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  • 7/30/2019 Carcter Carlos Llano

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    Carcter

    Autor: Carlos Llano Cifuentes1 Septiembre, 1999. Ejemplar: 244Seccin: Miscelnea

    La falta de carcter de los ciudadanos y sus dirigentes no es un problema sociolgico quedeba resolverse mediante el Estado, la empresa o la escuela, como muchos esperan. Esdifcil que estas bsicas instituciones sociales puedan hoy ser educadoras decisivas delcarcter cuando quienes las dirigen, por lo general, carecen de l. Debemos comenzar por elprincipio, y en el principio del ser humano no encontramos ni al Estado, ni a la empresa, nia la escuela: se halla la familia.

    Cuando apelamos a la familia, las ms agrias divergencias desaparecen. Habr discusiones,y discusiones agrias, sobre la constitucin de la familia, pero se da una general concordia sinos referimos a las cualidades humanas que deben desarrollarse en las familias o, ms an,

    cuyo desarrollo constituye la finalidad primordial de ellas. La familia es el lugar de laformacin del carcter.

    Si partiramos de ese conjunto de cualidades que habran de despertarse en esta clulaprimaria de la sociedad; es decir, si partiramos del carcter que deseamos formar en lafamilia, llegaramos de modo pacfico a convenir en las cualidades con que debe contar lafamilia misma. Porque el oficio de padres se define, antes que nada, como el de formadoresdel carcter de los hijos. Como se ver despus, la formacin del carcter tiene un profundoingrediente de habituacin (diverso de la costumbre), y los hbitos deben inducirse en el serhumano sobre todo en el momento en que carece de ellos. De ah que la formacin delcarcter por parte de los padres condiciona de manera decisiva (aunque en modo alguno

    absoluta) la secuencia posterior de la formacin caracterolgica.

    A su vez, la conditio sine qua non para que la familia se constituya como mbito formativodel carcter de los hijos es el amor firme de los padres, con las notas propias que losclsicos le asignaron desde antiguo: constants, fidus, gravis (Cicern): el amor familiar hade ser constante, lleno de confianza y responsable, si quiere poseer valor formativocaracterolgico. La induccin del carcter es, diramos, una emanacin del amor conyugal,una extensin casi un apndice suyo: los padres no tendran otra cosa que hacer ms queamarse de manera constante con todos los atributos que la fidelidad acarrea, llena deconfianza con las notas que esa apertura lleva consigo y responsable con las caractersticasque siguen a la responsabilidad. Habra despus, s, recomendaciones, sistemas, tcnicas,

    frmulas, procesos y recetas positivas para lograr el objetivo caracterolgico de los hijos,pero todas las recomendaciones, sistemas, tcnicas, frmulas, procesos y recomendacionespara ello sern apenas una cabeza de alfiler en el profundo y extenso universo del amorfamiliar en que se desarrollen. Al menos, puede afirmarse sin equivocacin que talesrecomendaciones, sistemas, tcnicas, frmulas, procesos y recetas sern bordados en elvaco si no se dan dentro del espacio de amor familiar, la primera e imprescindiblecondicin, y casi la nica.

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    No cabe duda de que el entorno social t iene incisividad en la formacin del carcter de losciudadanos. Pero lo que quiere aqu subrayarse es que tal incisividad no es fruto tanto delpoder de los medios condicionantes, sino del vaco del poder creado con la disolucin de lafamilia y los valores familiares (insistimos: fidelidad, confianza y responsabilidad). Son lasfamilias las responsables de que los otros medios de influencia tengan o no peso en la

    formacin del carcter de los ciudadanos.Lo anterior no es un pensamiento edificante, hecho con buena voluntad; podramosapoyarnos en muchas razones. Lo haremos slo ilustrando una sencilla encuesta referidadirectamente al asunto, que recoge la contestacin a la pregunta: a quin debe culparse porel problema de la decadencia moral y del carcter en Estados Unidos? De los encuestados,77% coloca en primer lugar a la ruptura de la familia (76% a las propias personas; 67% a latelevisin; 55% al gobierno y dirigentes; 50% a las condiciones econmicas; 44% a lasescuelas y 26% a las instituciones religiosas).

