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Historia Universal Siglo XX a.C. - XVI d.C. | Krismar Educación CAPÍTULO 7 Mesoamé ri ca Ub i c a ci ón y peri od os La región que llamamos Mesoamérica está de- limitada al norte por el desierto de Durango (parte norte de México) y al sur en lo que hoy es Honduras. Hay diversos paisajes, desde las cumbres nevadas (en la parte central de Méxi- co) hasta las costas tropicales. En general, el clima y las condiciones naturales de la región son favorables para la vida humana. Cuando comenzó a poblarse, la región era más hú- meda que ahora. En muchos lugares que hoy son bastantes secos, como el Valle de México, había bosques, lagos y pantanos. Abundaban los animales para la cacería y la pesca, y mu- chas plantas que podían lograr que surgiera una agricultura muy productiva, la cual era su principal fuente de alimentación; otras al- ternativas eran la caza, la pesca y la recolec- ción de frutas silvestres. La disponibilidad de agua, la fertilidad de la tierra y la variedad de plantas, ayudaron a que Mesoamérica fue- ra el lugar más poblado y con las civilizacio- nes más avanzadas del continente. La diversidad de los climas y de los produc- tos naturales de Mesoamérica propició desde épocas muy antiguas el intercambio comer- cial y cultural entre zonas apartadas. Aunque cada civilización mesoamericana tuvo ras- gos propios, el comercio, las migraciones y las expediciones militares difundieron la in- fluencia de los pueblos más avanzados. Por eso hay costumbres, creencias y formas de trabajo que son comunes a todos los pueblos de Mesoamérica. La evolución de las civilizaciones mesoame- ricana es larga y complicada. Para entender mejor esa historia, los especialistas la han di- vidido en tres periodos, tres épocas en que los pobladores de la región comparten más o menos el mismo nivel de desarrollo cultural. Estos periodos son tres: El Formativo o Preclásico abarca desde 1800 a.C., cuando se extienden las aldeas agrícolas permanentes, hasta 200 d.C. El Clásico abarca del año 200 al 800 d. C. Es el tiempo de esplendor de numerosas ciudades independientes (por eso las lla- mamos, como a las griegas, ciudades-Es- tado), en las que se construyeron grandes centros ceremoniales. El Posclásico comprende desde el año 800 hasta la llegada de los españoles. Al prin- cipio de este periodo, las ciudades más importantes de Mesoamérica fueron aban-

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CAPÍTULO 7 Mesoamérica

Ubicación y periodos La región que llamamos Mesoamérica está de-

limitada al norte por el desierto de Durango

(parte norte de México) y al sur en lo que hoy

es Honduras. Hay diversos paisajes, desde las

cumbres nevadas (en la parte central de Méxi-

co) hasta las costas tropicales. En general, el

clima y las condiciones naturales de la región

son favorables para la vida humana. Cuando

comenzó a poblarse, la región era más hú-

meda que ahora. En muchos lugares que hoy

son bastantes secos, como el Valle de México,

había bosques, lagos y pantanos. Abundaban

los animales para la cacería y la pesca, y mu-

chas plantas que podían lograr que surgiera

una agricultura muy productiva, la cual era

su principal fuente de alimentación; otras al-

ternativas eran la caza, la pesca y la recolec-

ción de frutas silvestres. La disponibilidad de

agua, la fertilidad de la tierra y la variedad

de plantas, ayudaron a que Mesoamérica fue-

ra el lugar más poblado y con las civilizacio-

nes más avanzadas del continente.

La diversidad de los climas y de los produc-

tos naturales de Mesoamérica propició desde

épocas muy antiguas el intercambio comer-

cial y cultural entre zonas apartadas. Aunque

cada civilización mesoamericana tuvo ras-

gos propios, el comercio, las migraciones y

las expediciones militares difundieron la in-

fluencia de los pueblos más avanzados. Por

eso hay costumbres, creencias y formas de

trabajo que son comunes a todos los pueblos

de Mesoamérica.

La evolución de las civilizaciones mesoame-

ricana es larga y complicada. Para entender

mejor esa historia, los especialistas la han di-

vidido en tres periodos, tres épocas en que

los pobladores de la región comparten más o

menos el mismo nivel de desarrollo cultural.

Estos periodos son tres:

• El Formativo o Preclásico abarca desde

1800 a.C., cuando se extienden las aldeas

agrícolas permanentes, hasta 200 d.C.

• El Clásico abarca del año 200 al 800 d. C.

Es el tiempo de esplendor de numerosas

ciudades independientes (por eso las lla-

mamos, como a las griegas, ciudades-Es-

tado), en las que se construyeron grandes

centros ceremoniales.

• El Posclásico comprende desde el año 800

hasta la llegada de los españoles. Al prin-

cipio de este periodo, las ciudades más

importantes de Mesoamérica fueron aban-

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CAPÍTULO 7 | Mesoamérica 2

donadas o destruidas. Después se funda-

ron otras y finalmente surgió el gran se-

ñorío mexica, que dominaba gran parte

de Mesoamérica a principios del siglo XVI,

cuando Europa y América entraron en con-

tacto.

Las divisiones entre estos tres grandes perio-

dos son aproximadas, pues se trata de cam-

bios que no se produjeron en un momento

preciso, sino que fueron siempre graduales.

El conocimiento que se tiene de los pueblos

mesoamericanos ha avanzado notablemente

en los años recientes. Sin embargo, es mu-

cho lo que no se sabe sobre ellos. Constante-

mente se producen nuevos hallazgos y descu-

brimientos, que obligan a los historiadores a

modificar sus ideas y explicaciones. Hay toda-

vía grandes misterios por aclarar en la etapa

más antigua de su historia.

Periodo Preclásico:

Las primeras civilizaciones

Época: 2500 a.C.-200 d.C

En las primeras décadas del siglo XX, los an-

tropólogos mexicanos encontraron que abajo

de los grandes centros ceremoniales llamados

clásicos, como Teotihuacan y los de la zona

maya, había restos más primitivos. Por eso,

denominaron Preclásico al periodo cultural

de mayor antigüedad.

Hoy sabemos que en ese periodo formativo,

que dura por lo menos 20 siglos, hubo una len-

ta evolución desde las aldeas agrícolas hasta

la primera gran civilización de Mesoamérica:

la de los olmecas. Durante el Preclásico creció

aceleradamente la población de Mesoaméri-

ca, tanto así que algunos historiadores hablan

de una explosión demográfica. No se sabe con

precisión a qué se debió este fenómeno, pero

seguramente está relacionado con el aumen-

to de las superficies cultivadas de maíz que

producían mazorcas más grandes.

Muchos sitios de México estuvieron habitados

desde principios del Preclásico. Los vestigios

de edificaciones no son muy abundantes,

pues en esa época se construía generalmente

con madera, hojas de palma y otros materia-

les que no resisten el paso del tiempo. Pero

sí se han encontrado cerámicas y tumbas: los

objetos que se han encontrado allí nos per-

miten tener una idea cómo se vivía en aquel

tiempo.

Los antiguos mesoamericanos creían en la

existencia de un “más allá” donde moraban

los espíritus de los muertos. Lo sabemos por-

que en las tumbas que han sido descubiertas,

enterraban a sus difuntos con objetos que,

según ellos, podían necesitar en otra vida,

como joyas, vasijas, juguetes y figurillas de

barro. Había también una religión primitiva,

en la que se veneraba a fenómenos natura-

les como el Sol, la lluvia y la fertilidad de la

tierra.

A medida que los grupos humanos formaron

aldeas y ciudades mayores, las necesidades

de la población crecieron y el trabajo de las

personas se especializó. En las sociedades se

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CAPÍTULO 7 | Mesoamérica 3

distinguieron varios grupos: los gobernantes,

que a la vez eran sacerdotes y jefes guerre-

ros; los artesanos, que eran la mayoría. Es-

tos últimos trabajaban la tierra, construía

las obras públicas y en las guerras peleaban

como soldados. Los trabajos agrícolas se ha-

cían en grupos y las familias se repartían los

productos del campo.

Las técnicas progresaron con gran rapidez. Se

tejían, entre otras cosas, telas, cuerdas, re-

des y cestas. Los trabajos que se efectuaban

en piedra y en barro alcanzaron, paso a paso,

una notable perfección.

Además de la civilización Olmeca, en el Pre-

clásico se desarrollaron las primeras etapas

de las grandes culturas de Mesoamérica. Eso

sucedió en varias regiones: en la zona maya,

en la zapoteca, en el Occidente y en el Alti-

plano.

Los Olmecas

Localización: Sur de Veracruz y el límite occi-

dental de Tabasco

Ciudades más importantes: San Lorenzo, La

Venta y Tres zapotes

Época: 1200-400 a.C.

Hacia el año 1200 antes de Cristo surge un

pueblo que con el transcurso del tiempo se-

ría la madre las culturas Mesoamericanas. El

área central de lo que fue la cultura olmeca,

está ubicada en la parte sur del estado de Ve-

racruz y la norte del estado de Tabasco.

Olmeca significa "habitante del país del hule".

Por ello la palabra corresponde a todos los

que han vivido en esa área. Los sitios arqueo-

lógicos y monumentos que corresponden a la

región olmeca en el sentido aquí usado se en-

cuentran en el área limitada por el golfo de

México al norte, al sur están las montañas;

al oeste, los ríos San Juan y Papaloapan y los

lagos conectados con los ríos Limón y Cacique

forman una región prácticamente cubierta

por el agua o, cuando menos, por lodo que

no sólo dificultan toda expansión, sino que

ofrecen pocas posibilidades para una eco-

nomía indígena y al este están los pantanos

de Tabasco que impiden la agricultura. Esta

es el área ocupa unos 12,000 km2, definidos

por los restos culturales y por la geografía.

En una área bastante pequeña, entre los ríos

Coatzacoalcos y Chiquito, se encuentran tres

sitios relacionados: San Lorenzo, Tenochtit-

lan (no confundir con la capital Azteca) y Po-

trero Nuevo.

Los ríos tienen un enorme volumen de agua,

el mayor de Mesoamérica, por lo que resul-

taron un factor dominante en la cultura. Las

montañas de la frontera sur no son muy al-

tas y fácilmente pueden atravesarse, pero la

cultura olmeca metropolitana fue una cultura

netamente costera, de tierra caliente, orga-

nizada alrededor de un régimen económico

definido y que al cambiar de hábitat, cam-

biaría también de modalidades, como sucede

precisamente entre los grupos olmecoides.

Esa vegetación, una vez dominada, cortándo-

la continuamente, deja suelos fáciles para la

agricultura indígena, aunque poco duraderos,

por muy considerable que sea el esfuerzo de

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CAPÍTULO 7 | Mesoamérica 4

abrir la selva con implementos de piedra. Este

fue probablemente el reto que la naturaleza

impuso a los olmecas, reto no demasiado ri-

guroso y que pudieron dominar, logrando así

el éxito Se ha dicho que la zona olmeca es

una "Mesopotamia americana", pues, al igual

que en Mesopotamia o Egipto, los ríos juga-

ron un papel principal en el nacimiento de la

civilización.

Mientras las civilizaciones del Viejo Mundo

tuvieron que luchar, sobre todo, contra la

tierra seca y, por lo tanto su problema fue la

irrigación, los olmecas lo hicieron mayormen-

te contra la selva y el agua. Tal vez a estas

diferencias sea debido el enorme desarrollo

del verdadero urbanismo en los olmecas, en

contraste con el que hubo en el Viejo Mundo

y con el mayor desarrollo que alcanzó en el

Altiplano de México.

