CAPITULO XIII Chagres.—Navegación por este río,—Incidentes ...

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CAPITULO XIII Chagres.—Navegación por este río,—Incidentes durante la mis- ma,—Q.uces.—Viaje por tictrra hasta Panamá—^Desbripclón de Panamá.—Comercio antes de la construcción del ferroca- Irrili—Dapjs atarea de algunas regiones (dejl istm^ y del Chocó.—Proyectos de canalización Interoceánica—Reflexiones al respecto.—APÉNDICE—^Movimiento marítúno y comercial del istmo de Panamá después del establecimiento del »arvi- cio ferroviario. , Al llegar al puerto de Ohagres (6 de febrero de 1841), bus- camos con la vista al buque francés que salló de Jamaica al mismo tiempo que nosotros y que pensábamos nos había ade- lantado. Nos extrañó no verle y después supimos en Pana- má que, arrastrado per las con-ientes que nos habían desvia- do a nosotros durante el día 4 no logró llegar a Chagres sino después de una navegación penosísima que duró tres se- manas, casi desmantelado! Cuántas gracias no dimos a Dios, a pesar de las penalidades que habíamos padecido a bordo de la "Carolina", por habernos evitado los nuevos y tal vez crueles sufrimientos, que hubiéramos tenido que padecer a bordo del otro buque, si hubiéramos tomado pasaje en él! En la desembocadura del Ohagres un banco de arena que sólo deja un paso estrecho, no consiente el acceso al pmerto más que a las goletas de poco calado y de escaso tonelaje; los grandes navios de guerra o de comercio deben quedarse a una milla o dos de la rada en un sitio donde el enclaje es muy malo, sobre todo cuando soplan vientos del norte. La entrada del puerto está defendida por un castlUo peque- ño levantado sobre rocas bastante altas y batidíis por el mar; a este castillo es donde el gobierno de Colombia primero

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CAPITULO XIII

Chagres.—Navegación por este río,—Incidentes durante la mis­ma,—Q.uces.—Viaje por tictrra hasta Panamá—^Desbripclón de Panamá.—Comercio antes de la construcción del ferroca-Irrili—Dapjs atarea de algunas regiones (dejl istm^ y del Chocó.—Proyectos de canalización Interoceánica—Reflexiones al respecto.—APÉNDICE—^Movimiento marítúno y comercial del istmo de Panamá después del establecimiento del »arvi-cio ferroviario. ,

Al llegar al puerto de Ohagres (6 de febrero de 1841), bus­camos con la vista al buque francés que salló de Jamaica al mismo tiempo que nosotros y que pensábamos nos había ade­lantado. Nos extrañó no verle y después supimos en Pana­má que, arrastrado per las con-ientes que nos habían desvia­do a nosotros durante el día 4 no logró llegar a Chagres sino después de una navegación penosísima que duró tres se­manas, casi desmantelado! Cuántas gracias no dimos a Dios, a pesar de las penalidades que habíamos padecido a bordo de la "Carolina", por habernos evitado los nuevos y tal vez crueles sufrimientos, que hubiéramos tenido que padecer a bordo del otro buque, si hubiéramos tomado pasaje en él!

En la desembocadura del Ohagres un banco de arena que sólo deja un paso estrecho, no consiente el acceso al pmerto más que a las goletas de poco calado y de escaso tonelaje; los grandes navios de guerra o de comercio deben quedarse a una milla o dos de la rada en un sitio donde el enclaje es muy malo, sobre todo cuando soplan vientos del norte.

La entrada del puerto está defendida por un castlUo peque­ño levantado sobre rocas bastante altas y batidíis por el mar; a este castillo es donde el gobierno de Colombia primero

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y el de Nueva Granada después, enviaban algunos de los pre­sos políticos y los condenados a galeras.

Detrás de las rocas que domina el castillo, el pueblo de Cha-gres baja en cuesta hasta el borde del río y no ofrecía a 1? vista más que un amontonamiento de casas o mejor dicho de chozas hechas de tablas y de bambúes; la mayor parte de ellas estaban levantadas sobre postes para que las aguas pudiesen correr por debajo en las épocas en que el río se desborda. Es­ta aldea, donde- un calor atroz se combina con la humedad, es reputado y con razón, como muy malsano; por eso sin du­da no he visto más habitantes que gentes de color.

Tan pronto ccmo salté a tierra, me dirigí a casa de una de las personas principales de la localidad para quien tenía una carta del señor de Francisco-Martín. La casa en que vivía, una de las mayores del lugar, se ccm,ponía de tres habitacio­nes: una estaba atestada de fardos, barricas, pieles de toro, petacas de tabaco y maderas tintóreas; la segunda mitad co­cina, mitad tienda, estaba c:uzada por unas cuerdas de las que colgaban cordones de salchichas, morcillas, pilones de azú­car, bacalao seco, velas, carnes ahumadas, etc.; en la ter­cera, que servía sin duda de alcoba, salón y comedor, habla una mesa, unas cuantas sillas de madera y unas hamacas col­gadas de las vigas. En ésta fue donde me r-ecibió el dueño de la casa; después c'e leer la carta que le traía, se puso in­mediatamente a mi disposición. Como no pensaba permane­cer en Chagres sino el tiempo Imprescindible para organizar el viaje, le rogué únicamente que tuviese a bien prepararnos la comida y que se tomase la molestia, mientras mi mujer y yo comíamos, de concertar en mi nombre con los patronos de unas barcas, las condiciones para seguir el viaje con objeto de que, si ello era posible, empezáramos a subir el río antes del anochecer; este señor hizo cuanto le había pedido des­plegando una actividad que me maravilló y que me hizo te­nerle en la mayor estima. No bien habíamos acabado de al­morzar cuando ya nos esperaban tres pequeños champanes, llamados cayucos, con sus respectivas tripulaciones de bogas dispuestos a ponerse en movimiento a la primera señal. -Em­barqué con mi mujer en el que me pareció más sólido; otro se destinó a nuestros criados y en el tercero se cargaron los -baú­les y demás bultos voluminosos que ya se habían descaragdo de la ''Carolina"; en una palabra hacia las cuatro de la tarde.

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después de haber liquidado las cuentas con nuestro huésped, la pequeña flotilla se puso en marcha. El señor Lewis que tenía más prisa que nosotros por llegar a Panamá, donde es­taba su familia, fletó la primera piragua que encontró al des­embarcar de la "Carolina", y nos llevaba varias horas de delantera.

La época en que íbamos a hacer ei viaje a través del istmo era la más propicia para ese viaje; era la que llaman verano en estos parajes, porque de diciembre a abril no Uueve sino ocasionalmente cuando hay alguna tormenta. (1)

Mi mujer y yo sentados a proa en la embarcación y recos­tados contra la bóveda que formaban las hojas de palmera que cubría el espacio que habría de servirnos de cuarto, re­corríamos con nuestras miradas el horizonte sin límites.. La exuberante vegetación que cubría las orillas del río, los efec­tos de una hermosa puesta de sol, los aspectos siempre varia­dos y risueños del paisaje, el perfume de flores desconocidas que la brisa del atardecer nos traía juntamente con el aire fresco, la tranquilidad de las aguas, tcdo contribuía a embe­lesarnos y a hacernos disfrutar de esa tranquilidad del cuerpo y del espíritu tan agradable sobre todo después de haber pa­sado por recientes inquietu.íes y zozobras. No alteraban el si­lencio de aquella soledad sino los gritos penetrantes de nume­rosos papagayos y cotorras que, de dos en dos parecían ir en busca, hacia el poniente, de su albergue para pasar la ncehe.

Los remeros, tres en cada embarcación incluyendo el pa­trón, tenían el mismo aspecto salvaje que aquellos bogas, a que ya me referí al describir mi viaje per el Magdalena; eran negros robustos, desnudos de cintura para arriba y buenas gentes en el fondo a pesar de su aspecto salvaje. Pude con­seguir, no sin trabajo, que los que estaban a proa de nuestra embarcación y que eran par lo tanto los que debíamos tener delante de los ojos, cambiaran por un calzón de baño les andrajos o pañuelos sueltos que, como sus camaradas de los

( l ) Según los cálculos de Humboldt, la anchura del istmo entre Chegres y Panamá, aéria en línea recta de 14 leguas marítimas de 950 toesas cada una es decir en metros tmos 64 Lilómetros; pero resulla que hay que recorrer una distancia aná­loga de Chagras a Cruces, siguiendo tos mean.'rns del río y luego de Ciuces a Panamá bay todavía que andar de 27 a ::8 ttilttmetros. t a anchura menor del istmo es de 43 Itilómetros entre ta costa de Mandigoa. en la hahia de San Bles, en et mar de tas Antillas y el punto opuesto en ta desembocadura det río Ba­yano. en et golfo de Panamá.

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dos otros cayucos, llevaban sujetos alrededor de la cintura, por toda vestimenta.

Hacia las seis de la tarde, al llegar la noche, cuando el fir­mamento se ilumina con esas radiantes constelaciones cuyo fulgor en el ecuador es, al decir de los sabios, cuatro veces superior a la claridad de nuestro cielo de Europa, y mientras que millares de insectos fosforescentes Iban y venían por el es­pacio como si fuesen otras tantas estrellas vivientes, nuestros bogas hicieron alto en las inmediaciones de una aldea denomi­nada Uñas de Gato. Las habitantes, reunidos en una playa, parecían estar de fiesta: unos cantaban o bailaban al son de instiiimentos extraordinarios; otros, en cuclillas, alrededor de hogueras Improvisadas comían tortas y fritos o bebían aguar­diente o chicha. Todos ellos, negros o mulatos, iluminados por el resplandor vacilante de las antorchas, formaban gi-upos fan­tásticos. Nuestros bogas, que contaban entre ellos rñuchos ami­gos, no dejaron de tomar i>arte en el festín y sobre todo en las copiosas libaciones, lo que nos hizo temer que al día si­guiente estuviesen muy peco dispuestos a seguir el viaje. Des­pués de haber andado durante un rato por entre las filas de esas alegres gentes que nos miraban con la misma curiosidad con que nosotros las contemplábamos nos volvimos al cayuco donde con ayuda del cansancio, disfrutamos tendidos sobre unas esteras que en cualquier otra ocasión hubiéramos recha­zado, las delicias de un sueño tranquilo del que no habíamos gozado desde hacía varios días.

