carlos alberto ortega gonzález - Istor - Revista · 2009. 11. 5. · nuevo debate y eso siempre se...
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antonio annino y rafael rojas, La indepen
dencia. Los libros de la patria. méxico: cide/fce,
2008, 244 p. (colección herramientas para
la historia).
carlos alberto ortega gonzález
Persiste en el tiempo la complacencia de los mexicanos por su Independencia: un hito en la historia de México siempre sobrevaluado, jamás vilipendiado. Su significado fue configurado por el discurso nacionalista que nació y se reprodujo durante la centuria decimonónica. Los encargados de construirlo utilizaron la historia como herramienta y, bajo la estela de un sentimiento patriótico, dirigieron su escritura en busca de la evocación heroica. Durante el siglo xx, el discurso se fortaleció gracias a la continuidad de las prácticas apologéticas. Sin embargo, su andar fue trastocado debido, en gran parte, a la profesionalización de la historia. La crítica, auspiciada por el método científico, desquebrajaría los cimientos del discurso para exhibir sus anomalías e, inclusive, cuestionar el nacionalismo que había fomentado.
Si la historia vitaliza a la Independencia y, a la vez, denuncia las arbitrariedades en su significación, es porque existe una multiplicidad de versiones sobre su origen y desarrollo histórico. Para desentrañar las contrariedades y comprender los diversos sentidos sobre este hecho, es pertinente realizar una aproxi
mación a las plumas que lo registraron e interpretaron. Sin embargo, la documentación sobre este periodo es inmensa y se presenta en todos los géneros literarios posibles. El ejercicio para llegar a su total conocimiento no es fácil, pues prescribe un esfuerzo titánico e incansable.
El trabajo presentado por Antonio Annino y Rafael Rojas es un intento por materializar un corpus que dé cuenta de la enorme producción historiográfica sobre el tema. El libro la Independencia. los libros de la patria contiene dos ensayos que “reconstruyen la principales líneas de la historiografía sobre la Independencia de México”. Tal ejercicio de reconstrucción se alimenta de reflexiones encaminadas a analizar las diferentes tendencias ideológicopolíticas que influyeron en los relatos sobre el acontecimiento fundacional de la nación me xicana. Acompaña a los trabajos una extensa recopilación bibliográfica donde se encuentran las obras publicadas desde 1810 hasta los primeros años del siglo xxi. Este apartado es parte fundamental del texto, pues refuerza su sentido.
La revisión historiográfica comienza con las obras liberales del siglo xix, transita por las líneas revolucionarias e ideológicas del xx y finaliza con los escritos revisionistas de los últimos 30 años. El eje reflexivo de los autores se constituye a partir del análisis de conflictos sociales, “que involucraban en su acción militar y política múltiples valores e intereses”. Como es de esperarse, los
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hombres y los nombres no escapan de la reconstrucción histórica. De hecho, la legitiman.
El ensayo de Annino muestra las transformaciones de la historiografía sobre el tema durante el siglo xix. El patriotismo y sus derivaciones son analizados por el autor para explicar la construcción de un pasado que valida la visión de una nación excluyente. En ese sentido, la identidad nacional se configuró a partir del grado de alejamiento de los mexicanos respecto al periodo colonial. Los héroes y sus hazañas en pos de la libertad y de los derechos políticos, marcaron la tesitura de la escritura de la Independencia durante los años precedentes al positivismo.
Annino indica que en la segunda mitad del siglo xix, los patriotismos nacionalistas se apoderaron del discurso para construir un paradigma de la historia del progreso. Desde esta premisa, la Independencia presentó la oportunidad para delinear los estatutos de la verdadera emancipación nacional. En ese contexto, la tarea de los hombres de letras se circunscribió a la reconstrucción histórica incluyente, glorificadora del pasado y de la cultura del país. La historiografía decimonónica, en el ocaso de su tiempo, intentó dominar la razón histó-rica a partir de los postulados positivistas, y con ello, reproducir la primera versión moderna del movimiento independentista.
La historiografía sobre la Independencia en el siglo xx es abordada por
Rafael Rojas. Su ensayo trata los cambios historiográficos ocurridos en un periodo caracterizado por su turbulencia discursiva e ideológica, la cual finalizaría con la profesionalización de la historia. Desde esa perspectiva, la característica principal en la historiografía desarrollada desde la época de la Revolución hasta el periodo de los regímenes políticos neoliberales, es su exposición constante a las corrientes ideológicas.