Sin duda, a causa de la humedad del suelo las

exploraciones arqueológicas no han podido

recobrar restos animales o humanos. Poco sa-

bemos de sus animales domésticos. Tenían el

perro, el guajolote y probablemente cultiva-

ban ya la abeja real. En los ríos, lagunas y en

el mar abundan peces, mariscos, tortugas y

gran variedad de aves acuáticas. Esta riqueza

fue la base de la alimentación, base que no

tuvieron o muy escasamente otras áreas del

México antiguo. La diferencia es importante,

ya que las vitaminas proporcionadas por los

animales acuáticos suplen la deficiencia de

proteínas característica en una cultura tan

escasa en animales domésticos.

Desde más de un milenio antes del floreci-

miento olmeca, la agricultura era la base

económica de Mesoamérica, principalmente

el maíz, frijol y calabaza, cultivos que en al-

gunos sitios como Tres Zapotes se encuentra

unida. No se tienen datos ciertos sobre el al-

godón, el cacao, el tabaco y otras plantas.

En una región tropical la tierra no rinde como

en otras zonas, el cultivo tiene que ser ro-

tativo y dejarla descansar durante años. Los

efectos en la cultura humana son importan-

tes, pues no pueden surgir grandes conglome-

rados de población, ya que cada vez hay que

ir más lejos en busca de tierras laborables, lo

que a la larga significa desplazar todo el pue-

blo. Como esto es imposible en sociedades ya

establecidas, la comunidad tiene un límite

demográfico muy claro y se subdivide conti-

nuamente. El problema sólo puede resolverse

utilizando otros recursos económicos natura-

les o mediante el comercio. Por ello los ríos

jugaron un papel fundamental en una socie-

dad que no disponía de la rueda ni de bestias

de carga; el agua formó los grandes caminos

naturales que permitían las comunicaciones.

Sin embargo, en la zona olmeca existe otra

posibilidad, que es la agricultura húmeda.

Muchos de los centros olmecas son verdade-

ras islas, rodeadas de agua cuyo nivel baja y

sube anualmente, lo que permite una irriga-

ción natural y un fertilizante producido por el

limo traído por las inundaciones.

Determinar con alguna precisión cuál fue el

número de habitantes de la región, tanto en

su apogeo como en cualquier otro momento,

es simple especulación. Pero es necesario

formular cuando menos una hipótesis, ya que

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CAPÍTULO 7 | Mesoamérica 5

nuestro concepto sobre la cultura olmeca se

ver afectado por la cantidad de personas que

hayan tomado parte en ella. Todos los proble-

mas resultan distintos y todas las posibilida-

des son de otro orden según la demografía.

Podemos considerar que el área olmeca tuvo

250,000 habitantes. La ausencia de animales

domésticos evitaba que el agua se contami-

nara como sucedió a partir del siglo XVI y es

probable que no existiera el paludismo en

tiempos prehispánicos, al menos en formas

graves.

Por las mismas razones que impiden recobrar

restos animales, no se ha encontrado en los

entierros olmecas un solo esqueleto que se-

ñale cuál era el tipo físico de esta gente. Por

tanto, sólo podemos reconstruirlo a base de

representaciones en barro, piedra y jade, o

aceptando que los habitantes actuales del

área sean descendientes físicos directos de

los antiguos y así hayan preservado, cuando

menos, algunas de las viejas características

raciales. De hecho, ambas posibilidades se

complementan, pues es muy probable que el

tipo representado en las esculturas sea una

idealización del tipo físico sureño mexicano:

baja estatura, con cuerpos bien formados,

tendencia a la obesidad, de cabeza y cara

redondeadas, con nucas abultadas, ojos obli-

cuos y abotagados, con pliegue epicántico,

nariz corta y ancha, boca de labios gruesos

y comisuras hundidas, mandíbulas potentes

y cuello corto. Estos rasgos faciales han su-

gerido la presencia entre los olmecas de dos

razas humanas: el pliegue epicántico repre-

senta a la mongoloide, y los demás rasgos, a

la negroide. Sobre la primera no hay duda,

puesto que en ella reside el origen del indio

americano. Los rasgos que se creen de origen

africano y que resultan improbables se refie-

ren más bien a formas de representar, sobre

todo, niños, que en general ofrecen caras más

redondas, narices más cortas y anchas, y la-

bios más gruesos, que han sugerido rasgos ne-

groides. Lo curioso es que no había negros en

el México prehispánico. Convivieron con ellos

alguno o varios grupos distintos que a veces

aparecen en su arte. Esto es importante, ya

que refleja esa necesidad de toda civilización

de formarse mediante la convivencia de dos

o más grupos que se fertilizan mutuamente.

La herencia olmeca

Muchos avances logrados por los olmecas se

extendieron por toda Mesoamérica. En luga-

res tan apartados entre sí, como Guerrero, el

Valle de México, Oaxaca y la zona mayor se

pueden encontrar elementos culturales que

indudablemente tienen origen olmeca, como

la técnica para trabajar la piedra, la obser-

vación de los astros y el culto a ciertas y del

cálculo del tiempo también sean producto de

esta civilización.

La arquitectura de los olmecas tuvo una gran

influencia, pues fueron los primeros que cons-

truyeron centros ceremoniales, diseñados de

manera que tuvieran una determinada orien-

tación en relación con ciertos astros.

Los centros ceremoniales estaban separados

de las aldeas o los barrios donde la gente co-

mún y corriente realizaba las actividades de

todos los días. En el centro religioso vivían

únicamente los gobernantes, los sacerdotes y

sus sirvientes. El pueblo se reunía en el cen-

tro sólo para las celebraciones religiosas y

militares.

Sabemos más de la religión y el arte que de

la vida cotidiana de los pueblos mesoameri-

canos porque los centros ceremoniales han

resistido el paso del tiempo, mientras que las

casas o los mercados han desaparecido, pues

estaban hechos de adobe, palma o madera.

Hacia el año 300 a.C. los centros ceremonia-

les olmecas ya habían sido abandonados por

sus pobladores, ignorando qué provocó ese

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CAPÍTULO 7 | Mesoamérica 6

hecho. Sin embargo, para entonces ya se ha-

bía difundido su cultura en Mesoamérica.

Periodo Clásico

Época 200-900 d.C.

Hacia el año 200 a.C. en varias regiones de

Mesoamérica, se inicia el desarrollo de gran-

des civilizaciones urbanas. Los centros cere-

moniales se multiplicaron y las artes alcanza-

ron un esplendor impresionante. Es la época

en que florecen, entre otras, la civilización

maya, la zapoteca y la de los pobladores de

Teotihuacan. Las ciudades del periodo Clási-

co fueron independientes entre sí, aunque al-

gunas, más poderosas, dominaron territorios

extensos y cobraron tributos a sus habitantes.

En esta época, la organización de la socie-

dad se volvió más complicada. Al lado de los

guerreros-sacerdotes surgieron funcionarios

encargados de impartir justicia y de recaudar

tributos, comerciantes que viajaban largas

distancias y artesanos de gran especializa-

ción. La religión ocupaba el lugar central de

la vida y en torno a ella giraban las demás

actividades. Aumentó el número de las dei-

dades y de las ceremonias realizadas en su

honor, que con frecuencia incluían los sacrifi-

cios humanos.

Los asombrosos centros ceremoniales de esta

época, sus templos y pirámides, tumbas y

palacios, nos dan idea del peso que tenía la

religión en las sociedades clásicas. Decenas

de miles de hombres trabajaban durante años

para construirlos, se ocupaba a los más dies-

tros artesanos y se consumían los materiales

más preciados. Todo ese esfuerzo tenía como

finalidad obtener el favor de las deidades,

que según las creencias de aquellos pueblos,

gobernaban la vida de los hombres y los ciclos

de la naturaleza.

En otras actividades humanas hubo notables

avances. Progresaron ciencias como las ma-

temáticas y la astronomía, se crearon com-

plicados sistemas de escritura y prosperó la

herbolaria, que estudia las propiedades be-

néficas o dañinas de las plantas. Las técnicas

para trabajar la piedra y el barro alcanzaron

su punto más alto; las paredes de los centros

ceremoniales se cubrieron de pinturas y re-

lieves.

Cada pueblo desarrolló un particular estilo

artístico, aunque los pueblos de Mesoaméri-

ca compartían formas de arte parecidas. Las

más antigua e influyente de las civilizaciones

clásicas fue la de Teotihuacan.

Los mayas Localización: Territorios actuales de Guate-

mala, Belice, Honduras, El Salvador, y los es-

tados de México de Chiapas, Quintana Roo,

Tabasco y Yucatán

Principales ciudades: Tayasal, Zacpeten, Nak-

bé, Palenque, Tikal, Quirigua, Copan, Calak-

mul.

Época: 292-909 d.C.

Aún en la actualidad, no se sabe exactamente

de dónde provienen los mayas. Algunos creen

que llegaron de la región del sur de los An-

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CAPÍTULO 7 | Mesoamérica 7

des; otros, que llegaron del norte, siguiendo

la ruta de la costa del Atlántico. Lo que sí se

sabe es que la civilización maya fue una de

las culturas más avanzadas del período pre-

colombino y superior, en muchos aspectos, a

otros grupos americanos del mismo período.

Los mayas se establecieron en tres grandes

regiones. En el Sur de México, desde el estado

de Chiapas hasta Honduras. Más tarde, des-

pués de abandonar las antiguas ciudades, se

dirigieron a la península de Yucatán (Campe-

che, Yucatán y Quintana Roo) y a los estados

de Chiapas y Tabasco. Todo el territorio maya

abarcaba más de 200 mil kilómetros desde la

costa norte de Yucatán hasta las cordilleras

guatemaltecas y hondureñas. Se caracteriza-

ba por tener diferentes clases de vegetación

y de clima. En el sur existían muchas regiones

montañosas y frías; en el norte, llanuras con

vegetación y de clima cálido; en el centro,

bosques semitropicales con abundantes llu-

vias. Según la leyenda, la región maya surgió

de las aguas, y de ahí que maya significa pi-

sada de agua.

A la largo de la historia de los mayas ha ha-

bido grandes e importantes cambios en el te-

rreno cultural, religioso y arquitectónico. En

la mayoría de los casos, estos cambios han

sido el resultado de las diferentes invasiones

del territorio maya por grupos como los olme-

cas, los toltecas y los españoles, entre otros.

Por medio de los estudios que han realizado

diferentes arqueólogos a partir del siglo pasa-

do sobre los monumentos y edificaciones ma-

yas, ha sido posible reconstruir el desarrollo

cultural de este pueblo.

Las ciudades mayas siguieron el mismo pa-

trón evolutivo que la mayor parte de las

poblaciones agrícolas de Mesoamérica, con-

temporáneas suyas. Es muy probable que las

moradas de sus habitantes hayan sido chozas

de madera con techos de palma, al igual que

los templos que construían para adorar a sus

dioses. Todas estas construcciones desapare-

cieron con el tiempo, quedando como único

testimonio de este periodo unos cuantos res-

tos de cerámica polícroma y antropomorfa.

Las ciudades tuvieron influencia de las tribus

vecinas, en particular de los olmecas. Los

primeros rasgos típicos mayas (tales como la

deformación craneana y la nariz aguileña) se

pueden apreciar ya con claridad en sus figuri-

llas de barra. Aparecen las estelas con glifos

cronológicos y el arte lapidario. La religión

empieza a estructurarse en esta época.