El día 7, a las seis de la mañana, los bogas, a pesai- de los excesos de la noche anterior, habían vuelto a bordo y alegre­mente reanudamos el viaje. Una cantina bien provista que yo llevaba a mano, contenía en cajas de conservas y en bote­llas todo lo que podíamos necesitar para nuestras comidas, sin contar con las frutas y legumbres frescas de las que hice buen acopio en Chagres.

El río Ohagres, cuya anchiua al desembccaí- en el mar de las AntUlas es de unos 234 a 235 metros, se -estrecsha a me­dida que se remonta su curso que al llegar a Cruces, no mide más que unos 40 metros, pero ofrece en pequeño el mismo género de belleza y de exotismo que el Magdalena; ccmo éste, sus riberas están bordeadas de selvas espesas en las que viven idénticos animales. MI mujer, para quien la belleza de este espectáculo era una novedad, no se cansaba de admirar al

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pasar por delante de árboles gigantescos como las ceibas, las palmeras, los magnoUos, los caobos, etc., la fuerza de la ve--getación; se recreaba viendo el número prodigioso de pájaros de brillante colorido, las zancudas de todo género que ace­chaban en la orilla a los peces con que se alimentaban; los monos descarados, que saltaban de rama en rama haciendo muecas. Sólo los caimanes se veían pocas veces.

Desde luego, hubiéramos podido acabar de día esta nave­gación, si los bogas hubiesen cumplido rigurosamente con su obligación y no se hubiesen detenido a cada momento, unas veces cuando pasábamos per delante de una choza habitada, para ir a ver a un pretendido primo o prima; otras para co­rrer detrás de las iguanas que se veían al 'oorde del agua y a cuya carne son muy aficionados, o para buscar huevos de tortuga en un banco de arena y hasta para descansar y echar una siesta a la sombra de un árbol. He de confesar que en mis reprimendas no ponía demasiada energía porque, tanto mi mujer como yo, no teníamos prisa en llegar ya que en es­te viaje, a través de una naturaleza maravillosa, con una tem­peratura agradable y bajo un cielo espléndido, encontrábamos todo el atractivo que incita más bien a prolongar que a acor­tar una excursión agradable; estado de ánimo en que la pira­gua primitiva que nos llevaba lentamente nos parecía prefe­rible al más cómodo de los vaperes, cuya marcha rápida no nos hubiera casi permitido ver el paisaje a través del humo negro y espeso que despide.

Al mediar el día se produjo un incidente. Mientras estaba en la orilla con los bogas, yo para estirar las piernas y ellos pai'a beber chicha o para tratar de sustraer algunos racimos de bananos o unas naranjas, mi mujer, que se habia quedado sola en el cajoico, absorta en la lectm'a, se quedó muy admi­rada al ver que las orillas del río gradualmente cambia­ban de aspecto; pero la admiración se trocó en espanto cuan­do al penerse de pie se dio cuenta de que la embarcación, cuyas amarras se habían soltado, giraba ari'astrada por la corrien­te. A sus gritos, a los que respondieron los míos, pues desde una -pequeña eminencia donde había subido, vi el barco irse a la deriva, los bogas, que felizmente no andaban lejos, se tiraron al río y lograron alcanzarlo pero no sin grandes es-fuei'zos y después de un rato, que en mi ansiedad me pareció eterno.

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Lo mismo que el día anterior un poco antes de la puesta del sol nos detuvimos en un lugar completamente desierto. Vien­do en la orilia un sitio encantador, rodeado de árboles y ar­bustos en flor, mi mujer y yo cedimos a la tentación de co­mer en él; ese dia la comida consistía en una magnífica ga-lUna con arroz, que habíamos hecho guisar con todo cuidado, delante de nosotros por la mañana y que se guardó hasta la hora de comer en una caja de hojalata. Se pusieron los pla­tos en el sitio escogido per nosotras; el criado fue a buscar la preciosa caja, pero la traía cogida por el asa de la tapa, ésta se soltó y con gran estupor de nuestra parte vimos el pollo y al arroz rodar per el suelo. Si no queríamos quedarnos sin comer, no teníamos más que un partido que tomar y mi mu­jer no dudó por un memento en recoger con sus manos el arroz desparramado por el suelo mientras yo corría detrás del ave que rodaba cuesta abajo en dirección al río; todo vol­vió a meterse cn la caja y como el apetito primaba sobre los remilgos, oon el mejor humor del mundo, hicimos honor a nuestra comida.

Este contratiempe me trae a la memoria una aventura del mi.smo tipo que me habían referido: estando el príncipe de Talle-yrand, en tiempo de Napoleón, con el ejército francés, me parece que en la retirada de Rusia, compartía -S. A. aunque en menor escala, la penuria de víveres que a todos afectaba Sin embargo por razón de su cargo invitaba casi siempre a al­gunos personajes. Un oía su cocinero, que ya tenía casi va­cía la despensa nc pudo servir más que un pavo asado. Uno de los jóvenes secretarios de Telleyrand, el señor Bourgeot (1) que se había encargado de trinchar el pavo, a cuyo solo as­pecto se refocilaban los comensales, se las arregló de mane­ra que al mete'le el cuchillo, el pavo se escurrió de la fuen­te y fue a parar debajo de la mesa. Talleyrand, que para col­mo de males veía que uno de sus perros husmeaba alrededor de la mesa, a pesar de su habitual Impasibilidad, no pudo me­nos de exclamar: "Qué desgracia! Médoro está ahi ¿que suerte correrá el asado? Príncipe, no pase cuidado, respondió Bour­geot: tengo el pie puesto 'encima". En efecto lo había hecho como lo dijo, y el perro a p3sar de tener tanta hambre como

( l l Después det primer Imperio, Bourgeot fue mnctios anos durante la restanración, uno de los directores de la sección de política del Minislerio de Relaciones Ex­teriores,

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los comensales no pudo arrancar de una dentellada más que una de las patas, y los orlados lograro'n quitérsela con lo que todos los comensales comieron el asado después de haber sa­ludado con un hu. ra general la reaparición en la fuente del famoso animal.

Al día siguiente (8) en cuanto amaneció, reanudamos la na­vegación. Peco más o menos hacia las doce llegamos a la Gor­gona, pueblo bastante grande en el que no pudimos evitar de­tenernos; la vista de sus viviendas misérrimas, no nos incitó a visitarlas. Sin embargo oomo presentaba tantos atractivos pa­ra nuestros bogas, temía mucho que nos hiciesen pasarnos allí todo el (iía. Pero se comportaron mejor de lo que yo esperaba; no nos hicieron esperar mucho y una vez que emprendimos de nuevo la navegación, fumos de un tirón hasta Cruces, aldea en la que, a las tres de la tarde, terminó nuestro viaje por las aguas del Ohagres, viaje que, realizado en la flor de la juventud nos pareció tan lleno de poesía que hoy todavía, a pesar de la nieve de mis cabellos, conservo un recuerdo deli­cioso.

El pueblo de Cruces está situado en un bonito valle a unos 70 ó 80 metros sobre el nivel del mar. En cuanto desembarca­mos, el principal perscnaje de la localidad, un mulato, gran hablador, poeta y alcalde o juez político acudió a recibirnos y nos manifestó que enterado de nuestra Uegada per el señor Lewis al que habia visto la víspera o la antevíspera, nos había reservado una casa, y tuvo la amabilidad de acompañarnos en persona hasta ella. Esta casa, como la llamaba, no era más que una choza grande de bambúes, que en las pared-es forma­ban una celosía; el interior estaba dividido en dos cuartas: en uno, nos instalamos mi mujer y yo, dejando el otro para nuestros criados; no tenía más piso que el santo suelo y éste era tan desigual que tuvimos que acuñar los asientos (tres o cuatro taburetes) antes de sentarncs. Un hogar habilitado entre unas grandes piedras en un rincón de la habitación ser­vía de fogón para guisar; en cuanto al humo, que casi nos as­fixiaba, no tenía más salida que por los intersticios que de­jaban entre sí los bambúes que formaban las paredes o per encima de la puerta de entrada que no llegaba más que a la cintura; los Intersticios del enrejado eran de tales dimensio­nes, que por ellos podían pasar cómcdamente pellos, gatos, perros y hasta cochinillos que no dejaban de entrar en núes-

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tra habitación bien para buscar las sobras de la comida o cualquier otro motivo.

En esa época, los viajeros europeos eran muy escasos y por eso nuestra presencia en el -pueblo causó gran sensación y co­mo la construcción de la casa se prestaba mucho para que pudiera satisfacer su curiosidad, la gente se agolpó para ver­nos de cerca. Los chiquillos, en cueros y barrigones, las negras, despeinadas, harapientas, con faldas de volantes, no se con­tentaron con miramos desde fuera, sino que entraban hasta la habitación; los hombres, más circunspectos, se contentaban con ponerse de codos en la media puerta que daba acceso a la pieza y desde allí, fumando, escupían sin miramiento de ningún género en el cuarto. Al principio nos dio risa esa In­vasión grotesca, pero al ver que aquello se prolongaba dema­siado nos indignamos y sólo, cuando ya me enfadé de veras, fue cuando los Importunos se retiraron. Para tratar de sus­traernos a esa invasión tendí unas telas por las paredes pero los atrevidos granujUlas encontraban siempre el modo de mi­rar levantando desde fuera esos insuficientes obstáculos.

Mi mujer, que había soportado hasta entonces todas las Incomodidades del viaje desde Jamaica, se sintió al llegar a Cruces muy molesta con una Inflamación intestinal que yo atribuía al uso que por falta de agua potable tuvo que hacer del vino a bordo de la "Carolina". Los cuidados que esa in­disposición requirió, nos hioi-e-ron renunciar oomo teníamos proyectado en un principio, a seguir el viaje inmediatamente para Panamá, que solo distaba unas siete leguas, distancia que en épcca seca un jinete bien montado anda en menos de un día, a pesar de las dificultades del camino. Con esta deten­ción forzada, tuve muchas horas Ubres que empleé por las mañanas en explorar los alrededores del pueblo; a pesar de la fertilidad del suelo, había pocos campes cultivados cuyos productos apenas sí bastaran para atender a las necesidades del consumo local. En algunos sitios al atravesar los bosque­cillos que la naturaleza había diseminado a capricho, se veía revolotear por los rabustos en flor una cantidad tal de pájaros mosca, que a veces tenía materialmente que apartarlos con las manos para abrime paso por entre sus enjambres, que mi presencia alborotaba. Me entretenía en seguir con la mirada su vuelo, rápido y continuo y en verles cómo, con furia cómica.

