Carlos Fuentes o la lectura especular de Cervantes · des diacrónicas — que la «imaginada»...

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JACQUES JOSET CARLOS FUENTES O LA LECTURA ESPECULAR DE CERVANTES La presencia de Cervantes y, antes que nada, del Quijote en la fic- ción del siglo XX es innegable, ineludible, tópica. Más todavia, si esta narrativa utiliza el mismo instrumento lingüístico — con las salveda- des diacrónicas — que la «imaginada» historia de 1605-1615. A modo de confirmación bibliográfica de esta evidencia, las huellas cervanti- nas en la novelística española de nuestro tiempo han sido reciente- mente registradas por Ángel Basanta, por otra parte autor de un exce- lente edición del Quijote', y la fascinación de Borges por el proceso de la «abismación» cervantina fue el objeto de un estudio de Antonio Fernández Ferrer 2 . Cuando el novelista contemporáneo es además ensayista, se esta- blece un fecundo diálogo entre teoría literaria y práctica narrativa que se iluminan recíprocamente. Tal es el caso de Carlos Fuentes 3 , cuyas repetidas lecturas del Quijote culminan en Terra Nostra, ficción que, a su vez, proyecta su sombra sobre los comentarios cervantinos del escritor mexicano, anteriores y posteriores a 1975. En las páginas que siguen, me interesaré tan sólo por el interlocu- tor reflexivo del coloquio singular entre el crítico y el novelista. Al eli- minar al Cervantes personaje o descubridor de procesos narrativos reactualizados en las ficciones de Carlos Fuentes, estoy consciente de que uso una metodología castradora. Pero hoy no me pongo la gorra del narratólogo sino la del historiador preocupado por los flujos y Ángel Basanta, «Cervantes y el Quijote en algunas novelas españolas de nuestro tiempo», in Actas del I Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, Barcelona, Anthropos, 1990, pp. 25-51. - Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, ed. de A. Basanta, Barcelona, Plaza & Janes, 1985, 2 voi. 2 Antonio Fernández Ferrer, «La 'abismación' cervantina en la literatura hispano- americana», in Actas del II Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, Barce- lona, Anthropos, 1991, pp. 327-336. Con el permiso del lector, remitiré al capítulo «Autores traduttori traditori: Don Quijote y Cien años de soledad» de mi libro Historias cruzadas de novelas hispanoamericanas, Frankfurt-Madrid, Vervuert-Iberoamericana, 1995, pp. 92-108. 3 Y en España de Gonzalo Torrente Ballester, El Quijote como juego, Madrid, Gua- darrama, 1975. ACTAS II - ASOC. CERVANTISTAS. Jacques JOSET. Carlos Fuentes o la lectura especular de Cervantes

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JACQUES JOSET

CARLOS FUENTES O LA LECTURA ESPECULAR DE CERVANTES

La presencia de Cervantes y, antes que nada, del Quijote en la fic­ción del siglo XX es innegable, ineludible, tópica. Más todavia, si esta narrativa utiliza el mismo instrumento lingüístico — con las salveda­des diacrónicas — que la «imaginada» historia de 1605-1615. A modo de confirmación bibliográfica de esta evidencia, las huellas cervanti­nas en la novelística española de nuestro tiempo han sido reciente­mente registradas por Ángel Basanta, por otra parte autor de un exce­lente edición del Quijote', y la fascinación de Borges por el proceso de la «abismación» cervantina fue el objeto de un estudio de Antonio Fernández Ferrer 2.

Cuando el novelista contemporáneo es además ensayista, se esta­blece un fecundo diálogo entre teoría literaria y práctica narrativa que se iluminan recíprocamente. Tal es el caso de Carlos Fuentes 3, cuyas repetidas lecturas del Quijote culminan en Terra Nostra, ficción que, a su vez, proyecta su sombra sobre los comentarios cervantinos del escritor mexicano, anteriores y posteriores a 1975.

En las páginas que siguen, me interesaré tan sólo por el interlocu­tor reflexivo del coloquio singular entre el crítico y el novelista. Al eli­minar al Cervantes personaje o descubridor de procesos narrativos reactualizados en las ficciones de Carlos Fuentes, estoy consciente de que uso una metodología castradora. Pero hoy no me pongo la gorra del narratólogo sino la del historiador preocupado por los flujos y

Ángel Basanta, «Cervantes y el Quijote en algunas novelas españolas de nuestro tiempo», in Actas del I Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, Barcelona, Anthropos, 1990, pp. 25-51. - Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, ed. de A. Basanta, Barcelona, Plaza & Janes, 1985, 2 voi.

2 Antonio Fernández Ferrer, «La 'abismación' cervantina en la literatura hispano­americana», in Actas del II Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, Barce­lona, Anthropos, 1991, pp. 327-336. Con el permiso del lector, remitiré al capítulo «Autores traduttori traditori: Don Quijote y Cien años de soledad» de mi libro Historias cruzadas de novelas hispanoamericanas, Frankfurt-Madrid, Vervuert-Iberoamericana, 1995, pp. 92-108.