El segundo periodo se le conoce como Clá-

sico Maya y va del 325 al 925 d.C. Durante

su primera fase de este período, llamada

Temprana (325-625 d.C.) las influencias de

otras tribus extrañas desaparecen en el mun-

do maya. La extensión comprendía 325,000

Km. Las características clásicas de la cultura

maya se hacen evidente en todo su territorio:

las construcciones a base del arco corbelado

o falsa bóveda maya, elemento importante

para sostener la techumbre de los edificios;

la medición y culto del tiempo, del cual lle-

vaban una cuenta exacta en estelas de pie-

dra bellamente esculpidas con glifos cronoló-

gicos y escritura jeroglífica; los mosaicos de

piedra tallada cuidadosamente, que forman

celosías, grecas, chozas y mascarones para

decorar las fachadas y frisas de templos y pa-

lacios, así como las cresterías que los corona-

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CAPÍTULO 7 | Mesoamérica 8

ban, figurando hermosos calados de piedra;

las molduras y cornisas típicas; los dinteles

y jambas, columnas de piedra labrada, etcé-

tera. El descubrimiento del cero, el uso de

un calendario elaborado por ellos, más exac-

to aún que el Juliano (cuyas bases les fueron

heredadas por los olmecas), son dos enormes

logros de los muchos que esta raza excepcio-

nal alcanzó en este era inmejorable, en la

que los mayas mantuvieron relaciones con los

teotihuacanos.

La etapa media del Clásica, (625-800 d.C.),

produjo un espectacular desarrollo en el arte

y en la ciencia, en particular en la arquitec-

tura, la pintura, la escultura, la cerámica,

el arte lapidario, la astronomía, las mate-

máticas y la escritura jeroglífica. El comer-

cio también prosperó, produciendo expertos

navegantes dedicados a transportar y vender

mercancías desde muy remotos lugares. Chi-

chén-Itzá y Uxmal, en la parte norte de Yuca-

tán, se convirtieron en centros ceremoniales

de gran relevancia. Otras ciudades muy im-

portantes de la época son Tikal, Bonampak,

Yaxchilán y Palenque.

Los mayas que habitaron esta región consti-

tuían una familia étnica dividida en tribus,

las que hablaban diferentes dialectos mayas,

pertenecientes no obstante a un mismo tron-

co lingüístico. Su economía se fundamentaba

en la agricultura; políticamente, sus ciuda-

des independientes pueden ser comparadas

con las ciudades-estado griegas o italianas

de la antigüedad. Los elementos caracterís-

ticos producidos por la cultura maya se fue-

ron desarrollando poco a poco, hasta llegar

a los límites mismos de su territorio. El mun-

do maya, libre ya de las presiones del exte-

rior, alcanza todo su esplendor. La religión se

constituye en el centro de la vida maya.

Hacia fines del Periodo Clásico, vino la caí-

da (800 d.C.), una influencia "extranjera"

comienza a hacerse sentir en la vasta región

maya. Los fundamentos de esta civilización

se fueron minando, hasta provocar una re-

vuelta del pueblo en contra de sus gober-

nantes políticos y religiosos, así como de la

nobleza, la que resultó en su eliminación por

asesinato o destierro. No teniendo ya grandes

dirigentes que guiaran su destino, los mayas

abandonaron sus centros ceremoniales y las

tierras agrícolas que los circundaban, disper-

sándose para formar pequeños asentamientos

diseminados. Las ciudades de la región Puuc,

tales como Uxmal, Sayil, Labná, Kabáh y Xla-

pak, que habían llegado a ser muy prósperas

a fines del Clásico, experimentaron una deca-

dencia general y quedaron desiertas.

Los arqueólogos han propuesto varias teo-

rías para justificar este cambio de la historia

maya. La más aceptada menciona que des-

pués de alcanzar su cenit, el pueblo maya

sufrió una crisis provocada por sus gober-

nantes teocráticos, quienes valiéndose de

sus prerrogativas, le exigían cotidianamente

mayores impuestos y la presionaban cada vez

más con demandas injustas. Ello forzó a los

mayas a la rebelión. Al mismo tiempo, el ago-

tamiento de las tierras cultivables aledañas

a los centros urbanos y ceremoniales obliga-

ron a los agricultores a buscar suelo fértil le-

jos, resultando en su emigración para lograr

mejores oportunidades de subsistencia. Este

pueblo tuvo entonces que fundar nuevas co-

munidades mucho más pequeñas y rudimen-

tarias donde habitar, dejando a las grandes

ciudades antiguas únicamente como centros

de peregrinación, las que visitaban esporádi-

camente con el objeto de realizar ritos reli-

giosos primitivos o para enterrar a sus muer-

tos.

A esto siguió un intervalo de cincuenta años,

al que se refieren los conocedores como el

Interregnum, durante el cual la cultura maya

descendió a su nivel más bajo, comparado

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CAPÍTULO 7 | Mesoamérica 9

solamente al alcanzado en el Período For-

mativo. El arte en todas sus formas declinó,

excepto por la cerámica llamada Plumbate.

Lentamente, la influencia que se había esta-

do dejando sentir en el área desde tiempo

atrás se concretiza con el arribo de elemen-

tos culturales completamente ajenos a los

mayas, venidos a Yucatán desde el altiplano

central mexicano.

Hacia el año 1000 de nuestra era se estableció

un pacto entre las tres tribus mayas de mayor

poderío en la zona norte de la península de

Yucatán. La llamada "Triple Alianza" reunió a

los Itzáes, cuya capital era Chichén-Itzá, con

los Xiús de Uxmal y los Cocomes de Mayapán.

Los Xiús y los Cocomes se jactaban de ser des-

cendientes de los toltecas y de hecho así era.

Esta alianza fue muy favorable a los Itzáes

a la largo de casi doscientos años y Chichén

Itzá experimentó un verdadero renacimiento

que sobrepasó en todo lo que se había podido

alcanzar durante el Periodo Clásico.

Chichén-Itzá vio entonces surgir las gran-

diosas construcciones de la edad de oro del

arte maya-tolteca, cuyos rasgos distintivos

aportaron una gran novedad al arte arqui-

tectónico local, al ser interpretados por los

artistas mayas. Pórticos, galenas y columna-

tas; columnas de Atlantes, estatuas yacentes

del Chac-Mool, pilastras esculpidas en forma

de serpientes emplumadas o como efigies de

guerreros; grabados de tigres y águilas devo-

rando corazones humanos, representaciones

míticas de seres mitad hombre, mitad jaguar,

mitad serpiente y mitad pájaro; plataformas

de cráneos (Tzompantli en náhuatl) y re-

presentaciones de divinidades mexicanas; y

sobre todo Quetzalcóatl, "La Serpiente Em-

plumada", (cuyo nombre se tradujo al maya

como Kukulcán), quien reinó al lado de Chac,

dios maya de la lluvia, a partir de esa época.

Hacia el siglo X de nuestra era, el sacerdote

tolteca Quetzalcóatl llegó a Yucatán después

de haber huido de sus enemigos de Tula (ca-

pital de los toltecas), la tribu mexicana a la

que había llevado a alcanzar niveles de cul-

tura incomparables. Los Itzáes, que habla-

ban maya y náhuatl, habían mantenido des-

de mucho tiempo relaciones comerciales con

los mexicanos, hallándose ya para entonces

profundamente influenciados por ellos; por lo

tanto, pudieron asimilar fácilmente la cultu-

ra traída a las tierras mayas por Quetzalcóatl

y su grupo. A la vez que imponían su propio

estilo de arte y arquitectura, los toltecas hi-

cieron prevalecer su religión entre los Itzáes

y otras tribus mayas. Este cambio dramático

provocó que el carácter otrora sereno y apa-

cible del pueblo maya se tornara agresivo y

belicoso, y despertara el deseo de conquistar

prisioneros de guerra con el objeto de sacri-

ficarlos a las deidades, en el curso de cere-

monias religiosas y extender su hegemonía

en la zona norte de Yucatán. En consecuen-

cia, la vida pacifica que llevaban los mayas

hasta ese momento de su historia se vio al-

terada por las rivalidades y la violencia. Sin

embargo, el pacto de Chichén-Itzá, Uxmal y

Mayapán permitió a los Itzáes prosperar nue-

vamente, así como transformar a su capital

en la ciudad por excelencia de toda la zona

maya. Desgraciadamente, en 1194 Mayapán

rompe la Triple Alianza, subyuga por la fuerza

a Chichén-Itzá y Uxmal y se constituye en el

imperio supremo de la península de Yucatán.

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CAPÍTULO 7 | Mesoamérica 10

En el siglo XIII viene la conquista de los It-

záes y los Xiús por los Cocomes, las grandes

y espléndidas ciudades como Chichén-Itzá y

Uxmal fueron abandonadas. A partir de en-

tonces ya no se volvieron a construir edificios

importantes; el arte empobreció notable-

mente y nunca más se produjeron las copias

ostentosas de los originales toltecas. No obs-

tante esto, Chichén mantuvo su prestigio de

gran centro ceremonial mucho después de

la conquista española y los peregrinos con-

tinuaron llegando a ella desde los sitios más

lejanos del territorio maya, para celebrar ri-

tos religiosos y lanzar ofrendas al Cenote Sa-

grado. La guerra, la imposición cultural y el

creciente aumento de los sacrificios humanos

requeridos por la religión de los mexicanos

precipitaron la decadencia, mostrada por la

alfarería tosca de esa época. El magno im-

perio maya había caído para no levantares

jamás. El misterio que cubre la desaparición

de la civilización maya, puede ser razonable-

mente explicado con los argumentos expresa-

dos por especialistas como Thompson y Sodi,

quienes deducen a través de sus investigacio-

nes que el fin de los mayas es el resultado de

la "mexicanización" de su cultura.

Cultura Zapoteca

Localización: Sur de Oaxaca, sur de Guerre-

ro, parte del sur de Puebla y el Istmo de Te-

huantepec en México

Principales Ciudades: San José Mogote, Mitla

y MonteAlbán (Oaxaca, México)

Época: 300 a.C.-1200 d.C.

Pueblo mesoamericano perteneciente al tron-

co lingüístico otomangue, establecido desde

el I milenio a.C. en la sierra, valle central y

en la parte del istmo de Tehuantepec de lo

que es en la actualidad el estado de Oaxaca,

que tuvo una destacada importancia durante

el periodo precolombino y recibió la influen-

cia de los olmecas, es decir, de los creadores

de la cultura madre que comenzó a florecer

en las costas del golfo de México, en la región

limítrofe de los actuales estados de Veracruz

y Tabasco.

Los zapotecas precolombinos

Hacia el siglo VI a.C., los zapotecas estaban

en posesión de un sistema calendárico y tam-

bién de una forma de escritura. De ello dan

testimonio los centenares de estelas con ins-

cripciones que se conservan en el centro ce-

remonial de Monte Albán. Dichas estelas se

conocen como de „los danzantes‟, ya que las

posturas de las figuras humanas con las que

se registran tales inscripciones, sugieren que

están bailando. En esa primera etapa del de-

sarrollo zapoteca comenzaron a construirse

tumbas de cajón o rectangulares en las que

aparecen ofrendas y representaciones del

dios de la lluvia Cocijo, deidad que habría de

tener un lugar muy importante en el panteón

zapoteca.

En los siglos siguientes, según los datos pro-

porcionados por la arqueología, pueden dis-

tinguirse varios periodos de desarrollo. En

el que abarca desde el 300 a.C. hasta el 100

d.C., se dejó sentir la presencia de algunos

elementos que más tarde se desarrollarían

con mayor fuerza entre los mayas. De esa

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CAPÍTULO 7 | Mesoamérica 11

época provienen asimismo edificaciones más

suntuosas, entre ellas las de varios juegos de

pelota (los lugares donde se practicaba el tla-

chtli) y algunos templos en Monte Albán y en

otros lugares de Oaxaca como Yagul, Teotit-

lán y Zaachila.

