CAPITULO I - ramonemoralesc.files.wordpress.com · corrido la distancia de ciento catorce metros,...

108

Transcript of CAPITULO I - ramonemoralesc.files.wordpress.com · corrido la distancia de ciento catorce metros,...

CAPITULO I

(El capitulo 1 consta de presentación y dedicatorias que hemos omitido)

CAPÍTULO II

EDÉN DE LOS ANDES

El día Jueves 11 de octubre de 1,973 hice un viaje de Lima al Callejón de Huaylas para visitar la Central Hidroeléctrica en Huallanca, donde trabajé desde el año 1,958 hasta 1,962, como técnico en el manejo de máquinas y generadores de la central. Me alojé en el Hotel “Huallanca” y al amanecer del día siguiente, me dirigí a la sala de máquinas de la Central, donde se encuentran los generadores, transformadores y otras máquinas en cuya instalación había participado cuando trabajé allí, y de donde tengo recuerdos inolvidables.

En la mañana del segundo día de mi estadía en Huallanca, me encontraba en la Sala de Máquinas conversando con los técnicos y maquinistas, cuando de pronto el guardián que vigilaba la entrada del túnel que conduce a la Sala de Máquinas de la Central, llegó corriendo, se acercó al jefe de turno y dijo:

—¡Señor!, afuera a la entrada, hay un grupo de turistas, quieren visitar la Sala de Máquinas, ¿Los dejo entrar? —habló con la voz agitada por haber corrido la distancia de ciento catorce metros, el largo del túnel desde la entrada hasta la Sala de Máquinas, donde nos encontrábamos al lado de los generadores que producen la energía eléctrica de alta tensión.

—Déjelos entrar y prenda todas las luces para que el túnel ruede bien alumbrado —ordenó el jefe.

—Sí señor —respondió el guardián y se fue corriendo.

Unos minutos después a la Sala de Máquinas llegó un grupo personas, compuesto de seis hombres y cuatro mujeres.

Después que nos saludamos, el jefe de turno empezó a explicar el funcionamiento de las diversas máquinas que en conjunto generan la corriente eléctrica.

Cuando terminó de aclararles todo lo que le preguntaron sobre los generadores, dos de los visitantes se me acercaron y uno, con la expresión respetuosa me dijo:

—Disculpe amigo, mi compañero y yo, deseamos conversar con usted, si tiene tiempo para atendernos. —Sí, tengo tiempo amigo, ¿De qué se trata?

—Gracias —respondieron y el que se encontraba cerca de mí, extendió su mano diciendo:

—Mi nombre es Fernando y el de mi compañero es Carlos. Somos arqueólogos españoles. Venimos de Madrid, para conocer los restos de las obras que todavía perduran y que fueron hechas por las civilizaciones antiguas de Perú, México y otros países latinoamericanos. Nos interesa saber si en esta región existen ruinas o algún monumento para visitarlos.

En eso Carlos se acercó y me saludó extendiendo la mano. Respondí su saludo, le agradecí y continué:

—Amigos, como ustedes saben, en el suelo de la nación peruana ha vivido la singular raza Inca y sus antepasados, dotados de una sabiduría extraordinaria y positiva, desconocida por nosotros y que hace miles y millones de años, sin tener dinero, técnica motorizada, ni corriente eléctrica, pero sólo con su mente positiva, han realizado obras sorprendentes tales como: Machu Picchu, Ollantaytambo, Sacsayhuamán, Chavín de Huantar y otras, que el hombre de ahora no podría realizar, teniendo dinero, adelantos motorizados, energía eléctrica, satélites, submarinos y bomba atómica.

—Así es amigo —respondió Carlos con tono de confirmación y luego añadió—: He leído varios libros sobre las sociedades incas del Perú; también he visitado Machu Picchu, Ollantaytambo, Sacsayhuamán y tantas otras que realmente sorprenden por su fortaleza, arquitectura y el inexplicable esfuerzo que los antepasados peruanos han realizado hace millones de años para hacer subir a las cumbres de tan altos cerros y sin caminos apropiados las piedras que pesaban miles de toneladas y ocupan hasta treinta metros cuadrados de espacio. También sé que en la región de Ancash se encuentra una fortaleza llamada Chavín de Huantar. Quisiera saber si esas ruinas se encuentran en esta región—preguntó con emoción.

—Sí, Carlos. Esas ruinas se encuentran en el flanco oriental de la Cordillera Blanca, distante de acá unas horas de viaje —le respondí.

— ¿Hay carretera para transportarse con automóvil o se viaja a caballo?

—Hay carretera, Carlos; el transporte se hace con carros hasta el mismo lugar; yo no he visitado Chavín todavía, pero dicen que no hay problema para viajar.

Carlos sonrió de alegría, me miró y con gesto de respeto preguntó:

— ¿Sería posible amigo, que usted nos acompañe mañana hasta las ruinas de Chavín?

—Sí, Carlos, justo mañana e~ día sábado en que hay facilidad para Conseguir un carro que nos lleve; les acompañaré con mucho agrado.

—Gracias, amigo —respondieron Carlos y Fernando, que puso su mano derecha sobre mi hombro y sonriente dijo:

—Colaborar por el bien de los seres es obra sagrada, es el reflejo de la belleza del alma que tienen las personas positivas. Gracias —subrayó.

—De nada, amigo Fernando; yo sólo trato de cooperar positivamente con los demás en lo que puedo. Quisiera saber dónde nos encontraremos mañana para viajar —agregué.

—En el puente, a la entrada del túnel ¿Qué le parece? —respondió

—Está bien Fernando. ¿A qué hora?

—A las siete de la mañana —dijo Carlos afirmativamente.

—Así es amigo, a las siete —agregó Fernando, ahora hablaremos con el administrador del Hotel para que nos consiga un taxi que nos lleve directo hasta las Ruinas de Chavín.

—Así está mejor, Fernando, porque aquí en Huallanca escasean los taxis y sólo los hoteleros pueden conseguirlos, porque ellos tienen acuerdos especiales con los choferes que hacen taxi —le expliqué con agrado y deseo de ayudarlos, porque con su conversación, daban indicios que eran personas positivas.

En eso, un obrero llamado Lucio, que mientras limpiaba el generador frente a nosotros había escuchado nuestra conversación, se me acercó y respetuosamente dijo:

—Señor, mi hermano acaba de llegar trayendo víveres de Caraz, para el Hotel de Huallanca, está acá todavía, regresará hoy a las cuatro de la tarde. Lo malo es que tiene un camión de carga; no es carro de pasajeros, pero si desean yo le hablaré para que los lleve hasta Recuay y si quieren pueden pasar esta noche en mi casa, en Yungay. Dista un poco de la carretera, pero es un lugar bonito; de ahí se ve un panorama atractivo.

—Aceptamos, amigo —exclamaron Fernando y Carlos con emoción.

—Ya que nuestros huéspedes aceptaron, yo también estoy de acuerdo —respondí.

—Entonces, voy a avisar a mi hermano para que nos espere.

—Sí, Lucio, vete de una vez, di a tu hermano que a las cuatro estaremos en el hotel para partir —le dije, mirando al jefe de turno para que le permitiese salir del trabajo antes que llegara uno de los obreros que lo reemplazaría hasta el día lunes. El jefe aceptó y le dio la señal de salida.

—Espéreme aquí señor, yo regresaré rápido para traerle la respuesta —dijo mirándome.

—Está bien, Lucio, te esperaremos aquí, apúrate —le dije sonriendo. Partió apurado hacia la salida del túnel.

—Ojalá el hombre acepte llevarnos; eso nos favorecería mucho —opinó Fernando.

—Nos vendría como caído del cielo porque eso de esperar que venga el taxi a pedido de la administración del hotel, a veces demora días, porque la tardanza del taxi favorece al hotelero también —expliqué a los visitantes y los invité para que se sentaran a esperar el regreso de Lucio. Eran las dos y media de la tarde y nos pusimos a conversar, y mientras trataba de explicarles pormenores del funcionamiento de las máquinas a Fernando y Carlos, Lucio regresó apurado.

—Dice mi hermano que los llevará con mucho gusto, así que apúrense porque él debe salir antes de las cuatro —subrayó sonriente.

—Gracias Lucio, eso estábamos esperando ¡Vamos amigos! —dije emocionado a Carlos y Fernando. Ellos se pararon de súbito y cogieron sus maletas, yo tomé mis cosas y nos dirigimos hacia la salida.

Cuando salimos del túnel, nos dimos con la sorpresa. Algunas decenas de metros, más allá de la entrada del túnel, se encontraba un camión con bastantes sacos vacíos en su carrocería y al timón un joven sentado, leyendo periódico. Cuando nos vio abrió la puerta de la cabina y salió.

—Ahí está mi hermano —exclamó Lucio en voz alta.

—Está bien Lucio, gracias —respondimos Fernando y yo.

Carlos puso su mano derecha sobre el hombro de Lucio y mirándolo en los ojos y con acento andaluz dijo:

—Gracias, Lucio hombre; nos ayudaste desinteresadamente, se ve que eres fiel descendiente de los Incas, gracias.

—De nada, señor, yo sólo trato de colaborar con los demás, me han dicho que esto no hay que olvidar nunca, por eso estoy intentando cumplir con lo que puedo —respondió.

—Lo que acabas de decir vale más que todas las guerras mundiales en la historia humana. Ojalá que todos nos demos cuenta que hacer el bien por los demás es una obra sagrada —exclamó Carlos, dando una palmada en el hombro de Lucio, en señal de reconocimiento.

En eso, ya nos encontrábamos frente al camión.

—Este es mi hermano Julio —exclamó Lucio señalando con su mano al joven que estaba parado frente al camión.

—Mucho gusto, Julio —respondió Fernando, extendiendo su mano, Julio actuó de igual manera y nosotros también le estrechamos la mano. Cuando acabamos de saludarnos, Julio nos explicó que aceptaba llevarnos hasta Recuay sin cobrarnos pasaje.

Carlos se acercó a Julio y mirándole a los ojos dijo:

—Amigo nuestro, hay dos virtudes que siempre permanecen inseparables, ellas son la bondad y la generosidad, porque la bondad es siempre generosa y la generosidad es siempre buena. Las personas buenas son necesarias como el remedio. Tú estás demostrando que eres una persona buena, muchas gracias.

—De nada, amigo; en mi pueblo dicen: “Haz el bien sin mirar a quien”. Yo trato de cumplirlo, eso es todo —subrayó.

Las palabras de Carlos me sorprendieron. Fue la segunda vez que lo escuché utilizar palabras que expresan la sabiduría positiva e indispensable para que las personas vivan en paz, fraternalmente.

—Amigos, lamento que este camión no tenga comodidades para transportar pasajeros, por favor acomódense como más les convenga —interrumpió Julio, haciéndonos comprender que tenía urgencia de regresar a su pueblo.

—Para nosotros éste es el mejor carro, porque desde la carrocería podemos observar bien el paisaje durante el camino, de la cabina no se pueden observar perfectamente detalles del panorama —dijo Fernando subiéndose en la carrocería del camión. Carlos y yo subimos enseguida.

—Ahí tienen sacos vacos, utilícenlos para sentarse sobre ellos, sugirió Lucio y subió con nosotros. Julio entró en la cabina, arrancó el motor y partimos a la ciudad. Antes de desviarnos para Caraz, Julio detuvo el camión en el grifo para abastecerlo de agua y gasolina y yo aproveché el tiempo para avisar a mi pensión que me ausentaría algunos días. Cuando el grifero nos hubo atendido, Julio puso el camión en marcha y empezamos a subir por la carretera hacia la entrada del Cañón del Pato. Un kilómetro más adelante entramos en el primer túnel de los treinta y nueve que se encuentran en el recorrido de veinticinco kilómetros entre Huallanca y la ciudad de Caraz. Las altísimas rocas vivas, que parecen gigantescas paredes que estrechan caprichosamente al Río Santa desde Huallanca hasta la boca- toma en los Cedros, casi a la salida del Cañón, viajando de Huallanca a Caraz, impresionaron asombrosamente a Carlos y Fernando.

— ¡Qué sorprendente es este lugar! —exclamó Carlos, mirando el borde superior de las altas rocas, de donde empiezan los elevados picos de la Cordillera Blanca, cubiertos de nieve.

—Es una extraordinaria obra de la naturaleza —dijo Femando, afirmativamente.

—En esta región hay obras naturales de belleza singular. Más adelante veremos algunas de ellas —explicó Lucio con énfasis. Unos minutos después pasamos por la represa de la bocatoma de Cedros, donde por obra de ingeniería, el Río Santa es desviado a un túnel (construido en la roca viva a lo largo de cinco kilómetros), que lleva agua hasta al pique de donde se precipita en caída vertical por la tubería a la turbina pelton y así hace girar la bobina del generador para que produzca energía eléctrica, de la central en Huallanca.

—¿Para qué sirve esta represa? —preguntó Carlos.

—Le expliqué que éste es el comienzo del túnel por el cual va el agua hasta el pique, de donde cae y hace funcionar los generadores de la central, que acabábamos de visitar.

—¡De aquí va el agua para hacer funcionar la central y todavía atraviesa este enorme cerro de roca! —exclamaron al unísono Carlos y Fernando.

—Así es, amigos; ésta es una obra de la ingeniería moderna, considerada entre las mejores de América —respondió Lucio con emoción. Julio puso el motor en marcha y partimos. Experimentando sorpresas que originan las bellezas de las vistas panorámicas entre Huallanca,. Cedros, Huaylas y Sucre, llegamos a la ciudad de Caraz, situada a 2,285 metros sobre el nivel del mar.

Los nevados de Santa Cruz, Huandoy, Alpamayo, Aguja Nevada de Caraz y otros, forman con la ciudad un cuadro adornado con la singularidad de las bellezas naturales del Callejón de Huaylas, conjunto de las misteriosas obras del Universo.

—¡Qué bello es el panorama de este lugar, amigos! Por favor digan al conductor que detenga el carro, quiero sacar fotos —exclamó Fernando entusiasmado.

—¡Detenga el carro, Julio! —gritó Lucio, golpeando el techo de la cabina.

Julio detuvo el camión en una planicie al costado de la carretera.

—¿Cómo se llama este lugar? —interrogaron Carlos y Femando.

—Caraz —respondió Lucio— nos encontramos a la entrada del Callejón de Huaylas, es uno de los más bonitos lugares del Perú —añadió.

—Es muy bello realmente, yo no he visto en ninguna parte un lugar tan adornado con bellezas naturales como éste —afirmó Carlos, mirando a Fernando que se encontraba enmudecido de sorpresa.

La sobrenatural belleza de aquel artístico paisaje nos detuvo más de una hora para observarlo. El sol ya caía tras los nevados y sus rayos al chocar con las nieves producían un reflejo multicolor que alumbraba al frente las huertas, prados, campos y bosques de la Cordillera Negra, haciéndolos semejantes a una gigantesca zona minera que contuviese minerales desconocidos que desprendían una iluminación polícroma parecida al arco iris y que atraía con su brillo de sorprendente combinación. Y mientras nosotros admirábamos aquella sorprendente manifestación de la creación natural, la noche ya se acercaba.

—¡Amigos! ¿Qué les parece si proseguimos viaje? porque de noche no es tan simpático viajar por estos caminos —sugirió Julio.

—Es que esta combinación de bellezas nos brindan sus misterios que seducen, como para quedarnos aquí permanentemente —opinó Carlos.

—Así es, Carlos. Estamos viajando por todo el mundo. Cada país tiene lugares bonitos y cada lugar tienen sus bellezas particulares, pero este sitio tiene algo que atrae y agrada en particular —terminó Fernando subiendo al camión.

Subimos todos, Julio arrancó el motor y partimos y mientras avanzábamos por la orilla derecha del Río Santa, el sol se dirigía hacia el horizonte y la oscuridad nocturna reemplazaba la luz del día en aquella parte de la tierra. Cuando llegamos a la ciudad de Huaraz oscureció por completo. Luego la luna alumbró la región. El cielo sobre el Callejón de Huaylas evidenció su singular color azul, luego se llenó de estrellas, y mostró el aspecto de un hermosísimo cuadro.

—¡Qué sorprendente es la belleza del cielo de este lugar! —exclamó Carlos admirado.

—Es extraordinario y tiene tantos elementos naturales tan juntos, picos nevados, huertas, chacras, bosques, aldeas, valles y ríos, tan cerca y frente uno a otro; además cada uno tiene sus reflejos particulares, así dan un singular brillo al panorama, que parece un cuadro pintado por algún pintor místico de poder divino —explicó Fernando emocionado.

De pronto allá en los cerros cantó un búho. Su voz gruesa interrumpió el silencio nocturno del valle. Varios perros ladraron por las aldeas, sorprendidos por la voz del ave. Instantes después relinchó un caballo y eso aumentó los ladridos de los perros, y mientras nos llenábamos de sorpresas y el carro con sus bruscos movimientos, al pasar por los baches de la carretera, interrumpía nuestros pensamientos, llegamos a un lugar donde se veían algunas calles alumbradas que zigzagueaban entre un grupo de casas, de construcción rústica y por el techo de algunas salía humo de las hogueras. Julio detuvo el camión al principio de una calle. Abrió la puerta de la cabina y al salir dijo:

—Amigos, acabamos de llegar; éste es el lugar donde nos quedaremos hasta mañana, así que bajen por favor.

—¿Cómo se llama esta ciudad? —preguntó Julio.

—Este lugar se llama Huancapeti; no es ciudad, es un campamento minero y como yo transporto una mercadería para los mineros los traje a Uds. también. Acá hay un hostal familiar donde se puede comer y dormir esta noche; mañana temprano partiremos para Chavín, porque tengo que recoger mercadería para traerla a un comerciante en Huaraz, y los llevaré sin cobrarles pasaje —subrayó Julio sonriendo. La respuesta del joven me sorprendió, Carlos le puso la mano sobre el hombro, y emocionado le dijo:

—No sé si dices la verdad o estás bromeando; sólo sé que las personas buenas se alegran más cuando ayudan a los demás que cuando reciben ayuda; tú eres una de estas personas, Julio, muchas gracias.

—De nada, amigo. Si de todas maneras tengo que viajar para Chavín ¿por qué no llevarlos? Si yo viajara a su tierra y nos encontráramos en una situación así, estoy seguro que Uds. harían igual conmigo; así que hoy por ti, mañana por mí, amigos —subrayó sonriendo—. Tomen sus maletas y vamos por acá; síganme por favor —suplicó Julio, mientras Lucio cerraba la cabina. Dos perros se nos acercaron sin ladrar. Son pacíficos, no se asusten; si uno se porta bien con ellos, no muerden, pero en caso contrario atacan velozmente —replico Julio acariciando a los canes. Nos encaminamos por una calle angosta sin asfalto y llegamos frente a una casa, la única de dos pisos que velamos alrededor de nosotros.

—Este es el Hostal —dijo Julio, se detuvo y toco a la puerta.

Unos instantes después desde adentro salió un hombre de edad avanzada Tema el cabello blanco como la nieve, era jorobado y andaba con dificultad.

—¿Como estas, Julio? ¿Qué novedades traes? Estoy solo, toda mi familia está en una fiesta de cumpleaños ¿Te puedo servir en algo? —termino el anciano, con acento del antiguo idioma peruano, el quechua.

—Buenas noches, señor Quispe Disculpe por la molestia. Traje estos tres amigos de Caraz Mañana seguiremos viaje a Chavín ¿Hay camas desocupadas para que duerman esta noche?

—Sí, Julio, hay cinco camas desocupadas Por favor, entre y llame al muchacho José, para que los acomode, porque yo no puedo andar, como ves, apenas doy pasos

—Gracias, señor Quispe —respondió Julio y entró. Unos minutos después regreso con un muchacho.

—Este es el joven José, que cuida los cuartos, les va a señalar sus camas Por favor pasen, invitó.

Entramos en un pasadizo muy estrecho, subimos por la escalera al segundo piso y nos detuvimos frente a una puerta cerrada con candado Jose saco una llave del bolsillo, abrió la puerta, prendió la luz y dijo

—Este es el único cuarto desocupado, pasen y vean si les gusta

Fernando entro primero, Carlos, Julio y yo después. Estaba bien alumbrado. Había dentro tres camas cubiertas con frazadas hechas con hilos de vanos colores, y una mesa grande pegada a la pared, bajo la ventana que daba a la huerta Dos amas teman al lado mesitas de noche, y para la tercera habían dispuesto una silla que hacía las veces de mesita.

Tres sillas de madera se encontraban pegadas a la pared derecha al entrar, y un cuadro en el cual se veía la imagen de Manco Cápac, pintado en colores que irradiaban una atracción simpática.

—Está bonito el cuarto, José, y como es por una sola noche, no nos importan muchas comodidades —habló Carlos, adivinando que éste era el pensamiento de todos.

—Espero que duerman bien —dijo José sonriendo y se alejó.

—Gracias joven, gracias —exclamaron Carlos y Fernando. José salió y cerró la puerta. Julio y Lucio estuvieron con nosotros unos minutos luego Julio se paró y nos dijo:

—Amigos, Lucio y yo nos vamos a nuestro cuarto; mañana tenemos que levantarnos temprano, para entregar la mercadería, y luego vendremos por ustedes, para proseguir viaje a Chavín.

Nos despedimos y nos acostamos enseguida. En pocos minutos nos quedamos dormidos.

Al amanecer del día siguiente, Carlos despertó primero y cuando estuvo listo y arreglado, empezó a golpear con las palmas en la mesa hasta que nos despertamos sorprendidos.

La bulla que caracteriza la vida campesina nos saludaba con su melodía. Los cantos de los gallos, balidos de ovejas, relinchos de caballos, ladridos de perros y gritos de los pastores nos animaban para levantarnos lo más pronto posible y nos daban la idea de que Julio y Lucio ya estaban viajando dejándonos dormidos en el Hostal. De pronto escuchamos golpes en la puerta. Fernando abrió, y en el cuarto entró el anciano Quispe, trayendo un jarro lleno con chicha de maíz.

—Buenos días, jóvenes, ¿cómo han amanecido? —preguntó al entrar.

—Buenos días señor Quispe, hemos dormido bien y estamos listos para salir; esperaremos a Julio y Lucio, que no tardarán en llegar —respondieron Carlos y Fernando.

—Aquí les traje un poco de chicha de maíz para que refresquen la garganta —dijo Quispe y sacó cuatro vasos de los bolsillos de su saco. Tomen, por favor, no desprecien a este pobre viejo que sólo desea bien a todos los seres —explicó llenando los vasos con la bebida.

—¡Ah! !Qué belleza tan extraña! ¡Salgan por favor para que vean algo sorprendente! —gritó Fernando desde afuera, quien había salido al balcón sin que nos diésemos cuenta. Carlos ya tenía el vaso lleno de chicha y salió apurado. Yo llené el vaso para Fernando y el mío y salí al balcón apurado.

Era una mañana sin nubes. El cielo sobre la región estaba de un singular color azul y la naturaleza sonriendo de felicidad, y con el ligero murmullo del viento, alzaba el himno de adoración al autor de aquella belleza.

Una enorme luz, color de fuego alumbraba el espléndido cielo azul sobre el pico nevado del Guesh; parecía que unas gigantescas hogueras acababan de incendiarse, tras el nevado, cuyas multicolores llamas tocaban el cielo, y eso, en conjunto con la nieve originaba un reflejo de belleza inexplicable que iluminaba las huertas de la Cordillera Negra.

—¿Se habrá incendiado alguna ciudad detrás de este nevado? —preguntó Carlos, mirando a Quispe esperando que éste le respondiera.

—No amigo, allá no existe ciudad ninguna; éste es reflejo del sol que está saliendo detrás de ese nevado —respondió Quispe.

Mientras nosotros observábamos el espectáculo, según transcurrían los segundos, la fantástica luz, que con su belleza sorprendía al observador, empezó a palidecer adquiriendo un matiz blanquísimo. Unos minutos después, detrás de los nevados Guesh y Murroraju, apareció el sol. Nos dimos cuenta que sus rayos en contacto con la nieve habían originado aquel espectacular reflejo de colores de hermosura inexplicable, que duró sólo una docena de minutos.

Conforme el sol avanzaba en su trayectoria espacial allá al sur, por las orillas del Río Santa, se esclarecía la singular vista panorámica del Callejón de Huaylas, que nos embriagaba con su majestuosidad. Por la orilla derecha del Río Santa, se eleva la Cordillera Blanca con sus 35 picos cubiertos por nieve perpetua y cuyas alturas sobrepasan seis mil metros sobre el nivel del mar, lo que ubica a la Cordillera Blanca como la más alta cordillera tropical en el mundo. Ciento sesenta lagunas de tamaños diferentes entre las rocas que reflejan con brillo de gema, al contacto con rayos solares, debiéndose esto a los diferentes minerales que las componen, y que son también parte

considerable de la sorprendente atracción que la Cordillera Blanca origina en el espectador.

Por la orilla izquierda del Río Santa, se ven las alturas de la Cordillera Negra, cubiertas con huertas, parques, aldeas, sembríos, flores y frutales.

Las dos cordilleras, una frente a la otra, separadas por el cauce del Río Santa, que atravesando campos y sembríos lleva sus aguas al Océano Pacífico, dejando indiferentes a sus milenarias admiradoras, las Cordilleras Blanca y Negra, que brindan al observador un singular panorama.

—¡Qué hermoso es el panorama de este lugar! —exclamó Carlos, sorprendido.

—¡Este es el más bello paisaje que he visto en mi vida; es algo que lo recordaré para siempre! —respondió Fernando con acento de admiración.

—Así es el Callejón de Huaylas, amigos —respondió Quispe sonriente. Luego continuó— Yo no conozco toda la tierra para poder comparar a los panoramas. Creo que cada lugar tiene algo bonito. A los visitantes les gusta mucho este panorama. Dicen que en la zona tropical, no existe otro lugar que posea mayores alturas cubiertas por nieve perpetua y cuyas rocas tienen unas piedras que brillan como gemas. Los Incas también decían lo mismo, por eso lo llamaron en quechua Intipa Wayila, que traducida al idioma español significa, Prado del Sol, y que yo llamo EDÉN DE LOS ANDES. Con la llegada de los españoles este nombre cambió por la difícil pronunciación y se quedó sólo la palabra WAYLLA, que arreglaron para mejor pronunciación como Huaylas —explicó Quispe poniéndose pensativo.

Calló por unos instantes, como si buscara las palabras adecuadas para explicarnos algo, tal como su alma lo sentía, dio un pequeño suspiro, miró hacia el sol, puso su mano derecha sobre el hombro de Carlos y dijo—: Todas estas quebradas, cerros, pampas y nevados son mudos testigos de alegrías, trabajos, tristezas y destrucciones, que sus pueblos han soportado durante

siglos. Nosotros, los habitantes de la tierra, estamos dominados por el gusto y el egoísmo, que nos obligan a actuar para satisfacerlos, sin pensar en corregirlos antes de actuar. Siempre me acuerdo del consejo de mi abuelo, que decía: “Hijo, antes de realizar una obra cualquiera es indispensable hacer tres cosas, que son: meditar analizando lo positivo y negativo de lo que hay que hacer, decidir y hacer.

—Nos gusta fumar, pero antes de prender un cigarrillo, el fumador debería meditar sobre lo positivo y negativo que origina el humo del tabaco a sus células pulmonares, cerebrales y de la sangre. Teniendo el resultado de la meditación, positivo y negativo, tomaría la decisión para actuar. En todo lo que hacemos sin antes meditar, estamos cumpliendo la orden del gusto no corregido y puede darnos un resultado negativo—concluyó Quispe sonriente, alegre por habernos explicado su opinión. Gracias por su consejo tan positivo, para no hacer daño a los demás ni a nosotros mismos —respondió Carlos, con expresión que reflejaba sorpresa por la conversación del viejo Quispe. En eso escuchamos que la puerta de nuestro dormitorio se abrió. Julio y Lucio entraron en seguida y se dirigieron hacia nosotros en el balcón.

—Buenos días, señores —saludaron casi en conjunto. Respondimos el saludo alegremente, porque nuestro deseo era viajar lo más pronto posible para conocer Chavín. Lucio llegó a mi lado y mirando hacia los nevados de Guesh y Murrarajo, exclamó:

—¡Qué bonito panorama se ve desde este balcón! Vale la pena venir acá para observarlo, palabra que es muy bonito, a pesar que soy del lugar no sabía que tan bonito paisaje se ve de aquí —subrayó. .

—Es sorprendente porque tiene unas combinaciones parecidas a un cuadro pintado donde el pintor con. su inteligencia ha combinado colores, picos, cerros, valles, quebradas y ríos, todo en una quebrada de apenas una decena de kilómetros en línea recta, entre los picos nevados y Cordillera Negra —agregó Fernando apuntando con su máquina fotográfica para sacar fotos del lugar.

—¿Qué les parece si nos vamos para Chavín de una vez? El camino es bastante largo y no está en muy buenas condiciones —nos dijo Julio sonriente.

—Nos parece bien; estamos de acuerdo contigo Julio —respondió Fernando, mirándonos para captar nuestras opiniones.

—Entonces vamos de una vez —respondió Carlos apuntando con su máquina fotográfica hacia los nevados.

Entramos en la habitación, empaquetamos nuestras cosas, cancelamos los gastos del dormitorio, nos despedimos de Quispe y salimos. Varios perros nos acompañaron por el pasadizo y cuando llegamos a la calle nos abandonaron.

