Carpentier, Alejo Ecue Yamba O

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    Alejo Carpentier

    Ecue-Yamba-O

    Seix Barral

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    Direccin editorial: R. B. A. Proyectos Editoriales, S. A.

    Herederos de Alejo Carpentier Editorial Seix Barra!, S. A., 1986. para la presente edicin

    Crcega, 270, 08008 Barcelona (Espaa)Diseo de coleccin: Hans Romberg

    Primera edicin en esta coleccin: febrero de 1986Depsito legal; B. 808/1986 ISBN 84-322-2089-2ISBN 84-322-2159-7 (coleccin completa)Printed in Spain - Impreso en EspaaDistribucin: R. B. A. Promotora de Ediciones, S. A.

    Travesera de Gracia, 56, tico 1 08006 Barcelona.Telfonos (93) 200 80 45 - 200 81 89

    Imprime: Cayfosa, Sta. Perptua de Mogoda, Barcelona

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    Prlogo

    En un artculo de juventud, Carlos Marx define la vanguardia como una actividadfilosfica, situada en las avanzadas de la lucha social, vista como un factor poderoso en lalucha por una transformacin radical de la sociedad1. As: del mismo modo que la filosofahalla en el proletariado su arma material, el proletariado halla en la filosofa su armaespiritual. El sentido de la palabra vanguardia estaba, pues, perfectamente definido encuanto a lo intelectual desde los das en que Marx, en ese mismo texto (Crtica de lafilosofa del derecho de Hegel) traza un certero aunque breve cuadro de las mltiplesmanifestaciones de la ideologa conservadora y reaccionaria.

    Sin embargo, en la dcada 1920-1930, la palabra vanguardia, separadainesperadamente de su contexto poltico, cobra, por un tiempo, un nuevo significado. Anteun brote de ideas nuevas, en lo pictrico, en lo potico, en lo musical, los crticos y

    teorizantes califican de vanguardia todo aquello que rompe con las normas estticasestablecidas con lo acadmico, lo oficial y lo generalmente preferido por el buen gustoburgus. Y se llama vanguardista a todo pintor, msico o poeta que, independientementede cualquier definicin poltica, rompe con la tradicin en cuanto a la tcnica, invencin deformas, experimentos en los dominios de la literatura, el teatro, el sonido, el color, en buscade expresiones inditas o re-novadoras, animado por un juvenil e impetuoso afn deoriginalidad.

    As, nacen los ismos (vanguardismos) en todas partes. Tras delFuturismo italiano,delSuprematismo ruso, delCubismoparisiense (anteriores a la Primera Guerra Mundial),es elDadasmo nacido en Zurich hacia el ao 1917, pronto seguido por elUltrasmo espaol

    ,movimientos estos que no tardan en tener repercusiones en Amrica Latina, a partir de losaos 1922-1923, con el Estridentismo mexicano (en el cual se destacaron muy

    especialmente los poetas Manuel Maples Arce y Arqueles Vela...) y otros ismos, ms omenos diluidos, entre Buenos Aires y La Habana, en revistas que se titularon Proa, Hlice,Vrtice, Espiral, o, en Cuba, sencillamente: Revista de Avance (avance, por no decirvanguardia).Y, mientras aparecan los cdigos de tales movimientos con los libros muydifundidos que fueron, en nuestro idioma, El Cubismo y otros ismos de Ramn Gmez, dela Serna yLiteraturas europeas de vanguardia de Guillermo de Torre, naca en Pars, sobrelas ruinas de un Dadasmo que haba querido destruirse a si mismo, el que habra de ser elltimo y ms importante ismo artstico y potico de este siglo: elSurrealismo.

    Encarcelado por la polica de Machado en 1927, para burlar el tedio del encierro en laprisin que entonces se alzaba en Prado No. 1 (dndose el caso singular, surrealista sisemira bien, de que el siniestro edificio se inscribiera en la bella avenida que era el lugar de

    paseo preferido por la burguesa habanera de aquellos aos), pens en escribir lo que

    habra de ser mi primera novela: Ecue-Yamba-O, libro que se resiente de todas lasangustias, desconciertos, perplejidades y titubeos que implica el proceso de unaprendizaje. Para todo escritor es ardua la empresa de escribir una primera novela, puestoque los problemas del qu y del cmo, fundamentales en la prctica de cualquier arte, se

    plantean de modo imperioso ante quien todava no ha madurado una tcnica ni ha tenido eltiempo suficiente para forjarse un estilo personal. En ese momento, suele recurrirse a laimitacin ms o menos manifiesta de un buen modelo adaptado a las propias voliciones. De1900 a 1920 habamos tenido escritores, en Amrica Latina, que nos haban dado buenasnovelas ms o menos calcadas en cuanto a modos de hacer de los patrones delnaturalismo francs o del realismo galdosiano. Cambiaban los paisajes, la atmsfera;traamos los personajes a nuestro mbito, ponindoles otros trajes, tiendo su vocabulariode modismos, pero los procedimientos eran los mismos... Dos novelas vienen a romper, sinembargo, en menos de dos aos, nuestra visin de la novela latinoamericana: La Vorgine

    1Karl Marx, Sa vie. Son oeuvre. Editions du Progrs, Mosc, p. 52.

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    (1924) y Don Segundo Sombra (1926). Naca, en nuestro continente, una novelanacionalista, verncula, dotada de un acento nuevo (anunciado ya, en 1916, por Los deabajo de Azuela, sin olvidar algunas obras precursoras, pero que slo conoceramostardamente a causa de la incomunicacin editorial que entonces exista entre nuestros

    pases). Ah estaban, pues, los modelos. Ese era el rumbo. Pero ahora surga otroproblema: haba que servanguardista. La poca, las tendencias afirmadas en manifiestos

    estrepitosos, la fiebre renovadora (ms breve, lo veramos despus de lo que creamos...)nos imponan sus deformaciones, su ecologa verbal, sus locas proliferaciones demetforas, de smiles mecnicos, su lenguaje puesto al ritmo de la esttica futurista(porque, lo vemos ahora, todo sala de all...) que, al fin y al cabo, estaba engendrando unanueva retrica2. Pero muy pocos fueron los escritores cubanos de mi generacin unGuillen, un Marinello, notables excepciones que vieron dnde estaba la retricasubrepticia, aun sin preceptiva aparente, que se nos colaba, cosa muy nueva, y por nuevarevolucionaria, en un mbito donde an demoraban los efluvios preciosistas y musicalesde un modernismo nuestro, nacido en Amrica Latina, cuya presencia muy pocos aosdespus del paso de Rubn Daro por La Habana se detectaba todava en la obra de

    poetas que se contaban entre los mejores del momento.Haba, pues, que ser nacionalista, tratndose, a la vez, de ser vanguardista. Thats

    the question... Propsito difcil puesto que todo nacionalismo descansa en el culto a unatradicin y elvanguardismo significaba, por fuerza, una ruptura con La tradicin. De ahque la ecuacin de ms y menos, de menos y ms, de conciliacin de los contrarios, seresolviera, para mi hamltico monlogo juvenil, en el producto hbrido forzosamentehbrido, aunque no carente de pequeos aciertos, lo reconozco que ahora va a leerse... Ydebo decir que durante aos, muchos aos, me opuse a la reimpresin de esta novela quevio la luz en Madrid, en 1933, en una empresa editora3 recin fundada por tres hombrescuyos nombres mucho habran de sonar en un futuro prximo: Luis Araquistain, JuanNegrin y Julio Alvarez del Vayo. Y digo que me opuse a su reimpresin, porque despus demi ciclo americano que se inicia con El reino de este mundo, vea Ecue-Yamba-O como cosanovata, pintoresca, sin profundidad escalas y arpegios de estudiante. Mucho habaconocido a Menegildo Cu, ciertamente, compaero mo de juegos infantiles. El viejo Luis,

    Usebio y Salom y tambin Longina, a quien ni siquiera cambi el nombre supieronrecibirme, a m, muchacho blanco a quien su padre, para escndalo de las familias amigas,dejaba jugar con negritos, con el seorial pudor de su miseria en bohos donde la precariaalimentacin, enfermedades y carencias se padecan con dignidad, hablndose de esto yaquello en un lenguaje sentencioso y gnmico. Cre conocer a mis personajes, pero con eltiempo vi que, observndolos superficialmente, desde fuera, se me haban escurrido enalma profunda, en dolor amordazado, en recnditas pulsiones de rebelda: en creencias y

    prcticas ancestrales que significaban, en realidad, una resistencia contra el poderdisolvente de factores externos... Adems... el estilo mo de aquellos das! El benditovanguardismo que demasiado a menudo asoma la oreja en algunos captulos el

    primero, sobre todo!...No haba querido, pues, que esta novela volviese a publicarse hasta el da en que una

    editorial pirata de Buenos Aires lanz de ella, al mercado latinoamericano, una horrorosaedicin, colmada de erratas, de lneas saltadas, de empastelamientos, de la cual, paracolmo, se elimin la mencin final de lugar y ao Crcel de La Habana, agosto 19 de1927, con el evidente propsito de engaar al lector, hacindole creer que se trataba deuna obra reciente, posterior a El Siglo de las Luces, y, por lo tanto, ms actual. Dichaedicin circul por todos los pases de Amrica Latina, cruz el Atlntico, invadi las librerasespaolas, y fue reeditada piratera en cadena por una empresa uruguaya de cuyonombre no quiero acordarme.

    Y ya que el libro anda rodando por los reinos de este mundo, me resuelvo hoy aentregarlo a las prensas de la Editorial Bruguera, S. A., para que, al menos, cobre valor de

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    Vase, al respecto, el melanclico recuento que constituye la antologa: Los vanguardistasespaoles, de Buckley y Crisin, Madrid, 1973.3Editorial Espaa

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    documento, perfectamente fechado, explicado y ubicado por el presente prlogo, dentro dela cronologa de mi produccin.

    El primer captulo es visin vanguardista, como dije de un ingenio en plena zafra.Se dice que: hay guerra, all en Uropa. Guerra que es la del 14-18, en el comienzo del

    tiempo que dio en llamarse de las vacas gordas por la mirfica y breve ola de prosperidadque nos trajo la contienda. Se importan braceros haitianos y jamaiquinos; hay muchosemigrantes gallegos, bodegas de chinos, etctera, etctera... El nacimiento de Menegildose sita unos aos atrs, forzosamente, ya que se alude, ms adelante, cuando ya el

    personaje es hombre hecho y derecho, a una gran miseria que fue, para el pueblo, la de losltimos aos del machadato (cap. 34), con una vida de milagros, cada da renovada. Hayalusiones al latifundio y a sus procedimientos (cap. 6), y a la faramalla politiquera de los

    primeros aos de la Repblica intervenida (cap. 27). Hay un cicln que prefigura el quehabr de verse en El Siglo de las Luces. La secuencia delrompimiento igo se debe a loapuntado por m en ceremonias a las cuales asista en compaa del compositor AmadeoRoldan, cuando trabajbamos en el texto y msica de los ballets. La rebambaramba yElmilagro de Anaquill. (Desde entonces esas cuestiones se estudiaron a fondo, pero, dentro

    de un tratamiento que no aspira al rigor cientfico, lo descrito, en sus lneas generales,responde bastante exactamente a la realidad.) Los cuadros de la prisin son los quecontemplaba yo en los das mismos en que escrib el primer estado de la novela pocomodificado, aunque bastante ampliado, en la versin de 1933.

