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Historia Universal Siglo XVIII - XIX | Krismar Educación E CAPÍTULO 12 La Europa de la restauración siglo XIX n 1814, después de la derrota napo- leónica se reunieron en Viena los re- presentantes de casi todos los Estados Europeos para realizar una reorganización territorial de Europa y repartir zonas de in- fluencia entre las potencias vencedoras. La mayor parte de los embajadores hicieron un papel de simples comparsas, ya que las gran- des decisiones se adoptaron en el Comité de los Cinco, formado por las cuatro potencias vencedoras (Inglaterra, Austria, Rusia y Pru- sia) a las que se unió Francia, después de la restauración de los Borbones. La dirección diplomática del Congreso la lle- vo el príncipe Metternich, ministro austriaco, quien intento consolidar la hegemonía de los Habsburgo y organizar, al mismo tiempo, una alianza internacional para combatir las ideas nacionalistas y liberales que amenazaban al restaurado orden europeo. A lo largo de las sesiones, y tras haber des- aparecido el enemigo común que unía a es- tas naciones, estallaron las rivalidades entre las potencias enfrentadas por sus aspiracio- nes territoriales para conseguir la hegemo- nía europea. Aparecieron en el Congreso dos bloques: por una parte Rusia y Prusia que esperaban incorporar, respectivamente, los territorios de Polonia y Sajonia y por otra In- glaterra y Austria, en medio de quienes ma- niobraba el político francés Charles Maurice de Talleyrand, tratando de hacer triunfar sus propias aspiraciones sobre Sojonia y Nápoles en nombre del legitimismo monárquico. El Con gr eso de Vi ena (1814-1815) En 1814 se inició un Congreso cuyo objetivo básico sería el de fijar las frontera definitivas en Europa. En él estuvieron representados prácticamente todos los estados europeos y, en algunos casos, incluso fueron sus máximos dignatarios los que participaron. La convoca- toria partió de las cuatro potencias que ha- bían derrotado a Napoleón y entre las que se pretendía conseguir un equilibrio que mantu- viera la paz en el continente, impidiéndose todo conato de un nuevo imperialismo como el que se acababa de vencerse. Al mismo tiempo, vista la amenaza que había supuesto la Revolución Francesa, determi- naron que había que dotar también a la es-

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E

CAPÍTULO 12 La Europa de la restauración siglo XIX

n 1814, después de la derrota napo-

leónica se reunieron en Viena los re-

presentantes de casi todos los Estados

Europeos para realizar una reorganización

territorial de Europa y repartir zonas de in-

fluencia entre las potencias vencedoras. La

mayor parte de los embajadores hicieron un

papel de simples comparsas, ya que las gran-

des decisiones se adoptaron en el “Comité de

los Cinco”, formado por las cuatro potencias

vencedoras (Inglaterra, Austria, Rusia y Pru-

sia) a las que se unió Francia, después de la

restauración de los Borbones.

La dirección diplomática del Congreso la lle-

vo el príncipe Metternich, ministro austriaco,

quien intento consolidar la hegemonía de los

Habsburgo y organizar, al mismo tiempo, una

alianza internacional para combatir las ideas

nacionalistas y liberales que amenazaban al

restaurado orden europeo.

A lo largo de las sesiones, y tras haber des-

aparecido el enemigo común que unía a es-

tas naciones, estallaron las rivalidades entre

las potencias enfrentadas por sus aspiracio-

nes territoriales para conseguir la hegemo-

nía europea. Aparecieron en el Congreso dos

bloques: por una parte Rusia y Prusia que

esperaban incorporar, respectivamente, los

territorios de Polonia y Sajonia y por otra In-

glaterra y Austria, en medio de quienes ma-

niobraba el político francés Charles Maurice

de Talleyrand, tratando de hacer triunfar sus

propias aspiraciones sobre Sojonia y Nápoles

en nombre del legitimismo monárquico.

El Congreso de Viena

(1814-1815) En 1814 se inició un Congreso cuyo objetivo

básico sería el de fijar las frontera definitivas

en Europa. En él estuvieron representados

prácticamente todos los estados europeos y,

en algunos casos, incluso fueron sus máximos

dignatarios los que participaron. La convoca-

toria partió de las cuatro potencias que ha-

bían derrotado a Napoleón y entre las que se

pretendía conseguir un equilibrio que mantu-

viera la paz en el continente, impidiéndose

todo conato de un nuevo imperialismo como

el que se acababa de vencerse.

Al mismo tiempo, vista la amenaza que había

supuesto la Revolución Francesa, determi-

naron que había que dotar también a la es-

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2 CAPÍTULO 12 | La Europa de la restauración siglo XIX

tructura futura de Europa de los mecanismos

necesarios para evitar en el futuro cualquier

tipo de revolución política. Aunque Francia

había sido la principal causante de las últi-

mas guerras, la subida al trono de Luís XVIII

y su alianza con Gran Bretaña hizo que se la

invitase también a mandar un representante

y, de hecho, su presencia en el Congreso se

consideró como la de una nueva quinta po-

tencia. Los acuerdos alcanzados tras las ne-

gociaciones condujeron a una etapa de relati-

va tranquilidad en Europa, con conflictos muy

localizados, tanto en el tiempo como en el

espacio. Esta etapa se rompió con la Primera

Guerra Mundial.

La Conferencia estuvo presidida, desde sus

inicios, por el Ministro de Asuntos Exteriores

austriaco Klemens Wenzel von Metternich

que, de hecho fue uno de los principales artí-

fices de lo conseguido.

Las consecuencias del Congreso pueden agru-

pase en dos bloques principales. Por un lado

se encuentran las referentes a los cambios

territoriales con respecto a la situación tras

las guerras napoleónicas y, por otro, las rela-

tivas al tipo de política general que se plan-

teó mantener en Europa.

Las ideas conservadoras tuvieron arraigo es-

pecialmente en los Estados que mantenían

sólidamente sus estructuras agrarias y feuda-

les, que tenían un menor grado de desarrollo

industrial como sucedía en España, Portugal,

Rusia, Austria y Prusia.

El conservadurismo de estos países tenía en

común el rechazo al sufragio universal y de la

igualdad entre los hombres, pues los conside-

raba algo antinatural; se defendía a ultran-

za el absolutismo monárquico tradicional, la

intransigencia religiosa y el dogmatismo filo-

sófico. Este ambiente fue el que rodeó a los

políticos del Congreso de Viena y que no dejó

de reflejarse en sus resoluciones.