Julio y Lucio nos guiaron donde se encontraba estacionado el camión, nos acomodamos como el día anterior, Julio arrancó el motor y nos dirigimos hacia Catac. Un kilómetro antes de llegar a la ciudad, desviamos por la carretera que conduce a Chavín de Huantar donde se encuentran las ruinas milenarias construidas por los antepasados peruanos.

CAPÍTULO III

RAÍZ DE LA CULTURA

Las bellezas naturales que forman los paisajes de la región de Recuay nos producían agrado inexplicable y nos hacían pensar en quedarnos en aquel lugar para siempre. Al pasar la laguna Querococha, la sonrisa del nevado Yanaraju nos emocionó con el reflejo de su nieve, que la conserva perpetua a cinco mil metros de altura.

De pronto el camión se sacudió violentamente y se inclinó a la derecha, que por suerte era el lado que daba al cerro, porque si se hubiera inclinado a la izquierda, posiblemente se hubiera caído al precipicio que se encuentra a ese lado de la carretera. Julio apagó el motor y salió.

—Estamos de malas, amigos, acaba de reventarse una llanta —dijo poniéndose triste. Felizmente fue del lado derecho, apoyándose al cerro, porque si esto sucediera con la llanta del lado izquierdo, miren donde nos

hubiéramos precipitado —agregó mostrando con la mano la inaccesible ladera del cerro, que se extendía al lado izquierdo de la carretera hacia la quebrada.

—Felizmente no nos pasó nada —exclamó Carlos bajándose del camión. Descendimos todos y nos dimos con la sorpresa de ver que las dos llantas posteriores del aro derecho estaban reventadas.

—¿Tienes llanta de repuesto? —preguntó Fernando un poco preocupado.

—Sí, felizmente —contestó Julio sonriendo para calmar a mando, que parecía tener miedo.

—Estamos bien, entonces ¡Manos a la obra! A cambiar los neumáticos —sugirió Carlos, mientras Julio y Lucio se apresuraban a bajar de la carrocería del camión una caja que contenía llantas nuevas y herramientas para hacer el cambio.

El sol avanzaba por su ruta acostumbrada, hacia el occidente y con sus rayos abrigaba las cumbres nevadas, plantas, aves, personas y animales, que se encontraban en aquella pintoresca región.

De pronto, por el cielo sobre los nevados empezaron a aparecer borreguillos de nubes transparentes, que al juntarse formaban densos nubarrones que cubrían el cielo. Decenas de minutos después, empezó a caer lluvia acompañada de truenos, relámpagos y granizo. Carlos y yo, entramos en la cabina del camión para evitar la mojadura de lluvia, mientras Julio, Fernando y Lucio estaban trabajando con apuro para colocar las llantas nuevas a las ruedas del camión.

Media hora después, cesó la lluvia y el cielo se despejó. El sol con sus rayos abrigó de nuevo las huertas, frutales, prados, andenes que componen las bellezas de Huaylas y se sentía el peculiar olor a tierra mojada en estado de evaporización después de la lluvia. Los gorriones, águilas, palomas, cóndores y búhos salían de sus escondites y cada uno trataba de manifestar la alegría a su manera, e invitaban con sus cantos a los visitantes para que permanezcan acompañándolos en aquel lugar solitario.

—La tierra es una molécula astral, es la madre que da bellezas a la vida y la transporta a la eternidad —dijo Carlos, sorprendido por la belleza del lugar.

—Así es, Carlos; el panorama de estos lugares es de una belleza indescriptible; es como si la naturaleza lo hubiera hecho para inspirar a los pintores y poetas —respondió Fernando, guardando las herramientas al haber terminado de colocar el neumático nuevo a la rueda del camión. Julio puso el motor en marcha, Lucio entró a la cabina, Fernando subió en la carrocería, se acomodó con nosotros, y partimos. Soportando las emociones provocadas por las bellezas que brindan los lugares, pampas, cordilleras, ríos y nevados por los alrededores del camino. Llegamos a Chavín de Huantar a la caída de la noche. Julio y Lucio se fueron para pasar la noche en casa de sus parientes que vivían fuera de la ciudad, Carlos, Fernando y yo, nos instalamos en un hotel ubicado muy cerca a la orilla del río Mosna. El cielo ancashino se adornó con su singular color azul, se llenó de estrellas y con la luz de la luna, formaba un cuadro hechizante obra de algún pintor magistral, Unas horas después de observar aquellos encantos de la naturaleza; nos acostamos, y el sueño, el hermano menor de la muerte, se apoderó de nosotros.

Nos quedamos dormidos, tan profundamente, sin pensar en las bellezas del paisaje, que ni nos dábamos cuenta de si estábamos viviendo todavía. Dormimos toda la noche sin despertar.

A la mañana, la voz chillona y aguda de un gallo hizo vibrar los tímpanos de mis oídos. Desperté sorprendido.

Por la ventana sin vidrios, tapada con una sábana sujeta por dos clavos, clavados en la pared, penetraba la luz diurna: Curioso de observar el panorama de Chavín de Huantar, que rodea el hotel donde nos encontrábamos, me levanté de la cama y me acerqué a la ventana, jalé la sábana a un lado, lo que hizo que la habitación quedara alumbrada por completo. Asomé la cabeza con curiosidad de ver los alrededores.

Aguas cristalinas y burbujeantes del río Mosna, que discurre por los nevados de la Cordillera Blanca de los Andes, bosques, altos eucaliptos de hojas brillosas, rocas de minerales cubiertas con musgo, por donde se escapan destellos diferentes y el rumor de los ríos Huchesca y Mosna, fue lo que me

impactó cuando asome por la ventana El sol, con su único ojo ardiente, abrigaba las ruinas milenarias que adornan aquel enigmático lugar de los Andes peruanos, protegido por el singular brillo del cielo ancashino. Un ligero viento penetró por la ventana y llenó el cuarto con la agradable fragancia de las flores del campo.

Allá, a la otra orilla del río Mosna, ladró un perro. A continuación el relinchar de un caballo y los cantos de varios gallos interrumpieron la tranquilidad. Descubrí entonces, que al costado del hotel se encontraba una choza llena de gallinas, y que de allí provenían los cantos dé los gallos.

Carlos despertó de súbito, se sentó en la cama y frotándose los ojos en tono malhumorado dijo:

—¡Estos malditos gallos están gritando tanto, como si se hubieran propuesto despertar a todo el mundo!

—¿Qué les pasa amigos? —El gallo tiene derecho de cantar; éste es el atributo que la naturaleza le dio —interrumpió Fernando. Carlos sonrió. Yo regresé a mi cama para seguir descansando. Fernando se bajó de su catre y empezó a vestirse—. ¿Ya no vas a seguir descansando? —le pregunté, viendo que se estaba alistando con prisa.

—En un lugar tan especial y lleno de restos arqueológicos, como es Chavín de Huantar, es pecado permanecer en la cama teniendo por ver tantas obras del hombre antiguo, en las cuales se ven cultura y sabiduría de una singular raza humana, que ha vivido en esta parte de la tierra —expresó Fernando, subrayando las frases como si las ruinas de Chavín, hubieran sido construidas por los antepasados de su propia familia.

—Así se habla, amigo -exclamó Carlos sonriente. Por eso vamos dé una vez para ver los detalles de este centro de la cultura andina —sugirió con énfasis. En eso, los golpes de la puerta de la habitación interrumpieron nuestra conversación. Carlos abrió. En el cuarto entraron Julio y Lucio. Después de saludarnos con alegría, nos explicaron que regresarían por la noche de este día y que nos llevarían de regreso a Caraz, si lo deseábamos.

—Aceptamos tu propuesta, Julio, pero por favor, encuéntranos un buen guía que conozca el lugar y sepa explicarnos los detalles de las ruinas.

—Conozco varios guías que acompañan a los turistas, estudiantes de arqueología, y por eso saben los pormenores artísticos de los monumentos y obras en general, de Chavín. Mientras ustedes se alistan, yo les traeré uno de ellos para que les explique todos los detalles de lo que se sabe sobre las obras y el significado de las ruinas —nos dijo y salió.

Tomamos nuestras mochilas, nos acercamos a la oficina del hotel, cancelamos nuestras cuentas y salimos. Afuera, la suave y perfumada brisa de los Andes acarició nuestros rostros. El murmullo de los ríos Mosna y Huachesca, cuyas aguas vienen desde los nevados Cajat, Verdecocha y Huanchaj, nos anunció que ése era el punto donde los ríos se unen y en el ángulo de su unión encierran la ciudad del Chavín moderno y prosiguen hacia el Océano Pacífico despidiéndose de las ruinas arqueológicas de Chavín, restos del incomparable trabajo de los antepasados científicos peruanos que han vivido en los Andes desde que han poblado la tierra. Las avecillas volaban por encima de la ciudad, como si se hubieran propuesto, con sus vuelos por el espacio de Chavín, mostrarnos los diferentes colores, formas y tamaños que poseen las aves de aquel lugar. Los cerros y colinas erigidos con maestría por la naturaleza, separados por los ríos Mosna y Huachesca, en conjunto con el cielo azul y rayo solares, daban a la ciudad un delirante color que atraía plácidamente. De pronto llegó Julio acompañado por un hombre joven de estatura mediana y aspecto simpático. Julio se detuvo a mi lado y con tono respetuoso, me dijo:

—El señor se llama Manuel Cisneros. Es de una zona minera, de Cerro de Pasco, pero vive en Chavín hace ya varios años, porque es profesor de arqueología y enseña a los alumnos en el Colegio de la ciudad de Chavín Es conocedor científico de las culturas antiguas, por eso las autoridades turísticas de la ciudad lo han designado para que explique a los turistas el arte la cultura de Chavín y también les estoy avisando que he recibido una llamada telefónica de Caraz, para regresar lo más pronto posible. Así que Lucio y yo nos vamos en este momento. Siento que no los pueda llevar de regreso como hemos

hablado. Les deseo mucha suerte —dijo extendiéndome su mano. Nos despedimos y él se fue apurado.

—A sus órdenes señores —dijo Manuel acercándose. Tengan la seguridad que les explicaré con exactitud todos los datos que la ciencia conoce, y que ustedes desean saber sobre estas obras de nuestros antepasados.

—Gracias, Profesor —exclamó Carlos y le extendió la mano en señal de agradecimiento; Fernando y yo, hicimos lo mismo y nos dirigimos por las orillas del Mosna, río arriba, hacia el puente, sobre el río Huachesca.

Antes de pasar, vimos más allá, a nuestra derecha, unas impresionantes ruinas, pegadas a la falda de un cerro alto y ligeramente escarpado. Sorprendidos por el impresionante aspecto del lugar, adornado con huertas, cerros y sembríos, en el primer instante no nos dimos cuenta que aquellas ruinas, formadas por paredes y escalinatas cubiertas con musgo, eran las de Chavín de Huantar antiguo.

—Éstas son las ruinas del Chavín antiguo —nos dijo Manuel señalando con su mano en dirección hacia el cerro y las ruinas; luego prosiguió— Sé que les sorprende ver estos muros y graderías cubiertas de musgo y sin monolitos, pero todas las obras maestras que representan sabiduría y cultura se encuentran en las galerías de los templos ubicados dentro de estos muros que estamos viendo. Amigos, la importancia de Chavín no solamente consiste en la gran antigüedad que se le señala, varias veces milenaria antes de nuestra era, pues, según los estudios científicos, conocidos hasta ahora, con Chavín empezó el proceso cultural en el Perú en América y tal vez en el mundo. Según la escritura de los quipus la construcción de Chavín empezó cientos de miles de años antes de la era cristiana y de allí se esparció por el Perú, América y otros continentes. En los quipus también se lee que nuestros antepasados, cinco mil años antes de Cristo, consideraban al complejo arquitectónico de Chavín, como un punto místico y su nombre en idioma quechua era: CHAUPI PAYPA WARI, que traducido en idioma castellano significa CENTRO DE LOS DIOSES.

Este era el verdadero nombre que nuestros antepasados dieron a este lugar, y que con la llegada de los españoles fue cambiada a la forma de más fácil pronunciación y con eso también cambió su significado —explicó Manuel.

—Vamos para allá —exclamamos al unísono y nos desviamos de la pista. Unos minutos después nos encontramos frente a unas escalinatas por las cuales se subía a una ancha plataforma rodeada de castillos con techos cubiertos por musgo, hierbas y hojarasca. Subimos las escalinatas y nos dirigimos hacia una de las paredes, a cuyo principio se veía una angosta escalinata que emergía desde la profundidad de la tierra.

—Esta escalinata nos conduce a las galerías subterráneas que se encuentran en el subsuelo y éstas son las puertas de entrada —explicó Manuel, señalándonos unas gruesas y altas columnas cilíndricas de piedra que soportan la parte del muro sobre el cual empezaba un cerro de ruinas y montes. La maestría y perfección de los labradores de aquellas columnas y muros nos sorprendió sumamente.

—Este es el pórtico del templo de Chavín con sus columnas monumentales, construidas por nuestros antepasados —subrayó Manuel con énfasis.

—Es un trabajo sorprendente y atractivo, porque ver una obra construida tan fuerte y con tanta maestría, hecha hace cientos de miles de años, causa sorpresa —expresó Carlos, emocionado.

—Pasen por aquí amigos, el castillo es muy interesante; tiene más de tres pisos y 24 pasadizos angostos de paredes elevadas, construidas con altas y gruesas columnas que soportan techos de piedra y en conjunto un cerro de ruinas. Los pasillos son angostos, altos y fríos, entre los cuales es fácil perderse, para seguir dando las vueltas adentro, sin reconocer por cual pasillo se ha entrado, porque todos los pasadizos que llevan a las galerías son iguales y todos tienen alguna obra artística en común. Van a ver adentro, por los pasadizos, en las galerías y los templos, diferentes obras culturales de aquella civilización, labradas en piedra y grabadas en las paredes. Veremos el Lanzón, veremos varios tipos de Estelas que hoy llaman Raymondi, nombre de su descubridor; veremos obras que llaman Cóndores, veremos Obeliscos,

Cabezas Clavas, varias clases de Ángeles y otras obras artísticas de nuestros antepasados —explicó Manuel y luego exclamó—: ¡Vamos adentro amigos! Un día es muy poco tiempo para ver Chavín de Huantar —dijo y proseguimos. Bajamos por la escalinata que sirve para llegar a los templos subterráneos. Las gruesas vigas de piedra, atraviesan de pared a pared, soportando la parte posterior de las galerías, que al mismo tiempo sirven como techo de ésta y como el piso de la galería superior. En las paredes de la entrada, se veían varias cavidades hondas, unas verticales y otras horizontales, acabadas con maestría.

Manuel se detuvo y señalando con la mano dijo—: Estas cavidades los antepasados las usaban para exhibir estatuas de sus ciudadanos de méritos, con sus objetos favoritos que les pertenecieron mientras estuvieron con vida. Nichos de esta forma hay en cada pasadizo, platea, templo y galería, pero todos están vacíos porque cuando llegaron los invasores españoles, botaron las estatuas y vaciaron los nichos —explicó Manuel.

—¡Miren esto! —gritó Carlos señalando una cabeza de forma humana, tallada en piedra y empotrada en la pared.

Nos detuvimos. En la pared derecha, a la entrada, se veían cabezas de igual forma, hechas de piedras introducidas en posiciones diferentes en las paredes.

—Estas son las Cabezas Clavas. Así las han llamado los arqueólogos. En el pasado llevaban el nombre de los Guardianes del Templo. Como ven, muestran un carácter escultórico serio y con seguridad tuvieron un significado mucho más importante que lo puramente ornamental.

—En los quipus está escrito que estas cabezas son imitación de las personas que habían sido sabias de la sociedad, las que ordenaban que lloviera cuando los sembríos necesitaban el riego, que vinieran los curanderos del espacio para que combatiesen las enfermedades, curasen a los enfermos y para que ayudaran a los trabajadores a realizar obras arquitectónicas —explicó Manuel.

—Yo leí un escrito del Padre Bartolomé de Segovia, en el cual dice que cuando Francisco Pizarro llegó para invadir el Perú, desembarcó en el lugar

donde hoy queda la ciudad de Piura, y los lugareños que se encontraban presentes, se arrodillaban y cantaban de alegría, porque su costumbre era durante siglos, recibir unos hombres que salían del mar para curarlos, ayudarles en trabajos y sembríos. Eso confirma que los Incas tenían contactos con alguna civilización, cuyos ciudadanos venían por mar, para visitar a los peruanos desde tiempos desconocidos para nosotros —habló Carlos, con expresión afirmativa.

—Así es, amigo —respondió Manuel, luego prosiguió—: Es difícil para nosotros comprender la vida de los antiguos peruanos. Nos sorprenden sus trabajos en las construcciones de las ciudades, monumentos y andenes, con los cuales conseguían ganar tierras para la agricultura en los abruptos cerros y quebradas casi inaccesibles.

—En las escrituras de los quipus se menciona la visita de unos hombres amigos, que venían del cielo, que les prestaban ayuda y enseñaban a trabajar a los habitantes peruanos de aquellas épocas, pero quiénes fueron y de qué nación, eso no lo explican los escritos, como para que lo comprendamos. Pero, prosigamos, por favor, hay muchas cosas que ver, recién todavía estamos a la entrada —dijo Manuel, dando un paso adelante. Fernando, Carlos y yo, nos encaminamos también. Proseguimos avanzando por el angosto pasadizo entre las altas paredes construidas con enormes piedras, adornadas con las cabezas clavas y un sinnúmero de dibujos grabados en las piedras, hasta que llegamos a una intersección de cuatro galerías. Nos encontramos frente a un gigantesco cuchillo tallado de piedra y con varias grabaciones. Medía más de cuatro metros de altura y estaba clavado en la tierra como si hubiera caído del cielo.

—¿Qué es esto? —preguntó Carlos sorprendido.

—Esto es el Lanzón. Así lo llamó su descubridor Julio C. Tello —explicó Manuel, luego prosiguió—: Este Lanzón representaba para los antepasados la divinidad suprema universal, por eso en su parte superior hay varias figuras grabadas que según la escritura de los quipus, son signos de la sabiduría del espacio sideral. El misterioso personaje que se ve grabado en la parte superior del Lanzón representa, según la escritura de los quipus, a un guardián y defensor de las galerías con todos los símbolos de la ciencia, amistad, paz y trabajo, que sus forjadores inspiraban hacia la población de la tierra. El

Lanzón en su superficie lleva una reproducción de todas las figuras y adornos que se encuentran en las galerías; por eso está ubicado en este lugar céntrico, entre cuatro galerías —explicó Manuel, refiriéndose al Lanzón. Carlos y Fernando tomaron fotografías al Monolito e hicieron varias anotaciones.

—Ahora seguimos adelante, por favor, tenemos que ver muchas cosas todavía —recordó Manuel y avanzamos. Unos metros más adelante, entramos en una galería y nos quedamos asombrados al ver que su interior estaba adornado con figuras de extraños seres alados, asombrosamente esculpidos en las piedras de las que están formadas las paredes. Unas que otras cabezas clavas, de formas y tamaños diferentes, talladas en piedra, se veían empotradas al lado de las figuras aladas y eso producía un efecto agradable.

—Aquí estamos en una galería bastante adornada—dijo Manuel parándose en el centro del piso. —Según la escritura de los quipus, estas figuras grabadas, representan a las personas extranjeras que visitaban estos lugares y que solían ayudar a los antepasados peruanos en las construcciones de éstas y otras obras que han sobrevivido hasta ahora —explicó Manuel. Luego proseguimos.

Cuando terminamos de observar las galerías de ese piso, bajamos al piso inferior y continuamos observando las figuras de cóndores, cabezas clavas y tantos otros grabados estampados en las piedras de las paredes. Cuando llegamos frente a una galería subterránea, experimentamos una sorpresa inexplicable. Al acercarnos a la entrada escuchamos un eco confuso, de sonidos indefinidos, raros.

—¡Escuchen! ¿Qué es eso? —exclamó Fernando, mientras Carlos y yo concentrábamos nuestra atención para distinguir qué originaba aquel sorprendente eco.

—No se asusten, amigos; ésta es una galería que los lugareños llaman “hechizada”, pero en realidad, según la escritura en quipus, son sonidos producidos por el agua que corre por las paredes y el techo de esta galería. Los antepasados peruanos cuando construyeron estas fortalezas, hicieron unos canales con arreglos especiales en las paredes y techos para que cuando corriera agua por ellos, produjeran sonidos diferentes. En una parte de la

galería se escuchan raras confusiones de sonidds, en otra un murmullo de agua que corre, y en otra parte, sonidos claros de quena y tambores, la música especial que los antepasados utilizaban para celebrar reuniones religiosas y hablar con los dioses.

—Vamos adelante, ahora se darán cuenta de lo que les estoy hablando, además todo esto alegra el espíritu —subrayó Manuel. Proseguimos y según avanzábamos en el interior de la galería, los sonidos se escuchaban más definidos y con esto, nuestra sorpresa aumentaba también. Cuando llegamos al centro de la galería, escuchamos claramente las agudas notas de quenas, acompañadas por tambores. Fernando sonrió, Carlos y yo estábamos sobrecogidos de sorpresa.

—Ya ven amigos, que no les miento y cuando llueve, esos nidos aumentan y se escuchan más nítidos —explicó Manuel con emoción.

—Así es amigo, nos has convencido que estás diciendo la verdad, pero de todas maneras, vamos a intentar desentrañar el misterio —respondió Fernando sonriente.

—¿A qué se refiere señor?

—En alguna parte de las paredes o el techo de esta galería, puede ser que hayan empotrado algún altavoz, que reproduce los sonidos de un magnetófono instalado en algún lugar del edificio O fuera de él.

—Un altavoz se descubre fácilmente, con aproximarse a él, se revela solo.

—Vamos a ubicarlo entonces —sugirió Manuel. Proseguimos avanzando hacia el fondo de la galería, poniendo nuestra máxima atención, para darnos cuenta de dónde provenían los sonidos más fuertes, creyendo que allí se encontraría el altavoz empotrado. Pero los sonidos de quenas y los tambores se escuchaban con una inexplicable suavidad, en el centro de la galería. Parecía que cada átomo de las paredes, techo y el aire, estaban imanados con aquella misteriosa orquesta, y que cada uno producía sonidos idénticos, suaves. Después de examinar piedra por piedra y sin encontrar lo que buscábamos, salimos.

A continuación entramos en otra galería o pasadizo cuyas paredes estaban adornadas con cabezas clavas, estelas de piedras que representaban aves con rasgos felinos y humanos y extraordinarios grabados de misteriosas figuras de aves, personas aladas, plantas, animales, astros y otros componentes del universo, cincelados con sorprendente maestria Observé con atención aquellas impresionantes obras milenarias pareció que nos encontrábamos entre las páginas de un gigantesco libro de sabiduría, titulado, Perú Antiguo, singular jeroglífico de los amautas de la incomparable antepasados que vivieron en los Andes Peruanos hace mil años. Cuando llegamos al centro de la siguiente galería escuchamos claramente el ruido de una fuerte corriente de agua

—¿Otra hechicería? —preguntó Fernando a Manuel, que se encontraba a su lado.

—No, señor; esto es también la realidad. Como le dije, se sabe que por las paredes y el techo de algunas galerías, están construidos canales de piedra, por los cuales corre mucha agua, que de alguna manera desemboca en el río Mosna, y para saber todos los pormenores sobres éstas y otras obras antiguas que aún se conservan, hay que leer los quipus, en ellos está anotado todo —respondió Manuel afirmativamente.

Después de visitar veinticuatro galerías, adornadas con incalculables grabados, figuras diferentes y un sinnúmero de escrituras en las piedras y debido a que habíamos utilizado más de dos horas para eso, decidimos alejarnos de aquel libro sabio, archivo de las bellezas del universo y salimos a la superficie.

—Son las once de la mañana —exclamó Carlos con pena, mirando su reloj, siento alejarme de este lugar tan de prisa.

—Yo siento lo mismo, Carlos, pero para observar con calma todos los restos arqueológicos que se encuentran en este lugar se necesitan varios días; un día no alcanza ni para ver detalles de una galería —aclaró Fernando.

—Lástima que el transporte es escaso, y Julio tenga que regresar en la noche; él no puede esperar —dijo Carlos.

—Entonces nos quedaremos esta noche en Chavín y tendremos todo el día a nuestra disposición —sugirió Fernando

—Para ver los detalles de las ruinas es necesario una semana, pero como no disponemos de tantos días, trataremos de ver lo posible hoy —dijo Carlos.

—Ahora vamos a subir a esa colina; allí arriba hay una planicie; una plazuela grande y alrededor de ella se encuentran varias redes con grabados y figuras, hay también algunas galerías explicó Manuel entusiasmado como para calmar nuestra inquietud.

Vamos, pues —respondimos al unísono y nos encaminamos por la pendiente.

Unos minutos después nos encontrábamos frente a una enorme plazuela parecida a un estadio, cuyos constructores, para elaborarla, habían cavado parte de un elevado cerro de rocas inaccesibles. Las altas paredes construidas de enormes piedras labradas rodeaban la plazuela protegiéndola de derrumbamientos de las piedras del cerro, que pudieran producirse. Cantidades de esculturas talladas, con rasgos que combinaban las características humanas con los de los cóndores de Chavín, algunas cabezas clavas, árboles y animales de formas extrañas, cinceladas y dibujadas a la perfección sobre las piedras que componían la pared, inspiraban emoción, por la belleza del trabajo artístico hecho miles de años antes de la era cristiana. Una entrada en forma de puerta se veía en la pared frente a nosotros y por ella salieron varias aves, espantadas por nuestra conversación.

—Vamos adelante, para entrar por aquella puerta, adentro hay una galería que, según dicen los quipus, ha servido como una muestra de todos los dibujos tallados y trabajos artísticos que hay en este lugar —habló Manuel con ánimo, luego prosiguió—: Aquí estamos viendo sólo una pequeña parte de las obras de nuestros antepasados peruanos, que realizaron en aquella época, cuando vivían en este lugar. La mayor parte de las obras, que aquí se encontraban fueron sepultadas y destruidas por los huaicos, que las fuertes lluvias provocaron en épocas diferentes.

—Da pena que este monumento cultural esté en este lugar tan accidentado y expuesto a los derrumbes provocados por las lluvias interrumpió Carlos, mirando hacia la punta del cerro, y prosiguió andando. Unos minutos después,

entramos en un amplio pasillo. Aquella galería era más ancha y sus paredes más altas que las de las otras que acabábamos de visitar anteriormente. Su techo y las paredes, parecían ser el muestrario de todas las figuras talladas, dibujos y otros trabajos artísticos existentes en aquel lugar que nosotros ya conocíamos, y una gran cantidad que no habíamos visto en las galerías que acabábamos de visitar. Cuando terminamos de observar las artes que contenía aquella galería, regresamos a la plazuela de entrada, emocionados por haber visto tantas bellezas, obra del hombre antiguo. Sin comprender el significado de lo que habíamos observado, nos dirigimos a una pequeña lomada al lado de la plazuela, formada por rocas agrietadas, y nos sentamos para descansar. Fernando sacó del bolsillo, una lente de su máquina fotográfica diciendo:

—Aprovecharé para cambiar lentes, porque las que están en la máquina son micro lentes, y de pequeño ángulo. Las puse para sacar fotos en el interior de las galerías, con poca luz; son especiales para eso. Ahora voy a poner estas de gran ángulo que sirven para tomar vistas panorámicas de campos y montañas. ¡Ay! —exclamó de repente, mirando hacia la profundidad de una grieta, angosta y muy honda.

—¿Qué sucede Fernando? —Ie preguntamos sorprendidos.

—Acaba de caerse la lente de mi máquina, ahora ¿cómo la saco? —exclamó agarrándose la cabeza.

Manuel y yo nos acercamos y quedamos sorprendidos al ver que la lente se encontraba sobre un montón de hojarasca, al fondo de una grieta angosta de apenas una decena de centímetros de abertura y honda, alrededor de cinco metros.

—Imposible sacarla, no hay manera de extraerla —exclamaron Carlos y Manuel, con voz apesadumbrada.

—¡Miren! ¿Quién viene para acá? —exclamó Carlos sorprendido.

Dirigimos las miradas para donde señalaba Carlos y vimos una avioneta de modelo desacostumbrado que descendía verticalmente a la plazuela, con una precisión inexplicable, como si alguien la estuviera descargando con una grúa. Por fin aterrizó.

—¿Quién será? —exclamaron Carlos y Manuel. Fernando se quedó mudo de sorpresa, mientras yo me acordé que años antes, cuando trabajaba en la Central Hidroeléctrica en Huallanca había visto muchas veces esa clase de avionetas por las alturas de la región de Caraz, y la manejaban unos hombres que decían ser extraterrestres, de un planeta APU, distante de la Vía Láctea, miles de años luz, medida terrestre. No dije nada a mis compañeros, para que no creyeran que estaba loco, y me puse a observar sus reacciones.

—¿Qué raro modelo de avioneta! ¿Se dan cuenta? —habló Carlos sorprendido.

—Es muy raro, pero en nuestra época los hombres utilizan su fuerza intelectual, para descubrir alguna arma nueva que pueda servir para matar más hombres, en caso de guerra —opinó Fernando.

—¿Qué cosa buscan los soldados en estos lugares? Yo nunca los he visto aterrizar aquí —exclamó Manuel.

—Los ejércitos, Manuel, tienen sus trabajos especiales que nosotros no comprendemos; pregúntale a Carlos, él ha sido oficial del ejército —habló Fernando sonriendo.