Según el autor, la historiografía de la Revolución y la posrevolucionaria no marcaron gran distancia de su antecesora: la Independencia brillaba por su legado libertador. No obstante, fue a partir de los años treinta que, como nunca antes visto, la Independencia fue usada para legitimar el poder político o académico y, al mismo tiempo, exacerbó las disputas ideológicas e historiográficas. Las ideologías encumbradas en el indigenismo, el agrarismo y el marxismo devinieron en un discurso radical del nacionalismo. Los historiadores que adoptaron estas corrientes descifraron problemas económicosociales dentro del movimiento independentista, invitando así a la construcción de enfoques étnicos o de clase que dieran cuenta de una nación pluricultural. A pesar de la diversidad interpretativa, la historiografía siguió una línea tradicional y no logró despojarse de los mitos oficiales.
El giro interpretativo vendría con la revaloración histórica no de la Independencia sino de la monarquía española.
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Los estudios sobre el periodo borbónico elaborados entre los años setenta y ochenta señalaron un proceso de contrac ción y debilitamiento de las estructuras políticas y económicas coloniales. En ese sentido, el movimiento insurgente de 1810 pierde su envestidura fundacional y es reinterpretado como el punto final de la decadencia monárquica iniciada en la segunda mitad del siglo xviii. Al poner bajo este contexto la última fase del virreinato de Nueva España, los historiadores pusieron en duda el sentido libertador de la Independencia y, por lo tanto, abrieron un nuevo debate.
Con la caída del régimen soviético en 1992 y el devenir hegemónico de la economía de mercado, las transformaciones sociales y políticas replantearon las interpretaciones de la realidad. Pa ra Rojas, este cambio repercutió nota blemente en las ciencias sociales y, por ende, en el campo historiográfico. La percepción histórica existente sobre la Independencia fue discutida y con ello se puso en marcha una renovación historiográfica que devino en una acelerada producción de trabajos académicos.
La nueva historia política tomó la batuta para marcar las pautas de análisis. El experimento gaditano, la recomposición territorial, los procesos electorales y el nacimiento del gobierno representativo en México fueron los tópicos abordados para explicar, dentro de un proceso de transición, el resquebrajamiento del antiguo régimen. El
punto de partida ya no fue 1810 o la crisis del orden virreinal, sino 1808, cuando el vacío de poder, ocasionado por la invasión napoleónica en España, produjo una serie de tensiones en torno al control de la soberanía. En la alborada del siglo xxi, el estudio de la Independencia es influenciado por la historia intelectual con el fin de analizar un proceso de largo alcance y detectar los elementos liberales y republicanos formadores del Estado nacional mexicano en la centuria decimonónica.
la Independencia. los libros de la pa-tria es un libro esencial para conocer la enorme producción historiográfica sobre la Independencia de México. El trabajo de Annino es un gran esfuerzo sintetizador que el lector no especializado agradecerá; sin embargo, encontrará dificultades para comprender ciertos conceptos. El ensayo de Rojas es consistente y, por ello, la explicación de los debates historiográficos tiende a simplificarse en demasía.
No obstante, es significativa la aportación de esta obra. Los ensayos que la conforman ilustran de manera atinada las tendencias historiográficas y los contextos ideológicos que las enmarcan. Las reflexiones de los autores abren un nuevo debate y eso siempre se agradece. Asimismo, no se puede soslayar la importancia de la compilación bibliográfica, la cual es vasta y representa una herramienta de gran utilidad para todo aquel interesado en el tema.
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m. sükrü hanioglu, A Brief History of the
Late Ottoman Empire. Princeton: Princeton
university Press, 2008, 288 p.
Jean meyer
M. S. Hanioglu dicta la cátedra de estudios del Medio Oriente en la Universidad de Princeton y especialista en la última etapa del Imperio Otomano, nos ha brindado dos excelentes libros: Preparation for a Revolution y the Young turks in opposition. En éste último, una nueva edición, la revolución joventurca y sus adeptos reciben la atención que merecen; pero el autor, empero, presenta primero todos los intentos de reforma, desde antes de la Revolución Francesa en adelante, incluso a partir de la derrota militar sufrida frente a los rusos de Catalina la Grande.
the Young turks in opposition empieza con una descripción de la compleja realidad otomana a fines del siglo xviii: un imperio que se extiende sobre tres continentes –Europa, Asia y África– y que ofrece una extraordinaria riqueza étnica, cultural y religiosa. En el siglo xix –era de los nacionalismos–, esta diversidad se transforma en factor de ruina a la hora de la derrota que en 1918 selló el destino de tres prestigiosas dinastías imperiales: las de los Osmanlí, los Habsburgo y los Romanov.
Además de ser experto en la literatura sobre el tema, tanto turca como in
ternacional, M. S. Hanioglu ha trabajado en los archivos imperiales, lo que le permite criticar diversas historias marcadas por la ideología nacionalista turca post otomana, como –en el caso de autores no turcos– la “leyenda negra”, que sigue afectando gran parte de la historiografía. Cuando la Unión Europea no sabe qué hacer con la candidatura turca, ese libro de corta extensión es particularmente bienvenido.