La reordenación territorial

(1815) La resolución final del Congreso de Viena

(1814-1815) modificó las fronteras de Europa,

recogió una fórmula de compromiso entre las

aspiraciones nacionales que, a raíz de la inva-

sión napoleónica se había despertado en al-

gunos pueblos, la aplicación del principio de

legitimidad histórica y dinástica y las ambi-

ciones de las grandes potencias vencedoras.

Las modificaciones de fronteras más impor-

tantes fueron las siguientes:

a. Francia quedó reducida a sus fronteras de

1792.

b. Gran Bretaña se consolidó como la prime-

ra potencia marítima, al controlar puntos

estratégicos de las grandes rutas oceáni-

cas (Gibraltar, Malta, Ceilán (Sri Lanka), y

El Cabo). Se anexó el reino de Hannover,

posible plataforma de intervención en el

continente en caso de guerra.

c. Rusia se convirtió en la primera potencia

continental en territorio y en ejército, in-

corporando Finlandia y la mayor parte de

Polonia a su imperio, aunque éstas segui-

rán conservando cierta autonomía y sus

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3 CAPÍTULO 12 | La Europa de la restauración siglo XIX

propias instituciones.

d. Austria se aseguró la hegemonía en la pe-

nínsula italiana con la anexión de Lombar-

día, el Véneto y la Costa de Dalmacia. e. Prusia amplió enormemente sus territo-

rios, sobre todo hacia el oeste y se colocó

entre las grandes potencias europeas de

esa época. f. La Casa de Orange recibía la República de

Holanda, así como la mayor parte de lo

que hoy es Bélgica, que había pertenecido

a Austria. Con ello se formaba el Reino de

Holanda.

g. Noruega se transfería de Dinamarca a Sue-

cia y Suecia cedía a Prusia la Pomerania

sueca. h. Se garantizaba la neutralidad de Suiza. i. Se creo, en Alemania, una Confederación

de 39 estados a partir de los previos tres-

cientos, bajo la presidencia del empera-

dor de Austria. Sólo minúsculas porciones

de Austria y Prusia quedaban incluidas en

la Confederación.

La Santa Alianza (1815)

Los teóricos de la Restauración fueron cons-

cientes de la necesidad de crear un sistema

político que mantuviese el nuevo orden de

Europa y que sirviera de freno a las aspiracio-

nes revolucionarias de la burguesía. Para ello

apoyaron la propuesta del zar Alejandro I de

crear la Santa Alianza. La ideología ultracon-

servadora del acuerdo en el que participaron

Rusia, Austria y Prusia, se plasmó dentro de

cada uno de esos estados en un aumento de

la represión, disminución de la tolerancia y

un mayor control policiaco y militar.

El zar estaba convencido de ser “el salvador de

Europa” y les propuso a las demás potencias

un programa de carácter universalista y supra

confesional ya que reunía a los soberanos de

Austria (católico), Prusia (protestantes) y Ru-

sia (ortodoxo). Tenía como finalidad defender

la religión, la paz, la justicia, mantener el

absolutismo como un régimen patriarcal de

gobierno de los pueblos, asumiendo el “de-

recho” de intervención militar contra toda la

clase de movimientos revolucionarios, libera-

les o nacionalistas de cualquier país.

Si un Estado rompía con el orden establecido

en Europa -ya fuese por revolución interna o

por agresión militar-las demás potencias te-

nían el derecho y el deber de restablecer la

normalidad.

A esta alianza se unieron la mayoría de los

Estados europeos, con excepción y por moti-

vos diferentes de Gran Bretaña, Los Estados

Pontificios y Turquía.

La ideología ultraconservadora de la Santa

Alianza se plasmó dentro de cada uno de los

Estados europeos en un aumento de la repre-

sión, disminución de la tolerancia y un mayor

control policiaco y militar.

Los tribunales de excepción, la censura, el

control ideológico y político de la enseñanza,

la prensa o los espectáculos se extendieron

por Austria, Italia, España y Francia. Incluso

Gran Bretaña, nación que se había convertido

en patria de los liberales en medio de la re-

acción conservadora, adoptaría medidas ex-

cepcionales contra las libertades personales

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4 CAPÍTULO 12 | La Europa de la restauración siglo XIX

como la supresión del Habeas Corpus (1816)

o las “Seis actas”, votadas en 1819, que es-

tablecían en la práctica un estado de guerra

permanente.

A pesar del recrudecimiento de la represión a

las fuerzas conservadoras les resultaba cada

vez más difícil controlar el acenso de las fuer-

zas revolucionarias, organizadas clandestina-

mente en sociedades secretas y por ello, la

primera mitad del siglo XIX no es solamente

la época de la Restauración, sino también del

Liberalismo, el Nacionalismo y las Revolucio-

nes burguesas.

El liberalismo del siglo XIX

El movimiento cultural y filosófico de la Ilus-

tración del Siglo XVII había sentado las bases

teóricas de las transformaciones que tendrían

lugar en Europa en el siglo XIX. El liberalismo,

teoría política de la burguesía en el siglo XIX,

tiene como antecedentes teóricos al filósofo

inglés John Locke (1632-1704) quien se opo-

nía al absolutismo defendiendo formas de go-

bierno basadas en la voluntad de la mayoría,

la igualdad ante la ley y un derecho natural

racionalista que defendía las libertades indi-

viduales.

La obra de Locke sería retomada por el Barón

de Montesquieu (1689-1755) en El Espíritu de

las Leyes. En esta obra planteó una monar-

quía constitucional como forma de gobierno

donde se garantizaran las libertades persona-

les a través de la separación de poderes.

En su propuesta el rey detenta el poder eje-

cutivo, que no tiene la capacidad de elabo-

rar las leyes, sino ordenar su aplicación. El

poder legislativo es el encargado de elaborar

las leyes, aprobar o no las cargas fiscales y

controlar la gestión del poder ejecutivo; el

poder legislativo está detentado por repre-

sentantes elegidos por el pueblo. Y el poder

judicial responsable de la administración de

la justicia e independiente de los otros dos

poderes.

La influencia de Montesquieu en el pensa-

miento político contemporáneo es enorme,

tanto en la difusión del feudalismo como en

la elaboración de las primeras constituciones

escritas, a raíz de revoluciones liberales-bur-

guesas. La Constitución de Estados Unidos de

1787 y la Constitución de Francia de 1791; es-

tas a su vez, serían el modelo seguido directa

o indirectamente por la mayoría de los países

que adoptaron el modelo liberal de gobierno.