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perseguían a una marlpesa o a un abejorro que les disputaba una flor.

Al cabo de dos días, mi mujer, sin estar todavía completa­mente bien, tenía tales ganas de salir de la madriguera en que vivíamos, que aun encontrándose débil, insistió para que no se demorara más nuestra salida, que quedó por lo tanto fijada para el día 11, Ajusté el viaje con el dueño de laa muías, quedando convenido que vendrían a buscarnos a las siete de la mañana; estábamos todavía en el primer sueño, cuando de repente unos gritos nos despertaron sobresaltados; eran los muleros que llamaban a la puerta. Pensando que ya Iba a amanecer, encendí la lámpara y al comprobar que no eran más que las doce de la noche mandé a paseo a aquellos individuos. Nos volvimos a dormir, pero a las cuatro, la es­cena anterior volvió a repetirse; parecía que hubieran aposta­do que no nos dejarían descansar y les volví a mandar enho­ramala con algunas palabrotas, que con la ira no pude repri­mir. Por fin a las siete, ya listos, con las maletas cerradas, cuando llegan de nuevo nuestros hombres,, pero para decirnos que todavía no han podido reunir todas las muías, pues al­gunas se han escapado por la sabana, pero que en seguida van a buscarlas. En una palabra que con el tiempo que se perdió en esto y con el que requü-ió la carga de los baúles, resultó que eran las doce del día cuando montábamos a caballo y sa­llamos de Cruces.

En cuanto salimos del pueblo, entramos en los bosques por los que pasa el camino que, a pesar de lo poco elevado de la cordillera en esta región, está en un estado tan pésimo co­mo el de los caminos que he descrito al relatar mis excur­siones por les alrededores de Bogotá. Las mismas subidas y bajadas escalpadas, idénticos barrancos, parecidos barrizales, análogas escaleras cortadas en la roca y les mismas entor­pecimientos debidos a los tronóos, requerían las mismas preo­cupaciones en los estrechos y tortuosos desfiladeros, para no tropezar con los pies o con las piernas en las rocas. Anti­guamente los españoles habían hecho el camino de Cruces a Panamá mucho más practicable suavizando las cuestas y cons­truyendo en las hondonadas unas calzadas empedradas cuyos vestigios todavía se advertían de trecho en trecho, pero que prudentemente evitamos pues ya no eran más que un ama­sijo de pedruzcos, losas y barro en el que hubiéramos podido

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caer al tropezar y lisiarnos. MI mujer que a caballo no perdía la serenidad, se asustaba menos de lo que yo temía y seguía entusiasmándose con los variados aspectos del paisaje. Unas veces, al pasar bajo verdaderos túneles de verdura y de flo­res foimadcxs por los árboles copudos y los inmensos bejuca?, y otras, al ver en el centro de algunos claros de la selva, los cacaos y los algodoneros, cuyos productos hasta ahora no co­nocía más que en forma de chocolate y de muselina o de ca­licó. En uno de los senderos, per donde caminaban nuestras muías le llamó la atención un fenómeno que consistía en una serie de cordones de hierbas que parecían moverse y despla­zarse. No había duda de que ese sendero no podía estar vivo, y sin embargo mi mujer, como Galileo, decía: E pi'? si muove,.. lEn seguida la di la expUcación. Ei-a un verdadero ejército de enormes hormigas que formaban varias filas, llevando cada una de ellas una hoja bajo la cual sus cuerpos desaparecían completamente y que caminaban como antaño los sitiadores marchaban al asalto de las murallas enemigas, cubiertos con sus grandes escudos.

Debido al retraso con que salimos de Cruces, en vez de lle­gar a la puesta del sol a Panamá, tuvimos que pasar la no­che en el camino. Acabábamos precisamente de divisar un tambo, amplio cobertizo aislado, que aunque no tenía pare­des, servía de refugio a los viajeros, cuando la noche o el temporal les sorprendían en el camino. A falta de algo mejor no dudamos en cobijarnos en éste hasta el día siguiente, a pe­sar de que ya se había instalado en él una cuadriUa de arrie­ros. Después de haber tomado el almuerzo se instaló en un rincón la cama de campaña de mi mujer, que se acostó ves­tida y yo me eché a su lado, encima de dos baúles. Desde allí contemplábamos el extraño aspecto que ofrecía nuestro cam­pamento: había unos quince indios, sin contar nuestros arrie­ros, todos arrebujados en sus ruanas, con sus sombreros de paja altas de copa, armados con largos machetes, sentados en cuclillas alrededor de una 'hoguera en cuyas brasas asaban came y bananos y cuyo resplandor, al iluminar intensamente sus caras negras o bronceadas, hacía brillar sus ojos expre­sivos y sus dientes blancos cuando abrían las enormes bocas, para reírse o para comer; al hablar, gesticulaban con esa ve­hemencia característica de los pueblos de los países cálidos.

A pesar del aspecto diabólico que ofrecía esta reunión de

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veinticuatro o de veinticinco hombres, yo estaba convencido de que no teníamos nada que temer ni tampoco nuestros equi­pajes, que en cualquier otro país hubieran podido ser una ten­tación hasta para personas de mucho mejor aspecto. En esa época estas gentes que se dedican a llevar las muías eran completamente Inofensivas y gozaban de una confianza bien merecida, pues constantemente se les confiaban para su trans-perte, barras de plata, oro en polvo y fardos de mercaderías de gran valor, sin que jamás faltara lo más mínimo cuando llegaban al punto de destino; pero desde que vinieron de los Estados Unidos o de Europa numerosos extranjeros para es­tablecerse en el istmo con motivo de la construcción del fe-rrocaiTil y sobre todo los aventureros de California que pasan en bandas, los Indígenas han tenido que sufrir tan malos tra­tos y sobre todo han presenciado tantos crimenes, que ahora, según me han dicho, su buena índole y su honradez primiti­vas han experimentado una profunda modificación; triste re­sultado de un contacto de razas, en el que la que se pretende civilizada, aperta un contingente de vicios a la otra que no por reflexión sino naturalmente se abstenía hasta entonces de hacer el mal.

íEl día 12, salimos de nuestro cobertizo al amanecer y lle­gamos a Panamá a las once de la mañana. Se nos había re­servado una casa amueblada, gracias a un negceiante de la ciudad, para quien el señor de Francisoo-Martln me había dado carta de presentación, que le envíe por nuestro precur­sor el señor Lewis. Esta casa, de un solo piso, estaba situada en una de las esquinas de la plaza mayor, y distribuida en grandes y cómodas habitaciones separadas unas de otras por tabiques hechos con tablas de caoba. Comparada con nuestros precedentes alojamientos, desde que salimos de Kingston, nos pareció que estrábamas en un palacio. Una negra que se las daba de cocinera, nos esperaba con toda clase ds provisiones tíe came, pescados, legumbres, etc.

'Cuando Uegué a Panamá, pensaba que no tendría que de­tenerme en esa ciudad mucho tiempo; pero mis previsiones resultaron fallidas y tuve que quedarme seis semanas, hasta que se presentó ocasión de embarcarme para el Perú.

La palabra Panamá proviene de la antigua lengua Indígena y significa un sitio abundante en peces; la primeía ciudad de ese nombre, fundada -en 1518 per uno de los conquistado-

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res, Pedro Arias Dávila, fue Incendiada en 1670 por los fili­busteras Ingleses al mando de un tal Henry Morgan, que ya antes se había distinguido por el saqueo de otras posesiones es­pañolas. Cuando se trató de reedificar la ciudad, se escogió una península, situada a unas dos leguas al suroeste del pri­mitivo emplazamiento; se la dio además el carácter de pla­za fuerte, dotándola de una numerosa guarnición. Era tanto más difícil atacarla per mar, cuanto que Panamá no es en realidad el puerto; lo que se conoce con ese nombre es una rada, donde todos los días, debido al movimiento regular de las mareas, el mar .sube y baja de 4m50 a 6m50, mientras en la costa del Atlántico, las mareas pocas veces suben más tío 0.50m a 0,60. En 1841, como en 1849, cuando pasé por Panamá los grandes veleros y los buques de vapor anclaban a una legup. aproximadamente de la ciudad, cerca de las Islas del Fla­menco y de Perico, paraje que les ofrecía, a la vez, un buen abrigo contra los vientos y un fondo consistente a 9 ó 10 me­tros de profundidad. Desde el fondeadero se iba en barca has­ta el pie de las murallas, atravesando unos bancos de rocas o de cantos, hasta llegar a una escalera de dcee o quince es­calones y al final de la misma, después de pasar per un'i puerta ancha y almenada se llegaba a los almacenes de la aduana, situada en una placita donde se celebraba el merca­do. Las mmallas estaban medio en ruinas o den-uídas por las aguas que las lamían cada vez que subía la marea y penetra­ban en los barrios bajos de la ciudad por las antiguas poter­nas.

•En esta época, la ciudad de Panamá tenía de cuatro mil quinientos a cinco mil habitantes; éstas se dividían en dos clases: una vivía dentro del recinto amurallado y la Inte­graban las altas clases sociales, los negociantes, funcionarios civiles y militares y cónsules extranjeros y la otra vivía fuera de las fortificaciones, en un barrio llamado El Varal, habitado sólo por gentes de color, que se dedicaban a los trabajos del campo o ejercían los oficios de alquiladores de muías y de pes­cadores.

