CAPÍTULO 5. Literatura nacionalista

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LITERATURA NACIONALISTA 53 CAPÍTULO 5. Literatura nacionalista 5.1. Realismo y Naturalismo Como resultado del progresivo tránsito desde el Romanticismo al Realismo en la segunda mitad del siglo XIX, surge en la literatura hispanoamericana un nuevo género narrativo conocido como Realismo romántico, que hace progresar de forma notable la novela. Los principales representantes de esta nueva narrativa americana son los colombianos Jorge Isaacs (1837-1895) ―cuya novela lírica María (1867) está considerada como la mejor obra del Romanticismo hispanoamericano por su fusión entre el primitivo paisaje americano y elementos como el misterio, la melancolía y la soledad― y Tomás Carrasquilla (1858-1940) autor de la novela regionalista Frutos de mi tierra (1896), los mexicanos Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893) que retrata el lenguaje popular, el paisaje y las tradiciones de Guadalajara en la novela romántica Clemencia (1869), mientras que en la novela costumbrista El Zarco (1888) muestra las aventuras de un grupo de forajidos tomados de la vida real y Rafael Delgado (1853-1914) autor de la novela costumbrista La Calandria (1890), que se desarrolla durante el gobierno de Porfirio Díaz, el chileno Alberto Blest Gana (1830-1920) ―que en la novela costumbrista Martín Rivas (1862) crítica a la superficial y corrupta sociedad aristocrática chilena, mientras que en la novela histórica Durante la Reconquista (1897) recrea la lucha por la independencia chilena―, el ecuatoriano Juan León Mera (1832-1894) ―autor de Cumandá (1879), novela en la que se idealiza a los indígenas americanosy el venezolano Manuel Vicente Romero García (1861-1917) iniciador de la novela indigenista en su país con Peonía (1890), que introduce por primera vez elementos y personajes propios del mundo criollo. A finales del siglo XIX, el Naturalismo francés de las novelas de Émile Zola se introduce en Hispanoamérica para reflejar, a través de novelas realistas, problemas sociales de alcance regional. Los escritores naturalistas hispanoamericanos se lanzan a la exploración entusiasta de las situaciones más inquietantes de la psicología humana, a la par que sondean en los estratos más sórdidos de la sociedad, denunciando las plagas que azotan el continente, las condiciones de vida miserables y la explotación inhumana del hombre. Entre los más destacados autores de este nuevo estilo narrativo figuran el argentino Eugenio Cambaceres (1843-1888) ―cuya novela Sin rumbo (1885) explora la psicología de un joven de clase alta en la Argentina de finales del siglo XIX, dominado por la abulia y el determinismo social de su entorno, el uruguayo Eduardo Acevedo Díaz (1851-1921) ―autor de novelas históricas como Ismael (1888) y de ambiente gaucho como Soledad (1894)― y el mexicano Federico Gamboa (1864- 1939) ―que cultivó la novela naturalista urbana en obras como Santa (1903). Historia y antología de la literatura hispanoamericana - Santiago Velasco

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CAPÍTULO 5. Literatura nacionalista

5.1. Realismo y Naturalismo

Como resultado del progresivo tránsito desde el Romanticismo al Realismo en la

segunda mitad del siglo XIX, surge en la literatura hispanoamericana un nuevo género

narrativo conocido como Realismo romántico, que hace progresar de forma notable la

novela. Los principales representantes de esta nueva narrativa americana son los

colombianos Jorge Isaacs (1837-1895) ―cuya novela lírica María (1867) está

considerada como la mejor obra del Romanticismo hispanoamericano por su fusión

entre el primitivo paisaje americano y elementos como el misterio, la melancolía y la

soledad― y Tomás Carrasquilla (1858-1940) ―autor de la novela regionalista Frutos de mi tierra (1896)―, los mexicanos Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893) ―que

retrata el lenguaje popular, el paisaje y las tradiciones de Guadalajara en la novela