También influyó en la formación de la ideolo-

gía liberal, el francés Jean Jacques Rousseau

(1717-1778) a través de su obra que manifies-

ta su convencimiento a favor de una sociedad

democrática. Afirmaba que los gobernantes

tenían que ser servidores del pueblo, ya que

el Estado había sido creado para defender la

libertad de los hombres, y al pueblo corres-

pondía, por lo tanto, ejercer el poder. Los go-

bernantes no eran más que los delegados de

la voluntad general del pueblo en busca del

bien común y la justicia.

Los objetivos del Liberalismo

El liberalismo se afirma en el mundo con los

triunfos de la independencia de Estados Uni-

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5 CAPÍTULO 12 | La Europa de la restauración siglo XIX

dos, y sobre todo, con el de la Revolución

Francesa. Su incidencia en Europa va a ser

muy grande por ser la demostración de que

era posible construir un orden liberal.

El liberalismo intentaría conseguir su aspira-

ción de libertad basándose principalmente

en los siguientes puntos: libertades persona-

les, que en esa época se referían sobre todo

a la libertad de conciencia, de religión y de

imprenta. Además de considerar dentro de

esas libertades la igualdad jurídica (todos los

hombres son iguales ante la ley) que suponía

terminar con los privilegios de la aristocracia

feudal. El concepto de igualdad de la bur-

guesía liberal se limitaba al aspecto jurídico,

sin pensar en ningún momento en la igualdad

cultural, ni mucho menos en la económica.

División de poderes. Dentro de cada Estado

siguiendo los principios enunciados por Mon-

tesquieu: el ejecutivo, el legislativo y el judi-

cial, así el Estado constitucional se contrapo-

ne a las arbitrariedades del absolutismo.

Derecho de los ciudadanos a participar en la

actividad política directamente a través de

representantes elegidos por un parlamento

encargado de promulgar leyes y de contro-

lar la acción del gobierno. Este derecho a la

participación política está unido al derecho

al voto o derecho de sufragio.

Libertad económica, se defiende una econo-

mía ordenada, sin control del Estado. El lema

liberal que recogió este principio fue “Dejad

hacer, dejad pasar”, que reflejaba la idea de

que la iniciativa privada, la libertad de co-

mercio, de asociación de empresa, etc., era

la única manera de conseguir la prosperidad

económica y el progreso social.

El liberalismo intentaría conseguir su aspira-

ción de libertad. Triunfó en primer lugar en

Gran Bretaña, y a partir de mediados del si-

glo XIX en todo el continente europeo, coin-

cidiendo con la expansión de la industrializa-

ción y el capitalismo.

El liberalismo económico

del siglo XIX El primer teórico del liberalismo económico

fue Adam Smith (1723-1790) con una obra ti-

tulada “Investigaciones sobre la naturaleza y

las causas de las riquezas de las naciones”.

Esta obra significó el inicio de la economía

política clásica. En ella se atacó la concep-

ción mercantilista de que la riqueza de las

naciones dependía de la acumulación de me-

tales preciosos.

Smith rechazó también las teorías fisiocráti-

cas que afirmaban que en la agricultura es-

taba la fuente de todas las riquezas, ya que

señaló que la base de las riquezas es el tra-

bajo individual y que existe una “ley natural,

justa y espontánea”, por lo cual el interés

individual de las personas las lleva a buscar

su bienestar mediante la producción de mer-

cancías, las cuales adquieren un valor en el

mercado, al combinarse de manera “natural

y espontánea” la oferta y la demanda.

Las naciones son tanto más ricas, cuantos más

productos y objetos de cambio posean, por lo

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6 CAPÍTULO 12 | La Europa de la restauración siglo XIX

que debe haber libertad de trabajo y libertad

de comercio (librecambismo).

Otro teórico del liberalismo económico pro-

fundizó en las ideas de Smith, fue David Ri-

cardo (1772-1823) fue uno de los economistas

más coherentes que estableció la “ley del sa-

lario natural” que debería ser suficiente para

vivir, pero no demasiado alto, porque provo-

caría un aumento de la población y por consi-

guiente, un crecimiento de la mano de obra,

lo que acarrearía un descenso de los salarios.

La contribución más importante de David

Ricardo, recogida posteriormente por Karl

Marx, fue establecer que el valor de un obje-

to representa la suma del trabajo empleado

en su elaboración.

Otro teórico destacado del liberalismo, Tho-

mas Robert Malthus (1766-1834) es conocido

sobre todo por su “Ensayo sobre los principios

de la población”, donde afirma que la miseria

de las masas trabajadoras es una ley natural

debido a la desproporción entre el aumento

geométrico de la población y el aumento arit-

mético de los recursos.

Evolución del liberalismo

El pensamiento liberal tuvo un desarrollo

contradictorio, por una parte se desarrolla-

ría una tendencia moderada, el liberalismo

doctrinario o doctrinarismo, que agrupaba a

los sectores más conservadores de la burgue-

sía, la Corona, un sector de la aristocracia, la

iglesia y por otra parte, una ideología progre-

sista de principios igualitarios, el movimiento

democrático.

El doctrinarismo trataba de armonizar los

principios liberales con los poderes tradicio-

nales, admitía el derecho a voto, aunque li-

mitado a una minoría de personas con cier-

ta fortuna o que detentaba algún cargo en

la administración o en el ejército: sufragio

censitario. La corona admitía prerrogativas

legislativas y restableció las relaciones con la

iglesia.

El doctrinarismo reflejó la ideología de la alta

burguesía en casi todos los países de Europa

pero principalmente en Francia con la polí-

tica de François Pierre Guillaume Guizot du-

rante el reinado de Luis Felipe de Orleans y

en la España de Isabel II.

Por su parte, el movimiento democrático lle-

varía a sus últimas consecuencias los princi-

pios igualitarios y de soberanía popular, de

signo contrario al pensamiento conservador,

se desarrolló a lo largo del siglo XIX en dife-

rentes tendencias (radicales, republicanos).

Los demócratas anteponían los derechos de

la mayoría de la población a las libertades

individuales y concebían al Estado, no como

defensor de los derechos humanos individua-

les, sino como defensor del derecho de la ma-

yoría.

Defendían los demócratas el sufragio univer-

sal, derecho al voto para toda la población, y

la democratización progresiva e igualitaria de

la sociedad, mediante la difusión de la cultu-

ra. En sus programas recogieron la aspiración

de un reparto más igualitario de las riquezas,

tendiendo a eliminar las diferencias de clase.