    Muerto Menegildo, nace un segundo Menegildo su hijo en el captulo final de lanovela. Ese tendr veintiocho aos en 1959. Habr visto otras cosas, habr odo otras

    palabras. Y, para l, otros gallos cantarn como hubiese dicho el sentencioso UsebioCu en el alba de una Revolucin que habr de darle su dignidad y dimensin de Hombre,dentro de una realidad nueva, sobre un suelo donde, hasta entonces, por el color de su piel,tal dimensin le era negada.

    ALEJO CARPENTIER

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    I

    INFANCIA

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    Alejo Carpentier 1Ecue-Yamba-O

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    Paisaje (a)Anguloso, sencillo de lneas como figura de teorema, el bloque del Central San Lucio se

    alzaba en el centro de un ancho valle orlado por una cresta de colinas azules. El viejo UsebioCu haba visto crecer el hongo de acero, palastro y concreto sobre las ruinas de trapichesantiguos, asistiendo ao tras ao, con una suerte de espanto admirativo, a las conquistasde espacio realizadas por la fbrica. Para l la caa no encerraba el menor misterio. Apenasasomaba entre los cuajarones de tierra negra, se segua su desarrollo sin sorpresas. Elsaludo de la primera hoja; el saludo de la segunda hoja. Los canutos que se hinchan yalargan, dejando a veces un pequeo surco vertical para el ojo. El visible agradecimientoante la lluvia anunciada por el vuelo bajo de las auras. El cogollo, que se alejar algn da,en el pomo de una albarda. Del limo a la savia hay encadenamiento perfecto. Pero hecho elcorte, el hilo se rompe bajo el arco de la romana. Habla el fuego: Por cada cien arrobas decaa que el colono entregue a la Compaa, recibir el equivalente en moneda oficial deequis arrobas de azcar centrfuga, polarizacin 96 grados, segn el promedio quincenalcorrespondiente a la quincena en que se hayan molido las caas que se liquidan... Lalocomotora arrastra millares de sacos llenos de cristalitos rojos que todava saben a tierra,pezuas y malas palabras. La refinera extranjera los devolver plidos, sin vida, despusde un viaje sobre mares descoloridos. De la disciplina de sol a la disciplina de manmetros.De la yunta terca, que entiende de voz de hombre, a la mquina espoleada por picos dealcuzas. Como tantos otros, Usebio Cu era siervo del Central. Su pequea heredad noconoca ya otro cultivo que el de la cristalina. Y a pesar del trabajo intensivo de lascolonias vecinas, la produccin de la comarca entera bastaba apenas para saciar los

    apetitos del San Lucio, cuyas chimeneas y sirenas ejercan, en tiempos de zafra, unatirnica dictadura. Los latidos de sus mbolos mbolos jadeantes, fundidos en tierrasolientes a rbol de Navidad, podan alterar a capricho el ritmo de vida de los hombres,bestias y plantas, imprimindole frenticas trepidaciones o inmovilizndolo a veces demodo cruel... En torno a un vasto batey cuadrangular, un casero disparatado albergaba alos braceros y dignatarios de la fbrica. Haba largos hangares con techumbre roja, dehierro corrugado, y paredes enjalbegadas con cal, destinadas a los trabajadores nfimos.Varias residencias burguesas promovan una competencia de columnitas catalanas ybalaustres de melcocha. La botica de don Matas, que exhiba anacrnicas bolas de vidriollenas de agua-tinta, estaba coronada por un anuncio de fotografa pueblerina, realzado porlas siluetas de tres caones coloniales y una jaula en que enflaqueca un mono rooso. Mslejos, sonrientes y decentitas como alumnas de un colegio yanqui, se alineaban algunas

    casitas de piezas numeradas y tabiques de cartn, enviadas de La Habana la semanaanterior y que seran ocupadas por los qumicos y empleados de la administracin. Nofaltaba un ridculo campanario semi-gtico, con estereotoma figurada, ni la glorieta decemento llena de inscripciones obscenas y dibujos flicos trazados a lpiz por los nios que,despus de cantar el hilno, aullaban al salir de la escuela pblica: La bola del mundo secay en el mar; ni tu padre ni tu madre se pudieron salvar... Una calle algo apartadamostraba los bohos que solan ocupar mujeres venidas cada ao a hacer la zafra. Y detrecho en trecho se erguan an viejas casonas de vivienda, de modelo antiguo, con susanchos soportales guarnecidos de persianas, puntales de cuatro metros y triple capa detejas criollas, onduladas y cubiertas de musgo.

    Tambin se vean dos o tres calles rectas, casi vrgenes de casas, desafiando lospalmares con sus aceras rajadas y sus arbolitos tallados en bola. Varias carrileras estrechas

    se zambullan en la lejana verde, partiendo de la boca del ingenio. Un terreno de pelota,feudo de la novena local, mostraba su trazado euclidiano invadido por los guizazos. Unzapato clavado en el home. Las romanas seccionaban el azur, semejantes a grandes

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    testeros luminosos. Mil alcachofas de porcelana relucan en brazos de los postestelegrficos. Transbordadores, discos, agujas y mangas de agua presentaban armas de lasguardarrayas. El balastro de las vas era un picadillo de hojas cortantes y secas. Surcandocampos de caa, alguna locomotora arrojaba bufidos de humo en el espacio... Todavaexista en alguna parte, solitaria y hendida, la campana que haba servido antao parallamar a los esclavos.

    Despus de varios meses de calma calma de alta mar sin brisa, al final de un otoocalcinado por polvaredas y aguaceros tibios, una brusca actividad cunda por las campiasen vsperas de Nochebuena. Los trenes venan cargados de cajas, piezas consteladas detuercas, tambores de hierro. Cilindros rodantes, pintados de negro, se alineaban en lascarrileras muertas. Los colonos iban y venan. En las tierras, en el casero, slo se pensabaen reparar carretas, afilar mochas, limpiar calderas y llenar de grasa las cazoletas defrotacin. La piedra gema bajo el filo del machete. Las bestias husmeaban con inquietud.Por las noches, a la luz de los quinqus, se vean danzar sombras de todos los bohos...Entonces comenzaba la invasin. Tropeles de obreros. Capataces americanos mascandotabaco. El qumico francs que maldeca cotidianamente al cocinero de la fonda. El pesadoritaliano, que coma guindillas con pan y aceite. El inevitable viajante judo, enviado por unacasa de maquinaria yanqui. Y luego, la nueva plaga consentida por un decreto de Tiburn

    dos aos antes: escuadrones de haitianos harapientos, que surgan del horizonte lejanotrayendo sus hembras y gallos de pelea, dirigidos por algn condotiero negro con sombrerode guano y machete al cinto. Los campamentos de cortadores se organizaban alrededor decabaas de fibra y hoja, que evocaban los primeros albergues de la Humanidad. Losrescoldos calentaban las bazofias de congr que negros doctos enpatu engulliran durantesemanas enteras. Despus llegaban los de Jamaica, con mandbulas cuadradas y over-allsdescoloridos, sudando agrio en sus camisas de respiraderos. Con ellos venan madamasampulosas, llevando anchos sombreros de plumas, tan arcaicos y complicados como losque todava lucen en sus fotografas las princesas alemanas. El alcohol a fuertes dosis y elespritu de la Salvation Army entraban en escena inmediatamente, en lgicoencadenamiento de causas y efectos.

    Pronto aparecen los emigrantes gallegos. Arrastran alpargatas, y sus caras, cubiertas de

    granos, eliminan los vinillos cidos de la montaa. Hacinados como arenques en el barcofrancs que los trajo de La Corua, se apretujan de nuevo en los barracones que les sonsealados. Algunos polacos tenaces se improvisan tenduchos sobre el vientre, ofreciendomancuernas de hueso, cuellos de seda tornasolada, ligas prpura y preservativos alemanesdisimulados en cajas de cerillas. Los horticultores asiticos se arrodillan en el huerto de lacasa vivienda con gestos de cartomntica. Los almacenistas chinos invierten millares dedlares en balas y toneles que les son enviados por Sung-Sing-Lung cacique alimenticiodel barrio amarillo de la capital, con el fin de librar ruda competencia a la bodega delCentral, recientemente abierta para ordear al bracero las monedas que acaban de drsele.En las fondas se descargan placas de tasajo y secciones de bacalao; un saco roto deja caergarbanzos en cascada sobre un cerdo que chilla. Dos isleos luchan en una etiqueta degofio. El hotel americano hace barnizar su bar de falsa caoba. Hay cigarrillos extranjeroscon las figuras de prncipes bizcos. Ladrillos de andullo envueltos en papel plateado.Ftimas con odaliscas. Marcas que ostentan escudos reales, khedives o mocasines indios.Los cafetuchos y cantinas se aderezan. Cien alcoholes se sitan en los estantes. La caasanta, que huele a tierra. Los rones de garrafn. Los escarchados turbios, cuyasbotellas-acuarios encierran un retoo de azcar candi. En algunas etiquetas bailan militarescon sayo de whiskis escoceses. Carta blanca. Carta de oro. Las estrellas de coac sevuelven constelaciones. Hay Torinos fabricados en Regla y ans en frascos patrioteros concintas de romera. Medallas. La Exposicin de Pars. El preferido. Una litografa que muestrauna ecuyere con traje de lentejuelas y botas a media pierna, sentada en las rodillas de unanciano lujurioso y condecorado. No falta siquiera el Mu-kwe-l de arroz, preso enventrudos potes de barro obscuro que llegaron al casero, despus de cincuenta das deviaje, va San Francisco, envueltos en manifiestos del partido nacionalista chino. La sed esepidmica. La bebida templa los nervios de los que entrarn cotidianamente en el vientre

    del gigante diabtico.

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    Durante varios das, un estrpito creciente turba las calles del pueblo. Los himnosreligiosos, aullados por jamaiquinas, alternan con puntos guajiros escandidos por unincisivo teclear de claves. El fongrafo de la tienda china eyacula canciones de amorcantonesas. Las gaitas adiposas de algn gallego discuten con los acordeones asmticos delhaitiano. Las pieles de los bonges vibran por simpata, descubriendo el frica en los cantosde la gente de Kingston. Se juega a todo: a los dados, a las barajas, al domin, al ventilador

    considerado como ruleta, a las moscas volando sobre montculos de azcar turbinada, a losgallos, a la sartn, a las tres chapitas, al cochino ensebao... (Los haitianos se juegan elsol antes del alba, opinan los guajiros cubanos.) Y un buen da hay una animacin de nuevoaspecto en las calles del casero. La disciplina se hace sentir en medio del desorden. Elambiente se empapa de una preocupacin. La luz, los rboles, las bestias, parecenaguardar algo. La brisa se deja escuchar por ltima vez en los alrededores de la fbrica. Seespera...