A ese periodo siguió el del auge de la cultura

zapoteca, entre el año 100 d.C. y el 800 d.C.,

que coincidió con el esplendor de Teotihua-

can en la región central. Fue entonces cuando

el centro de Monte Albán llegó a su máximo

florecimiento. De ello dan fe los templos, pa-

lacios, adoratorios, plazas, juegos de pelota

y otras edificaciones que allí pueden contem-

plarse. Además de Cocijo, dios de la lluvia,

se adoraba a la pareja de dioses creadores

llamados Pitao Cozaana y Pitao Nohuichana,

representación de la dualidad que también

aparece en las otras regiones de Mesoaméri-

ca. En este periodo de esplendor se consolida

la presencia zapoteca en los ya mencionados

Yagul y Zaachila, y en otros muchos lugares

como Huajuapan, Juchitán, Piedra Labrada y

algunos ya situados en los actuales territorios

de los estados de Puebla y Guerrero.

Los zapotecas fueron, junto con los mayas,

él único pueblo de la época que desarrolló un

sistema completo de escritura, en el que se

combinan la representación de ideas y la de

sonidos. Estas escrituras han sido descifradas

sólo parcialmente.

Hacia el año 800, tal como sucede en otras

ciudades del Clásico, el esplendor de Monte

Albán termina bruscamente. La cultura zapo-

teca continuó en los valles de Oaxaca y siglos

después los mixtecas, que vivían en las serra-

nías al norte y al este de Monte Albán, inva-

dieron los valles y sostuvieron una larga lucha

con los zapotecas. Los mixtecas establecie-

ron sus propios centros religiosos. Desarrolla-

ron un estilo de cerámica caracterizado por

su colorido y elaboraron códices muy bellos,

que narran la historia de los grandes jefes de

sus señoríos.

Al periodo de esplendor siguió uno de franca

decadencia. Otro grupo étnico, el de los mix-

tecos, ocupó su principal centro ceremonial

y se impuso en gran parte del territorio oa-

xaqueño. Los zapotecas, a veces sometidos a

los mixtecos y en ocasiones aliados con ellos,

establecieron su ciudad principal en Zaachi-

la. A pesar de su decadencia, los zapotecas

lograron conservar en parte su independencia

y salir victoriosos en varias guerras que tu-

vieron contra grupos vecinos, así como opo-

ner resistencia a los intentos de los mexicas o

aztecas que trataban de sojuzgarlos. La con-

quista española, en las primeras décadas del

siglo XVI, puso fin a la existencia autónoma

zapoteca.

Cultura Mixteca Localización: Región montañosa que se en-

cuentra en los estados mexicanos del Sur de

Puebla, Poniente de Oaxaca y el este de Gue-

rrero.

Ciudades Principales: Cerro de las minas, Tu-

tutepec, Huamelulpan, Tayata, Monte Negro,

Etlatongo, Huajuapan, Cerro Jazmín, Diquiyú

Época: 1500 a.C.-1500 d.C.

Los mixtecos o mixtecas, originalmente de

cultura olmeca, se desplazaron a comienzos

de la era cristiana probablemente desde la

región de Cholula (Puebla) hacia el sur, hasta

ocupar las zonas altas del territorio conocido

como la Mixteca (en el estado de Oaxaca),

cuyo nombre viene a significar "país de las

nubes". Posteriormente, los mixtecos exten-

dieron sus dominios a zonas más bajas, dispu-

tándoselas a sus antiguos dueños zapotecas,

cuya cultura influyó considerablemente en

los invasores.

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CAPÍTULO 7 | Mesoamérica 12

El pueblo mixteco estaba dividido en diversos

reinos o señoríos repartidos por los numero-

sos valles del territorio. Ocasionalmente, los

mixtecos unieron sus fuerzas con fines de-

fensivos, como sucedió en la segunda mitad

del siglo XV cuando comenzó a manifestarse

en su territorio la presión expansionista de

los aztecas. Su organización social, muy rí-

gida, se estructuraba en dos castas, la pri-

mera compuesta por militares y sacerdotes,

y la inferior por campesinos y artesanos. Las

contribuciones más importantes de los mixte-

cos son: los registros pictográficos en códices

hechos sobre piel de venado de la historia mi-

litar y social que narran aspectos del pensa-

miento religioso, de los hechos históricos y

de los registros genealógicos de su cultura; la

orfebrería, cuyas muestras como pectorales,

narigueras, anillos o aretes, demuestran que

manejaron con maestría el oro trabajado con

la técnica de la cera perdida, así como el la-

brado del alabastro, el jade, la turquesa y la

obsidiana, entre otros. Las piezas más nota-

bles que se conocen proceden de los enterra-

mientos de Monte Albán, descubiertos por el

arqueólogo Alfonso Caso, y que se exhiben en

el Museo Regional de Oaxaca. Otros legados

mixtecos son: un calendario análogo al utili-

zado por los aztecas y sus técnicas agrícolas.

Entre los siglos XI y XII de nuestra época, los

mixtecos adoptaron una influencia tolteca

cuya característica civilizadora los motivó a

buscar asentamientos más estables que los

que habían tenido; se dedicaron a dominar

a los zapotecas por medio de invasiones de

sus tierras, guerras y alianzas políticas por

matrimonios. De ese modo se apoderaron,

por ejemplo, de Monte Albán, que había sido

abandonada por los zapotecas y los mixtecos

convirtieron en necrópolis, enriqueciendo

notablemente sus monumentos funerarios.

Tanto en esa ciudad, como en Mitla, aporta-

ron conceptos arquitectónicos evolucionados

como las grecas geométricas de piedras en-

sambladas que adornan los palacios. Otras

ciudades zapotecas de las que se apoderaron

los mixtecos son Zaachila y Yagul, también en

el estado de Oaxaca, con las que se comple-

menta el conjunto del impresionante legado

de estas culturas. Los mixtecos influyeron en

el declive de la civilización maya en el sur,

y permanecieron independientes de los azte-

cas en el norte. Es posible que la población

mixteca actual ronde el medio millón de per-

sonas, distribuidas en 3 regiones principales:

la Mixteca Alta (en las zonas frías de la sierra

Madre del Sur), la Mixteca Baja (siguiendo el

curso del río Atoyac) y la costa (estados de

Oaxaca y Guerrero).

Los Tarascos o Purépechas Localización: Región oriental del estado de

Michoacán, sur de Guerrero, Sur de Jalisco,

Centro de Guanajuato en México

Principales ciudades: Pátzcuaro, Tzintzunt-

zan, Ihuatzio, Zacapu, Carapan y Tingambato

Época: 1200 d.C.-1600 d.C.

Su historia primitiva se conoce a través de

escasas fuentes históricas que ubican su ori-

gen en la localidad de Zacapu, Michoacán, y

que se refieren a la fundación de sus princi-

pales asentamientos (Tingambato, Carapan,

Ihuatzio y otros, distribuidos en parte de los

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CAPÍTULO 7 | Mesoamérica 13

estados de Guanajuato, Querétaro, Colima,

Jalisco, Guerrero y Estado de México).

Se conocen datos sobre su religión, su organi-

zación política, sus gobernantes y sus respec-

tivas dinastías, así como sobre los principales

hechos históricos que protagonizaron. Existen

pruebas de que en el momento de la llegada

de los españoles en el siglo XVI, ya habían

desarrollado una civilización independiente.

La capital era Tzintzuntzan, „lugar de coli-

bríes‟, junto al lago de Pátzcuaro, en donde

construyeron las „yácatas‟, monumentos úni-

cos que destacan por su forma, pero que no

se comparan con otras obras arquitectónicas

en cuanto a vistosidad. Consisten en una es-

pecie de túmulos en forma de T revestidas de

piedras cortadas.

Los tarascos o purépechas eran famosos por

sus espectaculares mosaicos, los cuales con-

feccionaban con plumas de colores, y por sus

pipas de barro o arcilla. Hoy destacan por los

tejidos, lacados y su artesanía en madera. La

agricultura y la pesca constituyen sus princi-

pales medios de subsistencia.

En su capital, Tzintzuntzan, sobre el lago

de Pátzcuaro, se han encontrado las yácatas

(templos circulares y escalonados dispuestos

en línea sobre un basamento rectangular). Se

cree que los purépechas fueron los primeros

que trabajaron el metal en Mesoamérica. Es

probable que aprendieran las técnicas de la

metalurgia gracias al comercio con las civi-

lizaciones de América Central y las andinas

a través del océano Pacífico. Los ornamentos

de cobre, oro, bronce y otras aleaciones he-

chos por los purépechas eran tan apreciados

como sus trabajos con plumas y sus telas.

Los Totonacas Localización: Veracruz, Oeste de Oaxcaca y

Sur de Puebla (México)

Principales ciudades: Tajín, Papantla, Nepa-

te, Zapotal, Cempoala, Yohualichán

Época: 300 d.C.-1519 d.C.

La mayoría de los grupos humanos diseminados

por la costa desde el período correspondien-

te al preclásico medio principiaron a emigrar

hacia el sur de Veracruz y Centroamérica, y

otros fuertes núcleos se remontaron a la Mesa

Central, adonde llevaron su cultura, como

atestiguan los hallazgos de figurillas, cerámi-

cas y otros elementos de la costa del Golfo en

los valles de Puebla, México, Toluca, etc., de

donde posteriormente, entre los siglos I al III

de nuestra era, por cambio de clima, proble-

ma de explosión demográfica, etc., bajaron

de nuevo a la costa con un influencia teoti-

huacana y fundaron núcleos de población

como El Tajín, Lagunilla, Yohualichan, Malpi-

ca y Xiuhtetelco. Son los centros más conoci-

dos por sus monumentos arquitectónicos del

clásico central veracruzano, mientras que los

grupos reducidos que quedaron en la región

sur sufrieron en algunos casos un decremen-

to cultural en todos los órdenes e, influidos

por la gente procedente de la Mesa Central,

cambiaron sus modalidades en la cerámica,

conservando pocas de sus características cul-

turales. Este período se caracteriza por la di-

versidad de elementos artísticos como son los

yugos, palmas, hachas votivas. La arquitectu-

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CAPÍTULO 7 | Mesoamérica 14

ra de El Tajín, Yohualichan, Lagunilla, etc., y

sus cerámicas de caolín color marfil, así como

las figuras sonrientes correspondientes al

área Tlalixcoyan-Remojadas, Tierra Blanca. A

éstos podrían agregarse las grandes escultu-

ras de barro y la cerámica anaranjada.

De la región costera del río Nautla hasta las

márgenes del río Pantepec se tienen pocas

noticias del período clásico, siendo el sitio

más importante la zona arqueológica del ki-

lómetro 352 de la carretera a Cazones, que

ingenieros de "Petróleos Mexicanos" descu-

brieron con un caterpillar: un montículo con

vestigios de construcción,. con perfil de talud

y tablero entre dos molduras planas, ciento

por ciento teotihuacano, y el hallazgo fortui-

to de piezas arqueológicas por campesinos,

en diversos lugares, que corresponden a yu-

gos, palmas y hachas votivas. Este panorama

es distinto al de la Sierra Madre Oriental, en

los territorios montañosos de los estados de

Puebla e Hidalgo, actuales y antiguos asien-

tos de varios grandes grupos de totonacas, en

donde hallamos algunos centros arqueológi-

cos, como Xiuhtetelco, Macuilquila, Ayotoch-

co, Tuzamapan, Ecatlán, etc., hasta Huauchi-

nango, con relaciones con las cerámicas de El

Tajín y arquitectónicas como en Yohualichan

y Lagunilla, pero en general sin explorar.

Al tratar de Tajín no puede dejarse de men-

cionar el complejo "yugos, palmas y hachas

votivas", porque estos tres elementos como

motivos ornamentales aparecen representa-

dos en los elaborados atavíos de los perso-

najes en fustes de columnas y en los cuatro

tableros del Juego de Pelota Sur, que deben

haber sido tallados entre los años 800 a 900 d.

