la profecía de la paternidad de Dios, tan bien expresada por san Pablo en la carta a los Efesios —«nos ha predestinado a ser sus hijos adoptivos» (Ef 1,5)— ha puesto su fuerza de vivir y su valor para esperar.

Bajo todos los cielos. En todos los tiempos. Sí, el hombre aparece en la tierra ya «lla

mado» y en su profundidad y poco a poco supo hallar su vocación de hijo.

No en vano Tertuliano dirá que el hombre ha nacido «naturalmente cristiano», por consiguiente predispuesto y hecho para oír el mensaje de Cristo.

Y el mensaje de Cristo es precisamente éste: «Dios es mi padre. ¡Dios es tu padre, oh hombre!».

Dios no ha hecho otra cosa que testimoniar con la autoridad «de quien viene de lo Alto,

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de quien sabe», una verdad ya realizada, proclamando un absoluto ya decretado por el amor del Padre y desvelando un misterio escondido desde los siglos en Dios.

Pero tal absoluto ya estaba en el corazón del hombre.

Y tal misterio, bajo su raíz. Yo lo he descifrado bajo el hilo lógico de

las esperanzas de los pobres y de los últimos.

Lo he advertido en la paciencia y en el modo de vivir el silencio de los indios en las orillas del Ganges.

Lo he visto en los ojos llenos de confianza del hombre del desierto cuando, con su Incha-halla (1), da testimonio de su esperanza sobre su mañana, tan incierto, de criatura débil.

Sí, el hombre ha intuido su destino, si bien confusamente, y ha encontrado en él el coraje de vivir y la fuerza de esperar.

Porque merece la pena vivir, si Dios es mi Padre.

Porque sé esperar, si es él quien me sale al encuentro.

* * *

(1) Plega a Dios (en árabe).

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Page 23: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

Sí, si Dios es mi padre, puedo estar tranquilo y vivir en paz: estoy seguro por lo que respecta a la vida y a la muerte, al tiempo y a la eternidad.

¡Y qué clase de seguridad es la mía! Es una blasfemia decir asustados: «En el

año 2.000 seremos siete mil millones sobre la tierra, y ¿quién nos podrá alimentar?», dado que los graneros y la fantasía de Dios son más grandes y capaces que mi miedo.

Si Dios es mi padre, sirvo para algo y encuentro en él mi verdadera dignidad.

Si Dios es mi padre, no seguiré repitiendo hasta la saciedad: «¿Por qué?... ¿Por qué?... ¿Por qué?», sino que diré con realismo y confianza: «Tú sabes... Tú sabes... Tú sabes».

Si Dios es mí padre, no atribuiré únicamente a los fertilizantes y a la calidad de las semillas la abundancia de la cosecha, sino que me acostumbraré a repetir lo que él mismo me ha sugerido que diga: «El pan nuestro de cada día dánosle hoy», entregándome con valor y paz a las adversidades de las estaciones y al devenir de la historia.

Si Dios es mi padre, no atribuiré a la casualidad los acontecimientos de la jornada, sino que los consideraré como indicaciones de su amor.

Si Dios es mi padre, no me volveré improvisamente incrédulo ante un cataclismo de la

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naturaleza, sin lograr encontrar de nuevo la conexión entre el amor y las adversidades, entre la existencia de Dios y el dolor que me ataca.

Dios es Dios y es señor del universo incluso si tiembla la tierra y los ríos se desbordan, y es padre aunque el frío me hiele las manos y un accidente me deje inútil para toda la vida.

Ser Dios y ser Padre significa para mí, que soy hijo suyo, que pese a todo, él es capaz de transformar lo que nosotros llamamos mal en bien y de dirigir los acontecimientos misteriosos e incomprensibles para nosotros en cosas buenas para sus hijos, como dice la Palabra de la Escritura: «Dios nos trata como hijos, y ¿qué hijo no es corregido por el Padre?» (Heb 12,7).

* * *

Pero aquí entramos en el verdadero problema que hace difícil la visión de lo real, especialmente en quien no es aún fuerte en la fe y tiene una visión limitada del Todo.

Entre la profecía proclamada por la palabra de Dios y lo que aparece a mis ojos hay un choque, una especie de contradicción continua, con frecuencia una negación.

Es más, yo diría que lo que aparece ha sido programado por Alguien o por algo para negar la profecía.

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Page 24: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

Dice la profecía a Abraham: «Mira al cielo, y cuenta, si puedes, las estrellas; así de numerosa sera tu descendencia» (Gen 15,5).

Responde la realidad visible: «¿Cómo será eso posible? Tienes cien años y el vientre de tu mujer Sara es estéril y marchito por el tiempo».

Dice Jesús sobre el pan y el vino: «Esto es mi cuerpo, ésta es mi sangre».

Responde la razón de quien escucha: «¿Cómo es eso posible? ¡Duras son estas palabras!» (Jn 6,60).

Proclama Jesús hablando de sí y de su inminente destino: «Después de tres días resucitaré» (Jn 2,19).

Replica Tomás cuando se entera de la noticia de que han visto al Resucitado: «Si no meto mi mano en sus heridas, no creeré» (Jn 20,25).

Por eso, cuando profetizo sobre el cosmos y sobre las contradicciones de lo que aparece a mis ojos que «Dios es padre», todo me responde: «¡Patrañas! ¿Cómo es eso posible? Mira las injusticias, mira a quien pasa hambre, mira qué infierno se ha vuelto la vida humana. ¿Cómo es posible que Dios sea padre? Mi niño ha muerto, ¿cómo es posible que Dios sea padre?

Un coche me ha atropellado y me ha arrui-

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nado la existencia. ¿Por qué no ha intervenido él?

He trabajado toda la vida para construirme una casa y vivir en paz. Un incendio me la ha destruido. ¿Por qué no me ha ayudado?

Era feliz con mi mujer y mis hijos pequeños. Empezaba a marchar bien después de tantos sacrificios. Ahora me encuentro con la leucemia, destruyéndome poco a poco. ¿Cómo puedes decirme que Dios es padre?».

* * *

Sí, no es fácil responder a estas contradicciones.

No es fácil creer en la profecía que sale de la Palabra de Dios.

Más aún, no me cansaré de repetir que lo que más me ha costado en la vida ha sido creer.

Y pienso que también os habrá ocurrido a vosotros.

Creer no pertenece a una dimensión de la naturaleza; es ya una dimensión divina en nosotros.

No es con la razón como podré afirmar la presencia de Cristo en la Eucaristía o su resurrección de entre los muertos.

Es con la fe.

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Page 25: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

Y la fe es una virtud teologal puesta por Dios en nosotros como ha querido y cuando ha querido.

Sé que la realidad visible contradice a la realidad invisible, sé que los acontecimientos terrenos son incomprensibles y chocan de continuo con la visión escatológica del Reino.

Pero sé igualmente, y lo he experimentado mil veces, que cuando «creo» y afirmo con todas mis fuerzas que la palabra de Dios es eterna y que la profecía se cumplirá, trastorno lo real, supero mí peso de gravedad, entro en una órbita de luz, vivo una realidad divina, realizo el Reino en mí, venzo el mundo que me rodea y trata de asfixiarme.

Cuando creo, no soy un simple hombre; soy hijo de Dios.

Y soy hijo de un Dios que es señor del universo y que gobierna un Reino que recluta a sus ciudadanos sobre la tierra, pero que, después de haberlos reclutado, los conduce hacia otra misteriosa realidad que no es de aquí abajo.

En efecto, El dijo con firmeza a quien le preguntaba si era Rey: «Mi reino no es de este mundo» (Jn 18,36).

Esta verdad cuesta recordarla. Lo visible nos hace continuamente olvidadizos de lo invisible. «Este mundo» nos condiciona de tal

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modo, que tenemos dificultad para pensar que exista otro.

Y nos sorprende de continuo; peor aún, nos escandalizamos.

Si muere un niño, interrogamos a lo invisible con un doloroso «¿por qué?».

Si después de habernos construido la casa, formado una familia, vivido con hijos e hijas, nos quedamos solos en la vejez, asistiendo al desmoronamiento de nuestro pasado, seguimos sorprendiéndonos y, agarrándonos desesperadamente a las ruinas, damos patadas para prolongar un poco más nuestra estancia aquí abajo sin tener para nada en cuenta que las realidades invisibles deben absorbernos para transformarnos y arrancarnos de las realidades terrenas.

* * *

La tierra no es fin de sí misma. Lo que ahora veo es solamente un comien

zo; su desenvolvimiento lo veré más tarde. Si la tierra fuera fin de sí misma, sería in

comprensible, enemiga incluso. Si fuera fin de sí misma, si se acabara aquí

abajo nuestra dolorosa historia de hombre, no tendría dificultad para catalogar entre los criminales a aquel que de un modo u otro la ha

á. PATlDÜ 49

Page 26: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

pensado, construido y puesto en movimiento. ¿Os sorprendéis por un accidente de carre

tera que rompe las articulaciones de alguien o desfigura el rostro de una joven?

Entrad en un manicomio y veréis que casi todo no es más que un accidente de carretera, donde se multiplica hasta lo infinito la incomprensible deformación del hombre.

¿Os escandalizáis si un régimen militar tortura algunas noches a un guerrillero sorprendido en el monte?

.Entonces, ¿por qué no escandalizarse de las atroces torturas que la naturaleza lleva a cabo en los que mueren de cáncer durante meses y años?

No, no hay razón alguna que pueda justificar que la tierra es fin de sí misma, que la creación se reduce a este nuestro tremendo vivir humano.

Ninguna lógica puede explicarme el motivo por el que yo, sin haberlo querido, me he encontrado en este inmenso embrollo de la historia viviendo una realidad que, como dice el salmo, es «trabajo y dolor» (Sal 89,10).

Todo lo que me rodea es terriblemente incompleto, incomprensible, provisional, doloroso y arbitrario, hasta el punto de que, si no lo considerase como parte de un todo, un primer tiempo que verá otros tiempos, un comienzo

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que dará explicación de sí en un desenvolvimiento que todavía debe venir «más allá de lo que veo», no podría menos de acusar a Dios mismo que ha hecho las cosas tan mal y a una tierra tan llena de agujeros capaces de provocar terremotos y a unos cielos tan dementes como para destruir las pequeñas chozas de los pobres pescadores.

Ante la realidad, ante toda la realidad que abarca mi ojo de hombre, no cabe otra postura: o maldecirla como hija degenerada de un padre loco o aceptarla como misterio.

El espíritu de Dios, que me habita, me dice que la acepte como misterio.

Y me lo atestigua con su voz permanente. Y yo se lo atestiguo a mis hermanos y les

digo: «5/, Dios es Señor del Universo». Y es Señor aunque el mar se embravezca. Es Señor, aunque sufra y llore. Es Señor, aunque mi casa sea destruida por

el tiempo. Es Señor, aunque haya sonado la hora de

mi muerte.

* * *

Y es precisamente la hora de morir la que me explicará las cosas.

En ese momento incomprensible para mí,

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Page 27: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

hijo del hombre, el que se volverá luz para mí, hijo de Dios.

Muriendo entenderé el porqué de la vida. Muriendo, como átomo oprimido por el peso

de todo el universo o recalentado por la temperatura sin límites del amor, explotaré en la eternidad de Dios.

La muerte es la puerta de la Resurrección. La muerte es la entrada a la plenitud de la

vida. La muerte es el secreto más grande que debe

desvelarse.

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III. HAZ DE MI LO QUE QUIERAS

Pienso en la muerte. Quisiera verla como vida, como leña nece

saria para el fuego, como campo que oculta el tesoro, como libro por abrir, como semilla que debe germinar, como secreto que debo conocer, como paso que debo dar. La palabra más exacta que conviene a la

muerte es precisamente esta última: «paso». En efecto, ha sido representada por el paso

de los hebreos a través del mar Rojo y de manera definitiva por el «paso» de Cristo a través de su Éxodo en la noche de la Resurrección.

Es el momento que precede a la luz. Es el estado de espera. Es la fe en Dios creador. Es la esperanza en el Dios de lo imposi

ble .

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Page 28: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

Es el amor que se nos exige para poseer definitivamente el Amor.

El que nos ha explicado todo esto y lo ha hecho actual es Jesús.

Jesús, el Hijo primogénito. El primer resucitado de entre los muer

tos. Es él, quien, habiendo pasado victorioso,

después de haber pagado su precio, se dirige a nosotros y nos dice: «No temáis. Yo he vencido al mundo» (Jn 16,33).

Lo que sucedió en la noche de la Resurrección nos afecta personalmente de ahora en adelante.

Fue el verdadero «paso» de toda humanidad en Cristo, cabeza del Cuerpo que es la Iglesia y principio de todos los salvados.

Y es tan extraordinario lo que ha sucedido, que la Iglesia parece enloquecida de gozo por el canto del Exultet.

Y es que es verdaderamente para enloquecer al ver a uno que resucita de entre los muertos, la vida que se reanima sobre las cenizas apagadas de la humanidad, el súbito fulgor que estalla en las tinieblas.

Esto significa que Dios es Dios, que la vida prosigue y que hay una explicación para todas las cosas, incluso para las más incomprensibles o aparentemente escandalosas.

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Significa que el hombre es eterno y que la muerte, que antes le ha producido tanto miedo, dominando dolorosamente su existencia, ahora está ahí explicada, comprendida, entendida y vencida.

Ahora puedo reír incluso de mi miedo anterior.

Ahora que he visto a Cristo resucitado, pue do afrontar mi muerte con certidumbre.

Yo también resucitaré.

* * *

Pero permitidme que intente ampliar el concepto de muerte como «paso» a lo que nos sucede a nosotros cada día, cada hora en cada instante de nuestra existencia física o espiritual.

Generalmente nosotros damos el nombre de muerte sólo a ese momento en que expiramos, es decir, al término de nuestra existencia terrena.

Pero la realidad es más profunda y universal y yo pienso que la muerte afecta no sólo al último día de nuestra vida humana, sino, como decía, a cada día de nuestro vivir.

Cada instante de nuestro existir contiene en sí una dolorosa realidad de muerte y, a causa

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Page 29: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

de la Resurrección de Cristo, una verdadera y auténtica explosión de resurrección.

Las dos realidades están ocultas en nosotros, de igual modo que lo están la muerte y resurrección de Jesús.

«Llevamos siempre en el cuerpo la mortificación de Jesús, para que la vida de jesús se manifieste en nuestro cuerpo».

(2 Cor 4,10)

El conflicto entre ambas realidades es el paso al Reino, ese Reino que, según nos ha dicho Jesús, está «dentro de nosotros» (Le 17,21) y se desarrolla y crece para alcanzar su plenitud al final de los tiempos.

Es el tránsito entre lo visible y lo invisible, la frontera entre la naturaleza del hombre y la naturaleza de Dios, el fruto de todos los deseos de bien, el valor de todos los sacrificios, la confirmación de todos los actos de amor, la auténtica y lenta gestación como hijos del Padre.

Sí, el binomio muer te-vida, que recibe de la muerte y resurrección de Cristo su sello, su explicación, su plenitud, su irrupción en el Reino, es sin duda alguna la clave de todos los porqués que nos angustian y la res-

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puesta adecuada a las contradicciones del corazón humano.

Muerte y vida significan, tomadas juntamente y en especial en su enfrentamiento, el devenir de las cosas, la evolución perenne de la creación, los saltos sucesivos de la vida, los días esplendorosos del Géneis, el modo de proceder por parte de Dios para engendrar a su hijo y transmitirle su experiencia amorosa.

Nuestro morir a la tierra es el punto de nacimiento de un modo de ser superior que se llama vida divina en nosotros.

Nuestro morir a la tierra es un salir progresivo del útero de las cosas y de la historia para hacer nuestra, poco a poco, la estabilidad del Reino y la plena comunicación con Dios.

* * *

Si las cosas están tal como el Evangelio de Jesús me las anuncia y la esperanza que hay en nosotros nos sostiene, debemos cambiar la perspectiva del pensar, debemos habituarnos a ver las cosas como invertidas en su auténtica realidad.

La tierra es signo del cielo, no el cielo signo de la tierra.

El sol es signo de Cristo, no lo contrario.

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Page 30: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

Todo lo que veo es signo de lo que no veo. su llamada y su significación.

Todo es signo de una realidad invisible, mucho más importante que la realidad visi-ble.

Lo que ha de venir tiene mucho más valor que lo que ya ha venido.

Mañana es mejor que hoy. Lo que tengo es un signo de lo que tendré

y lo supera como el niño supera al feto y la madurez es más grande que la inmadurez.

Sí, el mañana es mejor que hoy y esta certeza me la da la fe en Dios, que es amor.

Y el amor precede, no retrocede. El amor crea, no destruye. El amor vive, no muere. Al abrir los ojos a la vida humana, debo

acostumbrarme a ver todo como signo de aquella vida divina que Cristo me transmite y que nutre día tras día.

Mi padre y mi madre son signo de otro padre y de otra madre que tendré en el Reino; mi casa, habitada por mí de pequeño, y que hoy ya no existe, destruida por el tiempo, es signo de otra casa que no será destruida.

Mis hermanos y mis hermanas que vivieron conmigo son signo de otros hermanos y de otras

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hermanas que vivirán conmigo en el Reino eterno del Padre.

La comida que me ha alimentado, el fuego que me ha calentado y las colinas que me han servido de esparcimiento son el signo de otro alimento, de otro fuego y de otras colinas que tendré en el Reino.

La misma asamblea litúrgica en la que me he sentado, la misma Eucaristía que he recibido con tanta dulzura, son el signo vivo de otra Asamblea en la que me sentaré en el Reino, alimentado al fin por una sola comida que merece la pena recibir: Dios mismo.

¡Cuan hermoso es pensar que todo es signo de ese mundo invisible en que estoy inmerso y que la fe me hace descubrir poco a poco, la esperanza me reaviva y el amor me da!

* * *

¡Todo es signo! Pero si nos remontamos cada vez más de

signo en signo, llegamos al paraíso, de quien es signo el amor o la casa.

La casa en que se ama es el paraíso. En otras partes se llama cielo o reino. Pero es lo mismo. Y es la tensión fundamental de todo hom

bre sobre esta tierra.

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Page 31: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

Cuando estuve en el desierto de Tamanras-set o de Béni Abbés y vi pasar por las pistas a los «hippies» más valientes —los verdaderos «hippies»—, pude valorar la pesadez de su marcha y de su peregrinar desde los años transcurridos a partir del día en que salieran de su casa.

Cuanto más pasaba el tiempo, más despacio avanzaban y deseaban detenerse más tiempo en fraternidad con nosotros.

Habían dejado su casa, que no amaban, su mundo, que detestaban, las estructuras de las que huían, e iban en busca —a menudo sin darse cuenta siquiera o sin querer— de otra casa, de otro mundo, de otra estructura que resumiera y expresara la búsqueda de un mundo, de una estructura, de una casa cuyo diseño llevaban en su interioridad.

Es inexorable. El hombre sobre esta tierra busca una casa...

La Casa. Y la busca como lugar donde se vive, se res

pira, se ama, se reposa. Quien, como el huérfano, no ha tenido la

experiencia de una casa auténtica, la busca con dolorosa insistencia.

Quien, por el contrario, ha tenido una casa, pero falsa, carente de amor, inquieta, una casa donde se grita y se odia toda la vida, bus-

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cara lo contrarío de lo que ha conocido y será hasta el fin un enfermo, un herido.

¡Cuántos traumas padece el que no ha sido amado!

¡Cuántas angustias sufre quien no ha tenido casa!

El concepto de casa y de paraíso se identifican y ningún hombre logrará liberarse de ese subconsciente de su existencia, porque tanto la casa como el paraíso son la llamada al primer mandamiento puesto por Dios en su corazón.

Tú buscas la casa porque buscas el amor. Tú buscas el paraíso porque buscas el amor. El amor es el paraíso, el no amor es el in-

infierno. El hombre debe amar como respirar, como

alimentarse. «El que ama tiene vida; el que no ama per

manece en la muerte» (cf 1 Jn 3,14). No podemos hacernos ilusiones ni aun enar-

bolando la bandera de la justicia. Sólo el amor sacia totalmente al hombre. En efecto, Dios lo pondrá como la cosa

suprema y se identificará con el mismo Amor. El amor es la vida del hombre, es su ali

mento, su completamiento, su éxtasis, su plenitud.

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Page 32: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

Sin amor no se puede vivir; basta mirar Jo contrario y comprenderás el infierno.

El infierno es el no amor y en esta tierra ya tenemos prueba de ello.

Y el amor sigue siendo su constante tensión.

Todos los amores que descubrimos gradualmente y vivimos en nuestra existencia —el alimento, la amistad, el sexo, la cultura, el bien, la justicia, la luz— no son más que grados parciales que preparan, desarrollan y purifican el amor total y santo, plenitud de todos los amores: el de Dios, que será nuestra herencia eterna, el fuego devorador de nuestro paraíso.

Entonces entenderemos por qué hemos nací-do y por qué Dios nos ha llamado a la vida.

En el amor de Dios se encuentra la explicación de todo.

He aquí cómo lo resume la Biblia (Dt 6,5ss):

Shema Israel - shema Israel Adonai Elohin, Adonai Ehad: Escucha, Israel, escucha, Israel, El Señor es nuestro Dios, el Señor es único.

Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas.

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Pon estas palabras mías como signo en tus manos, como signo entre tus ojos, en los postes de tu casa y en tus puertas.

Incúlcaselas a tus hijos, oh Israel. Habla siempre de ello cuando estés en tu casa, cuando viajes, cuando te acuestes o te levantes.

Este es el primer mandamiento de la vida El segundo es parecido a éste: Ama a tu prójimo como a ti mismo y tendrás la vida eterna (1).

* * *

¡Ven, si quieres, muerte mía! Ven, te espero. Ahora ya no me das miedo. Ya no te considero enemiga. Te considero hermana. Te miro a la cara. Ahora te entiendo. Y mientras tú vienes hacia mí, te digo, pen-

(1) Estos textos se cantan en las Comunidades Neo-catecumenales.

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Page 33: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

sando en quien te tiene con fuerza en su mano poderosa: «Haz de mí lo que quieras».

Te lo digo en profundidad. Te lo digo en la verdad. Te lo digo con amor: «Haz de mí lo que quieras*. Acostúmbrame a este extremo abandono. Acostúmbrame a este examen jamás acabado* a este beso nunca maduro, a esta moneda nunca dada, a este diálogo que nunca se acaba. Acostúmbrame poco a poco, distribuyendo

mi muerte en cada día de mi vida. Métemela en el pan como ceniza o arena, para

que «no viva solamente de pan» (cf Mt 4,4). Métemela en casa como «jaita de algo», para

que no me regodee en la limitación de lo visible.

Métemela como inseguridad en mis seguridades, para que me establezca seguro sólo en Aquél que es el Absoluto.

Métemela como llamada en medio de mis fiestas, para que me acostumbre a estar solo, como en aquel instante en que estaré solo contigo.

Cuando murió, mi padre me pidió que estuviera a su lado. Tenía confianza en mí y nos queríamos.

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Dios me concedió la gracia de pasar la última noche a su lado.

Le tomé la mano, mientras estaba sentado a su vera, y sentí en la presión de sus dedos lo que quería decirme.