    Entonces rompe la zafra.Las mquinas del Central locomotoras sin rieles despiertan progresivamente. Las

    agujas de vlvulas comienzan a agitarse en sus pistas circulares. Los mbolos saltan hacialas techumbres sin poder soltar las amarras. Hay acoplamientos grasientos del hierro con elhierro. Rfagas de acero se atorbellinan en torno a los ejes. Las trituradoras cierran

    rtmicamente sus mandbulas de tiburn. Las dnamos se inmovilizan a fuerza de velocidad.Silban las calderas. Las caas son atirabuzonadas, deshechas, molidas, reducidas a fibra.Su sangre corre, baja, se canaliza, en una constante cada hacia el fuego. Cunde el vaho decazuelas fabulosas. Los hornos queman bagazo con carbn de Noruega. Los qumicosextraen el licor ardiente, lo hacen recorrer laberintos de cristal, trastornan la sintaxis de lamelaza, hacen la reaccin Wasserman del monstruo que trepida y ensucia el paisaje. Cifras,grados, presiones. Cifras, grados. Grados. Un alud de cristales hmedos muere en sacoscubiertos de letras azules. Centrfuga, noventa y seis grados. Por cada cien arrobaspagamos... Sube el azcar. Sube el promedio quincenal. Subir ms. Hay guerra all enUropa. Grados, presiones. El Kaise. Yofr. A corte y tiro en la colonia, amputaciones y tirosque nos cubrirn de oro. Me siento alemn. Casi tres centavos por libra. Batiremos elrcord del 93? A cuatro? A cinco? A...? Dme veinte mil pesos de brillantes! Por cada

    cien arrobas pagamos... Azcar, azucara, azucarar! El ingenio es de ley! Un olor animal,de aceite, de savia, de sudor, se estaciona en el paraninfo que jadea y tiembla. Losconductos y bielas tienen sacudidas y contracciones de intestinos metlicos. Una formidablebatera de tambores redobla bajo tierra. Los hombres, asexuados, casi mecnicos, trepanpor las escalas y recorren plataformas, sensibles a los menores fallos de los organismosatornillados que relucen y vibran bajo sudarios de vapor.

    Afuera, las piscinas de resfriar el agua fingen cataratas en competencia. Diez mil arcoirisbailan en las duchas lechosas. Pueden acariciarse con las manos...! Y el ingenio tragainterminables caravanas de carretas, cargas de caa capaces de azucarar un ocano. El

    baculador gime sin tregua. La cucaracha del Central alardea de locomotora verdadera.Crecen dunas de cachaza. La escoria de la miel engordar vacas americanas. Todo se crea;nada se pierde. La fbrica ronca, fuma, estertora, chifla. La vida se organiza de acuerdo consus voluntades. Cada seis horas se le envan centenares de hombres. Ella los devuelveextenuados, pringosos, jadeantes. Por las noches arden en la obscuridad como untrasatlntico incendiado. Nadie contrara sus caprichos. Todos los relojes se ponen deacuerdo cuando suenan sus toques de sirena.

    Y esto dura meses.

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    Paisaje (b)Cuando las lentas carretas de caa, pesadas, renqueantes, llegaban frente al boho del

    viejo Cu, las picas se alzaban, y se descansaba un instante al amparo del gran tamarindocon sombras de encaje. Belfos en tierra, los bueyes resoplaban como motoresrecalentados, abanicndose las ancas con la cola. Los hombres dejaban caer sus sombrerosy, con dos dedos, se desprendan de la frente un lodo de sudor y polvos rojizos. Un vahotembloroso se alzaba sobre las hierbas clidas. Las palmeras estaban quietas como plantasde acuario. Las palmacanas crepitaban en sordina. Haba huelga en el aserradero de losgrillos. Al medioda el sol era tan grande que llenaba todo el cielo.

    Los guajiros se acercaban entonces a una claraboya tallada a machetazos en el seto decardn, y saludaban a la comadre Salom, que manipulaba trapos mojados junto alplatanal. Ella inmovilizaba sus manos negras en el agua lechosa:

    Y por all? Y lo muchacho...?Los carreteros trepaban nuevamente por las escalas redondas de las altas ruedas. Las

    bestias empujaban el yugo. Y se rodaba, cuesta abajo, hacia la carretera del Central,arrancando lamentaciones a las maderas mal encajadas. Volando muy alto, las aurasparecan sostener las nubes petrificadas sobre sus alas abiertas.

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    NatividadAquella maana Salom trabajaba rudamente. Sus gruesas manos arremolinaban la

    espuma de la batea, amasando paos con ruido de mascar melcocha.Demonio! Lo que es laval guayaberas embarrs de tierra color!De cuando en cuando un mocoso prorrumpa en sollozos dentro del boho.Barbarita, sinbelgenza; suetta a tu emmanito!Pero los chillidos volvan a orse con una intermitencia montona. Cerdos negros y

    huesudos gruan melanclicamente en el batey, mordisqueando semillas secas y haciendorodar viejas latas de leche condensada. Junto al platanal, una choza de guano cobijabarestos de tinajas rotas y una pipa de agua, hirviente de gusarapos, montada en rastratriangular.

    Salom se senta nerviosa y adolorida. Ya se dispona a tender la ropa al sol, llevndolasobre su vientre abultado, cuando sinti unas punzadas que conoca de sobra. Era como sile ladraran en las entraas. Algo comenzaba a desplazarse dentro de ella; algo que,buscando un nuevo equilibrio, promova linfas, desgarres y resabios de la carne... Solt elfardo y corri hacia la cabaa. Se dej caer sobre su cama de sacos, rodeada por el cloqueode las gallinas que acudan en bandadas.

    Barbarita, corre a buscal a Luisa y dile que venga ensegua, que voy a dal a l...La rapaza ech a correr, haciendo sonar sordamente sus pies desnudos en el suelo de

    tierra apisonada.Cuando apareci la vieja Luisa, acompaada de su prole curiosa, Salom restregaba con

    el borde de sus faldas un horrendo trozo de carne amoratada. Un nuevo cristiano enriqueca

    la ya generosa estirpe de los Cu.Ay, comadre! Cmo no me mand a llamal ante?No haba cuidado! Esta era materia harto repasada por Salom. Lo que s le pedira a la

    comadre era que alineara a lo largo de una cuerda, junto al almacigo, las ropas mojadasque haba dejado abandonadas entre las hierbas.

    Lo cochino, sinbelgenza, deben haberla ensuciao toa con ejocico.El quejido de una sirena lejana se abri sobre las campias como un abanico. El turno de

    12-6 comenzaba en el Central.Comadre... Y pngame a sancochal las viandas. Que orita vienen Usebio y Lu!Luego, las dos mujeres comenzaron a cuidar del rorro. La escena era presidida por un

    Sagrado Corazn de Jess, pegado en un calendario de haca diez aos, que mostraba ladivina herida descolorida por la luz. Un olor de lea quemada se desprenda de las paredes

    de yaguas resecas. Barbarita y Tit contemplaban silenciosamente a su madre, desde lapuerta, alzando dedos llenos de saliva, como mudas interrogaciones. Una lagartija, fallandoel salto a una mosca, fue a caer sobre el vientre de la criatura arrugada y hmeda. El recinnacido esboz una queja.

    Cllate, Menegildo!En la entrada del batey se oy el ladrido de Palomo Era el viejo Lu, que regresaba del

    casero, con un mazo de cogollos atravesado en el pomo de la albarda.

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    Iniciacin (a)

    Cuando se cans de explorar el bastidor de sacos que hasta entonces haba constituidosu nico horizonte verdadero, Menegildo quiso seguir a sus hermanos, que lo miraban conlos ojos y los dientes. Rod sobre el borde del lecho. El topetazo de su cabeza en la combade una jcara interrumpi un amoroso coloquio de alacranes, cuyas colas, voluptuosamenteadheridas, dibujaban un corazn de naipes al revs. Como nadie escuchaba sus gemidos,emprendi, a gatas, un largo viaje a travs del boho... En sus primeros aos de vida,Menegildo aprendera, como todos los nios, que las bellezas de una vivienda se ocultan en

    la parte inferior de los muebles. Las superficies visibles, patinadas por el hbito y el vaporde las sopas, han perdido todo poder de atraccin. Las que se ocultan, en cambio, semuestran llenas de pequeos prodigios. Pero las rodillas adultas no tienen ojos. Cuando unamesa se hace techo, ese techo est constelado de nervaduras, de vetas, que participan delmrmol y de la ola. La tabla ms tosca sabe ser mar tormentoso, como un maelstrom encada nudo. Hay una cabeza de caimn, una nia desnuda y un caballo de medalla cuyaspatas se esfuman en el alma de la madera. Eclipses y nubes en la piel de un tabureteiluminada por el sol. Durante el da, una paz de santuario reina debajo de las camas... Peroel gran misterio se ha refugiado al pie de los armarios. El polvo transforma estas regionesen cuevas antiqusimas, con estalactitas de hilo animal que oscilan como pndulos blandos.Los insectos han trazado senderos, fuera de cuyos itinerarios se inicia el terrero de lastierras sombras, habitadas por araas carnvoras. All suelen encontrarse tesoros

    insospechados, ocultos por el polen estril de la materia desgastada: un centavo de cobre,una aguja, una bola de papel plateado... Desde ah, el mundo se muestra como una selvade pilares, que sostienen plataformas, mesetas y cornisas pobladas de discos, filos y trozosde bestias muertas... Menegildo senta, palpaba, golpeaba, al lanzar su primera ojeadasobre el universo. Descans un instante al abrigo de una silla, antes de culminar el periplode la pesada albarda criolla que yaca abandonada en un rincn. El sudor de los caballossabe a sal. Es grato llenarse la boca de tierra. Pero la saliva no derretir nunca la estrella frade una espuela. Menegildo cort el viviente cordn de una procesin de bibijaguas queportaban banderitas verdes. Ms all, un lechn lo empuj con el hocico. Los perros lolamieron, acorralndolo debajo de un fogn ruinoso. Una gallina enfurecida le ara elvientre. Las hormigas bravas le encendieron las nalgas. Menegildo chill, intentlevantarse, se llen de astillas. Pero, de pronto, un maravilloso descubrimiento troc sullanto por alborozo: desde una mesa baja lo espiaban unas estatuillas cubiertas de oro ycolorines. Haba un anciano, apuntalado por unas muletas, seguido de dos canes con lalengua roja. Una mujer coronada, vestida de raso blanco, con un nio mofletudo entre losbrazos. Un mueco negro que blanda un hacha de hierro. Collares de cuentas verdes. Unpanecillo atado con una cinta.

    Un plato lleno de piedrecitas redondas. Mgico teatro, alumbrado levemente por unascandilejas diminutas colocadas dentro de tacitas blancas... Menegildo alz los brazos hacialos santos juguetes, asindose del borde de un mantel.

    Suetta eso, muchacho! grit Salom, que entraba en la habitacin. Suetta!Cmo teapeatte de la cama, muchacho?... Y et t araao!...

    Aquella noche, para preservar al rorro de nuevos peligros, la madre encendi una velitade Santa Teresa ante la imagen de San Lzaro que presida el altar.