—No creo que nuestro ejército tenga este tipo de avionetas que aterrizan tan preciso; tal vez son militares de Estados Unidos que han venido para visitar Chavín de Huantar, puesto que es un lugar con restos de la cultura milenaria, el más interesante en América—dijo Manuel, con expresión de disgusto pensando que los militares de algún otro país habían venido a su tierra, quién sabe por qué.

—¡Miren, acaban de salir dos hombres de la avioneta! —exclamó Fernando sorprendido. Miramos hacia allá y vimos a dos hombres de estatura normal, parados frente a la nave.

—No visten uniforme militar; tal vez son civiles —dijo Femando mirándolos tan sorprendido, que hasta se había olvidado de la lente de su máquina, que se encontraba en el fondo de la grieta sin que nadie la pudiera sacar. De pronto, uno de los visitantes se dirigió hacia nosotros mientras su compañero permanecía parado observando las paredes que rodeaban la plazuela.

—Tendremos visita, pórtense bien —dijo Carlos sonriendo, mientras Fernando, Manuel y yo estábamos observando la lente en la profundidad de la grieta, tratando de idear algún modo de extraerla.

—Buenos días, amigos —nos saludó con respeto.

—Buenos días —respondimos al unísono.

—¿Han pensado cómo sacar la lente de la grieta? —preguntó el visitante en tono amigable.

—Yo creo que no hay manera de hacerlo, es una grieta angosta y profunda, de donde es imposible extraerla —respondió Fernando algo apenado. —La sacaremos; no se preocupe, amigo —dijo el visitante acerándose al borde de la grieta. Se paró, observó un instante, extendió su mano derecha con la palma abierta en dirección al fondo de la grieta, y al instante la lente salió como si fuera absorbida por una fuerza magnética y se detuvo en la pantalla del visitante. —Aquí tiene su lente, amigo, ya no se preocupe; lo que sí vamos a hacer es tapar esta grieta porque es muy peligrosa, cualquier animal o persona podría caer accidentalmente; sería fatal —dijo, y movió su mano derecha hacia la abertura. Las dos paredes dé la grieta se juntaron en un instante y las paredes que momentos antes estaban separadas, se unieron en una sola, formando una superficie desuelo sólido, sin rajaduras ni piedras filudas.

Lo que acababa de hacer el visitante era sorprendente. Manuel, Carlos y Fernando se quedaron mudos e inmóviles de asombro, y me miraron impresionados como para asegurarse que era realidad lo que acabamos de ver. Yo moví la cabeza en añal de aprobación, pero no me sorprendió mucho la maniobra el visitante porque yo había visto anteriormente unas personas que decían haber venido de un planeta extraterrestre Apu, ara ayudar a los terrícolas en sus adelantos y también hacían actos incomprensibles para nuestros conocimientos, que ninguna persona terrestre podría realizar; por eso yo nunca creí que era realidad y siempre pensaba que me estaban hipnotizando para que yo viese lo que ellos querían. No dije nada de eso a Carlos, Fernando y Manuel, pero yo estaba seguro que nuestros visitantes tratarían de convencernos de que eran extraterrestres del planeta Apu.

—¿Es real lo que acabamos de ver o es brujería? —nos preguntó Carlos con la voz alterada.

—Sí amigo, es cierto —respondió el visitante sonriendo.

—Pero ¿cómo ha fundido esta roca con tanta precisión?

—He desintegrado la parte superior de la roca y la he integrado en una sola piedra, sin rajaduras —respondió el extraño.

—¿Qué es eso de desintegrar e integrar? —preguntaron Carlos y Fernando en tono burlón.

—Para nosotros, en el planeta Apu, esta operación es una cosa común, tal como andar o hablar. Cada persona, niños y adultos, lo hacemos cuando es necesario. Utilizamos para esa operación nuestra mente o una máquina, los iones positivos y los minius.

—¿Qué son los iones positivos? ¿Dónde está eso? —interrogó Fernando sorprendido.

—Los iones positivos, amigo, son partículas invisibles para el ojo de los seres terrestres. Estas partículas llenan todo el espacio del Universo Cósmico, son componentes de las células y átomos, y hacen que percibamos los sonidos, que nos veamos, que nos oigamos y que realicemos toda clase de movimientos, sean involuntarios o dirigidos por nuestra mente. Los minius son las partículas más pequeñas que existen, o sea las primeras después de la nada. En la composición del átomo la primera partícula es el minius, luego siguen las otras que componen el átomo completo. Ustedes en la Tierra conocen el electrón, el protón y el neutrón, pero les falta conocer a los otros. Los iones positivos son la más importante fuerza del Universo. A ellos se debe la ejecución de todos los actos y movimientos. Ellos originan los vientos, el fluir de los ríos, los latidos del corazón, la circulación de la sangre, la irradiación de los rayos solares por el Universo y todos los demás casos movibles en el Cosmos. Para desintegrar o integrar, nosotros damos mentalmente la orden a los iones para que hagan vibrar a los minius a una velocidad muy alta hasta que se separen y descompongan los átomos y

células; luego les ordenamos que los unan y recompongan en la forma que deseamos.

—¿Qué es APU? ¿Dónde está eso? —interrumpió Carlos.

—APU es un planeta extraterrestre que pertenece a una galaxia muy lejana, distante de la Vía Láctea miles de años luz, en medida apuniana.

—¿Cómo es eso de luz en medida apuniana? —preguntó Fernando sorprendido. El visitante sonrió, luego contestó.

—Ustedes en la Tierra utilizan una medida para la velocidad máxima que es la de la luz, equivalente a trescientos mil kilómetros por segundo, pero nosotros en Apu; hace miles de millones de años que estamos viajando a una velocidad mayor de treinta millones de kilómetros por segundo, y aparte de esto, para obtener la vibración de los minius, mediante iones positivos, para desintegrar e integrar átomos de las cosas y de los seres, utilizamos una velocidad mucho más alta —explicó el visitante.

—Por favor, señor, ¿cuál es su nombre? —preguntó Fernando.

—Mi nombre es NOY, amigo, y el de usted es Fernando ¿no es así? —preguntó el extraño extendiendo su mano. Fernando hizo lo mismo, luego seguimos Carlos, Manuel y yo, todos sonrientes, por creer que nuestro nuevo amigo era un gran charlatán, venido quién sabe de dónde, para contarnos fantasías.

—¿Puede usted mostrarnos eso de desintegrar e integrar?. —preguntó Carlos en tono burlón.

—Sí, amigo, lo haré con mucho agrado —respondió Noy, luego prosiguió—. Mira esa piedra allí —dijo señalando una tamaño de un zapallo mediano que se encontraba a unos metros de Carlos.

—Sí, la estamos viendo amigo —afirmó Fernando.

—Ahora obsérvenla bien —sugirió Noy y extendió su mano derecha en dirección de la piedra, que de pronto desapareció.

—¿La están viendo ahora? —preguntó el visitante, mirándonos a las caras.

—No sé qué ha sucedido con ella, pero yo no la veo —respondió Carlos sorprendido.

—Yo no la veo tampoco —exclamó Fernando. Manuel dijo lo mismo y yo permanecí callado. El visitante extendió su mano nuevamente y la piedra apareció al lado de Carlos.

—¿La ves ahora? —preguntó el visitante.

—Una piedra está a mi lado pero no sé cómo apareció ni si es la de antes —respondió Carlos en tono serio. El visitante extendió su mano de nuevo. La piedra que estaba al lado de Carlos desapareció y en su lugar aparecieron varias piedrecitas del tamaño de manzanas redondas y bien pulidas.

Nos sorprendimos y yo empecé a pensar que Noy nos estaba hipnotizando. Noy volteó su cabeza hacia mí, me miró sonriendo, luego con tono suave me dijo:

—Tienes derecho a pensar así, amigo, pero la verdad no es ésta. Lo que estoy haciendo no es hipnotismo; es la realidad, tú conoces esta clase de trabajos, los has visto muchas veces —respondió Noy, mirándome. Carlos, Fernando y Manuel se sorprendieron, y me miraron con curiosidad .Yo sonreí, pero no comenté sobre el asunto porque me interesaba la opinión Carlos, Manuel y Fernando sobre los hechos y conversar los visitantes. Noy extendió nuevamente su mano. Las piedras desaparecieron, y en su lugar quedó arena. Unos instantes después repitió el movimiento de su palma y la piedra a en la forma y tamaño que la habíamos visto al principio. Manuel y Fernando se miraron sorprendidos mientras yo me preocupaba pensando cómo serían las próximas demostraciones de Noy y por qué había venido con su extraña avioneta para aterrizar en un lugar solitario de los Andes Peruanos.

En eso el compañero de Noy, que al principio se había quedado junto a la avioneta, ya se encontraba entre nosotros sin que nos diésemos cuenta de su llegada.

—Amigos, le presento a mi compañero de viaje, su nombre es Aztel. Sé que nuestros nombres son para ustedes palabras raras y sonidos desacostumbrados, pero nuestra misión es decir sólo la verdad; por eso les estamos diciendo

nuestros nombres tal como son y les pedimos disculpas por molestar sus oídos —explicó Noy. Aztel se acercó a Fernando y le extendió la mano. Fernando respondió con agrado, luego los saludamos Manuel, Carlos y yo. Aztel y Noy eran de talla mediana y cuerpos bien proporcionados.

Su finura en la expresión al hablar, utilizando palabras de significado positivo, sus rostros medio ovalados, estaturas medianas, la forma de los ojos y de los labios, con el color de sus rostros, componía las formas de personas fielmente parecidas a las características raciales de los hombres que pueblan los países asiáticos, China y Japón.

—Puede ser que nuestros visitantes sean japoneses o chinos ¿Tú que dices? —me preguntó Fernando disimulando, para que éstos no se diesen cuenta.

—No es que parecen; son chinos, pero ¿quién los ha enviado acá? —intervino Carlos sin preocuparse mucho de disimular para que no lo oigan.

—¿Qué les parecieron las ruinas de Chavín? —preguntó Noy a Fernando con voz suave y sonriendo.

—Son muy interesantes y sorprendentes para la vista; hay varias obras cuyo significado desconocemos, pero todo esto representa la sabiduría de nuestros antepasados —explicó Fernando poniéndose pensativo.

—Así es, amigo. Esta obra es la segunda construcción de Chavín, la primera vez fue construido por los apunianos y los terrestres cuando poblamos la Tierra por primera vez, y luego fue destruido por el diluvio. Cuando pasó la catástrofe del diluvio, los apunianos con los terrícolas construyeron en este lugar un centro de práctica y estudios, donde los terrestres se dedicarían a ejercicios y activar su mente para poder seguir trabajando como cuando vivían en Apu, o sea, desgravitar las cosas, desintegrar e integrar objetos, y seres, y tantos otros poderes y sabidurías que habían olvidado por la influencia negativa de los rayos solares. A este centro de estudios le dieron el mismo nombre de antes, Chavín de Huantar, que traducido al idioma terrestre, Quechua de aquel entonces, significaba “Centro de la sabiduría”. Pero esa obra que construimos después del diluvio no duró mucho. Unos cientos de años después, la pampa en la cual estaba construido Chavín, se hundió con toda la obra. Tiempo después, los terrestres intentaron imitar la obra hundida y

construyeron el Chavín que estamos viendo. Esta obra contiene mucha sabiduría, y toda esa ilustración fue anotada en los quipus, pero como los terrícolas de ahora dejaron de leer quipus no pueden conocer los pormenores de esas obras hechas en la antigüedad, que son la única historia constante de aquellas épocas. Pero los terrícolas no tienen la culpa de eso.

—¿De qué culpa está usted librando a nosotros de la Tierra?, ¿quiere explicarme eso? —interrogó Fernando, con curiosidad.

—Sí, con mucho agrado, amigo, —respondió Noy, luego prosiguió: Cuando nosotros hicimos éstas y otras obras en la Tierra, antes y después de la catástrofe que ustedes llaman diluvio, los apunianos que habían poblado la Tierra, en aquellos tiempos tenían la mente positivizada por completo y todo lo resolvían mentalmente; no tenían necesidad de escritura. Luego hicieron quipus y en ellos anotaban lo más importante. Con el tiempo, la negatividad de los rayos solares y otras de la atmósfera espacial desactivaron la mente de los apunianos que vivían en la Tierra como habitantes y quedaron con la mente de poderes neutralizados y así se olvidaron de todo lo que había sucedido desde que apareció la vida y antes de eso, y como todavía no habían inventado la escritura, todos los trabajos y Sucesos quedaron sin explicación detallada.

—¿Ustedes en el planeta Apu no utilizan escritura? preguntó Fernando.

—No, en Apu, amigo, no existen libros ni escritura, todo se resuelve con el poder mental y las pantallas de tiempo.

—Dime Noy, ¿desde cuándo ustedes están viniendo de Apu a la Tierra?

—Desde que la hemos poblado, amigo. Yo estoy viniendo a la Tierra desde que tenía veinte años terrestres de vida. En aquel entonces empecé a viajar por el Universo y la mayor parte del tiempo de mi viaje la estoy utilizando en la Tierra, para ayudar a los hermanos terrícolas en su desarrollo social y científico y para que activen sus poderes mentales.

—¿Qué es eso de activar la mente? ¿Quieres explicármelo, Noy?

—Sí, amigo Fernando; lo haré con alegría. Para nosotros en Apu explicar lo desconocido a los demás es un deber sagrado de allí provienen las palabras que utilizamos en nuestro saludo y que son: “Todo por los Demás”, en lugar de Buenos Días que emplean en la Tierra y "No lo Olvidaré” en lugar de Gracias. Los sabios de la Tierra, Fernando, dicen que la mente de, los terrestres, su cerebro, sólo trabaja diez por ciento, pero la mente, o cerebro de los apunianos trabaja ciento por ciento, siendo idéntica la cantidad de masa encefálica de los terrestres y de los apunianos. La única diferencia es, que el cerebro de los terrestres está paralizado por los rayos solares y sólo trabaja, según los científicos terrestres, diez por ciento y ese ochenta por ciento de su capacidad es egoísmo y el guste, por eso las palabras que más pronuncian los terrícolas son: “yo” “mío”, "tuyo “a mí me gusta”. Estas palabras no existen. en el diccionario apuniano —afirmó.

—¿Cuántos años tienes tú, Noy? —preguntó Fernando, sorprendido.

—Para escribirlos en los números terrestres se necesita, el número “dos” más doscientos ceros a su derecha.

—¿Cuántas veces has venido a la Tierra?

—Dos mil veces, Fernando; pero he vivido en la Tierra cientos de millones de años terrestres, en total, y he encarnado en mi vida terrestre novecientas personas en diferentes épocas.

—¿Qué es eso de encarnar en la vida terrestre, por favor, Noy, podrías explicármelo?

—Sí, amigo Fernando, lo haré con agrado. La encarnación la hacemos en dos formas. Hay momentos cuando se necesita hacer la encarnación momentánea de una persona especialmente necesaria, como para representar algún personaje, para evitar sucesos negativos y así ayudar a los demás. La segunda forma se hace cuando es necesario ayudar a los demás con los inventos científicos y para que los terrícolas crean que ellos han solucionado sus problemas, que son capaces de hacerlo y que se ocupan de pensar, trabajar y estudiar para ser mejor de lo que son. Así es, amigo, la primera forma que utilizamos es una transformación instantánea en cosas, animales o personas que se necesita para una acción positiva, pero la segunda forma la realizamos

de la manera siguiente: el apuniano para solucionar el problema negativo que daña a la sociedad terrestre, se desintegra en minius cerca de una mujer que tenga semanas de embarazo y forma un halo invisible de sus células desintegradas alrededor de la madre. Así según la criatura.va creciendo, absorbe minius de las células del apuniano desintegrado, a través de los poros de la piel materna, y a través de la respiración de la madre y de los alimentos que ella ingiere y así quedan átomos de las células del niño formadas con partículas del apuniano desintegrado, y cuando el niño nace, es un perfecto apuniano, y sabe que ha venido para cumplir con su deber de enseñar, guiar y ayudar a los demás seres —terminó; mientras Noy explicaba a Fernando la encarnación, desintegración e integración, Carlos y Manuel estaban escuchando y todo eso les provocaba una risa burlona pero se esforzaban para parecer que escuchaban a Noy con atención.

—Nunca he escuchado a un charlatán de esta clase —me dijo Carlos al oído.

—Yo tampoco —le respondí murmurando. Manuel sonrió, calló algunos instantes, se puso serio y con voz sonora preguntó—: Oiga usted señor Noy ¿ha encarnado alguna vez una persona en el Perú?

—Sí, amigo Manuel; la última vez que encarné una persona en el Perú fue el hombre que ustedes conocen por el nombre de Daniel Alcides Carrión.

—¡¿Qué?! —exclamó Manuel sorprendido. Carlos, Fernando y yo, permanecimos callados. A pesar que no sabíamos de quien se trataba y que por ser extranjeros no conocíamos la historia del Perú, la exclamación de Manuel nos indicó que se trataba de una persona interesante. .

—Sí, amigo Manuel —reiteró Noy— encarné a Daniel Alcides Carrión, para así detener una epidemia que había matado dos millones cincuenta personas desde la llegada de los españoles a esta parte del mundo. Los Incas habían logrado dominar la verruga por completo, pero cuando fueron invadidos huyeron a la montaña y la enfermedad avanzó violentamente matando a los peruanos, los españoles y sus familias, y amenazaba seriamente la salud de pueblos del Perú, Bolivia y Ecuador. En el siglo dieciocho me encontraba trabajando en el continente de América y decidí intervenir para salvar a los

demás de una enfermedad que la Tierra había adquirido durante su viaje por el espacio sideral hacían mil ochocientos años mientras hacía su rotación alrededor del Sol. En aquel viaje, la Tierra pasó por una zona afectada de negatividad creada por fenómenos universales que contagió a las plantas, a los seres, y a la vida en general. Unas decenas de años después, casi toda la superficie de la Tierra quedó limpia de aquel contagio; sólo quedó afectada la parte que hoy es América del Sur, alrededor de la línea ecuatorial, a causa de las condiciones climáticas que en aquellos lugares existen, y esa enfermedad obstaculizaba la vida en general.

—¿Por qué estabas en la Tierra en aquel entonces, Noy? —preguntó Carlos con gesto burlón, pues la presencia del extraterrestre le era racionalmente inadmisible, y le sonaba como una simple cantaleta inventada por algún charlatán que había venido quién sabe de dónde.

Noy se volteó hacia Carlos mostrando una sonrisa suave que las personas muestran al sentir agrado de hablar, luego explicó.

—Amigo, el que pregunta, quiere saber más de lo que sabe y ésta es una acción positiva, no lo olvidaré —dijo, luego prosiguió—: En aquella época, cuando yo estuve en la Tierra, los terrícolas hacían guerras y destruían las vidas de las personas, plantas y animales; por eso me ocupaba de atenuar la destrucción en lo que estaba a mi alcance.

—Usted dice Noy, que los terrícolas hacen muchas guerras. ¿Acaso ustedes en Apu no usan la guerra?

—En Apu, amigo, la vida celular es lo más sagrado. Hace trillones de años terrestres que hemos vencido la muerte, y a partir de ese tiempo en Apu no muere planta, animal ni persona. La mayor parte del tiempo que viajo por el Universo, lo paso en la Tierra porque ella es parte de Apu y los terrestres son parte de los apunianos. Así, pues, amigo, en el año 1855, vine a la ciudad de Cerro de Paseo, y empecé a visitar los centros mineros de la región buscando que alguien me diera trabajo en las minas para así intentar limpiar aquel lugar de la enfermedad llamada Verruga Peruana, que estaba matando la vida de los seres durante cientos de años. Me empleé como cargador y descargador de mulas que transportaban el mineral de las minas. Las minas eran propiedad de

un señor que se apellidaba Valdivieso y el trabajo que me dio me favorecía para estar entre la gente y así poder buscar alguna dama positiva que hubiera nacido para colaborar desinteresadamente por el bien de los demás.

—Disculpe, amigo Noy. Le escuché decir las palabras, durante la conversación, que son, “No lo olvidaré” y “Todo por los demás” ¿Tienen algún significada especial o son expresiones comunes? —interrumpió Fernando.

—Gracias por preguntarme, amigo Fernando; el saber es el guía de la vida y el alimento del alma para las personas positivas. Las palabras “No lo olvidaré” y “Todo por los demás” en nuestro hablar en Apu, reemplazan a las palabras que ustedes utilizan en la Tierra como “Buenos Días” y “Gracias”. En Apu para agradecer se dice “No lo olvidaré” y para saludar en lugar de “Buenos Días” “Buenas” o “Buenas Noches”, se dice “Todo por los demás”. Para los apunianos la vida celular es venerable y todas nuestras acciones son dirigidas por la sabiduría de ayudar a los demás y así los iones positivos memorizan permanentemente todos los hechos que uno ejecuta en favor o en contra de los demás —subrayó Noy, luego prosiguió. En la mina del señor Valdivieso estaban trabajando 35 hombres. La mayoría eran jóvenes cuyas edades oscilaban entre quince y veinticinco años. El capataz me explicó que mi trabajo sería ayudar a cargar y descargar caballos y mulas que utilizaban para transportar minerales de la mina a la ciudad. En el transcurso del camino, que duraba algunas horas, yo contactaba con las personas del lugar y así conseguiría conocidos y amigos. Ya había trabajado en la mina un año y meses, cuando de pronto encontré la persona positiva que se preocupaba por los demás seres y con eso confirmaba ser capaz de colaborar en la realización de lo necesario por el bien del prójimo.

—Un día, me dirigía con las mulas cargadas de mineral y dos compañeros que me ayudaban en el trabajo, para dejar la carga en la ciudad de Cerro de Paseo. Cuando estábamos pasando por una calle, entrando en la ciudad, de pronto la puerta de una casa se abrió y salió un perro corriendo. Tras el perro apareció un hombre con pistola en la mano; apuntó al perro y disparó. El animal dio un grito de dolor y cayó al suelo.

—¡Muérete, diablo pestilente!, ¿por qué te has comido mi pan? —gritó el hombre, luego entró en la casa y cerró la puerta. En ese momento pasaba por el lugar una mujer joven, cargando una bolsa con las cosas que había comprado en el mercado para el consumo diario. Se acercó al perro corriendo, lo acarició, sacó de su bolsa un pedazo de queso y se lo dio. El perro se levantó con dificultad, comió el queso y se tendió de nuevo. Dije a mis compañeros que prosiguieran con la carga, que la dejaran en la estación del tren y que regresaran a la mina. Ellos prosiguieron y yo empecé a conversar con aquella mujer que acababa de hacer una obra positiva, tratando de disminuir los sufrimientos a un ser. La saludé. Me respondió de mala gana porque pensaba que yo también iba a maltratar al perro, más cuando me incliné y empecé a acariciarlo, la mujer sonrió. Descubrí que la bala había sólo rozado la pata anterior derecha del perro haciéndole una leve herida. Reuní los iones positivos y le cicatricé la herida sin que la mujer se diera cuenta. Lo levanté y lo acaricié.

—Está herido, pobrecito, cuidado, no lo muevas —exclamó la mujer.

—Sólo está asustado, señora, no tiene herida en ninguna parte de su cuerpo, con el queso que usted acaba de darle ya se recuperó —ella me miró, sonrió y dijo:

—Dicen los sabios que el perro es el amigo del hombre; entonces si no ayudamos a los amigos ¿a quién Vamos a ayudar? Este perro tiene hambre, se comió un pan y su amo, en lugar de darle de comer, lo quiere matar. La obra sagrada es ayudar a los seres, enseñarles y protegerlos pero no matarlos. El que trata de agredir a otro ser no merece pertenecer a la sociedad humana —subrayó la dama con énfasis.

—Conversando con ella me enteré que se llamaba Dolores García y era conviviente de Baltazar Carrión, médico ecuatoriano que trabajaba en la mina Ocroyac, cercana a la de Quinchacocha, donde yo desempeñaba trabajo como cargador Por medio de los iones positivos me entere que la mujer estaba encinta desde hacía apenas quince días. Decidí entonces desintegrarme en minius, las partículas más pequeñas que existen, formar un halo invisible, de minius, alrededor de Dolores, para que así el niño que estaba formándose en su vientre, absorbiera mis minius por medio de la respiración y poros de la

piel materna mientras estaba en su vientre, de modo que cuando naciese, fuese yo mismo con todos los poderes apunianos, pero físicamente estaría en forma de una persona común de la aldea, para así poder actuar ayudando a los demás como un simple lugareño, para que las personas aprendieran a tomar decisiones positivas y tratar de ser mejores de lo que son. La entretuve unos minutos conversando e hice que se le acercaran tres mujeres para conversarle sobre el perro que había cesado de gritar y otros asuntos del lugar. Mientras tanto, yo aproveché un momento para que no se dieran cuenta de mi súbita desaparición, me desintegré y formé un halo de mis minius invisible alrededor de Dolores, que la acompañaría hasta que naciera el bebé. Nueve meses después, o sea el día jueves 13 de agosto de 1857, en la aldea Quiulacocha, a 4 kilómetros de la ciudad de Cerro de Paseo, en una casita de madera, la señora Dolores García dio a luz a un niño que en realidad era yo con toda la sabiduría apuniana. La señora Dolores fue atendida en el parto por mi “padre” el médico Baltazar Carrión, y así Ocurrió sin problemas mi nacimiento número 793 en la Tierra, desde que intervine para salvar a los terrícolas del diluvio.

El relato de tantos nacimientos que Noy decía haber tenido en la Tierra hizo pensar a Fernando, Carlos y Manuel, que estaba bromeando con nosotros y nos reíamos a carcajadas. Manuel daba vueltas riéndose a toda voz, como si estuviese viendo algo muy cómico.

—¿Qué hiciste como niño apuniano, después de nacer? —preguntó Carlos con tono burlón.

—Me bautizaron en una parroquia de San Miguel de Chaurimarca con el nombre de Daniel Alcides Carrión y mi padrino fue José María Romero, un hombre bueno y trabajador. Mi padre era bohemio y no se preocupaba mucho por el bienestar familiar. Así, mi madre con apoyo de mi padrino, mantenía nuestro hogar para que tuviese lo necesario para vivir. Cuando tuve edad para ir a la escuela, me matricularon en la única escuela que en aquel entonces había en la ciudad de Cerro de Paseo, en la cual atendían sólo dos profesores, que se habían repartido la enseñanza en dos grupos. El más joven enseñaba cursos de primaria y el de mayor edad los de secundaria, pero todos los alumnos se reunían en un solo local que servía en la mañana para los de primaria y en la tarde para los que estudiaban la secundaria. Así empecé a

estudiar en aquella escuela, tratando de positivizar maestros y. alumnos sin que ellos se dieran cuenta de mi ayuda. Cuando cumplí los ocho años de edad mi padre murió en un accidente y eso originó un sufrimiento inexplicable para mi madre. A pesar que la muerte no es tan monstruosa como la consideran los terrícolas, yo acompañaba también a mi madre en los sufrimientos y así aprovechaba para positivizarla y hacer que comprendiera el porqué de la vida y de la muerte. Con el pasar del tiempo, mi madre conoció a un señor, Alejandro Valdivieso, y eso le trajo alivio, porque la compañía de su nuevo amigo le agradaba mucho. Cuando cumplí 13 años de edad, mi madre y el señor Valdivieso me enviaron a Lima para seguir estudios de educación secundaria en el colegio “Nuestra Señora de Guadalupe”. Para viajar a Lima, me dieron un caballo de carga, lo monté y junto con los cargadores de mineral salí de Cerro de Pasco para Lima. El viaje duró cinco días y cuándo llegué, con recomendaciones de mi padrastro, me matriculé en el colegio Guadalupe, en estudios de humanidades. Cuando terminé los estudios necesarios para seguir una profesión, me matriculé en la Facultad de Medicina de San Fernando, de la Universidad Mayor de San Marcos, el día 12 de abril del año 1880. Hice eso porque era indispensable llegar a ser estudiante de medicina o médico, para obtener la autoridad científica y explicar a los terrícolas la forma cómo pueden eliminar la enfermedad de la verruga que en el Perú, Chile, Bolivia y Ecuador mataba miles de personas anualmente.

—En aquella época, los terrícolas estudiosos, apoyados por los apunianos, entregaban a la humanidad una cantidad de poderosos descubrimientos para ayudar a las personas en el futuro y yo me ocupaba en buscar la manera de explicarles y positivizar a los peruanos para que conocieran científicamente, el modo de uso y la composición de medicinas que les entregaba, desconocidas hasta entonces. Era una época en la cual la Tierra durante su viaje por el espacio sideral, atravesaba zonas afectadas con negatividad y eso ejercía una influencia drástica en la mente de los terrestres, provocando guerras, violencia y todo lo que inspiraba egoísmo descontrolado por todas partes de la Tierra. Entre los países sudamericanos también aparecieron manifestaciones agresivas.