    Ante el notorio desnivel existente entre la altura alcanzada por los prodigios de la tcnica yla ciencia por un lado, y el descenso por otro de la dignidad y bro de nuestro carcter, esfcil deslizarse hacia soluciones grandilocuentes. Algunos como los demcratasestadounidenses piensan que con una intervencin ms decisiva del Estado podraalcanzarse una adecuada proporcin entre las alturas cientficas y tcnicas y la conductaaxiolgica de los ciudadanos; otros como los republicanos consideran al contrario queprecisamente lo estatal, generador de lo pblico, es lo que reduce el tamao caracterolgicode la sociedad civil, a la que habra de darse una mayor eficacia en la constitucin deentidades que favorezcan la formacin del carcter. Coinciden unos y otros en que lacoexistencia de una gran potencialidad tcnica con una grave debilidad del carcterconstituye una mezcla letal: poner el dominio del mundo en manos de quien no posee eldominio de s mismo; la bomba atmica en poder de un hombre de reaccionesimprevisibles.

    La coincidencia no termina slo en eso. Desde el lado Este de Manhattan, dice HowardFineman, hasta el Oeste de Los ngeles, los estadounidenses estn de acuerdo en que haycomo en la contabilidad principios universalmente aceptados que llamamos virtudes paracalificar de bueno un carcter, pues estn encontrando que existe al menos un principio deacuerdo absoluto: lo que se entiende por buen carcter, aunque ello sea en el fondo unpleonasmo, pues lo que suele denominarse mal carcter es precisamente la carencia de l.

    Pero los remedios que atisban (ms Estado y menos sociedad civil o ms sociedad civil ymenos Estado) resultan no slo adversos sino contradictorios.

    Debemos salir del carril de esta alternativa del ms y del menos en relacin con la cosapblica. El ejemplo de Estados Unidos no es banal, porque analgicamente puede aplicarse,bien por redundancia, bien por influencia, bien por coincidencia, al resto de Occidente, deuna manera general, aunque no exhaustiva.

    Por qu, a pesar de este acuerdo casi universal, la discusin pendular entre el Estado y lasociedad civil (empresa, escuela, mercado) no incluye en su planteamiento a la familia?

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    La libertad sexual, difcilmente reversible, incluyendo la homosexualidad; el egosmo delsexo, convertido en medio de placer y no de transmisin de la vida; la proliferacin delaborto y el demrito de la fidelidad conyugal son algunas cuestiones que podran dar unacontestacin, casi completa, a la renuencia contempornea a jugar con la familia las msdecisivas cartas de la caracterologa de los ciudadanos. Se trata de un asunto an ms

    profundo cuando se estudia el problema de la formacin del carcter. Porque todas lasmencionadas causas de la desacreditacin de la familia derivan justamente de la falta decarcter, entendido como dominio de las fuerzas instintivas humanas, esto es, las que sehallan al margen de la voluntad y de la inteligencia. Se dira que nos encontramos en uncrculo vicioso, porque el valor de la familia, lugar de formacin del carcter, parecehaberse perdido precisamente por la falta de carcter de sus integrantes.

    Esto nos conduce ahora a la consideracin del carcter como dominio de las tendencias nointelectuales y volitivas; el carcter como autodominio.

    EL CARCTER COMO AUTODOMINIO

    Tal vez sea ste el sentido del carcter que con ms oportunidad debe enfatizarse en elmomento actual de nuestra cultura.

    El carcter, en su significado ms verdadero, se define segn veremos como una estructuravirtuosa. Pero toda virtud, interprtese como se interprete en cualquier clave cultural,implica, si nos atenemos a las afirmaciones de Octavio Paz, un denso coeficiente deautodominio. Sin embargo, no slo la virtud no puede interpretarse bien sin esta dimensindel propio seoro, sino que, adems, nuestro tiempo, y sus decadencias morales, son frutoinequvoco de esta prdida del seoro de s mismo.