3 Y en España de Gonzalo Torrente Ballester, El Quijote como juego, Madrid, Gua­darrama, 1975.

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reflujos de las corrientes que animan este organismo tan raro que lla­mamos «literatura». La focalización sobre la expresión clara del pensa­miento crítico queda, pues, justificada, si bien ello no nos exime del deber de interrogar al interlocutor novelista del diálogo que el escritor ha entablado consigo mismo. Será en otra ocasión ... si otros ya no lo han hecho.

Una última advertencia preliminar: no pretendo aquí recoger cuantas disquisiciones, menciones o alusiones cervantinas hay en la abundantísima producción crítica de Carlos Fuentes: los libros básicos y una que otra consideración espigada en artículos de prensa o entrevi­stas permitirán, creo, perfilar el retrato en evolución de don Miguel según don Carlos 4.

En mi opinión, dicho retrato se ha completado, hasta el presente, en tres momentos cuyo último dista mucho de estar cerrado.

El primer trazo de alguna importancia que noto data de 19665. Tratando de explicar a Emir Rodríguez Monegal el complejo funciona­miento narrativo de Cambio de piel, su autor equipara éste al del Qui­jote: «Igual que siempre: Don Quijote no es cierto, es sólo un deseo: el de Cervantes y el de Alonso Quijano» 6. Esta cita, utilizada por la crítica para ilustrar el problema de la realidad ficticia en la obra de Carlos Fuentes 7, se parece de manera asombrosa a dos versos del soneto de Jorge Luis Borges «Sueña Alonso Quijano» de La Rosa pro­funda (1975):

El hidalgo fue un sueño de Cervantes y don Quijote un sueño del hidalgo 8 .

Lo asombroso del parecido, enraizado probablemente en alguna glosa cervantista (¿de Unamuno?), no borra las diferencias: el deseo cervantino define la novela como género que no reproduce la realidad, según el canon estético de Carlos Fuentes. Problema técnico, pues, frente al onirismo vertiginoso de Borges. Pero ambos, de manera inde­pendiente, recurren al mismo símil para subrayar la irrealidad radical de la literatura, la cual condensa una red cerrada de proyecciones

4 Varios puntos tratados aquí han sido tocados en una perspectiva diferente por Teodosio Fernández. «Carlos Fuentes o la conciencia del lenguaje», in Carlos Fuentes. Pre­mio «Miguel de Cervantes» 1987, Barcelona, Anthropos/Ministerio de Cultura, 1988, pp. 103-124.

5 Esta fecha nc es un terminas a quo absoluto. Ya en 1958, Carlos Fuentes había mencionado a Cervantes en un artículo de prensa (cfr. infra).

E. Rodríguez Monegal, «[Entrevista a] Carlos Fuentes», in Homenaje a Carlos Fuen­tes, (H.F. Giacoman, ed.), New York, Las Américas, 1971, pp. 23-65 [cita de la p. 46]; repro­ducción de Mundo Nuevo, núm. 1, junio 1966, pp. 5-21.

7 Cfr. Claude Fell, «Mi to y realidad en Carlos Fuentes», in Homenaje a Carlos Fuen­tes, p. 376.

8 Citado por A. Fernández Ferrer, art. cit., p. 332.

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mentales de seres históricos e imaginarios (Cervantes, Don Quijote). En su primer libro, ya clásico, de crítica literaria, La nueva novela

hispanoamericana (1969), Carlos Fuentes sólo otorga a Cervantes un estatuto de comparante. Empeñado en dibujar histórica y polémica­mente los contornos de la narrativa de su generación y de sus precur­sores frente a los narradores «burgueses» o «mundonovistas», rastrea en el pasado a los revolucionarios del discurso ficticio y destaca el polimorfismo secular del género. La referencia a Cervantes era ineludi­ble. Así, «como en Cervantes, en Carpentier la palabra es fundadora del artificio: exigencia, desnivel frente al lector que quisiera adorme­cerse con la fácil seguridad de que lee la realidad» 9 . Una alusión, apenas, pero que ya penetra en la médula de la revolución cervantina, Carpentier de por medio. Por eso mismo, el crítico incurre en una con­tradicción poco más abajo al atribuir al novelista cubano la invención en lengua española de la «representación en la representación» que lle­vaba más de tres siglos. Cervantes, sencillo «precursor», ha sido enter­rado por la urgencia de la modernidad hispanoamericana.