—El día 5 de abril del año 1879, el gobierno de Chile había declarado la guerra al Perú y yo decidí también intentar dar término a esa gran negatividad

lo más pronto posible. El día 3 de enero de 1881 los soldados chilenos ocuparon el distrito dé Chorrillos, y tomaron prisionero al Coronel del Ejército Peruano Miguel Iglesias, que comandaba la defensa de esa zona: Durante el combate, el Coronel había sufrido una lesión en la pierna izquierda. Cuando fue liberado y antes de partir para la sierra, decidió curar sus males en el hospital Dos de Mayo, el único que atendía a los enfermos en esos días y donde yo estaba haciendo prácticas y estudios. Lo trajeron una mañana, al amanecer. Era un hombre positivo y las monstruosidades de la guerra le originaban sufrimientos que lo agobiaban. Aquel sentimiento del Coronel me confirmó que él podría participar positivamente en la propuesta de un trato amistoso con los jefes militares chilenos y así llegar a un acuerdo positivo para terminar con el desastre bélico. Me acordé de la escena que había presenciado el día anterior, en una calle de Lima, mientras intentaba auxiliar a un soldado herido. De una casa salió un niño corriendo tras su gatito que se había escapado. Los soldados peruanos y chilenos se disparaban, matándose en las calles. Una bala atravesó el muslo de la pierna izquierda del niño y cayó en el suelo. En eso, un soldado chileno corrió hacia el niño para sacarlo del campo de batalla, pero apenas extendió su mano para agarrarlo, una bala le atravesó la frente y cayó sin vida al lado del niño. En eso la madre del pequeño salió sollozando y corrió para auxiliar a su hijo, pero antes que llegara donde yacía el niño y el soldado, fue muerta a balazos. Pero el niño seguía llorando. De pronto un soldado peruano también intentó salvar al niño, pero antes de llegar donde el pequeño, cayó al suelo con el cráneo destrozado por varios balazos. En eso, un soldado chileno corrió donde el niño, lo tomó en los brazos y corrió, pero justo cuando llegó al escondite cayó muerto por las balas. Aquella triste escena fue una clara señal de que una gran mayoría de las personas quieren la vida, la amistad, la paz y no la guerra. Decidí entonces positivizar al Coronel Iglesias, para que, él como guerrero, padre, hermano, hijo y comandante, intentara poner fin a la destrucción de vidas humanas, el más sagrado donativo que Dios otorga a los seres. Mientras le atendía sus heridas, empecé a conversarle sobre la guerra.

—La paz es la energía divina que nutre la vida de todo lo existente, pero su peor enemigo es el egoísmo —me dijo el Coronel mirándome a los ojos— los hombres hacen la guerra para satisfacer a su egoísmo —subrayó.

—Me di cuenta que el Coronel era un hombre positivo y eso me agradó. Hablamos varias horas sobre la destrucción que las guerras producen en la vida humana.

—El que cultiva la paz, está imitando a Dios. La paz, el amor y la vida son creaciones santificadas y las personas deben cultivarlas y alimentarias para tener siempre la sagrada belleza de la paz —le dije, mientras mentalmente ordenaba a los iones positivos que lo imanaran positivamente. El Coronel me miró sorprendido como si se esforzara por preguntarme “y tú ¿qué sabes de esas cosas?”. Luego se tranquilizó y preguntó:

—¿Qué crees tú que yo pueda hacer para que se interrumpa esta guerra?

—Es difícil arriesgarse, mi Coronel, pero a pesar de todo, el que desea imitar a Dios debe adorar la paz, porque la paz es siempre mejor que la guerra, y si se decide sinceramente detener la muerte y los sufrimientos, usted puede intentarlo, pero antes hay que utilizar la regla sagrada, la que garantiza que se cumple lo previsto.

—¿Cuál es la regla?¿Quieres decírmela? —me preguntó en tono desesperado.

—Sí, mi Coronel. Tal vez no le guste, pero es mejor saber que ignorar, mas, usted verá si la utiliza o no. Antes de intentar realizar lo previsto, se debe meditar sobre lo positivo y negativo que puede ocasionar el trabajo que pensamos hacer. Lo segundo es, tomar la decisión, y lo tercero actuar. El Coronel sonrió y se puso pensativo. —Me gusta la regla; trataré de practicarla —respondió. Lo ayudé por medio de los iones positivos y así se puso bien en tres días. Cuando sanó, nos despedimos fraternalmente y me alegré que estuviera ya positivizado para hacer bien a los demás. Yo me dediqué a positivizar a los comandantes del ejército chileno y me aseguré por completo, que el Coronel Iglesias pronto empezaría a hacer todo lo que le fuese posible para cambiar la guerra por la paz. Así, pues, amigo, el Coronel Iglesias, el 31 de agosto del año 1882 desde un lugar llamado Montón en Cajamarca, hizo un manifiesto a la Nación Peruana pronunciándose por la paz con el pueblo chileno, lo que originó que se firmara el acuerdo de paz con Chile, el día 20 de octubre del año 1883, conocido como Tratado de Ancón, que puso fin a la

guerra de los pueblos del Perú y Chile. Después que logré que se firmara el tratado de paz, me puse en acción, para detener la enfermedad de la Verruga Peruana —dijo Noy sonriendo. Carlos, Aztel y yo estábamos escuchando la explicación de Noy, mientras Fernando y Manuel se sentían aburridos por escuchar esclarecimientos de Noy sobre su participación en el tratado para poner fin a la Guerra del Pacífico. Como no conocíamos la historia de aquel conflicto no le hicimos ninguna pregunta.

—¿Qué hiciste para detener la enfermedad de la verruga?, ¿quieres contarnos? —preguntó Fernando en tono burlón.

—Sí, amigo, con mucho agrado —respondió Noy, mientras Aztel jugaba con una palomita en una armonía tan especial, como si hubieran crecido juntos. Carlos y Manuel se sorprendieron, cuando vieron que la avecilla se paraba en el hombro de Aztel y le picaba la oreja, como para limpiársela.

—Cada ser tiene su belleza y su negatividad, adquirida por la influencia de los rayos solares, por eso, siempre hay que hacer el intento de despertar con finura el sentido positivo de los seres y hacer que la unión se nutra con la belleza que las personas poseen, para así positivizando, conseguir disminuir el egoísmo y aprender a corregir lo negativo en los gustos —explicó Aztel, sonriendo. Noy mostró un gesto alegre por la explicación de Aztel, luego puso su mano derecha sobre el hombro de Femando y dijo:

—Me preguntaste qué hice para detener el avance de la Verruga Peruana y te explicaré, pero antes, les pediré un favor, que me escuchen lo que les voy a decir. Yo sé que ustedes no creen lo que les estoy contando y que todo les parece burla y engaños. Amigos, por favor, créanme que yo no les estoy contando todo esto, para que me crean que les estoy diciendo la verdad y no me molesta que ustedes piensen que soy charlatán y bromista; les pido, más bien que no crean lo que les estoy contando excepto si encuentran alguna razón que les conduzca a dar crédito a algo de lo que les estoy narrando. Mi deber es contar los sucesos cuando me piden que lo haga, sólo para que quede una constancia que pueda servir para algo. ¿Están de acuerdo con esto?

—Sí, y de sobra, amigo Noy. Nadie en esta época puede dar crédito a lo que nos estás contado; pero según el dicho, cualquier cuento es mejor saberlo que desconocerlo, y el que más sabe menos ignora —respondió Fernando.

—No lo olvidaré, Fernando; ahora vamos a charlar —respondió Noy y continuó—. Durante la Guerra del Pacífico yo me encontraba colaborando en el bien del prójimo, en el hospital Dos de Mayo y el mayor tiempo me dedicaba a coleccionar las historias de los enfermos de verruga que venían a los hospitales San Bartolomé, Santa Ana y Dos de Mayo. Aquellas historias me servían para sacar de ellas datos de los análisis que habían hecho en los hospitales. Luego me dirigía al laboratorio con los médicos y allí por medio de mi sabiduría encontraba en los análisis que hacíamos, los nuevos descubrimientos y los mostraba a los médicos que me acompañaban para que conozcan resultados desconocidos hasta entonces, y con éxito combatieran la enfermedad de la verruga. Así fue como en el amanecer del día lunes 27 de agosto del año 1885, decidí inocularme la sangre con el microbio de la Verruga Peruana, extraída por raspado de una verruga de la enferma Carmen Paredes de 15 años de edad, que tenía una verruga en la mejilla derecha, otra en la ceja, y todo su cuerpo infectado. Comuniqué mi decisión al médico, doctor Evaristo Chávez, que era mi íntimo amigo; Evaristo trató de convencerme suplicando que no hiciera ese experimento, sumamente peligroso, pero yo durante la conversación le dije: “Amigo Evaristo, agradezco fraternalmente tu preocupación por mi vida. Con este intento estás demostrando tu sincero deseo por el bien de los demás y eso merece un reconocimiento especial. Pero nuestro deber es hacer todo por los demás. Cuando me inocule, te informaré de todas las consecuencias y manifestaciones que el contagio produce en mi cuerpo; te lo explicaré científicamente, para que así, conociendo los cambios del organismo, se pueda encontrar una fórmula infaliblemente segura para combatir la verruga, que ha matado millones de personas desde su aparición y que amenaza exterminar a la población en ciertos lugares del Perú y de los países vecinos. Creo yo, amigo Evaristo que si alguien con arriesgar su vida salvara de la muerte a millones de personas y pusiera fin para siempre a la enfermedad asesina, estaría cumpliendo un deber sagrado de hacer todo por los demás y que debe cumplirse. Jesucristo murió para salvar a la Humanidad y creo que debemos

seguir su ejemplo. “Estoy de acuerdo con tu pensamiento Daniel, pero tengo miedo por tu vida; por eso te digo que no lo hagas, pero si así lo has decidido estoy a tus órdenes, amigo; dime, y lo que tenga que hacer, lo haré con tristeza, porque está en peligro tu vida, pero también con agrado, por obedecer tu decisión sagrada y positiva por el bien de los demás”. “Entonces, anda saca raspaduras de las verrugas de Carmen” —le dije. El salió. A las diez de la mañana del mismo día llamé a mi amigo, el doctor Evaristo Chávez y sonriendo le pregunté— “¿Has preparado la sustancia para inocularme?” “Sí, amigo” —respondió mirándome; luego continuó—: “He sacado la secreción por medio de raspaduras de la verrugas de la niña Carmen Paredes, tal como hemos acordado; tengo un pomo lleno de veneno. Aquí está, míralo”. “Trae una jeringa y manos a la obra señor doctor” le dije extendiendo el brazo derecho. Evaristo trajo la jeringa y el pomo con la sustancia de microbios y me inoculó dos veces en cada brazo, en el lugar donde acostumbraban poner la vacuna. Cuando terminó de inyectar, le dije qué tomara lápiz y cuaderno y que permaneciese a mi lado, para que siguiera anotando todas mis explicaciones, que yo le dictaría sobre los efectos que la inoculación provocaba en mi organismo y también los remedios que se deberían usar con los próximos enfermos, porque la mayoría de esas medicinas aún no existían y por eso a mí, él no me las podía aplicar —nos explicó Noy. Mientras Noy contaba lo sucedido, cuando había ofrecido su vida por el bien de los demás, Carlos y Fernando anotaban algunas explicaciones que les parecían interesantes, no por creer que eran verídicas sino simplemente como charlatanería de un experto charlatán que sólo intentaba pasarse por sabio. De pronto, las carcajadas de Manuel resonaron violentamente. Miramos para allá, y vimos que Aztel y Manuel se divertían con aves y mariposas como si estuviera en un circo y mientras estábamos observando aquella diversión, Noy miró a Fernando a los ojos y dijo—: Así, pues amigo cada hora yo explicaba al doctor Evaristo los diferentes efectos que los microbios de la verruga provocaban en mi cuerpo, que él los anotara. El día 8 de setiembre, pedí a Evaristo un lápiz y algunas hojas de papel. “Para qué te vas a molestar t en anotar los síntomas provocados por la verruga, si yo estoy anotando tu explicación —me dijo Evaristo, pensando que pedía papel para eso—. Necesito papel para escribir una carta a mi madre; quiero decirle que me encuentro bien de salud, avanzando en el trabajo —le dije sonriendo. Él se apresuró en traerme lápiz y

papel. En pocos minutos la carta estaba lista. La envié aquel mismo día con el mensajero del hospital que llevaba correspondencia para la ciudad de Cerro de Pasco, donde se encontraba mi madre.

—El día 18 de setiembre aparecieron los primeros dolores fuertes en mi pierna izquierda. Yo los hubiera podido neutralizar, pero mi único propósito era que el doctor Evaristo con sus estudios y mi explicación examinara los más pequeños cambios, dolores, fiebres y molestias, para que así él estuviera convencido del gran valor que tenía su nuevo descubrimiento y así lograra combatir la enfermedad de la verruga y también enseñar a los demás profesionales.

—El día 19 por la tarde, sentí intensos calambres en mis músculos, que a veces me impedían los movimientos. Los dolores en general aumentaban a cada instante, acompañados de un sinnúmero de manifestaciones, y mis compañeros médicos y enfermeras los anotaban tal como yo les explicaba detalladamente. El día 5 de octubre mi cuerpo había cumplido con experimentar todas las manifestaciones conocidas y desconocidas de la enfermedad, y que la ciencia de la medicina las estaba estudiando. A las ocho horas de la mañana, del día 5 de octubre de 1885, llamé a mi amigo, el doctor Evaristo, le expliqué algunos descubrimientos nuevos, que había anotado sin comentarlos con nadie y sonriendo le dije—: Acuérdate, amigo, que ayudar a los demás seres es lo más sagrado de nuestra vida y nunca debes olvidar las palabras, Todo por los Demás. Me despedí de los amigos presentes y les recordé que la amistad, el trabajo y el estudio son la fuente de la vida y eso no se debe olvidar, nunca. Anoté en mi cuaderno la nueva medicina que debería utilizarse para combatir la verruga, la alimentación debería darse a los enfermos y otros datos que mis amigos médicos no conocían aún y que entregué a Evaristo. A las once y media de la noche, me integré en mi cuerpo anterior, dejé mi imagen de muerte en el hospital y me fui a saludar a mi madre. Le dije que me sentía bien y que estaría ausente por unos meses y partí a Roma, para intervenir positivamente y tratar de pacificar a los países europeos qué en aquella época se encontraban en conflictos, amenazando la paz en la Tierra —nos explicó Noy y mirando a Carlos y Femando les dijo—:

Amigos, les pido un favor especial, útil para ustedes y para mí —habló poniéndose serio y mostrando en su rostro una expresión suplicante.

—¿De qué se trata, amigo? Si para nosotros es posible, lo haremos con mucho gusto —respondieron Carlos, Fernando y Manuel, casi a una sola voz.

—Les ruego que me acompañen a entrar en nuestra avioneta; en ella hay unos aparatos que nosotros llamamos “pantalla de tiempo” y ellos nos van a mostrar, para que veamos en vivo todas las acciones y personas de las que hemos hablado y de las que vamos a hablar en el futuro.

—¿Qué quiere nuestro amigo?, ¿sabes tú algo de esto? —me preguntaron Carlos y Fernando, confundidos.

—No deben temer a nada. Son unos aparatos de vidrio empotrados en la pared de la avioneta, pero hacen ver todo lo que uno quiere, puedes ver lo que ha sucedido desde que existe la vida del Universo, lo que está sucediendo ahora y lo que va a suceder en el futuro —les expliqué.

—Vamos entonces, amigos, —sugirieron Carlos y Fernando y Manuel y nos dirigimos junto con Noy y Aztel a la avioneta que se encontraba estacionada a unos doscientos metros de distancia.

Cuando nos acercamos, la puerta de la avioneta se abrió sin que nadie la tocara y desde adentro descendió una escalera de plástico, delgada, que se detuvo unos centímetros antes de tocar tierra. Como yo había tenido encuentros antes con esa gente y conocía las avionetas en su interior, empecé a subir para que Carlos, Fernando y Manuel no sintieran miedo. Ellos empezaron a subir enseguida. Adentro, la pared ovalada, pintada de un color raro que cada uno de nosotros la veíamos con un brillo diferente, según el agrado individual de las retinas de nuestros ojos.

—¡Qué rojo tan hermoso! —exclamó Carlos al entrar, refiriéndose al color de las paredes.

—Es delicioso y atrayente —le respondí, a pesar que yo veía las paredes pintadas de color violeta, que me inspiraba un deseo de permanecer viéndola para siempre. Mientras tanto, Manuel y Fernando estaban discutiendo sobre el

color del interior de la avioneta porque Manuel lo veía verde y Fernando de color amarillo. Nos sentamos en unas sillas, que se acomodaban al agrado de cada uno. Pero lo que más nos sorprendió cuando nos sentamos fue el indescriptible agrado que embargaba nuestro ser. No sentíamos el peso de nuestro cuerpo, como si no estuviéramos, y el inexplicable agrado síquico que nos ocasionaban las cosas y los colores de adentro y el aire de sabor indescriptible que aspirábamos nos imanaban con una satisfacción inexplicable que nos inspiraba la idea de quedarnos en la avioneta para siempre. De pronto, un perfume deleitante llenó el ambiente y nos acordamos de los perfumes, que según describe la Biblia, los Apóstoles usaban cuando se encontraban con el Señor. En eso, Noy empezó la conversación.

—Esta es la pantalla del tiempo, según la traducción de nuestro idioma al de ustedes, y de la cual les hablé hace unos minutos, Por medio de ella podemos ver en realidad, actos, personas, colores, formas y porqués de todo lo que deseamos mirar, sea de los tiempos pasados, presentes o futuros —explicó Noy, con expresión respetuosa, señalándonos un vidrio redondo de unos setenta centímetros de diámetro, empotrado en la pared frente a nosotros.

—¿Cómo se graba todo y tan exactamente en esta máquina, y cuál es la técnica que hace evidente y tan natural todo eso? —preguntaron Carlos y Fernando casi al mismo tiempo. Noy los miró con expresión de agrado, sonrió y dijo:

—Amigos, el espacio sideral cósmico está lleno de unas partículas invisibles para los ojos de los seres; esas partículas con sus vibraciones hacen que nos veamos, que nos oigamos y que nos movamos. Nosotros en Apu les hemos dado el nombre de iones positivos, porque componen células y átomos. Los iones positivos están compuestos de minius, que es la mínima partícula existente y la primera después de la nada. Esas ondas o iones positivos son la fuerza de la vida. Ellos graban en sí todo lo que ha sucedido desde que existen ellos y la vida. También reproducen sus grabaciones, solos, instantáneamente, o por medio de los aparatos especiales, cuando se les ordena mentalmente y hacen que todo se vea en forma exacta, con los más mínimos detalles, lo que se les ordena mostrarnos, tratándose del pasado o del presente, y en especial aconsejan mostrándonos el futuro, cómo hacer para que los sucesos futuros

salgan con resultados positivos. Por ejemplo, vamos a ver lo que les conté sobre Carrión y la verruga —dijo, y extendió su mano derecha con la palma abierta, hacia la pantalla. Al instante, la pantalla en la pared empezó a funcionar como un televisor de tamaño mediano, pero de claridad muy diferente, porque todas las figuras, personas, árboles, flores y animales se veían tan nítidos que parecían que el observador los pudiera tocar como si estuviera con ellas en el campo, en la casa o en el camino; yo ya había visto esas máquinas anteriormente en las avionetas extraterrestres, junto con los pastores en el Callejón de Huaylas, y cuyos tripulantes decían ser extraterrestres del planeta Apu; por eso lo que estábamos viendo no me llamaba mucho la atención, porque pensaba que los visitantes eran espías de alguna nación tecnificada y que nos estaban hipnotizando para que nos pareciera que estábamos viendo lo que ellos querían que viéramos, pero Carlos, Manuel y Fernando se quedaron mudos de sorpresa. Así, conmovidos, vimos toda la vida, trabajo y estudio de Daniel Alcides Carrión y conocimos a sus padres, sus amigos y a los gatos, perros y carneros, con los cuales jugaba cuando era niño. También conocimos un sinnúmero de detalles de la vida de Daniel, que Noy no había mencionado durante su narración detallando la vida que vivió como Daniel.

—¿Les gusta la explicación? —preguntó Noy sonriente.

—Es muy sorprendente; yo no creía que algo así existía en la Tierra —respondió Carlos. Se quedó en silencio por unos instantes y luego habló—: Señor Noy, ¿usted no se molestará si le pregunto una cosa que se me ocurrió? ‘ .

—No, amigo Carlos, al contrario, las personas que preguntan desean saber más, y el que más sabe menos ignora; así que, pregunte con confianza.

—Gracias, amigo Noy. Yo quisiera saber si es cierto lo que vemos en la pantalla con tanta perfección, o nos está hipnotizando para que veamos lo que usted quiere.

—Tienes derecho de preguntar eso, Carlos, yo ya sabía que tu mente no aceptaba por ciertas las formas y los colores de lo que estamos viendo en la

máquina, pero hay una cosa. Te pido por favor, piensa unos instantes en algo que haya sucedido contigo en tu niñez, en tu juventud o con algunos de tus familiares, y ordena mentalmente a la máquina que lo muestre. Así sabremos si estamos viendo lo que ha sucedido en realidad, o estamos hipnotizados para ver imaginaciones. ¿Lo vas a hacer Carlos?

—preguntó Noy amablemente. .

—Sí, amigo Noy, lo haré enseguida —respondió, se puso serio, luego pensativo y miró hacia la pantalla. De pronto, en la proyección de la pantalla apareció Carlos cuando había sido niño, corriendo tras unos carneros con un zapato en la mano y otro puesto en el pie izquierdo. Tras Carlos apareció la madre persiguiéndolo y gritando: “Te agarraré malcriado y me pagarás porque has dejado que los carneros comieran las plantas en el jardín!” Nos sorprendimos todos, Carlos se paró, empezó a reírse a carcajadas, se acercó a Noy y le dijo:

—Gracias, amigo Noy. Lo que acabamos de ver es cierto; yo pensé en ello y ordené a la máquina que lo proyectara. Sinceramente, yo no creía que existiera un aparato que proyectara los acontecimientos pasados que uno le ordena, y además, con tanta precisión.

—Es cierto, Carlos, en la Tierra todavía no existen estos aparatos, pero pronto existirán, y se podrá ver todo el pasado, presente y consejos para que el futuro lo hagamos positivo —subrayó Noy, permaneció en silencio algunos instantes, luego continuó—: Lo más interesante de observar en la pantalla del tiempo es la formación del Universo, la formación de planetas, galaxias, estrellas, nubes, lluvia, viento y la vida de las plantas y de los seres. La Tierra, por ejemplo, tiene un pasado durante su formación; luego durante la composición de la galaxia y de su vida propia, que es el más sorprendente de todos los planetas del Universo, y el más interesante suceso que ha soportado la Tierra en su pasado, lo conserva sobre la superficie que hoy pertenece a la República del Perú —subrayó Noy con énfasis. Mientras la pantalla mostraba el caso en que Daniel Alcides Carrión curaba al Coronel Iglesias en el hospital Dos de Mayo, y le hablaba fraternalmente para positivizarlo con la intención de poner fin a la Guerra del Pacífico, Manuel y Aztel se nos acercaron y se sentaron al lado de Fernando.

—¿Qué cosa tan importante sucedió en la antigüedad sobre la superficie terrestre, hoy suelo peruano? —preguntó Fernando a Noy, que se encontraba sentado a su lado.

CAPÍTULO IV

LA VIDA EMPEZÓ EN AMÉRICA

Noy sonrió, quedó en silencio algunos instantes, como si tratara de tomar una decisión para hablar del asunto, nos miró a todos a los ojos, luego habló:

—Lo que les voy a contar sucedió hace un número de años terrestres que es 7 más quinientos ochenta y tres ceros a la derecha, según se escriben los números en la Tierra. El planeta Apu había ya adquirido todas las condiciones para sustentar la vida de los seres; tenía suelo fértil, y lo azotaban vientos y lluvias, pero no tenía aún seres vivientes. De pronto apareció un planeta de gran tamaño, color rosa, que estaba formado por células. Por la impulsión de un viento huracanado el planeta rojo, celular, chocó con la superficie de Apu, y al chocar quedó una gran cantidad de células pegadas y desparramadas, por la superficie apuniana de aquel lugar. Luego, con el tiempo, esas células empezaron a juntarse sobre el suelo húmedo, y principiaron a formar plantas, animales y personas. Desde que chocó el planeta colorado, celular, con la superficie de Apu, hasta que se formaron personas, plantas y animales, ese proceso duró, cinco más 583 ceros a la derecha de años terrestres y cuando todo fue perfeccionado, las personas en Apu adoraban aquel lugar del impacto como algo de lo más sagrado. Allí los apunianos formaron escuelas, donde todos practicaban sus enseñanzas y positivizaban la mente con la sabiduría universal. Unos siglos después, las pequeñas estrellas que débilmente alumbraban el planeta Apu, desde su formación, se apagaron, por acabarse sus minerales que originaban el fuego, y el planeta Apu quedó en la oscuridad. Los apunianos se apuraron y formaron grupos de iones positivos y los pusieron a girar alrededor del planeta para que lo alumbraran con perfecta positividad, ayudando la vida y desarrollo de plantas, animales y personas, nutriéndolos con máxima positividad, sin gusto ni egoísmo y sin el deseo de

matar para alimentarse con el cuerpo de los seres, ni de hacer daño a nada ni a nadie en el Universo.

—Así, pues —prosiguió Noy—, mientras la parte de Apu que hoy es la Tierra todavía formaba su superficie, antes de su explosión, los apunianos la consideraban lugar sagrado porque allí había chocado el planeta celular que dio la vida para seres de Apu, por eso los apunianos sienten una consideración especial para la Tierra —explicó Noy con ánimo.

—Dice usted, amigo, que la vida apuniana empezó en la Tierra, ¿cómo sucedió eso? —preguntó Carlos poniéndose serio mientras Fernando y Manuel proseguían conversando con Aztel, por considerar la explicación de Noy una charlatanería sin importancia.

—Sí, amigos, así se formó la vida en Apu —subrayó Noy—. Ahora veremos en la pantalla cómo se realizó todo eso, luego observaremos otros sucesos de tiempos pasados —explicó y tocó una mancha de color celeste que se encontraba en su sillón al alcance de su mano derecha. La pantalla mostró un inmenso planeta en el espacio sideral, que era tan grande que parecía no caber en el diámetro de la pantalla. Nos dimos cuenta, por la explicación de Noy, que aquella inmensidad era el planeta Apu en la época en que sólo era una masa de material desmenuzable que formaba el suelo sobre el cual no había vida de plantas, ni seres vivientes, lo único que velamos era uno que otro riachuelo cuyas aguas eran de un color blanco, parecía que servían como adorno a aquella inmensidad desierta. Esta fue la época en que; en Apu no había vida vegetal ni animal —dijo Noy, mirándonos. De pronto vimos en la pantalla que un planeta mediano de color rosa y muy atractivo, se acercaba hacia Apu con velocidad, por estar empujado por el viento.

—¿Qué bonito color tiene este planeta ¿Cómo se llama?— Preguntó Femando sorprendido.

—Éste es el planeta del cual les hablé. Está compuesto de células, y como no tiene mucho peso, se va sin rumbo por el espacio sideral. Fue el que sembró vida vegetal y animal en Apu; observen, enseguida verán todo el proceso —sugirió Noy. Aztel movió su palma hacia la pantalla y al instante la visión se

tomó clara y la pantalla aumentó de tamaño. El planeta celular que tenía color rosa fue empujado por el viento hacia Apu y en un momento rozó la superficie de su polo norte, y desvié su rumbo alejándose. Enseguida el suelo apuniano, rozado por el planeta empezó a cambiar de color. Primero se mostró de un color parecido al agua, luego se puso verde hasta que empezaron a aparecer plantas, yerbas y animales; luego personas.

—¿Tan rápido se realizó todo esto? —exclamaron Carlos y Fernando como burlándose.

—Amigos, nosotros estamos viendo la forma de desarrollo de la vida en Apu, más no la duración del tiempo en el que se efectuó. El proceso de la formación de vida en Apu ha durado el número cinco más quinientos ochenta y tres ceros a la derecha de años en números terrestres, pero como nosotros estamos apurados, y la pantalla reproduce tal como sucedió y sólo utiliza el tiempo necesario para que podamos comprender bien los sucesos, y si la escena no la comprendiéramos a la perfección, la pantalla de tiempo la volvería a reproducir hasta que nos demos cuenta por completo de todos los detalles de la explicación —aclaró Noy, con agrado. Y mientras Noy proseguía explicándonos el proceso, por la superficie apuniana aparecían plantas, aves, personas y toda clase de seres vivientes. Allá están los primeros hombres que aparecieron en Apu —exclamó Noy—. También veremos que el hombre es contemporáneo de las hormigas, por eso tienen en común, características como la de vivir en comunidad, de trabajar de día y de noche, permanecer adentro en sus viviendas. Esta fue la época en la cual empezó la vida en Apu, tal como lo acabamos de ver, primero chocó el planeta celular con la superficie apuniana; después las células que se quedaron en el suelo empezaron a juntarse y formaron de sí las diferentes formas de vida, y cuando todo se perfeccionó, el planeta Apu fue poblado con aquellos seres que con su positividad e inteligencia creaban nuevos inventos y los utilizaban para que su vida fuera más positiva para ellos y para el Universo. Habían inventado platillos voladores que volaban a una gran variación de velocidades, impulsados por los iones positivos y así podían sobrevolar todo su planeta y el Universo. Además de eso, habían adelantado en la ciencia para utilizar iones positivos en desintegración e integración de todas las células y las cosas existentes, en curar las células y hacerlas inmortales, disminuir o aumentar el

peso de las cosas y los seres, según se necesita y curar todas las enfermedades y alteraciones afectuosas que existen. Después que se desintegró la estrella que alumbraba al planeta Apu, los apunianos construyeron una central de iones positivos que gira alrededor del planeta Apu y alumbra con perfección toda la superficie del mismo. Así, pues, amigos, los apunianos tenían ya, una vida positiva y moderna, la única en el Universo que tenía la protección positiva de las negatividades siderales, hasta que un día sucedió algo inesperado.