C. Hay infinidad de yugos procedentes de la

región comprendida entre Nautla, Gutiérrez

Zamora, y Zempoala, que fueron el patrón de

asentamiento de los habitantes de Tajín.

Los Huastecos Localización: Estados de Veracruz, San Luis

Potosí, Hidalgo, Tamaulipas, Querétaro y

Puebla

Principales ciudades: Tamohi o Tamtoc Época:

750-1500 d.C.

Los primeros datos sobre la cultura Huaste-

ca fueron publicados por Eduard Seler y su

esposa, entre 1888 y 1915; otro investigador

que ha dedicado su vida al estudio de la cul-

tura Huasteca es Joaquín Meade quienes des-

cubrieron 172 zonas arqueológicas. Muchos

objetos están reunidos en el museo regional

de San Luis Potosí, el Museo de la Cultura

Huasteca, que está ubicado en el edificio del

Tecnológico de Ciudad Madero, el Museo de

Tuxpan, la gran colección del presbítero Car-

los Cortés en Tampico Alto, la del licenciado

Enrique León de la Barra en Ciudad Victoria,

Tamaulipas y la colección que se encuentra

en el Museo de Arqueología de la ciudad de

Xalapa, Veracruz. Si todas estas colecciones

se pudieran reunir en un solo edificio, pro-

porcionarían a la nación un bello museo de

cultura Huasteca. Las cuatro zonas geográfi-

cas fueron la costa, la planicie, la llanura y la

montaña, cada una con sus propias caracte-

rísticas. En las cuatro encontramos testimo-

nios de la cultura Huasteca.

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CAPÍTULO 7 | Mesoamérica 15

El Pánuco I. Los primeros pobladores fueron

cazadores y recolectores calculada entre los

10,000 y los 3,000 a.C. Sobresalieron los ha-

llazgos de las cuevas del Cañón, La Perra y El

Diablo, en la Sierra de Tamaulipas. Al asentar-

se los grupos humanos, poco a poco se vuel-

ven sedentarios y entonces se forman las al-

deas agrícolas en las orillas de ríos y lagunas,

especialmente en las riberas del río Pánuco,

en donde establecieron una secuencia crono-

lógica. Se cree que fueron de origen otomí y

llegaron al valle hacia el año 2,500 a.C. Este

periodo recibe el título de fase Pavón (1100-

850 a.C.), que incluye el progreso metálico y

progreso blanco. Sigue la fase Ponce (850-600

a. C.), con la evidencia de una larga laguna

de tiempo entre ambas fases.

Hacia el final de estas fases aparece, entre

600 y 350 a.C., el período Aguilar, represen-

tado por el Aguilar rojo y Aguilar gris y el

principio del tipo Chila blanco, con largos y

sólidos soportes. Estas fases muestran una

serie de innovaciones y el inicio de intercam-

bios comerciales con conexiones a lo largo

de la costa sur, hacia el área olmeca y maya,

por el decorado de gruesas arcillas y la pin-

tura bicroma, y en los soportes, influencia

del valle de México. Hacia los años 350-100

a.C., a estas tres fases se une la Chila blanco,

con interiores y exteriores blanquizcos y so-

portes variados. Otros tipos son la cerámica

roja pintada, cerámica lisa gruesa y cerámica

lisa fina. Estos tipos pueden considerarse los

más antiguos conocidos de la Huasteca; sin

embargo, la Chila blanco no es precisamente

una forma primitiva, ya que las formas de la

vasija está n lo suficientemente elaboradas

como para presuponer un período anterior de

desarrollo.

El Pánuco II, entre 100 y 200 d.C., se encuen-

tra el tipo Prisco negro, que es una cerámica

relativamente suave y quebradiza, una varie-

dad de la misma es la cerámica Prisco negro

al fresco. Otra cerámica del mismo período es

el Pánuco gris con variantes, con impresiones

de textil, y otros ejemplares con pastillaje.

El Pánuco III, correspondiente al período 200

a 700 d.C., se hallan las cerámicas de pasta

fina, por contener muy poco desgaste; entre

ellas las hay acanaladas, negra fina y áspera

y cucharas que aparecen desde el Pánuco I,

si bien ahora son más abundantes blancas y

amarillentas. En este período encontramos

cerámica estilo teotihuacano. También este

período se caracteriza por la presencia de la

cerámica que recibe el nombre de Pánuco

fino, con un sistema de elaboración no cono-

cido en los períodos anteriores y aparecido

repentinamente en éste.

El Pánuco IV (700-1000 d.C.) se presenta un

complejo uniforme de cerámica, cuyos tipos

característicos son el Zaquil negro, el Zaquil

rojo y otros, como el Pánuco gris y los clasifi-

cados por Ekholm en varios subtipos.

El Pánuco V (1000-1250 d.C.) cuenta con ce-

rámicas típicas en las que figuran Las Flores

rojo sobre café amarillento y los molcajetes

tipo Las Flores. Hay además los tipos de pas-

ta fina de baño rojo, la Zaquil rojo, la Zaquil

negra y la Pánuco lila o púrpura sobre café.

El Tancol policromo parece ser muy familiar

al anterior Huasteca negro sobre blanco. Las

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CAPÍTULO 7 | Mesoamérica 16

formas comunes son de cajetes con bandas

entrantes con decoloración exterior, de va-

rias formas.

La cerámica de Las Flores procede de un sitio

que no se halla en la región de Pánuco; se

encuentra aislado en el barrio residencial de

ese nombre en la ciudad de Tampico y la ma-

yor parte del material de cerámica procede

del montículo A. Los más característicos, sin

embargo, son los de Las Flores negro sobre

rojo y Las Flores rojo sobre ocre. La cerámica

de Tancol se encuentra en un pequeño pueblo

situado en el lado oriental de la laguna de

Chairel, a unos 8 km. al este de la ciudad de

Tampico. La cerámica de esta localidad co-

rresponde a dos distintos complejos, el más

reciente al período IV.

Teotihuacan

Localización: al noroeste del Valle de México

(actual Estado de México, municipio de Teo-

tihuacan)

Principales ciudades: Atetelco, Tepantitla,

Coyotlatelco, Mazapa y Teotihuacan

Época: 400 a.C.-1100 d.C.

El "lugar de los dioses", significado en náhuatl

de Teotihuacan, constituyó hace más de 1,300

años la más importante concentración urbana

de toda Mesoamérica y una de las mayores

del mundo. Su cultura se difundió hasta pun-

tos muy lejanos, y parece haberse impuesto

más por convencimiento religioso y medios

pacíficos que por acciones guerreras.

Situada a 50 Km. al nordeste de la ciudad de

México, Teotihuacan (o Teotihuacán) es una

enorme metrópoli en ruinas de la que aún

se ignoran algunos aspectos esenciales. Las

primeras excavaciones se llevaron a cabo a

mediados del siglo XIX, pero sólo en 1905 co-

menzaron a ser sistemáticas, bajo la direc-

ción de Leopoldo de Batres. El Instituto Na-

cional de Arqueología e Historia de México ha

llevado a cabo a partir de 1962 una labor de

excavación continua, reconstrucción y estu-

dio de la ciudad, que todavía dista mucho de

haber llegado a su final.

Aunque las primeras construcciones tienen

una antigüedad mucho mayor, la ciudad fue

planeada como un conjunto urbano a co-

mienzos de la era cristiana. No se conoce la

procedencia de sus habitantes, pero se cree,

por los jeroglíficos encontrados, que habla-

ban una lengua próxima al náhuatl. Tal vez la

casta sacerdotal que creó la civilización teo-

tihuacana procedía de las tierras bajas del

golfo de México, lo que explicaría la induda-

ble influencia olmeca en el arte y la religión

teotihuacanas.

Probablemente en el año 650, Teotihuacan,

que había llegado a tener 100,000 habitan-

tes, fue saqueada y destruida por invasores

toltecas, que establecieron su capital en la

cercana Tula. La ciudad, sin embargo, con-

servó alguna vida hasta comienzos del siglo

IX, en que su actividad cultural desapareció

totalmente. El arrasamiento sistemático que

llevaron a cabo sus enemigos, completado

con la destrucción de ídolos protagonizada

por los conquistadores españoles, no fue sufi-

ciente para borrar las huellas de la gran ciu-

dad mesoamericana.

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CAPÍTULO 7 | Mesoamérica 17

El área cubierta por las ruinas de Teotihuacan

es superior a los 20 km2, y en ella han podi-

do ser localizados templos, palacios y gran-

des plazas. Una avenida central de cuarenta

metros de anchura, que ha sido denominada

Micaotli o Calzada de los Muertos, a causa de

haberse creído erróneamente que estaba bor-

deada por tumbas, se prolonga en línea recta

casi dos kilómetros y medio de norte a sur,

entre dos importantes centros ceremoniales,

flanqueada por lo que debieron ser palacios

de nobles y sacerdotes. En el extremo norte

de la Calzada de los Muertos, dándole fren-

te, se alza la pirámide de la Luna, de 45 m

de altura, que mide 147 m de este a oeste

y 118 de norte a sur. Preside ésta una gran

plaza formada por otras terrazas y pirámides

más modestas, correspondientes a otros doce

templos. Al sur del Micaotli se halla un espa-

cio cerrado cuadrangular de 400 m de lado,

llamado impropiamente la Ciudadela, con-

junto arquitectónico dedicado a los dioses de

la lluvia y la vegetación.

La gran pirámide del Sol se alza al este de la

Calzada de los Muertos. Maciza, formada por

adobe y recubierta de piedra volcánica roji-

za, mide 222 m de este a oeste y 225 de norte

a sur, y alcanza una altura de 64 m.

En la Ciudadela, excavada entre 1917 y 1920

por Manuel Gamio, Fermín Reygadas e Ig-

nacio Marquina, se halla, al fondo del patio

central, el templo de Quetzalcóatl, pirámide

escalonada de seis cuerpos cubiertos de re-

lieves que representan serpientes y cabezas

del dios de la lluvia, Tláloc. Otros conjuntos

arquitectónicos son el templo de la Agricultu-

ra, formado por tres estructuras superpues-

tas de distintas épocas y estilos, cercano a

la pirámide de la Luna; las construcciones de

Tepantitla, Tetitla, Barrios, Atetelco y otras

muchas.

Los muros de los templos teotihuacanos es-

taban ornados con frescos de los que se han

conservado notables ejemplos. Las pinturas

de Tepantitla muestran al dios del agua, Tlá-

loc, repartiendo sus dones a los seres huma-

nos, y a los bienaventurados en su paraíso,

cantando y jugando en un gran jardín de plan-

tas tropicales (muchas de ellas, desconocidas

en el altiplano mexicano) entre corrientes de

agua. Los murales de Atetelco muestran, con

el empleo de tres tonos distintos de rojo, im-

presionantes imágenes de jaguares.

Son característicos de Teotihuacan los vasos

trípodes con tapadera cónica, decorados con

escenas mitológicas de vivo colorido, que han

sido hallados en puntos muy alejados de la

ciudad. También se han encontrado numero-

sas figuritas de barro cocido que representan

personajes humanos y dios. Grandes escul-

turas monolíticas, de terrorífica expresión,

asombran por sus dimensiones, como la dio-

sa de las aguas que se halla en el Museo Na-

cional de Antropología de México, que pesa

22 toneladas, o la imagen de Tláloc que sus

constructores no llegaron a mover de su can-

tera de origen, Coatlinchan.

Periodo Posclásico Época: 800-1521 d.C.

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CAPÍTULO 7 | Mesoamérica 18

El periodo Posclásico o histórico, como tam-

bién lo llaman los especialistas, se inicia ha-

cia el año 800 y termina en 1521, cuando los

españoles tomaron la capital del imperio az-

teca.