Panamá, aunque nunca fue una ciudad hermosa, debido a sus callejuelas estrechas, fue en otros tiempos una ciudad opulenta, por ser el punto de trasbordo de los tesoros del Pe­rú. Cuando yo la conocí, sólo mostraba per todas partes es­combros: los edificios más notables, los antiguos conventos,

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en número de siete, habían sido totalmente destruidos por los terremotos o los incendios. Desde una de las ventanas de nuestra casa, se veían las ruinas de un convento de jesuítas. Lo que quedaba en píe permitía darse cuenta del esmero que se había puesto en su construcción; en los patios y en la na­ve de la Iglesia, las palmeras y otros árboles levantaban sus troncos poderosos; las plantas trepadoras subían y se enros­caban por las columnas o pendían de éstas, formando festones y las parletarias florecían encima de los altos muros.

Esta decadencia de las cosas se extendía hasta a los in­dividuos: algunas de las antiguas familias que no se habían resignado a ganarse la vida en el comercio, no contaban con más recursos que los que obtenían vendiendo, pieza a pieza, su vajilla de plata y sus jcyas. Negros y negras enviados por sus amos nos traían en secreto para venderlos aderezos de perlas y de piedras finas montados como los del tiempe de la reina Isabel. Algunas de esas damas, que por la mañana nos enviaba sus joyas para ver si las comprábamos eran tal vez las mismas que por la noche venían a ver a mi mujer vestidas con el mayor lujo. Ocultos detrás de las persianas las veíamos atravesar la plaza, acompañadas de imos negritos que alum­braban el camino con im farol. Mi mujer, burlona y que to­davía conservaba intactas sus costumbres parisienses, se di­vertía mucho viéndolas andar a pie por las calles, llenas de polvo, vestidas con trajes de baile, descoladas, y con manga corta luciendo en sus dedos una serle de sortijas que les lle­gaban hasta las uñas, el escote cubierto de perlas, esmeraldas y diamantes, la cabeza adornada con plumas y calzadas con zapatos de seda blanca o color de rosa, en una palabra, vesti­das como aquellas personas a quienes pocas veces se les pre­senta la ocasión de lucir sus galas y que cuando creen que ésta ha llegado, se ponen encima tcdo cuanto pueden.

Cuando mi mujer, a su vez iba a sus casas sin avisar pre­viamente, las encontraba generalmente vestidas de trapülo, pero en un desaliño tan primitivo, que contrastaba fuertemen­te con las galas que se ponían para venir a casa; estaban ves­tidas con una simple falda de indiana y s!n otra blusa que la que formaba la camisa que caía desde los hombros, en for­ma muy Inquietante, en zapatillas, y sin medias.

Aun cuando, per lo general, no tuviesen más que una ins­trucción muy limitada, su talento natural las hacía evitar con

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gran habilidad las conversaciones que hubieran podido poner de manifiesto su falta de cultura.

•Algunas de ellas, siento tener que decirlo, preferían al trato de mi mujer el de su doncella, que estaba más a su nivel des­de el punto de vista de sus conocimientos. Algunas de estas señoras, al salir del salón de mi mujer, entraban sigilosamente en la habitación donde solía estar la doncella, hablaban fa­miliarmente con ella y hasta la Invitaban a ir a pasar las tardes a su casa. Verdad es que así aprovechaban la cea-slón para hacer que las cortara algún traje a la moda de París y que las peinara al uso del chic, lo que las llenaba de contento.

Que las damas de Panamá, si se dignan leer estos recuer­dos, tengan a bien advertir que estoy refiriéndome a una épo­ca lejana. Además, ya en aquellos momentos mi mujer y yo no englobábamos a todas en estas críticas que me acabo de permitir. Entre las familias distinguidas, cuyos nombres recor­damos, había muchas que demostraban que las gentes Instrui­das y bien educadas tienen en todas partes los mismos gustos y modales; citaré entre otras muchas la de los Hurtados, que más ta^-de vivió en París y fue acogida en la sociedad más selecta y elegante.

Lo que no puede negarse a los hispano-americanos es esa inclinación natui-al que tienen para recibir con la mayor ama­bilidad a los extranjeros. En Panamá, lo mismo que en las demás ciudades de América del Sur, en que hemos residido, al Uegar, muiíhas de las principales damas de la ciudad, no sólo enviaban a mi mujer su tarjeta con la expresión de la más afectuosa bienvenida, sino que generalmente acompaña­ban esta amabilidad con flores, pas.eles y pájaros-moscas, í,o-do ello dispuesto con mucha gracia, en un fondo de flores sobre una bandeja de plata cubierta con una servilleta borda­da, atenciones que siempre agradecíamos infinitamente.

Sin las buenas relaciones que mantuvimos oon algunas fa­milias de Panamá, que se dignaron darnos muestras de amis­tad, la peimanencia en esta ciudad no nos hubiera propor­cionado la menor distracción. En el estado de decadencia to­tal y absoluta en que entonces se hallaba, no ofrecía más curiosidad que la de sus ruinas. En sus calles estrechas y sombrías no había más que tienduohas sucias y lóbregas, ates­tadas de las mercancías más ordinarias. No había teatro, ni

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lugares de reunión, ni otro paseo, que el que consistía en dar la vuelta a las viejas murallas, per sitios llenos de polvo y sin árboles; no había carruajes para salir al campe donde ade­más los caminos no permitían el tránsito de ruedas.

Ccmo las gentes del país, pasábamos casi todo el día en­cerrados en casa; de día hacía demasiado calor para salir sin contar con el suplicio de los mosquitos, que sólo se podía evi­tar echándose en una hamaca y protegiéndose con un mos­quitero. Aun cuando el aire refrescaba per la tarde, gracias a la Uuvia que invariablemente nos traía una tormenta hacia las seis, per la noche volvía a hacer un calor tan Insoperta-ble, que casi no nos dejaba dormir, amén de otras cosas que también contribuían a turbar el sueño. Algunas veces entre las once y las doce de la noche, la procesión de uno de los conventos recorría las calles cantando a los acordes de uno o dos viollnes y sobre todo de pífanos, cuyo sonido agudo re­petía constantemente los mismos acordes que se han grabado tan profundamente en mi cerebro, que hoy todavía, a pesar del tiempo transcurrido, me parece que los estoy oyendo. Si estas procesiones nocturnas no sallan todas las noches, lo que no faltaba nunca era el saragüete i-uidosísimo que las ratas celebraban en nuestra habitación, llegando hasta a saltar por nuestras camas. El número y la audacia de estos animales eran increíbles; su tamaño igualaba casi al de los gatos, que no se atrevían a habérselas con ellas o que se cansaban de cazarlas; en sus propias narices bebían la grasa que reempla­zaba al aceite de las lamparillas encendidas, se llevaban a sus agujeros todo lo que .encontraban a su gusto: zapatos, jabones, trapos; y una vez hasta el acerico de mi mujer, las correas para suavizar las navajas de afeitar y mi cepillo de la cabe­za. También había otros animalejos profundamente desagra­dables que no nos dejaban paz ni sosiego de noche ni de dia; las hormigas, y unas moscas enormes, además de los mos­quitos, de las cucarachas, y de las arañas corrían per todas partes; de vez en cuando, vimos algunos escorpiones medio escondidos entre las tablas de los estantes de los armarios, ace­chando el paso de las cucarachas para cogerlas. Estos huéspe­des desagradables, que son corrientes en todas las casas de Panamá, no eran los únicos que había en la nuestra, pues al dar unas vueltas por el jardincillo me di cuenta de que en él habían establecido .su domicilio unas cuantas familias de cu-

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lebras y de cienpiés que no se limitaban a arrastrarse per la •hierba, sino que con ayuda de unes arbustos trepaban por las paredes.

Una de las damas, que con más frecuencia visitaba mi mu­jer, la señora de Hurtado, que a pesar de tener una gran fortuna o mejor dicho precisamente porque la tenía, no la gustaba su ciudad natal en la que vivía con sus hijos per impesición de su marido que a la sazón estaba ausente, nos decía un día casi llorando: "Vean ustedes, tengo mi casa tan bien montada como es pesible tenerla, aquí tengo muebles de lujo, salidos de fábricas extranejras, pero ¿qué satisfacción me proporciona todo eso? Todo aquí se deteriora por efecto del clima o por los estragos de los insectos. He aquí, por ejem­plo, un piano de uno de los mejores fabricantes, traído hace poco de Inglaterra a todo costo; ábranlo ustedes; las tres cuartas partes de las teclas no suenan, las cuerdas están oxi­dadas y se saltan; las maderas y los cueros los roen las ratas y los Insectos, cuyas diferentes especies tienen cada una es­pecialidad destructora; no hay aquí nadie que sepa o pueda afinar o reparar estos instrumentos, y además ¿para qué ser­viría?.. . habría que volver a empezar a las pocas semanas".

Por capricho singular de la naturaleza, mientras los anima­les nocivos abundan tanto y se multiplican en proporción con­siderable, en Panamá, en cambio, las especies útiles para el hombre, como los caballos, las vacas, las cabras, las aves de corral abundan peco y son de tamaño pequeño.

Tcdos los comestibles, excepción hecha del pescado y de las tortugas de mar, eran detestables. No se vendía carne de ternera; la de vaca se vendía por varas, cortadas en tiras es­trechas que con el calor se secaban y se ennegrecí=»,n y cuando estaba guisada se necesitaba gran apetito para intentar mas­car esos pedazos coriáceos, que ni siquiera daban un caldo aceptable. Costaba trabajo conseguir un poco de leche de cabra, a pesar de que estos animales andaban sueltos por las calles con los cerdos. Aunque la caza de todo género abundase por los alrededores, como a la gente del país no le gusta, no la hubiéramos probado a no ser per la amabUldad del cónsul inglés, que nos envió en alguna ocasión algunas piezas que había cobrado. Las legumbres y sobre todo las patatas, esca­seaban muchísimo; el aceite, mal refinado, era infecto, no ha­bía más manteca que la que se impertaba en latas de Ingla-

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térra; no se usaba más que azúcar mascabado blanqueado con arcilla; en fin, hasta el agua estaba tan turbia y tan llena de animales, que se pedían seguir las evoluciones y estudiar las costumbres de tcxios aquellos infusorios.