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7 CAPÍTULO 12 | La Europa de la restauración siglo XIX

Crisis del sistema de

la Restauración siglo XIX

El movimiento democrático iría paulatina-

mente ganando fuerza e influencia, sobre

todo entre la pequeña burguesía, artesanos,

pequeños comerciantes, ciertos profesiona-

les liberales, y entre los trabajadores, hasta

conseguir en los países industrializados una

ampliación del derecho a voto a toda la po-

blación.

En España se reconoce este derecho a la Cons-

titución de 1869 y definitivamente en 1885 a

la muerte de Alfonso XII de Borbón, llamado

el pacificador con el gobierno de Práxedes

Mateo Sagasta.

Aunque consiguió hacer triunfar algunos de

sus principios a partir de 1848, el movimiento

democrático fue duramente reprimido duran-

te la etapa de la Restauración y se refugió en

sectas y sociedades secretas que realizarían

una incesante labor de conspiración contra el

Antiguo Régimen.

En el Congreso de Viena, tras la derrota na-

poleónica había triunfado el conservadurismo

sobre el liberalismo, éste seguía vivo, organi-

zándose en la clandestinidad. Las logias ma-

sónicas en los países absolutistas del sur de

Europa y sobre todo algunas sociedades se-

cretas, como los carbonarios, extendidas por

Italia, España y Francia, trataron por todos

los medios de instaurar un régimen liberal,

inspirado en los principios de la Revolución

Francesa y recogidas en la Constitución de

Cádiz de 1812.

La primera gran oleada de revoluciones libe-

rales en Europa de la Restauración sacudió al

continente europeo a partir de 1820. Fue un

movimiento generalizado contra el antiguo

Régimen y dentro de él se enmarcaron accio-

nes como la sublevación del general Rafael

del Riego en Cabezas de San Juan (Sevilla)

que impuso a Fernando VII la Constitución de

1812; el pronunciamiento del ejército portu-

gués, en agosto de 1820; las revoluciones de

Nápoles y Piamonte y la rezagada revolución

decembrista en Rusia en 1825.

Todas las revoluciones fueron aplastadas, al-

gunas de ellas por la intervención militar di-

recta de la Santa Alianza.

En Europa se inició en la guerra de indepen-

dencia de Grecia entre 1821 y 1832 que divi-

dió a las potencias europeas, provocando la

disolución del sistema político nacido en el

Congreso de Viena.

La rebelión griega, de inspiración liberal-na-

cionalista, organizada contra el Imperio Tur-

co, estuvo preparada por sociedades secre-

tas, creadas por inmigrantes. Contaría con la

colaboración de la Iglesia ortodoxa y con el

apoyo de la mayor parte de los países libera-

les de Europa. La defendieron porque vieron

su causa identificada con la de la revolución

griega.

Los conservadores destacaban en ella el as-

pecto de lucha religiosa contra el Islam; los

rusos, por razones estratégicas, pues in-

tentaban debilitar a su tradicional enemigo

fronterizo, el Imperio Otomano; únicamente

el Imperio Austriaco se opuso al Movimiento

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8 CAPÍTULO 12 | La Europa de la restauración siglo XIX

Helénico, viendo en este el peligro de que

triunfasen los principios del Liberalismo y del

Nacionalismo que a partir del Congreso de

Viena habían estado combatiendo.

La independencia de Grecia fue la causa in-

mediata de la disolución de la Santa Alianza,

ya que las potencias europeas antepusieron

sus intereses nacionales a los principios ideo-

lógicos que la habían inspirado.

Coincidiendo en este estallido revoluciona-

rio se produjeron las guerras por la indepen-

dencia de las colonias españolas en América,

que, excepto en Cuba y Puerto Rico se consu-

marían en 1824.

Esta primera oleada revolucionaria de 1820

fue reprimida sangrientamente en casi todos

los países, aunque su importancia, fue gran-

de porque significo el hundimiento del siste-

ma político de la Restauración, dejando así,

abierta la puerta al triunfo de un nuevo ciclo

revolucionario, que a partir de 1830 transfor-

maría la sociedad europea.

La revolución de Julio en 1830

en Francia y su repercusión

en Europa

En 1830 comenzó en Francia una nueva con-

vulsión revolucionaria. La Monarquía Borbó-

nica, restaurada tras la derrota de Napoleón,

tuvo que reconocer algunos progresos libera-

lizadores realizados entre 1789 y 1814. Por

ello concedió una Carta Constitucional en

1814, por la que se estableció un sistema par-

lamentario bicameral; además se reconocían:

la igualdad ante la ley, las libertades indivi-

duales, las ventas que se habían realizado de

los bienes reales.

A la muerte de Luis XVIII, quien había iniciado

este sistema moderado, lo sucedió su herma-

no Carlos X, absolutista convencido, que go-

bernó únicamente con el apoyo de la Iglesia

y de los ultraconservadores. Carlos X ante la

oposición que le representaban los parlamen-

tarios, disolvió la Asamblea, suprimió la liber-

tad de prensa, modificó el derecho electoral

restringiendo el sufragio, y concedió prerro-

gativas sin precedente a la Iglesia. Tales me-

didas provocaron la sublevación del pueblo

en Paris en 1830, apoyadas por las sociedades

republicanas, los periodistas, los intelectua-

les e incluso por los grandes financieros y los

monárquicos moderados.

Carlos X, falto de respaldo militar, tuvo que

huir. Las fuerzas moderadas, respaldadas por

la banca, obtuvieron el control político de la

situación y decidieron mantener la monar-

quía, aunque sustituyeron a los desprestigia-

dos Borbones por la Casa de Orleans.

El nuevo Rey, Luis Felipe de Orleans, realizó

algunas reformas, como la de restablecer la

bandera tricolor, restaurar la guardia nacio-

nal para mantener el orden público y modifi-

car la Constitución, dándole una orientación

más liberal, aunque dentro de los principios

moderados del liberalismo doctrinario. Con

este monarca se inició la edad de oro de la

alta burguesía francesa, que realizaría gran-

des inversiones especulativas, mientras que

las sociedades republicanas, que se sentían

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9 CAPÍTULO 12 | La Europa de la restauración siglo XIX

fracasaría nuevamente en el intento de vador dirigido por Austria y Rusia.

unificar a los países germánicos.

e. Italia, donde el fracaso de los alzamientos revolucionarios de 1831en los territorios del norte, llevaría a una reorganización de los revolucionarios, dirigidos por Giuseppe Mazzini, en una organización nacionalista y liberal, la joven Italia que luchaba por la unidad, la independencia y las libertades contenidas en La Declaración de los Dere- chos del Hombre.

f. Polonia, donde triunfo, en un primer mo- mento, la insurrección de Varsovia, lle- gándose a proclamar su independencia en

profundamente defraudadas, fueron dura-

mente reprimidas.