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    Teraputica (a)

    Al cumplir tres aos, Menegildo fue mordido por un cangrejo ciguato que arrastraba suspatas de palo en la cocina. El viejo Beru, mdico de la familia desde haca cuatrogeneraciones, acudi al boho para echar los caracoles y aplicar con sus manos callosastres onzas de manteca de maj sobre el vientre del enfermo. Despus, sentado en lacabecera del nio, recit por l la oracin al Justo Juez: Ea, Seor, mis enemigos veo veniry tres veces repito: cucin de hombres y alimaas:

    Hay leones y leones que vienen contra m. Detngase en s propio, como se detuvo elSeor Jesucristo con el Dominusdeo, y le dijo al Justo Juez: Ea, Seor, mis enemigos veovenir y tres veces repito: ojos tengan, no me vean; manos tengan, no me toquen.; bocatengan, no me hablen; pies tengan, no me alcancen. Con los dos miro, con tres les hablo.La sangre les bebo y el corazn les parto. Por aquella santa camisa en que tu Santsimo Hijofue envuelto. Es la misma que traigo puesta, y por ella me he de ver libre de prisiones, demalas lenguas, de hechiceras, de daos, de muertes repentinas, de pualadas, demordeduras de animales feroces y envenenados, para lo cual me encomiendo a todo loanglico y sacrosanto y me han de amparar los Santos Evangelios, pues primero naci elHijo de Dios, y ustedes llegaron derribados a m, como el Seor derrib el da de Pascuas asus enemigos. De quin se fa es de la Virgen Mara, de la hostia consagrada que se ha decelebrar con la leche de los pechos virginales de la Madre. Por eso me he de ver libre deprisiones, ni ser herido ni atropellado, ni mi sangre derramada, ni morir de muerterepentina, y tambin me encomiendo a la Santa Veracruz. Dios conmigo y yo con l; Diosdelante, yo detrs de l. Jess, Mara y Jos.

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    BueyesHaca tiempo ya que una obscura tragedia se cerna sobre los campos que rodeaban el

    Central San Lucio. A medida que suba el azcar, a medida que sus cifras iban creciendo enlas pizarras de Wall Street, las tierras adquiridas por el ingenio formaban una manchamayor en el mapa de la provincia. Una serie de pequeos cultivadores se haban dejadoconvencer por las ofertas tentadoras de la compaa americana, cediendo heredades cuyosttulos de propiedad se remontaban a ms de un siglo. Las fincas de don Chicho Castan,las de Ramn Rizo, las de Tranquilino Moya y muchas ms haban pasado ya a manos de laempresa extranjera... Usebio termin por verse rodeado de plantos hostiles, cuyas caas,trabajadas por administracin, gozaban siempre del derecho de prioridad en tiempos demolienda. No le haban faltado proposiciones de compra. Pero cada vez que le venan conel cuento Usebio responda, sin saber exactamente por qu, con la testarudez del hombreapegado al suelo que le pertenece:

    Ya veremo... Ya veremo... Deje que pase e tiempo...Dejaron pasar el tiempo. Y un ao en que la caa haba crecido particularmente vigorosa

    y apretada, Usebio se encontr ante un problema que se le planteaba por primera vez: laCompaa declaraba tener bastante con las caas cultivadas en tierras propias, y se negabaa comprarle las suyas. Y slo con el San Lucio poda contarse, ya que los otros ingeniosestaban demasiado lejos y no haba ms ferrocarriles disponibles que los de la empresamisma...! Despus de una noche de furor y maldiciones, durante la cual pidi al cielo que lasmadres de todos los americanos amanecieran entre cuatro velas, Usebio ensill la yegua yfue al ingenio, resuelto a vender su finca. Pero ahora resultaba que ya sus tierras no

    interesaban a la Compaa yanqui...! Luego de mucha discusin, Usebio tuvo quecontentarse con la mitad de la suma propuesta el ao anterior, suma otorgada como unfavor digno de agradecimiento. Y eso que el azcar, despus de alcanzar cotizaciones sinprecedente, estaba todava a ms de tres centavos libra y an no haban muerto del todolas mirficas vacas gordas, incluidas para siempre en el panten de la mitologa antillana!As fue como la finca de los Cu se redujo, del da a la maana, a un simple batey con unpotrero. Por temor a las asechanzas del futuro y presintiendo que su magra fortuna se le iraen conservas americanas, tasajos porteos y garbanzos espaoles. Usebio invirti parte deldinero recibido en un negocio cuyas acciones a su parecer sin alzas ni bajas conservabapara su prole: la compra de dos carretas y dos yuntas de bueyes... Las bestias eranmajestuosas y tenaces; sus flancos vibraban elctricamente al contacto de las guasasas ymil pajuelas doradas flotaban en el agua de sus ojos sin malicia. Haban sido castradas

    entre dos piedras, y, siguiendo una criollsima tradicin buclica, las de la primera pareja sellamaban Grano de Oro y Piedra Fina; las de la segunda, Marinero y Artillero. Obedecan ala palabra. Muy pocas veces haba que hincarlas con la aguijada.

    Arriba, Grano de Oro! Arriba, Piedra Fina...!Grano de Oro era amarillo como las arenas bajo el sol. Una suave nevada pareca haber

    cado sobre el pelo de castaas maduras de Piedra Fina. Artillero era negro azul, con unachispa blanca en la frente. Marinero haba sido tallado en un hermoso tronco de caoba... Loshombres que lo mutilaron eran perdonados por la mansedumbre infinita de Grano de Oro.Piedra Fina sola mostrarse perezoso y soador. En la primavera, Artillero tena tmidosresabios de toro. Y Marinero era una sntesis de buen juicio, honestidad y calma. Eran bienqueridos por los pajares judos que cazaban garrapatas en los prados. Durante las largasesperas ante la romana, mientras los carreteros tomaban la maana, el peso del yugo

    acababa por crear en ellos una suerte de somnolencia reflexiva. Con los ojos apenasabiertos, parecan atender el llamado de voces interiores, sin preocuparse por losimpacientes estornudos de unos colegas, llamados Ojinegro y Flor de Mayo, Coliblanco y

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    Guayacn. Profundos suspiros inflaban sus costillares. Las relucientes anillas que colgabande sus narigones evocaban coqueteras de reinas abisinias. Usebio estaba satisfecho de susbestias.

    Cuando se ha dejado de ser propietario, el oficio de carretero ofrece todava algunasventajas. No se est obligado a trabajar en la fbrica, donde se suda hasta las visceras.Tampoco se alterna con la morralla haitiana que se agita en los cortes. La frula de la sirena

    no se hace tan dura y puede mirarse con suficiencia, desde lo alto del pescante, a losjamaiquinos con sombrero de fieltro, que inspiran el ms franco desprecio, a pesar de quetengan el orgullo de declararse ciudadanos del Reino Unido de Gran Bretaa...

    A los ocho aos, cuando su sexo comenzaba a definirse bajo la forma de inofensivaserecciones, Menegildo acompa a su padre al casero. Con voz autoritaria condujo a Granode Oro y Piedra Fina hacia el Central, siguiendo guardarrayas talladas en las ondas elsticasde los campos de caa. Terco el testuz, los bueyes resoplaban aparatosamente, hundiendolas pezuas en huellas de otras pezuas fijadas en el barro por la seca.

    Desde ese da Menegildo comenz a trabajar con Usebio, mientras Salom lavabacamisas y segua arrojando al mundo sus rorros de tez obscura. Fue intil que un guardiarural insinuara que el chico deba concurrir a las aulas de la escuela pblica. Usebio declarenrgicamente que su hijo le resultaba insustituible para ayudarlo en las faenas del campo,

    desplegando tal elocuencia en el debate que el soldado acab por alejarse tmidamente delboho, preguntndose si en realidad la instruccin pblica era cosa tan til como decanalgunos.

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    RitmosEra cierto que Menegildo no saba leer, ignorando hasta el arte de firmar con una cruz.

    Pero en cambio era ya doctor en gestos y cadencias. El sentido del ritmo lata con su sangre.Cuando golpeaba una caja carcomida o un tronco horadado por los comejenes, reinventabalas msicas de los hombres. De su gaznate surgan melodas rudimentarias, reciamenteescandidas. Y los balanceos de sus hombros y de su vientre enriquecan estos primerosensayos de composicin con un elocuente contrapunto mmico.

    Los das del santo de Usebio sus compinches invadan el portal del boho, preludiando untemplar de bonges y afinar de guitarras con speras libaciones a pico de botella... Lossones y rumbas se anunciaban gravemente, haciendo asomar hocicos negros en lasrendijas del corral. Una guitarra perezosa y el agrio tres esbozaban un motivo. El idioma detoques y porrazos naca en los percutores. Los ruidos entraban en la ronda, sucesivamente,como las voces en una fuga. La marmbula, clavicordio de la manigua, diseaba unacompaamiento sordo. Luego, los labios del botijero improvisaban un bajo continuo enuna comba de barro, con resonancia de bordn. El giro zumbaba con estridencia bajo elimplacable masaje de una varilla inflexible. Varios tambores, presos entre las rodillas,respondan a las palmadas dadas en sus caras de piel de chivo atesadas al fuego. Untocador sacuda rabiosamente sus maracas a la altura de las sienes, hacindolas alternarcon cencerros de latn. Para salpimentar la sinfona de monoslabos, una baqueta de hierrogolpeaba pausadamente un pico de arado, con cadencia alejandrina, mientras otro de losvirtuosos rascaba la dentadura de una quijada de buey rellena de perdigones. Palitosvibrantes fingan un seco entrechocar de tibias, avecindando con el bucrneo filarmnico, y

    el envase de chicle transformado en cajn. Msica de cuero, madera, huesos y metal,msica de materias elementales!... A media legua de las chimeneas azucareras, esamsica emerga de edades remotas, preadas de intuiciones y de misterio. Losinstrumentos casi animales y las letanas negras se acoplaban bajo el signo de una selvainvisible. Retardado por alguna invocacin insospechada, el sol demoraba sobre elhorizonte. En las frondas, las gallinas alargaban un ojo amarillo hacia el corro de sombrasentregadas al extrao maleficio sonoro. Un hondo canto, con algo de encantacin y dealeluya, cunda sobre el andamiaje del ritmo. La garganta ms hbil declaraba una suertede recitativos. Las otras entonaban el estribillo, en coro, borrndose de pronto para dejarsolo al director del orfen:

    Seores,

    Seores:Los familiares del difuntoMe han confiadoPara que despida el dueloDel que en vida fuePap Montero.

    Se pellizcaba una cuerda, redoblaba el atabal y clamaban los dems:

    A llorar a Pap Montero!Zumba!Canalla rumbero!

    Y las variaciones del allegro primitivo se inventaban sin cesar, hasta que lasinterrumpiera el cansancio de los msicos... Pap Montero, marimbulero, igo, chulo y

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    buen bailador! La gesta maravillosa haba corrido de boca en boca. Pap Montero, hijo deChvere y Goyito, amante de Mara la O! Su silueta pareca revolotear entre las palmasquietas, respondiendo a la llamada del son. La gran poca de Manica en el Suelo, los Currosdel Manglar y la Bodega del Cangrejo, se remozaba en las tornasoladas estrofas. Caranegra, anilla de oro en el lbulo, camisa con mangas de vuelos, pauelo morado en elcuello, chancleta ligera, jipi ladeado y ancho cinturn de piel de maj, como los que aplicaba

    el sabio Beru para curar indigestiones... Pap Montero era de los que abayuncaban en lasgrandes ciudades que el padre de Menegildo no haba visto nunca. Por los cuentos saba queeran pueblos con muchas casas, mucha poltica, rumbas y mujeres a montones... Lasmujeres eran el diablo! Haba que tener el temple de Pap Montero para andarse con ellas!Las dcimas y coplas conocidas vivan de lamentaciones por perfidias y engaos... MaraLuisa, Aurora, Candita la Loca, la negrita Amelia? Eran el diablo!

    Anoche te vi bailando,Bailando con la puerta abierta.