Sin embargo, en compensación a la penuria de las princi­pales materias primas que se utilizan en nuestra cocina, tenía­mos una cantidad prodigiosa de frutas tan exquisitas como hermosas; entre ellas, que merecen citarse, en primer lugar las pinas tan deliciosas y aromáticas, sobre todo en el país de origen. Todas las mañanas se traían miles de eUas de las Is­las de la bahía de Panamá, donde se daban casi sin cultivo de ningún género. Cuando por casualidad, el Pacífico, olvi­dándose de su nombre, se encrespaba lo bastante para que las barcas no trajesen la provisión cotidiana de pinas, el aconte­cimiento constituía casi una catástrofe para la ciudad. Esta fruta tan deliciosa, es además muy sana, sobre todo cuando se come en ayunas.

Una de las islas que más contribuye al abastecimiento en fru­tas del mercado de Panamá, es la de Tabc^a, que dista de la capital unos 24 kUómetros. Tanto me la habían ponderado que un día me decidí a visitarla. Después de dos horas y me­día de navegación en una barca con cubierta, anclamos en una de sus ensenadas hacia las seis de la tarde. Ija noche la pasé tranquilamente en el fondeadero. A la mañana siguiente, mien­tras los marineros tomaban la carga para el viaje de regreso, bajé a tierra y recorrí una parte de la isla que me pareció plana y que no emergía más que nos cuantos metros encima del mar. Las numerosas cabanas de los Indios estaban en efec­to rodeadas de huertos muy bien cultivados y de bosqueclUos de árboles frutales y arbustos en flor. Durante mi paseo, cogí gran cantidad de coleópteros y algunos ejempares de ortópte­ros, entre ellos unos saltamontes del mayor tamaño conocido; cada uno de estos últimos llenaba, con las patas extendidas, una caja para Insectos de 0,25 de larigo por 0,18 de ancho. Los hubiera podido coger a cientos, pues per todas partes se les veían en las malezas. Por lo que se refiere a los coleópte­ros, ya con anterioridad había enriquecido mi colección con unos magníficos ejemplares de Brenthus y de Buprestes gi­gantea, c<^ldos debajo o encima de la corteza de árboles vie­jos en las Inmediaciones de Panamá.

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En la isla de Taboga los buques, antes de saUr de la rada de Panamá, se proveen de agua excelente en los abundantes manantiales que hay en ella. Según crej, en la actualidad, en la Isla de Taboga hacen escala los buques de vapor y se están construyendo grandes depósitos de carbón.

Siguiendo el ejemplo de algunas de las provincias del inte­rior de Nueva Granada, que se habían levantado contra el go­bierno de Bogotá para obtener su independencia bajo un ré­gimen federal, las del Istmo, llamadas de Panamá y de Vera­guas, en noviembre de 1840 se pronunciaron en el mismo sen­tido, y anunciaron su intención de formar un lElstado. Para constituirse definitivamente, se convocó en Panamá pera el 1'? de marzo de 1841, con el nombre pómpese de Convención, una asamblea integrada por dos diputados per cada uno de los diez cantones de esas provincias.

Cuando llegué a esta ciudad, el coronel don Tomás Herre­ra, que habia dirigido el movimiento revolucionario, estaba a la cabeza de un gobierno provisional con el título de jefe superior civU. Hasta entonces todo se desarrolló sin dificul­tad, debido a que el gobierno de Bogotá, que estaba luchando con las otras provincias sublevadas, no podía intentar el so­metimiento a la vez del Istmo que, por su lejanía y por la dificultad de las comunicaciones escapaba todavía más a su acción.

Así pues, la asamblea constituyente pudo reunirse y empe­zar sus labores en la época fijada; pero la gente no se ocu­paba mucho ni poco de sus debates, cuya inanidad se preveía, y a juzgar por la tranquilidad que reinaba en Panamá, nunca se hubiese uno imaginado que acababa de realizarse una trans­formación pelítica.

El director de la aduana, uno de los eruditos de la locali­dad y gran guasón por añadidura, escribía alternativamente en los dos únicos periódicos políticos y literarios que semanal­mente se publicaban en Panamá en días distintos; con objeto de darles alguna amenidad, entablaba sobre los mismos asun­tos unas polémicas tan acaloradas, que si no se hubiera es­tado en el secreto, se hubiera considerado inevitable un en­cuentro personal entre los dos polemistas.

Hasta 1849, había -muy pocos extranjeros establecidos en Panamá; algunos Italianos, comerciantes de ultramarinos y de bebidas; tres o cuatro ingleses, más mercachifles que negó-

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clantes; otros tantos franceses, de los que uno era también pa­cotillero, otro se ocupaba exclusivamente en el comercio de perlas, el tercero era un tendero al detal y al mismo tiempe impresor y el cuarto representaba a la casa Salomón y Cía de la Guadaluie a la que se había concedido la exclusiva para abrir un can '1 o para hacer el ferrocarril a través del Istmo.

Por esa misma época el valor total de las mercancías extran­jeras que entraban en Panamá, tanto en tránsito como para el consumo local, no pasaba de 500.000 piastras, es decir 2.500.COO francos. La agricultura de la región estaba tan aban­donada, que no producía nada para la exportación. Los únicos productos que se importaban a cambio eran, según las decla­raciones para la aduana: perlas, que se pescaban en las cos­tas de las numerosas Islas diseminadas por la bahía de Pa­namá, por valor de unos 500.000 francos, conchas de nácar; conchas de tortuga; unos centenares de pieles de buey, zarza­parrilla, y pelvo de oro, obtenido mediante el lavado de las arenas de los ríos.

Esta información no tiene desde luego, más que un escaso interés retrospectivo, ya que desde la construcción del ferro-carrU a través del Istmo, esta región del territorio granadino ha surgido a una nueva vida desde el punto de vista marítimo y comercial.

En efecto, hoy el movimiento general del tránsito oscila en­tre 150 y 300 m'llones de francos, tanto en valores monetarios y metales preciosos, como en mercancías.

lEn cuanto al comercio de Panamá, alcanzaría hoy día la cifra de unos quince millones de francos y de éstos dos ter­ceras partes corresponderían a las importaciones y la otra tercera parte a las exportaciones.

Claro está que las costumbres de los habitantes han debido también modificarse debido al establecimiento en el país de gran número de negociantes comisionistas y artesanos extran­jeros y también por el paso Incesante de viajeros cuyo nú­mero excede de 20.000 por año.

Una Industria especial de Panamá es la de los plateros y joyeros que tienen sus talleres en unas tienduohas y hacen cadenas de oro muy bonitas, y aderezos de perlas y de es­meraldas engastadas en oro.

La pesca de perlas no producía todo lo que de eUa se hu­biera podido obtener, debido a que los negros que se dedican

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a ella la practican de la manera más primitiva. En los sitios en que se sabe que no hay más que unas diez o doce brazas de agua, los pescadores de perlas, llevando consigo una piedra pesada para que les ayude a llegar más rápidamente al fon­do, se limitan a recoger a mano cuantas conchas pueden lle­var en un saco o en los brazos, lo que hace su trabajo muy lento y muy penoso. Llevan atada, alrededor del cuerpo una cuerda cuya punta la sostiene el patrón de la barca que los acompaña y de la que se tira piara ayudarles a subir con su carga o por la proximidad de dos peces de la más peligrosa especie: el tiburón y una especie de molusco de dimensiones monstruosas, conocido en la región con el nombre de manta, es decir el pulpe gigantesco que Víctor Hugo describió y po­pularizó en Los "Drabajadores del mar. Me dicen ahora que los contratistas de esta pesca han llevado campanas de bucear pero que les cuesta Dios y ayuda vencer la aversión de los negros a descender, dentro de esos aparatos, que sin embar­go son los más Indicados para disminuir las fatigas y evitar los peligros.

El archipiélago donde se pescan las perlas, está integrado per unas cincuenta y tantas islas, que se extienden hasta vein­te leguas por el golfo de Panamá; la mayor de todas es la del Rey o de San Miguel; casi todas están rodeadas de rocas que hacen muy peligroso pai'a los navios aproximarse a ellas. En 1849, se calculaba la peblación de las diez y seis o diez ocho islas que están habitadas, en unas 3.000 a'mas, todas gentes de color, a excepeión de una docena de eui-opeos atraídos por las ganancias comerciales.

Este grupe de islas no es el único sitio de América en el océano Pacífico donde se produce la ostra perlífera, pues abun­da en toda la costa desde la república del Ecuador, hasta Ca­lifornia.

Siempre resultará muy difícil determinar de modo preciso el valor de la producción y de la expertaclón de perlas en Panamá, habida cuenta de que la mayor parte de los que se dedican a ese comercio no declaran por lo general más que una parte de las más ordinarias, sustrayendo las demás con la mayor facilidad a toda fiscalización, vendiéndolas furtiva­mente en la misma ciudad o en el extranjero, valiéndose de viajeros que las llevan con ellos.

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Con objeto de que los lectores a quienes interese conocer per cantidades la importancia que desde la construcción del ferrocarril a través del Istmo, han alcanzado, tanto el co­mercio especial de Panamá como el de tránsito y el movimiento marítimo de este puerto y el de Colón o Asplwall, he reunido en el apéndice de este capítulo, varios datos tomados en fuen­tes oficiales, que permiten establecer la debida comparación entre las cifras correspondientes a varios años.

La ciudad de Panamá, debido a la actividad de su nueva vida se ha transformado, agrandándose y su población ascen­dería ahora a unas 18.000 almas; es la capital del Estado de su nombre que se extiende a lo largo de todo el territorio entre el océano Atlántico y el Pacífico, y confina por el sureste con el Estado del Chocó y por el noroeste con la provincia de Cos­ta Rica, que forma parte de Guatemala en la América Central. Algunos distritos del Estado como los de Darién, Veraguas y Ohiriquí, están todavía, en algunas r^iones, habitados por tribus de indios salvajes que conservan su independencia y entre ellas se pueden citar las de los Guaimies, Guacos, Gua-sinoB, Cariónos, Quiquíes, Otes y Doraces.

En una gran parte de la región montañosa del Istmo, hay minas de oro, sobre todo en los distritos de Veraguas y de" Chi­riquí en los que mudhos de los ríos arrastran pepitas de ese metal.