Las revoluciones que se produjeron a partir

de la Revolución Francesa de julio de 1830 in-

auguraron en Europa una etapa de predomi-

nio político y económico de la gran burguesía

en toda Europa, reforzando los movimientos

constitucionalistas del centro y sur.

Los países donde tuvo una mayor repercu-

sión la agitación revolucionaria de Francia en

1830 fueron:

a. España, donde a la muerte de Fernando VII

en 1833, se estableció un régimen liberal,

en guerra abierta contra la insurrección

absolutista de los Carlistas. Se emprendie-

ron transformaciones de gran importancia,

como la desamortización eclesiástica y la

construcción de los primeros ferrocarriles

movidos por energía de vapor. b. Portugal, donde se consolido el constitu-

cionalismo en 1834 tras diversos pronun-

ciamientos militares.

c. Suiza, donde quedo abolida la Constitu-

ción aristocrática y se incorporó al sufra-

gio universal indirecto en 1830. d. Alemania, donde el movimiento revolucio-

nario liberal consiguió obtener de varios

príncipes textos constitucionales, aunque

1830, pero al no recibir el esperado apoyo

de los países occidentales, sucumbió ante

la brutal represión de las tropas zaristas,

que anularon su Constitución, impusieron

una rustificación total y convirtieron a Po-

lonia en una colonia más del Imperio Ruso. g. Bélgica, donde la revolución de 1830, ad-

quirió también el carácter de una lucha

de liberación nacional, que en este caso

triunfaría, formándose como un estado

independiente. Bélgica unida a Holanda

en un solo reino a partir del congreso de

Viena, se revelo contra la política despó-

tica de Guillermo I que imponía el idioma

holandés como lengua oficial, mantenía

una política de favoritismo con los protes-

tantes en la enseñanza, y gravaba con im-

portantes tasas fiscales a los industriales,

además de restringir la libertad de prensa.

La revolución belga contaba con el apoyo

de la Francia de Luis Felipe y de la Gran

Bretaña, que acudieron en favor de su in-

dependencia. En 1831, Bélgica aprobó su

primera Constitución y fue proclamado

rey Leopoldo I.

La agitación revolucionaria de 1830 supon-

dría, en definitiva, la división de Europa en

dos grandes bloques: el occidental liberal y

constitucional, encabezado por la Gran Bre-

taña y Francia; y el bloque occidental conser-

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10 CAPÍTULO 12 | La Europa de la restauración siglo XIX

Tal división reflejaría también la extensión de

las transformaciones sociales provocadas por

la Revolución Industrial en los países occiden-

tales, haciendo en ellas inviable el antiguo

régimen absolutista.

Al conseguir cierto grado de desarrollo indus-

trial, se formó una burguesía sólida que exi-

gía participar en el poder político, mientras

que en los imperios orientales predominaba

aun una aristocracia terrateniente, fuerte,

dispuesta a unirse en defensa de sus privile-

gios contra cualquier reivindicación revolu-

cionaria.

Las revoluciones en Europa

1848

En 1848 estallaron en Europa diversas revo-

luciones de mayor amplitud que las de 1830.

Tenían motivaciones diferentes, según los

países donde se produjeron, aunque presen-

taron en común un carácter liberal y nacio-

nal, así como un contenido democrático. Par-

ticiparon en ellas diferentes clases sociales

opuestas al absolutismo y a las manifestacio-

nes que persistían aun del Antiguo Régimen,

desde el naciente proletariado hasta la bur-

guesía industrial y financiera que se benefició

del desarrollo industrial.

La chispa que encendió esta nueva convulsión

revolucionaria, fue la revolución en Francia

en 1848 y que se originó por las siguientes

causas:

a. Crisis económica. Las malas cosechas de

trigo de 1846 y 1847 provocaron un au-

mento en el precio del pan, la cual coin-

cidió con la crisis de la industria textil y

una crisis financiera generalizada debido a

maniobras de especulación de capitales en

la construcción de ferrocarriles. Se creó,

en consecuencia, un clima de inseguridad

económica, de desconfianza en el gobier-

no y una generalización de paro entre los

trabajadores. b. Errores diplomáticos del gobierno francés.

Las intrigas en torno al matrimonio de Isa-

bel II de España enfrentaría a Luis Felipe

con la corona Británica se generalizaron,

llegando a estar presente la amenaza de

un conflicto armado, y fue causa de temor

en la burguesía francesa, que rechazaba

la irrespetable política interior de su go-

bierno.

c. Condiciones sociales. La fuerte industriali-

zación francesa a partir de 1830, enrique-

ció a la burguesía a costa de una sobreex-

plotación del proletariado, condenándolo

a condiciones de vida infrahumanas. Las

familias trabajadoras se veían obligadas a

soportar el hacinamiento y la falta de hi-

giene en sus viviendas, un elevado número

de enfermedades sin asistencia médica de

ningún tipo, el trabajo de las mujeres y

niños para poder subsistir y salarios que

apenas cubrían las primeras necesidades

biológicas.

No es de extrañar que con estas condiciones

de vida surgiera en Francia un movimiento

revolucionario obrero, partidarios de la vio-

lencia, que trataba de conquistar una vida

más digna para su gremio.

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11 CAPÍTULO 12 | La Europa de la restauración siglo XIX

El sufragio censitario redujo a 200 mil las

personas con derecho al voto, en una pobla-

ción con 35 millones de habitantes. El frau-

de electoral y la intransigencia del gobier-

no provocaron la alianza de los legitimistas,

bonapartistas, republicanos y socialistas, en

oposición a un gobierno empeñado en ignorar

las transformaciones ocurridas en la sociedad

francesa.

La confluencia de los factores señalados des-

encadeno diversos motines en Paris en febre-

ro de 1848. El rey huyó a Gran Bretaña, sin

tratar de poner resistencia a la Revolución.

Esta vez los republicanos no se dejaron es-

camotear el poder, como había ocurrido en

1830, se formó un gobierno que reunió a mo-

derados liberales y socialistas, pero tuvo una

duración muy limitada, en un plazo de un año

se reprimió sangrientamente la insurrección

de los obreros en Paris, con un saldo de 10 mil

muertos. Luis Napoleón fue elegido presiden-

te de la república con apoyo de la burguesía,

los católicos y el campesinado, abriéndose

con ello el camino al establecimiento del Se-

gundo Imperio.