    Elpobre trovadoladoptaba casi siempre acento de vctima:

    Virgen de Regla,Compadcete de m,De m!

    Junto a la historia del gran chvere se alzaba el lamento de las cosechas magras:

    Yo no tumbo caa,Que la tumbe el viento! ,O que la tumben las mujeresCon su movimiento!

    Pero el espritu de Pap Montero, sntesis de criollismo, hablaba de nuevo por boca de

    los cantadores:Mujeres,No se duerman,Mujeres,No se duerman,Que yo me voyPor la madruga,

    A Palma Soriano,A bailar el son.

    Con la lengua encendida por el ron de Oriente, los tocadores aullaban:

    A Palma SorianoA bailar el son.A buscar mujeres,Por la madruga;

    A Palma Soriano,Por la madruga;En tren que sale,Por la madruga;

    A formar la rumba.Por la madruga;

    A templar tambores.Por la madruga...

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    Y las palabras se improvisaban con las variantes. La repeticin de temas creaba unasuerte de hipnosis.

    Jadeantes, sudorosos, enronquecidos, los msicos se miraban como gallos prestos areir. La percusin tronaba furiosamente, siguiendo varios ritmos entrecortados,desiguales, que lograban fundirse en un conjunto tan arbitrario como prodigiosamenteequilibrado. Palpitante arquitectura de sonidos con lejanas tristezas de un xodo impuesto

    con latigazos y cepos; msica de pueblos en marcha, que saban dar intensidad de tragediaa toscas evocaciones de un hecho local:

    Fuego, fuego, fuego!Se quema la planta elctrica!Si los bomberos no acuden,Se quema la planta elctrica!

    En estas veladas musicales, Menegildo aprendi todos los toques de tambor, incluso lossecretos. Y una noche se aventur en el crculo magntico de la batera, moviendo lascaderas con tal acierto que los soneros lanzaron gritos de jbilo, castigando los parches connuevo mpetu. Por herencias de raza conoca el yamb, los sones largos y montunos, y

    adivinaba la ciencia que haca bajar el santo. En una rumba nerviosa produca todas lasfases de un acoplamiento con su sombra. Liviano de cascos, grave la mirada y con losbrazos en biela, dejaba gravitar sus hombros hacia un eje invisible enclavado en suombligo. Daba saltos bruscos. Sus manos se abran, palmas hacia el suelo. Sus pies seescurran sobre la tierra apisonada del portal y la grfica de su cuerpo se renovaba con cadapaso. Anatoma sometida a la danza del instinto ancestral!

    Aquella vez los msicos se marcharon a media noche, ebrios de percusin y de alcohol.Una luna desinflada y herptica suba como globo flccido detrs de los mangos en flor. Alllegar a la ruta del ingenio, estall una ruidosa discusin. Cutuco se proclam el nicomacho. Los tambores rodaron en la hierba mojada. Se habl de enterrar el cuchillo... Alfin, la fiesta termin alegremente ante el mostrador de Li-Yi, que esperaba el relevo de lasdoce para cerrar sus puertas pintadas de azul celeste.

    Esa misma noche, no pudiendo dormir a causa de la excitacin nerviosa, Menegildo tuvola revelacin de que ciertas palabras dichas en la obscuridad del boho, seguidas por unasactividades misteriosas, lo iban a dotar de un nuevo hermano. Sinti un malestarindefinible, una leve crispacin de asco, a la que se mezclaba un asomo de clera contra supadre. Le pareci que, a dos pasos de su cama, se estaba cometiendo un acto de violenciaintil. Tuvo ganas de llorar. Pero acab por cerrar los ojos... Y por vez primera su sueo nofue sueo de nio.

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    Temporal (a)Cuando Paula Macho supo que vena el cicln y que el cuartel de la guardia rural haba

    destacado parejas para advertir a los vecinos que, salvo recurva improbable, el huracnpasara esa misma noche, aquella desprestigiasima estim buena la oportunidad parahacer subir sus valores bien menguados. Se colg un jamo de pesca al hombro y ech aandar por los alrededores del casero, empujando talanqueras y golpeando puertas paraanunciar lo que ya era conocido de sobra:

    E sicln! Que ya viene...En todas partes Paula Macho era recibida con ojos torvos y mentadas de madre en

    trasdientes. Desde el entierro de su difunto marido, el carnicero Atilano, no haba mozo enel pueblo al cual no hubiese desflorado en las cunetas de la carretera. Era una trastorn, y

    de contra cebadora de mal de ojo e invocadora de nimas solas. Adems, nadie olvidabaaquel lo, bastante inquietante, en que se vio envuelta, cuando los haitianos de la coloniaAdela profanaron el cementerio para robar un crneo y varios huesos, destinados abrujera, que nunca fueron encontrados en las viviendas de los acusados. Mujer que habaandado manoseando muertos? Sola vaya con su tierra de sementerio...!

    El pauelo que Paula llevaba siempre anudado a la cabeza, se iba haciendo visible en elcamino que conduca a la casa de Usebio. A cada paso sus pies desnudos se hundan en elbarro rojo. Haca tres das que un cielo plomizo, muy denso, muy bajo, pareca apoyarse enlos linderos del valle. La cumbre de un pan lejano era barrido constantemente por lasnubes. Violentas rfagas de lluvia se haban sucedido sin tregua, en un ritmo cada vez msacelerado, hasta aquel medioda en que un silencio vasto, cargado de amenazas, comenz

    a pesar sobre los campos. El calor lastimaba los nervios. Tras del horizonte rodaban piedrasde trueno. Los ros, ya crecidos, acarreaban postes y pencas cubiertos de lodo. El tronco delas palmas estaba surcado por cintas de humedad desde la copa a la raz. Ola aescaramujos y a maderas podridas. Las auras haban abandonado el paisaje.

    Pasa, perro!Los ladridos de Palomo anunciaban visita. El rostro de Salom apareci en la entrada de

    la cocina, envuelto en un cendal de humo acre.Buena talde, Paula. Qu la trae por ac?E sicln. Que ya viene!Salom hizo una mueca. La noticia adquira relieves de cataclismo en la mala boca de

    Paula.Ya pas la pareja! coment secamente.

    Ay, vieja...! Si lo s, no vengo... Qu desgrasia! Dio quiera que la casa le aguante etemporal...Ya aguant el de lo cinco da. Ser lo que Dio mande!La trastorn insinu:Otra m fuelte se jan cao... Viendo que estas palabras haban producido en Salom

    un previsible malestar, Paula puso en evidencia el jamo, que ya contena algunas ddivasarrancadas a los vecinos.

    Me voy, entonse...; No tendr una poquita de ss ?Y una vianda, si tiene?Salom dej caer dos boniatos en el jamo, maldiciendo interiormente la hora en que

    haba nacido la visitante indeseable. Paula se despidi con un San Lsaro loj acompae, yse alej del boho por el camino encharcado. Salom inspeccion los alrededores de la casapara ver si la desprestigiada no haba dejado brujera por alguna parte.

    Donde quiera que se mete, trae la salacin! Paula haba desaparecido detrs de unaarboleda mascullando insultos:Ni caf le dan a uno! Quiera Elegn que se les caiga la casa en la cabeza!

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    Y pensando en la gente que la despreciaba, forj mil proyectos de venganza para el daen que fuera rica. Y no por lotera, ni por nmeros ledos en las alas de una mariposanocturna. Todo estaba en que emprendiera viaje a la Bana, para matar la lechuza emeestabapos en la cabeza del presidente de la Repblica...

    Al final de la tarde, la familia se reuni gravemente alrededor de la mesa, que sostenauna palangana azul llena de viandas salcochadas. Una calma exagerada pona pedal de

    angustia en el ambiente. Por el camino, algunos guajiros regresaban apresuradamente asus casas, enfangndose hasta la cintura, sin detenerse siquiera para dejar caer un tmidosaludo por el hueco de la cerca. Una temperatura sofocante petrificaba los rboles,haciendo jadear los perros, que se ocultaban bajo los muebles con la cola gacha. Usebiohaba trabajado todo el da en cavar una fosa al pie de la ceiba, para resguardar, en ella aMenegildo, Barbarita, Tit, Andresito, Ambarina y Rupelto, si el vendaval se llevaba laspencas del techo. Ya se haban visto casos de cristianos arrastrados por el viento! Todavarecordaba el cuento del gallego que haba pasado sobre el pueblo como un volador de apeso! Y aquel negro del tiempo antiguo que recorri tres cuadras agarrado de un can yque, al caer, soltaba chispas por el pellejo! Y el ternero que apareci dentro de la pila deagua bendita de una iglesia! Lo siclone? Mala coma...!

    Terminada la cena, la familia se encerr en la casa. Usebio clavete las ventanas, volvi

    a asegurar las vigas y atraves tres enormes trancas detrs de cada puerta. Los nioslloriqueaban en las camas. El viejo apag el tabaco en su palma ensalivada y se tumb sinhablar. Salom se entreg a sus oraciones ante las imgenes del altar domstico...

    La lluvia comenz a caer a media noche, recia, apretada, azotando el boho por loscuatro costados. Un primer golpe de ariete hizo temblar las paredes. Que vena, vena...!

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    Temporal (b)...(La friccin de vientos contrarios se produjo sobre un gran viedo de sargazos, donde

    pececillos de cristal, tirados por un elstico, saltaban de ola en ola. Punto. Anillo. Lente.Disco. Circo. Crter. rbita. Espiral de aire en rotacin infinita. Del zafiro al gris, del gris alplomo, del plomo a la sombra opaca. Los peces se desbandaron hacia las frondassubmarinas, en cuyas ramas se mecen cadveres de bergantines. Los hipocamposgaloparon verticalmente, levantando nubes de burbujas con sus casquillos de escamas. Elserrucho y la espada forzaron la barrera de las bajas presiones. Vientres blancos detintoreras y cazones, revueltos en las oquedades de las rocas. Una estela de espermaseal la ruta del xodo. Cilindros palpitantes, discos de luz, elipses con cola, emigraban enla noche de la tormenta, mientras los barcos se desplazaban hacia la izquierda de losmapas. Fuga de ncoras y aletas, de hlices y fosforescencias, ante la repentina demenciade la Rosa de los Vientos. Un vasto terror antiguo descenda sobre el ocano con un bramidoinmenso. Terror de Ulises, del holands errante, de la carraca y del astrolabio, del corsarioy de la bestia presa en el entrepuente. Danza del agua y del aire en la obscuridadincendiada por los relmpagos. Lejana solidaridad del sirocco, del tebbad y del tifn ante elpnico de los barmetros. Colear de la gran serpiente de plumas arrastrando trombas dealgas y mbares. Las olas se rompieron contra el cielo y la noche se llen de sal. Virajeconstante que prepara el prximo latigazo. Crculo en progresin vertiginosa. Rondaasoladora, ronda de arietes, ronda de blidos transparentes bajo el llanto de las estrellasenlutadas. Zumbido de litros imposibles. Ronda. Ronda que ulula, derriba e inunda. Aterremoto del mar, temblor de firmamento. Santa Brbara y sus diez mil caballos con

    cascos de bronce galopan sobre un rosario de islas desamparadas.