Era como si quisiera apoyarse en mí, pero miraba fijamente ante sí.

Cada vez estaba más solo. Al dejar la tierra camino de la frontera de

lo invisible, estaba solo. Nadie podía ayudarlo. Estaba solo. Sí, nos morimos verdaderamente solos. Faltan todos los auxilios. Estamos solos con Dios. En ese paso, tu mano solamente puede to

mar la mano de Dios. Yo había retirado la mía. Solamente ahora se le puede decir a Dios:

«Haz de mí lo que quieras», porque es el único que, siendo Dios, no puede defraudar nuestra esperanza.

3 . PAT1RF

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Page 34: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

IV. SEA LO QUE SEA, TE DOY LAS GRACIAS

¿Qué quieres hacer de mí, Señor? Tu Espíritu me lo ha dicho y me lo repi

te continuamente en el interior: «Quiero hacer de ti un hijo mío».

Te he llamado de la nada para que seas mi hijo.

He usado todo el cosmos para hacer tu cuerpo.

He copiado mi realidad divina para hacer tu conciencia.

He recurrido al amor para habitarte. Ahora que te habito, tú debes ser mío y

yo tuyo. Mío para hacerte más mío. Mío para tenerte conmigo para siempre. Mío para hacerte como yo: libre. Mío para enseñarte a amar como yo amo. ¿Y por qué, Dios mío, me haces esperar

tanto para ver realizada tu voluntad?

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Page 35: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

¿Por qué has usado épocas geológicas para darme un cuerpo?

¿Por qué tantos milenios para hacerme historia?

¿Por qué toda una vida de inmadurez para obtener de mí un destello de luz auténtica, una pizca de amor del tamaño de un grano de mostaza?

¿No podías hacerme hijo tuyo sin demoras?

¿Y un hijo que sepa amar? ¿Por qué el tiempo? ¿Por qué la espera? ¿Por qué los riesgos de un viaje tan largo? Tal vez no me digas nunca cómo, entre las

mil maneras que tu sabiduría tenía a disposición para hacerme hijo tuyo, has elegido precisamente ésta. Quizá deseas que lo descubramos por nuestra cuenta.

Tú has elegido el camino que va del caos a la armonía de la unidad,

del Génesis al Apocalipsis, de la concepción al nacimiento, de la mate

ria insensible a las maravillas de la conciencia,

de la prehistoria a la historia, del amor humano a la caridad divina.

Es el camino de la evolución de la vida. Es el camino de la experiencia.

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Es el camino del diálogo. Es el camino de la búsqueda. Es el camino de la fe. Es el camino de la esperanza. Es el camino del amor.

* * *

Si me pongo a pensar en lo que tú estás haciendo en mí, tengo la clara impresión de que no quieres imponerte jamás a mí.

La tuya es siempre una propuesta, hecha además en silencio, en un silencio que no tiene límites y que sabe esperar hasta el fin del mundo.

Tu silencio es tan grande y tu espera tan radical que los menos avisados corren el peligro de confundirlos con la muerte: la muerte de Dios.

Pero no es así, y yo lo sé. Tú propones, tú guardas silencio, tú esperas

para no violentarnos. Tú quieres que seamos nosotros quienes va

yamos a tu encuentro, tú nos quieres libres. Porque quieres educarnos precisamente para

la libertad. El único peligro que, a nuestros ojos, corre

Dios es el de ser prepotente, y tú no quieres correr este riesgo.

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Page 36: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

¡'lodo lo contrario! 'IVi creas y ocultas tan bien tu poder crea

dor, que das a las cosas creadas la impresión de que se han hecho por su cuenta.

Tú llamas a tu pueblo a la salvación, le haces atravesar el desierto, lo alimentas con el maná, sacias su sed con el agua de la roca, derribas las murallas de Jericó, le haces conquistar la tierra prometida y, cuando está todo hecho, precisamente tu pueblo se persuade de que no te necesitaba y de que lo que se ha hecho, ha sido hecho con su propia habilidad y poder, no con el tuyo.

Y está tan convencido de ello, que te abandona en la primera ocasión y se va en busca de cualquier otro ídolo que adorar.

Es que tú eres extremadamente astuto y nadie es más capaz de ocultarse que tú.

Tu siervo Isaías solía llamarte «El Dios oculto» (Is 45,15).

Tú te ocultas en la creación. Te ocultas en la historia. Te ocultas en la Encarnación. Te ocultas en la Eucaristía. Te ocultas dentro de nosotros. Te ocultas siempre. Y quieres que te descubramos... así... por

nuestra cuenta. Si lo creemos oportuno.

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Si sentimos necesidad de ello. En general, es la necesidad la que nos im

pele a buscarte. La necesidad de absoluto, de eternidad, de

luz, de libertad, de amor. Sobre todo te buscamos en nuestras con

tradicciones, cuando no sabemos dónde volver la cabeza o estamos hartos de bellotas.

Pero aun en estos casos tú escondes tu obrar y nos das a nosotros la impresión de ser los actores de nuestra búsqueda.

Creo que el motivo es siempre el mismo: no quieres violentarnos.

No quieres un matrimonio de interés, no quieres dañar nuestra libertad.

Y cuando nos levantamos para venir a ti y recorremos el mismo camino que tú nos has preparado desde siempre, nos sentimos perfectamente libres.

No nos percatamos siquiera de que estamos poniendo los pies en las mismas huellas que tú has trazado para venir a nosotros.

¡Cuánto tiempo para comprender que tú eres el ser y el querer, la inspiración y la ejecución, el proyecto y la historia!

Yo lo he descubierto en la fe oscura. Envuelto por ella he percibido el lugar don

de tú te encuentras libremente con el hombre, el ambiente divino donde tú lo «haces

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Page 37: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

hijo» sin condicionarlo con tu poder, sin asustarlo con demasiada luz.

«Oh Y ave, Señor nuestro, ¡qué magnífico es tu nombre en toda la tierra!»

(Sal 8,2.10)

«¡Cuan por encima de los nuestros están tus pensamientos'. »

(Is 55,9)

* * *

El camino elegido por Dios para hacernos hijos, y por ende capaces de relación y de amor, es el camino de la evolución, de la experiencia, de la búsqueda, del diálogo, de la historia.

Y para ser tal ha de ser el camino de la libertad.

Sin libertad no habría búsqueda, sin libertad no habría diálogo, sin libertad no habría amor.

Todo estaría condicionado, instrumentaliza-do, decidido.

Todo adquiriría el sentido fatal de una combinación química o aparecería como una abu-

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rrida manifestación folklórica de un régimen totalitario cualquiera.

Decididamente, Dios tiene otros gustos y, habiendo elegido la tierra como lugar de encuentro entre él y nosotros, la ha hecho como lugar de encuentro.

entre el caos y la armonía, entre la luz y las tinieblas, entre la vida y la muerte, entre el odio y el amor, entre el cielo y la tierra. En este ambiente de contrastes, el hombre

se juega libremente su salvación. Crea su ciudad. Realiza su designio. Pero al crear la ciudad y realizar el desig

nio, sus manos de hombre se confunden con la mano creadora de Dios, la reja de su arado corta la tierra misma que es la tierra de Dios, su ser hijo de hombre tiene la misma forma de hijo de Dios.

¡Cuan difícil es distinguir las dos procedencias!

¿Quién puede entender el misterio de este connubio?

¿Eres tú el que obras, Dios mío, o somos nosotros?

¿Es nuestro trabajo el que produce el trigo o es el misterio de tu voluntad?

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Page 38: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

¿A dónde llega tu acción y comienza la nuestra?

Hay quien dice: «Todo viene de Dios», y hay quien responde: «Todo procede del hombre».

Se diría la misma cosa. Incluso el designio parece la misma cosa y

no es difícil descubrirlo. A un corazón sencillo y puro le basta mi

rar un nido de pajaritos o la madriguera de una liebre para comprender la inspiración de todo el designio.

Y tú no sabes si viene de Dios o de nosotros.

También nosotros nos conmovemos ante un nido de pajarillos y no sabríamos encontrar un símbolo mejor del Reino que tú nos has descrito en la plenitud de los tiempos y hacia el cual nos has lanzado.

Un nido, una madriguera, una casa, un amor, una estabilidad, una paz, un estar juntos, un quererse bien, una solidaridad, una hermandad universal.

¿Qué diferencia puede haber entre lo que nos propones y lo que sentimos nosotros?

¿No parecen la misma cosa? Y las parábolas del Reino tienen en nosotros un eco tan profundo, que las aceptamos con júbilo y verdad.

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Podrían haber sido escritas por uno de nosotros.

* * *

Pero ¿es tuyo el designio primitivo o es nuestro?

¿Eres tú el que nos haces para ti o somos nosotros los que, sedientos de ti, te inventamos?

El «Padrenuestro», ¿nos lo has sugerido tú?, ¿o es el resumen de la oración nacida en nosotros?

Los puntos se tocan de tal modo, que muchos tienen realmente la impresión de que, aunque tú no existieras, te habríamas inventado nosotros.

Nunca sabemos si tu propuesta nos precede o si ha nacido así por casualidad dentro de nosotros.

Si tú has deseado ser nuestro padre o nosotros hemos deseado ser tus hijos.

Si tú nos propones el amor o nosotros descubrimos que queremos amar.

Sí, el Dios de la fe, el Dios de la creación, el Dios de la Iglesia, el Dios de los hombres

son exactamente la misma cosa.

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Page 39: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

Los pasos de nuestra marcha siguen las huellas trazadas por ti.

Si tuviera que definirte, solamente debería decir esto: «Tú eres el que me has precedido».

* * *

Pero donde las cosas se complican —mejor, se esclarecen— es en el obrar.

Precisamente al aplicar el ideal a la realidad es donde se advierte la ruptura.

Soñamos una cosa y hacemos otra. Queremos el bien y hacemos el mal. Hablamos de amor y odiamos. Donde hay luz, proyectamos tinieblas. Donde hay alegría, sembramos tristeza. ¡Qué desastre es la construcción de la ciu

dad terrena! ¡Una verdadera Babel! ¡Y en todas las épocas! Deberíamos decir que sabemos marchar al

contrario, o casi, del camino libremente elegido.

En lugar de crear una ciudad libre y serena como un nido de alondras, construimos una cueva de ladrones.

¿Puede haber un espectáculo más triste que

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las ciudades del hombre, ya sean New York, Tokio, Hong Kong, Chicago o Milán?

Aquí muere uno de hambre y allá otro de indigestión.

Aquí muere uno de aburrimiento y allí otro de cansancio.

¿Cómo es posible todo esto? ¿Por qué esta historia nuestra ha de ser

una historia de egoísmos, de atropellos, de violencia, de pecado?

Si bien se piensa, hay motivo para desalentarse, para quedar perplejos, sobre todo cuando descubrimos que tanto mal no pertenece al pasado remoto, sino a nuestra misma época, en la que nosotros mismos —tan ilustrados (al menos así lo creemos)— estamos obrando.

¿Ha habido una época que presente un cuadro más alucinante de guerras, de genocidios, de torturas, de campos de exterminio, de muertes de hambre, que la nuestra?

¡Qué hedor de cadáveres en esta nuestra sociedad para el bien y técnicamente madura!

Verdaderamente, no hay por qué enorgullecerse, pues todos nos encontramos ante nuestras auténticas contradicciones.

Pero este descubrimiento de nuestras contradicciones, ¿no nos hace ver nada?

Si antes, en el designio, no lográbamos descubrir lo que era nuestro y lo que era de Dios,

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Page 40: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

ahora, en nuestras contradicciones, ¿seguimos aún con esa duda?

¿O nos vemos finalmente obligados a distinguir lo que es de Dios y lo que es nuestro?

Sí, en nuestras contradicciones descubrimos a Dios distinto de nuestras infamias y colocado precisamente ahí para contestarnos con su Evangelio de salvación.

Es en nuestro pecado donde descubrimos a Dios en profundidad; al tocar el abismo del mal es donde lo percibimos cerca.

En nuestra debilidad es donde sentimos su necesidad.

Si el hijo pródigo, que está en cada uno de nosotros, no había conocido bien a su padre antes de su marcha de casa, a la vuelta y reducido a tal estado, comprenderá quién era y tendrá todos los datos para redescubrirlo en el inmenso don de su misericordia, ahora desvelada.

Yo creo que Dios no se revela nunca mejor al hombre que en el abismo de la miseria del hombre.

Es precisamente en Babilonia donde Israel redescubre a su Dios, y en aquella espantosa soledad y oscuridad nacerá en él la verdadera esperanza.

La esperanza que sostendrá al pequeño «res-

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lo» y lo preparará para acoger finalmente los tiempos mesiánicos.

Y los tiempos mesiánicos están también para nosotros siempre a las puertas porque no somos distintos de Israel.

Es más, debemos decir que cada uno de nosotros es Israel.

Y como Israel descubrió el verdadero misterio de Dios en su propia debilidad, también nosotros lo descubriremos en el mismo camino.

El camino que hemos de recorrer en la ciudad terrena para hacerla lo más semejante posible al designio que tenemos en nosotros de la ciudad celestial, nos revelará nuestro verdadero rostro, será como la prueba de nuestra madurez o inmadurez, el acicate para obrar cada vez mejor, el llamamiento a la verdad y sobre todo la sed de hallar dentro de nuestro misterio de hombres la fuente de aquella vida divina que es la única capaz de realizar las cosas imposibles sobre esta tierra: una vida de amor entre hombres libres,

* * • *

¿Es una utopía? Ciertamente que es una utopía.

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Page 41: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

Todo lo que Dios propone al hombre es tan grande como para catalogarlo de utopía.

«Sed perfectos como vuestro padre que está en los cielos».

(Mt 5,48) ¡Utopía!

«Amaos como yo os he amado». (Jn 13,34

¡Utopía!

«No juzguéis». (Le 6,37)

¡Utopía!

«Bendecid a los que os maldicen». (Le 6,28)

¡Utopía!

Es la utopía del amor. Sólo tratando de vivir esta utopía jamás rea

lizada en nosotros lograremos conocer a los dos grandes desconocidos: Dios y el Hombre.

Y colocarlos de frente. Y hacerlos según el eterno designio de Dios:

uno e! Padre y otro el Hijo.

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V. ESTOY DISPUESTO A TODO, LO ACEPTO TODO

Si tuviera que expresar con un boceto el tema de la creación, si tuviera que decidir cuál es la clave del misterio en que vivimos, de la oscuridad en que estamos envueltos y contenidos, no vacilaría en dibujar el vientre de una mujer que contiene un niño en gestación..

En el centro del universo, la dulzura de urt seno materno, la realidad de una criatura que está formándose, el misterio de una vida fecundada por el amor que reproduce en sí el rostro de quien lo engendra, representa de un modo extraordinariamente auténtico lo que nos sucede a cada uno de nosotros, engendrados por Dios.

Todo el cosmos no es más que un inmenso «ambiente divino» de nuestro nacimiento como hijos.

Toda la historia no es otra cosa que la sucesión de episodios que afectan directamente

6 PArojc 81

Page 42: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

.i quien, envuelto por el tiempo y en el espacio, está madurando, arrastrándose poco a poco hacia la puerta de salida de las cosas, «fuera de las aguas».

El día del nacimiento de cada uno de nosotros coincide con el día en que, no apresado ya o hecho por las cosas, saldrá definitivamente más allá de las cosas, a aquello que Jesús ha llamado el Reino.

De momento, en el tiempo todo es vientre, todo es gestación, todo es ambiente, todo es devenir, todo es provisional respecto al Reino, que ya está en nosotros, pero que no ha llegado a su completamiento.

Y es oscuro por ser precisamente vientre, y es sufrimiento por ser gestación, inmadurez.

Dios nos hace así. Nos toca con las cosas, nos hace con los acontecimientos, nos realiza con la historia, como la madre toca a su pequeño con su leche y lo calienta con su amor.

Lo difícil y costoso de aprender en esta faena es que son dos los que obran, no uno.

Así como hay madre y niño, de igual manera hay Dios y hombre.

Aun cuando a menudo puedan parecer una sola cosa, tan unidos están, en realidad son dos.

Pronto o tarde, el uno dice al otro: Tú.

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El descubrimiento del «tú», del «otro», se efectúa en la fe.

En la fe se hace experiencia de la persona divina que nos engendra y a la que, sin verla aún, empezamos a llamar: «Papá».

Pero es una historia larga. Más de uno, durante años y años, sigue mi

rando y pensando, sin decir nada. Luego, de improviso, no se sabe cómo, en

el silencio de la noche o en un camino blanco iluminado por el sol, empieza a decir: «Papá».

Y sonríe. Eso es todo. Lograr decir «papá» con verdad y amor sig

nifica que se ha pasado el límite de la verdadera generación divina.

«Mas a cuantos lo recibieron les dio poder de venir a ser hijos de Dios.

Que no de la sangre, ni de la voluntad carnal, sino de Dios son nacidos».

(Jn 1,12-13)

Ese día es un gran día y yo pienso que pronto o tarde llegará para todos, no porque seamos más o menos buenos, sino porque es él quien, a fuerza de sacarnos la lengua, termina por hacernos decir «papá», y también

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Page 43: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

porque es su voluntad amorosa la que nos rodea continuamente y nos solicita con fuerza.

La gestación de un niño dura nueve meses. Nuestra gestación como hijos de Dios, toda la vida humana.

En el seno materno el niño tiene poco espacio para su libertad, en el seno de Dios el espacio es inmenso.

Pero aun cuando pueda correr y hacer muchas cosas, está «dentro» y por ello no ve aún el rostro de quien lo engendra.

«En él vivimos, nos movemos y somos» (He 17,28), pero no vemos.

Cuando salgamos, lo veremos cara a cara, como dice la Escritura.

Ahora Dios nos envuelve de esa manera, y la oscuridad de su obrar se llama fe, el impulso para realizarnos se llama esperanza y el amor que la sostiene se llama caridad.

Para nosotros lo difícil consiste en no olvidar que él existe.

* * *

Y es difícil porque todo se realiza en el silencio y el silencio nos da miedo.

Querríamos que él nos dijese: «Estoy aquí», o bien que revelara su presencia con truenos y relámpagos.

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Si alguna vez lo ha hecho, como relata el Éxodo, lo ha hecho porque la humanidad era niña y había que tratarla así.

Pero prefiere el silencio. Ahora guarda silencio, porque es más con

forme con la madurez del hombre. El silencio de Dios es la señal de tu madu

rez en la fe. Si te da miedo, es porque eres todavía un poco niño.

Los niños tienen miedo del silencio y de la oscuridad, pero deben acostumbrarse al uno y a la otra.

Las cosas de Dios no tienen necesidad de palabras.

«Los cielos pregonan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus ma

nos. El día habla al día y la noche comunica sus pensamientos a la

noche. No hay discursos ni palabras cuya voz deje de oírse. Su pregón sale por la tierra toda y sus palabras llegan a los confines del orbe».

(Sal 19,1-5)

Son las cosas las que hablan, también hablan los cielos.

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Page 44: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

Pero Dios viene en el silencio. Por eso yo creo poco en las apariciones de

la Virgen y sobre todo en las señales estrepitosas con que anuncian su presencia.

Prefiero hablar a la Virgen con la monotonía del Rosario y con los ojos cerrados en la esperanza.

Me dan miedo las ilusiones. No quiero sensiblerías en mi relación con el

Invisible. Sé que el camino de la fe, de la esperan

za y de la caridad sigue una ruta completamente opuesta al camino de las ilusiones.

Va hacia el silencio de Dios. Hacia la desnudez de la cruz. Hacia la transparencia de la noche. Es como la luz. En el cosmos es oscura, fue

ra de la atmósfera es oscura. Pero nada es más luminoso que esta oscuri

dad pura.

* * *

Una de las dificultades más comunes para la vida espiritual de los hombres de hoy es precisamente el paso del ruido al silencio, del infantilismo a la madurez en la fe, de las demasiadas estatuas al desnudo eucarístico, del inti-mismo a la caridad, del sentimentalismo a la

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aridez, de las procesiones imponentes a la pobreza del asfalto en las ciudades del hombre.

Demasiados cristianos alertados por la realidad cruda y viril de la desmitificación y de la secularización están literalmente asustados.

Estaban tan habituados a tocar las estatuas y a besar algo, que, desaparecidas aquellas y actualizado el calendario litúrgico, se sienten perdidos.

¿Dónde está Dios? ¿A dónde ha ido a parar, si el coadjutor,

loco como está, ha metido en el desván a san Jorge y el dragón?

Pero donde la crisis es más profunda es en la oración.

¡No siento nada! ¡No veo nada! El hecho es que demasiadas veces contába

mos con una cristiandad acostumbrada a... sen-tir..., a ver, con una religiosidad basada en el sentimentalismo y el milagrismo.

Y los santuarios parecen hechos para entre tener ese tipo de religiosidad.

Ahora que el mundo moderno, la técnica y las comunicaciones sociales han destruido el mito, desvelado ciertos infantilismos y evidenciado las leyes de la naturaleza, todo se viene abajo, todo se disipa.

Ya no creo, oyes decir.

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Page 45: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

Pero aquello ¿era fe? Sí, ciertamente era fe, pero con un porcen

taje altísimo de superstición. Quita la tasa de superstición y te queda una

fe tan raquítica, que no se tiene en pie. La fe verdadera no tiene necesidad de sen

tir: cree. Se alimenta de silencio, no de ruido. De contemplación, no de cosas extraordina

rias. De palabra de Dios, no de superstición.

* * *

Pero, entonces, ¿no podré oír nunca nada de él?

¿Tendré que esperar sólo el relámpago del Apocalipsis para salir de la oscuridad?

Te diré lo que debes sentir y ver. Debes sentir y ver a las criaturas, a todas

las criaturas. ¿Por qué te preocupas de una gota de ro

cío aparecida en las cejas de la Virgen pintada en una tela y no ves todas las gotas de rocío en una mañana de primavera?

¿Por qué te agitas tanto por un movimiento apenas esbozado de una estatua cualquiera

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y ya no eres capaz de contemplar extasiado el movimiento extraordinario de los astros?

¿Por qué haces kilómetros y kilómetros para ver los dudosos estigmas aparecidos en la palma de una mano de hombre y no te acercas a considerar las manos llagadas de los pobres?

Empieza a sentir a Dios en las criaturas. Identifica su belleza en la belleza del sol

que alborea sobre tu jornada de hombre. Identifica su voz con la voz del hermano

que pasa a tu vera y busca la comunión contigo.

No pierdas más tiempo buscando a Dios en tu fantasía.

Cuando consideres milagrosa la capacidad de una abeja para hallar la puerta de su casa, sentirás a Dios cerca de ti y de tu silencio.

Y trata de cantar. Por el cielo que nos das: ¡Aleluya! Por el sol que nos das: ¡Aleluya! Por el mar que nos das: ¡Aleluya! Por los amigos que nos das: ¡Aleluya! Sí, aleluya, porque el cielo aparezca tempes

tuoso alguna vez que otra. Aleluya, aunque el sol queme alguna vez. Aleluya, aunque los amigos no piensen algu

na vez como tú. Todo es gracia. Todo es Dios que me ama.

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Page 46: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

En todo está Dios que me toca. En todo está Dios que me hace hijo suyo.

* * *

Podríamos definir nuestra vida terrena como «vida de dos».