La agitación revolucionaria en Europa

En donde mayor repercusión tuviera la oleada

revolucionaria de 1848 fue en el Imperio Aus-

triaco, Italia y Alemania.

En el imperio Austriaco coincidieron en la re-

volución las reivindicaciones democráticas-li-

berales de estudiantes, obreros, pequeña

burguesía y milicias de Viena, que se alzaron

contra el absolutismo y las luchas nacionalis-

tas contra el centralismo del imperio de che-

cos, italianos y húngaros. La coincidencia en

la revolución sería únicamente en el tiempo,

pero no en los objetivos. Los demócratas vie-

neses triunfaron, en parte, porque las tropas

imperiales estaban dispersas tratando de so-

focar las diferentes insurrecciones naciona-

les.

Por su parte los húngaros lucharon por su li-

bertad nacional, pero se opusieron a su vez, a

conceder la libertad a las minorías que esta-

ban sometidos a ellos, por ejemplo los croa-

tas. El ejército austriaco con la ayuda de Ru-

sia, fue recuperando poco a poco el control

de todos los territorios y restableció el ab-

solutismo. La única conquista revolucionaria

que no se anuló fue la liberación del campe-

sinado de la servidumbre feudal.

En Italia las revueltas de 1848 se realizaron

por la unidad nacional y las libertades consti-

tucionales. En Lombardía y Véneto, que eran

territorios ocupados por los austriacos, esta-

lló la revolución aprovechando la insurrección

que se había producido en marzo en Viena.

El resto de los Estados italianos que en un

primer momento acudieron en ayuda de esos

territorios, pero al extenderse la agitación li-

beral en sus propios dominios, los soberanos

se vieron obligados a retirar a sus tropas, re-

cuperando nuevamente los austriacos el con-

trol del norte.

También fueron derrotados los nacionalistas

radicales que habían proclamado Venecia,

Toscana y Roma como repúblicas indepen-

dientes.

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12 CAPÍTULO 12 | La Europa de la restauración siglo XIX

Los austriacos consiguieron además que se

anularan todas las constituciones en los terri-

torios de Italia, resistiéndose únicamente el

reino de Piamonte, que al mantener su mo-

narquía constitucional liberal, se convertiría

en el polo de atracción de todos los naciona-

listas y liberales italianos.

En Alemania el sentimiento nacional fue el

motor de los brotes revolucionarios de 1848

por la aspiración común de crear un Estado

nacional unido y derrotar el absolutismo lu-

charon unidos, desde los burgueses de la in-

dustria y las finanzas, hasta los miserables

obreros desarraigados, pasando por los pro-

fesionistas y los artesanos.

En el mes de marzo de 1848 ya se había con-

seguido que se proclamaran constituciones

en los 39 estados alemanes. A continuación

se convocó a una Asamblea Nacional Cons-

tituyente, formada casi exclusivamente por

miembros de la burguesía, que, sin consultar

a los príncipes, proclamaron regente (Reich)

del “imperio” alemán a Juan de Habsburgo.

A pesar del innegable entusiasmo popular, el

Parlamento, recién creado, no tenía armas,

ni recursos, ni funcionarios propios; por lo

tanto su eficacia en la práctica se vio reduci-

da debilitándose paulatinamente víctima de

sus propias contradicciones internas.

La unidad alemana solamente le interesaba a

la burguesía que todavía era demasiado débil

en los Estados alemanes.

La lucha por la unidad nacional de Italia y

Alemania no llegó a consumarse, aunque se

destacarían ya los dos reinos que, con un sis-

tema constitucional, fueron los catalizadores

de la unidad: Prusia y Piamonte.

En 1850 terminó la agitación revoluciona-

ria en Europa. Su impacto fue mayor que

en las oleadas de 1820 a 1830; por primera

vez se produjo una agitación de masas con

predominio de participación de trabajadores

industriales. El desarrollo industrial había

provocado cambios en la sociedad europea,

desarrollándose un proletariado más nume-

roso que comenzó a organizarse en partidos

propios, diferentes a los de la burguesía, mo-

vilizándose por reivindicaciones particulares,

que atacaron no sólo al antiguo régimen, sino

también a la burguesía.

Las clases burguesas, una vez que alcanzaron

la extensión del constitucionalismo por Euro-

pa occidental, tras la oleada revolucionaria

de 1848, se retrajeron a posiciones más mo-

deradas, temiendo verse desbordadas por el

movimiento obrero, todavía poco maduro e

inexperto, pero muy radicalizado como con-

secuencia de la miseria de las clases traba-

jadoras. Se produjo, por lo tanto, un cambio

en las fuerzas que protagonizaron los futuros

levantamientos revolucionarios: la burguesía

asentada en el poder se hizo conservadora, el

proletariado en plena expansión sería el mo-

tor de las nuevas luchas.

En enero de 1848 se publicó en Londres El

manifiesto del Partido Comunista de Carlos

Marx y Federico Engels, cuyos principios di-

fundían a través de la revista “La Nueva Ga-

ceta Renana”, que editaron en Colonia desde

junio de ese mismo año.

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13 CAPÍTULO 12 | La Europa de la restauración siglo XIX

El nacionalismo

del siglo XIX

A partir del siglo XIX, el nacionalismo sería

una de las fuerzas políticas más importantes

en la evolución de los países, y no solamente

en los de Europa, sino también en los del res-

to del mundo.

El nacionalismo se basa en el concepto de so-

beranía nacional, es decir, que la legitimidad

de un gobierno está dada por una voluntad

general, por el consenso de una población

con intereses comunes. Los principios de li-

bertad difundidos por la Revolución Francesa

se empezaron a aplicar también a los demás

pueblos, concretándolos en el derecho que

tienen a elegir a sus propios gobernantes y a

su forma de gobierno.

Tales factores, unidos a la difusión del idea-

lismo romántico, potenciaron la búsqueda del

“alma del pueblo” y la consideración perso-

nal de una conciencia común y de un destino

colectivo.

Junto a elementos subjetivos, se realizaron

también los elementos objetivos de diferen-

ciación de las nacionalidades: los espacios

geográficos, la lengua, la religión, las cos-

tumbres y las tradiciones.

Entre los pensadores que aportaron una base

teórica al nacionalismo señalamos a Johann

Gottfried Herder, Jean Jacques Rousseau y

Gottlieb Fichte, pero por su influencia, sin

duda los más importantes fueron Friedrich

Hegel y Guiseppe Mazzini.