    Temporal, temporal,Qu tremendo temporal!Cuando veo a mi casita,Me dan ganas de lloral!

    cantarn despus los negros de Puerto Rico... Ya los ros acarrean reses muertas. El maravanza por las calles de las ciudades. Las viviendas se rajan como troncos al fuego. Losrboles extranjeros caen, uno tras otro, mientras las ceibas y los jcaros resisten a piefirme. Las vigas de un futuro rascacielos se torcieron como alambre de florista. CIGARROS,se lee todava en un anuncio lumnico, hurfano de fluido, cuyas letras echarn a volar

    dentro de un instante, transformando el cielo en alfabeto. COLON, responde otro rtulo enel lado opuesto de la plaza martirizada. El atad de un nio navega por la calle de lasAnimas. Encajndose en el tronco de una palma, un trozo de riel ha dibujado una cruz. Laprostituta polaca, olvidada en un barco-prisin, empieza a rer. CI. A. ROS. Las letras quecaen cortan el asfalto como hachazos. Rotas sus amarras, los buques comienzan a reir enel puerto a golpes de espoln y de quilla. Las goletas de pesca viajan por racimos, llevandomarineros ahogados en sus cordajes entremezclados. Las olas hacen bailar cadveresencogidos como fetos gigantescos. Hay ojos vidriosos que emergen por un segundo; bocasque quisieran gritar, presintiendo ya las horrendas tenazas del cangrejal. Cada mstilvencido pone un estampido en la sinfona del meteoro. Cada virgen del gran campanario sedesploma con fragor de explosin subterrnea. Su cabeza coronada rueda, Reina abajo,como un lingote de plomo. CI... C. LON, dicen todava los rtulos. CI... C. LO, dirn ahora.

    Mil toneles huyen a lo largo de un muelle, bajo los empellones del alud que gira. La torre deun ingenio se quiebra como porcelana, despidiendo astillas de cemento. Las ranas de unacharca ascienden por la columna de agua que aspira una boca monstruosa. [Caern, tres

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    das ms tarde, en el corazn del Gulf Stream] Cielo en ruinas. Est constelado de estacas,timones, plumas, banderas y tanques de hierro rojo. Un carro de pompas fnebres vaga sinrumbo, guiado por tres ngeles heridos... En la plaza slo ha quedado el ojo vaco de una O,porque dej pasar el viento por el hueco de su rbita.

    Temporal, temporal,

    Qu tremendo temporal!

    ...El cicln ha pasado, ensangrentando aves y dejando un balandro anclado en el techode una catedral.)

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    Temporal (c)Cuando ya pareca haber resistido a lo ms recio del huracn, la casa se desarm como

    un rompecabezas chino, en gran desorden de pencas y de yaguas.Ay, Dio mo! Ay, Dio mo! aull Salom en el fragor de la tempestad.El viento corra con furia, sin intermitencias de presin, como una masa compacta que

    pesara sobre el flanco oeste de todo lo existente. Los rboles, las hierbas, los horcones,todo estaba inclinado en una misma direccin. Los pararrayos caan hacia el Oeste; las tejasvolaban hacia el Oeste; las bestias agonizantes rodaban hacia el Oeste. Al Oeste, lasplanchas de palastro arrancadas a la techumbre del San Lucio; al Oeste, las latas cilndricasde la lechera; al Oeste, los postes del telgrafo; al Oeste, en un foso de la va, un vagnfrigorfico derribado con su carga de jamones yanquis... Las tinieblas estaban amasadascon agua del mar. Olas del Atlntico, que llegaban en lluvia a las Once Mil Vrgenes, despusde pulverizarse sobre el inmenso desamparo de las tierras. De las plantas acosadas, delarroyo hecho torrente, de las hendeduras y de los filos, de las grietas y de los alambresdoblados, se alzaba un coro de quejas quejas de la materia torturada que esfumaba ensu vastedad el bramido del azote.

    Ay, Dio mo! Ay, Dio mo!Usebio gate entre los restos del boho. Empu a Menegildo y Andresito por las piernas

    y se lanz corriendo hacia la fosa abierta al pie de la ceiba. Cuatro veces ms y, al fin, sedej rodar en la cavidad que el agua salada haba transformado en lodazal. Salom llegdespus, apretando a Ruperto contra su cuello. Las manos del rorro se agarrabandesesperadamente a sus orejas. Barbarita apareci con Ambarina entre los brazos. Lu

    vena detrs de ella, con Tit, arrastrando el cuadro del Sagrado Corazn de Jess, que elaire le arrancaba a cada paso. Agazapados, revueltos, boca en tierra como los camellosante la tempestad de arena, grandes y chicos se preparaban a resistir hasta el agotamiento.Vacos de toda idea, slo dominaba en ellos un desesperado instinto de defensa. El anchotronco del rbol los protega un poco. Sus races centenarias mantenan la tierrareblandecida del hueco. Las tinieblas fragorosas amordazaban las bocas, haciendo mstrgica la sensacin de absoluto abandono. Los nios geman. Palomo se haba escurridotambin en la trinchera, ocultando la cabeza bajo las piernas huesudas del abuelo. Eltemblor del perro se haba contagiado a los hombres.

    Varias horas dur la espera. En la proximidad del alba, el viento comenz a ceder. Lacontinuidad de su impulso se transform en una sucesin de latigazos bruscos, escandidospor breves instantes de flaqueza. Sosteniendo a los nios, Salom y el abuelo estaban

    hundidos en el lodo tibio hasta el vientre. Sobre ellos no haban cesado de caer hojas, ramasrotas y semillas de palmiche. Empapados, tiritantes, los hombres parecan listos a colaborarcon la incipiente podredumbre de los escombros vegetales. Menegildo estaba cubierto degolpes y araazos. Una mano de Usebio sangraba.

    Haca tiempo ya que una imagen se haba apoderado de su cerebro con febrilinsistencia: la casa, tan blanca y nueva, de la colonia, deba haber resistido a la tormenta,gracias a sus fuertes muros de mampostera. Estaba a menos de media legua. Ah estaba elrefugio contra el agua, los palos y las bofetadas de aliento atroz. Pero eran nueve! Cmoemprender esa expedicin en la noche terrible, sin estar seguros de hallar el techodeseado? El viento pareci debilitarse una vez ms. Usebio tom una repentinadeterminacin. Salt fuera de la fosa y ech a correr, doblado sobre s mismo, en direccinde la colonia.

    Usebio! grit Salom. Usebio...!Una rfaga, seca como un trallazo, la oblig a agachar la cabeza.

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    Temporal (d)Usebio corra a campo traviesa, sostenido por la sola voluntad de llegar. Saltaba sobre

    los restos de cercas derribadas. Sus tobillos estaban cubiertos de heridas, causadas por losalambres de pas. Los troncos tumbados se le atravesaban en el camino. Caa en fangalesy rodaba a veces a lo largo de las cuestas. Avanzaba en zig-zag, con la cabeza baja,embistiendo el aire. Sus mangas rotas, los jirones de su camisa tremolaban a sus espaldascomo cintas batidas por los monzones martimos... Al fin. cubierto de tierra, jadeante, conlos dientes apretados y la boca seca, crey divisar las paredes blancas de la casa vivienda.Aliger el paso, haciendo un postrer esfuerzo.

    De la casa slo quedaban tres murallas hundidas, un cementerio de camas y armarioscubierto por un millar de tejas quebradas. Al caer, un bloque de piedra haba aplastado a unternero, cuyas patas se agitaban todava, convulsivamente, en un inmundo hervor deintestinos morados... Nadie! Los habitantes haban huido, sin duda, ante el temor deperecer bajo los escombros de la casa, que an tena la audacia de erguirse hacia el cieloimplacable.

    Usebio andaba extraviado. Su voluntad de antes haba cedido lugar a un desalientodoloroso. Una bandada de auras imposibles pona sombras de cruces en el fondo de susretinas. Dos velas, un sombrero sobre su atad. Lo bailaran y se acab. Lo bailaran, s; lobailaran, no. Lo bailaran, s; lo bailaran, no.

    Lo bailaran,Lo bailaran,

    Que s,Que no.Lo bailaran,Y se acab.Sea-ca-b...

    La fiebre haba anclado un ritmo absurdo en su cerebro y sus odos. Un coro de rumberosfantasmales, de los que zarandeaban atades en funerales igos, se alzaba ahora desdeel macizo central de su ser. Lo bailaran. Lo bailaran. Lo bailaran y se acab...! Sin

    conviccin, intent volver hacia el boho, brincando, corriendo, gateando. Tena lasensacin de no llegar jams. Los guas rboles, cercas, veredas que hubieran podidoconducirlo, estaban tan arruinados que sus ojos no lograban reconocerlos en la penumbra.Un alba de ejecucin capital se hizo sentir a travs del velo vertiginoso de la tormenta.Usebio cay de bruces, vencido. Se acab! Se a-ca-b...! Estaba muy lejos del batey, y losaba. Tit? Barbarita? Menegildo? Ambarina? Rupelto? Andresito? Salom? Elviejo...? La evocacin de la fosa encharcada lo hizo levantarse una vez ms. Ahora leobsesionaba, menos el recuerdo de los suyos que el deseo desesperado de no saberse tansolo, tan miserable, sobre esta tierra agotada, arada por el trueno, surcada de estrassanguinolentas como el cerebro de un buey degollado... Entonces el prodigio vino a suencuentro. Alzando los ojos, se vio de pronto ante una construccin de piedra, larga comohangar, con ventanas claveteadas, que el cicln pareca haber respetado. Era un barracn

    del ingenio antiguo, cuyos restos, veteranos de tormentas, se alzaban un poco ms lejos.Estaba habitado por algunos haitianos que se haban quedado en la colonia despus de laltima zafra... Usebio anduvo a lo largo del edificio. En el costado contrario al viento haba

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    una puerta cerrada. Asiendo una estaca, golpe furiosamente las tablas de madera dura.Golpe sin tregua hasta or un ruido que provena del interior. La puerta se movi apenas yuna cara oscura se mostr en el intersticio. Intentaron cerrar. Pero Usebio se precipit contodo su peso contra la hoja, cayendo cara al suelo, en el interior del barracn, entre unosnegros que blandan mochas. Uno de ellos, singularmente ataviado, llevaba una larga levitaazul sobre un vestido blanco de mujer. Su cara estaba desfigurada por anchos espejuelos

    ahumados. Un gorro tubular, de terciopelo verde, le cea la frente.Usebio se incorpor. Lo bailaran, s; lo bailaran, no... En el fondo del barracn haba

    una suerte de altar, alumbrado con velas, que sostena un crneo en cuya boca relucan tresdientes de oro. Varias cornamentas de buey y espuelas de aves estaban dispuestasalrededor de la calavera. Collares de llaves oxidadas, un fmur y algunos huesos pequeos.Un rosario de muelas. Dos brazos y dos manos de madera negra. En el centro, una estatuillacon cabellera de clavos, que sostena una larga vara de metal. Tambores y botellas... Y ungrupo de haitianos que lo miraban con malos ojos. En un rincn, Usebio reconoci a PaulaMacho, luciendo una corona de flores de papel. Su semblante, sin expresin, estaba comoparalizado.

    Lo muelto! Lo muelto! Han sacao a lo muelto! aull Usebio.Barrido por una resaca de terror, por un pnico descendido de los orgenes del mundo,

    el padre huy del barracn sin pensar ya en la tormenta. Lo muelto! Lo muelto delsementerio! Y Paula Macho, la bruja, la daosa, oficiando con los haitianos de la coloniaAdela...!