No estamos nunca solos si vivimos en él. No estamos nunca solos si Dios se comuni

ca con nosotros. Nunca estamos solos si él nos engendra para

su Reino. La costumbre de sentir su presencia en nos

otros es grande madurez. El establecer con él una comunicación vital

en la oración es gran dulzura. El aceptar su plan sobre nosotros es autén

tica sabiduría. Pero el adquirir esta madurez y hacer nues

tra esta sabiduría no es fácil. Siempre nos sentimos tentados en los dos

sentidos opuestos: o aprisionados por su inmanencia absoluta nos abandonamos a la inactividad diciendo: «El ¡o hace», o arrastrados por nuestra seguridad obramos sin pensar en su secreta acción.

Hubo una época en que la primera tentación era más fácil.

Ahora es más fácil la segunda.

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El hombre moderno se siente más solo cuando obra.

Se ha forjado incluso la ideo, de la «Incompleta», sosteniendo que la creación de Dios se ha detenido al aparecer el hombre y desde entonces le toca al hombre terminar la sinfonía esbozada por Dios.

La idea es hermosa y puede servir a muchos para adquirir el sentido de la responsabilidad, pero puede prestarse a verdaderos equívocos y no es ciertamente apropiada para aclarar las cosas.

Prefiero partir de una frase de Jesús: «Mi Padre obra siempre y yo también obro» (Jn 5,17).

Esta expresión del Evangelio resume todas las discusiones viejas y nuevas, antiguas y modernas sobre la relación vital Dios-hombre, contemplación-acción, y nos mantiene alejados del error.

Al decir Jesús: «Mi padre obra y yo también obro», no dice en absoluto que se ha quedado solo para completar la sinfonía de su vida.

En efecto, dirá en otra parte: «El que me envió está conmigo; no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que es de su agrado» (Jn 8,29).

El Padre no está nunca ausente de la vida

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de Jesús y Jesús no toma jamás una posición sin dirigirse antes al Padre.

El hombre moderno parece haberse vuelto tan seguro de sí mismo, tan pagado de su conocimiento, que termina pensando con seriedad que está acabando realmente la incompleta él solo.

Habiendo dado unos pasos adelante en el descubrimiento de la naturaleza de las cosas, piensa que ha llegado el tiempo de sentirse único responsable del cosmos.

Se interpreta el silencio de Dios —que, por lo demás, es de siempre— como la muerte de Dios, es decir, su actitud absolutamente pasiva, hasta el punto de que es inútil clamar, gritar, rezar. El ha decidido dejar que el hombre se defienda solo.

No puede haber una interpretación más errada y peligrosa para la fe.

Sería la eliminación de la plegaria, la eliminación del diálogo Dios-Hombre, sería reducir la tierra a una cosa muy triste

porque, no lo olvidemos, «nosotros no percibimos a Dios cuando obra, pero nos estremecemos cuando calla».

* * *

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Pero volvamos al hombre en su relación con Dios y en su relación con las cosas que ha de hacer con el trabajo, que debe cumplir con el bien y que tiene que desarrollar con la vida de cada día.

Jesús dice: «Mi padre obra siempre y yo también obro», admitiendo claramente ambos términos.

Están él y el Padre; el hombre y Dios. Ambos obran. En la vida de Jesús la presencia del Padre

no falta nunca. Jesús no lo oculta, no lo olvida, sino que lo

ve; no lo rehuye, sino que lo busca.

«Yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo».

(Jn 16,32)

«Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo sé que siempre me escuchas, pero lo digo por la muchedumbre que me rodea».

(Jn 11,41)

Basta leer todas las obras de san Juan para tener la documentación continua, lineal, estupenda de esta vida de intimidad, de relación, de esperanza, de diálogo, de amor entre Jesús y el Padre.

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¿Es que habría de ser distinto para el hombre, para cada uno de nosotros? ¿Es que Jesús no es el hombre perfecto, el ejemplo único, el primero?

Lo que sucedió en Jesús, sucede y sucederá en cada uno de nosotros, porque él es el primogénito y porque el amor del Padre ha establecido que todos los vivientes reciban por adopción la naturaleza misma del primogénito, haciéndose con pleno derecho hermanos y multitudes inmensas de rescatados por la sangre de aquél que quiso dar su vida para ejecutar tal designio de amor.

Sí, como Jesús. Y como Jesús está en relación con el Pa

dre, también nosotros debemos estar en comunión con el Padre.

Como Jesús habla con el Padre, nosotros hemos de hablar con el Padre.

Los polos del amor y del diálogo son dos, y dos tienen que seguir siendo.

El pecado consiste en la eliminación de uno de los dos.

Si quito al hombre de la realidad y pienso que todo lo hace Dios, yerro; pero yerro asimismo si quito a Dios, pensando que soy el único que obra.

Y a propósito de la relación entre Dios y el hombre, tengamos muy presente que no se

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trata de relación entre nubéculas o cosas abstractas.

Se trata de Personas. Yo soy persona y Dios es persona. El «personalismo» cristiano contemplado en

la Trinidad me ha salvado siempre de reducir la fe a algo vago, evanescente.

Cuanto más he tratado de marchar hacia la intimidad de Dios, más he experimentado a la persona en Dios.

El Padre es persona distinta de Jesús y cuando dice Jesús: «Mi Padre obra siempre y- yo también obro», dice una cosa muy clara que para mí es fuente de mucha luz.

¿No escuchaba Abraham a una persona cuando oía la voz: «Sal de tu tierra» (Gen 12,1)?

¿No atribuía Moisés a una persona la presencia de Dios en la zarza ardiente: «Quítate las sandalias...» (Ex 3,5)?

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VI. CON TAL QUE TU VOLUNTAD SE CUMPLA EN MI Y EN TODAS TUS CRIATURAS

La propuesta hecha por Dios al hombre en el largo período de gestación para hijo de Dios es la más simple que se pueda imaginar.

«En la espera del Reino, haz tú el reino. En la espera de ser mi hijo, haz tú de pa

dre. En la espera de la justicia y de la paz, cons

truye tú la justicia y la paz. En la espera de aquello que deseas se te

dé, da tú lo mismo a tus hermanos. ¿Quieres un paríaso de amor? Haz una tie

rra que sea un paraíso. ¿Quieres ser perdonado? Perdona. ¿No quieres pasar hambre? Da de comer. ¿Quieres verte libre? Libera». La tierra se convierte, pues, para el hom

bre en campo experimental de sus deseos, en la ejecución de lo que tiene en su corazón,

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en la experiencia sobre lo visible de aquello que se siente sugerido en lo invisible.

Aparte de las contradicciones debidas a su debilidad y más aún a su ignorancia, el hombre, en la construcción de la ciudad, compromete toda la sed de justicia y de bien que posee.

No obstante los errores, su marcha es constantemente impelida por la idea del Reino.

Y aun cuando lo consiga tan sólo en una mínima parte, tiene al menos el coraje de escribir en los frontis de sus obras lo que ha deseado hacer: el ideal que lo ha animado.

Y si se ha equivocado, sus hijos recomenzarán a marchar precisamente a partir de los errores de sus padres, tratando de corregirlos.

Cada generación tiene la impresión de empezar de nuevo, especialmente si sale de un fuerte cataclismo de desesperación o de guerra.

Todo revolucionario con optimismo da un paso adelante con ojos brillantes que expresan en el fondo estas convicciones suyas: «Ahora lo intento yo, veréis».

Y se vuelve a empezar. Pero no todo está perdido. Lo que permanece de auténtico es el amor.

* * *

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En cambio, lo que no siempre es auténtico es la institución.

La institución, en la marcha de los pueblos, en Jas fatigosas tentativas de hacer estables sus .ideales y sus programas, es el necesario, mejor, el indispensable «contenedor» de sus realizaciones.

La institución se hace casa, colegio, seminario, para formar hombres, se vuelve ley para disciplinar las relaciones, se convierte en costumbre, tradición, cultura, municipio, estado, parroquia, diócesis, templo.

Pero mientras el amor no envejece nunca, Ja institución corre el riesgo de envejecer y, lo que es peor, de entorpecer el terreno o escandalizar por su inutilidad.

El seminario está aún en tal calle, número tal, pero vacío.

La ley número tal está aún en tal capítulo del código, pero ya no sirve para nada, porque las costumbres han cambiado.

Voy a poner un ejemplo vivo y, como es delicado, trataré de precisar.

Estamos en... y es el 13 de diciembre de '974. Dentro de doce días es Navidad y esta ciudad es particularmente devota del nacimiento de Jesús.

Llegan dos peregrinos: María Magdalena, Ilancesa, 28 años, asistente social, y Sendev,

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canadiense, 25 años, sociólogo. Se dirigen a Roma y esperan llegar a pie para Navidad, con ocasión de la apertura del Año Santo.

No tienen dinero en los bolsillos, porque quieren hacer el viaje con espíritu de pobreza y para experimentar lo que pasa cuando uno es pobre.

Después de haber rezado en las iglesias del lugar, recorren todos los conventos e instituciones de caridad para buscar hospedaje.

Llega la noche y no encuentran nada. «Cerrado - cerrado - cerrado - id ahí cerca -

subid allá - llamad allá abajo». Ambos, con gran pena en el corazón, sa

len de la ciudad y encuentran en un prado de los alrededores una «roulotte». Son dos noruegos protestantes que están de viaje. Entre extranjeros es fácil entenderse, y la «roulotte», aunque pequeña, sirve por fin de cobijo a los cuatro cuerpos en la noche fría.

He aquí el problema, el terrible problema: una «roulotte» destartalada puede ser capaz de dar hospedaje a más de una institución anónima donde falta el amor.

Aquí nos encontramos aún con el «tú»; en el inmenso convento, en el ciclópeo edificio ya no existe el «tú». En su lugar hay campanillas, puertas, la regla, la paz segura, eí orden perfecto.

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La institución se ha sobrepuesto. El hombre es aplastado o marginado. El pobre ya no sabe dónde ir. En la institución no hay nadie que pueda

pensar en él. A Jesús le sucedió lo mismo. La institución Templo era demasiado mas-

todóntica para acogerlo. Más tarde fue demasiado sorda para enten

derlo. Por fin, para desembarazarse de él, fue ca

paz de matarlo.

* * *

Pero la historia no ha terminado, porque los hombres de ayer no eran peores que nosotros, así como nosotros no somos mejores que ellos.

Desde Adán hasta el último hombre que vivirá sobre esta tierra, las cosas no cambiarán.

Habrá siempre puertas que se abrirán y puertas que se cerrarán.

Habrá hombres como el buen Samaritano y otros como el rico Epulón.

Habrá los Gamaliel, que tratarán de sal

i d

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var, y los Caifas, que hallarán una justificación para matar al Justo.

Una vez pensaba que lo que había sucedido en la Antigua Alianza no volvería a suceder en la Nueva, y que los delitos de aquel Templo no volverían a repetirse en la Iglesia fundada por Cristo.

Fue un error colosal, y el pensar así me retrasó mucho la visión de la realidad,

¡No, hermanos! Una parte de aquel Templo está en cada

uno de nosotros, un pedazo de muro de aquellas instituciones obstruye todavía una parte de nuestro corazón.

La venida de Jesús no ha hecho de su Iglesia una Iglesia de santos, sino que la ha dejado como una Iglesia de pecadores.

Al máximo ha dado a estos pecadores una responsabilidad mayor, habiéndolos puesto más cerca de la gran luz de Dios que había brillado con tanto fulgor con la venida de Jesús a la tierra.

Pero el hombre sigue siendo hombre, con toda su extraordinaria posibilidad de amar y con todo su poder de decir que no al amor.

Y la Iglesia sigue siendo la Iglesia con todo su depósito inmenso de santidad y con toda su debilidad y caducidad.

Templo y Evangelio serán siempre hasta

102

el fin de los tiempos posibilidad de cosas heroicas y verdaderamente divinas, y al mismo tiempo ambiente de choques o de escándalo.

En el mismo día un peregrino en Roma puede ser edificado y escandalizado por alguien que pasa a su lado.

Y este alguien podríamos ser precisamente nosotros.

* * *

Mas la salvación estará siempre en el Evangelio.

Es el Evangelio lo que cuenta. Cuando más pesado me resulta el fardo de

la institución, cuando siento que ya no soy auténtico, he de buscar inmediatamente en el Evangelio la liberación, el desembarazo, la inmediatez.

No puedo prescindir de la institución; me resulta necesaria, pero he de reducirla, he de hacerla capaz de servir al hombre, no de ser servida.

La institución es como la coraza que Saúl trata de colocar sobre las espaldas de David.

A David le corresponde decidir si le sirve o si debe reducir su peso a una honda.

El Evangelio es el texto que te dirá síem-

103

Page 53: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

pie cuííndo es necesaria la coraza o te basta con la honda.

* * *

Pero en este punto siento el deber de decir una palabra clara a quien, habiendo tomado la honda de David, ha visto, con tanta libertad, el método más útil para el combate del espíritu.

Alguno ha llegado al punto de haberse sentido libre desde el día en que ya no se ha referido a la Iglesia, otros han tenido la sensación de empezar a vivir auténticamente desde el momento en que han relegado a la historia del pasado su relación con Dios y se han empeñado en servir al hombre sin referencias a la tradición.

No es en absoluto necesario practicar estos cortes, entre otras cosas porque nos llevan fuera de la verdad.

La Iglesia sigue siendo la Iglesia y Dios sigue siendo Dios.

David sigue siendo hijo de su pueblo, y Dios la fuerza de su honda.

¿Quién soy yo fuera del Pueblo de Dios y qué fuerza me queda si me viene a faltar la fe en el Altísimo?

La Iglesia no me impide vivir auténtica-

104

mente el Evangelio y mi compromiso con Dios me resulta necesario precisamente ahora que me he decidido a hacer algo en serio.

Sé que en el pasado demasiadas veces la religión era sinónimo de «no andemos con historias, sed buenos. No hagamos huelgas, sigamos en lo seguro», pero sé también que las cosas han cambiado y que la palabra de Dios ha empezado a contestarnos e interrogarnos sobre la justicia y el amor, más que sobre las procesiones y la grandiosidad de las iglesias por construir.

¿Por qué abandonar la Iglesia precisamente en el momento en que me siento más Iglesia?

¿Por qué abandonar la inspiración de Dios precisamente cuando más la necesitamos?

¿Por qué pensar que él se nos opone precisamente mientras nos acercamos con más compromiso al hombre?

¿No está Dios de parte del hombre? ¿No es él quien toma su defensa? Leed el Evangelio de Mateo y decidme si

podéis encontrar palabras más duras que las del capítulo 25 en defensa de la justicia y de la liberación del hombre.

Pienso que también el socialismo se ha convencido del error cometido al haber considerado la religión como opio del pueblo y pien-

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so asimismo que en el mundo de mañana los hombres más decididos a ponerse de parte del hombre saldrán de las filas de quienes sean todavía capaces —dentro del egoísmo imperante— de referirse al Evangelio como texto de vida.

* * *

Y, por fin, unas palabras para quien siente la primacía de la acción y teme la oración como alienación y pérdida de tiempo.

La acción es ante todo obediencia. «Trabajarás con el sudor de tu frente» (Gen 3,19).

Una vocación. «El Señor me ha elegido desde el seno materno para predicar la buena nueva» (Is 61,1).

Una pasión de bien. «Viendo a la muchedumbre, se enterneció de compasión por ella, porque estaban fatigados y decaídos como ovejas sin pastor» (Mt 9,36).

Por esto actuamos. Porque él nos ha dicho que actuemos, y po

ner en contraste la acción con la contemplación no tiene significado alguno.

El hombre hace, actúa, trabaja, transforma, construye para obedecer, no para contradecir la voluntad de Dios.

El misterio está en la relación.

106

Y es una relación vital. Y es una relación de presencia. Y es una relación de comunicación. Sí, yo trabajo porque Dios me lo ha man

dado. Me lo ha mandado en el Génesis, dándo

me órdenes de cultivar y ordenar la tierra. Me lo ha mandado en el Sinaí, dándome una

ley para practicar la justicia; me lo ha mandado en el Evangelio, comprometiéndome en la misma acción de Dios: el amor.

El trabajo, la justicia y el amor son los tres grados del compromiso y las tres posibilidades concedidas al hombre de realizar la ciudad terrena, signo concreto y preparación inmediata para la ciudad celestial, que será su plenitud bajo el toque de la transformación divina: «Hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5).

Pero tanto en el simple trabajo para ordenar un campo, arando y echando la semilla, como al juzgar en un tribunal o abriendo un hospital de leprosos, no soy el único que trabaja. Dios está conmigo, como dice Jesús: «/','/ Padre no me ha dejado solo» (cf Jn 8,16).

Dios está conmigo como inspiración. Dios está conmigo como gracia. Dios está conmigo como consuelo. Dios está conmigo como luz. Dios está conmigo como carisma.

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Dios está conmigo como reproche. Y su presencia no es teórica. Su presencia no es evanescente. Su presencia no es estéril. Su presencia es personal, vital y fecunda. Es la misma presencia de la creación.

* * *

Es sobre esta presencia sobre la que debo interrogarme.

Aquí está el verdadero problema de la fe de siempre: desde Adán hasta Jesús, desde Jesús hasta nosotros.

«El Padre está en mí y yo en él». Como persona. Ser persona significa ver, saber, amar, que

rer; significa comunicar. Pero ¿qué dudas puede haber para nuestra

fe cuando toda la «Palabra» avanza en este sentido?

¿Es que tal vez no está aquí todo el misterio escondido en los milenios bíblicos, que se nos ha transmitido por los profetas y confirmado por Cristo?

¿Qué dice Yavé a David sino: «Yo seré su Padre y él será mi hijo» (2 Sam 7,14)? Y a Salomón: «Te doy un corazón sabio e inteli-

108

gente. Y aún te añado lo que no has pedido: riquezas y gloria» (1 Re 3,12).

Y ¿no es Dios el que, apiadado por el llanto de Ezequías enfermo, dice: «He escuchado tu oración y he visto tus lágrimas. Te curaré. Dentro de tres días subirás a la casa de Yavé» (2 Re 20,5)?

Y cuando Isaías quiere expresar su experiencia de profeta, ¿no dice: «Yavé me llamó desde antes de mi nacimiento, desde el seno de mi madre me llamó por mi nombre. El hizo mi boca cortante espada, él me guarda a la sombra de su mano, hizo de mí aguda saeta y me guardó en su aljaba. El me ha dicho "Tú eres mi siervo, en ti seré glorificado"» (Is 49,1-3)?

Excluir en la Biblia y en particular en el Evangelio este modo de ser, esta relación personal entre Dios y el hombre, significa salirse completamente de la Tradición, del sentido de la Palabra.

¡Y también de la experiencia de Dios! Cuanto más te acercas a él en la contem

plación, más lo descubres como la raíz de tu obrar, el animador de tu vocación, el inspirador de tu profecía, el dador de tu carisma.

Cuanto más rezas, más sientes aumentar la distancia entre tú y él, lo cual significa la dis-

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tinción cada vez más neta entre tu persona y su Persona.

Cuanto más entras en el silencio, más habitado te sientes por la «Palabra».

Cuanto más entras en las criaturas a través de la armonía del amor, más lo descubres presente y distinto de las criaturas en el misterio de su Trascendencia.

«Tú», se vuelve la palabra más próxima y experimentada.

La necesidad de crear espacio para este «Tú» es una exigencia continua de vida.

I !()

VII. NO DESEO MAS, PADRE

«Tú», ¡qué palabra tan extraordinaria eres! «Tú», ¡qué signo inconfundible de voca

ción! Cuando te pronuncio, salgo de mi soledad

y aislamiento. Tú me indicas al hermano, al amigo, a la

esposa, al padre. Si, además, me indicas a Dios, no hay lí

mite para la comunicación. Eí ser capaz de decir «tú» en espíritu y ver

dad a Dios mismo puede cambiar la faz de 3a tierra; indudablemente cambia mi vida.

El «tú» es el alma de la oración.

«Oh Dios, tú eres mi Dios, a ti te busco solícito, sedienta está <Á' ti /;//' alma, mi carne te : lesea, como tierra árida, sedienta, sin aguas».

(Sal 63)

111

Page 57: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

Es la señal del Otro y el tema preferido.

«Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos,

la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes

de él, el ser humano, para darle poder?».

(Sal 8)

Y el llamamiento a la confianza.

«Todos esperan de ti que les des el alimento a su tiempo. Tú se lo das y ellos lo toman; abres tu mano y se sacian de todo bien».

(Sal 104)

La trama del diálogo.

«Si errare como oveja perdida, busca a tu siervo,

pues no me he olvidado de tus mandamientos».

(Sal 119)

La experiencia hecha palabra de que Dios está cerca.

112

«Soy un hombre plasmado por ti, dame la inteligencia de tus mandamientos».

(Sal 119)

* * *

Nunca podremos definir lo que es la oración.

No nos bastan las palabras. Ningún santo lo ha conseguido. La oración está por encima de todas las de

finiciones, que deja siempre espacio para su misterio.

Sí, rezar es un misterio. Rezar es comunicarse con el misterio de

Dios. Intentadlo, y veréis que con toda vuestra ha

bilidad no lograréis encerrar en vuestras palabras vuestra experiencia de la oración.

Pero una cosa que ciertamente conseguiréis definir es que se traía de una relación entre dos Personas.

Cuando recéis, os sentiréis delante de Otro. Puede suceder que sientas al Otro dentro

de ti. Puede suceder que lo sientas fuera. Puede suceder que te sientas envuelto por él. Puede suceder que te sientas muy lejos. Puede ser que lo sientas como Silencio,

8. PADRE

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como Ausencia, como Aridez, como Oscuridad y como Luz, o como Gozo o Plenitud, o como Reproche. No hay límite para la experiencia de Dios

en nosotros. El es la novedad y tengo la impresión de

que no se repite nunca en el modo de acercarse a nosotros.

Cuando le he esperado bajo un olivo, ha venido bajo una encina;

cuando lo he esperado en la iglesia, ha venido en la ciudad;

cuando lo he buscado en las alegrías, ha llegado en el llanto;

cuando ya no lo esperaba, lo he encontrado ante mí esperándome.

Dios me ha sorprendido siempre y su tiempo no ha sido nunca el mío.

Si tuviera que deciros cómo trato de ponerme —pero no siempre lo consigo— cuando rezo, os citaría el Salmo 131, que es uno de los más hermosos y con el cual siempre me he sentido a gusto.

«No se ensoberbece, ¡oh Yavé!, mi corazón ni son altaneros mis ojos, no corro detrás de grandezas

114

ni tras de cosas demasiado altas para mí. Antes he reprimido mis deseos, como niño destetado en los brazos de la ma

dre, como niño destetado está mi alma».

Sí, como un niño muy niño, algo que tenga aún parte de feto, es decir, incapaz de soltar muchas palabras, más aún, incapaz de hablar.

¿No os dais cuenta de que, cuando rezáis, normalmente no sabéis qué decir?

Eso es ya verdadera oración. Tener la impresión neta de no conocer la

lengua de Dios, de apenas saber balbucir alguna sílaba para abismarse inmediatamente en el silencio: ésa es verdadera experiencia de oración.

Naturalmente, este feto, este niño está envuelto aún en la carne de Adán y lleva en su rostro la máscara de hombre viejo.