Antiguamente, en los tiempos de prospíridad de la domi­nación española, todas las mercancías que de España iban a sus colonias de las costas del Pacífico,' lo mismo que los pro­ductos y metales que se enviaban a la metrópoli por la vía de Panamá, se concentraban previamente en Porto Bello, ciu­dad fundada en 1584 al fondo de una vastísima y magnífica ba­hía del mar de las AntUIas. De allí se hacían a la vela los galeones para España.

Porto Bello, que entonces tenía de siete a ocho mil habl-tantes,n& cuenta hoy más que unas 1.000 ó 1.200 almas y sus antiguas fortificaciones están en ruinas. La decadencia de esta ciudad se justifica, pues si bien es verdad que el puerto, por la seguridad que ofrece a todos los buques, grandes o pequeños, mereció el nombre de Bello, que le diera Colón al descubrirlo en 1502, en cambio su clima y el de los alrededo-

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res es de lo más Insalubre, no sólo para los extranjeros de paso, sino también para la población habitual que está inte­grada casi exclusivamente por negros, mulatos e indígenas.

Por muy malsana que sea esta región del territorio gi-anadlno, lo es mucho menos que la del Estado limítrofe, el Chocó, que desde la desembocadura del Atrato, en el golfo de Darién, se extiende por espacio de un centenar de leguas, entre la ca­dena occidental de los Andes y el Pacífico. Esta región, re­putada como la más rica en minas de oro y de platino de Nue­va Granada, pero donde, debido a las Uuvias torrenciales y casi constantes, todos los valles se convierten en pantanos Inhabitables, fue considerada- por varios exploradores y más tarde per Humboldt, susceptible de ofrecer una comunicación fluvial natural entre los dos grandes océanos para embarca­ciones de más de 7 pies de calado, que pedrían subir por el Atrato hasta un barranco llamado la Raspadera, situado en el punto- en que las montañas presentan una solución de conti­nuidad y a muy poca distancia de otro río navegable, el Noua-ma o San Juan, que desemboca en el océano Pacífico. Según se dice en la región, un cura de la pequeña ciudad de Nóvita hizo abrir a sus expensas en el barranco de la Raspadera un cauce de un kilómetro de largo, y a partir de 1788, muchas ca­noas con mercancías, efectivamente pasaron de uno a otro mar, sin que el trayecto excediese de 75 leguas. Admitiendo que esa comunicación natural exista, es evidente que en las condiciones antes dichas, no tiene utilidad práctica, a menos de ralizar trabajos considerables, para una navegación a tra­vés de una reglón desierta y peligrosa por su excesiva insa­lubridad.

Hoy, después de haberse realizado exploraciones de varias otras reglones que ofrecen más o menos facilidades para la so­lución del problema de la canalización Intieroceánlca, una con­ferencia de eminentes hombres de ciencia se ha pronunciado en favor del canal por el Istmo de Panamá, casi en línea recta desde la bahía del Limón, en las Inmediaciones de Chagres y no encontraría yo circunstancia más oportuna que ésta para hacer algunas consideraciones relativas a esa importante cues­tión que tanto preocupa y con razón, al mundo del comercio y que además no me es del todo desconocida.

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La cadena occidental de los Andes, que separa en Nueva Granada el valle del Cauca del Chocó y que luego corre a todo lo largo del Istmo de Panamá, no ofreoe en ese punto mon­tañas muy elevadas; son más bien colinas, cuya altitud varía de 80 a 300 metros y en la que, según pude establecer por mí mismo, las cadenas secundarias están muchas veces separadas entre sí por valles. Además, parece que dados los pederosos elementos de perforación que la Ingeni'ería ha inventado en nuestros días no haya dificultades Insuperables para perfo­rar las colinas o hacer cortes y nivelar el terreno desde las costas del Atlántico hasta las del Pacífico.

Durante mi residencia en Bcgotá, el gobierno de Nueva Gra­nada hizo tres tentativas para realizar la unión de los dos mares; al efecto firmó sucesivamente contratos con un fran­cés, el barón de Thierry; con un norte-americano, el coronel Blddle, y con la sociedad francesa de la Guadalupe, Joly, Salo­món y Cía que se comprometieron a establecer la comunica­ción entre los dos océanos no sólo por un ferrocarril sino por un canal de dimensiones icxiguas, que tendría de 10 a 14 pies de profundidad. Estas tentativas fracasaron debido a que los contratistas no pudieron .empezar las obras en los plazos pre­vistos en los contratos, menos tal vez por la falta de medios que debido a las demoras ocasionadas per las cuestiones polí­ticas que había que resolver p^reviamente. Sólo unos años des­pués fue cuando una compañía am-ericana logró, sacrificando casi mU vidas, construir un ferrecarrll, que sigue funcionando •hoy, y que pone en comunicación en cuatro o cinco horas a Panamá y Colón o Asplnwal, con un recorrido de 72 kilóme­tros.

De los estudios Uevados a cabo per los primeros concesiona­rios para la apertura de un canal para buques de peco cala­do resulta que la ejecución de ese canal sería factible en las condiciones siguientes:

19 UtíUzando en primer término el curso del río Chagres, que no requiere trabajo alguno de Ingeniería, hasta unas tres leguas antes de llegar al poblado de Gorgona donde desembo­ca uno de sus afluentes, el río Trinidad, que a su vez se une a otro río, denominado Quebrada Grande, cuyo nombre en español da a entender la existencia de una gran garganta en la montaña;

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29 Siguiendo después por los ríos Trinidad y Quebrada Gran­de, hasta el punto en que por la vertiente opuesta de las montañas corre, a una legua aproximadamente, otro río, pe­queño afluente a su vez del Caimito que desemboca en el Pa­cífico a doce leguas de Panamá, hacia la bahía de Chorrera;

'39 Practicando un corte en las montañas en la divisoria de las aguas; construyendo una serie de esclusas para que las aguas refluyan; y, en caso de que fuera necesario, reuniendo más an-iba de la divisoria en un segundo canal de alimen­tación otras aguas provenientes de las Uuvias o de manan­tiales.

y, 4? utilizando todavía por la parte del mar de las Anti­llas las aguas de un extenso lago situado no lejos de la ori­lla derecha del río Trinidad y derivando las de los ríos Ber­nardino y Arajacinto.

Se estimaban en cien millones de francos los gastos que exigiría los trabajos de esa empresa que, aun cuando se hu­bieran realizado, no hubiera respondido más que en muy es­casa medida desde luego, a las necesidades del comercio y a las grandes esperanzas que hoy ha despertado el nuevo pro­yecto de perforación del Istmo con más amplias proporcio­nes. Pero sí la ciencia debe realizar esas esperanzas y sale victoriosa de la rada lucha contra la naturaleza ¿por cuántas pi-uebas tendrán que piasar los atrevidos brabajadcpes que, atraídos por el cebo de un elevado salarlo, acudan a formar el ejército llamado a tomar parte en esa lucha? Pues no hay que desconocer que el Istmo de Panamá es una de las regiones que, bajo un cielo de fuego análogo al del Istmo de Suez, es mu­cho más malsano que éste debido a las Uuvias torrenciales que caen durante siete meses del año, y cuya humedad unida a un calor exiceslvo, engendra numerosas enfermedades entre otras la disentería, la fiebre amarilla y palúdica, sin contar con la ejecución de las obras en determinados valles bajos, convertidos en pantanos y cuyo fango removido profundamente y caldeado fuera del agua por la acción del calor, habria In­faliblemente de exhalar miasmas pestilentes. La parte de la reglón que linda con el océano Atlántico, es mucho más mal­sana que la próxima a Panamá. La ciudad de Colón o de Asplnwal edificada sobre la isla pantanosa de Manzanilla, en

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la bahía de Limón, comparte con Ohagres la espantosa re­putación de ser el foco de toda clase de enfermedades y sobre todo de la fiebre amariUa.

No hay duda de que durante el período de operaciones pre­liminares que habría de preceder al período de las grandes obras de canalización, la Inteligente solicitud de los adminis­tradores sabría preparar piara el contingente de inmigrantes los medios adecuados para preservar su vida, mediante buenos alojamientos, grandes aprovisionamientos de víveres para una sana alimentación y ropas de recambio, así como hospitales bien dotados de toda clase de medios terapéuticos; pero claro está que esas medidas preventivas serían insuficientes en caso de epidemias.

No hablo a la ligera de los temores que puede inspirar el clima del istmo; pues si bien es cierto que no puedo quejarme de él cuando le atravesé en el mes de febrero de 1841, du­rante la época de sequía no fue lo mismo en mi otro viaje, al volver del Perú, en 1849 en el mes de junio en plena esta­ción de lluvias. En efecto, los cuatro niños y la doncella de mi mujer que venían con nosotros, fueron atacados de fiebres intermitentes Uamadas de Ohagres, algunos días después de haber cruzado el Istmo; la doncella estuvo tan grave, que tu­vimos que dejarla en una casa de salud en Nueva York donde nos detuvimos dos semanas antes de regresar a PVancla; los niños siguieron con fiebre durante nuestra estancia de algu­nos meses en París y no se vieron Ubres de ella sino algunos meses después, en Egipto donde por mi nuevo cargo tuve que vivir tres años.

Para conseguir trabajadores menos expuestos a las enfer­medades que los europeos, la mayor parte de ellos, dados a la bebida y de vida desordenada, sería preciso reclutar negros o chinos a falta de Indígenas que, per lo general, son por tem­peramento perezosos, torpes y muy peco afectos a los extran­jeros. 'El reclutamiento de chinos no sería ahora tan fácil para la construcción del canal, como lo fue cuando la cons­trucción del ferrocarril, pues éstos podrían recordar con es­panto cuántos fueron víctimas, tanto de la Insalubridad del clima del Istmo, como de los trabajos agotadores que sin mi-

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ramientos de ningún género les sometió la compañía ameri­cana. (1)

En cuanto a la parte material de la obra, ésta tendría que hacer frente a tantas mayores contingencias cuanto que en la época de lluvias y de desbordamientos de los ríos, las exca­vaciones empezarían a taparse, los derrumbes se producirían en todos aquellos sitios en que las tierras no estuviesen toda­vía consolidadas, estragos cuyas reparaciones habrían de pro­longar los trabajos, quebrantando la energía de los obreros y sembrando entre ellos un desaliento que les llevaría tal vez a la huelga y a la rebelión. ¿Por qué medios podrían repri­mirse estos actos? ¿Por la acción regular de la justicia, apo­yada en caso de necesidad, por la fuerza armada? ¿Si esa fuerza, que deberia ser permanente, per decirlo asi, mientras duraran los trabajos, estuviese suministrada por una o varias potencias europeas, ¿eso se aceptaría sin resistencia por parte de los ciudadanos del país a los que Infundiría sospechas? Sí se contase sólo con el apoyo del ejército de Nueva Granada, ¿hasta qué punto podría contarse con él, dada su mala or­ganización y el hábito de indisciplina que tiene?