—¿Qué fue lo que sucedió, amigo? —preguntó Carlos, poniéndose serio.

—En la profundidad del polo norte de Apu existía inmensa cantidad de minerales diferentes, donde predominaban el hidrógeno, el helio, el oxígeno, el calcio, el hierro y una abundancia de otros. Sucedió, cuando Apu pasó por una zona del espacio muy magnética y esa influencia del magnetismo en la excesiva abundancia de minerales, en el interior del polo norte de Apu, provocó una temperatura inexplicable. Los minerales empezaron a calentarse, enfriarse o arder a su manera sin que los apunianos se dieran cuenta de lo que estaba sucediendo en el interior del polo norte de su planeta, hasta que un día sucedió algo terrible.

—¿Qué cosa tan catastrófica ocurrió, Noy? —preguntaron Fernando y Carlos sorprendidos.

—Aquella temperatura que los minerales soportaban, aumentaba a cada instante, hasta que un día empezaron a arder como fuego y eso originó que esa parte de Apu explosionara en pedazos, y que de su interior saliera una enorme bola, once mil novecientas seis veces más grande que la Tierra, ardiendo en gigantescas llamas cada una de un color diferente. A la bola ardiente, los apunianos le dieron el nombre de SOMM, lo que en su idioma significa “destructor”. El sinnúmero de fragmentos de Apu que salieron despedidos por la explosión se dispersaron por el espacio a velocidades diferentes, formando con el tiempo agrupaciones de cuerpos celestes en el espacio que ustedes llaman planetas y galaxias —subrayó Noy. Calló por unos instantes como si trataría de recordar algo importante, y luego prosiguió—: Así pues, amigos,

cientos de años después de la explosión, cuando los apunianos acondicionaron para la vida la parte de Apu que había quedado entera, decidieron viajar por el espacio sideral para averiguar si algún apuniano. Hubiera quedado vivo, en las partes de Apu despedidas por la explosión, porque todavía no estaban activados los poderes mentales para ver lo que no se ve y saber lo desconocido. Dio la casualidad que encontraron la Galaxia hoy llamada Vía Láctea y en ella el planeta hoy llamado Tierra, alumbrado por el fuego de SOMM, hoy “Sol”, distante de la Tierra ciento cincuenta mil kilómetros y cuyos rayos de luz originaban seis mil grados de temperatura, y con un calor en su interior que oscila entre catorce y quince millones de grados. Cuando los apunianos encontraron la Tierra, se dieron cuenta que en su superficie estaba aquel lugar donde el planeta celular había originado la vida en Apu, y ese lugar, para ellos sagrado, atrajo su atención especial hacia la Tierra, y decidieron poblana. Pero la temperatura de más de 6000 grados con que el Sol abrigaba a la Tierra, hacía imposible la vida de seres en la superficie terrestre. Los apunianos, entonces, hicieron una nube invisible de los iones positivos y la colocaron alrededor de la Tierra, para que la protegiera y que sólo permitiera llegar la cantidad de grados de temperatura y de rayos solares necesaria para la vida de plantas y de seres vivientes. Luego hicieron manantiales, ríos y mares, trajeron los apunianos y poblaron la Tierra —subrayó Noy y luego añadió—: Por favor, miren a la pantalla; allí van a ver los pormenores de sucesos que para contarles tendríamos que permanecer juntos por varios meses.

Fernando y Carlos no desviaban sus miradas de la pantalla, mientras Manuel se entretenía con Aztel, y no daba mucha importancia a la conversación de Noy. Aquel aparato misterioso nos mostraba todo en sus mínimos detalles sobre la vida de Apu, su explosión, la formación de las galaxias y vida de la Tierra. También la pantalla nos mostró los detalles de. la existencia del Sol, nos mostró su negatividad, su positividad y muchas otras cosas sobre el Universo que yo ya había visto en las oportunidades anteriores y me hicieron volver a pensar que nuestros visitantes eran espías o charlatanes de alguna nación muy tecnificada y que nos hipnotizaban para que viéramos lo que ellos querían, y como no comprendíamos la mayor parte, no prestábamos mucha atención a nada. Mientras nos encontrábamos preocupados por encontrar la

respuesta de los misterios que estábamos observando en la pantalla, Noy miró a Carlos y sonriendo dijo:

—Así pues, amigos, les he mostrado el lugar donde empezó la vida en Apu. También han visto en la pantalla todo lo que ocurrió por la explosión de Apu y que aquel lugar donde empezó la vida, ahora pertenece a la Tierra. Por eso, cuando empezamos a buscar las partes de Apu por el Universo después de su explosión, y cuando encontramos la Tierra con el lugar donde empezó la vida en Apu, la poblamos enseguida. En la Tierra también existen cantidades de obras realizadas por nosotros antes de la explosión, y hay bastantes que hemos realizado durante la población y también después del diluvio —explicó Noy, mientras la pantalla seguía mostrando las realidades de su explicación.

—¿En qué parte de la Tierra se encuentra ahora ese lugar donde empezó la vida en Apu, que acabamos de ver en pantalla?, ¿cómo se llama ahora?, preguntó Fernando sonriente.

—Este lugar ahora es una región bastante diferente que antes, por haber soportado las negatividades del diluvio, pero mantiene más del cincuenta por ciento de la forma y características de aquella época cuando chocó el planeta celular con él, y cuando empezaron a aparecer en la superficie personas, animales y plantas. Ahora se llama Lago Titicaca, que pertenece a la región fronteriza entre Perú y Bolivia. Este lugar en idioma apuniano se llama Titka, que significa “principio de la vida”. Naturalmente ustedes los terrícolas lo llaman Titicaca, que es más fácil de pronunciar. Para los apunianos es un sitio de recuerdo significativo y que hasta ahora conserva señales de positividad, que son ecos de aquella época en que poblamos la Tierra. El primer lugar que poblamos en la Tierra fue Puno, porque en el Lago Titicaca todavía existía la humedad que había traído de Apu. Luego, desde Puno, los apunianos iban poblando toda la Tierra, erigiendo las esculturas de Urus, Aztel y otros apunianos que colaboraron en la población terrestre. En la superficie de las esculturas grabaron signos y señales que dejaron como ayuda y explicación para los que se quedaban a vivir en este lugar. En realidad, esos monumentos como los llaman ustedes, y otras obras que los apunianos han dejado por todas partes de la Tierra, eran como una enciclopedia de la enseñanza para los que poblaban la Tierra. En aquellos escritos había todo lo que era necesario para la

vida terrestre, como por ejemplo, cuándo cambian las estaciones del año, cuándo hay que sembrar, cosechar, cuándo los animales se reproducen, cómo se trata a las hembras cuando están preñadas, cómo cultivar la tierra, cómo curarse de las enfermedades, cómo defenderse de la negatividad de los rayos solares, qué diferencia hay entre la vida en el planeta Apu y en la Tierra, siendo Apu alumbrado por los iones positivos y la Tierra por los rayos solares, y cuándo llegaban visitas de los apunianos. Aquellas estatuas y escritos eran los guías y consejeros que ayudaban a los apunianos que se quedaban a vivir en la Tierra para siempre, y que se guiarían por las instrucciones escritas, sobre las estatuas, para saber cómo defenderse de la negatividad que los rayos solares producen y la cual origina mucho daño a la mente de los seres en la Tierra —subrayó Noy poniéndose pensativo, luego continuó—: Así, pues amigos, éste es un lugar muy interesante y todavía el Lago Titicaca en sus aguas tiene animales que según los científicos no existen en ningún otro lugar de la Tierra porque la vida empezó en Puno, hoy América —acentuó Noy, con expresión afirmativa.

—Amigo Noy. Hace algunos minutos usted mencionó el diluvio, ¿podría contarnos algo sobre él? —preguntó Carlos.

—Amigo Carlos. El diluvio fue una catástrofe que originó para los apunianos una preocupación y trabajo de máxima exigencia.

—dijo Noy poniéndose pensativo, luego prosiguió—: Los terrícolas ya estaban activando parte de su mente que el Sol les había neutralizado durante el tiempo que vivían en la Tierra, y que sólo les había desarrollado las dos secciones que originan el gusto y el egoísmo y así sólo pensaban en sí mismos, y que hasta ahora les dificulta la auténtica prosperidad de la vida terrestre. Los hombres se dedicaban a hacer descubrimientos químicos para utilizarlos como armamento en sus guerras que hacían unos contra los otros y eran frecuentemente en el espacio las explosiones de pruebas. En aquella época la Vía Láctea, con la Tierra, pasaban por una zona del Universo repleta de nubes, humedad y llovizna continua. En el principio, la superficie terrestre empezó a reponer la vida normal, con la humedad que le había faltado durante largo tiempo, y aquella zona del espacio resultaba muy positiva para la Tierra. Un día, los científicos terrestres, que empezaban a fabricar armas químicas

hicieron una cantidad de explosiones en el espacio y eso originó una tormentosa lluvia que inundó la Tierra cubriendo con agua toda su superficie, lo cual destruyó la vida sin dejar ni un solo lugar descubierto, donde se pudiera hallar refugio. El apuniano Yavéh y yo avisamos a los apunianos lo que estaba sucediendo en la Tierra y pusimos en alerta a toda la técnica de Apu, para socorrer a los terrícolas. Por la irregularidad atmosférica del Universo, la ayuda tardó bastante en llegar a la Tierra, pero cuando llegó nos pusimos en acción. Por medio de desintegración e integración, traje un elevado número de lanchas y una cantidad de apunianos y nos pusimos a recoger a las personas que encontrábamos en los picos de las montañas, pegados a las piedras o a los árboles, en los lugares donde el agua todavía no había cubierto por completó la superficie —explicó Noy, mientras Carlos, Manuel, Fernando y Aztel miraban la pantalla de tiempo que estaba proyectando las escenas tal como habían sucedido, y que nos ocasionaban mucha sorpresa—. Así pues, amigos, llenábamos las arcas con las personas y animales —prosiguió Noy—, y los dejábamos en los lugares donde sabíamos, que el agua no volvería a cubrir la superficie. Les construimos casitas, por medio de integración con los iones positivos y de la misma manera abastecíamos de alimentos a las personas y animales y los dejábamos protegidos por los iones positivos.

—La Biblia dice que tú sólo has llevado en el arca a tus familiares y no a otra gente —le habló Carlos, explicando que había leído esto en un texto sagrado.

—Amigo Carlos, hay miles de ediciones de las biblias. Cada una tiene contenido venerable, pero siempre faltaran algunos detalles de tantos que sucedieron en épocas diferentes y sin que nadie los anotara en los escritos. Yo les estoy contando lo que he vivido, tal como fue en aquella época y como lo están viendo en la pantalla. Cuando pasaron cincuenta días de la lluvia, yo había ya recibido de Apu una gran cantidad de barcos y bastantes apunianos vinieron con Yavéh. Todos nos pusimos en apuro para salvar a nuestros hermanos terrícolas, y llevarlos a los lugares secos y seguros con sus casas y comida. Mi primera operación fue embarcar unas familias del lugar donde me encontraba, y luego una gran cantidad de animales y personas, de los lugares de lo que hoy es Europa, y los llevé a los sitios que hoy son Israel, Egipto y Sinaí. Allá los acomodé con casas, viviendas y alimentos para personas y

animales. En aquella parte de la Tierra el peligro estaba terminado porque los apunianos habían intervenido con sus poderes en el espacio y la lluvia empezó a disminuir. Luego recogí cantidades de familiares de mis amigos, que estábamos trabajando juntos, pero que estaban viviendo en la Tierra hacía cientos de años, y los llevé para dejarlos en un lugar bastante positivo y seguro, porque en él empezó la vida en Apu, del que ya les hablé hace unos minutos. Llevé, pues, a todas esas personas, según les está mostrando la pantalla de tiempo, al lugar TITKA, o según su idioma “Titicaca”, y los dejé con el apuniano Urus, para que los ayudara en lo que ellos solos no podían hacer. Urus creó grandes y fuertes cantidades de totora y con ellas cubrió parte de la superficie del Lago Titicaca y así construyó unas islas flotantes, porque las alturas de las montañas alrededor del Lago Titicaca se componían de pura piedra, donde no se podía construir viviendas. Urus positivizó las totoras y las islas con los iones positivos y allí los ocupantes podían sembrar y cosechar como ‘en las pampas del campo, porque así tenían huertas, casas para ellos y animales, y un lugar positivo para vivir sin tener derrumbes ni avalanchas. Así Urus ayudó a ese pueblo a establecerse sobre el agua. Su nombre, Urus, en idioma apuniano significa “producto divino, milagroso, natural”, por eso el pueblo que está viviendo en las islas de totora sobre el Lago Titicaca adoptó llamarse Uros y así se pobló de Uros el Lago Titicaca. Carlos, Fernando y Manuel se habían concentrado mirando la pantalla de tiempo, que estaba proyectando cómo Noy, Yavéh, Aztel y Urus descargaban personas y animales en Sinaí, Judea, Palestina, Titka, y cómo hacían aparecer las esteras, casas y alimentos, para personas y animales, con sólo mover sus manos. Todo aparecía desde el espacio y las islas se mostraron construidas y cubiertas con tierra, yerbas, plantas y huertas para sembrar—. Luego poblamos Tiahuanaco. En aquel lugar, los pobladores y apunianos hicieron grandes estatuas y pirámides de piedras, sobre los cuales se encuentran dibujos de personas apunianas, y otros diseños y croquis, que a la vez son una clase de escrituras que dan la solución a todos los problemas que pudieran surgir. Así pues, amigos —dijo Noy con énfasis—, están viendo en la pantalla uno de mis trabajos, durante el diluvio cuando hice poblar el Lago Titicaca, Tiahuanaco y otros lugares a sus alrededores. Los poblé con la mayor parte de gente que descendían de aquéllas regiones y que había vivido en ellas, antes que Apu explosionara, y que ahora en la Tierra tienen el nombre de Uros, y desde allí

han poblado la mayor parte de la Tierra después del diluvio —dijo Noy, con un tono que expresaba sentimiento fraternal.

La explicación del extranjero nos aseguraba que la vida de los seres de Apu había nacido en el Lago Titka o Titicaca, y que los Uros son hijos de este lugar, vinieron a la Tierra para ayudar a los terrícolas del diluvio y que se quedaron en la región del Lago Titicaca, donde habían nacido cuando era superficie de Apú, de ‘donde habían poblado después del diluvio la mayor parte de la Tierra. La pantalla de tiempo llegaba al fin con la proyección de lo que Noy explicaba y mientras tanto Carlos, Fernando y Manuel, trataban de descubrir la realidad de aquella explicación, desconocida, de la cual no habían leído ni escuchado hasta entonces, y les parecía una forma de hipnotismo que querían imponernos algunos charlatanes, venidos quién sabe de dónde y por qué. Mas para mi sorpresa, Carlos y Manuel empezaron a dar algo de crédito a toda aquella explicación.

—No lo olvidaré —gritó Carlos parándose y extendiendo su mano a Noy. Manuel hizo lo mismo, pero Femando y yo nos quedamos observando un monolito que parecía representaba a una persona de raza desconocida y con varios dibujos esculpidos en su superficie.

—Es nuestro trabajo, que representa a los apunianos, lo hemos hecho como lo dije antes, en todas partes de la Tierra y en formas diferentes; los hay como personas, animales, barcos, naves de formas diferentes y muchas otras cosas, pero está construido para que sirva como enseñanza particular para los demás —me dijo Noy, sonriendo

—Gracias, amigo Noy, por explicarnos todo eso —dijo Manuel extendiendo la mano. Ahora sé que la vida de Apu ha nacido en un lugar que hoy pertenece a América del Sur, al que luego los apunianos trajeron a los Uros, y que ellos han poblado de allí una gran parte de la Tierra y que siguen viviendo sobre las islas flotantes construidas por ellos en el Lago Titicaca, cultivando huertas sobre el agua, porque sus antepasados aprendieron eso contigo —exclamó Manuel alegremente.

—Es difícil para los terrícolas creer todo esto Manuel, pero la realidad es ésta. Los Uros son mi familia y aprendieron conmigo a vivir sobre el agua

durante la época del diluvio; por eso les dije que el Perú es una región de la Tierra, para nosotros los apunianos, llena de recuerdos. ¡Hay en el Perú tantas obras y lugares que deseamos visitar, en la costa, sierra y selva, cuando estamos en la Tierra! —subrayó Noy poniéndose pensativo.

—¿O sea que los otros países de la Tierra no son interesantes para ustedes? —preguntó Carlos seriamente.

—Sí, amigo Carlos; cada país en la Tierra, tiene obras de nosotros que hemos hecho para enseñar a los apunianos que han quedado a vivir en la Tierra, pero el Perú es la única parte de la Tierra que tiene el lugar donde empezó la vida en Apu. Todas las obras arqueológicas, esculturas, monolitos, estatuas y escrituras sobre piedras que todavía se encuentran en la Tierra tienen signos iguales a los que se encuentran en el Perú, porque están hechos por nosotros. Entre esos trabajos esculturales hay obras que las hemos hecho cuando la Tierra era Apu, antes que el Sol hiciera explosionar aquella parte de Apu cuando salió de sus entrañas. Pero la mayor parte de trabajos de los apunianos en la Tierra fueron hechos en las épocas en que hemos poblado este planeta, y también durante la catástrofe que ocasionó el diluvio. Los terrestres son parte de nosotros, por eso siempre los estamos visitando, para ayudarlos a que se protejan de las negatividades que los rayos solares están esparciendo sobre su sistema planetario, y positivizarlas para que rechacen el egoísmo y lo reemplacen por el altruismo y se unan en el trabajo y el estudio por el bien de los demás. Una vez, cuando estaba en. Argentina trabajando donde un agricultor como obrero, con el propósito de enseñarle indirectamente qué se debía hacer para que el grano de trigo fuese más grande de lo que era en aquel entonces, y mientras descansábamos un día, éste me dijo: “¿Sabes Noy?, sinceramente no sé quién eres ni de dónde has venido, pero he meditado sobre nuestra conversación de ayer, cuando me dijiste que cada ser es una inteligencia diferente, y que si todos los terrestres unieran fraternalmente lo Positivo que cada uno posee en su mente, lograr a que la Tierra llegue a ser un planeta cuyos pobladores ocuparían un lugar entre los más inteligentes y positivos que pueblan los planetas y galaxias del Universo Sabemos que dos personas saben más que una y diez más que dos, pero nuestro egoísmo y gusto siempre impiden que unamos fraternalmente nuestra Positividad mental, para

trabajar, estudiar y proteger nuestras vidas juntos, así como tú dices que viven los apunianos” —me dijo apenado.

—¿Tú has estado también en Argentina Noy? —preguntó Carlos, Sorprendido.

—Sí, Carlos, llegué a Argentina allá por el año 1785. En aquel entonces, la hoy nación Argentina estaba habitada por varios pueblos entre los cuales estaban los Fueginos, Puelches, Tehuelches o Patagones, Araucanos, Chanas, Queranjes, Huarpes y Hueles, entre otros, y cada uno pretendía ser una nación separada. Aquella desunión sólo favorecía a los ocupantes que los gobernaban, pero esos pueblos desunidos perdían su progreso.

—Unos años después me separé del agricultor y me convertí en un menor de edad. En seguida me matriculé en el Colegio San Carlos, para así intentar positivizar a los jóvenes y guiarlos para que influyera en la unión de los pueblos de Argentina y se unieran para formar una sola nación de fuerza y energía Positiva, porque, la unión es la más positiva regla del Universo. Allí conocí a un joven llamado Bernardino Rivadavia, que estudiaba en la misma clase conmigo. Le gustaba mucho la historia de los sabios de Grecia y otras naciones fundadoras de la civilización moderna Yo le dije que había leído muchos libros sobre la historia mundial y le explicaba todo lo que le interesaba saber sobre Egipto, Grecia Antigua, Roma y otras civilizaciones que le importaban. En aquella época un sin número de peligros destructivos amenazaban a las tribus que vivían independientes en Argentina, y era mi deber intentar neutralizar todo lo negativo que egoístas y guerreros estaban utilizando como arma para destruir a los demás y con eso favorecerse a sí mismos. Bernardino Rivadavia y yo nos hicimos buenos amigos y eso me favorecía, para positivizarlo con los iones positivos y así darle algunos poderes mentales, que él solo podía utilizar porque la vida en Argentina estaba muy desordenada. Cuando Rivadavia y yo cursábamos los estudios finales, los ingleses lanzaron su primera invasión a Buenos Aires. El Gobernador español Linares, que en aquel tiempo gobernaba Buenos Aires, rechazó la invasión y temiendo que el hecho se repitiera, organizó grupos de milicias de ciudades argentinas, en las cuales ingresó Rivadavia con el grado de Teniente, en el batallón de Gallegos, y yo me inscribí como mensajero en la misma oficina

donde él era jefe, con la intención de positivizarlo, para que se empeñara en orientar a los habitantes de todas las tribus, para que se unieran fraternalmente, y así formasen una sola nación, en la cual vivirían positivamente, dedicándose al estudio y trabajo, imanados con la energía positiva, sagrado producto de la unión, amistad y paz.

Algunos años después, ese trabajo dio por resultado la unión de los pueblos y se formó la ejemplar República Argentina de hoy —terminó Noy alegremente, mientras en la pantalla de tiempo desfilaban cantidades de hechos, alegres, tristes, difíciles y felices, que han sucedido hasta que se logró un fin tan positivo.

—¿Cómo y de dónde conseguiste el material, para construir las islas flotantes sobre el Lago Titicaca, sobre las cuales edificaron casas, granjas, huertas y pampas, cuando todo en la Tierra estaba destruido por el diluvio? —preguntó Fernando con curiosidad.

—Todo lo que se necesitaba lo traía de Apu por medio de la desintegración e integración Los barcos, totoras, maderas, animales y otras cosas, las desintegraban los apunianos en Apu en minius e iones positivos. Unas horas después los iones positivos ya nos traían todo a la Tierra y lo integraban en perfecta condición, para trabajar —respondió Noy con seriedad.

—¿Tanto trabajo ha hecho usted por los demás, amigo Noy? ¿Y Aztel en qué se ocupaba —preguntó Carlos sonriendo.

—Él mismo les va a contar algo de sus experiencias, que tuvo durante la época del diluvio —respondió Noy sonriendo.

—¿Cuántos años de vida tiene usted amigo Noy?

—preguntó Fernando, mientras volteaba una hoja de su cuaderno de apuntes.

—No lo olvidaré, Fernando, su pregunta es interesante, porque los estudios terrestres dan nombre a las cantidades numéricas, como máximo, sólo en los trillones, que terminan escritos uno con dieciocho ceros, pero yo tengo años de vida que con la escritura de las enseñanzas terrestres se podría escribir, el

número dos más trescientos ceros a la derecha de años terrestres —respondió Noy.

—¿Cuánto años tenías tú Noy, cuando estabas ayudando a los terrestres durante el diluvio? —continuó preguntando Femando

—No lo olvidaré, Fernando, tu pregunta es muy positiva, porque así podemos determinar cuántos años han pasado desde que hubo el diluvio. En aquel entonces, Fernando, cuando estaba luchando para salvar a nuestros hermanos terrícolas, yo tenía el número 2 más cuarenta ceros a la derecha de años terrestres menos que hoy. Eso puede tomarse como el número de los años terrestres que han pasado desde que el diluvio inundó a la Tierra hasta ahora, afirmó Noy con seguridad. Así, pues amigos, mi vida ha sido muy difícil, pero a la vez positiva, porque ayudar a los demás es lo más sagrado y yo lo estuve haciendo hasta que se recuperó la vida terrestre desde el diluvio —termino Noy sonriente.

CAPÍTULO V

AZTEL

Aztel dejó de bromear con Manuel y miró hacia Noy, Carlos y Fernando. En aquel instante la pantalla mostró los alrededores de la ciudad de Lima, los cerros, los valles y los río Rímac, Chillón, Lurín y la cumbre del cerro Apurímac. De pronto la pantalla enfocó las ruinas de Puruchuco, Cajamarquilla, Pariache y Huaicán Tambo. Se detuvo unos instantes en los alrededores de Ate y enfocó al pueblito de Santa Clara y la avenida Estrella, que se desvía a la derecha dé la Carretera Central, en el kilómetro Once y medio, viajando de Lima a Chosica, empieza a desviar a la derecha, al costado de un grifo, pasa por la plazuela del Parque Cívico frente a la Iglesia Santa Clara y allí conecta con la calle Croacia, que se prolonga hasta el cerro Santa Elena. A lo largo de la calle, pasando la plazuela, se veían grupos de casas, corralones y huertas con césped y árboles. Casi al final de la calle, cerca del cerro Santa Elena, resaltaba un huerto de regular extensión, sembrado con

césped, cercado con un alto muro de ladrillos y sobre su cuarta parte del suelo estaba construido un extenso salón convertido en bar y recreo de un aspecto muy agradable. Sobre la parte de la pared que daba a la calle y cerca de la puerta de entrada, colgaba un gran cartel y sobre él estaban escritas con letras grandes, las palabras “Recreo Trébol”. Frente a la puerta que permanecía cerrada se veían tres niños que parecían tener entre seis y diez años de edad, parados, manteniendo en sus manos, platos y otros recipientes que por estar todos vacíos, se podía asegurar que esperaba recibir algo, cuando la puerta se abriera.

—!Allí está Lima! —gritó Manuel, que se preocupaba por anotar en su cuaderno todo lo que veíamos en la pantalla.

—Sí, amigo, son los alrededores de la ciudad de Lima, habló Aztel, luego prosiguió—: Lo que ahora estamos viendo es un pueblito que está cerca de Lima, se llama Santa Clara. El año pasado estuve en Argentina y cuando regresé a Chile, conocí a un arqueólogo francés , de nombre Michel. Le dije que me gustaba la arqueología y que por eso había viajado a Argentina y que pensaba visitar Chile, Perú, Colombia y México, con la intención de visitar las obras antiguas, hechas por nuestros antepasados y que existen en estos países. Nos hicimos amigos y acordamos hacer juntos aquel viaje de estudios. Michel era un hombre muy positivo y se dedicaba a estudiar la sabiduría de los antepasados, para descubrir lo desconocido; por eso decidí ayudarlo. Durante nuestra estadía en Chile fuimos a ver las Islas de Pascua y otros lugares arqueológicos, que existen en aquel país. Cuando entramos al Perú, empezamos a visitar los restos de trabajos antiguos alrededor de Puno, Lago Titicaca, también las cuatro fortalezas, hechas por los antiguos peruanos, junto con los apunianos, que construyeron después del diluvio y que se encuentran entre Puno y Cusco, aún no frecuentadas por las personas de ahora. Proseguí enseñando a Michel las obras antiguas aún desconocidas y cuando llegamos a Cusco nos ocupamos de visitar los lugares arqueológicos que se encuentran por los alrededores de la ciudad y que contienen mucha sabiduría de los ingenieros que los trabajaron. La primera fortaleza antigua que fuimos a ver fue Sacsayhuaman, luego Ollantaytambo, Chinchero, Machu Picchu, Pisac y

tantos otros que se encuentran en aquella región. En cada lugar que visitamos yo expliqué a Michel las particularidades de cada uno de aquellos restos que los terrestres aún no conocen. Michel se sentía muy satisfecho y todo anotaba en su cuaderno Cuando acabamos de visitar todos los restos de los trabajos antiguos por los alrededores del Cusco nos dirigimos a Lima y proseguimos con nuestros estudios. El primer lugar arqueológico que visitamos fueron las ruinas de Cajamarquilla, porque aquel lugar contiene obras de los terrícolas y apunianos, hechas después del diluvio. Cuando acabamos de observar y examinar las ruinas arqueológicas de Cajamarquilla nos dirigimos hacia el pueblito de Santa Clara, para visitar lugares con trabajos de antepasados que se encuentran en los alrededores del cerro Apurímac. Nos encaminamos por la avenida Estrella y Croacia, que conduce hasta la lomada Santa Elena, que más allá se une con la falda del cerro Apurímac. Pasamos por el Parque Cívico, que está frente a la Iglesia Santa Clara —continuó Aztel— y cuando llegamos casi al final de la avenida, unas decenas de metros antes de la subida al cerro Santa Elena, vimos un letrero pegado a una pared que anunciaba al Recreo Trébol, que ustedes están viendo en la pantalla —nos dijo Aztel emocionado— La puerta del recreo estaba abierta y los niños que antes hemos visto en la pantalla, estaban esperando que alguien le dijera para que entren. Quiero ver cómo está adentro y tomar algo, tengo sed me dijo Michel. mirándome. “Vamos, pues, si quieres” —respondí y entramos.

Adentro, una huerta con césped y sobre un parte de ella construido un restaurante campestre, amoblado y distribuido de una manera sencilla pero atractiva. Varias personas estaban sentadas alrededor de las mesas, comiendo. Frente a la puerta de la habitación que servía de cocina, estaba un hombre joven, parado, observando con atención a los que estaban comiendo para atenderlos. A la derecha de la entrada, en el comedor, se encontraba un mostrador, tal como lo están viendo en la pantalla. Tras el mostrador —continuó Aztel—, estaba sentada una mujer joven, de aspecto agradable, acomodando el talonario de los vales de la venta, y poniendo en orden los recibos y facturas. Michel y yo, nos sentamos alrededor de la primera mesa, a la entrada del comedor, tal como lo están viendo en la pantalla de tiempo, —explicó Aztel, luego prosiguió— En ese momento los niños que se encontraban esperando a la puerta se acercaron a la entrada del comedor.