Ese sí que habla —habla incluso demasiado, como hubo de decir Jesús: «Cuando recéis, no hagáis como los paganos, que piensan ser escuchados por su mucho hablar» (Mt 6,7)—, pero lo que dice no es oración; es un poco de chismorreo espiritual; con frecuencia, un despliegue de cultura, y la mayor parte de Jas veces, miedo.

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Pero el niño, el niño de Dios que hay en cada uno de nosotros y que está para ser hecho hijo de Dios, cuando reza, habla poco, entre otras cosas porque no sabe.

En lugar de hablar, «está», «duerme», «deja que obren en él», «advierte que está rodeado por Dios», tiene «confianza».

Al máximo, quien reza en él es el mismo Amor que lo está engendrando, el Espíritu del Padre que lo habita y le acostumbra a decir poco a poco: «Padre y Dios mío».

Pero no hacen falta muchas palabras, en cambio es precisa la Palabra y con ésta podemos rezar siempre, aun cuando solos no sabemos decir nada.

Mas lo que interesa es dejarse hacer por él, que es la vida y transmite la vida,

es luz y transmite conocimiento, es amor y enseña a amar. La verdadera oración, la que perdura y sir

ve, es la contemplación, y ésta es pasiva y es impresa por Dios mismo en su niño, a fin de que pueda conocer a su Padre y habituarse a amarlo como quiere el primer mandamiento.

«Amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas» (Dt 6,5).

* * *

116

Ahora comprenderéis tal vez por qué he insistido tanto sobre la realidad divina de que Dios nos hace «hijos».

Hijos, no cuadros. Hijos, no libélulas. Hijos, no mesas. Hijos, no siervos. Sobre esta realidad de ser hijos se basa el

poder de rezar, la posibilidad de comunicar el gozo de amar.

Si no fuese hijo de Dios, la oración no tendría ningún significado y sobre todo no tendría ninguna autenticidad.

Si la oración es comunicarse con Dios, esto sólo es posible si Dios me hace partícipe de su misma naturaleza.

El paraíso tiene un significado para mí si voy a habitar con mi padre, no con un ser que no conozco que nunca conoceré y que tiene gustos distintos de los míos, una lengua incomprensible y un rostro invisible.

Sé que Dios es el incognoscible, pero lo es para mí en cuanto «hombre» no para mí en cuanto «hijo suyo».

Su desconocimiento se vuelve conocimiento no en mi inteligencia de hombre, sino en el poder que él me ha dado de ser hijo suyo.

Es en el amor que él usa para engendrar-

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me como hijo donde me transmite su conocimiento de Padre.

Cuando Dios se me revela en el amor, me hace el don de sí mismo y se hace conocer personalmente.

Esto se llama contemplación, que es auténtico y sabroso y personal conocimiento de Dios.

Sí, lo digo porque puedo decirlo: «Yo creo en Dios porque lo conozco».

El hombre viejo que está en mí cree en Dios sólo por analogía, a través de la naturaleza, de la razón, de los símbolos; pero el «niño» de Dios que ha nacido que se desarrolla en mí cree en Dios porque lo conoce.

Y lo conoce porque él se hace conocer. Pero no en la carne ni en la sangre, sino en la misma vida divina que le transmite en su amor.

Esta es mi fuerza. Y en esta fuerza precisamente pongo mi es

peranza. En esta extraordinaria realidad me juego

toda la vida.

* * *

Una última cosa. Cuando afirmo en la fe que Dios es mí pa

dre, proyecto una luz divina sobre otro gran misterio: el misterio de la conciencia.

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¡Qué cosa tan sublime es la conciencia! ¡Qué realidad en nosotros! Este frágil ser que es el hombre, ¡por qué

real dignidad está habitado! Yo pienso en la conciencia como en ei lu

gar donde Abran am encuentra a Yavé; como en el valle del Terebinto, donde Da

vid buscaba las piedras para atacar a Goliat; como en el Horeb de Elias; como en la celda donde María de Nazaret

recibió el anuncio; como en el desierto y en el Getsemaní de

Jesús. La conciencia es el ambiente divino del hom

bre, es su posibilidad de encontrarse con su Dios, es la escucha de su Palabra, el crisol donde la fe se hace vida, la espe

ranza se madura y la caridad se realiza. Si para hacer el cuerpo del hombre Dios

ha copiado las estrellas y las flores, para hacer mi conciencia se ha copiado a sí mismo en el punto donde las personas divinas se encuentran en el Amor.

Para mí, hijo de hombre, la conciencia es lámpara de mis pasos;

para mí, hijo de Dios, es la casa donde el Padre me toma en brazos y me dice: «Tú eres mi pequeño».

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Cuando entro en ella, me quito las sandalias porque estoy en su presencia.

Cuando me quedo en ella, siento la respi ración de mi Padre que me busca.

La conciencia es la obra maestra de la creación de Dios,

es el terreno en que se encuentra con nos otros,

es nuestra intimidad con él, el lugar donde la verdad se abre camino,

donde se busca su voluntad, donde se aprende a amar.

Ahí, en la conciencia, es donde encuentro todas las referencias a Dios; ahí es donde tomo las decisiones.

Incluso la misma decisión para creer en la infalibilidad de la Iglesia la decido en la conciencia.

Sin referencia a ella no hay para mí ningún acto moral digno de Dios o hecho para Dios.

Yo creo en la conciencia y quisiera que los cristianos demasiado habituados a las comodidades de apoyarse en la guía de los hombres empezasen, y seriamente, a hacerse guiar por ella, que nos lia sido dada por Dios.

Es hora de dejar de abroquelarse tras exageradas preocupaciones derivadas del pensamiento de que tal guía es peligrosa porque

120

—al no estar suficientemente iluminada— puede equivocarse.

Podéis estar tranquilos. Si creo que Dios es mi Padre, me quito

ciertos temores de la cabeza y pongo mi confianza en su amor y en su capacidad de transmitirme su pensamiento y su querer.

Una Iglesia que tal vez tenía necesidad de insistir —y con cuánto celo lo ha hecho— en el control de la conciencia, hoy, después del trabajo de estos últimos decenios, penetrada por la luz del Concilio, no podrá menos de cantar de gozo ante las maravillas de esta posibilidad que el hombre tiene de hablar directamente con Dios.

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Page 62: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

SEGUNDA PARTE

Si Dios es mi padre, yo soy su hijo.

Para entender lo que significa ser su hijo es preciso

mirar a su Hijo Primogénito: Jesús.

El ha venido a nosotros, habitó entre nosotros viviendo su aventura

de Hijo de Dios: Cristo.

Por tanto, nuestro camino es ¡a imitación de Cristo.

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I. TE CONFIO MI ALMA

Dios se ha hecho pobre en Jesús para venir a mi encuentro, y su pobreza se ha convertido en signo de su amor por mí.

No tenía otro camino para hacerse creíble. El amor tiene unas exigencias terribles, y

para satisfacerlas no bastan las palabras. Quien ama, debe hacerse semejante al ama

do; de lo contrario, pasará a su lado sin entenderlo, que es lo mismo que sin amarlo.

Sentir simpatía por alguien significa tener la fuerza de «sufrir» con él, algo de él.

No es fácil, pero no existe otro camino y por ello es difícil amar.

¿Podéis imaginar a un esposo que dice que ama a su esposa y la deja en la indigencia, mientras él nada en riquezas; en el trabajo, mientras él descansa; en el llanto, mientras él ríe?

¿Cómo puede un hermano decir que ama a un hermano que tiene hambre, mientras él

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Page 64: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

está harto; desnudo, mientras él está vestido; prisionero, mientras él está libre?

¿No significa hacer trampas en el juego? ¿No es mejor decir las cosas claras inme

diatamente: «Yo no te amo», o bien: «Yo no tengo la fuerza de amarte», o, y es más fácil y auténtico: «Te querría de buena gana, pero no soy capaz de hacerlo»?

La tierra está llena, rebosante de palabras de amor; pero creo que está casi completamente vacía de verdadero amor.

No hay animal como el hombre capaz de burlarse de la comunidad de sus semejantes con el disfraz del amor.

Las bestias salvajes, incluso las consideradas como bestias feroces, son angelitos en comparación con el hombre y con su habilidad para consumar esta «falsedad» en sus relaciones... amorosas.

Id a un prostíbulo —y hay tantos incluso en lugares serios como las casas burguesas— para ver a qué punto puede ser reducida una mujer esclava, protegida, poseída por uno que, por ser fuerte, rico o prepotente, la seduce, musitándole al máximo al oído el acostumbrado estribillo: «Te quiero».

Id al Vietnam a contar todos los hoyos hechos por los bombarderos gigantes, guiados por quien afirmaba que luchaba precisamente

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en defensa y por amor de los pueblos libres.

* * *

Pero Dios es más serio y, cuando dice que ama al hombre, va hasta el fondo y, para amarlo, se encarna y, para parecer sele, se hace pobre.

La pobreza de Dios es el modo de amar por parte de Dios.

Pero hay una diferencia entre la pobreza de Dios y la pobreza del hombre.

La pobreza de Dios es elegida libremente, la pobreza del hombre es una condición inexorable, su naturaleza, su realidad.

El hombre no puede escapar a su pobreza. El hombre es el «pobre». Una concepción limitada, materialista, de la

pobreza ha hecho pensar mucho tiempo en la pobreza como en un estado físico, una falta de pan, de vestido, de casa.

El pobre es el pordiosero. Pero las cosas no son así. Ciertamente que quien no tiene casa o no

tiene pan es también un pobre, pero no es el único.

Hay pobrezas mucho mayores en el hombre, indigencias mucho más pavorosas, sufrimientos mucho más agudos.

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A Hemingway no le faltaba el pan ni el vestido. Poseía incluso un fusil, que tantas veces había usado en sus safaris africanos.

Aquella vez lo usó para dispararse un tiro en la boca y así huir de la pobreza verdadera que le atormentaba quizá por primera vez, la de una vejez insoportable.

¿Por qué ver sólo la pobreza como un fenómeno material? ¿No es una limitación?

Puede ser que un hombre no me pida que le aumente el estipendio, pero puede pedirme un poco de silencio, un poco de aire bueno, un poco de verde.

Sí, la pobreza no es sólo falta de dinero. Puede ser falta de salud, de aire resptra-

ble, de serenidad. Puede ser falta de paz, de amor, de luz. Yo diría que la pobreza del hombre es uni

versal, mejor, yo diría que el hombre es la personificación de la pobreza.

No es que le falte un poco de pan; le falta todo.

Cuando odia, le falta el amor. Cuando muere, le falta la vida. Sí, la pobreza del hombre es la muerte mis

ma, y no es pequeña cosa, y no se la puede aplazar cuando llama a la puerta.

* * *

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Pero Dios nos ha salido al encuentro precisamente por este sentido de la pobreza del hombre.

La pobreza libre de Dios se ha sentado junto a la pobreza forzosa del hombre.

Las primeras palabras han sido el silencio. ¿Qué se le puede decir a uno que sufre? El silencio de Dios es la manera respetuo

sa con que él se acerca al hombre pobre. Las otras palabras no están maduras. Hace falta tiempo antes de que el hombre

pueda comprender su estado, levantar la cabeza y sonreír ante el diluvio de males que lo ha atacado.

Me decía una ciega que había necesitado doce años para comprender algo de su ceguera.

Luego comprendió y sonrió. Hay un misterio en las cosas. Hay un misterio en la vida. Hay un misterio en el dolor. Es como la noche, pero para ver hay que

esperar el alba.

Y la esperanza es la paciencia del hombre. Pero es precisamente en esta paciencia don

de el hombre aprende a poseerse, a conocerse. En efecto, la Escritura dice: «En la pacien

cia poseeréis vuestras almas» (Le 21,19). Cuando el hombre ha adquirido la pacien-

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Page 66: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

i ¡a y se ha acostumbrado a esperar el silencio de Dios, se hace Palabra.

La Palabra, toda la Palabra es Jesús, la persona de Jesús, el Verbo de Dios.

«Y el Verbo se hizo carne y acampó entre nosotros» (Jn 1,14). Y entre nosotros ha vivido como un pobre. El pobre de Yavé. Quiso cargar con la pobreza del hombre para

ayudarlo a efectuar el terrible éxodo expresado por la pobreza, el sufrimiento y la muerte.

Toda la vida de Jesús ha de verse bajo esta luz, tendida en esta perspectiva, dirigida a este fin.

Si nace en un establo y su infinitud y omnipotencia están reducidas a un vagido de niño a merced de la historia y de la maldad de los hombres, es porque debe enseñarnos la lección más difícil de la vida: preparar nuestro ser para la impotencia y debilidad de las cosas.

Si se oculta en la masa del mundo y acepta no los honores del poder, sino el sudor del obrero, es porque debe acostumbrarse y acostumbrarnos al sudor de la agonía.

Si elige como ley de su obrar la dulzura y no la violencia, es porque sabe que la Sabiduría divina quiere hacernos triunfar no con

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la fuerza, sino con el amor, y que obtendrá la victoria con la derrota de la cruz.

Si hace suya la actitud madurada por los profetas del siervo de Yavé, del Inocente, aculad que anima el filón más profundo de las esperanzas y de la espiritualidad de Israel, es porque es consciente de que el Reino, el verdadero Reino, el Reino de Dios, no será un reino político de poder, de estabilidad y de bienestar, sino el acto de amor más grande que podía realizarse aquí abajo en relación a Dios, la aceptación de la pobreza del hombre, de que la muerte es prenda y paso.

No es fácil amar ni para nosotros ni para Cristo, pero nada es tan grande ni perfecto como este amor de Jesús en su pobreza voluntaria y amada.

Yo diría que nada me resulta más grato -ríe esta pobreza de Dios.

Me resulta más dulce que su omnipotencia,

Me habla más que su omnisciencia. Lo tengo más cerca que su belleza. La pobreza de Dios es el grado máximo

de amor. Su bienaventuranza se convierte en la mía:

•Bienaventurados los pobres». No, señor mío, no te pediré que me hagas

rico, sino pobre.

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Page 67: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

No te pediré tu poder. Pediré tu pobreza. Ella es tu sabiduría. Ella es tu corazón. Ella es el camino que te conduce hasta mí. Si tienes el valor de acercarte a mí, peca

dor como soy, es porque has querido ser pobre.

Si buscas algo en mí, es porque eres pobre.

Es tu pobreza la que me salva, porque en tu pobreza el amor Increado pudo hacerse hombre y volverse uno de nosotros: un pobre.

* * *

Pero donde la pobreza de Jesús toca fondo y entra en el verdadero misterio del amor de Dios es en la obediencia al Padre.

Jesús, ante la pobreza del hombre, ante el mal, ante el diluvio del dolor, no pidió al Padre que cambiase las cosas.

Vio que era necesario pasar por ella y bajó la cabeza, como uno de nosotros.

Podía pedir la eliminación de la muerte, pero no la pidió.

Podía pedir que la tierra se transformase en un Edén, donde nadie pasara hambre, pero no lo hizo.

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Siendo Omnipotente y el Predilecto, podía eliminar el dolor sin sufrirlo, pero no lo pidió.

Lo real, todo lo real, expresión de la creación hecha por Dios, y estropeada por la desobediencia y el pecado del hombre, debía ser aceptado tal como era.

Era necesario partir de ahí. Aceptarlo como camino de la redención. Aceptarlo como calvario. Aceptarlo como misterio. Aceptarlo como don supremo de sí mismo. Jesús baja la cabeza y acepta lo real que

lo oprime por todas partes como un pólipo indescriptible, un caos horrible, una mordaza mortal.

Y convertido bajo el peso de tanto mal en el Pobre de Yavé, se lanza de cabeza en el inmenso y misterioso mar de la voluntad de Dios, como lo había simbolizado Jonás, para dejarle a él, sólo a él, Dios de lo imposible, la solución de las cosas insolubles y la síntesis de todas las oposiciones.

Y el Padre agradeció esta obediencia que sanaba todas las desobediencias; esta humillación que cancelaba todas las rebeliones; este acto de justicia que «cumplía toda justicia» (Mt 3,15).

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«Fue escuchado por su reverencial temor» (Hcb 5,7).

«Por su muerte lo exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre» (cf Flp 2,8-9).

Y lo resucitó de entre los muertos. La resurrección de Cristo es la respuesta de

Dios a la pobreza del hombre, pobreza aceptada hasta el fondo por Jesús.

El movimiento del pez que se sumerge en el mar infinito de la voluntad de Dios entrando en el abismo de la muerte, vuelve a salir impelido por el poder del Padre a ¡a luz sin límites de la Resurrección.

En Cristo resucitado es el hombre el que resucita.

Y para siempre. El secreto de toda salvación está precisa

mente en esta actitud de aceptación vivida por Jesús y revivida por cada uno de nosotros, salvados de las aguas y del caos de la muerte.

Era el secreto oculto en los siglos y revelado en la plenitud de los tiempos por Jesús.

Era la prueba extrema de que Dios es Amor y sabía morir de amor.

* * *

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«Te confío mi alma». Esta expresión de la plegaria de abandono

del Padre de Foucauld resume perfectamente esta actitud radical que nos ha enseñado Jesús y nos propusieron en el momento del bautismo.

Sí, el bautismo predicado por Cristo es el gesto determinante del hombre ante la demanda de Dios: «Sumérgete en las aguas de la muerte y resucita con Cristo a nueva vida».

Quien ha efectuado definitivamente este acto de aceptación de la voluntad de Dios, quien ha cerrado los ojos ante su Trascendencia y se ha dejado arrastrar al abismo del misterio, vuelve a salir muy alto por encima de las aguas mismas a la luz beatificante de su propia resurrección en Cristo.

En ese instante la pobreza se vuelve auténticamente bienaventuranza.

«Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de los cielos» (cf Le 6,20).

¿Con qué valor y autenticidad habría podido decir Jesús una frase semejante a los pobres, sino a la luz de esta realidad divina, ahora participada al hombre salvado?

Las expresiones: «Bienaventurados los pobres, Bienaventurados los que lloran, Bienaventurados los que tienen hambre, Bienaventurados los perseguidos» sonarían a blasfemia para

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quien es pobre, para quien llora, para quien es perseguido, si no expresaran la victoria de Cristo sobre estas espantosas realidades negativas del hombre.

Las palabras de Jesús sonarían con toda justicia como palabras insensatas, si él no hubiera tenido, al pronunciarlas, la visión clara de todo el problema de la liberación del hombre.

Pero para liberarse es preciso morir a nosotros mismo, y ésta es la Pascua.

«Esta es la Pascua en que es inmolado el Cordero.

Esta es la noche en que has librado a nuestros padres de la esclavitud de Egipto.

Esta es la noche que nos salva de la oscuridad del mal y en la que has vencido las tinieblas del pecado.

Esta es la noche en que Cristo ha destruido la muerte y sale victorioso de los infiernos.

Oh noche verdaderamente feliz, noche que vence al mal, lava las culpas, devuelve el hombre a su Dios. Oh admirable benignidad de su gracia. Oh inefable ternura de su amor. Vara rescatar al esclavo has sacrificado al Hijo.

136

Feliz culpa, que mereciste tan gran redentor.

Sin el pecado de Adán, Cristo no nos habría redimido. Veliz culpa, que mereciste tan gran reden

tor».

Y yo añadiría:

Veliz pobreza la nuestra que tienes el poder de atraer a ti a nuestro Dios.

137

Page 70: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

II. TE LA DOY

Darte mi alma, Señor, significa aceptar la tuya.

Darte mi vida, Jesús, significa aceptar la tuya.

Y tu alma está aún en Getsemaní con nuestra pobreza.

Y tu vida está enclavada aún en la cruz con nuestro pecado.

Mi vida, alejada de esta visión, de esta realidad que has vivido y que vives en tu Cuerpo que es la Iglesia, es una vida inútil, pagana, destinada a la ilusión, al aburrimiento, a la muerte.

Incluso el confiarte únicamente a tu resurrección puede volverse peligroso si me salto a la torera tu Getsemaní y tu cruz, que es el Getsemaní y la cruz del hombre.

Referirme sólo a tu encarnación sin aceptar la mía es reducir a una farsa blasfema mi existencia y la tuya.

No, Jesús; si te doy mi alma y mi vida,

139

Page 71: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

estoy en el centro de tu alma y de tu vida. Y tú estás en el centro de tu cuerpo místico que es la Iglesia.

Mientras en la tierra haya un hombre que tenga hambre, tú estarás ahí.

Mientras en la tierra haya un hombre que sufra, tú estarás ahí.

Mientras haya un hombre que liberar, tú estarás ahí.

Y si yo quiero estar contigo, tengo que estar con el hombre.

No queda otro remedio. No me puedo engañar. Por lo demás, tampoco lo querría, porque lo

he entendido. Y me siento solidario con los cristianos nue

vos que lo han entendido. Dejadme llorar junto al hermano que llora. Dejad que esté prisionero junto al que está

en la cárcel. No puedo aceptar la resurrección sin acep

tar antes la muerte. El misterio pascual no comprende sólo la

resurrección ni es únicamente la exaltación del domingo.

Es ante todo la solidaridad dolorosa del viernes santo.

Cuan indigno del amor —del verdadero amor— es querer sólo gozar con Jesús.

140

Qué injusto es apretujarse en su banquete y dejarlo solo en la tristeza y en la náusea del huerto de los olivos.

Es tan injusto que, en los instantes de lucidez, estaríamos dispuestos a no aceptar el paraíso sin participar antes —pese a nuestra debilidad— un poco en su pasión.

¿Qué hombre seré ante él, hombre de dolores?

¿Qué amante suyo? Por eso el goce de este mundo, esta «casa

de placer» concebida por los paganos, me repugna.

¡Es como banquetear sobre un cadáver! La vida buscada únicamente como placer

no es vida, es un prostíbulo. No la quiero. No es digna del Amor.

* * *

Es Jesús el que ha hecho la vida digna de amor.

Es Jesús el que me enseña a amar. Es Jesús el que me da la fuerza. Jesús es el camino. Y el camino recorrido por él es el camino

del Amor. Antes de ser camino de resurrección es ca-

141

Page 72: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

mino de abyección, de abandono; antes de ser triunfo es derrota, crucifixión.

Yo quiero recorrerlo enteramente, cueste lo que cueste.

Sí, el camino es Jesús. Y nuestro camino es a imitación suya. ¡Imitar a Jesús! Imitarlo ante todo en su actitud ante el Pa

dre; imitarlo en la aceptación de la realidad. Lo que me rodea, lo que es, lo que for

ma la trama de la creación y de la historia, lo que es el resultado del designio de Dios y de mis fechorías pasadas debo aceptarlo.

He de partir de ahí. Si soy cojo, he de aceptar que soy cojo. Si estoy cansado, he de aceptar que estoy

cansado. Si el cielo es gris, he de aceptar que el cie

lo es gris. Si soy viejo, he de aceptar que soy viejo. Lo que es, lo que me rodea, lo que veo, lo que siento

es como una pregunta misteriosa que Dios me dirige desde siempre y cuya respuesta espera de mí.

Tal vez la misma terrible pregunta hecha a Job en su muladar es pregunta que viene de Dios. «Tengo un hijo poliomielítico»,

142

<mi mujer es insoportable», «mi inteligencia es obtusa», «los amigos no me entienden», ;son como preguntas hechas desde siempre a mi día que ha despuntado hoy y que he de vivir.