Mazzini (1805-1872) prototipo del revolucio-

nario romántico, defendió una filosofía polí-

tica optimista. En él se funden las concepcio-

nes de nación de Herder con los proyectos de

democracia social de Saint-Simón; reconcilió

el nacionalismo con el liberalismo revolucio-

nario más democrático, convencido de que

tanto el individuo como la nación son igual-

mente sagrados. Su simpatía por todos los

movimientos de las nacionalidades oprimidas

(polacos, húngaros, eslavos del sur) y su fe en

la democracia lo llevaron a soñar con una Eu-

ropa unida, donde cada pueblo desarrollara

libremente sus instituciones nacionales.

Hegel (1770-1831) defendió tesis radicalmen-

te distintas a este optimismo democrático.

El principal teórico del nacionalismo alemán

concibió la comunidad nacional como un todo

unitario, donde los individuos carecían de de-

rechos, a no ser a través del Estado. Hegel

afirmaba que las naciones tienen una “misión

histórica” que cumplir, pero no en el sentido

de colaboración y enriquecimiento mutuo de

la humanidad, como sostenía Mazzini sino en

lucha y oposición a las demás naciones. Igno-

rando el principio más elemental de realismo

político, creía que la guerra era una manifes-

tación de vitalidad nacional.

El nacionalismo posterior a Hegel considera-

ría las tradiciones como una manifestación

permanente de una supuesta personalidad

nacional, proporcionando argumentos a los

conservadores que a partir de este momento

defendieron el mantenimiento del estatus so-

cial, político y económico como una manifes-

tación más de ese carácter nacional.

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14 CAPÍTULO 12 | La Europa de la restauración siglo XIX

Algunos discípulos de Hegel como Heinrich

von Treitschke, hicieron todavía más sim-

plista este pensamiento, destacando los ele-

mentos más irracionales del nacionalismo: el

culto a la fuerza, a la violencia o al racismo.

El nacionalismo alemán quedaría dominado

por este conjunto de ideas reaccionarias que

potenciaron sentimientos de superioridad co-

lectiva, que traerían como consecuencia la

opresión de otros pueblos considerados “in-

feriores”, conjunto con una política expan-

sionista. Este tipo de nacionalismo llamado

también chauvinista, de gran potencia, se

extendería por diversos países europeos, sir-

viendo de cobertura ideológica a la conquista

de nuevas colonias, que se realiza en la etapa

imperialista.

El nacionalismo Italiano

Los nacionalismos que consiguieron articular

una mayor coherencia política fundamenta-

ron el concepto de nación en elementos co-

munes como: la “unidad racial”, una lengua,

una cultura, una religión o un espacio geográ-

fico. En los países donde coincidieron estos

cinco elementos se agruparon en torno al úni-

co Estado que, desde el punto de vista mili-

tar o económico, podría servir de aglutinante

de la unidad nacional: el reino de Piamonte

y Cerdeña que se convirtió en el motor de la

unificación italiana en 1850.

El Piamonte era la zona más desarrollada de

Italia, con sólo 60 por ciento de analfabetis-

mo, frente a más de 90 por ciento en el sur.

En este reino se había producido una renova-

ción de la agricultura, ampliándose los cul-

tivos intensivos e introduciendo maquinaria.

La construcción de ferrocarriles, a partir de

1835, había favorecido la aparición y el desa-

rrollo de núcleos industriales en el Valle del

Po, financiados por inversiones suizas e ingle-

sas, con importación de maquinaria británica

y utilizando una mano de obra abundante y

barata. Gracias a esto, se fue consolidando

una burguesía emprendedora que aspiraba a

la supresión de las barreras aduaneras que

separaban a Piamonte de su gran mercado

natural: la península italiana. Por lo tanto, la

burguesía del norte fue la primera interesada

en la unidad italiana, contando para ello con

el eficaz apoyo de la prensa especialmente

con el periódico fundado por Camilo Benso,

Conde de Cavour, Il risorgimiento.

La unidad italiana tuvo como protagonistas

históricos al rey Víctor Manuel III, hombre

muy popular por ser liberal, y al presidente

del Consejo de ministros Cavour, patriota li-

beral, de sólida formación económica, hábil

diplomático, que consiguió atraerse a los na-

cionalistas en torno a la casa de Saboya, fa-

milia noble del norte de Italia, que gobernó

ese país entre 1861-1946.

El programa de Cavour para conseguir la uni-

dad se basaba en la renuncia a las conspira-

ciones revolucionarias que había impulsado

Mazzini, buscando el derrocamiento del abso-

lutismo mediante una evolución liberal pau-

latina, además de aceptar y buscar la ayuda

extranjera para expulsar a los austriacos de

Italia.

En una primera etapa, Cavour consiguió la

ayuda de Napoléon III de Francia, provocando

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15 CAPÍTULO 12 | La Europa de la restauración siglo XIX

una guerra con Austria (1859) a consecuencia

de la cual Lombardía pasó a integrarse en el

reino de Piamonte, aunque Venecia siguió en

poder de los austriacos.

En 1860, y después de unos motines que ex-

pulsaron pacíficamente a sus soberanos, los

ducados de Toscana, Parma y Módena apro-

baron en sendos plebiscitos su unión a Pia-

monte. A cambio de reconocer la anexión y

en virtud de un tratado anterior (Tratado de

Plombiers de 1858), Francia recibió Niza y la

alta Saboya.

La anexión del reino de Nápoles se realizó

gracias a la increíble aventura de Garibaldi y

sus mil “Camisas Rojas” que desembarcaron

en Sicilia, tomaron Palermo y después de cru-

zar el estrecho ocuparon Nápoles. La dudosa

fidelidad de Garibaldi al rey Víctor Manuel,

hizo que el ejército piamontés interviniera en

Nápoles, convocándose a un referéndum que

ratificaría la unión del reino de las Dos Sicilias

con el de Piamonte: Víctor Manuel I se procla-

mó rey de Italia en 1861 quedando fuera de

este reino únicamente los Estados Pontificios

y Venecia. Venecia se incorporó a Italia en

1866, a raíz de la guerra austriaco-prusiana.

La incorporación de Roma y los Estados Ponti-

ficios tenía que realizarse en contra de la vo-

luntad de Napoleón III, hasta entonces aliado

de Piamonte. Napoleón debido a la presión de

los católicos franceses, se oponía a la anexión

de Roma, donde mantenía desde 1849 una

guarnición para garantizar la independencia

de la ciudad. Los italianos empezaron por ello

a mantener una actitud hostil hacia Francia,

deseando su debilitamiento para consumar su

unidad.