Hay también que tener en cuenta que la solidez de las cons­trucciones puede tarde o temprano, verse comprometida por los terremotos que son tan frecuentes en las regiones monta­ñosas de América y de los que el Istmo no está exento.

Sea de esto lo que quiera, cabe preguntar si una vez termi­nado el canal i)roporcionaría tantas ventajas como se cree a la navegación de un océano a otro. Claro que será de gran utilidad para los vapores, pues les evitaría el gran circuito que representa la vuelta por el cabo de Hornos, pero tal vez no sería lo mismo para los veleros, salvo para los que hacen el comercio con los países de la costa norte del Pacífico; pues los que desde Europa se dirigen a Ohile, al Perú y al Ecuador, siempre preferirán la ruta del cabo de Hornos o del estrecho de Magallanes ya que para ir a la bahía de Limón su navega­ción por el Atlántico habría durado ya de cuarenta a cincuen-

(1) En el líhro que tos Sres. I.nis y Jorge Verbrogülie acaban de publicas con el tí­tulo de Selvas Vírgenes-Viajes a la América del Sur y a Centro Amárica se d.ce: "Durante la conslrncciúu det ferrt>carr¡l de CotAu a Panamá, tos padeci­mientos de ius obreros fueron tales, que algunos se mataron para librarse de aquel trabaja agnt .d j r : una mañana aparecieron siete chinos ahorcados de nn misino árbol, For una singular ironía del azar, se suicidaron en un sitio que siempre se conoció con el nombre do Matachín', uo costó mucho bacer un chis­te y transformar ese nombre en el de Matachinos.

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LA NUEVA GRANAIJA 419

ta días y que todavía habría de necesitar, otra navegación des­pués de haber atravesado el canal de un mes a dos meses y medio antes de arribar primero a Guayaquil, puerto princi­pal del Ecuador y luego a los otros puertos del Perú y Chile, debido a las calmas y a los vientos que casi siempre son con­trarios cuando se navega en esas regiones con rumbo al sur; de modo que al no encontrar éstos ninguna economía de tiem­pe en el trayecto, se ahorrarían por lo menos los derechos con­siderables que tendrían que pagar por el paso del canal.

Hasta los vapores, salvo los que zarparan de los Estados Unidos o de las posesiones españolas del Pacífico rumbo al extremo oriental de Asia o determinadas islas de Oceanía, du­do que fueran muchos los que para ir de Europa a la India y a la Indo-China encontrasen, salvo en caso de impedimentos debidos a Incidentes políticos, ventaja en dejar la ruta del canal de Suez para tomar la del de Panamá; ya que desde este último punto hasta el puerto de destino tendrían que ha­cer de una sola jornada una navegación larguísima, con todas las dificultades iriherentes al embarque de enormes cantidades de víveres y carbón, estando además expuestos en caso de avería, a no contar con la proximidad de un buen puerto de refugio o de abastecimiento en esas islas, habitadas todavía, en una parte de la Oceanía, por tribus salvajes o seml-sal-

Seg-ún los diversos cálculos hechos por los Ingenieros, es muy difícil fijar exactamente el capital que habría que invertir en una obra semejante pues si a ^ n o s de esos ingenieros esti­man A costo en quinientos millones, otros en cambio lo hacen subir a mucho más y algunos hasta a mil millones. Esta di­vergencia de apreciación se comprende teniendo en cuenta las clreunstancias en que haya de hacferse la conistrucción de túneles o de otras obras de arte imprevistas, más o menos con­siderables, en vez de un simple paso a nivel entre dos hileras de montañas, oomo lo indica el proyecto adoptado cn la últi­ma reunión del Congreso intemacional presidida por P. de Lesseps.

Algunos estadistas, dignos de todo crédito estiman a su vez que cada año tendrían que pasar per el nuevo canal de seis a ocho millones de toneladas de mercancías, es decir, más del doble de las que pasan por el de Suez y por lo tanto, los derechos de paso, basados en la tarifa de la compañía de Suez, o sean

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420 AUGUSTO LE MOYNB

10 francos per tonelada, producirían anualmente de sesenta a ochenta millones de francos. Este cálculo me pai-ece exagerado, de acuerdo con lo dicho en los dos párrafos anteriores, que creo confirmarán los marinos que tengan práctica en la na­vegación por el Pacífico.

Lo que no ofrece duda es que la convicción de )a posibüi­dad y de las ventajas que ofrezca la perforación del Istmo de Panamá, no ha logrado convencer a las -gentes de negocios ni a los capitalistas, a juzgar por el escaso éxito que tuvo una primera suscripción piara empezar las obras, a pesar de las conferencias dadas para Ilustrar la opinión pública.

También me parece oportuno tener en cuenta algunas cues­tiones políticas que, habida cuenta de los diversos intereses que tendrían que discutirse entre algunas grandes petencias, podrían muy bien venir a entorpecer el proyecto de esa em­presa. Sin pretender dilucidar todas esas cuestiones, habré de limitarme a decir unas cuantas palabras con respecto al gobierno de los Estados Unidos. Este, que a cubierto de una compañía se ha adueñado desde hace algunos añcs del fe­rrocarril del Istmo, Indudablemente no se dejaría desposeer sin oposición o sin compensación de una situación que le da gran Influencia en los destinos de esa reglón del territorio de Nue­va Granada. Tal vez muestre empeño además en afirmar de nuevo la doctrina emitida por uno de sus anteriores presiden­tes, Monroe, que consiste en oponerse a toda intervención o dirección, en cualquier forma que sea, por parte de otra na­ción en los asuntos de las nuevas repúblicas amerlcanats, doc­trina, además, no hay que olvidar, cuyos efectos hemos expe­rimentado de mod'í muy desagradable con motivo de nuestra expedición a México. Hay sin embargo un motivo poderoso para que esta vez el gabinete de Washington se muestre más conciliador, ya que es evidente que los Estados Unidos serian los primeros en beneficiarse con la canalización interoceánica, no sólo por la extensión de su comercio sino por la prepen-derancia que adquiriría su marina en el océano Pacífico.

Que me perdone el lector si me entrego a estas preocupia-clones, que desde luego no están Inspiradas en el deseo ma­lévolo de entorpecer con pronósticos alarmantes empresa tan grandiosa; no he querido más que señalar concienzudamente, si no los peligros, por lo menos las dificultades innegables que

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LA NUEVA GRANADA 4 2 1

tendrán que superar los hombres atrevidos, para quienes los sacrificios no cuentan teniendo en consideración la importan­cia del fin que se persigue.

Desde el punto de vista geográfico, se puede aplicar al ist­mo de Panamá, este verso con que Ovidio alude a la ciudad de Bizancio:

Hic locus est jemini janua vasta maris

"Aquí está la vasta puerta de los dos mares', pero para for­zar esa puerta, se necesita ante todo que un nuevo Hércules consiga matar al monstruoso dragón de cien cabezas que de­fiende los contornos como el que, según la fábula antigua, guardaba la entrada del jardín de las Hespérldes.

En el preciso momento en que escribo, me entero de que Ferdinand de Lesseps, que se había decidido a ir en persona a explorar el istmo de Panamá, acaba de regresar más que nunca decidido a llevar a cabo el proyecto de canalización adoptado en París por el Congreso Internacional de Geogra­fía en la reunión del 29 de mayo de 1879. Ojalá pueda este eminente sabio, antiguo amigo y compañero mío, célebre ya por numerosas pruebas de audacia, perseverancia y habilidad que dio para Uegar a la realización en el país de los Faraones de una obra por el estilo, que durante muoho tiempo se juzgó irrealizable, ser en la tierra de los Caribes, el nuevo Hércules. Se lo deseo de todo corazón.

12 de marzo de 1880.

PIN

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422 AUGUSTO LE MOYNE

APÉNDICE AL OAPITÜLO XIII

Movimiento marítimo y comercial del istmo de Panamá, con el tránsito Inclusive, desde la construcción del ferrocarril entre esta ciudad y la de Colón o Aspinwall.

(en los años 1857—1858—1870—1871) Años 1857 y 1858

Comercio en tránsito 1857 1858 Numerario y metales preciosos 265.890.522 frs. 275.848.ICO frs. Mercancías 50.855.145 frs. 67.213.542 frs.

Total 316.745.667 frs. 343.061.642 frs. Comercio especial de Panamá

(no incluido en el de tránsito) 1857 1858 Importaciones 14.489.980 frs. 13.092.632 frs. Exportaciones 5.889.495 frs. 4.070.826 frs.

Total 20.379.475 frs. 17.163.468 frs. Recapitulado el movimiento general del comercio local por

los dos océanos (Importaciones y exportaciones se pueden cla­sificar como sigue los países que han tomado parte en el mismo:

Paíí tie or'gen Años Diferencia para 1858 y 1858 1857 en más en itienos

d« destino. írs trs frs frs

Gran Bretaña.. .. 5.015.081 5.103.911 " 88.830 E. U. de América. 4.673.530 4.345.205 328.325 California 1.917.358 2.676.858 " 757.500 Francia 1.742.260 1.941.841 " 199.581 Oantro-América. .. 1.515.321 3.385.522 '' 1.829.884 Nueva Granada .. .. 692.205 972.780 " 280.575 PcKesiones españolas 363.370 125.000 238.370

danesas 327.825 130.000 197.825 México 255.C03 360.000 " 105.000 Ecuador 223.760 133.000 90.760 Perú 184.650 231.000 " 46.305 Alemania 178.875 58.780 120.135 Posesiones inglesas

(Jamaica) 63.875 " 63.875 Italia 57.850 40.000 17.850 Bélgica 24.730 " 24.730 "

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LA NUEVA GRANADA 4 2 3

Movimiento del comercio especial (en mercancJas) y par te que corresponde al comercio fransés t an to por P a n a m á (Pa ­cífico) como por Colón (Atlántico).