    Al filo de los aos sesenta, el mundo entero adopt una finalidad antropolgica segn lacual el hombre encontrara su plenitud mediante su autoexpresin. Existan demasiadasconstricciones sociales, deberes laborales, costumbres an victorianas, trabas racionalistas.El hombre padeca una esclerosis exgena provocada por reglamentaciones postizas eintiles. Si el ser humano quera llegar a su completa plenificacin, sirva la redundancia,deba liberarse de toda aquella vinculacin o ligadura extrnseca que le impidieseexpresarse ante s mismo y ante los dems con la prstina autenticidad de su ser, con lanatural espontaneidad de su naturaleza, con la sincera transparencia de su yo. El hombresera tal gracias a su autoexpresin.

    Este polo unvoco del perfeccionamiento humano arrastr un efecto perverso inadvertido:con las ligaduras externas, cuya liberacin estara quiz justificada, se rompieron tambinlos vnculos internos, que conservaban y protegan la naturaleza del hombre, esto es, sufundamental modo de ser. Si aquellas ataduras eran externas, impuestas y ajenas, el modonatural del ser del hombre es lo ms interno y ms propio del hombre mismo: el hombreperdi entonces el control de s; en su desbocado afn de expresarse, qued vaco,perdiendo su ms personal intimidad. Qued literalmente a la intemperie, sin medida,intemperante.

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    Es preciso mover ahora el pndulo de la autoexpresin a la autodisciplina (Horowitz),pasando de la prdida de controles externos al autodominio. Por ello nos interesa tanto, enel momento contemporneo, visualizar el carcter principalmente, si no nicamente, comoesa cualidad humana que nos permite ser dueos de nosotros mismos.

    El carcter significa, en principio, una armnica conjugacin entre la inteligencia, lavoluntad y el sentimiento; y tal armona resulta particularmente problemtica precisamenteporque la voluntad, duea de s misma y dominadora del ejercicio intelectual, no podalograr y no le corresponda hacerlo el dominio pleno de los sentimientos.

    El autodominio se reduce pues, as, a un dominio sobre la sensibilidad. Es preciso ahondarcon ms profundidad en esta importante cuestin, que resulta decisiva en la formacin denuestro carcter.

    El que nuestra cultura no lo considera as, se prueba por una encuesta hecha a casi 1200empresarios mexicanos, directores generales de organizacin, acerca del peso que deben

    tener 24 rasgos del carcter, precisamente para los mximos responsables de sus empresas.El rasgo de autocontrolado ocup un tmido decimotercer lugar y el anlogo rasgo desereno el decimocuarto.

    No obstante, sostenemos que el dominio de s es especialmente necesario en el cultivo de lapropia personalidad, como un rasgo trascendental del carcter, si no es que se identifica conel carcter mismo.

    Ya hemos dicho que el dominio de los sentimientos es un expresivo y casi antonomsicodominio de s; y advertimos que los sentimientos hacia las cosas se significan por suvehemencia, en tanto que los sentimientos que tienen como destinatarias a otras personasdestacan por su profundidad. Nos referiremos ahora a aquellos sentimientos, impulsos opasiones cuyo dominio resulta ms importante en el orden de la formacin del carcter.Vale decir, queremos responder a la cuestin central de toda tarea formativa: Cules sonaquellos impulsos pasionales, aquellos sentimientos cuyo dominio, una vez alcanzado,facilita o produce el dominio sobre los dems impulsos y sentimientos?