El fenómeno que caracteriza al Posclásico

es la invasión de Mesoamérica por parte de

pueblos seminómadas que provenían del nor-

te, de la vasta extensión de Aridoamérica.

Estos pueblos se asentaron en Mesoamérica,

se mezclaron con los antiguos pobladores

asimilares muchos elementos de las culturas

clásicas. Con el tiempo, crearían una nueva

civilización, comparable a las más avanzadas

del continente americano.

Es también en esta época cuando se desa-

rrollan las técnicas para fundir y trabajar

metales como el oro, la plata y el cobre.

Estas técnicas se inventaron en la región de

comerciantes que navegaban por las costas

del Océano Pacífico. Aunque los pueblos del

Posclásico fueron artesanos maravillosos, no

utilizaron los metales con fines prácticos,

sino únicamente en la fabricación de joyas y

adornos.

Los Toltecas

Localización: Altiplano central (Estados mexi-

canos de Hidalgo, Tlaxcala, Estado de Méxi-

co, Morelos y Puebla)

Principales ciudades: Tula, Huapalcalco

Época: 750 -1168 d.C.

El desarrollo alcanzado entre los siglos X y XII

de la era cristiana por el estado tolteca, cu-

yos dominios conformaron el mayor imperio

conocido hasta entonces en México, marcó el

inicio del proceso de transformación de las

antiguas teocracias religiosas en otras de tipo

mítico-guerrero que caracterizó al período

posclásico mesoamericano.

Bajo la denominación de toltecas se cono-

ce a un conjunto de pueblos de lengua ná-

huatl procedentes del noroeste de México,

que se fusionaron y establecieron su centro

político y religioso en la ciudad de Tula, si-

tuada a unos ochenta kilómetros al norte de

la posterior ciudad de México. Las diferentes

acepciones del término tolteca resaltan el

carácter integrador de su cultura, ya que si

literalmente significaba "gente de las cañas"

y hacía alusión a los pobladores de Tula -cuyo

nombre náhuatl, Tullan, equivalía a "tular" o

"cañaveral"-, poseía también los sentidos de

"artífice" y "constructor" y llegó a ser sinóni-

mo de "urbano" o "civilizado".

Los enfrentamientos entre los adoradores de

Quetzalcóatl y Tezcatlipoca culminaron, se-

gún la tradición, en el año 987 con la expulsión

de Tula de Topiltzin (más tarde identificado

con el propio Quetzalcóatl) y sus seguidores,

que marcharon a Yucatán y se establecieron

en Chichén Itzá y Mayapán, centros de la flo-

reciente cultura maya-tolteca.

Tula quedó entonces bajo el dominio del sa-

cerdote-guerrero de Tezcatlipoca Huémac,

"el poderoso", nombre que posiblemente era

el título honorífico adoptado por los sucesivos

soberanos que ampliaron el imperio de Tula

hasta lograr el vasallaje de la mayor parte

de Mesoamérica. Las sequías, los conflictos

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CAPÍTULO 7 | Mesoamérica 19

internos y la llegada de pueblos bárbaros del

norte conocidos como chichimecas provoca-

ron al cabo la decadencia de Tula y su casi

total despoblamiento hacia el año 1160. Ante

el colapso de su centro tradicional, algunos

grupos toltecas emigraron a la zona lacustre

del valle de México y fundaron Culhuacan, en

tanto que otros prosiguieron su avance hacia

el sur y ocuparon, alrededor del año al 1290,

Cholula, donde permanecerían hasta media-

dos del siglo XIV.

El rasgo más característico de la organiza-

ción social y política tolteca, según se apuntó

anteriormente fue la formación de un nue-

vo sistema teocrático en el que las funciones

guerreras se hallaban ligadas a las religiosas

y las prerrogativas de la casta sacerdotal pa-

saron a manos de dirigentes militares agru-

pados en órdenes totémicas, como las del ja-

guar, el coyote y el águila. Esta circunstancia

permitió la creación de un poderoso ejército

y la consiguiente expansión del imperio, que

suele señalarse como el comienzo del milita-

rismo mesoamericano.

Los toltecas desarrollaron una cultura suma-

mente avanzada para la época pues, además

de tomar de la civilización de Teotihuacan

elementos como el calendario y los signos

gráficos, poseyeron notables conocimientos

de astronomía y medicina y proporcionaron

un gran impulso a la metalurgia y la orfebre-

ría. Con objeto de administrar sus amplias

posesiones crearon un eficiente cuerpo buro-

crático y establecieron por primera vez en la

zona un primitivo sistema de correos, basado

en el empleo regular de mensajeros. Su ar-

quitectura, que reflejó asimismo la influencia

de Teotihuacan, tuvo un carácter monumen-

tal, manifestado en la construcción de gran-

des pirámides, templos, tumbas y recintos de

juego de pelota, y su estatuaria expresó sus

creencias religiosas por medio de figuras de

guerreros -entre ellos los célebres atlantes

de Tula-, serpientes emplumadas que simbo-

lizaban a Quetzalcóatl, animales totémicos y

formas originales cual las estatuas sedentes

del dios Chac Mool, cuya postura recostada se

ha interpretado como una alusión al descanso

de los mensajeros en sus viajes.

Si la influencia tolteca sobre el renacimien-

to de la civilización maya de Yucatán resulta

evidente, cabe señalar que el arte y la arqui-

tectura de Tula presentan notables semejan-

zas con las técnicas aztecas, y sus motivos

temáticos indican asimismo acusadas coinci-

dencias ideológicas y culturales.

Xochicalco Localización: Actual municipio de Miacatlan,

estado de Morelos

Principales ciudades: Xochicalco

Época: 650-900 d.C.

El sitio arqueológico de Xochicalco se encuen-

tra en la cima de una colina, directamente al

centro de un corredor natural muy angosto,

entre el Cerro Colotepec y el Cerro Gordo de

Cuentepec, que entra al valle a través de los

llanos áridos de Tetlama (hoy estado de Mo-

relos). El territorio ocupado era ya extenso y

había aumentado la población, de modo que

era posible obtener excedentes económicos,

realizar intercambios, impulsar las artesanías

y, en suma, organizar a los habitantes para

aumentar la producción. Lo cual explica que

se comenzará a nivelar el terreno de algunas

zonas de la colina o cerro, especialmente la

parte alta de la elevación de Xochicalco, y

a contener las laderas con muros de mam-

postería, a efecto de construir los primeros

edificios de lo que sería el "centro" de la na-

ciente cuidad. Cuando la población empezó

a crecer, y se tuvo la necesidad de crear un

sitio específico para el culto y la vida religio-

sa, además de la llegada de olas de gente que

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CAPÍTULO 7 | Mesoamérica 20

emigraba de la región de la Costa del Golfo,

el Sureste y Sur, y del Centro de México; de

esta forma, con la influencia de las diversas

civilizaciones emergió la ciudad de Xochical-

co. En uno de sus periodos de máximo desa-

rrollo, fue contemporáneo de Teotihuacan en

auge. Se ha considerado a Xochicalco como

un tapón comercial entre Teotihuacan y las

demás zonas de importancia de Mesoaméri-

ca, es decir que en el vertían diversas rutas

de comercio. Por tanto, mantuvo relaciones

culturales con éstas mismas. Cabe destacar

que la conformación arquitectónica de Xochi-

calco corresponde a una mezcla de elementos

mayas, zapotecos, nahuas y teotihuacanos.

El desarrollo cultural de Xochicalco se justi-

fica, en gran parte, por su historia mítica. Se

cuenta, según la tradición prehispánica, que

fue el lugar de residencia del dios Quetzal-

cóatl, y de otras deidades. Es por esta causa

que en la ciudad convergen los más variados

aspectos culturales de Mesoamérica.

Xochicalco es una de las ciudades más im-

portantes del Altiplano central, un sitio en

donde lo sagrado y lo mítico se conjugan. La

lógica induce a pensar que Xochicalco fue un

gran centro ceremonial y científico. Un sitio

privilegiado que, estando situado sobre un

cerro estratégico, junto a un río y dos lagu-

nas, sirvió también como baluarte. Los datos

obtenidos indican que en dicha zona arqueo-

lógica ceremonial, cuya población fue prin-

cipalmente de origen nahua, concurrieron

gentes de varias culturas, siendo una de sus

funciones la relativa al calendario.

Es decir, fue también algo así como una es-

pecie de Meca, y también de artistas y cien-

tíficos en general, en que se observa una

amalgama de culturas, existiendo testimonio

palpable de ello en lo relativo a sus diferen-

tes conocimientos y especialidades.

Dentro del desarrollo cultural de Xochicalco

destaca su creación arquitectónica, la gran

ciudad que combina en sus elementos dise-

ños artísticos de las grandes culturas de Me-

soamérica: maya, zapoteca, teotihuacana, y

de las culturas de la Costa del Golfo.

De pintura mural sólo se encuentran restos

pobres que no nos dan paso a una buena in-

terpretación. En cuanto a la escultura tene-

mos impresionantes muestras de piedra talla-

da integrada en los muros, sin contar las tres

estelas monumentales de Xochicalco, esto

nos recuerda la opinión de historiadores del

Arte prehispánico, como la Dra. De la Fuen-

te que opina que la escultura y arquitectura,

en Mesoamérica no se pueden separar, ya que

están integradas.

Cholula Localización: Valle de Puebla-Tlaxcala, cen-

tro de Puebla en México

Principales ciudades: Cholula

Época: 500 a.C.-1519 d.C.

Cholula cultura Mesoamericana, que ha sido

ignorada, pero que sin embargo es sin duda,

un lugar con méritos suficientes para situar-

se dentro de las grandes ciudades de México

Antiguo y que llegó a recibir, con justicia el

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CAPÍTULO 7 | Mesoamérica 21

título de Tollan, reservado a los principales

centros urbanos del Altiplano como Teotihua-

can, Tenochtitlan y la propia Tula. Con ellas,

Cholula al igual tuvo la capacidad de congre-

gar gente, irradiar influencias y poseer un

prestigio que rebasaría sus fronteras.

Situada en una zona de paso obligado para

los peregrinos de distintas regiones, llegó a

convertirse en gran centro comercial y san-

tuario primordial de los habitantes del centro

de México. Fue lugar de encuentro y refugio,

con una ubicación privilegiada en un territo-

rio generoso para el desarrollo humano, por

sus fértiles tierras. Los habitantes de Cholula

de todas las épocas lograron aprovechar esas

ventajas y conservaron para la ciudad el re-

nombre de ser la única habitada ininterrum-

pidamente desde el lejano Preclásico hasta la

actualidad.

Seguramente atraídos por las excepcionales

condiciones naturales que ofrecía la región,

los fundadores de Cholula se asentaron entre

500 y 200 a.C. en los alrededores de una lagu-

na, ahora desaparecida. La riqueza agrícola y

la privilegiada ubicación del poblado y punto

de tránsito obligado para rutas comerciales

y con ellas la circulación de ideas e innova-

ciones culturales, propiciaron que pronto esa

pequeña aldea se convirtiera en una ciudad.