Siempre es difícil escapar a la ilusión del destino histórico: la Revolución Francesa es la conclusión normal, la única posible, de la etapa monárquica. De la misma manera, eran inevitables las revoluciones mexicana, china y rusa, así como el derrumbe del poderío español y de los demás imperios. Tanto en Turquía como fuera de ella, se asume que el surgimiento de la república turca en Anatolia, y de otros muchos estados, de entre los escombros del califato, fue tan lógico como fatal. Por cierto, dicho proceso aún no termina, como lo manifiesta el doloroso parto de la nación palestina que sigue esperando un estado propio para conformarse al modelo revolucionario francés de la naciónestado, del estado nacional.
El autor demuestra que esa visión teleológica del pasado es un obstáculo mayor para entender el periodo “como realmente fue” y para discernir la relación que existe entre las nacionesestado,
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Turquía y su pasado otomán en particular. Para esto, basta con evocar la desintegración de Yugoslavia a finales del siglo xx, la crisis de Kosovo, los conflictos latentes en la región y el creciente papel de Turquía en el Medio Oriente. Por lo tanto, la historia que nos ofrece M. S. Hanioglu no es la clásica evocación de una “decadencia” que se acelera con el “progreso”, la “modernización” y la “secularización” de Europa. “Corregir este error es la meta mayor de mi libro”, afirma.
Por eso saca a relucir los procesos históricos, movimientos de larga duración, y los sitúa en un marco analítico cuadridimensional: la persistente voluntad imperial de lograr una verdadera centralización; un contexto socioeconómico movedizo; el reto mayor de encontrar una contestación otomana a la modernidad; y la necesidad de integrar la historia del imperio a la del mundo. China, Japón y Rusia, para citar los principales países de una lista que resultaría muy larga, tuvieron que enfrentar el mismo desafío.
Cada historia nacional, en los Balcanes y en el mundo árabe, narra la lucha de su pueblo por sacudirse el yugo “turco”. El autor interpreta esta historia como la de un combate entre el esfuerzo centralizador y una serie de fuerzas centrífugas muy variadas. Por un lado, el centro aprovecha la tecnología moderna
para tomar control de una inmensa periferia hasta ese momento altamente autónoma –los latinoamericanistas recordarán la “segunda conquista” de las reformas borbónicas–. Por el otro, las elites locales tradicionales, los movimientos nacionalistas emergentes y las presiones internacionales trabajan en sentido contrario.
Esa tensión permanente entre centro y periferia es inseparable de una transformación global del “antiguo régimen” imperial. Desde un principio –otra vez, como en el imperio español pocos años antes–, la reforma administrativa revoluciona las relaciones económicas, la cultura otomana y la sociedad.
Por tal motivo, el autor versa sobre los cambios en la economía, sociedad y cultura en ese contexto mayor, en lugar de estudiarlos de manera separada, en el vacío. Así evita la peligrosa tentación que nos acecha a todos: la de “explicar” un desarrollo histórico por una sola “causa” social o económica –por ejemplo, encontrar una relación causal entre la inflación y la revolución joventurca, o atribuir la resistencia al uso de la imprenta al “fanatismo religioso”, sin tomar en cuenta la dimensión socioeconómi ca del problema, a decir, que todo un gremio vivía de copiar manuscritos–. Así, para cada desarrollo histórico del siglo xix otomano, interviene la trinidad culturasociedadeconomía.
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M. S. Hanioglu evita con cuidado los paradigmas de modernización y occidentalización, puesto que el reto de la modernidad afectó a todos, empezando por los estados europeos. Como ellos, mal que bien, el Estado otomano se adaptó: su tarea fue más ardua que la de Francia, y no menos que la de Rusia. Este proceso liquidó la ficción de una hostilidad férrea y permanente hacia la modernidad, enfrentada con una no menos radical voluntad de modernización. Se dio un reformismo otomano montado en principios islámicos, así como un constitucionalismo no muy diferente al joventurco, por más secular que haya sido éste. De la misma manera, el “califa piadoso” Abdulhamid II, frente a la modernidad, no reaccionó de forma muy diferente a la de su abuelo Majmud II, calificado de “sultán infiel” por los beatos musulmanes de su tiempo.
Modernización, occidentalización: no se trata de modelos importados, sino de un largo y complicado proceso de aculturación. La adopción se da de manera selectiva y, en un contexto diferente, toma formas disímiles o tiene consecuencias imprevistas.
Entre los muchos méritos de este libro, destaca lo siguiente: considera a la historia otomana como parte del andar de Europa y del mundo, más allá de la geopolítica o del comercio. M. S. Hanioglu maneja la historia de las relaciones in
ternacionales como Pierre Renouvin y JeanBaptiste Duroselle. Desde el Congreso de Viena, en 1815, hasta la Guerra Mundial, el imperio fue parte integral de las luchas por el poder en Europa, entre los imperios –Alemania, Inglaterra y Francia–: la historia del siglo xix otomano, y de los últimos 20 años del imperio, no se entiende fuera de este contexto.