—¿Qué quieren comprar? —preguntó Michel a uno de los niños que se encontraba parado a su lado.

—"Nada, señor.”

—Entonces ¿por qué estás aquí? —interrogó Michel, sonriendo.

—Vengo para recibir mi comida, señor —respondió el niño, sorprendido.

—¿Estás trabajando en este recreo? —prosiguió preguntando Michel. —No señor; a nosotros nadie nos da trabajo. El señor que está allí es el dueño del recreo, nos da comida gratis a todos nosotros —respondió el niño, rascándose la cabeza. ¿Cuántos son ustedes que reciben la comida gratis aquí? —interrogó Michel, mientras Carlos, Fernando, Manuel y yo estábamos viendo la pantalla de tiempo que producía todos los pormenores de lo que Michel nos estaba contando—. “Somos cinco en total, señor; a veces venimos todos juntos, otras veces como podemos, porque estamos viviendo lejos de acá” —respondió el niño mirando hacia la cocina.

—¿Quién es el dueño de este recreo?, ¿tú sabes? —preguntó Michel con la intención de comprobar si el niño decía la verdad. “Es ese señor que está parado a la puerta de la cocina; él es el dueño, señor” —respondieron los tres niños casi al unísono y señalando con las manos al hombre.

—¿Cómo se llama? ¿Saben su nombre? “Sí’ —respondió uno de los chicos, sacó un papelito del bolsillo de su pantalón y leyéndolo dijo: “El dueño se llama José Gubo Jajcevic y esa señora que está sentada tras el mostrador es su esposa, se llama Elen Vujevic” “Y tú ¿cómo te llamas?” —preguntó Michel al niño.— “Mi nombre es Juan y él se llama Miguel” —respondió el niño señalando a su compañero más cercano—. “¿Cuántos años tienes?” “Diez, señor; él tiene nueve” respondió el niño, —refiriéndose a Miguel—. “!,Por qué piden ustedes al dueño que le de comida gratis?, ¿acaso no tienen padres para que los alimenten?” “No tenemos padres, señor” —respondió el niño poniéndose triste y se quedó pensativo; luego prosiguió—: “Todos somos abandonados. Nuestros padres se fueron a vivir a otro lugar; nuestras madres se casaron con otros hombres y porque somos niños, nadie nos da trabajo; ni siquiera un lugar para dormir bajo techo. Unos pasamos las noches bajo los árboles en los parques, otros en los grifos, en las puertas de las iglesias y

algunos en la puerta de las comisarías”. “Y tú ¿dónde duermes de noche?” —Interrogó Michel al niño—. “En la vereda, frente a la puerta de la comisaría” —respondió el niño, mostrando impaciencia por seguir conversando, mientras José, dueño del restaurante, les hacía señal con la mano para que se acercaran a recibir la comida. Los tres niños corrieron donde José y se pusieron en fila. Un cocinero trajo ollas llenas de comida y empezó a repartir a los niños, en sus platos. Cuando los niños salieron, comiendo, José se acercó a nosotros y preguntó sonriente— “¿Qué desean comer, señores, para que les atienda?”—Michel le extendió su mano y con gesto de reconocimiento dijo—. “Acabamos de ver que usted, amigo, está haciendo el bien por los demás. Le agradecemos sinceramente y lo felicitamos por ser tan humanista, porque hacer bien a los demás seres es la obra sagrada, y el que la realiza merece el sublime reconocimiento de Dios y de las personas” —subrayó Michel con énfasis—. “No’ hay que agradecerme, señor; dar de comer a los pobres es colaborar con las reglas divinas; la Biblia dice: Haz bien sin mirar a quien; yo estoy haciendo lo que puedo, eso es todo” —respondió José sonriendo. “Hacer el bien a los demás es cumplir con el mandamiento sagrado y eso debemos hacer todos” dijo el en voz alta, haciendo un movimiento con las manos en señal de confirmación —nos explicó Aztel admirando la bondad de aquellas personas, que hacían bien al prójimo. Y mientras la pantalla de tiempo empotrada en la pared de aquella extraña avioneta nos estaba mostrando los detalles de aquel suceso, Fernando y Carlos hacían las anotaciones en sus cuadernos, yo permanecía en silencio, satisfecho por ver que en la sociedad terrestre existen personas a las que les agrada ayudar a los demás.

—¡Qué buenas personas son ese matrimonio! ¡Cuando vaya a Lima los visitaré! —exclamó Manuel a toda voz. En aquel instante la pantalla mostró la superficie terrestre cubierta con agua, y uno que otro pico de las montañas que todavía sobresalían de los remolinos del agua, estaban repletos de personas, agarrados de árboles, piedras y entre sí, uno a otro, para no caer en el agua.

—Lo que veremos en adelante por la pantalla, será el diluvio y los detalles de aquella catástrofe —anunció Aztel, luego prosiguió—: En aquel entonces, yo había traído de Apu por medio de la desintegración e integración, cien mil doscientas lanchas de tamaños diferentes, para tratar de salvar a las personas, y hacer Todo por los Demás, según la regla de vida apuniana. Recogíamos

personas y animales que encontrábamos con vida, los dejábamos en los lugares no cubiertos por el agua, y con ellos se quedaban los apunianos, para prepararles casas y alimentos, que trajimos de Apu. La mayor parte del trabajo lo hice junto con Noy, Urus y Ad, mientras duraba la precipitación de la lluvia, pero cuando ésta cesó, Noy y Urus se quedaron en Titka, hoy Lago Titicaca situado en la altiplanicie andina de Perú y Bolivia, y yo con otros apunianos proseguimos con miles de lanchas hacía el Polo Norte de la Tierra, porque en esa parte el agua se estaba evaporando con rapidez, y allá quedaba la superficie seca donde se podía descargar a la gente y establecer la vida para personas y animales, que permanecían flotando en las lanchas, hacía ya tiempo. De paso descargué 1,208 personas, entre hombres, mujeres y niños, con todos los animales que llevaban, en un lugar que ahora tiene el nombre de MOGOLLON y pertenece a Estados Unidos de Norte América. La superficie de aquel lugar estaba sin agua y su mayor extensión no había sido poblada antes que empezara el diluvio. Yo y cinco apunianos nos quedamos para ayudar a aquellas personas en su establecimiento, y asegurar que no les faltase nada de lo necesario para la vida terrestre —dijo Aztel con énfasis, mientras la pantalla mostraba los pormenores de aquel poblamiento; luego continuó—. La tierra ya había pasado por la región negativa del espacio sideral que había provocado el diluvio, y nos preocupábamos para poblarla de nuevo, de la mejor manera posible. Apenas descargamos las lanchas, empezamos a resol- ver los problemas de la vida de aquella gente, y así cumplir con el sagrado deber de hacer Todo por los Demás. Primero trajimos de Apu la cantidad adecuada de casas con todo lo necesario para la vida de las personas y animales. Luego hicimos aparecer los árboles, preparamos la tierra de aquella región para que se volviese fértil e hicimos brotar la yerba. Enseguida, convertimos en vapor el agua que se encontraba empozada en el suelo de los lugares que habíamos poblado, y sembramos la tierra con diferentes clases de sembríos. Así, en pocos días, las nuevas aldeas se encontraban con grupos de gente, con toda clase de animales, con casas amobladas, con alimentos para personas y animales, con las fogatas, y en unas semanas, la vida de aquella población alcanzó una perfección absoluta de la vida, como si no hubiera sucedido ninguna catástrofe en la Tierra. Cuando el susto y alarma que habían soportado aquellas personas, fue reemplazado por la tranquilidad, entonces, empezaron con la conversación, para ponerse de acuerdo, qué nombre

pondrían a su nueva nación. Aquella multitud de personas, se componía de gente de todas partes de la Tierra, pero la mayoría procedía de lugares cercanos al Polo-Norte terrenal. Por fin se pusieron de acuerdo, para bautizar su nueva nación, dándole nombres de los apunianos que les habían traído y acomodado en aquel lugar. Después de un largo diálogo acordaron que una parte de su nueva patria se llamaría Aztel, y la otra parte Toltec, nombre de otro apuniano que trabajó conmigo, para estabilizar aquellas personas en lugar de la Tierra. Aquellos nombres los mantuvieron durante miles de años, pero en una época, debido a la modernización del idioma y por buscar fácil pronunciación, a la región Toltec empezaron a llamarla Toltecas, y a la región Aztel, la llamaron Aztecas —nos dijo Aztel, sonriente, mientras la pantalla de tiempo estaba mostrando los detalles de cada una de sus palabras. Durante algunos instantes ninguno de nosotros habló.

Carlos y Fernando no se preocupaban tanto sobre la historia de los pueblos sudamericanos y sólo anotaban en sus cuadernos las escenas del diluvio que estábamos viendo en la pantalla. Manuel estaba muy sorprendido por las rarezas que veía, y yo me acordaba, que trece años antes había visto en una pantalla como la que estábamos viendo, varios sucesos raros y desconocidos, de los tiempos pasados y futuros, y a pesar que en aquel entonces yo no creía en la realidad de lo que estaba viendo, varios eventos de los que en la pantalla habían aparecido como futuros ya se habían realizado. Al instante la pantalla enfocó los lugares de la costa del mar peruano por los alrededores de las ciudades de Pisco, lea y Paracas. A continuación apareció una avioneta apuniana igual a aquella en cuyo interior estábamos viendo en la pantalla, y aterrizó junto a un alto risco, ubicado cerca a la orilla del mar. Cuatro apunianos salieron del avioncillo, subieron al peñasco, y con un aparato parecido a un soplete, que cargaban en las manos, soplaban un polvo blanco, empezaron a dibujar sobre la arena la figura de un candelabro, en algo especial. Aquella escena sorprendió a Manuel, porque él había visitado aquella figura de candelabro varias veces. Noy miró a Manuel y con tono amigable le djjo:.

—Amigo Manuel, esto que estamos viendo en la pantalla sucedió después del diluvio, cuando hicimos las señales en las cuales se leían todos los datos de la Tierra, sus vecinos planetas y lugar de aterrizaje, para las aeronaves

apunianas, en la pampa de Nazca, Los hombres que estás viendo que hacen figuras somos Ad, Am, Az y yo. Ahí estamos dibujando en el suelo una figura distintiva de Apu, que la llamamos Ra y la consideramos símbolo de la vida, pero ustedes la llaman Candelabro. El tallo de la figura representa la vida; y de sus brazos, uno representa la química y el otro el movimiento, factores que nosotros en Apu consideramos la base de la existencia. Los otros brazos representan el trabajo, el estudio, la positividad y los grandes sucesos que han acaecido en la vida apuniana.

—¿Han hecho aquellos signos explicativos de aterrizaje para las naves en algún otro lugar de la Tierra, Noy? —preguntó Fernando.

—Sí, amigo Fernando; primero lo hicimos en Aztla, el nombre lo dio Aztel, porque él se quedó para terminarlos, en lo que hoy es Nazca, Perú. Este fue el primer campo de aterrizaje que hicimos en la Tierra después del diluvio. El segundo lo ha hecho el apuniano Zen, y le dio el nombre de Chitza, ahora lo llaman Chichen Itzá. Éste se encuentra en la nación mexicana. El tercero lo hicimos en Atlántida, hoy hundida, y el cuarto lo realizaron los apunianos Ad y Am en Chou Kou Tien, hoy territorio de la nación China, y muchos otros más auxiliares, en diversos lugares de la tierra, que hoy se llaman Asia, África, Europa y América —subrayó Noy, con tono amable, mientras la pantalla terminaba de mostrar un aterrizaje extraterrestre, en la pampa de Nazca. De pronto, la pantalla mostró los Andes Peruanos, con sus pampas, colinas y picos nevados y enfocó una ciudad con varias iglesias, rodeada por verdes colinas y campos cubiertos con pastos, bosques y sembríos.

—¡Cajamarca! —gritó Manuel a toda voz, mostrando ánimo y alegría.

—¡Qué bonito lugar! —exclamaron Fernando y Carlos con emoción.

—Ésta es la ciudad de Cajamarca en Perú, con sus alrededores compuestos de colinas, pampas, huertas, chacras, establos y baños de aguas termales, llamados Baños del Inca, los que caracterizan al sitio como el lugar más atractivo de los Andes —Explicó Aztel, luego prosiguió— Aquella vez, Michel y yo, después de estar en Lima, nos fuimos a Cajamarca, para visitar las muchas obras antiguas, que se encuentran por los alrededores de aquella ciudad. Una mañana nos fuimos a ver los Baños de Inca. Cuando llegamos

cerca de los manantiales de aguas termales, pasamos cerca de un restaurante que tenía un gran letrero, hecho de una larga tabla, colocada en posición horizontal, donde se leía “Restaurante El Inca”. Habíamos caminado varios kilómetros y Michel sentía cansancio. Se detuvo frente a la puerta del restaurante y dijo mirándome. “Vamos a entrar, para descansar un rato, ¿qué dices?” “Estoy de acuerdo Michel”, le respondí sonriente, entramos y nos sentamos en una mesa, ubicada al centro. Era un local bastante amplio y amoblado atractivamente Tras un largo mostrador se veía un hombre maduro y un muchacho, acomodando en una vitrina galletas y varias clases de dulces. Por la ancha ventana tras el mostrador, abrió una puerta que daba a la huerta y llamó con voz enronquecida: —¡Miguel! ¡Ven para seguir con el trabajo!”. Instantes después, en la puerta apareció un joven alto y delgado. Se acercó al hombre que lo había llamado y los dos empezaron a sacar de la cocina, ollas y cacerolas, llenas de arroz cocido, pan hecho migas y granos de trigo. Cuando reunieron una cantidad considerable, sacaron todo a la huerta y vaciaron el contenido de las ollas y cacerolas, sobre el césped, a unos cien metros, lejos de las puertas de salida. Al instante, bandadas de aves bajaron de los árboles al césped, donde los hombres habían echado la comida, y empezaron a comer. Mientras tanto, cantidades de palomas silvestres venían de todas partes, hasta que en unos minutos daba la impresión que el césped estaba cubierto con una alfombra de aves. Pero los hombres seguían echando la comida, hasta que ya no podían salir por la puerta sin pisar a las aves. Entonces cerraron la puerta y se sentaron tras el mostrador. “Está usted haciendo bien, señor, en dar esa comida a las aves, en lugar de botarla. Muchas gracias por esta obra tan positiva” —habló Michel dirigiéndose a los que acababan de echar comida a las aves—. “Gracias amigo, por su opinión. Mi nombre es Lucho y él se llama Miguel. Esta comida no es la sobra de mi negocio. Soy dueño de este restaurante y desde que vivo en este lugar, siempre sigo comprando la comida que sobra a los otros restaurantes, para darles a las aves, porque ellas son hijas de la naturaleza igual que nosotros. Además, ayudar a los seres vivientes es el deber sagrado de cada persona”, explicó Lucho con énfasis.

Mientras, Carlos, Fernando, Manuel y yo permanecíamos en silencio, observando la pantalla, que mostraba el sorprendente panorama de los alrededores de la ciudad de Cajamarca, las aguas termales, los Baños del Inca

y el cuarto de rescate, donde los conquistadores mataron al jefe de los Incas, Atahualpa, por orden del comandante Francisco Pizarro.

—Dijiste, Noy, que los apunianos aterrizaban en Chichen Itza, después del diluvio, ¿cómo hicieron eso en aquel lugar pampa, donde sólo hay un edificio y ruinas a su alrededor? —preguntó Carlos, después que la pantalla terminó de mostrar la region cajamarquina.

—Sabía que me ibas a preguntar esto, Carlos; la pregunta es siempre positiva, porque nos aclara lo que deseamos saber —respondió Noy con ánimo y luego prosiguió—. Las astronaves apunianas, Carlos, pueden aterrizar en cualquier lugar de la Tierra, o de cualquier otro planeta del Universo. Pueden posarse sobre una roca, un árbol, un río o cualquier lugar, porque se desgravitan y sólo mantienen el peso necesario; además aterrizan y se elevan verticalmente. En aquella época, cuando los apunianos hicieron parar el diluvio, en el lugar hoy llamado Chichen Itzá había una pampa arenosa y en su suelo los apunianos habían escrito señales como las que estamos viendo ahora en Nazca. Observa la pantalla y te mostrará cómo fue y cómo se borraron aquellos dibujos —sugirió Noy con el acento y sonriente—. Todos miramos la pantalla asombrados. Primero vimos cómo quedó la pampa, después de secarse el agua del diluvio. En seguida vimos que los apunianos pintaban en el suelo de la pampa de Chichen Itzá en México señales idénticas a las de la pampa de Nazca en el Perú, y de ambos lugares los apunianos leían desde el espacio los datos sobre el estado de la Tierra, y así sabían detalles de cómo se encontraba la superficie terrestre para proseguir poblándola. Esto duró miles de años —continuo Noy—, hasta que un día la superficie de Chichen Itzá sufrió un hundimiento y las pampas con señales fueron cubiertas por la tierra, y así Chichen Itzá fue convertida en lomadas, pampas y valles, sobre los cuales los apunianos, ya convertidos en terrestres por influencia solar, empezaron a construir obras para usos diferentes. Nosotros los apunianos hemos hecho construcciones iguales en las regiones que hoy se llaman Francia, Egipto, Italia, España, Inglaterra, Grecia, Rusia y en todas partes de la Tierra, donde había necesidad de hacerlo —subrayó Noy con énfasis, mientras la pantalla proseguía mostrando los pormenores detalles, de lo que él estaba tratando de explicarnos. Mientras tanto, las horas corrían, y se acercaba el

mediodía, hora en que deberíamos regresar al hotel, para almorzar. Fernando miró su reloj y dijo sonriente:

—Son las once de la mañana, amigos; tal vez sea hora de que intentemos regresar a la ciudad.

—Esperemos una horas más, por favor; quiero preguntar unas cosas a Noy —habló Carlos, suplicando.

—Está bien, Carlos, nos quedamos —dijo Fernando con ánimo.

—Gracias, Fernando —respondió Carlos, luego miró a Noy y dijo—. Usted amigo Noy, acaba de decir que el Sol ha influido negativamente sobre los apunianos que han poblado la tierra, ¿podría explicarnos eso por favor?

—Con mucho agrado, amigo Carlos, y acuérdese que a los apunianos no se les suplica para que colaboren con los demás. La próxima vez, amigo Carlos sólo pide lo que desees que hablemos, pero sin utilizar la frase “por favor”. Para los apunianos, el símbolo sagrado son las palabras “Todo por los Demás”, y es nuestro deber llevarlo a la práctica. No lo hacemos para que nos aplaudan, elogien ni glorifiquen; nuestra vida es hacer Todo por los Demás, enseñar amor fraternal entre los seres y nuestros hermanos en la Tierra, y guiarlos hacia la amistad, estudio y trabajo. Una sola cosa nos gustaría pedir a nuestros hermanos de la Tierra, que traten de imitarnos. Eso es que traten de imitarnos haciendo Todo. por los Demás, lo que es posible, y que cada día traten de ser mejores de lo que fueron el día anterior —subrayó Noy amistosamente, luego prosiguió—: Los rayos solares, Carlos, tienen positividad para la vida terrestre pero también poseen negatividad. Los rayos solares han bloqueado y neutralizado los poderes que tienen las células cerebrales de los seres. Sólo les engendran mucho egoísmo; también negativiza con el egoísmo, las plantas, el agua y todo lo que existe sobre la Tierra. En la vida de los terrícolas las palabras “yo”, “mío”, “para mí” son las que más se usan y escuchan, pero en el diccionario apuniano, estas palabras no existen —subrayó Noy, con énfasis. En ese instante la pantalla mostró un grupo de personas, compuesto de hombres, mujeres y niños, de raza negra, echados boca abajo sobre la tierra de una chacra arada y encadenados unos a otros, de pies y manos. Al costado de los tendidos, cinco hombres jóvenes con

látigos en las manos y uno de edad avanzada, pistola al cinto, estaban parados, lejos de ellos, observando a los que se encontraban tendidos en el suelo, boca abajo, pegados con las narices en el polvo de la tierra removida.

—¿Qué es eso? —exclamó Carlos sorprendido.

—Lo que ahora vamos a observar en la pantalla —habló Aztel—, es un episodio de egoísmo del hombre, que ocurrió en la época llamada esclavitud, y que presencié en una aldea al sur de los Estados Unidos de América, en el año de 1804, cuando regresé a la Tierra con la intención de positivizar a los terrícolas y guiarlos para que dejaran de practicar el martirio de la esclavitud, el más horrendo crimen del egoísmo, que los rayos solares crearon en la mente del hombre —subrayó Aztel, mientras la pantalla mostraba cómo los esclavos negros, hombres, mujeres y niños, que se encontraban tendidos en el suelo, soportaban los fuertes latigazos que les aplicaban los torturadores, adiestrados especialmente para eso. Al principio, cuando los verdugos empezaron a azotar a los esclavos tendidos, todos los que recibían golpes gritaban del dolor y sollozaban, pero según pasaban los minutos, el llanto disminuía, porque los más débiles se morían de los golpes que recibían. Primero se callaron los niños, luego las mujeres y después los hombres, uno por uno, hasta que se silenciaron todos. El jefe que dirigía las torturas dio orden a los verdugos para que se retiraran del lugar. Unos minutos después él también se fue tras ellos y los muertos quedaron cubiertos por las moscas e insectos, sin que nadie se preocupara de enterrarlos.

—Dijiste, Aztel, que aquella vez habías regresado a la Tierra, con la intención de cambiar la esclavitud por la paz, ¿cuántas veces has venido a la Tierra con la misión de hacer bien a los terrestres? —preguntó Carlos, con expresión de curiosidad.

—Esa vez que estamos viendo en la pantalla fue la número quinientos ocho —respondió Aztel con amabilidad.

—¿Por qué tenías que venir tantas veces Aztel? ¿Acaso tú no tienes poderes para desaparecer la esclavitud de una sola vez?

—Tienes razón de preguntar, Carlos. Es cierto que yo he podido lograr la abolición de una vez, pero eso sería obligar a los hombres para que hagan lo

que yo quiero, y no por su propia voluntad. Eso nosotros de Apu no podemos hacer. A los terrícolas hay que positivizar y convencer, para que ellos mismos hagan lo necesario y así tengan la idea que ellos solos son capaces de hacer lo positivo. La primera vez, Carlos, vine a la Tierra para tratar de anular la agresión egoistica del hombre que había establecido como costumbre, la práctica de la esclavitud; fue cuando me encontraba en el planeta Stoya, que pertenece a la Galaxia X-14, y que dista de la Vía Láctea cincuenta y cinco mil años luz, medida apuniana, que es treinta millones de kilómetros por segundo, y no trescientos mil kilómetros por segundo, número de velocidad que usan los terrícolas en los cálculos de movimiento. En el planeta Stoya, los apunianos que allá trabajaban revisando el espacio sideral infinito, afirmaban que en el planeta Tierra seguía existiendo el deplorable e inhumano sistema de la esclavitud, y que una parte de los terrícolas seguía gozando con las terribles torturas que aplicaban a sus semejantes, y que se negaban a aceptar que cada persona nace libre, y con derecho sagrado de trabajar, estudiar, querer a los demás y vivir libre, sin hacer daño a los otros seres. Entonces decidí viajar a la Tierra, para intentar corregir la actitud negativa de nuestros hermanos de la Tierra, y ayudarlos para que empezaran a vivir positivamente, abrigados por las bellezas de la paz, igualdad y amor, elementos indispensables para la vida. Vine a la Tierra en el año 1314 y me establecí en la Navarra Francesa. Me puse en contacto con el Rey de Francia, Luis X, que era una persona muy comprensiva, porque había tenido contacto con otros apunianos que lo habían visitado, cuando estuvieron con las familias aristocráticas de Inglaterra. Me presentó como consejero de la familia aristocrática de Rusia y le dije que había venido para conocer los países de la Europa Occidental. Luis X me recibió con mucho agrado y yo empecé a positivizarlo para que aprovechara la gran influencia y tratara de convencer a los gobernantes de las naciones esclavistas, para que llegaran a un acuerdo y pusieran fin a los espantosos tratos, que los esclavos recibían de sus hermanos, hombres y mujeres. A pesar que en aquella época la esclavitud era una costumbre considerada como forma de vivir y se practicaba desde muchos siglos antes de la Era Cristiana, según el lenguaje de los terrestres; y por eso era sumamente ofensivo para los esclavistas, hablarles de la libertad de los esclavos. Durante el tiempo que estuve en aquel entonces en Europa, logré positivizar a varias personas de las familias de los Reyes de Francia y así logré que el Rey Luis X de Francia

proclamara la libertad de los siervos y regresé a la Galaxia X- 14 porque la gente de aquel mundo estaba sufriendo de fenómenos del espacio, que habían provocado congelación alrededor de su planeta y eso hacía la vida insoportable —terminó Aztel, mientras la pantalla del tiempo, empotrada en la pared de la avioneta en cuyo interior estábamos, proyectaba todos los detalles de los temas que Aztel mencionaba.

—¿Lograste descongelar el espacio que está alrededor de la Galaxia X-14, Aztel? —preguntó Fernando, sorprendido de tantas realizaciones sobrenaturales, que estábamos viendo en la pantalla.

—Sí, Fernando, logré descongelar el espacio de la Galaxia y la envolví con iones positivos para que la protegieran en el futuro, igual como lo hemos hecho con la Tierra, para defenderla de los rayos solares que generan más de seis mil grados de temperatura.

—¿Tanta temperatura producen los rayos solares, Aztel?

—Sí, Fernando, tal vez algo más, porque en su interior tiene 15 millones grados de temperatura, pero a su superficie seis mil y ese calor hacía la vida imposible en la Tierra, cuando decidimos poblarla. Entonces la envolvimos en un halo formado por los iones positivos y ellos dejan pasar el calor solar a la Tierra, sólo lo necesario para la vida de las plantas y los seres —respondió Aztel, mientras en la pantalla del tiempo se veían pormenores de aquellos acontecimientos tal como lo explicaba Aztel.

—¿Has intentado alguna otra vez de conseguir la abolición de la esclavitud, después que estuviste con Luis X , Aztel?