El novelista-crítico mexicano revela la misma intención cuando escribe: «[...] Cien años de soledad se convierte en el Quijote de la lite­ratura hispanoamericana. Como el Caballero de la Triste Figura, los hombres y mujeres de Macondo sólo pueden acudir a una novela — esta novela — para comprobar que existen» (p. 65). Cita que hay que completar por una página de Casa con dos puertas (1970), escrita en este mismo año de 1969. En ella, Carlos Fuentes equipara a Cide Hamete con Melquíades y desprende lo que será un núcleo constante de sus análisis cervantinos: el descubrimiento de sí mismo que hace un personaje de ficción viéndose escrito: «Cuando Don Quijote descu­bre su propia biografía en una imprenta de Barcelona [...], la novela vence la ilusión del lector que quisiera estar leyendo, bien una obra con autonomía formal, bien una obra con contenido dependiente» 1 0.

Dejando de lado algún que otro punto discutible — v. gr. los manu­scritos de Melquíades no pueden coincidir con el texto de Cien años de soledad11 —, me interesa aquí subrayar que Cervantes le sirve a Carlos Fuentes para realzar la modernidad literaria de García Már­quez que es, se sobreentiende, la misma suya. Esta lectura proyectiva-retrospectiva, que seguirá siendo la clave cognoscitiva de todas las lec­turas cervantinas de Carlos Fuentes, pone el dedo sobre el gran acierto del Quijote ya puesto de manifiesto por la crítica, por lo menos desde Américo Castro, no citado ni en La nueva novela hispanoamericana,

Carlos Fuentes, La nueva novela hispanoamericana, México, Joaquín Mortiz, 1969, p. 56. De aquí en adelante, remito directamente a esta edición en el texto.

1 0 Carlos Fuentes, Casa con dos puertas, México, Joaquín Mortiz, 1970, p. 76. De aquí en adelante, remito directamente a esta edición en el texto.

1 1 Cfr. mi estudio señalado en la nota 2.

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ni en Casa con dos puertas12- Por supuesto, ni en el caso de Carpen-tier, ni en el de García Márquez, pretende Carlos Fuentes deslindar influencias. Su crítica opera modo simüitudinis más preocupada por seguir las corrientes subterráneas o visibles de la historia literaria que por establecer vínculos positivistas o intertextuales estrictos entre los cultivadores de la ficción. Es así como «tanto Cervantes como García Márquez proponen otro problema: sus libros no han de ser creídos sino leídos; su realidad es la lectura» (Casa, p. 79). Ni que decir tiene que García Márquez no compartiría probablemente este criterio: para él, sí la credibilidad, o, mejor, las condiciones que hacen que lo leído sea también creíble son esenciales a la hora de firmar el pacto literario 1 3 . Lo que interfiere en la lectura paralela de Cervantes y García Márquez es el propio criterio de Carlos Fuentes sobre la ficción moderna que descarta la verosimilitud realista en pro de otra finali­dad, la de la lectura creadora de su propia realidad y transformadora de la realidad del lector 1 4 .

Otra alusión mediatizada al Quijote aparece en La nueva novela hispanoamericana para colocar a Cortázar con respecto a Cervantes: «Michel Foucault dice que "Don Quijote lee al mundo para demostrar los libros". Cortázar propone la opinión contraria. Por boca de Morelli, declara su intención de hacer una novela, no escrita, sino des-escrita» (p. 72). Por ser breve, esta referencia contrastiva podría pasar por encima de la atención del lector. Sin embargo es fundamental porque nos da una de las fuentes que orientaron las lecturas cervantinas de Carlos Fuentes: de hecho, las páginas que Michel Foucault dedicó al Quijote en Les mots et les choses[5 subrayan la «modernidad» de Cer-

1 2 Sí lo será, según veremos, en la bibliografía de Cervantes o la crítica de la lectura, donde se menciona El pensamiento de Cervantes (1925) que aquí viene al caso como vendría otro estudio de A. Castro, también olvidado en 1976, «Cervantes y Pirandello», in Hacia Cervantes, Madrid, Taurus, 19673- Para un comentario de la bibliografía de Cervantes o la crítica de la lectura, véase Roberto González-Echeverría, «Terra Nostra: teoría y prác­tica», in Revista Iberoamericana, XLVI I , núms. 116-117, julio-dic. 1981, pp. 289-298.

1 1 De los sesenta o más cuentos que Gabriel García Márquez afirma haber escrito «sobre la vida de los latinoamericanos en Europa», se sabe ahora que se salvaron los Doce cuentos peregrinos (1992). Pero en 1984, declaró que los había tirado todos al «cajón de la basura»: «Su principal defecto era el fundamental para romperlos: ni yo mismo me los creía» . ( «¿Cómo se escribe una novela?», in El País, 30.1.1984, ahora en Notas de prensa 1980-1984, Madrid, Mondadori, 1991, pp. 511-513).