    La cuestin es tan importante como difcil. Despus de una larga reflexin, y atendiendo alos estudios humanistas clsicos de mayor garanta, nos parece estar en condiciones decontestar que los impulsos cuya dominacin es decisiva para desencadenar el propioseoro son los siguientes:

    a) Dominio del miedo a perder la vida

    Parece que se tratara de dominar o trascender un impulso extraordinario, toda vez que estedominio puede ejercerse slo en las situaciones lmites de la proximidad a la muerte. Peroha de advertirse que el miedo a perder la vida, en el sentido ms literal, no slo aparece anteel peligro de muerte real, sino incluso ante la muerte pensada; a tal punto, que el hombrehuye del pensamiento de la propia muerte tanto como de ella misma.

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    El dominio del miedo en su expresin mxima, como miedo a perder la vida, se ejercitadando cara al pensamiento de la muerte personal, y no eludiendo la neta vivencia, no de quealgn da habr de morir, sino de que en este mismo momento me estoy muriendo ya. Elencararse con estos pensamientos y vivencias, no hurtarle el bulto a la propia muerte sinodarle frente de la nica manera que nos es ahora posible encarando el vvido pensamiento

    de que irremediablemente nos acaecer no configura una visin pesimista de la existencia.No es pesimismo: nada ms brutalmente real que la muerte. Es en el pensamiento de elladonde el autodominio cobra su expresin ms alta. Quien es capaz de dominar el temor a lamuerte ha adquirido la capacidad de dominar cualquier otro sentimiento, que podra versesiempre bajo la perspectiva de su esencial caducidad: ningn sentimiento, por doloroso quese presente, ha de perturbarme, ya que no me perturba el macabro sentimiento que hacebrotar en m el pensamiento de mi propio morirme.

    Entindase bien que el dominio del miedo a la muerte no significa la supresin del miedo,sino el conducirme ante l como si no existiese (no la muerte, sino el miedo). Este dominio,en el sentido de comportarse como si no le tuviese miedo al morir, se hace valederoprecisamente cuando, pese a la presencia del temor a morirme, no eludo el pensamiento dela propia muerte, sino que pienso en ella con la misma detencin y detalle con que pensarasi no tuviese tal temor (lo cual, evidentemente, no sucede). Entonces me encuentro encondiciones de orientar el miedo a la muerte de una manera metafsica y cristiana.

    No se trata de un juego de la imaginacin, sino del encararnos vitalmente con algo decrucial importancia para mi existencia, como es la cuestin de su trmino. El autodominiofrente al miedo a la muerte me reviste de un coraje que me prepara para el seoro de m,ante cualquier otro sentimiento que difcilmente podr alcanzar el vigor de aqul.

    b) Dominio de la tendencia al placer del comer y del beber

    La tendencia a las realidades materiales que nos permiten subsistir es tan fuerte e intensavehemente, dijimos como la apetencia misma a la vida. La intensidad del placer en lacomida y la bebida parece tergiversar nuestra necesidad del propio dominio: es al revs, elapetito es el que nos domina. No dejarse arrastrar por ese apetito, sino mantener nuestrapropia condicin espiritual humana en el vrtigo mismo de tan perentoria necesidad es unejercicio que nos prepara tambin para cualquier otra suerte de seoro.

    Nuevamente debemos advertir aqu, si cabe con ms propiedad, que el dominio de lasintensas tendencias a los placeres de la comida y la bebida no consiste en suprimir latendencia ni menos en cancelar el placer. Independientemente de que, repetimos, ello esimposible, la caracterstica del dominio se preserva ms y es an ms vlida en el darsemismo de la tendencia y del placer. Si, por un absurdo, stos desapareciesen, no habranada que dominar. El dominio en que reside el carcter humano consiste en comportarsecomo seor en medio de la tendencia y del placer mismo. Esto es, servirse de la comida y labebida como un instrumento para el propio subsistir (como para vivir) y no como unafinalidad suya (vivo para comer). Esta diversa actitud frente a los mismos objetos no sonfinalidad sino instrumentos es la versin psquica del carcter, en donde el hombre semantiene como superior o seor de aquello mismo que necesita: porque l consiguenecesitarlo no como finalidad, sino como medio, preparndose as para adoptar esta postura

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    ante cualquier otra necesidad, que no ser nunca tan fuerte ni tan intensa; porque no hadominado con esa accin algo especfico, sino que se ha dominado a s mismo ante laimpulsiva fuerza de su propia tendencia.