No puedo meter a mi hijo en un centro anónimo,

cambiar de mujer, maldecir a mi padre que era un alcohólico o romper con mi superior. Debo encararme con la realidad, debo acep

tar lo que me rodea, debo ver lo real como propuesta de Dios.

«¡Sí, Padre!», he de decir. He de partir de ahí. Debo responder a la pregunta que me hace

Dios en esa realidad dolorosa —verdadero misterio oscuro— y descubrir en él —precisamente en él— mi salvación.

Porque mi salvación está encerrada en esa pregunta.

Si yo me libero de mi hijo porque me roba tas días, me alejo.

Si yo cambio de mujer porque la que ten-40 me fastidia, me alejo.

La salvación, toda la salvación, está conté nida en la aceptación de mi misterio, y en él sn el misterio de mi mujer y de mi hijo.

H:*y un porqué en todo.

143

Page 73: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

La primera actitud de amor hacia la creación es aceptar la creación, aunque me parezca extraña, incompleta, enemiga a veces.

La primera actitud de amor hacia mis hermanos es la de aceptarlos como son, aunque me parezcan terriblemente irracionales, antipáticos y a veces enemigos.

Todo tiene un porqué. También el sufrimiento de Job tiene un

porqué. También mi hijo poliomielítico tiene un por

qué. También el pecado de David tiene un por

qué. También la destrucción de Jerusalén tiene un

porqué. Pero antes de intentar librarme del dolor

que se ha abatido sobre mí, antes de llevar a mi hijo al hospital, antes de intervenir personalmente para corregir el mal que me rodea, debo bajar la cabeza ante el misterio, debo ponerme en la misma actitud de Cristo, haciendo mías sus palabras: «Señor, no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Le 22,42).

* * *

En el fondo es una actitud de confianza en Dios, y precisamente en esta confianza se basa mi relación con él.

144

Sé que Dios es señor del universo y que en sus manos «están las simas de la tierra».

Sé que Dios lo puede todo y que los hombres y los pueblos «son como gota de agua en un caldero, como grano de polvo en una balanza» (Is 40,15).

Dios es Dios y no es vencido por nadie. Y si se deja vencer, es sólo para vencer me

jor. Y si deja prevalecer el mal por un poco de

tiempo, es sólo para poderlo denunciar con más claridad ante nuestros ojos miopes.

Confiar en Dios es poner todas las cosas en su mano invencible.

Es creer que el cosmos está dominado inexorablemente por su poder creador.

Es esperar en la victoria final del hombre que, como toda la historia, obedece al amor salvífico de quien se ha definido Amor.

Si maldigo a la lluvia que me moja o al frío que me hiela los dedos,

si me desespero porque me he vuelto viejo o por una enfermedad que me hace sufrir,

no entraré jamás en el misterio de Dios. Si no sé leer el resplandor de las estrellas

o si paso apresuradamente ante el mar sin darme cuenta de él, no entiendo el misterio de Dios.

1f) PATIRP

145

Page 74: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

Si me quejo de todo. si los hombres me resultan aburridos, si me enfado porque la sopa es mala, si chillo porque los niños juegan en el jar

dín, si pongo mala cara a quien llama a la puerta, soy un hombre viejo que ya no sabe decir

nada.

* * *

Confiar en Dios. Aceptar la realidad. Aceptarla como voluntad salvífica de Dios

sobre mí. Aceptarla para transformarla con el amor y

la paciencia. Tengo aquí, en un eremitorio junto al mío,

una madre rubia con su hijo. De cuando en cuando esta mujer me picle

que la hospede y trae consigo a su hijo. Pero el hijo es mongoloide y se come por

completo la vida de esta mujer. Cuando la conocí la primera vez, hace años,

me pidió el consejo de meter a su hijo en un centro; parecía la cosa más natural.

Todas las veces que yo iba a hacer una visita a esta clase de centros, volvía asustado.

¿Cómo podía ver al pequeño Andrés traga-

.146

do por aquellos trágicos dormitorios de enfermos todos iguales?

«No, Marcela, Andrés debe quedarse contigo; eres su vida».

El silencio era la respuesta de esta mujer. Y me pidió un eremitorio para intentar lle

nar aquel silencio de oración. «Marcela, intenta decirle algo a Dios». «No soy capaz de hacerlo. Si le pidiera algo,

le pediría únicamente que me quitara este peso terrible».

«¡Inténtalo una vez más!» Cuando volvía a marchar, me decía: «Her

mano Cario, ¿no hay verdaderamente un centro adecuado para Andrés?»

Volvió al eremitorio varias veces. «Marcela, intenta decirle algo a Dios». «Quisiera decirle: "Hágase tu voluntad",

pero no soy capaz de hacerlo todavía. Díselo tú por mí...»

* * *

Ahora es Marcela la que dice: «Hágase tu voluntad», y el haber logrado decirlo con fe le ha quitado el miedo.

Le parecería extraño tener que entregar su hijo a otros.

Es como si lo hubiese engendrado otra vez.

147

Page 75: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

¿Qué importa lo demás? Su salvación empieza por ahí. Se ha vuelto algo sagrado. ¿Y esa dulzura que refleja su rostro? Cuántas cosas me dice así desde lejos, cuan

do pienso en esta mujer que trata de hacer la voluntad de Dios.

Voluntad que se expresa en lo real, la terrible realidad que la rodea.

¿Es que don Milani no empezó a ser don Milani, verdadero profeta de nuestro tiempo, cuando empezó a aceptar lo real que Dios le había preparado?

Y preparado quizá con todos los límites de los hombres.

Pequeñas casas perdidas en la pobreza de tierras abandonadas.

Pequeño grupo de chicos sin intereses ni capacidades.

Pero ¿qué hizo un poco de amor arrojado con fe en esa pobreza?

Yo pienso que don Milani ha logrado decir a nuestra generación cosas mucho más extraordinarias y verdaderas y eternas con aquel puñado de nada que lo que habría logrado decir si su Cardenal lo hubiese hecho párroco de la catedral de Florencia o, aún más, su Auxiliar.

148

III. CON TODO EL AMOR DE QUE SOY CAPAZ

La elección que ha hecho Jesús es el hombre, es amar al hombre.

Era la misma elección de Dios desde siempre: estar de parte del hombre.

Dios tomó incluso la defensa de Caín, cuando, después de su horrendo crimen, corrió el peligro de que lo mataran los hombres por venganza.

«Si alguien matara a Caín, seria éste siete veces vengado.

Puso, pues, Y ave a Caín una señal, para que nadie que le encontrase le matara» (Gen 4,15).

Dios está de parte del pecador, porque está de parte del hombre que es pecador.

El pecado del hombre no le quita a Dios la esperanza.

El sabe que volverá, que se convertirá, que comprenderá.

La confianza de Dios en el hombre es inquebrantable.

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Page 76: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

Sabe esperarlo hasta el fin. Sabe que lo negativo que hay en él se cam

biará en positivo, que la inmadurez se volverá madurez; el pecado, gracia; la dureza, dulzura; las tinieblas, luz; la huida, retorno; la crueldad, llanto; la aversión, abrazo.

La historia del hijo pródigo la contó Jesús pensando en cada uno de nosotros, que la ha,-bríamos vivido en edición y versión completamente personal.

Y nos ama tal como somos en cualquier etapa de nuestro camino.

Ama la posibilidad que hay en nosotros. Posibilidad que es conversión, retorno, amor,

luz. Ama a la Magdalena todavía pecadora por

que ve ya todo su movimiento hacia la luz como cosa maravillosa que merece la pena ser contemplada en esta tierra.

Ama a Zaqueo pecador, ladrón, explotador, y le parece hermoso que un hombre como él sea capaz de cambiar su existencia y hacerse amigo de los pobres.

Sí, Dios ama en el hombre lo que no existe aún,

lo que ha de nacer todavía. Nosotros amamos en un hombre lo que hay:

la virtud, la belleza, el valor, y por eso nuestro amor es tan interesado y frágil.

150

Dios, amando lo que no existe y dando confianza al hombre, lo engendra de continuo, porque es el amor el que engendra.

Dando al hombre la confianza, lo ayuda a nacer, porque es el amor el que nos ayuda a salir de nuestra oscuridad y nos saca a la luz.

La cosa es tan bella, que Dios nos invita a hacer otro tanto.

La caridad que nos transmite es precisamente esta posibilidad de amar en el hermano las cosas que no existen en él.

Amar lo negativo de mi hermano: ésre es mi amor gratuito.

Amarlo en su pobreza, en su mentira, en su impureza, en su falsedad, en sus tinieblas.

Y el amor, cayendo sobre él, tiene el poder de regenerarlo.

El amor crea en el hombre el ambiente divino de la transformación posible.

Sintiéndose amado es solicitado a iniciar el camino de la salvación.

Su pobreza nos enriquece, su mentira es odiada, su impureza se vuelve nostalgia de pureza, su oscuridad es invadida por la luz.

Cuando Jesús me dice: «Ama a tu enemigo», me muestra un máximo de las posibilidades y de la capacidad de amar, pero al mismo tiempo me da al máximo la esperanza de tener paz

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Page 77: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

en este mundo. Asediando al enemigo con el amor y no con las armas, facilito en él y en mí la posibilidad de ver despuntar los tiempos en que «el niño de teta jugará junto a la hura del áspid, y el recién destetado meterá la mano en la caverna del basilisco» (Is 11,8).

Con mi esfuerzo dilato el reino que se nos ha prometido y entro en mi herencia de paz.

* * *

Sí, amar lo negativo del hombre. Amarlo en la certeza de que mañana pre

valecerá lo positivo. Vista así la tierra, ya no me da miedo. Vista así la ciudad, siento en mi corazón

un gran deseo de acción y de esperanza. Cuando ignoraba estas cosas, el pecador me

causaba fastidio, lo consideraba enemigo. En cambio, me sentía amigo de la policía

que arrestaba a las prostitutas, y predicaba de buen grado sobre las penas del infierno para meter miedo a los niños y hacerlos temerosos de Dios.

Ahora el pecador me da compasión; si encuentro a una prostituta, le ofrezco un café; tengo más esperanza en la salvación, y es tan grande la compasión que experimento por los

152

sufrimientos de la humanidad, que pronuncio muy raras veces la palabra «infierno».

Yo diría más, y esto me produce un gozo íntimo, humano: me siento amigo de todos, no me sorprendo si encuentro a uno que no cree en Dios, me sorprendo casi de lo contrario, y no puedo menos de pertenecer a una Iglesia pecadora.

Cuando choco con alguna persona «de bien» de la vieja clase moralizante, comprendo cómo los retrasos de la Iglesia se deben precisamente a la falta de fe en las nuevas generaciones y al soñar con los tiempos pasados como únicos modelos de vida.

Sí, amar lo negativo en el hombre, amar lo que no existe o no existe todavía.

Los «sin esperanza» de la cristiandad son precisamente aquellos que quieren ver en el hombre solamente lo positivo y que no dan ningún valor a lo negativo.

Y por eso sufren. ¿Cómo se puede dejar de sufrir ante tanto

desorden? Yo diría que la visión del mundo, si no la

ponemos en la esperanza de que Dios vence al mal, si la ponemos sólo en lo que ha salido a la luz, hoy es terrible.

La ciudad, vista desde su positividad, es la derrota de Dios.

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Page 78: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

La Iglesia, vista desde lo que se me ofrece, está acabada.

Pero viendo así, hablando así, en el fondo niego la acción misteriosa de Dios que obra y transforma, vivifica y saca a la luz.

Si el mundo sufre, como dice san Pablo, dolores de parto, ¿cómo no ver la negatividad de lo que veo como esperanza de aquello que será?

Sí, debemos decirlo claramente. No se tiene fe en Dios. Se cree únicamente en la propia acción, se

cree sólo en lo que se ve. No se cree en el misterio, en la posibilidad

de Dios, en la presencia invencible de Dios en la historia, en la evolución.

En el fondo no se cree en la parábola del hijo pródigo, que es la parábola de toda la humanidad en su conjunto y por ende en la victoria del bien sobre el mal (cf Le 15).

* * *

Más aún: No esperar ante lo negativo del hombre.

querer habituarse sólo a amar en él lo positivo, significa ser derrotados pronto o tarde,

Y diría que con certeza. Me explico con un ejemplo.

154

Ls impresionante en nuestros tiempos el número de matrimonios que se hallan en crisis a los pocos meses o años de casarse.

Y no hablo de uniones apresuradas, de errores de planteamiento, de superficialidad, de paganismo.

No, hablo de uniones bien hechas, nacidas en la fe, uniones de cristianos auténticos, amores luminosos, comuniones en el espíritu, actitudes generosas, etc.

Todo marchó bien durante algún tiempo y luego se oye decir: «Sí, lo he amado, nos hemos amado... Eramos felices. Ahora... no sé... Ya no nos entendemos. Nos hacemos insoportables el uno para el otro. Yo diría que me casé con otra... Conocía a otra..., a la de ahora no la conocía... Tal vez sea mejor que nos separemos».

Palabras fuertes, sin duda, pero que ocultan un fenómeno muy sencillo, especialmente ahora en que las realidades psicológicas tienen una parte tan predominante en la vida de relación.

«Me casé con otra..., a la de ahora no la conozco..., no la amo...»

He aquí lo que te digo: «Has buscado únicamente lo positivo en ella. Ahora que has visto lo negativo, todo se derrumba».

«Te has equivocado...» Debes comenzar otra vez... si quieres sal-

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Page 79: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

varíe. Debes amar en ella los aspectos negativos, lo que falta.

Debes ayudarla construirse, a hacerse. Debes engendrarla en el verdadero amor.

Entonces amarás a la verdadera esposa y la amarás con el mismo amor de Dios y tu amor será inquebrantable por auténtico.

Ha llegado la hora de redescubrir a ella o a él, partiendo precisamente de sus lados negativos, de su pobreza, de su miseria.

Verás «lo que es» es nada en relación a lo que será, a lo que no es todavía.

Inténtalo... Dios te ayudará, porque él es la fuente. Debéis volver a encontraros en lo real, que

es distinto del lugar donde os encontrasteis la primera vez y es mucho más verdadero e interesante.

Recuerda que, quien no sabe dar este paso, no podrá amar nunca mucho tiempo a un hermano.

Es demasiado fácil, es demasiado seguro descubrir en el hombre los aspectos negativos.

Pero el amor, el verdadero amor, comienza precisamente por ahí , y ahí es donde debes reconquistarlo.

Entonces vuestra unión ya no será frágil y efímera, sino verdadera y eterna.

156

Después de diez años debemos repetir nues-tro viaje de bodas.

Ahora contamos con el verdadero amor. Finalmente te amo como ama Dios. Y me he percatado de ello porque amo tu

pobreza más que tu belleza, tu sufrimiento más que tu alegría, tu posibilidad más que tu realidad, tus deseos más que tus efímeras acciones.

157

Page 80: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

IV. PORQUE TE AMO

Dios mío, ¡cuánto te amo! Y, sin embargo, ¡cuánto me gustaría amarte

más! Cuántas veces he llorado de dulzura al pa

sar tú cerca de mí y cuántas veces te he sen-lido lejos.

Puedo decir que eres lo que deseo con más ardor y al mismo tiempo deseo demasiadas cosas fuera de ti.

Eres mi Todo y estoy todavía muy lejos de ser tu nada que se abandona a ti sin reservas.

* * *

Contigo me siento Israel. La historia de Israel ha sido mi historia

desde que se llamaba Jacob. He vivido como Jacob bajo las tiendas y

i ¡na noche he visto yo también la escalera que subía hasta el cielo y por la cual bajaban tus ángeles (cf Gen 28,12).

159

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Como Jacob, me he encontrado ante el vado de Jabboc (cf Gen 32,23) y, como él, he luchado contigo de noche tocando en la experiencia «el límite infranqueable entre Dios y el hombre».

Después de haber luchado contigo, me han quedado impresas en el corazón las tres cosas que habías hecho entender a Jacob:

1. Has conocido tu debilidad. 2. Te apoyarás en Dios. 3. Vencerás (cf Gen 32,23-33),

y desde entonces he hecho mío el nombre nuevo que le habías dado a él la noche del paso.

Y en el nombre estaba todo mi destino.

* * *

Pero era mi destino porque era el mismo destino del nuevo Israel: la Iglesia.

Me he sentido Iglesia, y en la Iglesia he vuelto a vivir la historia de Israel y la misma relación de amor tan dramático y abismal.

Desierto - éxodo - tierra prometida - templo - deportación - esperanza.

Y siempre con la validez de las tres cosas oídas entonces:

1. Has conocido tu debilidad. 2. Apóyate en Dios.

160

3. Vencerás. En cuanto a la primera de las tres verda

des, para que estuviera más cerca de ti, la llevé en la carne y en el espíritu como una segunda naturaleza.

Hacía falta muy poco para sentir el aguijón del pecado.

«Yavé, pasan por encima de mi cabeza mis iniquidades, pesan sobre mí como pesada carga. Hedionda podre supuran mis llamas a causa de mi locura».

(Sal 38,5-6)

La debilidad es la verdadera herencia deí hombre, y sigue siendo herencia incluso volviéndose Iglesia, incluso volviéndose Pueblo de Dios.

¡Cuánto mal me ha hecho, cuánto tiempo me ha hecho perder la visión de la Iglesia de mi infancia!

Entré de chico en una Iglesia donde estaba prohibido decir verdades amargas... a la Iglesia, porque la Iglesia era perfecta.

En ese clima me hice la idea de que la Iglesia «inmaculada y santa» era en realidad de los hombres que la representaban.

11. PAÜRE

161

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(i(lomo podía ponerse de acuerdo una visión semejante con la realidad de todos los días?

¿Con los pecados de los pastores «que se apacetilaban a sí mismos y abandonaban el rebaño», con papas medievales, nepotistas hasta la médula, con sacerdotes déspotas que consideraban la parroquia como propiedad privada y estimaban al Pueblo de Dios como «vulgus indoctus» o una bolsa que explotar?

No, el rostro de la Iglesia «inmaculada y santa» es el rostro de otra Iglesia que existe, y ¡cómo existe! —desde que Cristo la fundara y protege—, pero en el corazón y en la dulzura y en la misericordia del Espíritu Santo que la engendra y la mantiene viva.

Es el rostro de la Iglesia, esposa de Dios. De un Dios acostumbrado, como las ma

mas, a mirar a sus hijos granujas siempre desde el punto justo y bien cubiertos por ese vello de amor que oculta la astucia de Jacob para dejar acariciar al padre la realidad del hijo predilecto.

No, el rostro de la Iglesia inmaculada y santa es el rostro de una Iglesia misteriosa que tiene una personalidad sobrenatural y divina y que el amor de Dios ha puesto en lo hondo de cada miembro de su pueblo, que por eso se convierte en «pueblo de santos, de profetas, de sacerdotes» (cf 1 Pe 2,9).

162

Pero lo que veo es muy distinto y no debo confundirlo, de lo contrario esa Iglesia se vuelve un demonio de orgullo.

Y tal vez es precisamente porque no nos volvemos demonios de orgullo por lo que Dios deja en mí rostro y en el rostro de la Iglesia la costra de los pecados.

Y por eso cada uno de nosotros no puede ni debe identificarse con la Iglesia.

La Iglesia está siempre por encima de nuestras pobres realidades humanas y nadie puede expresarla en su plenitud sobre esta tierra.

Haría mal el Vaticano diciendo «Yo soy la Iglesia», porque haciendo así, me daría una idea inexacta de ella.

Y yo, ¿cómo puedo identificarme con esta ''dudad santa, la nueva Jerusalén, que descienda del cielo del lado de Dios, ataviada como •ma esposa que se engalana para su esposo» ÍA 21, ? P

¡Pobre de mí! ¡Cómo pido en este momento perdón a to

los aquellos que, mirándome a mí, han te-lido una idea tan falsa de la Iglesia de Dios!

Por fortuna, la esperanza no me faltó nun-í v tampoco el apoyo en ti, Dios mío, la

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necesidad fundamental, la sed inexhausta, la experiencia siempre viva y consoladora

«Yavé, mi refugio y mi roca, mi Dios, en quien confio».

(Sal 91)

«El Señor es mi -pastor; nada me falta. Me pone en verdes pastos y me lleva a frescas aguas. Recrea mi alma».

(Sal 22)

Lo que, en cambio, fue más difícil de entender fue la tercera promesa: Vencerás.

¿Cómo vence Israel? ¿Cómo vence la Iglesia? ¿Cómo venzo yo? La respuesta a tal pregunta fue trabajosa,

como la misma historia de Israel y de la Iglesia.

La primera impresión fue que el modo de vencer era como el del mundo en que estamos inmersos: la conquista de las realidades terrenas, la política con los pueblos cercanos.

Fue el camino de la fuerza y del poder, y Moisés hizo de la historia del Pueblo de Dios una historia de conquista: la conquista y la co-

164

Ionización de la tierra de Canán; pero al mismo tiempo liberó de la esclavitud al pueblo de Dios.

La Iglesia —el nuevo Israel— siguió sus I mellas y, tal vez sin quererlo, se volvió señora entre las gentes.

¡Cuántos obispos príncipes, cuántos papas con el poder de la fuerza entre las manos, cuántos cristianos «cruzados» con la espada al costado!

¿Era éste el modo de vencer? Ciertamente que era un modo, pero es di

fícil decir si era el mejor, el que estaba oculto en la voluntad de Dios y propuesto en el Evangelio.

Cuando pienso en todo esto, me encuentro como ante el caos, el caos mismo que precedió a la creación y a la historia.

Pero sobre el caos veo descender a la paloma del Espíritu que por su amor es capaz de dar orden a las cosas.

Y el orden nace en el tiempo y en el espacio

y nace como desenvolvimiento y nace como devenir y nace como «señal». La tierra es signo de otra tierra, la casa es signo de otra casa,

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Page 84: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

el matrimonio humano es signo de otro matrimonio.

* * *

También Israel es signo. También la Iglesia es signo. Y para que se volviera signo fue necesario

hacerla visible. Para comprender la liberación fue necesario

libertar. Para contemplar la Jerusalén celestial fue

necesario construir la Jerusalén terrena. Pero el signo, una vez visto, te invita a ir

más allá: el sacramento te recuerda a Cristo, la tierra te recuerda el cielo, el amor humano te invita a pensar en el amor de Dios.

Y ¿qué me dice el signo de la tierra prometida?

Y ¿qué me dice el signo de la liberación? Una sola cosa: que la tierra prometida, la

verdadera, está mucho más allá del Jordán, y que la liberación de la esclavitud es mu

cho más profunda que la que se efectuó en las riberas del Nilo.

Querer volver atrás es ponerse contra la historia, lejos de la voluntad de Dios, es un volver a entrar en el caos.

Israel, que conquista a mano armada la tie-

166

rra prometida como ha hecho después de dos mil años de tensión, puede representar un hecho militar o político, comprensible como tantos otros, pero es un absurdo y un oprobio como hecho religioso.

Como sería un absurdo para la Iglesia volver a pedir el poder temporal y rehacer el Estado Pontificio.