M Comentando el pasaje citado, escribe Luis Davila, «Carlos Fuentes y su concepto de la novela», in Revista Iberoamericana, XLVI I , núms. 116-117, julio-dic. 1981, pp. 73-78: «[...] el novelista nos llama la atención a la discrepancia que existe entre un conocimiento crítico de la realidad novelística, según se le explica o se le da al lector para que crea en la obra, y la experiencia de la propia lectura por medio de la cual se atraviesa en forma afectiva al territorio del texto mismo» (p. 76). A la verdad, no veo tal oposición entre impo­sición crítica y experiencia de la lectura en el texto de Carlos Fuentes, pero sí, repito, la hay entre dos finalidades de la escritura de ficción.

1 5 Michel Foucault, Les mots et les choses. Une archéologie des sciences humaines, Paris, Gallimard, 1966, pp. 60-61. Este libro figurará en la bibliografía de Cervantes o la

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vantes y el papel de la lectura en la locura quijotesca. La interpreta­ción de Michel Foucault, al parecer, impresionó al novelista mexicano: las ideas del filósofo francés germinaron tanto que se hicieron piedras de toque del segundo momento de su aproximación al Quijote. Asimis­mo al evocar el proyecto cortazariano de una novela des-escrita, Fuen­tes anticipa el capitulo XI de Cervantes o la crítica de la lectura donde, con más razón, devolverá a James Joyce la invención de la ficción crí­tica de la escritura. Pero, repito, en 1969, el propósito de nuestro ensayista era escribir una «defensa e ilustración» de la nueva novela hispanoamericana 1 6.

El «índice de nombres» que remata Casa con dos puertas facilita la tarea del investigador. Pero como bien lo sabemos todos, un índice no es un instrumento inocente. Cervantes sólo tiene tres entradas frente a las trece de su contemporáneo Shakespeare a quien, es verdad, se dedica un artículo exclusivo («Las casas de Shakespeare», pp. 161-167). Para apreciar como conviene la comparación, observamos que el mismo índice de un libro que recoge escritos sobre el teatro (pp. 159-194) no tiene entrada a nombre, digamos, de Lope de Vega, mientras que Calderón merece una mención fugaz e inevitable (p. 174) en un artículo sobre «El auto profano de Jean Genet».

Ya hemos situado la aproximación Cervantes-García Márquez en la reivindicación de la modernidad literaria hispanoamericana promo­vida por Carlos Fuentes. Las otras dos menciones a primera vista care­cen de valor crítico aunque la más antigua que yo conozca, la que bajo forma admirativa aparece en un artículo dedicado a la muerte del Ma­estro Manuel Pedroso, español exiliado en México, es, quizá, menos inocente de lo que uno podría creer: « Y jamás — ¡Dios lo librara, y si no Cervantes! — solemnidad» (p. 89). ¿Acaso no se equipara el Crea­dor literario por excelencia al supuesto Creador del mundo? ¿Acaso no se convoca el desenfado cervantino? Esta calidad apenas recono­cida, por no decir desconocida, en los dos primeros momentos del retrato literario de don Miguel por Carlos Fuentes, como veremos, hará su camino 1 7 .

crítica de la lectura. Ya en su Histoire de la folie á l'áge classique, (Paris, Plon, 1961), Michel Foucault había examinado el caso de la locura del hidalgo de La Mancha. Para una crítica de las ideas de Foucault, véase Roger Duvivier. «La mort de don Quichotte et VHistoire de la folie», in Marche Romane, XX , 1970, pp. 69-83.

1 6 Cervantes aparece citado una última vez en La nueva novela hispanoamericana como punto de arranque de la empresa de Juan Goytisolo para quien el problema es «hacerse extranjero a su lengua, recobrar un desamparo que, de nuevo, convierta la lengua en desafío y una exploración, como lo fue para Cervantes, Rojas o Góngora» (pp. 81-82). Recordemos que la revolución de la novela por la reapropiación de la lengua es la meta que se asignaba el propio Carlos Fuentes (Cfr. el art. cit. de Teodosio Fernández).

1 7 Para completar, diremos que Cervantes aparece adjetivado, junto a uno de sus per­sonajes, en el mismo artículo, pero referido a la persona de Pedroso: «Las masas amorfas no existían para Pedroso: él tenía amigos. Como el Diego de Miranda de la epopeya cervan­tina, distinguía y comprendía a cada uno [...] (p. 91). Por fin, en «La novela como tragedia:

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La segunda etapa viene constituida esencialmente por Cervantes o la crítica de la lectura (1976), pieza central, hasta ahora, de las lectu­ras cervantinas de Carlos Fuentes. Si bien no me ocupo de la presencia de Cervantes en las ficciones, no es indiferente recordar que este ensayo viene estrechamente vinculado a la escritura de Terra Nostra. Se plasman los «impulsos paralelos» y «preocupaciones comunes» de ambas obras en una «bibliografía gemela» 1 8 , ya debidamente valo­rada por la crítica 1 9. Sin embargo el ensayo tiene propósitos explíci­tos: reflexionar sobre el Quijote como base de «una nueva manera de leer el mundo» y, sobre todo, como «crítica de la creación dentro de la creación» (p. 15).