    Usebio corra an, cuando una luz glauca, luz de acuario, invadi los camposarruinados... Salom, los nios y el viejo estaban todava acurrucados en el fondo de lafosa. Lloraban, con los nervios rotos, sin que se supiera de quin eran realmente laslgrimas que rodaban por sus mejillas. El viento haba cesado... Del boho slo quedabantres horcones de jagey, un taburete patas arriba y el colador del caf.

    Cerca de all, milagrosamente perdonado, un rosal se mantena enhiesto. En la gota deagua que brillaba sobre su nica flor, apenas deshojada, haba nacido un diminuto arco iris.

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    Espritu SantoA los diecisiete aos Menegildo era un mozo rollizo y bien tallado. Sus msculos

    respondan a la labor impuesta como piezas de una excelente calidad humana. Suascendencia carabal lo haba dotado de una pelambrera apretada e impeinable, cuyaspequeas volutas se enlazaban hasta un vrtice situado en el centro de la frente. Susnarices eran chatas como las de Piedra Fina, y, asomando entre dos gruesos labiosviolceos, unos dientes sin tara eran la sntesis de su vida interior. Sus ojos, ms crneaque iris, slo saban expresar alegra, sorpresa, indiferencia, dolor o expectacin. A causade sus largas cejas, los chicos del casero lo haban apodado Cejas de Burro, burlndose desu previsto enojo, ya que Menegildo era susceptible en extremo y nada sensible alhumorismo. Habitualmente cubran sus anchos pectorales con una camiseta de listaspurpurinas. Sus pantalones blancos cuando salan de la batea hogarea no tardaban enser una mera embajada de todos los senderos de tierra colorada. Su sombrero estabatrenzado con el mismo material que la techumbre del boho familiar. Se levantaba demadrugada, con Usebio y Tit, para enyugar los bueyes... Al caer la noche, cuandodespertaban las lechuzas, era de los primeros en tumbarse en su mal oliente bastidor desacos.

    Salom no haba descuidado su vida espiritual. Unos meses antes, sentndolo ante elaltar de la casa, lo haba iniciado en los misterios de las cosas grandes, cuyos oscurosdesignios sobrepasan la comprensin del hombre... Menegildo escuch en silencio y jamsvolvi a hablar de ello. Saba que era malo entablar conversaciones sobre semejantestemas. Sin embargo, pensaba muchas veces en la mitologa que le haba sido revelada, y se

    sorprenda, entonces, de su pequeez y debilidad ante la vasta armona de las fuerzasocultas... En este mundo lo visible era bien poca cosa. Las criaturas vivian engaadas porun cmulo de apariencias groseras, bajo la mirada compasiva de entidades superiores. Oh,Yemay, Shang y Obatal, espritus de infinita perfeccin...! Pero entre los hombresexistan vnculos secretos, potencias movilizables por el conocimiento de sus resortesarcanos. La pobre ciencia de Salom desapareca ante el saber profundsimo del viejoBeru... Para este ltimo, lo que contaba realmente era el vaco aparente. El espaciocomprendido entre dos casas, entre dos sexos, entre una cabra y una nia, se mostraballeno de fuerzas latentes, invisibles, fecundsimas, que era preciso poner en accin paraobtener un fin cualquiera. El gallo negro que picotea una mazorca de maz ignora que sucabeza, cortada por noche de luna y colocada sobre determinado nmero de granossacados de su buche, puede reorganizar las realidades del universo. Un mueco de madera,

    bautizado con el nombre de Menegildo, se vuelve el amo de su doble viviente. Si hayenemigos que hundan una puntilla enmohecida en el costado de la figura, el hombrerecibir la herida en su propia carne. Cuatro cabellos de mujer, debidamente trabajados avarias leguas de su boho mientras no medie el mar, la distancia no importa, puedenamarrarla a un hecho de manera indefectible. La hembra celosa logra asegurarse lafelicidad del amante empleando acertadamente el agua de sus ntimas abluciones... Ascomo los blancos han poblado la atmsfera de mensajes cifrados, tiempos de sinfona ycursos de ingls, los hombres de color capaces de hacer perdurar la gran tradicin de unaciencia legada durante siglos, de padres a hijos, de reyes a prncipes, de iniciadores ainiciados, saben que el aire es un tejido de hebras inconstiles que transmite las fuerzasinvocadas en ceremonias cuyo papel se reduce, en el fondo, al de condensar un misteriosuperior para dirigirlo contra algo o a favor de algo... Si se acepta como verdad indiscutible

    que un objeto pueda estar dotado de vida, ese objeto vivir. La cadena de oro que secontrae, anunciar el peligro. La posesin de una plegaria impresa, preservar demordeduras emponzoadas... La pata de ave hallada en la mitad del camino se liga

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    precisamente al que se detiene ante ella, ya que, entre cien, uno solo ha sido sensible a suaviso. El dibujo trazado por el soplo en un plato de harina responde a las preguntas quehacemos por virtudes de un determinismo oscuro. Ley de cara o cruz, de estrella o escudo,sin apelacin posible! Cuando el santo se digna regresar del ms all, para hablar por bocade un sujeto en estado d xtasis, aligera las palabras de todo lastre vulgar, de toda nocinconsciente, de toda tica falaz, opuestos a la expresin de su sentido integral. Es posible

    que, en realidad, el santo no hable nunca; pero la honda exaltacin producida por una feabsoluta en su presencia, viene a dotar el verbo de su mgico poder creador, perdido desdelas eras primitivas. La palabra, ritual en s misma, receja entonces un prximo futuro quelos sentidos han percibido ya, pero que la razn acapara todava para su mejor control. Sinsospecharlo, Beru conoca prcticas que excitaban los reflejos ms profundos yprimordiales del ser humano. Especulaba con el poder realizador de una conviccin; lafacultad de contagio de una idea fija; el prestigio fecundante de lo tab; la accin de unritmo asimtrico sobre los centros nerviosos... Bajo su influjo los tambores hablaban, lossantos acudan, las profecas eran moneda cabal. Conoca el lenguaje de los rboles y elalma farmacutica de las yerbas... Y, al amarrara una mujer en beneficio de un clienteenamorado, saba que el emb no dejara de surtir el efecto deseado. La vctima,discretamente avisada por alguna combinacin de objetos depositados al pie de su puerta,

    aceptaba la imposibilidad de oponerse a lo ms fuerte que ella... Basta tener unaconcepcin del mundo distinta a la generalmente inculcada para que los prodigios dejen deserlo y se siten dentro del orden de acontecimientos normalmente verificables.

    Estaba claro que ni Menegildo, ni Salom, ni Beru haban emprendido nunca la arduatarea de analizar las causas primeras. Pero tenan, por atavismo, una concepcin deluniverso que aceptaba la posible ndole mgica de cualquier hecho. Y en esto radicaba suconfianza en una lgica superior y en el poder de desentraar y de utilizar los elementos deesa lgica, que en nada se mostraba hostil. En las rficas sensaciones causadas por unaceremonia de brujera volvan a hallar la tradicin milenaria vieja como el perro que ladraa la luna, que permiti al hombre, desnudo sobre una tierra an mal repuesta de susltimas convulsiones, encontrar en s mismo unas defensas instintivas contra la ferocidadde todo lo creado. Conservaban la altsima sabidura de admitir la existencia de las cosas en

    cuya existencia se cree. Y si alguna prctica de hechicera no daba los resultadosapetecidos, la culpa deba achacarse a los fieles, que, buscndolo bien, olvidaban siempreun gesto, un atributo o una actitud esencial.

    ...Aun cuando Menegildo slo tuviera unos centavos anudados en su pauelo, jamsolvidaba traer del ingenio, cada semana, un panecillo, que ataba con una cinta detrs de lapuerta del boho, para que el Espritu Santo chupara la miga.

    Y cada siete das, cuando las tinieblas invadan los campos, el Espritu Santo secorporizaba dentro del panecillo y aceptaba la humilde ofrenda de Menegildo Cu.

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    Paisaje (c)Era raro que Menegildo saliera de noche. Conoca poca gente en el casero y, adems,

    para llegar all, tena que atravesar senderos muy obscuros, de los que se ven frecuentadospor las cosas malas... Sin embargo, aquel 31 de diciembre, Menegildo se encamin haciael Central, a la cada de la tarde, para ver el rebumbo.

    Algunas nubes mofletudas, anaranjadas por un agonizante rayo de sol, flotaban todavaen un cielo cuyos azules se iban entintando progresivamente. Las palmas parecan creceren la calma infinita del paisaje. Sus troncos, escamados de estao, retrocedan en laprofundidad del valle. Dos ceibas solitarias brindaban manojos verdes en los extremos desus largos brazos horizontales. Las frondas se iban confundiendo unas con otras, comovastas maraas de gasa. Un pavo real haca sonar su claxon lgubre desde el cauce de unacaada. El da tropical se desmayaba en lecho de brumas decadentes, agotado por catorcehoras de orgasmo luminoso. Las estrellas ingenuas, como recortadas en papel plateado,iban apareciendo poco a poco, en tanto que la montona respiracin de la fbrica imponasu palpito de acero a la campia... Menegildo tom la ruta del Central. Unas pocas carretasse contoneaban entre sus altas ruedas. Otras, ms lentas que andar de hombre, le venanal encuentro llevando familias de guajiros hacia alguna colonia vecina. Los campesinos,endomingados, lucan guayaberas crudas y rezagos en el colmillo. Instaladas en sillas ybancos, sus hijas, trigueas, regordetas, vestidas con colores de pastelera, abran ojoseternamente azorados en caras lindas y renegridas, llenas de cuajarones de polvos dearroz. De la rodante exposicin de jipis, peinados grasientos y dentaduras averiadas, partaun saludo ruidoso:

    Buena talde, camar!Buena talde...! Va pal casero? A eperal el ao?Frases amables. El chiste, insaciablemente repetido, del anciano que estaba muy grave.

    Y Menegildo se volva a encontrar solo. Sin ser capaz de analizar su estado de nimo, sesenta invadido por una leve congoja. Hoy como le ocurra a veces en la cabaa que loalbergaba con sus padres y hermanos pensaba vagamente en las cosas de quedisfrutaban otros que no eran mejores que l. Los tocadores amigos de Usebio eran unapalpitante emanacin de buena vida, y se jactaban continuamente de haberse corridorumbas en compaa de unas negras que eran el diablo. Menegildo imaginaba sobre todo,Como un hroe de romance, a aquel Antonio, primo suyo, que viva en la ciudad cercana, yque, segn contaban, era fuerte pelotero y marimbulero de un sexteto famoso, a ms debenemrito limpiabotas. El Antonio ese deba ser el gran salao...! Haciendo excepcin de

    estas admiraciones, el mozo haba considerado siempre sin envidia a los que osabanaventurarse ms all de las colinas que circundaban al San Lucio. No teniendo n quebuscal en esas lejanas, y pensando que, al fin y al cabo, bastaba la voluntad de ensillaruna yegua para conocer el universo, evocaba con incomprensin profunda a los individuos,con corbatas de colorines, que invadan el casero cada ao, al comienzo de la zafra, paradesaparecer despus, sorbidos por las portezuelas de un ferrocarril. Pero ms que todos losdems, los yanquis, mascadores de andullo, causaban su estupefaccin. Le resultabanmenos humanos que una tapia, con el hablao ese que ni Dio entenda. Adems, era sabidoque despreciaban a los negros... Y qu tenan los negros? No eran hombres como losdems? Acaso vala menos un negro que un americano? Por lo menos, los negros nochivaban a nadie ni andaban robando tierras a los guajiros, obligndoles a vendrselas portres pesetas. Los americanos? Saramambiche...! Ante ellos llegaba a tener un verdadero

    orgullo de su vida primitiva, llena de pequeas complicaciones y de argucias mgicas quelos hombres del Norte no conoceran nunca.