Cuando Francia tuvo que retirar sus tropas

de Italia para hacer frente a la guerra con-

tra Prusia, Víctor Manuel entró en Roma y la

ciudad ratificó la anexión mediante un refe-

réndum.

Esta ocupación culminó el proceso de unidad

italiana, pero provocó la ruptura con el Papa,

quien se negaba a reconocer el hecho consu-

mado a pesar de las garantías que le ofrecía el

Estado italiano. Las relaciones con la Iglesia

no se restablecerían sino hasta el tratado de

Letrán, firmado por Benito Mussolini, primer

Ministro de Italia y el papa Pio XI en 1929.

La unidad alemana siglo XIX La unidad alemana se realizó bajo los aus-

picios de Guillermo I de Prusia y su canciller

Otto von Bismarck. La sólida posición econó-

mica alcanzada por Prusia junto con su pres-

tigio cultural y con un ejército modernizado,

le dio la fuerza suficiente para plantear la

cuestión de la unidad alemana en beneficio

propio, excluyendo a los austriacos.

La primera fase de la estrategia de Bismarck

se concretó con la “Guerra de los Ducados”

en 1864 contra Dinamarca, que sería derrota-

da por la alianza de Austria y Prusia.

Los prusianos ocuparon los ducados de

Schleswig y Luxemburgo, lo cual les permitió

unir el mar del Norte con el Báltico a través

de un canal; Austria ocupó temporalmente el

Holstein.

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Historia Universal Siglo XVIII - XIX | Krismar Educación

16 CAPÍTULO 12 | La Europa de la restauración siglo XIX

La segunda fase pasaba ya por el enfrenta-

miento directo con Austria para ello Bismarck

consiguió el aislamiento diplomático de este

imperio mediante pactos con Rusia y Francia,

además de comprometerse con una alianza

con el joven reino de Italia, que abrió un se-

gundo frente en la retaguardia austriaca.

La guerra estalló en 1866, y en ella el ejér-

cito prusiano reorganizado por Helmuth von

Moltke, fue rápidamente transportado en

ferrocarriles consiguiendo sorprender a los

austriacos, que tuvieron que pelear en dos

frentes, infringiéndoles la decisiva derrota de

Sadowa. Como consecuencia de esta guerra

Austria quedaría excluida de Alemania, ade-

más de perder Venecia y el Holstein. Prusia se

anexó todos los Estados que la separaban de

sus territorios occidentales de Renania, orga-

nizó una confederación con 23 de los Estados

alemanes y obligó a los demás a firmar con

ella tratados de Alianza militar.

El nacionalismo alemán

La Francia imperial de Napoleón III se inquietó

ante el pujante expansionismo prusiano, por

lo que inició una campaña diplomática para

conseguir compensaciones territoriales que

restablecerían el equilibrio europeo, recla-

mando sucesivamente el Sarre, el Palatinado

romano, Luxemburgo y Bélgica, sin tomar en

cuenta la voluntad de las poblaciones de es-

tos territorios. La opinión pública internacio-

nal y sobre todo la de los Estados alemanes,

condenaron unánimemente las intenciones

francesas, uniéndose en torno a Prusia.

Bismarck aprovechó un incidente diplomático

trivial, con motivo de la candidatura al trono

español de un príncipe alemán para provo-

car la ruptura de relaciones y la consiguiente

declaración de guerra. El ejército prusiano

volvió a sorprender a Europa por su eficacia,

modernización y nuevas tácticas bélicas: sor-

presa, utilización de camuflaje. Consiguió

derrotar totalmente al ejército francés en 1870 e hizo prisionero a Napoleón III.

Con esta derrota se produjo en Francia el hun-

dimiento del imperio y la proclamación de la

Tercera República, que no consiguió evitar la

caída de Paris. La capitulación francesa supu-

so para Prusia la anexión de Alsacia y Lorena,

además de recibir una fuerte indemnización

económica.

En un ambiente de euforia y exaltación na-

cionalista por la victoria, Guillermo I fue pro-

clamado emperador (Káiser) de Alemania; el

segundo imperio alemán pasó a ser la primera

potencia militar y económica del continente

europeo, y la segunda del mundo, después de

Gran Bretaña.

Sin embargo, la anexión por la fuerza de Alsa-

cia y Lorena envenenaría las futuras relacio-

nes con Francia, siendo una fuente de cons-

tante hostilidad, que desembocó en nuevas

guerras.

Francia

Al caer Napoleón III prisionero en Sedán, el

segundo imperio dejó de existir y se procla-

mó la Tercera República sin derramar una

sola gota de sangre en defensa de la empe-

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Historia Universal Siglo XVIII - XIX | Krismar Educación

17 CAPÍTULO 12 | La Europa de la restauración siglo XIX

ratriz Eugenia Montijo o las instituciones im-

periales.

El triunfo liberal se explica por la progresiva

pérdida de popularidad de Napoleón, a causa

de su desastrosa política exterior. Sin duda,

el mayor fracaso en este terreno fue el in-

tento de construir un imperio en México, go-

bernado por Maximiliano de Habsburgo, bajo

la protección de un ejército expedicionario

que acabó con la ejecución de Maximiliano

por los revolucionarios mexicanos al retirarse

las tropas francesas.

Gran Bretaña

Coincidiendo con la reacción conservadora

de la Restauración, el gobierno Tory (conser-

vador) de 1815 a 1823 mantuvo una política

represiva, con el único objetivo de impedir la

difusión de nuevas ideas políticas y sociales.

El partido Whig (liberal) en la oposición rei-

vindicaría el derecho de los católicos a la par-

ticipación política y sólo cuando consiguieron

esto (1829) se planteó la necesidad de una

reforma parlamentaria que saneara el siste-

ma electoral.

Irlanda vio desaparecer su Parlamento en

1800 al ser unido por decreto al Parlamento

inglés. Se trata de uno de los factores que

influyeron en la rebeldía irlandesa frente a

la Gran Bretaña. A esto hay que añadir que

hasta 1829 los católicos estaban excluidos de

participar en la vida política e Irlanda, olvi-

dada por la administración británica, tuvo

una economía dependiente de la iglesia. Es-

tas son algunas de las razones por las que se

desarrolló un fuerte movimiento nacionalista

a lo largo del siglo XIX. ≥