Alrededor del año 200 a.C., comenzó a le-

vantarse la primera de las construcciones re-

ligiosas de Cholula, sobre las que se edifica-

rían otras hasta conformar la estructura de

mayor tamaño del México antiguo. Desde en-

tonces, la ciudad creció de una manera cons-

tante hasta alcanzar su máximo esplendor

alrededor del año 500 a.C., cuando ocupaba

una superficie de más de 10 Km. cuadrados

y contaba con una población que en decenas

de miles durante el clásico, éste importante

desarrollo urbano tuvo lugar pese a su cerca-

nía con la gran ciudad de Teotihuacan, cuyo

crecimiento inhibió el de otros poblados en

la región; de hecho, Cholula parece haberse

convertido en un centro de importancia antes

que la gran capital. Si bien, sobre todo a partir

del 200 a.C. las tradiciones artísticas, arqui-

tectónicas y cerámicas de Cholula muestran

fuertes lazos con las de Teotihuacan, con el

paso del tiempo esas tradiciones adquirieron

cada vez más un carácter propio y distintivo,

lo que indica que la ciudad logró mantener su

independencia durante el periodo de ascenso

teotihuacano y se convirtió en un gran centro

comercial que mantenía estrechos contactos

con los pueblos de la costa del Golfo. Como

centro religioso en el Altiplano central, sólo

se ubicaba detrás de Teotihuacan, y si el ta-

maño significa algo, es de tomar en cuenta

que en su última etapa la Gran Pirámide de

Cholula era mucho más alta y cubría un área

mayor que la pirámide del Sol en Teotihua-

can. El largo periodo de declinación de la

Cholula del Clásico aparentemente comen-

zó hacia el año 600 d.C. y debe haber sido

uno de los factores que influyó en la caída

de Teotihuacan, aunque no puede descartar-

se que haya sido una consecuencia de este

evento. La ciudad vivió un largo periodo de

decadencia; su extensión e influencia se re-

dujeron considerablemente y la construcción

en la gran pirámide, una actividad que debió

ser prácticamente cotidiana, dadas las enor-

mes dimensiones que alcanzó ese momento,

cesó por completo. Para principios del Pos-

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CAPÍTULO 7 | Mesoamérica 22

clásico, el sitio se encontraba bajo el control

de los Olmecas-Xincalas, un grupo étnico que

extendía sus dominios sobre buena parte de

la región Puebla-Tlaxcala y que habitó en lu-

gares como Cacaxtla. Para entonces, Cholula

estaba regida por dos jefes; el Aquiyach Ama-

pane habitaba del Tlachihualtépetl (La Gran

Pirámide), un monumento tradicionalmente

vinculado a la lluvia, en el cual se realizaban

rituales y sacrificios de niños para propiciar-

la.

A pesar de su decadencia, Cholula debió con-

servar mucho de lo que le distinguía con su

gran ciudad sagrada para los que salieron de

Tula por sus diferentes conflictos, buscaran

refugio en ella. Algunos enviados habrían

acudido al Tlalchihualtépetl a rogar consejo

a Quetzalcóatl, quien les ordenó dirigirse a

esta ciudad. Según la historia Tolteca-Chi-

chimeca, 1168 d.C., después de 36 años de

búsqueda, el pueblo mencionado, se estable-

cieron en Cholula. Después de un corto lapso

de sojuzgamiento, dirigidos por sus jefes y un

sumo sacerdote, lograron imponerse al grupo

originario y obtener el dominio de la ciudad.

A partir de ese momento, la ciudad fue nom-

brada Tollan-Cholollan-Tlachihualtépetl (La

gran ciudad de los que huyeron a donde está

el cerro hecho a mano). El dominio de los tol-

tecas no modificó, en lo esencial, la organi-

zación social establecida por los Olmecas-Xi-

calancas, pero si introdujo la supremacía de

Quetzalcóatl como dios tutelar de Cholula. Es

por ello que esta ciudad se convertiría nue-

vamente en uno de los centros ceremoniales

religiosos de Mesoamérica y principal mo-

numento al culto de dicha deidad, en cuyo

santuario se albergaba y al cual acudían se-

ñores de diversas ciudades para efectuar ce-

remonias cuyo propósito último era obtener

la aprobación del dios a gobernar.

Cholula volvió a ser un centro comercial y

recibía gente de distintas regiones, quienes

traían consigo multitud de productos para in-

tercambio. Sus artesanos hacían justo honor

a su condición de Toltecas, y estaban consi-

derados entre los más famosos y apreciados

de su tiempo. La cerámica de la ciudad era

considerada como la más bella y mejor fa-

bricada de Mesoamérica, y preferida por los

señores de lugares como Tenochtitlán.

Este nuevo periodo de esplendor conclui-

ría con la conquista española. Tal vez como

escarmiento a los primeros aliados de Moc-

tezuma que encontró a su camino, o por la

fama de Cholula como lugar sagrado. Cortés

decidió ejemplificar su intención de sustituir

las religiones mesoamericanas por la católi-

ca, realizando una gran matanza de señores y

sacerdotes. Tollan-Cholollan dio paso a Cho-

lula, asiento de una de las sociedades mes-

tizas más interesantes del México colonial y

moderno, por su arraigo a elementos y tradi-

ciones culturales prehispánicas.

Los Mexicas Localización: Valle de México (actual Ciudad

de México)

Principales ciudades: Tenochtitlan, Tlatelolco

Época: 1325-1521 d.C.

En su época de máximo esplendor, a finales

del siglo XV y comienzos del XVI, el imperio

mexica o azteca se extendía por una amplia

región de Mesoamérica (zona cultural que

comprendía parte de México y de Centroamé-

rica), incluyendo, además del valle de Méxi-

co, las costas del golfo de México y las del

Pacífico, el istmo de Tehuantepec y parte de

la actual Guatemala.

La llegada al valle de México

Los belicosos aztecas, también llamados

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CAPÍTULO 7 | Mesoamérica 23

mexicas o tenochcas, llegaron al valle de Mé-

xico a principios del siglo XII de la era cris-

tiana, procedentes de Chicomoztoc ("siete

cuevas"), en la región de Aztlán ("lugar de

garzas"), situada en algún punto desconoci-

do del noroeste de México. Otros pueblos de

lengua náhuatl, como los chichimecas, acol-

huas, tepanecas, culhuas, toltecas y pipiles,

habían llegado anteriormente a la región me-

soamericana desde la llamada América árida

(sudoeste de los Estados Unidos y noroeste de

México). Las siete tribus aztecas, guiadas por

varios sacerdotes y caudillos según los desig-

nios del dios Huitzilopochtli, se asentaron su-

cesivamente en el lago Pátzcuaro y en Coate-

pec antes de llegar al valle.

Después de pasar por la antigua ciudad de

Tula, por Zumpango, por Cuauhtitlan y por

Ecatepec, en 1276 los aztecas, gobernados

por Hutzilihuitl el Viejo, se establecieron en

Chapultepec, donde se hicieron famosos por

su agresividad y por sus crueles sacrificios.

En 1319 fueron derrotados por los culhuas y

otros pueblos del lago Texcoco y quedaron

confinados en Tizapán. Posteriormente se

aliaron a los culhuas, pero, tras el sacrificio

de Achitometl, hija del señor de Culhuacan,

Coxcoxtli, tuvieron que huir por el interior

del lago de Texcoco. En uno de los islotes del

lago, la visión de un águila que comía a una

serpiente posada sobre un nopal les indicó el

lugar donde debían construir su nueva capi-

tal, Tenochtitlan, fundada en 1325.

Durante los años siguientes, los aztecas y

los tlatelolcas, grupo hermano establecido

en otro islote próximo, rindieron tributo a

los tepanecas de Azcapotzalco. En 1376, el

príncipe culhua Acamapichtli se proclamó

tlatoani (rey) de los aztecas, con el consenti-

miento de Tezozómoc, el soberano tepaneca.

Huitzilihuitl sucedió a Acamapichtli en 1396,

y tras casar con una hija de Tezozómoc, con-

siguió reducir los tributos pagados a Azcapot-

zalco. Durante el reinado de Chimalpopoca

(1417-1427), nieto de Tezozómoc, los aztecas

ayudaron a los tepanecas a conquistar la ciu-

dad de Texcoco y dejaron de pagar tributo a

Azcapotzalco. Tras la muerte de su abuelo,

Chimalpopoca fue apresado y muerto por el

nuevo rey tepaneca, Maztla, quien destituyó

también al tlatoani de Texcoco, Netzahual-

cóyotl, famoso por su actividad poética.

La Triple Alianza

La actitud agresiva de Azcapotzalco provocó

la unión entre Tenochtitlan, Texcoco y otro

pequeño estado, Tlacopan, los cuales vencie-

ron a los tepanecas e iniciaron un período de

expansión territorial. La confederación de las

tres ciudades tenía un carácter predominan-

temente militar, tanto ofensivo como defen-

sivo. Durante el reinado de Izcóatl, la Triple

Alianza extendió sus dominios por la zona oc-

cidental del valle de México.

Entre 1440 y 1469 reinó en Tenochtitlan Moc-

tezuma I Ilhuicamina, quien consolidó las

conquistas anteriores y emprendió otras nue-

vas. En esta época se inició el esplendor de

Tenochtitlan, tanto en el aspecto económico

como en el artístico. Asimismo comenzaron a

organizarse las "guerras floridas", campañas

militares anuales dirigidas contra las ciuda-

des independientes de Tlaxcala y Huejotzin-

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CAPÍTULO 7 | Mesoamérica 24

go con la finalidad de obtener prisioneros

para los sacrificios religiosos.

A Moctezuma I lo sucedió Axayácatl en 1469.

Durante su reinado, los aztecas conquistaron

la ciudad de Tlatelolco y las regiones del va-

lle de Toluca ocupadas por los matlatzimas,

los otomíes y los mazahuas. Sin embargo, los

tarascos de Michoacán, armados con espadas

de cobre (los aztecas empleaban armas de

piedras y madera), consiguieron contener el

ímpetu conquistador de la Triple Alianza.

Entre 1481 y 1486 reinó Tizoc, que murió ase-

sinado por una conjura palaciega. Su sucesor,

Ahuízotl, amplió las fronteras del imperio az-

teca hasta su máxima extensión, implantan-

do su poderío sobre Oaxaca, Tehuantepec y

parte de Guatemala. Las clases artesanales

y comerciales prosperaron durante su rei-

nado, y Tenochtitlan conoció un período de

gran desarrollo artístico y arquitectónico. En

1502, tras la muerte de Ahuízotl, fue elegido

tlatoani su sobrino Moctezuma II Xocoyotzin,

quien continuó la política imperialista de sus

predecesores y fortaleció el poder monárqui-

co. Durante su reinado creció el descontento

entre los pueblos sometidos a la Triple Alian-

za y se produjo el primer contacto con los

conquistadores españoles, en 1519. En aquel

momento, el imperio azteca se extendía por

una superficie de más de 200,000 km2 y te-

nía una población de cinco a seis millones de

personas.

La destrucción del imperio azteca

Moctezuma acogió amistosamente a los ex-

tranjeros blancos, creyendo que Hernán Cor-

tés era la encarnación del dios Quetzalcóatl,

cuya llegada había sido vaticinada por las

profecías. Unos pocos cientos de españoles,

apoyados por tribus indias enemigas de los

mexicas, llegaron a Tenochtitlan, donde fue-

ron albergados como huéspedes. Llegaron a

Veracruz un contingente español comandado

por Pánfilo de Narváez con la misión de llevar

preso a Cortés rumbo a Cuba, pero éste se

adelantó y ofreció oro y riquezas a sus solda-

dos, quienes se pasaron al bando de Cortés y

apresaron a Narváez. A su regreso a Tenoch-

titlan, Cortés apresó a Moctezuma en su pro-

pia corte. El recelo de los aztecas hacia los

españoles fue creciendo hasta convertirse en

una abierta hostilidad. Moctezuma murió en

manos de los españoles, ya que no era respe-

tado por su pueblo, quienes veían a los espa-

ñoles como verdaderos invasores.