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    Menegildo era demasiado jbaro para trabar amistad con los mozos de su edad quellevaban brillante existencia en el casero, entre copas de ron y partidas de domin en labodega de Canuto, enamorando a las deslumbradoras muchachas obscuras, coloreteadas yemperifolladas, embellecidas por aretes y medias colol calne, que el adolescente solaadmirar de lejos, como caza prohibida e inalcanzable. Nunca los hombros de Menegildohaban conocido el peso de una americana. Como vestimenta de lujo slo posea un

    largusimo gabn de forros descosidos, dado por un pariente pa que se lo pusiera por eltiempo fro. Fuera de unos ntimos de su padre, nadie estaba enterado de sus habilidadescoreogrficas, ya que slo desde el exterior haba entrevisto los bailes ofrecidos por laSociedad de Color del casero.

    Sintindose hombre, comenzaba a tener un poderoso anhelo de mujer. El franco deseono era ajeno a estas inquietudes. Pero en ellas haba tambin una miaja desentimentalismo: a veces soaba verse acompaado por alguna de las muchachas que sesentaban, al atardecer, en los portales del pueblo. La habra devorado con sus grandes ojosinfantiles, sin saber qu decirle. Luego, le habra pedido un beso, de acuerdo con el hbitocampesino, que cohbe las iniciativas del macho... Pero todo esto era bien remoto. Jamshaba pensado seriamente en la posibilidad de hablar con una mujer para otros fines que elde transmitir los recados que Salom enviaba a sus vecinas. Por ello, sus incipientes ideales

    amorosos adoptaban las formas romnticas de las pasiones descritas en los sones queconoca. Sus nociones en esta materia eran cndidamente voluptuosas. El amor era algoque permita estrecharse bajo las palmas o los flamboyanes incendiados. Despus venauna revelacin de senos y de turbadoras intimidades. Pero la mujer era siempre cerrera, ycuando se iba con otro quedaba uno hecho la gran basura... Sin embargo, una necesidad dedominacin quedaba satisfecha, y quien no hubiese casado por ah, no poda llamarse unhombre un hombre como ese negro Antonio, que le zumbaba el mango...!

    Sin ser casto, Menegildo era puro. Nunca se haba aventurado en los bohos de lasforasteras que venan, en poca de la zafra, a sincronizar sus caricias con los mbolos delingenio. Tampoco era capaz de acudir a los buenos oficios de Paula Macho desde que supadre le cont que la desprestigiada andaba manoseando muertos con los haitianos de lacoloniaAdela. Hasta ahora, su deseo slo haba conocido mansas cabras pintas, con largas

    perillas de yesca y ojos tiernamente confiados.

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    Fiesta (a)El casero estaba de fiesta. La fbrica trepidaba como de costumbre, pero un estrpito

    inhabitual cunda a su alrededor. Las calles estaban llenas de jamaiquinos, luciendochaquetas de un azul intenso. Sus mujeres llevaban anchas sayas blancas, y en ms de unasonrisa brillaba el sol de un diente de oro. Un ingls de yea y ovezea topaba con elpatu delos haitianos, que regresaban a sus barracones y campamentos con los brazos cargados debotellas y los faldones de la camisa anudados sobre la barriga. Algunos traan banzas,chachas y tambores combos, como si se prepararan a invocar las divinidades del vaud. Enel umbral de su tienda, el polaco Kamn se ergua entre frascos y calcetines, esperando a losclientes deseosos de embellecerse a la salida del trabajo. La luz de una bombilla iluminabacrudamente sus panoplias de corbatas y las ligas de hombre estiradas sobre un modelo depierna, impreso en tinta azul. Todos estos artculos disfrutaban de un xito extraordinarioentre los habitantes del casero. Ms de un jamaiquino haba visto su honor de maridoseriamente comprometido, por culpa de los pauelos de seda amarilla o los pomos de Cotyexpuestos en el nico escaparate de La Nueva Varsovia.

    Menegildo atraves varias callejuelas animadas... Se senta extrao entre tantos negrosde otras costumbres y otros idiomas. Los jamaiquinos eran unos presumos y unosanimales! Los haitianos eran unos animales y unos salvajes! Los hijos de Tranquilino Moyaestaban sin trabajo desde que los braceros de Hait aceptaban jornales increblementebajos! Por esa misma razn, ms de un nio mora tsico, a dos pasos del ingeniogigantesco. De qu haba servido la Guerra de Independencia, que tanto mentaban losoradores polticos, si continuamente era uno desalojado por estos hijos de la gran perra...?

    Una sonrisa de simpata se dibujaba espontneamente en el rostro de Menegildo cuandodivisaba algn guajiro cubano, vestido de dril blanco, surcando la multitud en su caballitohuesudo y nervioso. Ese, por lo menos, hablaba como los cristianos!

    Un ruido singular se produjo al fondo de una plazoleta, no lejos del parque, frente a unabarraca de tablas ocupada por la modesta iglesia presbiteriana. Los transentes se habanagrupado para ver a una jamaiquina, que entonaba himnos religiosos, acompaada por dosnegrazos que exhiban las gorras de la Salvation Army. Una caja pintada de rojo y uncornetn desafinado escoltaban el canto:

    Dejad que os salvemos,Como salv Jess a la pecadora.Cantad con nosotros

    El himno de los arrepentidos...

    Era una inesperada versin de la escena a que se asiste, cada domingo, en las callesms sucias y neblinosas de las ciudades sajonas. La hermana invitaba los presentes apenetrar en el templo, con esos ademanes prometedores que hacen pensar en los gestosprodigados a la entrada de los burdeles... La letana se haca quejosa, o bien autoritaria yllena de amenazas. El Seor misericordioso saba encolerizarse. Quien no montara en suferrocarril bendito, corra el peligro de no conocer el Paraso... Los perros del vecindarioladraron desesperadamente, y los graciosos soltaron trompetillas. Una vaca, en trance departo, lanz mugidos terrorficos detrs del santuario. Los cantantes, impasibles, seprosternaron, viendo tal vez al Todopoderoso y su gospeltrain bienaventurado a travs delas nubes de humo bermejo que salan de las torres del ingenio. Y el cntico estall

    nuevamente en los gaznates de papel de lija. Una mandbula de lechn a medio roerprodujo una ruidosa estrella de grasa en el tambor del tro espiritual.

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    Y toda la oleada de espectadores rod bruscamente hacia una calleja cercana. Elorganillo elctrico del Silco tocaba la obertura de Poeta y aldeano, bajo una parada defenmenos retratados en cartelones multicolores.

    Entren a ver al indio comecandela! La mujel m fuelte del mundo! El hombreejqueleto...! Hoy e el ltimo da...!

    Ante este imperativo de fechas, el ferrocarril del Seor tuvo que partir con cuatro

    jamaiquinas sudorosas por todo pasaje.

  • 7/30/2019 Carpentier, Alejo Ecue Yamba O

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    Fiesta (b)En casa del administrador del Central, la fiesta de San Silvestre reuna a toda la lite

    azucarera de la comarca. La vieja vivienda colonial, con sus anchos soportales y sus pilaresde cedro pintados de azul claro, estaba iluminada por cien faroles de papel. En la ssala,generosamente guarnecida de muebles de mimbre, bailaban varias parejas al ritmo de undisco de Jack Hylton. Las muchachas, rientes, esbeltas, de caderas firmes, se entregaban ala danza con paso gimnstico, mientras las madres, dotadas de los atributos de gorduracaros al viejo ideal de belleza criollo, aguardaban en corro la hora de la cena. Como decostumbre, mucha gente haba venido de las capitales para pasar las Pascuas y la semanade Ao Nuevo en el ingenio, siguiendo una tradicin originada en tiempo de bozales ycaleseros negros.

    En el hotel yanqui bungalow con aparatos de radio y muchas ruedas rotarias, losqumicos y altos empleados se agitaban a los compases de un jazz trado de la capitalcercana. En el bar se alternaban todos los postulados del buen sentido alcohlico. La caoba,hmeda de Bacard, ola a selva virgen. Las coktaileras automticas giraban sin tregua, bajolas miradas propiciadoras de un caballito de marmolina blanca regalado por una casaimportadora de whisky. En un cartel de hojalata, un guapo mozo de tipo estandarizadoblanda un paquete de cigarrillos: Its toasted...! En una prgola, algunas girls con cabellosde estopa se hacan palpar discretamente por sus compaeros. Con las faldas a mediapierna y todo un falso pudor anglosajn disuelto en unos cuantos high-ballde JohnnyWalker, celebraban intrpidamente el advenimiento de un nuevo ao de desgraciaazucarera.

    Menegildo abra los ojos ante las piernas rosadas de las hembras del Norte. Tambinadmiraba las campanas de papel rojo que se mecan en el techo del bar.

    Qu gente, caballero...!De pronto el ingenio se estremeci. Escupi vapor, vomit agua hirviente y todas sus

    sirenas carilln de cataclismo se desgaitaron en coro. Las locomotoras, quearrastraban colas de vagones cargados de caa, atravesaban el batey volteando campanas,abriendo vlvulas y chirriando por todas las piezas. El silbido de la cucaracha cunditambin en el tumulto. Entonces la multitud pareci amotinarse. Se golpearon cazuelas, sehicieron rodar cubos. Se gritaba, se chiflaba con todos los dedos metidos en la boca. Unchico huy por una calle, haciendo saltar una lata llena de guijarros. En el hotel americanose oyeron coros de borrachos evanglicos. Y el relevo de media noche se hizo en medio deldesorden ms completo... Vestidos de over-all, chorreando sebo, varios negros salieron

    corriendo del ingenio y fueron directamente al bar ms cercano clamando por un trago.Algunos yanquis, con la corbata en la mano, abandonaron el hotel sudando alcohol... Unviolento rumor de voces parta de la casa de calderas. A causa de la fiesta, el personal derelevo no estaba completo. Quiso impedirse la salida a los jamaiquinos. Estos amenazaroncon emborracharse en las mismas plataformas del Central.

    Atontado por la baranda, cegado por las luces, Menegildo entr en la bodega deCanuto. Aqu tambin se beba, junto a una vidriera que encerraba cajetillas deCompetidora Gaditana, ruedas de Romeo y Julieta, boniatillos, alegras de coco, jabones deolor, carretes de hilo y moscas ahogadas en almbar... Varios cantadores guajirosimprovisaban dcimas, sentados en los troncos de quiebrahacha colocados en el portal amodo de bancos. Los caballos asomaban sus cabezotas en las puertas, atrados por elresplandor de quinqus de carburo en forma de macetas... Las flores poticas nacan sobre

    montono balanceo de salmodias quejosas. Las coplas hablaban de trigueas adoradas a laorilla del mar, del zapateado cubano y de gallos malayos, de cafetales y camisas de listado;todo iluminado con tintes ingenuos, como las litografas de cajas de puros. Mientras tanto,