El derrumbe del imperio en 1918 no se puede analizar sin tomar en cuenta esa “historia diplomática” que ha sido injustamente despreciada a consecuencia de un marxismo o de un economismo mal entendido. ¿Qué hubiera pasado si, en 1914, el imperio hubiese optado por la neutralidad en lugar de aliarse con Berlín y Viena? ¿Quién se atreverá a decir, después de leer este libro, que estaba condenado? Si Napoleón no hubiera destruido la monarquía española en 1808, ¿cómo habría sido la evolución del mundo otomano?
Una sola crítica a este pequeño gran texto: la trágica cuestión del pueblo armenio y el exterminio que sufrió a partir de 1915 reciben apenas 20 líneas en la página 132. El autor escribe: “Uno de los acontecimientos más trágicos de la guerra fue la deportación de muchos armenios de Anatolia […] La deportación fue ejecutada con una violencia a gran escala, bajo condiciones climáticas extremosas y de hambre que condujeron a una
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pérdida masiva de vida. Puso fin, efectivamente, a la existencia armenia en gran parte de Anatolia”. Ni una cifra. Tampoco se mencionan las matanzas de 1895 y de 19081909. También ausente, la palabra “genocidio”. El lector encontrará toda la información en dos libros: el historiador turco, Taner Akçam, escribió A. Shameful Act. the Armenian Genocide and the Question of turkish Responsability (Nueva York: Metropolitan, Holtand Co, 2006; reseñado en Istor Núm. 33, 2008: 106116); y el francés Raymond Kevorkian publicó en el mismo año una suma sobre la tragedia, le génocide des Arméniens (París: Odile Jacob, 1000 p.).
l/istor
victor David hanson, La guerre du Pélo
ponnèse. París: flammarion, 2008, traducido
del inglés.
En nuestro pesimismo masoquista olvidamos el horror de las guerras. Hanson ha escrito mucho sobre los conflictos bélicos griegos y el presente, y en este libro dibuja esa violencia de manera más cruda. Entre 431 y 404 a.C. los griegos se dividieron en dos bandos –alrededor de Atenas y Esparta– para enfrascarse en una guerra tan larga como atroz. El autor vuelve a las fuentes para presentarnos una tragedia que no tiene nada que pedirle a las del siglo xx en Europa. La
crueldad impera y, por más que Hanson simpatice con Atenas y califique al ejército espartano como “algo similar a la Waffen SS”, reconoce la violencia en todos: presos y rehenes masacrados, mujeres y niños vendidos como esclavos, ciudades borradas del mapa. Los dos bandos practican la política de la tierra quemada y la estrategia del terror, lo cual desemboca en una carnicería.
Para los combatientes la situación no es mejor. En el capítulo dedicado a la fatal expedición de Sicilia (415413 a.C.), se ve cómo los errores de los líderes conducen a 50,000 atenienses y a sus aliados a la muerte –más perecieron en un terrible cautiverio que en combate–. Las batallas navales son las que cobran mayor número de vidas, especialmente en la fase final de la lucha; aquí Atenas perdió más hombres que en Sicilia. La matanza sistemática se explica por la voluntad de atemorizar y la masacre de todos los remeros busca paralizar a la flotilla adversa. Hanson nos propone una lectura militar: su terrible costo demográfico explica por qué Tucídides y los historiadores griegos la vieron como la madre de todos los conflictos bélicos, mientras que los del siglo xx la equipararon a la Primera Guerra Mundial. Aquélla fue el suicidio de Europa, como la del Peloponesio fue la ruina de Grecia y el fin de la independencia de sus ciudadesestado.
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Jean Delumeau, Le Mystère Campanella.
París: fayard, 2008.
El gran historiador francés, incansable veterano y admirable maestro, nos ofrece un libro de 600 páginas sobre el dominico Tommaso Campanella, quien huye de Italia para ponerse bajo la protección del rey de Francia en 1634 a causa de la Monarchia del Messia. Una paradoja si uno piensa que la obra sostiene una doctrina favorable a la supremacía del poder pontifical sobre el de los reyes y emperadores. Ciertamente, el hombre está implicado –con o sin razón– en un complot contra el virrey de Nápoles y eso explica por qué el Papa lo exilia, salvándole la vida, pues bien podía el virrey pedir a Roma la extradición del monje calabrés, astrólogo oficial del Santo Padre.