Año» Importaciones Exportaciones Jtnp. y Exp. reunidas totales de Francia totales a Francia totales por cuenta de F .

1856 9.109.000 1.651.000 1.827.000 505.000 10.936.000 2.156.000 1857 14.490.000 1.603.000 5.890.000 362.000 20i.380.CO? 1.962.000 1858 13.093.000 1.508.000 4.071.000 234.000 17.164.000 1.742.000

Movimiento per P a n a m á y por CJolón 19 Puerto de Colón (Atlántico)

Veleros años Buques Toneladas Buques franceses buques toneladas

1S57 en t r ada 183 24.830 3 685 saUda 176 23.476 3 685

Totales 359 48.306 6 1.370 1858 en t rada 197 32.007 2 304

saUda 200 31.958 2 304

Totales 397 63.965 4 608 29 Puer to de P a n a m á (Pacífico)

1857 en t rada 114 12.108 1 313 salida 108 11.662 3 816

Totales 222 23.770 4 1.129 1958 en t rada 102 11.908 4 1.167

salida 93 12.237 3 819

Totales 195 24.145 7 1.986 39 Suma del movimiento or los dos uertos

(en t radas y saUdas 581 72.076 110 2.502 en t r adas y salidas 592 88.110 11 2.594

Movimiento de vaores ingleses y lamericanos (años 1857 y 1858) Número Toneladas fuerza

-panamá 1124 163.339 48.870

Puer tos lOolón 1«6 292.450 66.828

Totales 30 455.789 115.693

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4 2 4 AUGUSTO LE MOYNB

es decir: inglese s 149 217.650 54.550 americanos 171 238.139 61.143

Totales 320 455.789 115.693 tEl número de asajeros fue:

en 1857 de 32.277 y en 1858 de 34.187

Años 1870 y 1871 Navegación general duran te los años 1870—1871 y 1871—1872,

en t radas y salidas reunidas . 1870—1871 1871—1872

Puertos buques tonelaje buques tonelaje P a n a m á 270 380.000 278 398.352 Colón 637 629.357 282 678.930

Navegación con bandera francesa en ese mismo período

Puer tos buques tonelaje buques tonel-aje P a n a m á 7 2.028 7 1.686 lOolón 47 44.578 52 34.136

La diferencia que arrojan esas cifras a favor del puerto de Colón proviene de que la naegaclón con buques de vela es casi nula en P a n a m á y los pceos navios que llegan con carbón pa ­r a la compañía americana, regresan en lastre y van a buscar carga, bien a Centro América, o a las Islas de las Perlas, don­de cargan conohas de nácar, o a las islas Ohinohas, donde cargan guano.

Como la navegación con barcos de vapor es la míis im­por tante én Colón y la única Importante en P a n a m á , Interesa conocer los resultados de esa navegación e/i ambos puer tos :

En t rada y salida mensual de vapores en el puer to de P a n a m á Compañías 1870 1871

Pacific s team Navigation C9 OC? inglesa de P a n a m á •a Ohile 8 6

Pacific s team Navigation C9 (C9 inglesa de P a n a m á a Ecuador . . ; — 2

P a n a m á Rail Road C9 pa ra Centro A m é r i c a . . . . 4 6 Compañía americana del Pacífico de P a n a m á a San

Francisco con escalas en Guatemala , 'Acapulco y 'Mazatlán 4 4

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LA NUEVA GRANADA 425

Compañía particular Schuber hermanos, viajes re­gulares de Panamá a las Tablas, Zona y David 4 4

Total al mes 20 22

Total al año 240 264

Entradas y salidas mensuales de vapores en el puerto de Colón

Compañías 1870 1871 Royal mail Inglesa de Sauthampton a Ckilón. . . . 4 4 Royal mail inglesa Unea de Cartagena a Santa Mar­

ta, Greytown <L 4 West Indlan, línea inglesa de Liverpool a Colón.. 4 4 Compañía general trasatlántica de Saint Nazaire a

Colón 2 2 Compañía americana de New York a CJtolón.... 4 4 Compañía general trasatlántica, línea aneja de San

Thomas a Colón 2 2 Línea germano-americana de Hamburgo a Colón — 2 Línea germano-americana de Colón a Barranquilla — 2 Línea del Lloyd alemán de Bremen a C o l ó n . . . . — 2 Línea del Lloyd alemán de Colón a Cartagena, Sa­

banilla y BarranquiUa — 2

Total al mes 20 28

Total al año 240 336

Las cifras siguientes se refieren al movimiento comercial del istmo en los años 1871—1872 y se relacionan con las de 1870 al efecto de compararlas.

Tráfico unidades 1870 187 Pasajeras . . . . — 20.759 18.979 Monedas dólares 18.283.605 15.735.827 Flete general tar. al peso libra ingl. 112.754.874 109.986.735 Flete general (Tarifa Por volumen pie cúbico 1.353.851 1.728.976 HuUa toneladas 15.753 16.250

El siguiente cuadro vemos resumen el comercio especial del Estado de Panamá en el año 1871:

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426 AUGUSTO LE MOYNE

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LA NUEVA GRANADA 427

Datos relativos a los servicios combinados de navegación y del ferrocarril de Panamá

El trasbordo de pasajeros y de mercancías de las líneas ame­ricanas se hace en el muelle y tiene lugar en Panamá, median­te un vaporcito que atraca a marea alta a la extremidad de un mueUe tendido sobre pilotes, que partiendo de la estación del ferrocarril, se adentra en el mar unos 450 pies. Los vagones del ferrocarril llegan hasta el mismo vapor, que hecho el trasbordo, zarpa rumbo a los islotes de Flamenco situados a unas tres mi­llas en la rada de Panamá; una vez allí, pasa la carga o el pasaje a los grandes packets de California. La misma opera­ción pero a la Inversa, tiene lugar con las mercancías y pasa­jeros procedentes de San Francisco.

Este trasbordo, cuando coincide la marea alta con la llegada de los buques de la Mail se realiza con una celeridad notable. Al­gunas veces 'os pasajeros y las mercancías, que venían con gran velocídal, han sido trasbordados en cinco horas, contando el trayecto en ferrocarril, de los buques correos de un océano a los que les esperaban en el otro mar.

Las mercancías de procedencia europea o norte-americana que llegan por el Pacífico y van desde esta costa para Europa y los Eistados Unidos se reexpiden a través del Istmo, por los consignatarios de los expedidores.

Con objeto de evitar a los comerciantes el tener que desig­nar consignatarios para el tránsito (Transitarlos), la compa­ñía del ferrocarril ha establecido una agencia que se encarga de recibir las mercancías que se la consignen para el tránsito por el istmo y su reexpedición para América del Sur, Centro América, y Oallfornia o para La Habana, Nueva York, las Antillas y Europa, de acuerdo con las instrucciones de los ex­pedidores.

Con fecha 30 de abril de 1871 se escribía desde Santa Marta lo siguiente:

'lAcaban de crearse dos nuevas líneas de vapores correos entre Europa y la América meridional, con escalas regulares en los puertos de Colombia. La primera de esas dos lineas es la de ' las Indias occidentales" que sale de Hamburgo para Co­lón con escalas en Grinsby, el Havre, San Thomas, la Guaira, Puerto Cabello, Curazao, Colón, Santa Marta, Sabanilla, Co­lón. Al regreso toca en Curazao, Puerto Cabello, la Guaira, Trinidad, Plymouth, el Havre y Hambur.o

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428 AUGUSTO LE MOYNE

"La línea de Bremen va a Colón con escalas en Southampton, Sabanilla, Puerto Cabello y la Guaira. De este último puerto, vuelve a Colón con escala en Puerto Cabello y SabanUla. A la vuelta toca en Santo Tomás, Brest o Oherburgo y Southap-ton.

"El precio del pasaje de Bremen a San Thomas es de 962 francos. El flete oscila entre 200 y 75 francos".

Examinando las tarifas de esas dos líneas, se convence uno en seguida de que los alemanes se han dedicado al transporte de la carga. Han querido monopolizar el aprlvisionamiento de los centros Industriales de Europa. Sus fletes para el viaje de Ida solo son ventajosos para Alemania e Inglaterra, donde tienen que luchar contra la línea de Liverpool, la West-Indlan, mientras los fletes para el viaje de regreso, constituyen una competencia temible para la navegación europea.

La Compañaí titulada Liverpool West-Indian Central Ameri­can steam navigation Company ha fijado la salida de los cua­tro barcos de hélices que constituyen su flota dos veces al mes. Los buques hacen escala en San Thomas, Puerto Prín­cipe, Kingston, Santa Marta, Cartagena y Colón y toman pasajeros a razón de 31 10 ch. (787 frs. 50 ets.) . H flete es de 25 Chelines por tonelada, tanto para cualquiera de los puer­tos Intermedios, como para el de destino.

La navegación de buques de vapor predomina en el puerto de Panamá. La línea inglesa hace el servicio de toda la costa sur del Pacífico y dos compañías americanas operan en la costa norte de ese mismo océano, una para ¡México y Oallfornia y la otra para las pequeñas repúblicas de Centro-América. Pran­cia, que podría competir con esas dos naciones, no toma parte alguna en este movimiento comercial.

De los cincuenta barcos de vela que aproximadamente en­tran o salen en el término de un año del puerto de Panamá, la mayor parte de ellos enarbolan la bandera neogranadlna y se dedican al comercio de cabotaje.

Por el paso del Istmo, cada tonelada de mercancía paga ac­tualmente 80 francos. Incluido el trasnperte en ferrocarril y los gastos de descarga y almacenaje.

NOTA.—'Estos datos están tomados en su mayor parte de Jos documentos publicados por el gobierno francéfe en los finales del Comercio Exterior.