Vete más allá —me dice el signo. No mires a Israel, a ese puñado de tierra

que se llama Palestina, mírame a mí, tu Dios, Yo soy tu tierra prometida. Yo soy tu tierra prometida, aunque vivas

en Aíoscú o Nueva York; yo soy tu tierra prometida, aunque no seas

reino, aunque seas el más pequeño y débil de todos los reinos de la tierra.

Cristiano, no te dejes deslumbrar por el aspecto temporal, mira a lo que no pasa, a mi Presencia en ti y la presencia de Cristo en los pobres.

¡Qué madurez de visión! ¡Qué tiempos mesiánicos son los nuestros! ¡Somos como los que han salido de !a in

fancia del mundo y de la Iglesia! Se diría que empezamos ahora a compren

der el verdadero misterio de los «signos», especialmente el que se refiere a la Iglesia y a su posibilidad de identificarse con su estruc-

167

Page 85: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

tura, una estructura débil, la más débil posible, por el poder y por el fuego del Evangelio.

* * *

Dios mío, ¡te amo! Como te ama Israel. Como te ama la Iglesia. Y te doy gracias por haberme librado de

las cosas inútiles para presentar a mis ojos con más transparencia tu Ser divino.

Tú dijiste a Aarón:

«Tú no tendrás nada en aquella tierra, no heredarás ni tendrás nada; soy tu parte y tu heredad».

(Núm 18,20)

Repítelo, oh Dios mío, repítemelo a mí y al nuevo Israel que es la Iglesia.

Yo soy tu heredad.

Sí, oh Señor, no quiero nada, te quiero a ti solo.

Dígalo la Iglesia: «Te quiero a ti solo, mi esposo, mi luz, mi fuerza, mi Todo».

168

Ha terminado el tiempo de las complicaciones, de las pesadas gualdrapas, de las exterioridades que distraían, de los estucos inútiles, de las procesiones infantiles.

Tú eres nuestra realidad. Tú eres nuestra alegría. Tú, sin medios. Tú, sin política de poder. Libres como los pájaros. Caminando por los caminos del mundo con

los pobres, con el que tiene hambre, con quien sufre, con el que es perseguido. Haciendo con ellos la verdadera marcha de

la liberación. Contigo, Eucaristía, asumida en la intimidad

de la casa donde vive el hombre y sentándonos a tu mesa, donde tú nos comunicas tu cuerpo y tu sangre.

Contigo en el destierro, que para nosotros es perenne hasta tu vuelta.

Contigo, nuestra heredad, nuestra fuerza, nuestra dulzura, nuestro padre.

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Page 86: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

V. Y NECESITO DARME A TI

La diferencia que media entre un amor inmaduro y un amor maduro, entre el amor de un niño y el amor de una madre, es que el primero chupa y el segundo es chupado; eí primero busca, quiere, explota; el segundo da, deja que obren en él, se vacía.

El tomar es una inmadurez del amor, el darse es la plenitud del amor.

El camino que parte del egoísmo del hombre, que se ve sólo a sí mismo y explota todo y a todos para sí y que llega al don de sí, es tan largo como la historia.

Con frecuencia no es una bonita historia y es el resultado de lo que se trata de arrancar, más bien que de lo que se ha logrado dar.

En esta historia estamos todos implicados y son pocos los que pueden preciarse de haber tlado mucho.

En general somos sofocados por el egoísmo y mucha de la tristeza que hay en nosotros es

171

Page 87: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

debida a esta incapacidad de darse sin reservas.

La dificultad para amar es debida al pecado, que es una auténtica inversión de valores, un desorden radical que tiene su reino dentro de nosotros.

Somos criaturas y nos consideramos creadores (orgullo).

Somos hermanos y quisiéramos ser amos (avaricia).

Somos hechos para la libertad y nos hacemos esclavos de nuestros sentidos y de nosotros mismos (lujuria).

No, no es fácil amar con una cabeza como la nuestra, con un corazón como el nuestro, con una sensualidad como la nuestra.

Y, en efecto, no amamos, y al no amar nos sentimos en el infierno.

El infierno es no amar.

* * *

El amor verdadero es cosa rara. Más rara que la verdadera fe. Es el máximo de las posibilidades del hom

bre sobre la tierra. La cosa más difícil. Cuando el hombre ama, es como Dios; pero

172

así como es difícil hacer las cosas de Dios, también es difícil amar.

lie aquí lo que sucede. El rayo del amor verdadero que se llama

caridad parte de Dios y nos alcanza. Al alcanzarnos, nos insta a donarnos. Pero se ve obligado a traspasar la opacidad

de nuestro cuerpo. Y sale deformado. Deformado por el egoísmo, por la avaricia

y por el orgullo. Al entrar en nosotros, tenía intenciones rec

tas; cuando sale... No temo afirmar que de cada cien actos de

finidos como amor, al salir de nosotros, noventa y nueve se transforman en actos viciados por el egoísmo, por la posesión, por la vanidad.

Algún pequeño relieve que logra abrirse camino entre tantos enemigos conserva todavía la fisonomía del verdadero amor, es decir, del don de sí mismo.

Pero no es cosa de todos los días. Sin embargo, no debemos desalentarnos. Y si me he equivocado, debo rectificar. Mientras tanto, podré constatar una cosa

muy importante: todo sirve, incluso el pecado. Sí, también el error puede entrar en el plan

de la salvación.

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Page 88: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

Dios sabe obtener gloria del mismo pecado.

¡Ay, si así no fuera, estaríamos todos perdidos!

Creo realmente que la salvación de la mayoría pasa a través del hedor de sus propios pecados y la amargura de las innumerables derrotas.

La lógica de Dios se abre camino con mayor evidencia entre los cascotes de nuestra ilo-gicídad.

Dios afirma su existencia sobre el cúmulo mastodóntico de nuestras negaciones.

El cielo se hace evidente en la oscuridad aburrida de nuestra terrestridad.

«Bien me ha estado ser humillado» (Sal 118,71), puedo decir después de cada error, convertido ahora en altado contra mi orgullo.

«Voy encorvado y en gran manera humillado» (Sal 38,7), puedo constatar en mis desarreglos; y mi cuerpo, que he traicionado con mi sensualidad, me hace de siervo en la penitencia de la conversión.

«Huiré como un pájaro al desierto y allí habitaré» (Sal 11,15), siento ganas de gritar todas las veces que experimento la tiranía de los ídolos.

* * *

174

I Vi o tengo que aprender a amar. No puedo negarme a ello porque es el fin

l>.ii.t el que he sido creado.

•a<ccuerda, Israel: Amarás a Y ave, tu Dios, i <»i todo tu corazón, con toda tu alma, con íoih) tu poder.

\\ste es el primer mandamiento de la vida y <•! segundo es semejante a éste: Amarás a tu ¡'rój/mo como a ti mismo».

(Dt 6,5)

Amar significa identificarse con Dios. Amar significa entrar en el Reino. 1.a historia del mundo es una historia de

amor. Pero tal amor, para formarse en nosotros,

para conquistarnos en su remolino creador, purísimo, transparente, gratuito, divino, tiene ne-tvsidad de desarrollo, de tiempo, de historia, do paciencia, de libertad.

Desde la violencia del sexo a la irrupción del sentimiento,

desde el equilibrio de la razón a la atracción do la belleza,

desde la pregunta hecha por la libertad y por la gratuidad hasta la locura de la cruz y de :\hí para arriba,

e! amor se afina, adquiere transparencia,

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Page 89: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

participando cada vez más en el modo de ser y de amar de quien lo ha creado y de quien es el amor increado: Dios.

El modo de ser de Dios como Amor es el Espíritu Santo y procede de la Vida, que es Padre, y del Hijo, que es Luz.

Y es tan transparente que no lo podemos ver.

Y para hacerlo visible ha sido necesaria la Encarnación.

En efecto, el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros y se puso en nuestro camino, junto a nosotros, y se llamó Jesús.

Jesús es el amor de Dios hecho hombre y por consiguiente visible a todos los hombres.

Jesús ama como ama Dios. Jesús es el modo perfecto de amar. Jesús ha venido para enseñarnos cómo se

ama. Jesús es el amor encarnado. El hombre que ha tenido como camino ha

cia el amor el cuerpo, el corazón y el espíritu, tiene ahora como camino a Dios mismo en Jesús.

Haciendo como ha hecho Jesús, puede vivir el más alto grado de amor.

Escuchando al Espíritu de Jesús que lo habita, puede participar en la misma vida eter-

176

na, que es conocimiento y amor del mismo Dios participado a nosotros.

La perspectiva cambia completamente, porque cambia la misma raíz de que proviene.

Antes la raíz era lo bajo, ahora es lo alto. Antes era la tierra, ahora es el cielo. Antes era la naturaleza, ahora es la gracia. Antes era el interés, ahora es la gratuidad. Antes era el tiempo, ahora es la eternidad. Antes era el placer, ahora es la cruz. Antes era la búsqueda de sí mismo, ahora

es la búsqueda del hermano. Antes era lo que gusta, ahora es lo que

disgusta. Antes era la carne, ahora el espíritu. Antes, la turbación; ahora, la paz. Antes, la satisfacción temporal; ahora, el

gozo eterno.

* * *

Naturalmente, las cosas no son fáciles; y, para comprender su importancia y dificultad, es necesario acordarse de que Jesús mismo tuvo que morir.

No nos ha venido con cuentos; ha muerto. Y ha muerto voluntariamente. Ha muerto para decirnos que vigilemos, por

que con la ley del amor aceptada o no acepta-

12. PADRE

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da estaba en juego nuestra salvación eterna: «Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber» (Mt 25,41ss).

Ha muerto para enseñarnos el camino: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá luz de vida» (Jn 8,12).

Ha muerto para demostrarnos su amor: «Nadie tiene amor más grande que- éste de dar uno la vida por sus amigos» (Jn 15,13).

Ha muerto para enseñarnos a amar: «Amaos como os he amado» (Jn 13,34).

Ha muerto de amor.

* * *

Aunque sea malo y egoísta, aunque sea débil e incapaz,

llevo siempre en mí la misma exigencia: la de morir de amor.

Yo espero lograrlo, al menos unos minutos antes de morir físicamente. Mejor aún si pudiera morir violentamente por mi Dios.

Se-lo pido continuamente al Señor, especialmente durante la celebración eucarística, es decir, en el momento en que me comunico con la muerte y la resurrección de Cristo.

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Sé que el morir de amor es el paraíso. Sé que es voluntad del Padre. Sé que es mi gozo eterno. Por eso me pongo en ese camino, e inme

diatamente, para no perder tiempo. El camino es el camino de Jesús. Y es un camino cuesta abajo, casi a pico;

ciertamente al contrario del camino que me sugieren los hombres.

Cuando Jesús busca al hombre, se abaja. Se abaja en la Encarnación haciéndose es

clavo. Se abaja en la cena haciéndose pan. Se abaja entre los hombres haciéndose el

último. El puesto de Jesús es el último: Belén, Na-

zareí, el Calvario. No nace poderoso, y ve el día en un es

tablo. No es de familia pudiente, y trabaja para

ganarse el pan; no trata de vencer, y pierde la vida en la cruz.

Esta es la actitud del amor y se sacia cuando toca el fondo: el último lugar.

El Padre de Foucauld decía de Jesús: «Eli-<>jó de tal modo el último lugar, que nadie podrá quitárselo». Al máximo podrá ponerse a su lado.

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Page 91: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

Entre un satisfecho y un pobre, Jesús elige al pobre.

Entre un sano y un enfermo, Jesús se queda con el enfermo.

Entre un saciado y un hambriento, Jesús se queda con el hambriento.

No hay modo de equivocarse. Y por ello la elección evangélica nos obliga

y nos pone de la parte justa: la parte de quien está más abajo, de quien más sufre, de quien es más marginado, de quien más necesidad tiene de alguien.

Un gran sufrimiento que padece la Iglesia de hoy se debe a la persuasión de que no está siempre de la parte justa.

El ver que se ha metido al obispo en un palacio,

el constatar que nuestra congregación tiene más dinero que novicios,

el tomar conciencia de que los cristianos se encuentran entre los países más ricos

nos molesta. Y lo extraño es que, apenas algún joven

lo hace notar y protesta, en lugar de decirle que tiene toda la razón, nos irritamos, la congregación esconde los balances, y los «cristianos bien» piensan que para hacer paridad hace falta dinero y que sin él no se hace nada.

180

Pero esta vez es difícil escapar a la contestación del Evangelio.

El último lugar es el último lugar, y quien quiere seguir a Cristo debe hacer sus mismas elecciones de pobreza sin camuflarlas tras la acostumbrada excusa de la dignidad de la Iglesia.

La dignidad de aquel poder, de la visibilidad de las grandes ceremonias, podía servir con una Iglesia medieval todavía niña, pero es contraproducente para una Iglesia madura como la nuestra, salida del tremendo sufrimiento y lucidez del mundo contemporáneo y del Concilio.

* * *

La oración del abandono que cada tarde recito con mis hermanos de fe dice en este punto:

«Necesito darme a ti». Darme es para mí una exigencia del amor. No es fácil pronunciarla en verdad y en el

Espíritu. Va de por medio toda nuestra debilidad. Precisamente porque nos sentimos débiles

nos reunimos en grupos, nos hacemos Iglesia. Y para ayudarnos nos hacemos congregación. Yo me he hecho hermanito para no estar

solo.

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Page 92: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

Y os aseguro que no me he sentido solo en esta actitud de quererme dar a los más pobres, a los humildes.

Y es un momento particularmente importante para la historia de la Iglesia cuando nos hemos reunido en capítulo para decirnos el uno al otro qué es lo que pretendemos hacer y cómo interpretábamos nuestro compromiso eclesial hacia los más pobres.

En el apéndice transcribo el texto para mí y, si puede servir de motive de inspiración, para mis hermanos.

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VI. PONERME EN TUS MANOS, SIN LIMITACIÓN, SIN MEDIDA

Me he puesto en las manos del hombre estando de su parte.

Me he puesto en las manos del pobre estando en el último lugar.

¿Queda algo todavía? Sí, aún queda algo. La medida del hombre, la medida del po

bre es todavía una medida. Luego hay una «no medida», un amar «sin

medida», «sin limitación». Es el aceptar, por parte del hombre, arro

jarse en el abismo de la oscuridad, en lo creado sin transparencia.

Es el aceptar, por parte de Jesús —el hijo—, ser abandonado por su Padre.

El grito trágico que resuena en el templo es el mismo grito de Jesús crucificado.

«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46).

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No hay razonamientos que puedan explicar esto. Es inútil intentar comprender.

Es inútil acercarse a Job con toda la teología y buscar la explicación y los motivos de tanto sufrimiento.

Job mismo te responderá:

«Perezca el día en que nací y la noche en que se dijo: Ha sido concebido un niño. Conviértase ese día en tiniebla, no se cuide de él Dios desde el cielo, no resplandezca sobre él un rayo de luz. Apodérense de él oscuridad y sombras de muerte. Encobe sobre él negra nube, llénelo de terrores la negrura del día».

(Job 3,1-6)

No es una broma el sufrimiento del hombre, la agonía de sus noches insomnes, sus carnes atormentadas por el fuego del dolor, el terror de su fe oscura.

¿Cómo no ponerse de parte de quien es probado de esa manera sin tratar —como hacen los' bienpensantes— de defender a Dios, de justificarlo por los motivos ideales de los dolores humanos?

Porque es él quien hiere, y Job lo sabe. Son, al parecer, los Sábeos Jos que le han

arrasado la casa.

184

Es el fuego el que ha devorado su morada.

Son los Caldeos los que han pasado a filo de espada a los guardianes y se han llevado los camellos.

Pero Job ve únicamente la mano de Dios. Es él quien da y quita, es él quien hiere.

«Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo tornaré allá. Yave me lo dio, Y ave me lo ha quitado. Bendito sea el nombre de Y ave».

(Job 1,21)

* * *

Tampoco yo pretendo justificar a Dios y no puedo menos de ponerme de parte del hombre.

Por lo demás, el muladar de Job es poca cosa en comparación con los muladares de toda Li tierra.

El hombre ha nacido sobre un muladar, peor aún, sobre un cementerio. Debajo de él se han acumulado los huesos de innumerables generaciones de animales y de plantas.

Yo diría que su cuerpo ha sido formado con los detritus de la muerte que se ha apode-

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rado de la vida que lo ha precedido por milenios de siglos.

La visión de la tierra en que he nacido me parece como una atormentada esfera de yeso manipulada por el fuego.

Épocas geológicas se siguen engendrando, transformando, dibujando y destruyendo continuamente, como impelidas a la búsqueda de una cosa por hacer aún, un modelo por alcanzar, un rostro todavía imperfecto.

Yo sé lo que está sucediendo, y es la fe la que me lo dice; pero quien no tiene fe. ¿qué ve?

La esfera abrasada está engendrando al hijo. Las épocas que se siguen con interminable

impulso están forjando su rostro. Y es el rostro de Cristo. Y es el rostro del hombre modelado sobre

el rostro mismo de Cristo. Toda la creación está formada para hacer

nos hijos de Dios y todo el cansancio, el tormento, la transitoriedad y el sufrimiento son necesarios para que se efectúe la generación.

Pero ¡a qué precio! Y, más allá de este precio, ¡qué esperanza

debe animar a quien está envuelto en tal sufrimiento, a quien no ve desde fuera, a quien está oprimido por las mil y mil contradicciones continuas y oscuras.

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¿Habrá que sorprenderse de que el sufrimiento arranque gritos de dolor al hombre y lo haga temblar hasta las más íntimas fibras de su ser?

¿Habrá que extrañarse de que clave su mirada con ardor en la oscuridad, gritando: «Dios mío, Dios mío, ¿dónde estás? ¿Por qué no respondes desde tus cielos cerrados?»

El hombre es espíritu en vaso de barro; ¿cómo no vamos a descubrir su debilidad?

El hombre es un santo en un cuerpo de muerte; ¿cómo no nos va a dar lástima?

El hombre es un tronco de madera que debe volverse fuego; ¿cómo no percibir su dolor?

* * *

Decía que no quiero justificar a Dios por todo el «embrollo» que descubro en la creación y por todas las contradicciones a que me somete, pero sé igualmente que Dios no ha buscado ni busca tal justificación.

Calla. Es terrible el silencio de Dios en la oscu

ridad del hombre. Yo diría que es su mayor sufrimiento. Sin duda es su prueba más heroica. Es lo «inconmensurable» que él nos pide

pronto o tarde.

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Es la noche. Y es una noche que desciende sobre el cuer

po y el espíritu, destrozándolo y atormentándolo.

Dice Job hablando precisamente a Dios en su angustia:

«Me cercan sus arqueros, me traspasan los uñones sin piedad, derrama por tierra mi hiél. Me hace herida sobre herida, y me acomete como fuerte guerrero. He cosido un saco sobre mi piel, he hundido mi frente en la ceniza; está mi rostro hinchado por el llanto y cubre mis ojos denso velo».

(Job 16,13-16)

¿Y qué dicen de él los que mueren? ¿Qué dicen los reclusos en los manicomios,

los inmovilizados en las instalaciones para enfermedades crónicas, los cuerpos esqueléticos de los viejos, los deformes, los mongoloides, los marginados, los cojos y, ciegos que caminan por las veredas del mundo?

¿Qué dicen de él los que buscan sin hallar, los sin esperanza, los sin fe, quienes parecen vivos, pero ya están muertos?

No sé.

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Cada cual trata de dar una respuesta, pero Dios no hace siquiera la pregunta.

Calla. Y calla cuando se trata de su predilecto, de

su Hijo unigénito Jesús. «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has aban

donado?» Este es el grito y resumen de todos los sufrimientos de la humanidad.

Dios calla. Y la esfera de yeso sigue amasándose por

lenguas del fuego, los vivos mueren, los jóvenes envejecen, albas y ocasos se suceden, el cielo refleja la tierra y las estrellas siguen mirándonos como si

nada sucediese. Todo está inmóvil. En el silencio, se siente a lo lejos el eco

doloroso del grito de Jesús: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has aban

donado?»

* * *

Ya os lo he dicho: no tratéis de comprender, no lo conseguiréis.

No tratéis de ver, no veréis. Tratad de amar.

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Page 96: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

lin el amor, y sólo en el amor, podemos acercarnos a Jesús Abandonado y, con él, a todos los abandonados de la tierra.

Pero, por caridad, ¡no para entonar lamentaciones inútiles!

No bastan las lágrimas para enfrentarse con un misterio tan grande; es necesario que el Espíritu me hable y me diga el porqué de tal precio y me ayude a desvelar lo que está oculto bajo la corteza del yeso candente del hombre.

Habla, Espíritu de Dios, responde a Jeremías que te cuenta su historia, una historia tan parecida a la historia de cada uno de nosotros.

«Dios... Dios... Me ha traído a la tierra. Ha hecho un yugo para mí. Y ha apretado mi cabeza contra la mandíbula. Dios... Dios... Ha tendido su arco y me ha usado como blanco de sus Hechas. Dios... Dios... Me desgasta los dientes con arena. Aunque grite y gima, él sofoca mi oración.

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Mirad cómo me ha reducido en mi vida errante: ajenjo y hiél... ¿Cómo me arreglaré si me falta la esperanza, la esperanza que viene del Señor? Siéntate solitario y silencioso porque Dios te lo ha impuesto. Hunde tu boca en el polvo, tal vez haya esperanza. Presenta la mejilla a quien te golpea. Porque no rechaza para siempre el Señor. Aunque aflija, usa luego de misericordia. ¿Cómo me arreglaré si me falta ¡a esperanza, ¡a esperanza que viene del Señor?»

(de las Lamentaciones de Jeremías)

He aquí el precio de la obra maestra preparada por Dios para el hombre: la esperanza que viene del Señor, y calla precisamente para que ésta crezca y se desarrolle.

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Page 97: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

1 .a posibilidad de esperar es el don más grande que Dios podía hacerle al hombre.

Cuando el hombre está investido de esperanza, vence las contradicciones que lo rodean.

Cuando el hombre espera, muere viendo su cuerpo en la luz de la resurrección.

Cuando el hombre espera, vence el miedo, comprende el significado de la prueba, da crédito a Dios, cree en las cosas imposibles, siente a Dios presente en su noche, aprende a rezar.

Es precisamente la esperanza de Abraham una de las maravillas del hombre, y la esperanza de los mártires el fulgor de la Iglesia de Dios.

Y la esperanza nace precisamente cuando el hombre toca el abismo de su impotencia, como sucedió con Israel y Babilonia, como aconteció a Jeremías en la cisterna de la cárcel, como pasó a Jesús en la cruz.

Ahora me acerco con más comprensión a Jesús Abandonado. En él veo resumido el dolor del mundo, el fuego redentor de la humanidad en marcha, la clave del más grande secreto del amor.

En él hallo la respuesta a las cosas que no tienen respuesta; en él, el cese de todas mis preguntas, el receptáculo de todos los dolores de mis hermanos, la actitud más sublime del pobre de Yavé, la misión heroica del verda-

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dero resto de Israel, el hombre hecho verdaderamente hijo del Altísimo.

* * *

He querido incluir en este volumen como señal la imagen de la Sábana Santa porque es la más cercana al Espíritu de las cosas que estoy buscando.

Yo considero esta imagen que he estudiado tantos años «una auténtica fotografía de Jesús».