En París, Campanella se convierte en el consejero de asuntos italianos del gran cardenal Richelieu. También le piden levantar el horóscopo del pequeño Delfín, el futuro Luis XIV. Su etapa más tranquila fue la última, cinco años parisinos lejos de una vida agitada y marcada por 30 años vividos en la cárcel. Jean Delumeau, gran especialista de historia religiosa, nos restituye la figura fascinante de un profeta milenarista, admirador de Tomas de Aquino (por eso escogió el nombre de Tomasso; en realidad se llamaba Giovanni Domenico), astrólogo
reputado y autor prolífico. Adversario decidido del protestantismo y crítico implacable de Aristóteles y Maquiavelo, simula estar loco para escapar de una condena a muerte después de 40 horas de tormentos abominables. Ése es uno de los mejores capítulos de un libro fascinante que nos permite entender a este héroe, filósofo, teólogo, científico y astrólogo que vivía con un pie en el pasado y uno en la modernidad. Había sido olvidado hasta que en el siglo xix los revolucionarios redescubrieron su ciudad del Sol, utopía de una sociedad comunista que pone fin a la explotación del hombre por el hombre.
JeanPaul Desprat, Mirabeau. L’excès et le
retrait. París: Perrin, 2008.
Una biografía de casi 800 páginas. Un libro brillante sobre el político admirado por Don Jesús Reyes Heroles: Mirabeau, de quien pensaba que, de haber vivido unos años más, hubiera asentado la monarquía constitucional en Francia y desviado el curso de la Revolución. Murió en 1791: la enfermedad fue consecuencia de los excesos que minaban su cuerpo. Piloto de una revolución que había deseado, fue enterrado en el Panteón. Después de que cayó la monarquía se descubrió su correspondencia secreta con unos reyes que no le hicieron caso; los revolucionarios tiraron su cuerpo a la
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fosa común, pero, según Chateaubriand: “Le quedó el olor del Panteón, no de la alcantarilla”.
El hombre conocía a su Francia y a sus pobladores, como –perdonando el anacronismo– Richelieu o De Gaulle. Intentó canalizar las pasiones francesas y defender al país contra la Europa de los reyes que veía en la Revolución una buena oportunidad para debilitar a “el mamut de Europa” (Jean Jaurès dixit). Al justificar al poder ejecutivo, atacado por los diputados constituyentes, dijo: “Como el fuego nos quema, ¿debemos privarnos de su calor?”. Así pasó de una crítica justificada de los defectos de lo que denominaba ya el “antiguo régimen” a la defensa de una monarquía necesaria para evitar el terrible derrape de la Revolución y de las guerras civiles y mundiales. No fue favorable al proyecto republicano porque entregaría “el Estado a las facciones civiles”. Soñó con una síntesis de la democracia con la monarquía, algo que el autor califica de “una democracia real a la instauración de la cual Mirabeau dedicó todo su labor, que era inmensa, y su genio”, que no lo era menos.
hélène carrère d’ encausse, Alexandre II. Le
printemps de la Russie. París: fayard, 2008.
La politóloga e historiadora de la Academia Francesa no ha olvidado sus raíces georgianas y tampoco que su país vivió los
siglos xix y xx en el seno del zarismo y de la Unión Soviética. Por eso, nos brinda un libro más sobre Rusia para analizar el reino del “zar libertador” en todas sus contradicciones. Sobre el tema de las reformas emprendidas después de la muerte en 1855 del autócrata Nicolás I, su padre, y de la desastrosa guerra de Crimea, la literatura histórica es extensa y en varios idiomas. Alejandro hereda el trono sin problemas políticos, pero enfrenta retos mayúsculos, en especial durante la derrota militar, una humillación sin precedentes para un imperio que derrocó a Napoleón y que fue considerado “el gendarme de Europa”.
El reinado de Alejandro II emprende reformas acariciadas desde fines del siglo xviii pero jamás realizadas: la más espectacular fue en 1861 con la abolición de la servidumbre campesina, lo cual le valió el apodo de “El Libertador”. Las universidades, el ejército, la justicia, la Iglesia… no hubo sector que escapase a la serie de reformas que en un lustro sacudieron al imperio. En aquel entonces Tocqueville ya había pronosticado que el peor momento para un régimen en problemas es el inicio de las reformas, pues dejan a todos descontentos –tanto a los que no quieren modificaciones como a los que desean la transformación total–; y, en seguida, la minoría revolucionaria decide la muerte del zar, no porque las reformas fuesen
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insuficientes o lentas, sino porque su éxito cerraría el paso a la revolución.
Por eso, durante 25 años, el imperio vive tensiones tan extremas como las contradicciones: el zar es atacado por los nostálgicos de mano dura de su padre, Nicolas “La Macana”, y condenado a muerte por los primeros terroristas de la Rusia moderna. Hélène Carrère, conocedora de la historiografía, aprovecha una documentación inédita en buena parte para demostrar cómo las oscilaciones del zar y los debates políticos corresponden a los enfrentamientos entre los que hacen la revolución desde arriba, en la tradición del despotismo ilustrado, y los que la sueñan desde abajo.