—Sí, Fernando, no lo olvidaré porque me has preguntado y te lo contaré. Varios centenares de años yo he tratado de positivizar a los esclavistas y a los terrícolas en general para que traten de poner fin a las torturas, que aplicaban a sus hermanos, pero el avance era sumamente lento, porque el egoísmo dominaba por completo la mente de los hombres. Pero a pesar de todo, durante un par de siglos, los países europeos lograron suprimir la esclavitud casi por completo, y sólo existían en las colonias en África y en la región sur de Norte América. La escena de torturas que vimos al principio por la pantalla del tiempo y que ahora la está repitiendo; ocurrió justo cuando yo había

regresa- do de la Galaxia X-14 a la Tierra, para tratar de eliminar el martirio de la esclavitud y cambiarlo por la igualdad. Para que mi ayuda fuese más natural y positiva, decidí encarnarme en un niño terrestre, de la clase más humilde, y luego tratar de ser elegido gobernante de un pueblo, para así, con razón, por haber surgido de los pobres, empezar a guiar y enseñar a nuestros hermanos en la Tierra, para que tomen la decisión de tratar de ser mejores de lo que son y hacer el bien por los demás —afirmó Aztel, con sensatez—. Entonces me dirigí hacia las aldeas de Kentucky, con el propósito de unir a los pueblos norteamericanos, que en aquella época del principio del siglo XIX estaban ocupando el sur de los Estados Unidos y vivían desunidos. Allá encontré a un matrimonio, campesino, compuesto por Tomás Lincoln y Nancy Hanks, ambos analfabetos, que vivían en una pobreza absoluta, en un lugar donde no había colegios ni iglesias. Su casa estaba construida con esteras, no tenía puertas ni ventanas. Tomás era un hombre rudo, sin oficio, que para subsistir se dedicaba a cazar venados, porque debido a su carácter violento, nadie le daba empleo. La esposa de Tomás Lincoln, Nancy, era una joven sin instrucción, pero poseía bondad del alma, que la incitaba a hacer el bien por los demás, a pesar que era hija fuera de matrimonio de Lucy Hanks, que en el pueblo virginiano, donde vivía, había sido acusada varias veces por las incorrecciones que cometía —explicó Aztel, luego prosiguió—. Me establecí en un bosque cerca de la casa de Tomás, observando el comportamiento de la señora Nancy, y así tomar la decisión, para que ella fuese la madre del hombre que borrara y proscribiera la existencia de la esclavitud y lograse la unión de los pueblos del sur, en una gran nación. Un día amaneció lloviendo. La señora Nancy se fue a recoger leña, para hacer una fogata en la que asaría la carne y prepararía la comida. Regresando a la casa, en el camino, encontró tres aves que estaban maltratadas por las ramas y palos arrancados de un árbol en que habían estado descansando, cuando éste fue destruido instantáneamente, por un rayo; las cogió y las puso en su canasta. Cuando trajo las avecitas a la casa, Tomás se encontraba en el campo cazando venados, y Nancy aprovechó para lavar las heridas de los pajaritos, darles de comer granos de trigo, y acomodarlos en una jaula, que ella había tejido para criar pollitos. Por la tarde del mismo día, visité la casa de Tomás. Nancy me señaló las aves y me explicó que a Tomás no le gustaban los animales y que tendría que esconderlas hasta que sanaran. Durante cuatro días Nancy estuvo curando y

alimentando aquellas avecillas. El quinto día los pajaritos salieron de su jaula y volaron al bosque sanos y bien alimentados. Aquella labor de la señora Nancy me confirmó que era una mujer positiva, y que merecía ser madre de un apuniano que naciera en la Tierra con la misión de ayudar a los hermanos terrícolas. En el año 1808 Nancy quedó encinta. Una mañana, cuando ella había ido al bosque por leña, me acerqué sin que se diera cuenta de mi presencia y me desintegré en minius, la más pequeña partícula de átomo y formé un halo invisible de esas mis partículas alrededor del cuerpo de Nancy, para que los absorbiera respirando o alimentándose y que penetraran por los poros de su piel, para formar las células y átomos del cuerpo del hijo durante su formación en el vientre materno y así, Cuando él bebe naciera, resultaría ser yo mismo con todos los poderes apunianos, que utilizaría por el bien de los terrestres, mientras permaneciese en la Tierra. Así, nueve meses después, el día domingo 12 de febrero de 1809, la señora Nancy dio a luz un niño, que era yo. De esa manera nací como el hijo del matrimonio Lincoln, en una choza sin puertas ni ventanas, ni piso, ubicada en un bosque de Kentucky. Pero lo que más me molestó en el momento en que nací como hijo del matrimonio Lincoln, era la desesperación de mi madre Nancy, que se encontraba sola porque hacía varios días mi padre Tomás se había ido a cazar venados, y Nancy sola tenía que afrontar el parto, los deberes del hogar y1a alimentación de los animales domésticos. Pero a pesar de todo, con mi pequeña ayuda, mentalmente, logró atender todos sus deberes sin mucho sufrimiento. Tres días después regresó mi padre Tomás y discutió agriamente con mi mamá Nancy, culpándola de no haberle avisado que iba a dar a luz para que él no se alejara del hogar, porque como padre del niño debería estar presente cuando éste llegara al mundo. Mi madre Nancy, trataba de explicar a mi padre Tomás diciendo que ella no sabía el día ni la hora cuando iba a tener el parto, pero él se molestó aún más y la acusó de mentirosa. Una semana después, mi padre reunió a sus amigos y me bautizaron dándome el nombre de Abraham. El papá exclamó alegremente, amigos, desde hoy nuestra aldea tiene a un nuevo ciudadano llamado Abraham Lincoln —explicó Aztel, mientras la pantalla estaba mostrando todos los detalles de lo que él nos relataba. Y mientras tanto, Manuel, Carlos y Fernando estaban concentrados viendo los pormenores del asunto, esperando el fin de aquella vida primitiva y humilde que había vivido la familia Lincoln. Aztel se puso pensativo, parecía que estaba tratando de

recordar todos los detalles de su vida en la Tierra, cuando era hijo del matrimonio Lincoln. Luego sonrió y habló—: Tenía yo siete años de edad cuando mi padre Tomás vendió la chacra donde estábamos viviendo por unos barriles de whisky de maíz, y nos trasladamos a una región boscosa, donde mi hermana Sara y yo teníamos que taparnos con la hojarasca durante la noche, para abrigarnos y poder dormir. De día nos divertíamos corriendo tras las aves, subíamos a los árboles, perseguíamos los conejos silvestres y así pasábamos nuestra niñez. En el año 1818, cuando yo tenía nueve años como hijo del matrimonio Lincoln, una peste infecciosa azotó la región donde vivíamos y mi madre Nancy dejó de existir. Murió una noche en que mi padre se había ido para vender sus pieles de oso, que había preparado. Por medio de la desintegración e integración, trasladé a mi madre Nancy al planeta Apu y con nosotros en la casa, sólo quedó la imagen de su ser, que a nuestro modo terrestre de ver y pensar, era Nancy en su cuerpo original —subrayó Aztel, luego continuó—. Al día siguiente papá Tomás regresó. No le afecté mucho la muerte de mi madre, porque nunca llegaron a ponerse de acuerdo por completo sobre los asuntos familiares que había que solucionar. Con la ayuda de cinco personas que vivían en la región, sepultaron a mi madre Nancy al pie de un árbol que cubría con sus ramas una gran extensión de terreno.

—¿Por qué dejaste, Aztel que tu madre muriese cuando hubieras podido sanarla? —preguntó Carlos con énfasis.

—Tienes derecho de preguntar esto, Carlos, pero te explicaré, para que te des cuenta y después me vas a decir tu opinión —respondió Aztel, luego prosiguió: La vida en la Tierra, Carlos, es un sacrificio, en que las personas y animales luchan con el gusto y el egoísmo desde que nacen hasta que mueren. Las palabras que más se escuchan en las conversaciones de las personas son “yo”, “mío”, “a mí me gusta esto y así será”. Estas palabras, Carlos, no existen en el idioma apuniano. Allá la vida se compone de trabajo, estudio y amor hacia los demás seres. Las palabras “Todo por los demás” y “amar es vivir” son las que más se oyen en Apu. Yo hubiera podido curar a mi madre, pero esto habría servido sólo para prolongarle los sacrificios en la vida terrestre. Para ella es más positivo vivir en Apu que estar sufriendo en la Tierra escuchando llantos o viendo peleas, torturas y martirios, productos del gusto y del egoísmo; además, tarde o temprano, todos los mortales tienen que pasar

por la vida espacial, cuando se mueren, donde aprenderán a ser mejores, para formar en la nueva encarnación las personas más positivas —explicó Aztel. Carlos Sonrió sorprendido al escuchar la extraña positividad de la vida apuniana. Luego quedó en silencio. Aztel prosiguió—: Una semana después mi padre Tomás decidió viajar junto con una mujer llamada Sara Buch, viuda y madre de tres hijos, a la cual trajo de un pueblo lejano, Elizabethoven, y así empezó a tranquilizarse. Aproveché entonces para positivizarlo con el fin de que actuara a favor de mi propósito, por lo cual yo había nacido como un niño terrestre. Un día mi padre me llamó y me dijo: “Oye tú chico - ¿te gustaría estudiar para aprender a leer y escribir? “Sí papá, muchas gracias”, le dije con emoción. El sonrió alegre y se fue a trabajar. Al día siguiente me llevó junto con mi hermana a un pueblo llamado Pigeon Creek, que distaba como seis kilómetros de nuestra casa y nos presentó a un hombre llamado Azel Dorsey, que había formado un grupo de niños para enseñarles a leer y escribir sin cobrar por su trabajo. A los pocos días, mostré a los demás que yo había aprendido a leer y escribir y que estaba leyendo la Biblia. Todas las personas se sorprendieron a decir que yo era un niño milagroso. Les expliqué que yo ya había aprendido a leer y escribir hacía varios años y eso los tranquilizó. —Conocí al señor Azel Dorsey varios años antes, cuando me encontraba positivizando Cuáqueros, en la parte norte de los Estados Unidos para que con su enseñanza religiosa influyeran en los eslavistas y proclamaran la abolición de la esclavitud. El señor Azel Dorsey no me conocía porque yo había hablado con los Cuáqueros veinte años antes de encarnarme en el hijo del matrimonio Lincoln, y cuando Azel me conoció yo era un hombre de edad madura y ahora aparecía como su alumno de primaria. Así, pues, decenas de años permanecí colaborando con los Cuáqueros para que ayudaran a liberar de los sacrificios a millones de personas, hombres, mujeres y niños, hasta que en el año 1780, los Cuáqueros lograron la abolición de la esclavitud en varios países americanos. Mis progreso en la escuelita de Azel Dorsey fueron muy rápidos, según la opinión de los alumnos y el maestro, y cuando empecé a hacer pequeñas composiciones en prosa y en verso se sorprendieron tanto, que empezaron a tratarme de una manera respetuosa, como si yo fuera científico. Eso me ayudé en mi acción, para positivizarlos y empecé a dar consejos a mis compañeros, explicándoles que las personas deben vivir en paz, hermandad, trabajo y estudio, nutriendo la mente con amor hacia los seres y así tener una vida

terrestre positiva sabia y fraternal, sin guerras, esclavitud ni egoísmo. Había un grupo de alumnos —explicó Aztel, que acostumbraban a sacrificar animales indefensos. Se reunían en los días de descanso y se dirigían por los bosques, en busca de animales silvestres para hacer los sacrificios. Una de los más frecuentes torturas que aplicaban era poner carbón ardiente sobre el caparazón de tortugas vivas y se divertían viéndolas morir por el calor, cuando se calentaba el caparazón. Un día me puse a observar cómo sacrificaban a las tortugas. Cuando los alumnos acabaron de colocarles el carbón ardiente sobre sus caparazones, me concentré e hice que las tortugas saltaran dos metros de alto, y que los carbones cayeran a los cuellos de los muchachos. La sorpresa del salto que hicieron las tortugas y el dolor que sintieron de las quemaduras en los cuellos ocasionaron entre mis compañeros gritos de dolor y empezaron a huir del lugar. Cuando se reunieron para conversar de la sorpresa, yo me acerqué a ellos y les dije: “Amigos, ustedes son unos jóvenes buenos e inteligentes, por eso me agrada hablarles. En la Biblia, que seguro ustedes han leído, hay unas páginas donde están escritas unas frases, por los sabios de poder divino, y que exactamente dicen: “No hagas a los otros seres lo que no te agrada que te hagan a ti”. Estos pobres animalitos son obra divina igual que nosotros. Imagínense, como nos sentiríamos, si alguien más fuerte que nosotros nos rociara con petróleo, así vestidos, y luego nos prendiese fuego. ¿Les gustaría soportar el calor del fuego sobre sus cuerpos? Siempre hay que acordarse de la frase sagrada que dice “Todo por los demás”, cuyo sentido nos enseña que tratemos de ser mejores de lo que somos y que hagamos el bien a los demás seres” —les expliqué con tono amigable. Ellos me miraron sorprendidos, porque las palabras que escucharon positivizaron sus inteligencias, para que piensen positivamente. “Son sólo unos sapos ¿para qué tanta habladuría?” —dijo uno del grupo sonriendo—. “Son seres vivientes igual que nosotros, el amigo tiene derecho de hablar así y yo quiero saber quién más de nosotros piensa igual” —gritó uno de ellos en voz alta—. ¿Tienen derecho a la vida igual que nosotros o no? —preguntó. Antes que terminase la última frase, todos los del grupo aplaudieron y cuatro de ellos se fueron donde las tortugas y les echaron agua a sus caparazones para calmarles el dolor provocado por el fuego —explicó Aztel, mientras Carlos, Fernando, Manuel y yo, veíamos la pantalla que mostraba detalles de lo que Aztel mencionaba, continuando su relato—. Me sentí satisfecho en aquel momento

—continuó Aztel— por haber influido positivamente en el pensamiento de aquellos jóvenes, que acababan de liberar de las torturas a los inocentes animales y para alegrar el ánimo de aquellos muchachos les conté un par de anécdotas, las que les provocaron risas y alegría. Los días siguientes, cuando me encóntraba con alguno de los muchachos que me habían escuchado referir los cuentos, me suplicaban que les contara otros cuentosy yo aceptaba con mucho agrado, porque así entraba en contacto con mayor número de lugareños a los que mis relatos les provocaban risas y alegría y al mismo tiempo, era la manera de positivizarlos, para que traten de ser mejores de lo que eran. Más adelante me dediqué a escuchar alegatos y discursos de los abogados, junto con la gente del lugar y me juntaba con los abogados para que los lugareños pensaran que yo también deseaba aprender las reglas positivas de comportamiento fraternal con los demás. Muchas veces caminaba alrededor veinte kilómetros para asistir a los debates de los abogados. A veces me atrevía a corregirlos mentalmente, y así lograba que los oyentes quedaran muy satisfechos elogiando a los abogados. Cuando mi padre vendió su chacra en Kentucky, nos trasladamos a Illinois y nos instalamos cerca de Decatur, en una tierra cubierta de bosque, nunca antes trabajada, ubicada cerca río Sangamón. Lo primero que hicimos fue cortar árboles, construimos una cabaña para vivir en ella y así limpiamos alrededor de quince acres de tierra, y sembramos en ella y maíz. En aquel lugar, yo me dedicaba a todo lo positivo. Construía cercos, cosechaba heno, araba la chacra y cuidaba en el bosque —nos dijo Aztel sonriente. Carlos, Fernando Manuel rieron a toda voz; yo sonreí también, y Aztel prosiguió—. Pero el más impresionante trabajo que hice en aquel tiempo, tuvo lugar durante un viaje a Nueva Orleans, por el río Missisipi, como trabajador en la lancha de un navegante llamado Denton Offut, que me contraté para trabajar cortando árboles y en la construcción de una casa de troncos, para establecer un almacén en New Salem. Cuando llegamos a Nueva Orleans, el dueño de la barca, Danton Offut decidió visitar a un hacendado amigo suyo y me ordenó que lo acompañara, cargándole las maletas. Dejamos la nave en el puerto y nos encaminamos. El viaje duró varias horas y cuando llegamos a la hacienda, allí presencié la tortura de los esclavos, que acabamos de ver por la pantalla, hace unos minutos. Pero lo que más me sorprendió fue el inhumano comportamiento de aquel patrón con los esclavos —dijo Aztel, mostrando en su rostro una profunda seriedad—. Había

en la hacienda ciento cincuenta esclavos negros hombres y ochenta mujeres, en total doscientos treinta esclavos, que trabajaban en las chacras, por turnos. Mientras unos esclavos trabajaban, los otros permanecían atados de pies y manos, un tiempo echados en el suelo, boca abajo, otra vez de espaldas y en otras posiciones, según se les ocurriera a los guardianes que los custodiaban. La alimentación se la daban sólo una vez al día, en la posición de sentados y sólo se les permitía pararse, cuando tenían que ir a hacer sus necesidades fisiológicas a una acequia, por la cual pasaba cantidad de agua para regar las chacras y la que también utilizaban para tomar y para bañarse. Pero lo que más conmovía al alma humana era el comportamiento de los guardianes con los esclavos. Cada uno pegaba, castigaba y hacía sufrir a los esclavos a su manera. Los quemaban con el fuego, les echaban agua hervida sobre sus cuerpos, les clavaban clavos en los pies, los brazos y el cuello, y aquel que inventaba las más duras y horribles torturas recibía las mejores calificaciones del patrón y de sus compañeros. Cuando regresamos de la visita, mi patrón Denton Offut instalo un molino, luego un aserradero y yo lo ayudaba en todo. Allí trabajé como maestro del molino, del aserradero y en trabajos de la chacra, durante seis años. En aquel lugar empecé a pronunciar discursos a los lugareños, y les explicaba las partes positivas de la vida. A los habitantes del lugar les agradaban mis discursos y me pedían que los aconsejara y ayudara para que renovaran la legislatura del estado, porque la que les gobernaba no tomaba en cuenta los derechos humanos de los ciudadanos. En aquel tiempo llegó una expedición de Inglaterra para buscar minas de oro, guiada por un especialista en minas, llamado Felipe Tudor. Lo conocí en el año 1855, cuando éste había venido a Illinois, para tratar con mi padre sobre los productos de chacras, bosques y minerales, que compraba y los transportaba en sus barcos para Europa y América. Un día me confesó que se dirigía a la República del Perú y yo lo positivicé para que él hablara al presidente de la República Peruana de aquel entonces, Don Ramón Castilla, para que hiciera abolir la esclavitud en el Perú. Felipe Tudor era una persona muy positiva; aceptó mi propósito y yo imané mi mente con el poder positivo. Cuando llegó al Perú, habló con Don Ramón, y éste puso fin a la esclavitud en el Perú en el año 1860 y liberó a miles de negros convirtiéndolos por ley en ciudadanos peruanos. Agradecí a Felipe Tudor por la noticia y por su colaboración en favor de los esclavos, lo ayudé en sus propósitos comerciales, que en aquella

vez fueron de su máxima satisfacción. Así, pues, amigos —nos dijo Aztel sonriente— la esclavitud disminuía cada día y las personas en la Tierra empezaban a vivir convenciéndose que todos los humanos tenemos igual derecho a la vida y a todos nos corresponde vivir libremente en la Tierra. En el año 1830, por medio de los iones positivos, positivicé al Rey de Inglaterra, Guillermo IX y éste abolió la esclavitud en su país. Durante el gobierno de la Reina Victoria, se hicieron veinticuatro tratados entre Gran Bretaña y las naciones civilizadas, para la abolición de la esclavitud y sólo faltaba convencer al gran número de esclavistas del sur de Norte América, para que decidieran poner término a las torturas y sacrificios que aplicaban a personas inocentes y los reemplazaran con igualdad y amor fraternal, productos del deber sagrado, que se expresa con la palabras "Todo por los Demás” —subrayó Aztel, mientras la pantalla de tiempo mostraba todos los detalles. Luego prosiguió—: Así pues, amigos, lo que vi en la Hacienda del amigo de Denton Offut, me horrorizó y me puso en actitud de buscar la eliminación de la esclavitud en la sociedad humana, lo más pronto posible. Los lugareños de Illinois procuraban aprender algo de mis discursos y me pidieron que me presentara como candidato, para el puesto de Legislador del lugar, en el año 1832. Les obedecí, pero no fui elegido. Eso ocasionó tristeza entre mis electores, pero se unieron con más fuerza para tratar de aprender algo de mis discursos y así recuperarse de la derrota. En aquel tiempo conocí a una joven, Ann Rutiedge, que era muy positiva y trataba de hacer Todo por los Demás; por eso, Ann y yo ‘acordamos actuar juntos por el bien del prójimo. Y mientras tratábamos de positivizar y orientar al mayor número de personas para que traten de actuar en contra de la esclavitud, Ann se enfermó. Yo hubiera podido curarla en un instante, pero Ann era una persona sumamente positiva y sólo pensaba en los demás, por eso decidí transportarla a Apu, para que ella aprendiera nuestros poderes y luego regresara a la Tierra, para positivizar y enseñar a los hermanos terrestres. Apenas empezó a avanzar la enfermedad de Ann, la desintegré y la integré en Apu, según nuestras reglas de la vida. Allá, Ann positivizó su mente en poco tiempo y hasta ahora ha venido a la Tierra en varias ocasiones y ha encarnado cuatro veces en personas terrestres, que han ayudado y enseñado a los hermanos de la Tierra, muy positivamente. Como yo tenía que positivizar al mayor número posible de personas, para que me ayudaran a conseguir un alto puesto de mando en la

sociedad, el cual me permitiera abolir la esclavitud, en el año 1837 me trasladé a Springfield, capital del estado de Illinois, para allá proseguir enseñando a las personas —nos dijo Aztel sonriente. Carlos volteó la cabeza hacia Aztel, lo miró sonriente y preguntó:

—Dijiste Aztel que cuando murió la muchacha Ann, la trasladaste a Apu, ¿por qué no la curaste para que te ayudara en tus trabajos en la Tierra?

—Gracias por preguntar, Carlos, porque preguntar es saber; por eso el que más pregunta más sabe y menos ignora, no lo olvidaré, Carlos —respondió Aztel sonriendo, luego continuó— Aun era una joven que había decidido sinceramente lograr ser mejor de lo que era y su especial satisfacción consistía en hacer todo por los demás. En la Tierra no podía lograr activar totalmente su cerebro, para así obtener todos los poderes mentales que ella quería sinceramente, para ser mejor de lo que era, y así poder cumplir con su aspiración de hacer Todo por los Demás. Por eso decidí transportarla a Apu, para que allá activara toda su mente y así llegara a cumplir con su deseo —subrayó.

—Dime, Aztel —interrumpió Carlos—, ¿en este planeta Apu hay personas de la Tierra que viven allá?

—Sí, Carlos en Apu viven billones de terrícolas, que se han trasladado en épocas diferentes que hemos poblado la Tierra. Ya has visto en la pantalla, que nosotros en Apu y ustedes en la Tierra somos una misma familia, e idénticos en todos los aspectos, psíquicos y físicos; sólo que los poderes de la mente de los terrícolas están neutralizados por la influencia de los rayos solares, por eso no pueden hacer lo que hacemos nosotros en Apu. Sólo dos grupos celulares del cerebro de los terrestres permanecen activados a medias; éstos son el grupo celular que crea el egoísmo y el grupo celular que crea el gusto. Entre los terrícolas las palabras que más se usan son “yo”, “mío”, “para mí” y “a mí me gusta”, pero en nuestro diccionario en Apu, estas palabras no existen. El egoísmo y el gusto no corregido son los más graves enemigos de los seres terrestres, que aún no han logrado positivizar las partes del cerebro que los rayos solares han neutralizado hace billones de años —dijo Aztel y luego prosiguió—. Así pues, amigos, en Springfield encontré a dos amigos, Joshua F. Speed y William Butler, quienes me enseñaron, según creían ellos, a

estudiar las leyes y reglas, que en aquel tiempo guiaban a la sociedad. También me explicaron cómo pronunciar correctamente las palabras en los discursos, y por su influencia fui admitido al ejercicio de la abogacía conforme las reglas del estado. Así pasaron dos años de mi vida en Springfield, donde trabajaba positivizando a todas las personas que iba conociendo, para que se unieran y reclamasen a las autoridades la promulgación de leyes para suprimir la esclavitud. En el año 1839, en Springfield llegó del sur una joven llamada Mary Todd, hija de un rico hacendado y principal exportador e importador de esclavos, que utilizaba todo su poder para que la esclavitud siguiera existiendo en todas partes de la tierra, porque decía que los pobres y negros eran mandados por Dios para que los ricos y poderosos dispusieran de ellos a su antojo, en torturas o trabajos, para comprarlos y venderlos, o para cualquier otra ocurrencia que viniese a la mente de los dueños. Decidí entonces positivizar a Mary, para que ella intentara positivizar a su padre a favor de la abolición de la esclavitud y le hiciera comprender que todos los seres humanos tienen los mismos derechos, válidos para todos por igual, como son vivir, trabajar, estudiar, opinar, crear y adorar, de acuerdo a su pensamiento positivo, que no debe ser dañino para ningún ser, tratando de fortalecer la paz y fraternidad en la vida terrestre. Mary, por ser hija de una familia adinerada, tenía muchos admiradores, quienes le ofrecían amor y matrimonio, pero ella no aceptaba a ninguno. Conmigo conversaba de todo. Yo le contaba que había leído muchos libros y que de ellos había aprendido enseñanzas positivas. Ella me pedía que le contera lo que había aprendido y así pasábamos horas conversando, sobre la sabiduría. De nuestra amistad Mary habló a su padre. y éste le sugirió que tratara de convencerme para que nos casáramos porque, según él, mis discursos de abogado sorprendían a sus amigos y esto los obligaría a obedecerlo. Mary me habló sobre su sentimiento y yo acepté, porque su proposición favorecía mi idea de conseguir un alto puesto de mando en la sociedad, que me permitiese lograr la ley de abolición de la esclavitud y así positivizar a los pueblos de Norte América para que vivieran en paz, en una nación unida fraternalmente. Mary y yo fijamos la fecha de la boda, que era el primero de enero de 1841, pero hubo postergación porque yo no pude asistir, por varios problemas delicados, propios de aquella sociedad adinerada, en la que yo trabajaba como abogado, y tenía que cumplir con los pedidos de los

interesados. Me fui muy lejos con un grupo de comerciantes del lugar que necesitaban de mis servicios, sin tener tiempo para avisar a Mary de lo que estaba sucediendo. Casi dos años pasaron sin comunicarme con Mary. Al final del segundo año me encontré con ella y nos casamos el día 4 de noviembre de 1842. Después de duros trabajos y derrotas, yo fui electo en el año 1848, y tomé posesión del cargo de representante legislativo del lugar, lo que me posibilitaba hacer el bien a los demás y positivizar a mayor número de personas. Cuando terminó mi periodo de legislador, regresé con Mary a Springfield y continué contándole relatos de contenido positivo, y eso orientaba a las personas, para que trataran de ser mejor de lo que eran. Un tiempo después que llegamos a Springfield, murió uno de mis hijos y yo lo trasladé a Apu, por medio de los iones positivos, para que allá aprendiera la sabiduría positiva.

—¿Qué son los iones positivos, Aztel?, ¿de qué se trata? —preguntó Carlos con énfasis.

—El que más pregunta más sabe y menos ignora —dijo Aztel sonriendo, luego prosiguió—. Los iones positivos, Carlos, son las partículas, segundas por orden de tamaño que existen y que llenan el espacio, las que hacen que nos veamos, que nos oigamos y que nos movamos. Nosotros les ordenamos lo que tienen que hacer y ellos cumplen la orden fielmente. Son invisibles, pero son la esencia de la vida.

—¿Cómo les ordenan si son invisibles? —preguntó Carlos sorprendido.

—Nosotros les ordenamos mentalmente, porque nuestra mente está totalmente activada y los iones nos obedecen con fidelidad.

—Ustedes dicen que esos iones son la mínima partícula en la química; aclárame eso por favor —suplicó Carlos.

—No, Carlos, los iones no son la más pequeña partícula, la mínima partícula en la existencia y estudios apunianos de la química, son los minius, que son la primera partícula que existe, después de la nada. A los minius les siguen los iones y tantos otros, hasta que forman al átomo —aclaró Aztel de buen humor. En seguida reanudó su relato—. En el año 1858, las ideas de proscribir el esclavismo, y por otra parte la de fortalecerlo e imponerlo totalmente en todas

las regiones, se propagaban por todas partes de Norte América; a pesar que mis positivizados en Europa habían abolido la esclavitud y en Gran Bretaña se habían firmado 24 tratados, entre los países civilizados del mundo, para poner fin a la esclavitud en la vida terrestre. En los Estados Unidos, los políticos y los propagandistas de la abolición decidieron abrir discusiones y debates, por medio de discursos, reuniéndose en los campos, porque no había locales que pudieran servir para eso. Yo decidí utilizar para mis discursos la biblioteca pública de Springfield. Al principio participaban sólo las personas del lugar, pero luego la gente venía de todas partes, y caminaban decenas de kilómetros, para asistir a la reunión y escuchar mis discursos. Un día les dije: “Nos estamos reuniendo fraternalmente para decidir y tratar de lograr que seamos mejores de lo que somos, y así poder comprender que hacer bien a los demás es una misión sagrada, que Dios nos ha encomendado. Hermanos, debemos ahora ponernos de acuerdo fraternalmente para establecer, organizar y reforzar la unión fraternal del pueblo de Norteamérica, para que vivamos en paz, como hermanos. Lo que les pido para los negros es que si ustedes no los aman, los dejen vivir en paz y libertad, porque ellos son hijos de Dios, igual que nosotros, y tienen el derecho de gozar de la vida, de la libertad, y de forjar la felicidad, igual que todas las personas. Por favor, dejémoslos para que disfruten y vivan, con el derecho que Dios nos ha dado a todos cuando nos creó”. Mi discurso fue aplaudido por la mayoría de los presentes, pero todos fueron positivizados con una energía inquebrantable de trabajar por la unión, la paz y la proscripción de la esclavitud. Aquella unión y discurso motivaron que las personas se juntaran y conversaran de la unión y liberación de los esclavos. Así, en el año 1860, un periodista me avisó desde Washington que yo había sido elegido para candidato a la presidencia y tuve que viajar apurado a Washington, para pronunciar discursos en favor de los esclavos y de la unión de los estados que integran a Norte América. Unos días después de mi llegada, me avisaron que yo acababa de ser elegido Presidente de los Estados Unidos de Norte América. Apenas tomé posesión de la presidencia, tuve que enfrentar un incidente que resultó ser principio de la Guerra de Secesión, entre los esclavistas del Sur y los liberales del Norte. Un grupo de soldados, qué se encontraba en el Fuerte Sumter, situado en Carolina del Sur, reclamaba víveres. Los jefes militares y los de la armada opinaron que no debía hacerse el envío, porque el fuerte estaba aislado por los esclavistas y divisionistas, y el

envío podría provocar la guerra. Pero yo sabía que dejar que el fuerte se rindiera, hubiese significado que aceptaba la división del país y la esclavitud, y que estaba tratando de estimular el conflicto. Esta situación más el sufrimiento de los soldados en el fuerte, sin alimentación, me llevaron a ordenar que se enviasen alimentos al fuerte. Antes que los alimentos llegaran, el fuerte fue bombardeado por los esclavistas quienes deseaban imponer la esclavitud en todos los continentes. Allí empezó la guerra entre hermanos y vecinos; unos querían vivir, trabajar y estudiar unidos fraternalmente en paz y libertad, mientras otros proyectaban la separación de los pueblos y extender la esclavitud para vivir sin trabajar, gozando con las torturas y sacrificios de niños, mujeres y hombres, considerándolos seres inferiores que, según decían, Dios había creado para que sirvieran como esclavos y trabajasen para la “raza superior”. Yo sabía —afirmó Aztel— que en aquella guerra iban a morir miles de personas, pero era la única manera de conseguir la vida fraternal entre los terrestres, para que se diesen cuenta que todos somos iguales, que debemos querernos como hermanos y vivir unidos, tratando de hacer todo por los demás; por eso utilicé el poder de los iones positivos, para transportar al planeta Apu a todas las personas que muriesen en aquella guerra, fuesen esclavistas o humanistas —subrayó Aztel.

—¿Por qué tenías que transportar los muertos a Apu cuando sus cadáveres hubieran podido quedarse en la Tierra, como se quedan los de todos que mueren? —preguntó Carlos sonriendo.