A la verdad, el ensayista desarrolla ideas esbozadas en La nueva novela hispanoamericana: la primera impulsada probablemente, como vimos, por la lectura de Michel Foucault y la segunda, por la, ahora confesada, de Américo Castro. Otra vez cabe observar que dichos con­ceptos tan fecundos para una comprensión de Cervantes corresponden al programa literario del novelista actual, quien, en la «Advertencia» había ratificado la actualidad del Quijote al vincular el ensayo a la reflexión sobre la identidad mexicana en su relación conflictiva con España (pp. 9-12).

No obstante, el sello definitivo de esta «segunda» lectura del Qui­jote, el que la distingue de la primera completándola, es la tentativa de contextualización histórico-literaria de la obra de Cervantes que lle­nan los capítulos II-VIII de Cervantes o la crítica de la lectura.

La novedad de Cervantes, afirma Carlos Fuentes, radica en su rup­tura con la lectura unívoca de la tradición épica y en el hecho de que hizo posible el encuentro de Amadís y de Lazarillo. El escritor mexi­cano retoma consideraciones hilvanadas por los mejores críticos con­temporáneos. Sin citarlos, quizá porque no había leído directamente, pongamos por caso, a Leo Spitzer, Juan Bautista Avalle-Arce o Edward C. Riley 2 0 . Los caminos de la crítica también tienen sus vericuetos y atajos.

Producto de la contextualización histórica es la situación paradó­jica de Cervantes, creador de la novela moderna en la España de la

Will iam Faulkner» (fechado en 1962-1969), se lee: «[...] la novela clásica, tal como fue conce­bida de Cervantes a Thomas Mann, estaba amenazada, si no de muerte, sí de una prolon­gada agonía» (p. 59). Aquí, Carlos Fuentes arrincona la «revolución» cervantina, la cual seguía alimentando la modernidad hispanoamericana, según él mismo reconocía. Curiosa amnesia, muy temporera, debida, quizá, a la rapidez de la escritura de un artículo de prensa aun revisado.

1 8 Carlos Fuentes, Cervantes o la critica de la lectura, México, Joaquín Mortiz, 1976, p. 111. De aquí en adelante, remito directamente a esta edición en el texto.

" Cfr. supra n. 12. 2 0 Menciono a estos tres críticos porque Carlos Fuentes hubiera podido haber leído

en 1976: L. Spitzer, «Perspectivismo lingüístico en el Quijote», in Lingüística e historia lite­raria, Madrid, Gredos, 197 4 2, pp. 161-225; J.B. Avalle-Arce, Nuevos deslindes cervantinos, Barcelona, Ariel, 1975; E.C. Riley, Teoría de la novela en Cervantes, Madrid, Taurus, 1971.

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Contrarreforma monolítica, «mutilada, encerrada, vertical y dogmá­tica» (p. 35). A todas luces, la contradicción aparente intrigó a Carlos Fuentes quien volverá sobre ella una y otra vez: «La sociedad española de la época, privada del pluralismo moderno, inventó, con la lengua española, la idea revolucionaria de la multiplicidad de los puntos de v ista» 2 1 ; «[...] la paradoja es que de la España postridentina surgen el lenguaje y la imaginación fundadores de la modernidad que la Contra­rreforma rechaza» 2 2 .

Tales aproximaciones sociohistóricas fijan una clave del pensa­miento crítico de Carlos Fuentes sobre el poder de la literatura que puede ir a contratiempo de la evolución social. Aquí también tendre­mos que pasar por encima de reparos que se podrían hacer a la «para­doja» cervantina. A la verdad, la Contrarreforma no desautorizó el Qui­jote que, como todo el mundo sabe, tuvo un éxito enorme en su tiempo. El Carlos Fuentes de 1976 no se había dado cuenta, al parecer, que las aventuras del hidalgo fueron leídas como una obra cómica y nada más. La ideología dominante no tenía asideros para rechazar la moder­nidad literaria de una obra, protegida por la relativa autonomía de la literatura, que no asediaba de frente los baluartes de la sociedad esta­mental.

«La crítica de la creación dentro de la creación» y «la estructura­ción de la crítica como una pluralidad de lecturas posibles» (Cervantes, p. 35), respuesta cervantina a la Contrarreforma según Carlos Fuentes, eran de hecho compatibles con una sociedad que se desvivía autoenga-ñándose. Lo que intriga al ensayista es esta aporía consabida de una historia literaria determinista que constata, extrañada, el desfase entre la decadencia de los aparatos de un Estado, del mismo Estado, y el ápice de una cultura.

A la verdad, cabe preguntarnos si Carlos Fuentes no vuelve a proyectar su situación de novelista hispanoamericano de hoy en la sociedad española de la Contrarreforma, si no se proyecta a sí mismo en la personalidad literaria de Cervantes, si el proyecto cervantino definido por el ensayista no es un remedo retrospectivo del novelista. Dicho de otra forma, Cervantes sería el «padre» de la nueva novela hispanoamericana, el «padre» literario de Carlos Fuentes porque en una sociedad periférica de la modernidad revolucionó el discurso ficti­cio denunciando los cimientos de su realidad.