Resulta sugestivo el paralelo entre Alejandro II y Abraham Lincoln, otro “libertador” asesinado, y también con Luis XVI, monarca enfrentado a la necesidad de la Reforma –con mayúscula–. El asesinato del zar ocurre precisamente cuando iba a intentar la experiencia de un régimen constitucional, una vía que su muerte violenta, en 1881, dejó cerrada hasta que la Revolución de 1905 obligara a su nieto, Nicolas II, a tomarla a regañadientes. La autora no resiste a la tentación de comparar a Alejandro con Mijaíl Gorbachov, el hombre que, para salvar a la URSS, la reformó y precipitó su (¿inevitable?) implosión… El zar pudo trabajar durante 25 años, mientras que el último secretario general del pcus dispuso
de escasos cinco o seis. Concluye que fue un auténtico reformador, bastante exitoso, y cuyo triunfo le costó la vida.
Jonathan fenby, The Penguin History of
Modern China: The Fall and Rise of a Great
Power, 18�02008. londres: allen lane/
Penguin, 2008.
En más de 800 páginas, el autor revisa los nexos decisivos de la historia de China en los últimos 150 años. Tradicionalmente tendemos a considerar como esenciales mojoneras las fechas de 1949, año de la victoria de Mao sobre su adversario Chiang, y 1978, cuando fallece. Lo que pasó antes perdía importancia, lo que sucedió más tarde se analiza en contraste con el periodo comunista de un Mao que aparece como el eje alrededor del cual gira toda la historia de este país después de la caída del imperio en 1912.
Jonathan Fenby no se deja seducir por la figura del Gran Timonel y, con base en una impresionante bibliografía actualizada, se gana la merecida fama de sólido revisionista. No es sorprendente si uno piensa que cuando siguen publicándose biografías voluminosas de Mao, él escribió en 2004 una de su derrotado rival Chiang Kaishek, figura ignorada por los estudiosos a causa del fracaso: “Un actor mayúsculo que cometió errores mayúsculos, como el presidente Mao”. Con ese desplazamiento ligero en la perspec
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tiva, el autor rescata lo positivo de la etapa anterior a 1949 que deja de ser “el tiempo de los Disturbios” o de “los señores de la guerra”, y rescata a Li Hongzhang, el “Bizmark de la China”, secretario de relaciones exteriores que intentó dividir a las potencias extranjeras que proyectaban repartirse al país como un melón (en palabras de la época).
Mao –bien resituado en su contexto– recibe todo el espacio que merece; su brutal autoritarismo y egocentrismo son retratados, al igual que el episodio de la Revolución Cultural, en donde aparece en toda su crueldad; además, el Gran Salto Adelante es calificado como una locura y al mismo tiempo se subraya la realidad del carisma irradiado por Mao. El lector ignorante puede sorprenderse del espacio: cuatro capítulos consagrados a la matanza de la Plaza Tiananmen en 1989, pero los mexicanos recordarán que la carnicería de la Plaza de las Tres Culturas en 1968 tuvo una importancia que no se puede subestimar.
simon Winchester, The Man Who Loved
China. The Fantastic Story of the Eccentric
Scientist Who Unlocked the Mysteries of
the Middle Kingdom. nueva york: harper
collins, 2008.
Cuando murió en 1995 a una edad canónica, John Needham había publicado 17 tomos de su colección Science and civilisation in Ancient china, varios de
los cuales eran de su coautoría. Luego Cambridge siguió con el proyecto que ya llegó a 24 volúmenes. Simon Winchester, autor del fabuloso the Profesor and the Madman (1998), la historia de la colaboración entre un hombre internado en un manicomio y el autor del oxford English Dictionary, nos da ahora otra biografía: la de “el hombre que quiso a China”. La vida agitada del gran sinólogo da la materia para varias películas, tanto por su vida sentimental (antes de enamorarse de China, Needham quedó prendado de Lu Gweidjen, estudiante en Cambridge; Joseph, su esposa Dorothy Mary Moyle y Lu formaron un triángulo amoroso que duró toda la vida), como por sus acciones en la guerra de España y en la Segunda Guerra Mundial, y sus relaciones amistosas con el nuevo poder comunista a partir de 1949. Es de admirarse la extraordinaria libertad que aprendió en Cambridge, la cual sirvió para que escribiera su gran obra sin tener las obligaciones académicas comunes. La estrella polar que guiaba la marcha científica de Needham era una pregunta que pasó a la historia como The Needham Question: “¿Por qué la ciencia y la tecnología chinas, tan avanzadas, dejan de progresar a partir del siglo xv?”. Needham, con todo y sus hazañas enciclopédicas, no pudo elucidar totalmente el enigma, quizá porque su amor por China –incluida la del presidente Mao– no le permitía ver
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los defectos de su bien amada: la inmensidad del imperio, su burocracia, despotismo, la ausencia de una burguesía mercantil y urbana y, por lo mismo, el aborto de lo que pudo ser el primer capitalismo. Esta interesante biografía se lee como una novela de aventuras que proporciona hermosas anécdotas, pero no va mucho más lejos.
henrik eberle y matthias uhl (editores), El
Informe Hitler. Informe secreto del nkvd
para Stalin, extraído de los interrogatorios a
Otto Günsche, ayudante personal de Hitler,
y Heinz Linge, su ayuda de cámara. Moscú,
19481949. barcelona/méxico: tusquets,
2008, 622 páginas.