El 30 de junio de 1520, los guerreros de Te-

nochtitlan, dirigidos por Cuitláhuac, hermano

de Moctezuma, obligaron a los españoles y a

sus aliados a abandonar la ciudad, causándo-

les grandes pérdidas en su retirada, batalla

que se conoce como "la noche triste". Al día

siguiente, los españoles contuvieron el ata-

que de los mexicas en la llanura de Apam, y a

continuación se refugiaron en Tlaxcala.

Una epidemia de viruela, enfermedad traída

de Europa por los españoles, diezmó duran-

te los meses siguientes a la población de Te-

nochtitlan. Mientras tanto, Cortés se dedicó

a reorganizar y reforzar su ejército y a pre-

parar el asedio a la capital mexica. En abril

de 1521, los españoles, apoyados por más de

100,000 tlaxcaltecas y totonacas, iniciaron el

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CAPÍTULO 7 | Mesoamérica 25

sitio de Tenochtitlan. Comenzaron a bombar-

dearla desde varios bergantines botados en la

laguna. Los mexicas, privados de agua y ali-

mentos, resistieron durante cuatro meses. El

13 de agosto se produjo el asalto final, duran-

te el cual los mexicas defendieron valerosa-

mente hasta el último reducto de su ciudad.

Cuauhtémoc, el último tlatoani, fue apresado

por los conquistadores cuando intentaba es-

capar en canoa con la intención de refugiarse

en las provincias y reorganizar sus fuerzas.

La caída de la capital, el apresamiento del

tlatoani y la dispersión del ejército azteca fa-

vorecieron la rápida conquista del resto del

imperio por parte de los españoles. Desde la

capital, reconstruida a partir de los antiguos

cimientos, Cortés organizó diversas expedi-

ciones por el territorio mexicano y centroa-

mericano, que en 1534 quedó convertido en

el Virreinato de la Nueva España.

Actividad económica mexica

La civilización mexica se basó, desde el pun-

to de vista económico, en la agricultura y el

comercio. Las condiciones climáticas y topo-

gráficas del valle de México, núcleo del im-

perio, permitían el cultivo de productos de

zona templada, mediante una adecuada or-

ganización de los trabajos agrícolas de forma

que pudieran paliarse los efectos de las oca-

sionales sequías y heladas tempranas. Gran

parte de los 80,000 km2 del valle se hallaba

ocupada por colinas, lagunas y zonas panta-

nosas que tuvieron que adaptarse a la agri-

cultura mediante la aplicación de ingeniosas

técnicas de colonización, drenaje y aterraza-

miento. Uno de los sistemas de colonización

agrícola más interesantes fue la construcción

de huertos flotantes, las chinampas, hechas

con cañas, ramas, barro y limo. La consolida-

ción de las chinampas sobre el fondo de los

lagos favoreció el desecamiento de éstos e

incrementó en cerca de 12,000 hectáreas el

terreno cultivable. Además, los mexicas co-

nocían las técnicas del barbecho y la irriga-

ción mediante diques y acequias, y utilizaban

abonos vegetales y animales para fertilizar

sus tierras.

Aparte del maíz, que constituía el alimento

básico de la población, en el valle de México

se cultivaba una gran variedad de productos

agrícolas, entre los que destacaban el toma-

te, los frijoles o judías, la calabaza, la chía

y el chile o ají. La ganadería, en cambio, era

pobre, como en el resto de la América preco-

lombina; el pavo (guajolote) y diversas razas

de perros, una de ellas criada para el consu-

mo de su carne, eran los principales animales

domesticados.

Otros recursos del valle de México eran las

aves acuáticas y el pescado de sus lagunas, la

sal del lago de Texcoco, la obsidiana, abun-

dante en las montañas del nordeste y utiliza-

da para la fabricación de armas y otros útiles,

y el basalto, con el que se construían muelas

de mano.

La relativamente abultada población del valle

de México, que sumaba entre un millón y mi-

llón y medio de habitantes en 1519, fue uno

de los factores que impulsaron a los mexicas

a conquistar otras regiones de Mesoamérica y

a comerciar con los pueblos vecinos. Los pro-

ductos más demandados por los aztecas eran

sobre todo de origen tropical: chile, cacao

(con el que se hacía el chocolate), vainilla,

algodón, frutas, caucho, miel, plumas, pie-

les, metales y piedras de jade y turquesa. Los

pochtecas, poderosa clase de mercaderes,

organizaban las caravanas comerciales y con-

trolaban los mercados de las ciudades, donde

se empleaban granos de cacao como moneda.

La ciudad de Tenochtitlan, que llegó a tener

una extensión de 13 km2, incluidos los barrios

periféricos y las chinampas, era el centro po-

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CAPÍTULO 7 | Mesoamérica 26

lítico, administrativo, económico y artesanal

del imperio. La mayor parte de su población,

que ascendía a cerca de 100,000 personas en

1519, estaba compuesta por administradores,

guerreros, comerciantes y artesanos.

Sociedad y política

La base de la sociedad mexica era la familia,

de carácter patriarcal y generalmente mono-

gámica, aunque se permitía la poligamia. El

grupo familiar podía reducirse a la pareja de

cónyuges y la progenie, o constituir formas

de familia extensa constituidas por los padres

y las familias de los hijos. Un grupo de varias

familias componía el calpulli, unidad social

compleja que se encargaba de funciones muy

diversas, como la organización del trabajo

agrícola, la recaudación de impuestos, el cul-

to religioso, la educación y el reclutamiento

de guerreros. Un consejo formado por los ca-

bezas de familia elegía al jefe del calpulli,

que debía pertenecer a un linaje determina-

do. Cada familia perteneciente a un calpulli

recibía en usufructo una parte de las tierras

comunales, la cual volvía al calpulli si dejaba

de cultivarse. Los calpulli podían ser grandes

o pequeños y su estructura variaba mucho se-

gún la extensión y disposición de sus tierras.

A veces, varios calpulli se hallaban unidos en

barrios y, en las ciudades, solían estar espe-

cializados en alguna actividad artesanal o

profesional.

Por encima de los calpulli se imponía la es-

tructura estatal, centrada en torno al tlatoa-

ni o tlaloque (monarca). Tras la muerte de un

tlatoani, un consejo de nobles se encargaba

de elegir el sucesor, generalmente entre los

miembros de la casa real. El tlatoani, cuya

figura inspiraba un enorme respeto entre sus

subordinados, nombraba a los ocupantes de

cargos estatales y militares, dirigía las cam-

pañas de guerra, supervisaba la fiscalidad y la

actividad comercial, administraba justicia en

última instancia y presidía los ritos religiosos.

El funcionamiento del estado se basaba en

una amplia organización burocrática forma-

da por funcionarios profesionales tales como

sacerdotes, inspectores del comercio y re-

caudadores de impuestos (los calpixque, que

actuaban de intermediarios entre el estado y

los calpulli).

Uno de los rasgos más característicos de la

sociedad mexica era su división en castas.

La nobleza (los pipiltin) estaba formada por

los miembros de la familia real, los jefes de

los calpulli, los jefes militares y los plebeyos

que habían realizado un servicio meritorio

al estado. Los macehualtin (plebeyos) eran

los labradores, comerciantes y artesanos en-

cuadrados en los calpulli, que constituían el

grueso de la población. Los mayeque (siervos)

solían trabajar en las tierras estatales o de la

nobleza. También había esclavos, los cuales

se empleaban como fuerza de trabajo o se

reservaban para los sacrificios religiosos.

La confederación mexica, al igual que los

anteriores imperios mesoamericanos, estaba

organizada en torno al pago de tributos y a la

contribución militar por parte de los estados

sometidos. Por lo demás, estos estados eran

prácticamente independientes. No obstan-

te, el imperio azteca intentó conseguir una

mayor integración política entre sus 38 pro-

vincias, y sobre todo en el valle de México.

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CAPÍTULO 7 | Mesoamérica 27

La vinculación familiar de las casas reales de

cada estado con la de Tenochtitlan, la provi-

sión de gobernadores-recaudadores en las ca-

pitales de las provincias, la implantación de

guerreros-colonos mexicanos en las nuevas

provincias conquistadas y la introducción del

culto del dios nacional Huitzilopochtli fueron

algunas de las medidas integradoras empren-

didas por los mexicas en su vasto imperio.

Religión

Gran parte de la vida y la cultura mexica se

hallaba determinada por las creencias religio-

sas. Una poderosa casta sacerdotal se encar-

gaba de organizar las ceremonias rituales, a

las que asistía toda la población, de dirigir los

centros de educación de la nobleza y de rea-

lizar predicciones sobre los diversos aspectos

de la sociedad y la política del imperio.

Los mexicas adoptaron las creencias religio-

sas de los pueblos vecinos y sometidos. Su

religión era politeísta, aunque predominaban

unas pocas divinidades principales. Los dioses

más importantes estaban relacionados con el

ciclo solar y agrícola. Tezcatlipoca, dios de la

noche, protegía a los hechiceros y a los gue-

rreros jóvenes, mientras que Quetzalcóatl,

la serpiente emplumada, era el creador del

hombre, el inventor de la escritura, el calen-

dario y las artes y el protector de la vida y

la fertilidad. Los mexicas aportaron al valle

de México el culto a Huitzilopochtli, divini-

dad tribal de carácter solar y guerrero. Tlá-

loc, muy venerado tradicionalmente por los

pueblos del valle, era el dios de la lluvia y

del rayo.

Uno de los aspectos más característicos de la

religiosidad era la práctica de sacrificios. El

derramamiento de sangre, por parte de los

propios sacerdotes o de las víctimas inmola-

das, animales o humanas, y la ofrenda de co-

razones constituían rituales necesarios para

alimentar al sol y, por extensión, a todos los

dioses.

Cultura y arte

Aunque los aztecas conocían un tipo de es-

critura jeroglífica con rasgos incipientes de

fonetismo, la transmisión de su cultura se

realizó principalmente de forma oral. La

educación se impartía en dos instituciones,

el telpochcalli, para los plebeyos, y el calmé-

cac, para los nobles. El sistema de enseñanza

era severo y disciplinado y se basaba en el

estudio de la historia y la religión nacionales,

en la formación moral, en el aprendizaje de

oficios y en el adiestramiento militar.

Uno de los logros culturales más destacados

de los pueblos mesoamericanos (pero difun-

didos por los mexicas) fue la invención de un

sistema de cómputo del tiempo basado en la

combinación de varios calendarios. El calen-

dario ritual, el tonalpohualli, contaba 260

días y tenía un uso adivinatorio. El calendario

solar lo formaban 18 meses de 20 días a los

que se añadían otros cinco días nefastos para

completar los 365. Cada 52 años coincidía el

inicio de los calendarios, con lo que empeza-

ba un nuevo "siglo". Además, había un calen-

dario basado en el ciclo del planeta Venus,

consagrado a Tezcatlipoca, que coincidía con

los otros dos cada 104 años. Los mexicas de-

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CAPÍTULO 7 | Mesoamérica 28

sarrollaron también las matemáticas, en las

que empleaban un sistema vigesimal, y la as-

tronomía.

La arquitectura sólo se conoce por los res-

tos que han sobrevivido a las destrucciones

efectuadas durante la conquista española La

escultura era naturalista, como la "Cabeza

del caballero águila", o simbólica, como la

"Coatlicue" y la "Piedra del Sol". Los mexicas

fueron también hábiles artesanos: la orfebre-

ría, basada en el estilo de los mixtecas, los

tejidos y los mosaicos de plumas, empleados

para el adorno personal o arquitectónico, la

talla de piedras semipreciosas y la pintura de

códices fueron algunas de las principales ar-

tes menores.

En Mesoamérica se escribía sobre piel de ve-

nado o sobre un papel hecho de fibra de ma-

guey y corteza de amate. Su literatura, pre-

dominantemente oral, desarrolló los temas

histórico, religioso y lírico. ≥