Tampoco es inocente la descripción del transfondo histórico-literario del Quijote. Inspirado en la visión, discutible y discutida, de Américo Castro — el Américo Castro de La realidad histórica de España bastante distanciado de El pensamiento de Cervantes, como no

2 1 Carlos Fuentes, «Libros para compartir la imaginación del mundo» [Discurso al Congreso de la Unión Internacional de Editores], in El País, 12.5.1984.

Carlos Fuentes, «Discurso en la entrega del Premio Cervantes 1987», in Carlos Fuentes. Premio «Miguel de Cervantes» 1987, p. 22.

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parece advertirlo Carlos Fuentes —, el escritor mexicano, siguiendo las huellas del español Juan Goytisolo, se adhiere de una manera un tanto acrítica a cuantas disquisiciones de don Américo por más controverti­bles que sean (por ej. sobre el «mudejarismo» del Libro de buen amor). Nos las habernos una vez más con una retrospección: la España mestiza, pluricultural de Américo Castro es, digo yo, asimilable al México de Carlos Fuentes.

El capítulo VI dedicado a La Celestina se inspira en lo mismo reforzado por la lectura de The Spain of Fernando de Rojas de Stephen Gilman que figura en la bibliografía. En las páginas sobre los Comune­ros (cap. VII), se adopta la revisión propuesta por José Antonio Mara-vall, interesante para un lector especular como Carlos Fuentes, en cuanto la imposición final del ideal imperial de Carlos V representa, en dicha perspectiva, una catástrofe, también para la América espa­ñola.

A partir del capítulo VIII, el ensayo vuelve a concentrarse sobre Cervantes abordando primero la cuestión del influjo de Erasmo, reco­nocido y admitido ya que aquí se condensan las propuestas de Américo Castro, el de El pensamiento de Cervantes esta vez. El hispanista no puede sino notar un fallo bibliográfico de importancia: Carlos Fuentes desconoce, al parecer, a la mayor autoridad en el campo del erasmis-mo español, Marcel Bataillon cuya versión castellana de Erasme et VEspagne había sido publicada en México por el mexicano Antonio Ala-torre. No cabe duda de que la lectura del capítulo «El erasmismo de Cervantes» de este libro hubiera matizado las páginas de Cervantes o la crítica de la lectura sobre el tema 2 3 . El «olvido» se remediará en las páginas de Valiente mundo nuevo (1990) dedicadas a la «sonrisa erasmiana» de Cervantes, inspiradas en la obra maestra del «historia­dor francés» 2 4 .

La nueva lectura del Quijote, cuyos resultados se dan en el cap. IX, se arraiga en la de la etapa anterior. Se repiten, aclaran y profundizan los modelos cognoscitivos ya esbozados en La nueva novela hispano­americana, sacando de ellos las consecuencias de propuestas claves tales como: «Seguramente, ésta es la primera vez en la historia de la literatura que un personaje sabe que está siendo escrito al mismo tiempo que vive sus aventuras de ficción» (p. 76). La ruptura cervan­tina con la univocidad del orden épico 2 S determinó no sólo la inven­ción de la novela moderna (p. 77) sino también el mismísimo «naci­miento del mundo moderno»: cuando Don Quijote salió a recorrer la tierra, «aprendió a poner en duda y a criticar al mundo, a crear este

2 3 Marcel Bataillon, «El erasmismo de Cervantes», in Erasmo y España, trad. cast, de A. Alatorre, México, Fondo de Cultura Económica, 1950, II, pp. 400-427.

2 4 Carlos Fuentes, Valiente mundo nuevo, Madrid, Mondadori, 1990, pp. 255, 237. 2 5 En Valiente mundo nuevo, Carlos Fuentes, inspirándose en Bajtin, interpretará esa

ruptura como una conversión de la épica «en un objeto de burla».

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instrumento maravilloso, insustituible, de desajenación, de conoci­miento a través de la imaginación, que llamamos novela» 2 6 .

La coincidencia del surgimiento de la ficción moderna con la modernidad a secas es, por supuesto, una visión de literato. Dudo mucho que la comparta la historia. Pero no importa saber quién se lleva la palma o la razón: el escritor y el historiador se mueven en dos esferas distintas conforme a la nueva dimensión epistemológica que configura precisamente la modernidad: la multiplicidad de los puntos de vista.

El de Cervantes y de Carlos Fuentes es el del escritor de ficción, es el de la literatura que irrumpe — volvemos a lo dicho ya en Casa con dos puertas — cuando Don Quijote visita a la imprenta barcelonesa donde ve sus aventuras en letras de molde: «Don Quijote es remitido a su única realidad: la de la literatura» (p. 82).