    Advirtase aqu otro importante aspecto del dominio. ste consiste, dijimos, en mantenerse

    como hombre ante las cosas que necesita: si a ellas se supeditase de modo total, si lodominasen por su atractivo o por su perentoriedad, el hombre quedara cosificado, habiendosido posedo por aquello mismo que le es necesario. La expresin comer con la cabezasignifica precisamente esto: no perder de vista que la comida (y la bebida) son uninstrumento para la propia subsistencia, y han de ponerse al servicio de ella. El sentimientoplacentero que produzcan se encuentra supeditado a aquella finalidad. El trastoque de losfines (buscar el placer de la comida aun en perjuicio de la propia subsistencia) esjustamente lo que denominamos prdida del dominio ante tal impulso: porque elinstrumento o medio se ha convertido en finalidad, desplazando a y en perjuicio de lafinalidad racional para la que haba sido dispuesto.

    c) Dominio de la tendencia al placer sexualLa tendencia al placer venreo, segn los estudios clsicos, es tan intensa que hace perderel entendimiento. Tambin ah el hombre debe ser dueo de s, aun cuando parece que ental situacin el hombre es ms bien llevado o arrastrado por el placer en vez de conservar elseoro sobre l.

    En qu consiste este dominio? La actitud verdaderamente humana ante los actos que serefieren a su propio mantenimiento vital (comer y beber) nos ha preparado el camino paraprecisar las notas propias del dominio en que consiste ser seor ante los actos referidos noya a la propia subsistencia sino a la subsistencia de la especie humana como tal.

    Acaba de decirse que el hombre domina al alimento (y a la tendencia placentera que suatractivo produce) cuando no se cosifica como l, ponindose a su altura. De maneraanloga, pero inversa, decimos que el hombre domina el acto sexual, en el momento mismode su irrefrenable impulso, cuando no cosifica a su cnyuge convirtiendo a la persona quees, en un objeto de placer. Cuando, en suma, considera a la persona como tal, con sudignidad y respeto inherentes.

    La unin corporal del hombre y la mujer tiene un claro sentido racional que nunca debeperderse. Por un lado, es la expresin material de un amor espiritual y personal que revistela misma fuerza, intimidad, totalidad y profundidad que el amor carnal materializado en esaunin corporal. El respeto a la mujer o, en el caso de sta, al hombre, implica que el amorcarnal no se agote en s mismo, sino que sea el trasunto, desfogue e intensificacin del amorespiritual que como personas se tienen y se poseen a s mismas. Cuando el acto conyugal sedesgaja del amor espiritual que le corresponde, rompindose la unidad hilemrfica natural(materia y espritu) de los cnyuges, stos no se tratan ya como personas, sino como cosas.Tan crasa corporalizacin del amor, en su sentido ms negativo, significa la prdida deldominio del espritu sobre el cuerpo. Como se sabe, el lujurioso es un hombre sin carcter.

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    Pero, por otro lado, la unin conyugal tiene como finalidad racional evidente lapropagacin de la especie humana, debido a la fecundidad propia de esa unin. Cuando lafinalidad natural racional queda desplazada por el placer, acontece algo similar a lo que yaadvertimos para el caso del alimento: el medio, el incentivo, la motivacin, se convierte enfinalidad. Esta tergiversacin del medio erigido en fin constituye, paralelamente, una

    prdida del dominio del acto. En efecto, su estructura racional e inteligible se supedita a lostrminos puramente sensibles del mismo. El siervo se ha convertido en seor, con laaquiescencia del propio seor que acepta como esclavo esta tergiversacin.

    d) Dominio de la tendencia a la manifestacin del enojo

    La tendencia a la manifestacin del enojo tiene importancia por su cotidianidad, y por lagravedad de sus consecuencias. Puede decirse framente que buena parte, si no la totalidad,de las dificultades que surgen en las relaciones humanas, especialmente entre las msfrecuentes y estrechas, deriva de la falta de dominio de esta tendencia, que presenta alhombre con muy diversas manifestaciones: airado, regan, malhumorado, cortante,introvertido, triste