—Tienes derecho de preguntar, Carlos; preguntar lo que no se sabe siempre es positivo —respondió Aztel con ánimo; luego prosiguió—: Todas las personas que mueren en la Tierra son transportadas a algún lugar positivo del Universo, que ustedes llaman Cielo, para allá aprender a ser mejores de lo que han sido. En la Tierra sólo se queda la imagen de su cuerpo, que para ustedes es inconfundible e idéntico al real. Nosotros, cuando estamos en la Tierra, transportamos a Apu a todos los terrestres que mueren en nuestra presencia, sea en la guerra o por cualquier otra causa. Este es nuestro deber sagrado, hacer todo por los demás. Yo trasladé a aquellos que murieron en esa guerra civil, motivada por la unión y la libertad, para que vivieran en Apu como hermanos, pacíficamente y para que aprendieran a estudiar y trabajar con el sagrado deseo de hacer todo por los demás. En Apu están viviendo trillones de

terrícolas, que hemos transportado en épocas diferentes, desde que poblamos la Tierra.

—¡Cómo! ¿Entonces, según usted, esos que han muerto en aquella guerra están vivos en Apu?

—preguntó Carlos, mientras Manuel y Fernando permanecían callados por la sorpresa de ver tantas cosas raras en la pantalla.

—Sí, Carlos, como les dije, en Apu viven trillones de terrícolas; a la mayor parte de ellos hemos transportado a Apu cuando ocurrió la tragedia del diluvio —explicó Aztel, se quedó en silencio unos instantes, luego prosiguió—: En el año 1863, como Presidente de los Estados Unidos, firmé y difundí el decreto de la abolición de la esclavitud, elevando a la categoría de ciudadanos libres a cuatro millones y medio de negros, que en aquel entonces vivían como esclavos en diversos estados de los Estados Unidos. Aquel decreto no produjo un efecto positivo en los Estados Unidos al momento de publicarse, pero en los países extranjeros, causó un simpático y saludable efecto, y en Europa se comprendió que aquella guerra entre los pueblos de Estados Unidos tenía un noble y positivo sentido humano, que conducía a la unión, paz y libertad. La opinión de los países europeos influyó de manera positiva en la mente de los esclavistas, y las ideas de paz, unión y fraternidad avanzaban velozmente. En el año 1865, fui reelegido como Presidente de los Estados Unidos y empecé a organizar un nuevo congreso, compuesto por ciudadanos de todas las regiones, sin malevolencia para nadie, pero con indulgencia para todos. Así, pues —afirmó Aztel—, mi objeto fundamental en aquella epoca era salvar y fortalecer la unión, la paz y la libertad, convirtiendo a los esclavos en hermanos, tal como nos creó la naturaleza. Pero a pesar de todo, mi estadía en la Tierra de aquella época se acercaba a su fin, porque hacer todo por los demás, es una sagrada regla de los apunianos y yo había cumplido con mi propósito. El día 14 de abril del año 1865, los artistas nacionales, a pedido del congreso de la nueva nación me habían preparado una función en el Fords Teatro, para homenajearme. Yo sabía que esa sería mi despedida de la vida terrestre de aquel tiempo, y cuando me encontraba sentado en el palco presidencial del teatro, un esclavista me disparó con su pistola, y la bala perforó mi cabeza. Antes de caer al suelo, integré mi cuerpo apuniano y me dediqué a positivizar

a mi esposa y a mis amigos y luego partí para la Galaxia número 14. En la Tierra sólo quedó la imagen de mi cuerpo con las características personales que sirvieran para el velorio y sepultura —nos dijo Aztel sonriente.

—¿Por qué tenías que morir Aztel?, ¿acaso no podías hacerte invisible y salir de la Tierra tal como habías venido? —preguntó Fernando, poniéndose serio.

—No olvidaré tu pregunta, Fernando, preguntar es saber y siempre es positivo. Es verdad, pude haber salido de la Tierra, tal como había venido. También pude haber desintegrado la pistola del esclavista, cuando me estaba apuntando, pero haciendo eso no hubiera cumplido con el sagrado deber de los apunianos de hacer Todo por los Demás. Tampoco los terrícolas hubieran tenido una positiva opinión sobre mí, porque dar su vida por la paz, unión y prosperidad de los demás es una obra venerable, ejemplar. La vida de nuestros hermanos que están poblando la Tierra los rayos solares la han convertido en muy difícil y sólo el egoísmo y el gusto no corregido dominan la mente de los seres, que viven en la superficie terrestre. En cambio en Apu, la vida es un agrado que sólo se compone de la positividad —subrayó Aztel, mientras la pantalla empezaba a mostrar los detalles de la vida apuniana—. Lo primero que mostró fue una hermosa cuidad cuyo plano de urbanización estaba detallado en forma humana, y sus casas, construidas sin ángulo recto, en forma de sépalo de rosas, rodeadas por jardines y árboles, que con su alineación artística formaban figuras de seres y cosas, impresionaban con agrado. La construcción de aquella ciudad daba una apariencia que dos personas estaban ensayando una pose de ballet clásico en una inmensa pampa, cuyos cuerpos con sus extremidades estaban artísticamente representadas por grupos de casas, parques, y otras combinaciones de bosques, flores y lagos. Las cabezas estaban pobladas de casas del color de los cuerpos de la raza amarilla y en lugar de los ojos, se veían dos lagunas de aguas verdes y cristalinas, desde cuyos fondos salía un haz luminoso que regulaba su brillo mágico según la luz diurna, o daba la verdadera impresión de que eran ojos reales de un ser humano. El cuerpo y las extremidades de las figuras, estaban pobladas de casas que formaban, por su disposición y concierto, números, flores, letras y herramientas de trabajo.

—Qué es eso lo que estamos viendo, Aztel?— preguntaron Carlos y Fernando sorprendidos.

—Ésta es una ciudad apuniana, su nombre es Kyoodo y es la primera, donde se establecen las personas extranjeras cuando las traemos a Apu, y que sirve para que se acostumbren los recién venidos a la vida apuniana, respondió Aztel. En eso la pantalla mostró un grupo de personas, de aspecto alegre, que descendieron del espacio sobre las calles de la ciudad cubiertas por césped de colores rojo, blanco, negro y azul, y se mantenían en el aire unos centímetros sobre el césped, sin pisarlo.

—Tal vez les sorprende que todas las personas que están viendo son alegres y sonrientes, pues, en Apu no hay problemas en la vida de sus habitantes. Todos trabajan por igual, producen y gozan de sus productos. Este modo de vivir les deja tiempo para estudiar, aprender, conocer y ayudar a la inmensa multitud de otras galaxias que los necesitan. No pisamos el césped para no hacer daño a las células que lo componen, la vida celular, amigos, para los apunianos es lo más sagrado —subrayó Aztel. En seguida la pantalla mostró varios grupos de parejas, jóvenes, en un estadio, ubicado al centro de un prado, y a sus alrededores cantidad de mariposas que con los movimientos de sus alas, hacían producir, una música de sonidos extraordinarios, y los jóvenes empezaron a bailar, alegremente. Carlos, Fernando y Manuel se quedaron sorprendidos al ver que las mariposas, con mover sus alas, producían sonidos y combinaban una música agradable. Yo había visto esas rarezas unos años antes, y no me sorprendían tanto como a Carlos, Fernando y Manuel, pero no les hablé de mis experiencias para que no se rían de mí.

—¿Es cierto lo que estamos viendo Aztel?, o ¿es una imaginación, proyectada? —preguntó Fernando, poniéndose serio.

—Lo que estamos enseñando —habló Aztel—, es la realidad. A esas mariposas les agrada la música, mueven sus alas, así agitan a los iones positivos que se encuentran a su alrededor y éstos producen los sonidos que componen la música, para que los jóvenes se diviertan bailando. Acá en Apu todo lo que existe es positivo, no hay egoísmo ni gusto no corregido, y sólo existe una absoluta positividad y comprensión entre las personas, plantas, animales y entre todo lo que existe. En Apu la vida familiar es muy diferente.

En la Tierra hay reglas sociales que se imponen sobre el individuo, limitándole el verdadero sentimiento, las cuales tienen un origen de interés, físico o social, que atraen al hombre hacia la mujer, o viceversa, para subyugar a la persona a quien se “ama” y conseguir algo para el goce individual y egoísta. En Apu eso no existe. Allá el amor es libre; puede uno querer a quien le inspire más simpatía, en cualquier forma y época, sin que esa vida amorosa como la llaman ustedes, origine ninguna clase de limitaciones. Para los apunianos el uso sexual es una acción, la más sagrada que existe, porque es creador de una vida y eso no se puede olvidar.

En la Tierra, el nacimiento de un niño lo saben sólo los padres, pero en Apu, todos los ciudadanos lo saben al instante, y se alegran por haber venido un apuniano más. En la Tierra, un niño después de nacer tiene que esperar más de un año para poder caminar y hablar, pero en Apu el niño habla y camina al instante, cuando nace —explicó Aztel sonriente. En ese momento la pantalla mostró un parto en Apu, lo que nos originó una gran sorpresa. Una mujer embarazada estaba paseándose por un prado elevada unos centímetros sobre las yerbas para no pisanas y se detuvo de repente, parecía que estaba observando algo en el cielo.

Al instante, una pequeña cantidad de humo cubrió todo su cuerpo por unos instantes y cuando desapareció, un niño minúsculo, recién nacido salió de entre sus piernas, dio la vuelta alrededor de la mujer y le habló sonriendo. El humo y la aparición del niño nos sorprendió tanto, que nos pareció estar viendo brujerías o cosas.

—Esto que acabamos de ver, amigos, es el nacimiento de un niño en Apu —nos dijo Aztel, afirmando, luego continuó— Yo sé que para los terrestres es difícil creer lo que acabamos de ver, pero les aseguro que es verdad, porque el poder de nuestra mente en conjunto con los iones positivos. pueden hacer realidades, que para los terrestres y para los habitantes de muchos otros planetas del espacio sideral son increíbles —subrayó con énfasis—. Nuestra vida en Apu es diferente, como ya saben. También nuestras actividades son distintas de las terrestres. En Apu se trabaja sólo tres días a la semana, tres horas terrestres diarias por turno, para que el trabajo no se interrumpa. Por ejemplo, si a un apuniano le toca trabajar, según la semana terrestre, lunes,

martes y miércoles, tres horas diarias que es el jornal oficial en Apu, pero no trabaja, jueves, viernes, sábado ni domingo. Los dos primeros días que no trabaja los dedica al descanso absoluto; no se mueve para nada. El tercer día, se va a la revisión médica, que la hacen máquinas especiales, para examinar minius y átomos de sus células, que su organismo pudiera haber sufrido durante tres días de trabajo. El cuarto día, la persona tiene el deber de divertirse, y para eso tiene derecho de escoger cualquiera de las diversiones que tenemos en Apu. Así, la persona en siete días, trabaja, descansa, se recupera, se divierte, y el trabajo nunca se interrumpe porque se trabaja por turno y no hay desocupados.

—Dijiste, Aztel, que los científicos o médicos en Apu pueden tratar el átomo de las células del cuerpo humano. No comprendo cómo pueden aislar una partícula tan pequeña y todavía curarla —habló Carlos con la expresión de sorpresa.

—Para nosotros en Apu, Carlos, no es difícil; nuestros sabios tratan protones, neutrones, iones y minius; también tenemos máquinas que solas hacen todo eso —respondió Aztel afirmativamente.

—O sea que esos minius también son importantes, Aztel.

—Sí, Carlos, los minius son las más pequeñas partículas existentes. Son indivisibles para los ojos de los seres. Los minius son los que integran otras partículas mayores, átomos y células. Los minius se mueven a velocidad uniforme y son capaces de soportar cambios, que provocados inteligentemente originan las más potentes fuerzas existentes, tales como las que hacen posible la desintegración e integración de la materia, la creación de las nuevas células, átomos, iones, la inmortalidad, la encarnación y todos los poderes que se encuentran en el Universo. Nosotros en Apu, podemos separar átomos, células, protones, iones y minius con mucha facilidad.

—¿Qué tiene que ver la velocidad con el origen de átomos y fuerzas, Aztel? — preguntó Manuel.

—La velocidad, Manuel, es el primer factor de las fuerzas, la vida se debe a procesos químicos y el movimiento. Esta es la ley válida para el Universo y para los seres. Por ejemplo, para ejecutar la desintegración, sea por medio de

máquina o mentalmente, tanto para desintegrar como para integrar de nuevo, el factor más importante es la velocidad con la que se hace mover a los minius para asociarlos o disociarlos en la forma deseada; así, pues a su movimiento se debe la producción del más interesante de los fenómenos del Universo, la desintegración e integración de la materia.

—No comprendo, Aztel, cómo es esto que la vida se debe a la química y al movimiento —habló Manuel, poniéndose pensativo.

—Te explicaré con mucho agrado, Manuel —respondió Aztel, luego prosiguió—, si en una célula cualquiera cesaran de moverse sus componentes menores, átomos y minius, la célula moriría, porque no estaría apta para actuar. Esto es lo que le toca al movimiento. Ahora, si a los minius, átomos o células les faltase cohesión química, también se detendrían, no podrían ejercer su función. Si los astros, los planetas y las galaxias detuviesen sus movimientos o si composiciones químicas faltasen al carbono, al oxígeno, al hidrógeno y a los otros elementos que componen la vida orgánica, la vida del Universo también se interrumpiría. No habría gravedad, atracción, luz, lluvias ni vientos; flores, árboles ni seres; no habría rayos cósmicos, ondas magnéticas, iones positivos ni imanaciones —subrayó Aztel con afirmación, mientras la pantalla de tiempo mostraba detalles de lo que Aztel estaba explicando. Carlos, Fernando y Manuel, estaban concentrados viendo las demostraciones que la pantalla estaba mostrando y esas sorpresas los incitaba para hacer preguntas a Aztel.

—Comprendo, Aztel, que una célula viva y sanas puede desintegrar o integrar, aplicándole poderes positivos, máximos, que ustedes en Apu poseen, pero no me es comprensible cómo las células muertas pueden aparecer sanas o íntegras —preguntó Carlos, con énfasis.

—Las creamos, Carlos —respondió el apuniano afirmativamente.

—¿Quiere decir que al mismo tiempo, cuando desintegran e integran las células, también crean nuevas?

—Sí, Carlos, así es.

—Otra cosa, Aztel.

—¿Cuál es Carlos?

—¿Cómo hacen eso de cambiar las formas de los seres o cosas? Por ejemplo, hace unos minutos cuando estábamos viendo en la pantalla la ciudad de Kyoodo vimos que una mujer apuniana convirtió una golondrina en conejo. ¿Acaso cambian las células?

—No, Carlos, las células son las mismas, sólo que las organiza- mos en forma diferente. Los apunianos cuando están trabajando en la Tierra, se convierten en personas del lugar o en animales, según la necesidad de sembrar los iones positivos entre los terrícolas, pero las células son las mismas que tomemos desde el nacimiento. Un apuniano de nombre Emí fue convertido en caballo de varios altruistas, en épocas diferentes, para guiarlos y positivizarlos; fue caballo de Homero y del profeta Elías —explicó Aztel, mientras la pantalla de tiempo seguía mostrando los pormenores de lo que estamos hablando. De pronto, en la pantalla apareció un grupo de animales compuesto de lobos, venados, zorros, gatos, pericotes, perros y ovejas, jugaban entre sí, como si alguien los hubiera citado para que se diviertan en aquella hermosa pampa a la orilla de un río. Pero lo que más nos impresioné fue cuando vimos que jugaban las aves con las mariposas, lobos con ovejas y venados, perros con zorros, gatos con los pericotes.

—¿Ustedes en Apu enseñan a esos animales para que no se coman entre sí? —preguntó Fernando a Aztel.

—No, Fernando, no se les enseña. En Apu todo nace positivo y pacífico —respondió Aztel con afirmación, luego prosiguió—: Ningún ser apuniano es agresivo. Eso se debe a la cantidad de iones positivos que rodean el planeta y que éste no recibe rayos solares. También en la Tierra se puede conseguir lo mismo. A pesar que el Sol es la causa de la agresividad de los seres terrestres, si el hombre lo decidiera, lo conseguiría, pues la herencia de los caracteres y otras facultades de los seres depende de los genes paternos. En la Tierra, los animales sirven al hombre para alimento. Esa es una de las más negativas y destructivas costumbres que los terrestres están practicando. Eso basta para que todos los animales terrestres comprendan que su más feroz enemigo es el hombre. Miles de millones de años terrestres después que la Tierra fue separada de Apu, los terrícolas descendientes de nosotros, a causa de la

influencia dominante de lo negativo que tienen rayos solares, empezaron a comerse entre sí, uno a otro. Mucho esfuerzo hemos utilizado para eliminar este mal de la Tierra, pero a pesar de tantos millones de años de nuestro trabajo positivo, los seres terrestres siguen aún comiéndose entre sí. Los niales existirán en este planeta hasta que sus habitantes se unan fraternalmente. Sólo así unidos, eliminarán a los males uno por uno, y también superarán la fuerza negativa de los rayos solares que los conduce para que coman a los animales al saber que ellos son seres formados por células, igual que nosotros, pero organizadas en formas diferentes, y que cada animal siente dolor o agrado igual que los humanos, —explicó Aztel con una sonrisa agradable. De pronto en la pantalla aparecieron los lobos y ovejas paseando juntos por un prado. Un lobo se acercó a una oveja que se encontraba parada para que su cordero mamara sus tetas y se alimentara. El lobo inclinó su cabeza hacia la ubre de la oveja, agarró una teta con la boca y empezó a mamar.

—¡Lobo y cordero mamando juntos tetas de una oveja! ¡Qué espectáculo tan raro, increíble! —exclamaron Carlos y Femando a toda voz.

—No se alarmen, amigos —habló Aztel en tono amable—. En la Tierra la vida se compone de problemas, dificultades y sacrificios. Siempre hay que castigar unos seres para que gocen otros. El egoísmo y la explotación son formas de vivir en la Tierra. En Apu, la igualdad, la paz, amistad y fraternidad son las reglas que conducen la vida —subrayó Aztel con énfasis, luego prosiguió—: La Tierra, desde que se separó de Apu, ha sufrido varias tormentas negativas, tales como, incendio de su superficie, choques de otros planetas y diluvio. Después del diluvio, los terrícolas que salvamos en las lanchas, y los apunianos que trajimos a la tierra, durante unos cientos de años estuvieron trabajando, estudiando y viviendo en paz y fraternidad; pero un día, la Tierra pasó por una zona del espacio infectada por unos parásitos que transformaban formas y colores de plantas, animales y personas. Esa infección contaminó, de formas diferentes, a toda la superficie del planeta Tierra. Aquella contaminación, juntamente con los rayos solares, alteró el color y aspecto físico y psíquico de las personas, plantas y animales -que vivían en la Tierra. Los apunianos acudieron personalmente para ayudar a los hermanos de la Tierra y enseñarles cómo debían combatir aquellas enfermedades, que habían envenenado el suelo, las plantas y animales de la superficie terrestre.

Al principio, nuestros hermanos nos obedecían y trataban de aprender, para luchar contra aquella peste, aunque todavía no conocían qué les estaba variando la estatura, la forma, el color de su piel y también los poderes de su cerebro. Con el tiempo, los terrestres disminuyeron su propio esfuerzo, para seguir luchando contra las dificultades y se dedicaban a esperarnos para que nosotros hiciéramos su trabajo, por ellos. En aquellas épocas, nosotros de Apu teníamos que atender muchos trabajos, en las diferentes galaxias por el Universo, y eso impedía nuestra llegada continua a la Tierra. Los terrícolas, entonces, empezaron a decir oraciones y plegarias-en formas diferentes para, según ellos, así lograr que fuéramos a ayudarlos, y no intentaban resolver ellos solos sus problemas. No obedecían nuestros consejos de activar su mente, para así descubrir fuerzas nuevas en su favor. Nosotros, en Apu, meditamos sobre el asunto y decidimos ayudarlos, de una manera diferente y mucho más positiva. Acordamos, pues hacer encarnaciones en los niños terrestres, mientras estaban en el vientre materno y al nacer tratar de positivizar a las personas, y ayudarles en forma diferente, ya como terrícolas, para que así los habitantes de la Tierra conocieran lo que ellos valían y también comprendiesen que los terrestres, activando su mente, pueden ser inteligentes y poderosos igual que nosotros en Apu, porque el cerebro de las personas en la Tierra y en Apu es idéntico, sólo que el de los terrestres está neutralizado por los rayos solares, y por eso funciona sólo una pequeñísima parte de él, pero activándolo serían capaces de crear, estudiar, trabajar, desintegrar, integrar y ser inmortales igual que nosotros en Apu. Nuestros hermanos en la Tierra deben darse cuenta —subrayó Aztel— que de su mente está funcionando sólo una pequeña fracción, de la cual la mayor parte genera el egoísmo y gusto no corregido —recalcó mientras la pantalla de tiempo mostraba los pormenores del asunto, luego continuó—: Cuando decidimos encarnarnos en niños terrestres, pusimos más cantidad de iones positivos alrededor de la Tierra para protegerla de los rayos solares y empezamos las encarnaciones. Los terrícolas se dieron cuenta que podían aprender a resolver solos sus problemas, sin rogar a nadie que viniese del espacio sideral, para hacerlo por ellos. De esta manera, poco a poco, se originó el conjunto de los adelantos y el desarrollo que los terrestres tienen ahora y que están corrigiendo los aspectos psíquicos y físicos de las personas, plantas y animales en la Tierra, pero nosotros no hemos interrumpido nuestra ayuda y siempre estamos en la Tierra dando una mano a

nuestros hermanos para que positivicen su mente y organicen una sociedad terrestre, positiva y sabia, nutrida con la energía cósmica, que crea la fraternidad, la paz, estudio y trabajo, eñ la cual todas las personas al amanecer de cada día piensan sinceramente “Hoy tengo que portarme mejor que ayer, para cambiar el egoísmo por la sabiduría positiva” y así con franqueza y buena fe, hacer todo por los demás —subrayó Aztel y se quedó en silencio.

—Dijiste antes, Aztel, que la infección que había adquirido la superficie de la Tierra originó una transformación en lo físico y psíquico de las personas y animales, ¿podrías explicarnos esto, por favor? —preguntó Femando, con la expresión suplicante.

—Sí, Fernando, no olvidaré tu pregunta —respondió Aztel sonriente, luego prosiguió—: Habían terminado 279 años desde que el diluvio había terminado. La superficie terrestre estaba seca pero a pocos metros de profundidad, la tierra conservaba una densa humedad, que se evaporaba y producía neblina que permanecía continuamente sobre la superficie, en algunas partes. Durante su rotación por el espacio sideral, la Tierra pasé por una zona que estaba saturada de diferentes clases de gases y polvos químicos, productos de la explosión de un planeta mineral, que había estallado en aquella parte del espacio, unos años antes. Al pasar por esa zona, la Tierra con su superficie húmeda, en contacto con los innumerables gases y polvos químicos que llenaban aquel espacio, originó una infinidad de transformaciones espantosas, en personas, animales y plantas, que vivían en la superficie terrestre. La gente se transformaba en animales, los animales en seres semejantes a las personas, las plantas en yerbas y viceversa. Ese fue el más horrible momento que la Tierra vivió desde que se separé de Apu por la explosión. Aquel caótico incidente, donde la Tierra demoró solo unas horas para alejarse de él, trajo como producto, las diferentes razas humanas, de colores, formas y aspectos físicos diversos. Cuando la Tierra se alejó de aquella zona, los apunianos la envolvieron en un halo de iones positivos, para que la protegieran en el futuro, durante sus viajes por el espacio. Pero pese a ello, toda la superficie terrestre sigue contaminada, y esto se ha hecho algo permanente, ya acostumbrado, sin producir más daños; observen la pantalla, que les mostrará todo —-dijo Aztel, sonriente. Miramos la pantalla y vimos escenas horribles. La Tierra entró en una zona de nubes que reflejaban colores

diferentes y cuando salió de esa zona del espacio, las personas se transformaban en animales, que hoy conocemos con el nombre de monos, osos, perros, delfines y caballos. En los que se quedaban con la forma normal, sus pieles adquirían los colores negro, amarillo, pálido, rosado y blanco.

—¡Qué dificultades ha sobrevivido la Tierra y sus habitantes en aquel tiempo! —exclamó Manuel atemorizado.

—Así es, amigo, —dijo Aztel; permaneció en silencio algunos instantes, parecía que estaba tratando de calmar la pena, producida por aquel terrorífico suceso. Luego prosiguió—: Aquel tormento fue unos de los más negativos que ha sucedido en el Universo. Y cuando se creía que ya había pasado, de pronto surgieron animales gigantescos, que con su presencia aterrorizaban a los habitantes de la Tierra. Primero aparecieron manadas de los que ustedes llaman rinocerontes; luego elefantes, bisontes y camellos. Nosotros de Apu nos apresuramos a ayudar a los hermanos de la Tierra y logramos interrum- pir las transformaciones de personas, animales y plantas, pero las razas y colores de los seres humanos habían penetrado en la formación genética de los seres, convirtiéndose así, las razas y costumbres en características hereditarias. Cada persona aceptaba ser como era, y no deseaba cambiar. Eso impidió la intervención de los apunianos, porque nosotros no podíamos hacer ningún cambio en la vida de los seres sin su sincera aprobación. Eso interrumpió nuestro deseo de intervenir, para modificar las razas y colores de los terrícolas, por eso cada región de la Tierra sigue con su particularidad infectada, sólo para crear colores y razas de las personas, pero curada por los apunianos de otras contaminaciones, adquiridas en aquel accidente —subrayó Aztel afirmativamente, mientras la pantalla de tiempo mostraba los detalles de aquella catástrofe, que la Tierra sobrevivió hace trillones de años, algunos de cuyos efectos los está soportando todavía—. Amigos —exclamó Aztel de repente—, Noy y yo tenemos que viajar hacia el polo sur de la Tierra, para ayudar a nuestros hermanos que están viviendo en esa región. Reconocemos el valor de su sincero acompañamiento y atención, que nos han prestado hoy, no lo olvidaré y por favor traten de ser mejores de lo que son, de estudiar y trabajar en paz, de querer sinceramente a todos los seres y de hacer bien a los demás —dijo con énfasis. Salimos todos de la nave, Aztel y Noy se despidieron de nosotros exclamando “Todo por los Demás” “!No los

olvidaremos!” Regresaron a su avioneta, se elevaron verticalmente, hasta que pasaron la altura de los cerros, y se perdieron en el espacio sideral.

—¿Quiénes son esas personas? ¿Qué opinan ustedes?—preguntó Fernando, sorprendido.

—En esta zona, arriba por las alturas, los pastores siempre hablan de unas personas que los visitan, que dicen que son del planeta Apu y vienen para ayudarlos en formas diferentes. Les enseñan cómo curar a los enfermos, y cómo portarse para ser mejores de los que son, haciendo Todo por los Demás, y defendiendo las Comunidades Campesinas, en las cuales están viviendo —explicó Manuel con tono serio.

—Cada uno puede decir lo que piensa, pero yo no acepto que estos hombres son extraterrestres. Lo único que me sorprende es cómo hacen para que un simple vidrio, pegado a la pared de una nave reproduzca detalles en miniatura, que no son fotos, de tantos acontecimientos históricos y simples, sucedidos en tiempos inmemoriales —habló Carlos con acento afirmativo.

—¿Cómo puedes asegurar que no son extraterrestres? ¿Acaso a Tierra es el único planeta poblado en el Universo infinito? —Interrogó Fernando sonriendo—, ¿qué opinas tú? —me preguntó mirándome a los ojos.

—Cada persona es un mundo diferente y tiene derecho de creer, adorar, y crear; sólo no tiene derecho de hacer daño a otros seres.

En el año 1960, junto con los pastores y compañeros de trabajo, vimos muchas veces a unas personas que decían ser extraterrestres, pero yo nunca creí que eran lo que decían ser. Unos años después, empezaron a realizarse todas las escenas que habíamos visto por la pantalla de tiempo, en las avionetas de los que afirman haber venido del planeta Apu y anunciaban lo que sucederá en el futuro. Entonces, cambié de opinión. Una ola cosa sé: Ellos cuando caminan por el campo se desgravitán y se elevan sobre el pasto para no pisarlo, porque según dicen, no pueden hacer daño a las plantas ni a los seres; en cambio, nosotros en la Tierra, hacemos guerras, matamos y ornemos a los animales, y cumplimos con obedecer el egoísmo, que domina nuestra mente por completo — respondí.

—Varias veces han aparecido noticias en los periódicos, que en África, los extraterrestres con sus platillos voladores han destruido las casas de los campesinos ¿qué me dices de eso? —preguntó Carios sonriendo.

—Una sola cosa te preguntaré Carlos: ¿Aceptas tú la información de la ciencia del hombre de que el espacio sideral es infinito?

—Sí, Fernando, yo también creo que es interminable —respondió Carlos, con seriedad.

—Entonces, Carlos, en el Universo infinito puede haber infinidad de planetas, galaxias, seres, animales, plantas, caracteres y formas; yo sólo puedo creer con seguridad, que si los apunianos no pisan el césped para no hacer daño a las células que los componen, son mejores que nosotros, que matamos personas, plantas y animales y que hacemos la guerra —subrayé Fernando de modo afirmativo—. Ahora creo que debemos regresar al hotel, porque ya se está acercando la noche —dijo sonriente. Todos aceptamos la opinión de Fernando. Carlos acomodó sus cuadernos de notas en la mochila, Fernando hizo unas anotaciones en su libreta de apuntes y nos encaminamos de regreso a la ciudad de Chavín.

ÍNDICE

Prólogo

Introducción

Capítulo 1

Todo por los Demás

Capítulo 11

Edén de los Andes

Capítulo III

Raíz de la Cultura

Capítulo IV

La vida empezó en América

Capítulo V

Aztel