La puesta en duda de la realidad del mundo no estorba la voluntad cervantina de instalar valores en el corazón de dicha realidad (cap. X). Estos son, según Carlos Fuentes, el Amor y la Justicia, de herencia erasmista, ideal sustentado en la Utopía de la Edad de Oro (p. 88) 2 1 .

Lo no dicho de esta perspectiva socioética me parece ser, otra vez, el discurso de nuestro escritor sobre las sociedades iberoamericanas cuyas injusticias, como las de la España de la Contrarreforma, podrían (hubieran podido) remediarse por los valores, personales y sociales, exaltados por Erasmo y Cervantes. ¿No es América la Tierra de expe­riencias utópicas por antonomasia? El Quijote es el puente entre el mito de la Edad de Oro y Terra Nostra28.

Es así como Cervantes o la crítica de la lectura, que se daba como meta la contextualización histórica del Quijote desemboca en la más absoluta a-historicidad y llega a transformar la literatura en mito de sí misma. ¿A qué corresponde esta literatura hipostasiada producida por un solo autor polígrafo, multilingue, polimorfo, transtemporal y transespacial? ¿A qué corresponde esta reivindicación de una sola lite­ratura, la misma que persiguió James Joyce (cap. XI) , constituida del «mismo libro abierto, de todos» (p. 96)? ¿A qué corresponde sino a un mito?

6 Intervención de Carlos Fuentes en la mesa redonda «La experiencia del novelista», in Revista Iberoamericana, XLVI I , 1981, p. 312.

2 7 Otra alusión al famoso discurso quijotesco en Valiente mundo nuevo, p. 66. 2 8 Esta configuración semántica que reúne mito de la Edad de Oro, Utopía, América

y ficción, viene ratificada en una frase de un artículo dedicado a Juan Rulfo: «El arte cum­ple un vasto recorrido en busca de la tierra feliz del origen, de la isla de Nausicaa de Homero a la Edad de Oro de Luis Buñuel, pasando por el Paraíso cristiano de Dante y la Edad de Oro de Don Quijote» (Carlos Fuentes, «Mugido, muerte y misterio: el mito de Rulfo», in Revista Iberoamericana, XLVI I , núms. 116-117, julio-dic. 1981, p. 16). Quizá valga la pena notar que la enumeración consta de nombres de «autores», con la excepción de Don Quijote: una vez más el personaje ha suplantado al creador.

ACTAS II - ASOC. CERVANTISTAS. Jacques JOSET. Carlos Fuentes o la lectura especular de Cervantes

Entre las referencias ausentes de la «Bibliografía conjunta» del ensayo de 1976 está el ahora casi ineludible Bajtin cuando del Quijote se trata. Sin embargo, las principales obras del teórico ruso ya estaban disponibles al menos en inglés y en francés 2 9. ¿No las había leído todavía Carlos Fuentes? Es muy probable que no, dada su propensión a sustentar sus reflexiones en las de los «maîtres à penser» del momento. En todo caso, el recorrido de las dos primeras etapas en la construcción de «su» Quijote nos enseña a las claras que, hasta la fecha, la dimensión cómica de la obra se la había poco menos que esca­pado. La lectura de Bajtin, base teórica confesada de los ensayos de Valiente mundo nuevo30, y la reintroducción del humor marcan el tercer momento del retrato cervantino de Carlos Fuentes.

Aunque su discurso en la entrega del premio Cervantes 1987 con­densa sustancialmente los conceptos básicos de Cervantes o la crítica de la lectura, finaliza mencionando una «poética de La Mancha» unida a «la del Nuevo Mundo» 3 1 . Ahora bien, esta expresión «poética» o «tradición de La Mancha» es clave recurrente de dos entrevistas 3 2

donde se vincula a la polifonía bajtiniana y a la primera lectura del Quijote atestiguada históricamente, la cómica (aunque esta perspectiva diacrónica sigue desapercibida por Carlos Fuentes). Su meta, ahora, es recuperar «el gran humor, el juego, las disgresiones [sic] de lo que llamo la tradición de La Mancha, la tradición impura, lúdica e inclu­siva de Cervantes, Sterne y Diderot, que fue interrumpida por la tradi­ción de Waterloo» (M.R.V., p. 89). Y a Julio Ortega, quien le plantea la cuestión de su «evolución cervantina», contesta Carlos Fuentes: «[...] quiero ir más allá de la visión foucaultiana, y ver que al salir del mundo de la unidad y la analogía, [Don Quijote] se encuentra con un mundo de diversidad y diferencia» (J.O., p. 638).