Los gases de amoníaco mezclados con el áloe y la mirra en que había sido impregnado el cuerpo de Jesús la tarde de aquel viernes han dejado sobre el lienzo la impronta de las luces y de las sombras que había en el sepulcro.

En efecto, lo que queda es un negativo, excluyendo cualquier posibilidad de falsificación.

Como decía, creo que es la fotografía de Jesús crucificado. Pero estoy dispuesto a decir con el cardenal Pellegrino que la presentó una noche en la televisión: «Si no fuera la de Jesús, es ciertamente la fotografía de un hombre que ha padecido mucho, que ha sido crucificado, flagelado y coronado de espinas».

Da lo mismo. Es hermoso pensar que la fotografía de Cris-

I I i>\n>?R 193

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to sea confundida con la de un hombre de dolores.

Me gusta con locura. Por eso la tengo delante en la mesa de mi

celda y, mirándola, puedo decir pensando en Jesús que me representa ante el Padre:

«Me pongo en tus manos, sin limitación, sin medida».

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VIL CON UNA CONFIANZA INFINITA

Dios sabe confiar en el hombre, pero el hombre no sabe confiar en Dios.

De esto deriva la gran paciencia de Dios con nosotros y la radicalidad de nuestro miedo.

El verdadero pecado del hombre es no creer, no esperar en Dios.

La incredulidad y el escepticismo forman el fundamento de sus relaciones con Dios.

Si el hombre confiara en Dios, tan sólo como confía en el amigo empleado en el ayuntamiento o en el ujier del parlamento, no tendría miedo de nadie.

¡En cambio! Dios, por el contrario, tiene tanta confianza

en el hombre, que sabe encontrar para él una escapatoria en las situaciones más desastrosas.

La esperanza de Dios en el hombre lo ata hasta el punto de no emitir un juicio sobre él sino al fin, solamente al fin.

«No he venido a juzgar al mundo, sino a

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salvarlo» (Jn 3,17), dirá Jesús, que es la misericordia de Dios, la esperanza de Dios, la confianza de Dios.

Cuando Jeremías se interpela sobre la historia de Israel y no comprende ciertos cambios dolorosos, Dios le conduce al taller de un alfarero.

«Como esta el barro en la mano del alfarero, así estáis vosotros en mi mano, casa de Israel».

(Jer 18,6)

Y cuando, entre las manos del alfarero, el vaso se rompe y no sigue el dibujo primitivo, Jeremías observa que el alfarero no destruye la masa, sino que con la misma trata de hacer otro modelo.

Dios jamás abandona su masa. Tiene siempre la esperanza de poder sacar

algo de esa masa. Esa masa k había hecho él en el Génesis

de la vida: «Formó el Señor Dios al hombre del polvo de la tierra, y le inspiró en el rostro aliento de yida» (Gen 2,7), y obtuvo una extraña mezcla de polvo y espíritu.

¡Cuánto sufrimiento por aquella masa! ¡Cuántas roturas...! ¡Qué... mejunje!

196

Pero Dios sabe rehacer la masa, nunca se descorazona.

«En verdad, en verdad te digo que quien no naciere del agua y del espíritu, no puede entrar en el reino de los cielos» (Jn 3,5), como si tuviera que engendrarlo continuamente.

El hombre —polvo y espíritu— puede huir donde quiera, puede blasfemar como quiera; 3a esperanza de Dios y su confianza lo persiguen por todas partes y lo esperan.

Y sabe hacer todo eso porque es el Amor.

* * *

Como decíamos antes, el hombre no sabe confiar en Dios.

Y debe aprender; le va en ello la vida. Confiar en Dios significa paz, alegría, sere

nidad, seguridad, fuerza. No confiar significa soledad, tristeza, miedo. Así como la incredulidad es vencida por la

fe, así la confianza es alimentada por la esperanza.

Las virtudes teologales que Dios nos ha concedido son la ayuda adecuada para realizar en nosotros el creer, el esperar y el amar.

Son como los vectores de la cápsula espacial con la que efectuamos el viaje fuera de la órbita terrestre, allí donde la incredulidad

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es vencida, el escepticismo desaparece y el amor, el verdadero amor, la caridad, nos conquista definitivamente.

Si el trayecto es difícil, si el paso es duro, la experiencia que se adquiere con cada victoria de la fe es una experiencia de gozo profundo. Lo que permanece en nosotros después de todo esfuerzo para creer, esperar y amar es una sensación de seguridad y de coraje.

Entonces es cuando, como Moisés al salir vivo del mar Rojo, siento deseos de cantar:

«El Señor es mi fortaleza y el objeto de mi canto;

él fue mi salvador». (Ex 15,2)

Como David, le muestro mi confianza:

«El Señor es mi pastor, nada me puede faltar».

(Sal 22)

Como Jonás, elevo mi plegaria victoriosa:

«Clamé al Señor en mi angustia y él me oyó».

(Jon 2,3)

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Y como María, su gozo:

«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador»,

(Le 1,46)

Todo parece fácil en esos momentos: estamos decididos a ir con Dios hasta el fin del mundo,

Como Pedro, le digo a Jesús:

«Señor, preparado estoy para ir contigo no sólo a la prisión, sino a la muerte».

(Le 22,33)

Y con Pablo, le repito en el Espíritu:

«¿Quién nos arrebatará al amor de Cristo?» (Rom 8,35)

Oh, ¡si pudiera fijar mi vida en estos sentimientos!

Si pudiera no volver a cambiar, confirmarme... en esa gracia.

Pero no puedo. Dentro de una hora ya no seré así. Dentro de una hora tal vez me descubra su

friendo a causa de la aridez que se ha vuelto

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a apoderar de mi corazón o por la oscuridad en que he recaído.

Nada es estable aquí abajo, nada está definitivamente salvado.

Es un éxodo. Pero, como en el Éxodo, queda una huella

a lo largo de su camino. La huella de la experiencia hecha. Una memoria grabada como grafitos sobre

los tramos rocosos por donde he pasado. Recuerda, Israel (Éxodo). Sí, recuerdo... Recuerdo el mar Rojo, re

cuerdo las aguas de Meribá y el maná. El recuerdo es la memoria de la confianza.

* * *

La dificultad para confiar en Dios es la misma dificultad que experimentamos para confiar en el hombre, en el hermano hombre.

Nunca logramos sobreponernos, y el escepticismo sobre el hombre es fuente de aridez y de falta de alegría en nosotros.

No creemos en esa bendita masa de polvo y espíritu que tenemos delante.

Solamepte vemos sus defectos. No creemos que de esa arcilla puede salir

un vaso bien hecho y posiblemente útil. En el fondo, también en este caso nos fal-

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ta fe. en la mano del artífice que es Dios, el cual, no lo olvidemos nunca, es el Dios de lo Imposible.

Nuestro Dios, y por eso es tan débil, es aún el Dios de las cosas posibles, pero no conocemos todavía al Dios de las cosas imposibles.

Nuestro Dios es aún a la medida del hombre, no a la medida del creador capaz de regalarnos la maravilla de las alboradas y el terremoto de la resurrección.

Por eso nuestra confianza es difícil también respecto del hermano.

«¿De Nazareí puede salir algo bueno?» (Jn 1,46), dirá Natanael a quien le habla del Nazareno.

Estamos siempre convencidos de que de ciertos lugares, de ciertas criaturas, de ciertos tipos, de ciertas situaciones, no puede venir nada bueno.

Y desconfiamos. Y tenemos miedo de las novedades, espe

cialmente si valemos algo, si estamos bien preparados, si somos cultos y sobre todo si ostentamos la autoridad.

Yo, por ejemplo, no he visto jamás, en mi experiencia, hombres tan reacios a aceptar novedades como ciertos padres o ciertos hombres de Iglesia. Se diría incluso que los llamados

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«pecadores» tienen más facilidad que los llamados «buenos» para aceptar confiadamente los cambios de la historia. Mientras, me he convencido de que la «contestación» más vasta es provocada, sin quererlo ciertamente y tal vez sin darse cuenta siquiera, por ellos, por su rigidez, por sus seguridades y más aún por su no querer valorar con confianza los pareceres de los inferiores.

Pienso que raramente resulten tan oportunas como en nuestra época de transición y de cambios, las recomendaciones de san Pablo a los Colosenses (3,21): «Padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, para que no se hagan pusilánimes», porque éste es un tiempo en que los jóvenes —y no sólo los jóvenes— están desalentados.

¡Existe realmente —¡y de qué clase!— una crisis de autoridad!

Y no será fácil reanudar en todos los esla-, bones de la sociedad y de la Iglesia misma la cadena de la confianza.

Sería menester poner mayor fantasía y coraje, en lugar de predicar tanto sobre la obediencia. Si, por ejemplo, nos damos cuenta de que gastando mucho dinero para construir una Iglesia monumental se escandalizan los jóvenes, convendría esperar tiempos mejores para construirla. Y si el Pueblo de Dios está maduro

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y tiene necesidad de desarrollar su autonomía en el plano político y su libertad en los ordenamientos civiles, contentémonos con dar consejos y dejémonos de órdenes.

No siempre es posible, por desgracia, hacer coincidir la ley religiosa con la ley del Estado, y el respeto de los cristianos y la tolerancia con quien peca no es cosa de poca monta para quien es seguidor de aquél que se dejó matar por los malvados: Jesús.

* * *

¡Cuan difícil es confiar en el hombre que es mi hermano!

¡Qué gimnasia interior he de hacer para convencerme de que de él, precisamente de él, aunque sea ahora y todavía un capitalista como Zaqueo o una prostituta como la Magdalena, puede nacer el santo de mañana!

La señal de mi vejez está precisamente en no tener confianza en los jóvenes de mañana.

Sería señal de vejez de la Iglesia no esperar que la salvación está ya realizándose, también en nuestra generación, y que el Espíritu ha puesto los fundamentos de la misma lejos de mí, en la extrema periferia del mundo, sobre el último pobre capaz de aceptar «como pequeño resto de Israel», la venida del eterno

20}

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Mesías, el Cristo de Dios, Jesús resucitado de entre los muertos.

Sí, debo tener confianza en el hombre porque, confiando en él, doy pruebas de que confío en Dios.

Teniendo confianza en los musulmanes, doy pruebas de que creo en el significado de su historia, que también ha sido hecha por Dios partiendo del mismo Abraham.

Teniendo plena confiaza en los de lejos, hallo fuerzas para sentirlos ya en la única gran familia de la humanidad redimida por Jesús.

Teniendo confianza en quien no piensa como yo, encuentro la lima para mejorar mi pensamiento y reforzarme en la verdad.

Teniendo confianza incluso en los ateos modernos, encuentro en ellos la sosa cáustica para borrar de mis estructuras religiosas toda la sobrecarga mítica, todos los apegos supersticiosos, reduciendo mi esperanza al anuncio puro y simple del Evangelio.

Confiando en el hombre y en sus capacidades de conversión, testimonio en la vida mi confianza en Dios.

204

VIII. PORQUE TU ERES MI PADRE

En la primera Alianza hecha con el hombre, Dios propuso al hombre que viviera las realidades invisibles de que era imagen el matrimonio.

Yavé fue esposo de Israel, y era el orgullo del pueblo la intimidad nupcial con él, cuya expresión más bella era el Cantar de los Cantares.

En la segunda Alianza hubo una propuesta diversa: la de la paternidad de Dios.

En efecto, Jesús, hablando de Dios, ya no se servirá de la imagen del esposo, sino que lo llamará Padre.

Cuando recéis, rezad así: «Padre nuestro». Cristo es Hijo. Dios es el Padre. Al hombre se le propone que se haga hijo,

como Jesús lo era.

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«A cuantos le recibieron dioles poder de venir a ser hijos de Dios..., que no de la sangre, ni de la voluntad carnal, sino de Dios son nacidos».

(Jn 1,12.13)

Debo confesar que mi apego a la relación Yavé-Israel, que sentía dentro como unos esponsales con Dios, me retrasó la comprensión y valoración de la nueva realidad propuesta por Jesús en el Evangelio.

No lograba aferrar toda su amplitud. Mi teocentrismo radical me oscurecía la rea

lidad en que estaba inmerso. Completamente absorbido por la búsqueda

de la visión de Dios, olvidaba al hermano que estaba a mi lado y me parecía cosa de poca importancia ocuparme de él.

Luego sobrevino un relámpago —recuerdo el día—, y por primera vez dije el «Padre nuestro» de manera diferente.

Jesús, al proponerme el tema de la paternidad de Dios, no cambiaba la relación de Israel con él —marchaba perfectamente aquella intensidad—, sino la relación con los berma-nos.

Si Dios era padre, era padre no de una minúscula familia y de pequeños intereses humanos.

206

Si Dios era padre, quería decir que sus hijos eran verdaderamente hermanos míos no «en la carne ni en la sangre», sino en la nueva realidad divina que me proponía Dios mismo.

De ahora en adelante ellos, mis hermanos, eran de naturaleza divina y el desinteresarme de ellos, ofenderlos, o no servirlos, tenía la misma gravedad que el desinteresarme, ofender, o no servir al Padre.

Por primera vez sentía en la carne la unidad entre el primero y el segunda mandamiento.

¡Cuántas veces lo había oído decir! Esta vez lo sentía dentro.

Es una cosa completamente distinta.

* * *

Jesús, diciéndome que Dios es padre, asienta las bases de la divinidad de toda la familia humana y lleva a sus extremas consecuencias las relaciones entre los hombres.

Bajo esta luz es como se entiende la violencia y la drasticidad del capítulo 25 de Mateo.

«Apartaos de mi, malditos, al juego eterno, porque tuve hambre, y no me disteis de comer...»

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No quitar el hambre a mi hermano, negarle el pan es como negar el pan a Dios mismo que pasa a mi lado y me tiende la mano.

El pecado contra el hombre es el mismo pecado contra Dios.

Entrambos son de la misma familia. Que, por otra parte, es la mía. No hay posibilidad de escapar: mi hermano

es verdaderamente, con todos los títulos, mi hermano.

El aspecto de la humanidad cambia de rostro. Ahora digo: Quiero la unidad de la familia humana.

No puedo tener dinero, si me lo pide mi hermano.

Si tengo dos vestidos, debo dar uno a quien no lo tiene.

La igualdad de todos es ley religiosa. La fraternidad universal, la tensión cons

tante.

* * *

, Pero hay más aún. Mi hermano es Iglesia conmigo porque la

Iglesia es precisamente señal de aquella reunión universal y celeste a que hemos sido llamados como hijos de Dios y hacia la dial nos encaminamos.

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Todo se ilumina con nueva luz. Mi hermano es sacramento de la Iglesia,

signo visible de mi amor. He de compartir con él el pan de la tierra

y el pan del cielo. Comparto con él la oración y el trabajo, la

solidaridad humana y la caridad divina, los bienes visibles y los invisibles.

La Iglesia se convierte en la más estupenda de las reuniones, en la comunidad más perfecta.

El lugar de Dios y de los hombres. La presencia de Cristo. El ágape del amor. La señal del banquete celestial.

* * *

El cristianismo surgió como Iglesia - comunidad - reunión.

Los primeros cristianos se encontraron como comunidad. Ahí están las comunidades de Je-rusalén, de Antioquía, de.Efeso, de Alejandría, de Tesalónica.

Y se encontraban, según dicen los Hechos de los Apóstoles, con cuatro inconfundibles características:

14. l'ADkE

209'

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1. Perseveraban en oír la enseñanza de los apóstoles (He 2,42).

2. Eran fieles a la oración. 3. Partían el pan. 4. Todo lo tenían en común, hasta el pun

to de que... no había entre ellos indigentes (He 4,32.34).

* * *

¡Qué estupenda proposición! ¿Por qué no renovar en nuestros tiempos

tan gran esperanza? ¿Un milagro semejante? ¿No sería el modo de salir de una vida sin

sentido, de una rutina que asfixia, de estructuras que nos envejecen?

Vivir una Iglesia verdadera. Construirse una comunidad que refleje lo

que dice Lucas, desde el obispo hasta el último campesino perdido en una aldea.

Nadie debiera quedarse sin comunidad. Cada uno debiera esforzarse en construirla. El obispo abandona al amanecer su habi

tación y baja a la capilla para rezar. No debería encontrarse únicamente con los

familiares de costumbre. En torno a él debería estar su presbiterio, que es su comunidad, como lo era para Agustín de Hipona.

210

Y precisamente en esa auténtica comunidad es donde está el ambiente de su oración. La palabra de Dios había que partirla juntos, con calma, largo tiempo, como pan cotidiano e inspiración de vida.

Vayamos ahora a una parroquia normal. Existen en ella algunas comunidades religiosas, quizá minúsculas e incapaces de llevar una vida propia, grupos de militantes al comienzo de su vida espiritual.

¿Por qué, por ejemplo, no comenzar el día con el oficio de laudes, recitado juntamente?

¿Por qué ha de decir el oficio cada uno por su cuenta?

¿No sería mejor reunirse todos juntos y tener una hora de auténtica oración, confiando a uno más competente la exégesis de la palabra y tratando de hacer comunidad lo más cálidamente posible?

Yo creo que ha llegado la hora de pensar seriamente en ello.

Todos los cristianos de fe deberían sentirse pertenecientes a una verdadera comunidad de oración.

Si la parroquia es viva, la comunidad ya está hecha; pero si está muerta o reducida ¡i los funerales, es menester comenzar por comunidades homogéneas, basadas en la amistad, en la solidaridad, y así sucesivamente, hasta

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la comunidad de bienes y el partir juntos el pan.

Y aquí quisiera decir unas palabras un poco fuertes.

Sacudámonos el miedo. Se diría que ciertos organismos se creen de

tentadores absolutos de la novedad. Si una comunidad no nace en su casa, ha

cen todo lo posible para no reconocerla. Hacen lo contrario de lo que hicieron los

apóstoles. Cuando oyen decir que en Antioquía había

surgido un grupo de paganos que se reunían en el nombre de Cristo, no se ofendieron ni lo boicotearon, sino que enviaron a Bernabé.

Y Bernabé «así que llegó y vio la gracia de Dios, se alegró» (He 11,23).

¿Hay que alarmarse necesariamente siempre que en la parroquia nace algo nuevo?

¿Habrá que creer que el Espíritu está sólo con quien está constituido en autoridad?

Y, por otra parte, una palabra igualmente fuerte va dirigida a esos grupos-Iglesia que surgen sin relación alguna con el párroco o con el obispo, así..., como si lo hubieran decidido de antemano.

Con demasiada facilidad se olvida uno de los elementos —y en los Hechos de los Apóstoles está enumerado en primer lugar—1- bási-

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eos de la Iglesia: «Perseveraban en oír la enseñanza de los apóstoles».

Esto es grave y, ciertamente, no entra en el Espíritu de Cristo.

Pues si podemos augurar que los obispos tengan cada vez más confianza y estén abiertos a las novedades, a fin de que «no se apague el Espíritu», debemos impulsar a los diversos grupos espontáneos que surgen a tener confianza en los obispos y comprometerlos en este gran trabajo de renacimiento y de comunión de la Iglesia.

Y esto, no para obtener los habituales «permisos» o ganarnos untuosas complacencias, sino para ejecutar fielmente lo que Cristo quiere de nosotros.

No hay Iglesia sin obispo y no estamos ciertamente en la voluntad de Dios si prolongamos demasiado tiempo situaciones anormales.

El cardenal Pellegrino dijo con feliz expresión: «Caminemos juntos», y este modo de pensar parece no ser otro que el comentario moderno de aquello que decían los Padres y que tan bien resumía san Agustín: «Yo con vosotros soy cristiano y para vosotros soy obispo».

* * *

213

Page 108: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

Hacerse una comunidad. Vivir en una comunidad que sea vida, amor,

oración, Eucaristía, servicio. Sobre todo que sea Iglesia. ¿Cuando podemos decir que un agrupamien-

to de hombres y de mujeres, de jóvenes y viejos, se convierte en Iglesia?

¿Qué diferencia hay entre un grupo-Iglesia y un grupo cualquiera que se reúne por motivos deportivos, culturales, políticos, terapéuticos?

La respuesta es sencilla. El grupo se hace Iglesia cuando se reúne

en torno a la Palabra, como la primera Comunidad (cf He 2,42).

Es la Palabra de Dios, proclamada en la comunidad, la que atrae al Espíritu.

Y es el Espíritu del Señor el que hace la Iglesia.

Y en la Iglesia encontramos los auxilios necesarios para avanzar en el amor.

En la Iglesia encontramos la unidad. Hallamos la Eucaristía. En ella alimentamos nuestra fe, vivimos la

esperanza, hacemos más verdadero nuestro amor.

Sin Iglesia es difícil vivir. Si os preguntáis seriamente por las dificul

tades actuales vividas por los cristianos, debéis

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admitir que provienen en su mayor parte del aislamiento en que viven.

No tienen Iglesia y, si la tienen, es una esclerotizada comunidad parroquial hecha solamente para las estadísticas ilusorias.

Cuántos jóvenes no encuentran ya en la parroquia una agrupación viva que les sirva de Iglesia.

En las mismas comunidades religiosas, ¿cuántos individuos viven aislados en una realidad agonizante por falta de unidad, de oración o de amor?

Son conventos, pero no comunidades de oración.

Son monasterios: rezan sin amarse. Son familias: no tienen comunicación. ¡Qué muerte es para la Iglesia universal este

estado de cosas! ¡Sacerdotes que no tienen amigos y que re

zan solos! Obispos en sus capillas privadas recitando

vísperas en soledad.

La señal de la muerte de la comunidad cristiana es precisamente esto: celebrar la liturgia sin comunidad, como asunto privado,

Es inconcebible. Es como hacer una comida solos habitual-

mente.

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Page 109: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

Es una grave señal de vejez o de incapacidad para entender las cosas... o de egoísmo.

* * *

Y para terminar con el tema de la comunidad-Iglesia, voy a permitirme insistir todavía sobre una cosa.

No debemos atrincherarnos tras el acostumbrado estribillo: a mí no me incumbe - aquí no se mueve nadie - escosa del párroco, del obispo o de mi madre.

Yo pienso que nos incumbe a todos. La primera señal de conversión con que se

demuestra que hemos comprendido lo que es la Iglesia es no considerar Iglesia sólo al Vaticano o la diócesis, sino a cada uno de nosotros.

¡Somos Iglesia! Cada uno de nosotros es Iglesia. ¡Qué fuerza se lograría si todos los cristia

nos repitieran: «Yo soy Iglesia»! Y cada cual aportase su grano de arena a la acción del obispo diciendo: A mí me incumbe.

Ahora empiezo. Ahora trato de hacerme una comunidad. No quiero seguir solo. Quiero buscar mi camino con otros. Vivir mi vida.

216

Aunque seamos pocos, quiero empezar. Rezaremos en las casas. Leeremos la Biblia juntos. Celebraremos la Eucaristía como los prime

ros cristianos. Nos ayudaremos. Pondremos en común el mayor número de

nuestros bienes. Será una vida iluminada por el Evangelio. Y pienso también que el terrible y angus

tioso problema de las vocaciones sacerdotales encontraría en estas comunidades su puesta en marcha.

Una comunidad de oración, una comunidad-Iglesia que vive intensamen

te la fe se convierte automáticamente en un seminario. Allí donde se anuncia la Palabra está el Espíritu, y la misión del Espíritu es hacer Iglesia y distribuir los carismas.