Este informe (Acta Nº 462, Sección 5º, Catálogo 30 del Archivo Estatal de Historia Contemporánea de Rusia) fue escrito para un lector específico: José Visarionovich Stalin. Cuando el Ejército Rojo tomó Berlín en mayo de 1945, los agentes del nkvd recibieron la orden de Stalin para averiguar si Hitler ya había muerto. Entre los alemanes presos descubrieron a dos testigos esenciales, un par de ayudantes personales del Führer; además, el Vozhd quería saber todo sobre un adversario tenaz por el cual había manifestado admiración en varias ocasiones, por ejemplo, cuando en la Noche de los Cuchillos Largos, de 1934, eliminó brutalmente a más de un centenar de
nazis de la S.A. y también a políticos demócratas. No ha faltado quien –entre historiadores soviéticos y rusos– ha pensado que dicha matanza inspiró a Stalin para realizar las grandes purgas ulteriores del Partido Comunista, comenzando por la vieja guardia leninista.
Otto Günsche y Heinz Linge trabajaron durante años al servicio de Hitler y poseían toda su confianza: ellos fueron quienes quemaron su cadáver tras el suicidio. Durante más de tres años pasaron por interrogatorios y fueron entrevistados por los especialistas del nkvd; el resultado es el Informe Hitler, ahora traducido del alemán. Los archivos relacionados directamente con Hitler han sido tan trillados que es difícil descubrir algo nuevo; por lo mismo, la publicación de este largo informe original, comunicado por los archivos moscovitas, es una aportación muy importante.
Parte de la curiosidad de Stalin obedecía a su interés por conocer los métodos empleados por su rival tanto para llegar al poder como para conservarlo a la vez que ejercía un extraordinario carisma sobre el pueblo alemán. Su publicación en Alemania suscitó un amplio debate. Sus 330 páginas incluyen reflexiones de los autores, 130 páginas de apéndices, notas, bibliografía y un indispensable índice onomástico.
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timothy J.colton, Yeltsin: A Life. nueva
york: basic books, 2008.
No cabe duda que el género biográfico prospera y, a diferencia de los libros estrictamente académicos que los editores quieren que sean más cortos cada día, permite enormes dimensiones. La biografía de Boris Yeltsin mide 640 páginas, tres veces más que los libros definidos por muchas editoriales universitarias. Yeltsin tuvo el tiempo de escribir –o de mandar a escribir sus memorias– porque sabía desde la triste y opaca batalla de Moscú, en octubre de 1993, cuando tomó la decisión de cañonear el Congreso rebelde, que la posteridad lo maltrataría. Ciertamente, el hombre que escogió (si es que fue así en realidad), Timothy Colton, demuestra que la decisión la tomó Yeltsin. Vladimir Vadimirovich Putin lo trató bien en vida y a la hora de su muerte le organizó funerales nacionales, pero la historia inmediata ha formado una imagen negativa, la de un borracho grosero y vulgar; un comunista “renegado” que tenía 70 años cuando acabó con la Unión Soviética, sin ser capaz de construir nada bueno. Pero no destruyó a la URSS, puesto que se estaba cayendo sola, dicen los que consideran su desaparición como algo positivo.
Timothy J.Colton, especialista en temas rusos de la Universidad de Harvard, revisa el caso Yeltsin como un buen abo
gado y su alegato debe ser tomado con seriedad. Por cierto, no hay muchas biografías de Yeltsin, y puede que ésta sea la primera de un hombre que alcanza la cumbre de la popularidad cuando trepado en un tanque habla a la multitud, a la hora del golpe de Estado de agosto de 1991, y renuncia a la presidencia tres meses antes de que termine su segundo periodo, todo en medio de una impopularidad masiva. Colton le atribuye el mérito de haber optado por la construcción de un Estado ruso en vez de intentar sacar a flote a un imperio insalvable; además, refuta la crítica de su política económica, la terapia de choque condenada a posteriori por casi todos los especialistas. Según Colton no había otra alternativa, puesto que la debilidad extrema del Estado no permitía una modernización gradual, una transición hacia la economía de mercado.