    Se da aqu, como en el caso anterior, una suerte de cosificacin del otro. La relacin deenojo tiene que hacerse con otra persona (slo en casos patolgicos los hombres se enfadancon los animales y las cosas). Pero, necesitando de la persona como destinatario de lasrelaciones, el enojo, enfado o mal humor produce el artilugio de no tratarla ya comopersona, sino como objeto de ira y de mal humor. Ocurre aqu como el calco de la prdidadel dominio de s en el deseo sexual, en el que, paralelamente, se requiere la persona; perose requiere justo para convertirla en cosa.

    Es imposible que en una relacin cotidiana estrecha no aparezca el enojo, sea quedeterminadas circunstancias produzcan un impulso de ira que requiere desahogarse en unapersona cualquiera, sea que una persona determinada constituya la causa o razn del enojoy aparezca simultneamente la necesidad de la extraversin del enojo ante ella misma.

    Por paradjico que parezca, el primer caso enojarse con una persona movido porcircunstancias ajenas a ella implica mayor degradacin que el segundo enojarse con unapersona particularizada que es la causa o motivo simultneo del enojo, pues en el primercaso se requiere una persona cualquiera, por motivos que le son extraos, mientras que enel segundo el destinatario del enojo no pierde la condicin de sujeto consectario con su serde persona.

    Por este motivo, el dominio de la tendencia a la manifestacin del enojo debe atacarse en elprimer grado la persona es slo desahogo, para acceder luego al ataque del segundo lapersona es desahogo por haber sido, real o presuntamente, causa del enojo que se desahoga.

    El dominio de la tendencia a la manifestacin del enojo no consiste, como ningn otrodominio de los sentimientos, en una mera y estricta contencin. Nadie puede reprimir elsentimiento del enojo. Lo que el hombre s puede hacer, y est en sus manos hacerlo, esactuar como si no estuviera enojado. Ms an, hacerlo como si estuviera contento, sinestarlo; incluso estando posedo por el enojo y en la dinmica misma de la duracin de ste.

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    La transformacin del enojo interno en cariosa sonrisa externa es una forma seera dedominio a la que el hombre puede llegar a habituarse. No se trata de perfeccionar lastcnicas histrinicas ni de engrosar las dosis de cinismo. Puede transformarse el enojo ensonrisa cuando el hombre, por medio de la autopersuasin se convence a s mismo de que lapersona dest inataria del enojo es ms profundamente objeto de su amor que de su ira. Con

    una diferencia fundamental que debe mantenerse expresa: no soy dueo de mi ira que es, alfin y al cabo, un producto sentimental pero s soy dueo de mi amor, que pertenece a mivoluntad de la que no slo soy dueo, sino que ella misma es duea de s.

    Puede afirmarse ya que el dominio del miedo a perder la vida, el dominio de la tendencia alplacer de la comida y la bebida, el dominio de la tendencia al placer sexual y el dominio dela tendencia a la manifestacin del enojo, constituyen cuatro formas elementales o bsicasde dominio que preparan al hombre para el seoro sobre cualquier otra eventual tendencia.

    Se est formando as la parte nuclear o central del carcter. Ello, repetimos, porque en talescasos, paradigmticamente, no se trata de un imperio o seoro sobre tendenciasdeterminadas, imperio o seoro que creara hbitos tambin determinados, sino que lamisma intensidad de las tendencias influye y se interpenetra de tal manera en el sujeto quelas padece, que su orientacin, mando, imperio, dominio o trascendencia se convierten enactos perfectamente reflexivos. No es que el hombre domine transitivamente determinadastendencias especficas, sino que es el hombre mismo quien se domina ante ellas,habitundose as, de manera privilegiada, para cualquier otra suerte de dominio.