Estoy plenamente convencido de que el ca-risma del sacerdocio se manifestará de ahora en adelante en estas comunidades maduras de fe y de oración, más que en esos desvaídos y anémicos colegios de muchachotes reunidos solamente por el miedo a que falten las vocaciones.

Las comunidades vivas y fecundas en nuestro tiempo, como la Comunidad de Taizé, de Base, las Comunidades Neocatecumenales, los

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Cursillos de cristiandad, los Grupos de Comunión y Liberación, las Comunidades de san Gil, los Grupos Pentecostales, la Pro Civi-tate Christiana, las diversas Fraternidades que se inspiran en el Padre de Foucauld y las muchas comunidades de base no tienen problemas de vocaciones. Tienen los sacerdotes que necesitan y quizá sobran.

Pero ¿por qué temer? Dios es Dios y no dejará que le falten a

su Iglesia los pastores que necesita.

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CONCLUSIÓN

Hemos llegado al final de nuestro trabajo. He deseado escribir este libro como si fue

ra mí testamento. Ya estoy cerca de la meta y mi carrera está

para terminar. Me ha resultado dulce y fácil hablar de mi

Padre. La extraordinaria verdad sobre la paterni

dad de Dios y más aún sobre nuestra elevación a hijos suyos me ha cautivado y consolado.

He hallado en ella la explicación de lo que he experimentado en la oración, como comunicación y contemplación: la auténtica gestación en el seno de Dios.

No hay límites para su dignidad y no hay palabras que puedan expresar su importancia.

Si rezo, ahora sé que lo puedo hacer porque soy hijo.

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Page 111: Carretto, Carlo - Padre Me Pongo en Tus Manos

Si no fuera hijo, no podría rezar porque no hallaría la comunicación.

Es en algún modo el secreto que quisiera legar a mis amigos, a fin de que no se desalienten cuando el cielo parece cerrado y las tinieblas demasiado espesas.

Que sepan que se trata de las tinieblas de un parto y que quien nos está engendrando gusta estar callado, para que la esperanza pueda nacer en todo su esplendor.

A nosotros nos incumbe la misión de ser fieles y solidarios especialmente en la plegaria áspera y dolorosa.

Y quisiera que fuéramos solidarios también como Iglesia.

En esta nuestra Iglesia que amamos, pese a sus debilidades y contradicciones continuas.

¿Qué haríamos sin ella? El misterio de la Iglesia es nuestro mismo

misterio de grandeza y de pecado, de santidad y de traición.

Jamás la he sentido tan viva y verdadera como ahora y tampoco he advertido sus durezas como ahora.

Pero nadie en el mundo tendrá la fuerza de separarme de ella, así como nadie tendrá la fuerza de separarme de Cristo.

Y en este espíritu querría pedir perdón a quien, entre mis hermanos, he podido escan-

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dalizar sin quererlo en estos duros períodos de prueba.

No es fácil vivir el Evangelio y seguir y ejecutar sus inspiraciones.

No es fácil aceptar responsabilidades ante la intransigencia de la propia conciencia y el respeto de todos y en particular de los que están lejos.

En ciertos casos es necesaria la comprensión recíproca, la confianza paciente y sobre todo una infinita tolerancia.

Jesús nos obliga a no juzgar, y jamás lo he visto tan necesario para la vida misma de la Iglesia.

Con el Concilio ha nacido una Iglesia mucho más madura que la Iglesia de nuestra infancia.

Una Iglesia donde el pluralismo es de casa, donde se respeta a todos, incluso a quien no cree.

Una Iglesia donde la caridad y la solidaridad por el hermano compromete mucho más que el culto y las purificaciones legales.

Una Iglesia que sea Evangelio. Una Iglesia que sea esperanza. Una Iglesia que sea amor.

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APÉNDICE

EVANGELIZARON Y COMPROMISO POLÍTICO

1. La Misión de evangelización en la Fraternidad

1 - Los Hermanitos del Evangelio son llamados por Jesús a seguir el camino del Evangelio amando a Dios con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas, y amando a los hombres como hermanos suyos con el impulso de este amor que se llama Caridad, que tiene su fuente en el corazón de Cristo.

Esta vocación exige, en la contemplación del Misterio de Jesucristo, «pobre de Yavé», una predilección por los pobres.

2 - Este único amor, con sus aspectos indisolublemente ligados entre sí, fue vivido por Cristo, modelo único, en Nazaret, en el desierto, en su vida de obrero evangélico y final-

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mente en su muerte en cruz. Este amor se convierte en nosotros en fuente que brota de nuestra vocación para la evangelización. En la fe operante del amor, nosotros recibimos esta misión de Cristo vivo en su Iglesia. Quien ama profundamente a una persona, desea apasionadamente hacerla conocer y amar por los otros; así, quien ama a sus hermanos desea compartir con ellos su inmensa riqueza y felicidad: Cristo.

3 - Evangelización quiere decir: testimoniar la muerte y resurrección de Jesucristo en vista de la «salvación» del hombre, salvación que es liberación total del hombre de todas las esclavitudes y que es realizada a través de la edificación de Cristo: la Iglesia. La evangelización es el anuncio del reino de Dios manifestado entre los hombres en la conversión permanente y en la fe, cada vez más viva, bajo la guía del Espíritu. Este testimonio se da con la palabra y con la vida.

4 - La evangelización tiende a reunir a los hombres en la unidad de una comunidad de paz y de hermandad universal, de la que la Iglesia es signo visible y sacramento y que sólo se realizará plenamente en la Vida Eterna. La Fraternidad, como el mismo nombre indi-

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ca, atiende en manera particular a esta amistad entre los hombres y, siguiendo el ejemplo de las primeras comunidades cristianas, trata de dar a conocer nuevas comunidades vivas. Estas comunidades realizan localmente la misión de la Iglesia como signo de una nueva sociedad y el anuncio profetice del más allá.

5 - Los Hermanitos del Evangelio viven su misión en la mayor comunión posible con la Iglesia local y en el respeto de los valores humanos y culturales de la población. Esfuércense, pues, en discernir de qué manera pueden ser estos valores piedra de espera para una vida cristiana. En el modo de evangelizar, los hermanos guardarán respeto a la libertad de la persona y al trabajo del Espíritu en los corazones.

6 - En la obra de evangelización, el testimonio con la palabra no será siempre e inmediatamente posible; no obstante es la meta de toda la vida del mensaje evangélico. El testimonio con la vida es siempre indispensable y actualizable, si bien no siempre podrá ser recibido. Es deber de toda fraternidad, de acuerdo con los hermanos de la misma región, descubrir el modo y los tiempos para anunciar explícitamente a Jesucristo. Los di-

15, PADRE

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versos modos de evangelización pueden caracterizar la fraternidad y son el fruto de una vocación común, expresión de la riqueza de la Fraternidad.

7 - En el desapego de sí mismos y de sus propias ideas los hermanos deben aceptar ser amaestrados por los pobres entre quienes viven y recordarán que el Señor se revela de manera particular a los pequeños. Participando en su vida, en sus trabajos y en sus luchas, aprenderán a comunicar sus riquezas de hospitalidad, humildad, sencillez, paciencia y tolerancia.

Así, con frecuencia, los pobres empujarán a los hermanos a ser más fieles al Evangelio y a descubrir con más claridad las exigencias concretas del amor. Exigencias «del portage» del dar y del recibir, del caminar juntos en la solidaridad exigida por la amistad.

8 - Cuanto más radicales sean los hermanos en el único amor, más se fundamentarán las exigencias de Consagración Religiosa de su vida Contemplativa y Misión de evangelización en el mismo acto de comunión con Cristo y de obediencia a la misión recibida del Padre.

Por ende, la vida Eucarística y el sentido^

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de la oración, elementos específicos de su vocación religiosa, señalarán así el modo específico de evangelizar al hombre.

2. En total consagración a los pobres

9 - Fieles al Carisma que la Fraternidad ha recibido del Hermano Carlos de Jesús, los hermanos se dedican particularmente a la evangelización de los pobres. Este término de pobres ha de entenderse en el sentido que le da el Evangelio y el sentido común más evidente. Por tanto, se trata de hombres efectivamente pobres o considerados socialmente como tales, por ejemplo, marginados, primitivos, minorías oprimidas, gitanos, etc. Cuando los hermanos van a estas poblaciones más abandonadas o alejadas de la Iglesia y de la fe, elijan siempre, y en la medida de lo posible, a los más pobres, según el ejemplo del Hermano Carlos de Jesús.

10 - La consagración de la Fraternidad al amor y a la evangelización de los pobres exige, para ser auténtica, una elección radical sin compromiso en favor suyo y con ellos, tanto en el plano social como en el político. Ciertas situaciones de evangelización pedirán a

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los hermanos una colaboración para el desarrollo integral de- una población. En esta colaboración procurarán caminar con esta gente ayudándola a tomar progresivamente su destino en las propias manos.

31 - Esta elección coherente de la fraternidad en favor de un ambiente pobre exigirá una transformación de la mentalidad, de las nociones y del estilo de vida de los hermanos, de modo que los pobres se sientan a gusto en los contactos con la fraternidad. Esta será la señal de la autenticidad de su consagración y de su fidelidad a la imitación de Jesús en Na-zaret. Esta elección de preferencia no impide a las fraternidades ser acogedoras para todos, tanto para los ricos como para aquellos de clases inferiores, a imagen de un árbol que tiene sus raíces en plena tierra y cuyas ramas abarcan un amplio radio. En efecto, el amor debe ser universal como el de Cristo, que ha venido para todos los pecadores y por consiguiente para todos los hombres. Este amor, iluminado por la fe. reconoce la dignidad de todos los hombres creados a imagen de Dios y llamados por Cristo a entrar en la fraternidad universal expresada en la repartición de los bienes, excluyendo toda desigualdad escandalosa.

22

12 - La fidelidad de los hermanos a la enseñanza de Jesús debe llevar en toda ocasión i una crítica inexorable, pero evangélica, de la sed de riquezas que hoy representa para el hombre la mayor idolatría; sed acompañada a menudo por la del poder o la del placer. Esta crítica consiste por un lado en amonestar a los pobres del peligro de esta idolatría (distinguiendo netamente esta sed de riqueza de las legítimas aspiraciones a una vida más humana); por otro lado consiste en hacer que los ricos que frecuentan la fraternidad se sienta)! profundamente interpelados por el Evangelio por el hecho mismo de su riqueza. Esta interpelación debe realizarse en un ambiente de verdad respetuosa de la persona, pero con energía y sin equívocos, de manera que esos ricos no puedan seguir gozando de su riqueza con una conciencia adormecida. Si el testimonio de la fraternidad no se reafirma en este sentido, no sólo se registrará una traición a los pobres, sino también a los mismos ricos, porque éstos no podrán entrar en el reino de Dios si no logran, por amor a la justicia, entrever el deber de la igualdad y hacer lo más posible, en su situación propia, para cumplir este deber. La Iglesia revela una parte de su ministerio a los mismos ricos cuando se acerca a los pobres.

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13 - Las exigencias del amor y de la justicia llevarán a .menudo a los hermanos, en comunión con los pobres, a denunciar en la paz y en la verdad, pero con coraje y firmeza, todo tipo de injusticias, tanto sociales como personales o institucionales en que se vean envueltos, sabiendo asimismo que esta actitud podría llevar a consecuencias penosas e incluso a rupturas dolorosas e inevitables. En estas ocasiones se acordarán de las palabras del Hermano Carlos de Jesús: «No tenemos derecho a ser perros mudos, debemos gritar cuando vemos el mal».

14 - Los hermanos serán igualmente sensibles a las necesidades de los hermanos del tercer mundo, no perderán de vista la urgencia de ciertas situaciones de injusticia y de opresión, contribuyendo a sensibilizar la opinión y a despertar una conciencia colectiva política sin la cual la injusticia internacional no podrá ser superada.

3 . ' Dimensión social o política del compromiso evangélico

15 - La misma misión de la evangelización, para ser llevada a efecto, comporta la reali-

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zación de la caridad y de la justicia, que, para ser auténtica, debe atender al hombre completo, cuerpo y alma, tanto en su vida personal como en sus relaciones sociales. La evangelización tiende, a través de la conversación del corazón, a la destrucción del pecado y a extender el reino del amor doquiera exista el mal y las consecuencias del pecado.

La Iglesia, en sus últimos documentos, ha manifestado la preocupación porque el mundo actual sea iluminado por el Evangelio, de manera que la conversión pueda alcanzar todos los aspectos de la vida humana, tanto personal, como conyugal, social, económica o política. Sin esta toma de posición clara, la realidad de la fe corre el peligro de perder su. vigor y consistencia, sobre todo en aquellos; países en que las situaciones de injusticia son tan intolerables que lo esencial del mensaje evangélico perdería en este caso su credibilidad.

16 - Esta actitud profética de denunciar el mal y la injusticia debe ser común a toda la fraternidad, así como a la Iglesia. Con frecuencia un no obrar es ya un hacer. Ciertas situaciones exigirán gestos concretos y un compromiso más activo con los pobres en vistas a una lucha contra las estructuras de opresión,

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y un compromiso de trabajo para establecer así una sociedad- humana. Nosotros procuraremos informar al obispo y a los sacerdotes (es decir, a la Iglesia local), a fin de que tomen conciencia de la situación de real injusticia en que se hallan los pobres.

1.7 - El Evangelio supera cualquier ideología y no debe confundirse con ninguna de ellas. Se distingue por su exigencia ilimitada de amor, por su concepción del hombre y porque no se limita a una liberación temporal. Jesús, en cierto sentido, demostró su desapego en relación a la liberación política para señalar a su tiempo la trascendencia de su mensaje; sin embargo, el Evangelio, actualizado hoy como en todos los tiempos por la enseñanza de la Iglesia iluminada por el Espíritu Santo, exige que los discípulos de Cristo trabajen generosamente en la construcción de la ciudad terrena, así como en la realización del amor en una sociedad comprometida en sus problemas concretos.

]# - La colaboración con hombres que profesan una ideología socio-política exige por parte nuestra, como deber de verdad, salvaguardar en esta acción la trascendencia del Evangelio. El Evangelio así respetado nos permitirá ha-v

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cer una investigación en la ideología y someterla a la luz de la palabra de Dios. Nosotros debemos aceptar en. nuestra vida de religiosos y mensajeros de Cristo la tensión que constantemente será evidenciada por las dificultades de vivir concretamente todas las dimensiones del Evangelio y de la fe, por el hecho de que estamos llamados a vivir nosotros mismos, injustos y pecadores, en una sociedad injusta y materialista.

19 - La tendencia hacia una socialización más respetuosa de los derechos de la persona en una participación más real y libre de cada uno en el plan común es una ventaja en la línea de las exigencias evangélicas de comunidad, igualdad y verdadera fraternidad.

Cualquier actividad, aunque sea muy limitada, que se proponga el mejoramiento de las relaciones humanas y de las estructuras socio-políticas que las condicionan, supone una cierta posición ideológica. No obstante, la visión política que orienta la acción de los hermanos o el trabajo de concientización, no exige que ellos abracen un sistema ideológico con la aceptación de la posición filosófica sobre la que se basa. Será con frecuencia más conforme a su vocación la búsqueda concreta, en solidaridad con la gente, como puedan, en una

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situación existencial, ayudar a sus hermanos a realizar, con solidaridad, estructuras más favorables a la justicia.

20 - El compromiso de los hermanos por el progreso de la evangelización, así como por el político, deberá hacerse en constante solidaridad de camino y de acción con la gente, respetando sus iniciativas y de acuerdo con los hermanos de la región. Ellos se esforzarán en permanecer suficientemente lúcidos para ayudar a los pobres a fin de que no sean ins-trumentalizados y manipulados por los sistemas ideológicos o también por los partidos en detrimento de la libertad y de la responsabilidad que deben conservar en beneficio propio.

21 - Será, pues, deber nuestro, conforme a nuestras posibilidades, informarnos suficientemente sobre la situación social y política de nuestro país así como sobre los problemas concernientes, en manera particular, a la población a la cual nos hemos consagrado, de suerte que alcancemos esta competencia política en el sentido completo (es decir, condición de la ciudad terrestre), que no podrá ser reservada a una minoría privilegiada, pero que para el pueblo es condición indispensable para la promo-

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ción en la responsabilidad de su mismo destino.

4. Jesús y su reino: nuestro pensamiento dominante

22 - Las actividades políticas no deben ser nunca nuestro pensamiento dominante ni para facciones exclusivas; será nuestra primera preocupación el anuncio de Jesucristo para la construcción de la comunidad cristiana. La profun-dización de la conciencia de nuestra identidad religiosa y de nuestra misión específica de evangelización requiere por parte nuestra una competencia bíblica y teológica que habrá que adquirir y conservar de modo permanente. Con estas condiciones podremos realizar en nuestra vida el equilibrio entre las diversas actividades temporales o espirituales. Todas estas actividades deberán ser concebidas y realizadas por nosotros como exigencias de un solo amor y de una sola unión de evangelizadores.

23 - A imitación de Jesús, que no tuvo miedo de consagrar su tiempo a encontrar íntimamente a la samaritana, la mujer adúltera, Nicodemo y su compañero de miseria en la cruz, los hermanos, lejos de dejarse dominar

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por la preocupación de la colectividad o de la vida comunitaria,' harán todo lo posible para dejar espacio para el trato personal, en el cual cada uno podrá expresar amistad; trato que con frecuencia se convierte en circunstancias de conversión e intercambio de pareceres y señal del amor de los discípulos de Cristo entre sí.

24 - La fidelidad a la fe de la Iglesia, a la amistad personal con Jesús y a la oración alimentada con la palabra de Dios y el pan eucarístico, la necesidad de comunicar estos valores a los hombres a los que somos enviados, el ejemplo y los escritos del hermano Carlos, el contacto con los pobres más capaces de acoger el misterio de Dios, la apertura fraterna entre todos y en particular hacia los responsables de la fraternidad, y por fin la disponibilidad de corazón para dejarse guiar por el Espíritu Santo, nos ayudarán a permanecer fieles a nuestra vocación en su dimensión total, pese a nuestras limitaciones y a los errores prácticos.

25 - La fe en la Iglesia y en su misión confiada por Cristo y la convicción de que no podemos encontrar a Cristo sino en la Iglesia, es una visión que se impone a cada

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uno y al conjunto de la fraternidad. Cualquiera que sea la naturaleza de nuestras actividades, no pertenecen a ninguno de nosotros. Las hemos de cumplir en nombre de la Fraternidad para la realización de un proyecto común, en comunión de espíritu y de obediencia a nuestros hermanos, a nuestros responsables, a la Iglesia local y a nuestro obispo.

26 - La consagración total de una fraternidad a la evangelización de los pobres no exigirá siempre de todos los hermanos una actividad de orden político, sin poner por ello en duda su elección fundamental en favor de los oprimidos. Este podría ser el caso de un país que no acepta ninguna actividad en el campo político. Podrá ser también el caso de una fraternidad consagrada a un ambiente pobre, pero ya consciente de sus responsabilidades políticas. Compartiendo esta elección, la Fraternidad responderá sobre todo a las esperanzas de los que piden, casi exclusivamente, un testimonio de la fe y del valor contemplativo.

5. Diversos aspectos de un mismo cansina

27 - La vocación de los Hermanitos del Evangelio para la evangelización de los po-

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bres con sus consecuencias a nivel temporal, se basa en la fiel contemplación del misterio de Cristo y de las realidades invisibles del Reino de Dios. Esta vocación de la Fraternidad corresponde a la vida y al espíritu del hermano Carlos de Jesús en su deseo de imitar a Jesús.

Comporta en particular tres valores específicos: fraterna presencia de amistad entre los hombres, en el espíritu del misterio de Naza-ret —períodos de oración y de intercesión más intensos con Jesús en el desierto—, por fin, unión íntima a Jesús vivo y presente en la Eucaristía. Este sacramento del Señor es siempre para el corazón de la Fraternidad fuente de oración y de comunión fraterna.

28 - Los casos particulares y ciertas vocaciones personales habrán de verificarse por el regional con el consentimiento de sus hermanos y eventualmente por el prior. Se deberá juzgar teniendo en cuenta la situación particular de los acontecimientos con una apertura de espíritu, pero al mismo tiempo con la exigencia de fidelidad a la vocación fundamental de la fraternidad.

28b - El carisma que hemos recibido del hermano Carlos, autenticado por la Iglesia y

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vivido por las fraternidades, contiene un mensaje espiritual original. Este mensaje no es un bien nuestro, sino bien de la Iglesia, está confiado a nuestra responsabilidad y fidelidad. Nosotros somos sus servidores y debemos estar dispuestos, con espíritu de servicio, a compartirlo con todos los que sienten sus exigencias.

A estas aspiraciones, la Fraternidad, bajo la responsabilidad de la fraternidad central y del regional, debe responder del modo más apropiado a la región, a la situación especial de la Iglesia, respetando las vocaciones legítimas de los hermanos. No obstante, deberemos estar vigilantes, de suerte que estas orientaciones no vayan a sofocar la elección radical en favor de los oprimidos, sino que, por el contrario, puedan dar una aportación para la unidad de la vocación.

29 - La unidad entre estos diversos aspectos de la vocación de la Fraternidad, unidad que es realizada en la persona misma de Jesús, corresponde a una necesidad de nuestra sociedad moderna, tal como es dirigida a la expectativa de los pobres, de los jóvenes y de la Iglesia misma. Ante las ruinas acumuladas por los países ricos, frente a la mentalidad materialista arraigada en nuestro egoísmo, fren-

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te a un sistema que por una parte explota a los pobres en su mismo país y en los países del tercer mundo, y por otra parte encierra a los ricos en el individualismo y en Ja idolatría de la riqueza y, como consecuencia, en la negación práctica de Jesucristo, hijo de Dios, y por consiguiente de la oración de la gratuidad y por ende de los valores de justicia, de paz, de amor, la unidad de la fraternidad podría dar una respuesta apropiada.

30 - Este documento ha considerado la misión de la evangelización en particular en sus relaciones con su inserción entre los pobres y el compromiso de tipo político. Otros aspectos de la vocación y misión de la Fraternidad serán estudiados en otra parte.

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Í N D I C E

PRÓLOGO

El miedo es señal de que no te dejas guiar por el espíritu

PRIMERA PARTE

Padre Me pongo en tus manos Haz de mí lo que quieras Sea lo que sea, te doy las gracias Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo Con tal que tu voluntad se cumpla en

mí y en todas tus criaturas No deseo más, Padre 1

SEGUNDA PARTE

Te confío rni alma 1 Te la doy 1 Con todo el amor de que soy capaz 1 Porque te amo 1 Y necesito darme a ti 1

•y

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Ponerme en tus manos, sin limitación, sin medida 183

Con una confianza infinita 195 Porque tú eres mi Padre 205

CONCLUSIÓN 219

APÉNDICE: EVANGRLIZACTON Y COMPRO

MISO POLÍTICO

1.

2. 3.

4.

5.

La misión de evangelización en la fraternidad

En total consagración a los pobres Dimensión social o política del

compromiso evangélico jesús y su reino: nuestro pensa

miento dominante Diversos aspectos de un mismo ca-

risma

223 227

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235

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