En varios temas el abogado Colton va demasiado lejos en la defensa de su cliente, como en el caso de las acusaciones de corrupción. Como Napoleón o el presidente Lázaro Cárdenas, si Yeltsin no robó, por lo menos dejó robar a la Familia, a los oligarcas y a los barones rojos que en pocos años engrosaron la lista Forbes de multimillonarios. La guerra de Chechenia es otro punto negro. Sin embargo, el autor tiene razón cuando concluye que Yeltsin evitó desastres mayores, como la guerra civil, la desinte
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reseñas
gración de la federación de Rusia y un caos en cuanto al arsenal nuclear.
asne seierstad, The Angel of Grozny: Orphans
of a Forgotten War. nueva york: basic books/
virago, 2008.
La autora no es historiadora, pero su talento ya se había manifestado en 2003 con la publicación de the Bookseller of Kabul, la historia de un valiente librero afgano bajo los regímenes comunista y talibán. Ella estuvo en Chechenia durante la primera guerra (perdieron los rusos en tiempos de Yeltsin) y, otra vez, diez años más tarde, después de la segunda, la que ganó Putin cuando la pequeña república fue “pacificada” bajo el mando del joven Ramzan Kadirov, quien tiene un parecido con los huérfanos pintados por Seierstad, con “el pequeño lobo” Timur, quien sobrevivió en las ruinas de Grozny y se transforma en un terrible tirano que explota a otros niños huérfanos como él, pero más chicos o menos fuertes. Su muy honesto relato entrelaza la primera guerra que sobrevivió con el presente de la Chechenia “pacificada” entregada por Putin a Kadirov. Una obra maestra del gran periodismo, al estilo Kapucinski.
David J.Danelo, The Border: Exploring the
USMexican Divide, stackpole books, 2008.
Otro libro que pertenece al género del periodismo, uno que el historiador res
peta, necesita y admira de la misma manera que lo hace con las novelas del gran Cormac McCarthy. El libro se lee como se ve una road movie. El autor viajó tres meses a lo largo de nuestra frontera septentrional y el resultado es un volumen generoso que trata bien a todos los que encuentra, con dos excepciones: los políticos y los narcotraficantes. Entiende a los patrulleros estadounidenses y simpatiza con los ilegales mexicanos que le parecen los émulos de los pioneros yanquis del siglo xix, que marchaban hacía el Oeste en busca de una vida mejor; comprende también la angustia de una frontera que no es un trazo recto, sino una amplia región al norte y sur de la línea política internacional; se angustia por la violencia criminal creciente, producto del aparentemente irresistible fenómeno económico y social que se llama narco.
Tejano nacido en Austin, Daniel Danelo prefiere la actitud más tolerante de Texas para con los mexicanos, en comparación con la dureza que encuentra en la población de los otros esta dos fronterizos, especialmente Nuevo México. Desde luego, considera que la construcción de un muro a lo largo de 700 millas es peor que una inmoralidad, una estupidez que tira al caño millones de dólares. Calcula que el 80 por ciento de las drogas pasa por los puertos oficiales, disfrazadas en mercancías per
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reseñas
fectamente legales, y que los “mojados” encontrarán siempre cómo pasar del “otro lado”.
antonio elorza, Los dos mensajes del Islam.
Razón y violencia en la tradición islámica.
barcelona: ediciones b, 2008.
Antonio Elorza, historiador y catedrático en ciencias políticas de la Complutense de Madrid, es un investigador incansable de una curiosidad y un saber enciclopédico, lo que le permite publicar casi un libro al año sobre temas tan variados como la historia del comunismo, del nacionalismo vasco, de Cuba, de las religiones políticas o del Islam. En este libro estudia al islamismo, que no debemos confundir con el Islam, y su alternativa: el pensamiento musulmán abierto, presente, si no muy visible, en una serie de corrientes de carácter minoritario, pero de gran coherencia ideológica que cuestionan la supuesta incompatibilidad entre Islam y racionalidad occidental. Des
pués de publicar Umma: el integrismo en el Islam y El nuevo terrorismo islamista, el autor presenta en este texto tres partes: religión y poder, del islamismo al Yihadismo y una alternativa, la cual denomina “Islam progresista”. Dicho Islam se manifiesta claramente en el libro El Islam y los fundamentos del poder, publicado en 1925 por el teólogo de alAzhar, Alí Abderraziq: “Ningún principio religioso impide a los musulmanes competir con las demás naciones en todas las ciencias sociales y políticas. Nada les impide edificar su Estado y su sistema de gobierno atendiendo a las últimas creaciones de la razón humana y sobre la base de los sistemas cuya solidez ya ha sido experimentada, aquellos que la experiencia de las naciones designó como mejores”. Lo cual nos remite a la polémica entre Ernest Renan y el afgano, publicada en Istor. En esa corriente de pensamiento el mensaje coránico queda al margen de la violencia y abierto al pluralismo político.
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