Este encuentro supone otro con el dialogismo bajtiniano y un ir más allá de la lectura «foucaultiana» de las dos primeras etapas, si bien, como vimos, ésta había sido ya en parte desplazada por el pensa­miento de Américo Castro en Cervantes o la crítica de la lectura, la recuperación de la «tradición de Mancha» es también recuperación del

2 9 M.M. Bakhtin, Rabelais and his World, tr. I. Iwolsky, Cambridge, Mass., MIT, 1968; Mikhaïl Bakhtine, L'oeuvre de François Rabelais et la culture populaire au moyen âge et sous la Renaissance, Paris, Gallimard, 1970; La poétique de Dostoïevski, Paris, Le Seuil, 1970; M.M. Bakhtin, Problems of Dostoeyvskys Poetics, tr. R.W. Rotsel, Ann Arbor, Mich., Ardis, 1973.

30 Valiente mundo nuevo, pp. 36-38. 1 «Discurso de entrega...», p. 76.

3 2 Maria Victoria Reyzabal, «Mantener un lenguaje o sucumbir al silencio (Entrevista a Carlos Fuentes)», in Carlos Fuentes. Premio «Miguel de Cervantes» 1987, pp. 83-101 [M. V.R. en el texto]; Julio Ortega, «Carlos Fuentes: para recuperar la tradición de La Man­cha. Entrevista», in Revista Iberoamericana, LV, 1989, pp. 637-654 [JO. en el texto]. En Valiente mundo nuevo, el escritor mexicano bautizó a los narradores hispanoamericanos contemporáneos de «hijos de Don Quijote», «hijos de la Mancha» (pp. 280-281).

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humor mediante el carnaval bajtiniano: «Nuestra visión es más bien de una novela de humor, y en eso coincidimos con Bakhtin [...]» (J.O., p. 639).

Pero, como en las etapas anteriores, esta nueva lectura del Quijote sigue siendo especular, es decir estrictamente relacionada con el pro­pio quehacer literario: « Yo intenté muchas veces la novela cómica, digamos, que no salía porque no sabía cómo hacerla. No me podía reír todavía con la libertad con que puedo hacerlo en Cristóbal Nonato [1987]» (J.O., p. 644). El retorno a la lectura original del Quijote, Bajtin de por medio, dio un fruto híbrido, sin duda circunstancial, con el divertido pastiche titulado «Capítulo N. De las razones que pasaron entre Don Quijote y Sancho, camino de la venta, y de la sin ventura aventura que en ésta les sucedió» 3 3 .

Saliendo de la lectura romántica del Quijote, prolongada, matizada o interrumpida por las valoraciones estructuralistas y las de Américo Castro, pero en fin de cuentas lectura «seria», Carlos Fuentes descifra ahora el lenguaje de Cervantes a la luz de la heteroglosia 3 4.

También empieza a salir de la aporía de la historia literaria deter­minista y a matizar la paradoja cervantina. Aquí la aportación de la teoría de la recepción de Jauss, aunque no referida directamente al Quijote (M.V.R., p. 91), me parece de suma trascendencia. El modelo explicativo del filólogo alemán que contrasta la lentitud de los cambios socioeconómicos y la rapidez de los cambios literarios que los antici­pan, le permite a Carlos Fuentes vislumbrar este «misterio» del surgi­miento de un Cervantes en la Contrarreforma más cerrada: «[Cervan­tes] escribe en el centro de la Contrarreforma y no precisamente como un ataque contra ella» (J.O., p. 638).

Las reservas que pusimos arriba a las consideraciones sociohistó-ricas de Carlos Fuentes sobre el Quijote ya se están desvaneciendo.

Las conclusiones que de este retrato en evolución de Miguel de Cervantes — mejor, de la criatura que parió — por un novelista-ensayista mexicano, americano y cosmopolita de nuestro tiempo caen de su peso. Carlos Fuentes pasó su vida de lector del Quijote «contem-poraneizándolo», haciéndolo suyo a tenor de su dominio de las teorías socioliterarias vigentes (Michel Foucault, Américo Castro, Mikhaíl Baj­tin, ...), en consonancia con su visión (activista, polémica) de la «nueva

In La Cervantiada, (Julio Ortega, ed.), México, UNAM/E1 Colegio de México/Eds. del Equilibrista, 1992, pp. 241-247.

3 4 Quizá con demasiada precipitación. Así la afirmación — repetida en Valiente mundo nuevo (p. 183) — según la que «los protagonistas hablan lenguajes diferentes hetero-glósicos; Quijote y Sancho no se entienden» (J.O., p. 639) soslaya el hecho de que el Quijote es también la aventura de dos lenguajes que acaban por entenderse ... como ocurre en el pastiche «Capítulo N...».

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novela hispanoamericana» y en comunicación directa con su propia actividad creadora.

Lectura especular, por supuesto, ... ¿habrá otra?

NOTA ADICIONAL. - Este trabajo se terminó de redactar antes de la publicación de Geografía de la novela (Madrid, Alfaguara, 1993) en la que Cervantes vuelve a ocupar un lugar destacado. Habrá que tomarlo en cuenta en una eventual continuación de la investi­gación.

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