romántica Clemencia (1869), mientras que en la novela costumbrista El Zarco (1888)

muestra las aventuras de un grupo de forajidos tomados de la vida real― y Rafael

Delgado (1853-1914) ―autor de la novela costumbrista La Calandria (1890), que se

desarrolla durante el gobierno de Porfirio Díaz―, el chileno Alberto Blest Gana

(1830-1920) ―que en la novela costumbrista Martín Rivas (1862) crítica a la

superficial y corrupta sociedad aristocrática chilena, mientras que en la novela

histórica Durante la Reconquista (1897) recrea la lucha por la independencia

chilena―, el ecuatoriano Juan León Mera (1832-1894) ―autor de Cumandá (1879),

novela en la que se idealiza a los indígenas americanos― y el venezolano Manuel

Vicente Romero García (1861-1917) ―iniciador de la novela indigenista en su país

con Peonía (1890), que introduce por primera vez elementos y personajes propios del

mundo criollo.

A finales del siglo XIX, el Naturalismo francés de las novelas de Émile Zola se

introduce en Hispanoamérica para reflejar, a través de novelas realistas, problemas

sociales de alcance regional. Los escritores naturalistas hispanoamericanos se lanzan a

la exploración entusiasta de las situaciones más inquietantes de la psicología humana,

a la par que sondean en los estratos más sórdidos de la sociedad, denunciando las

plagas que azotan el continente, las condiciones de vida miserables y la explotación

inhumana del hombre. Entre los más destacados autores de este nuevo estilo narrativo

figuran el argentino Eugenio Cambaceres (1843-1888) ―cuya novela Sin rumbo (1885)

explora la psicología de un joven de clase alta en la Argentina de finales del siglo XIX,

dominado por la abulia y el determinismo social de su entorno―, el uruguayo

Eduardo Acevedo Díaz (1851-1921) ―autor de novelas históricas como Ismael (1888)

y de ambiente gaucho como Soledad (1894)― y el mexicano Federico Gamboa (1864-

1939) ―que cultivó la novela naturalista urbana en obras como Santa (1903).

Historia y antología de la literatura hispanoamericana - Santiago Velasco

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Durante el periodo de la literatura nacionalista hispanoamericana, el ensayo se

convirtió en el medio de expresión preferido de numerosos pensadores y periodistas

interesados en temas políticos, educativos y filosóficos, entre los que destacan el

puertorriqueño Eugenio María de Hostos (1839-1903) ―autor de importantes ensayos

sobre el mestizaje, como Ayacucho (1870) y El cholo (1870)―, el cubano José Martí

(1853-1895) ―creador de destacados ensayos como El presidio político en Cuba (1871)

y Nuestra América (1891)―, el peruano Ricardo Palma (1833-1919) ―cuya colección

de relatos cortos de estilo costumbrista Tradiciones peruanas (1872) resume la historia

del país andino―, el ecuatoriano Juan Montalvo (1832-1889) ―autor de la colección

de ensayos Las Catilinarias (1880-1882), en los que critica el poder dictatorial en

Ecuador, y Siete tratados (1882), en los que aborda temas filosóficos― y el uruguayo

José Enrique Rodó (1871-1917) ―que aportó nuevas dimensiones artísticas y

espirituales al género del ensayo con su obra Ariel (1900), en la que defiende el

americanismo hispánico y crítica el imperialismo norteamericano.

5.2. Novela indigenista

Como una derivación local del Romanticismo, en la segunda mitad del siglo XIX se

desarrolla en Hispanoamérica la novela indigenista (o indianista), en la que los indios

se convierten en protagonistas de narraciones pintorescas acerca de sus usos y

costumbres, aunque también reflejo de sus penosas condiciones de vida. Uno de los

primeros autores en introducir elementos indigenistas en sus narraciones es el

mexicano Eligio Ancona (1835-1893), cuya novela histórica Los mártires del Anáhuac

(1870) describe hechos verídicos de la conquista de México bajo el punto de vista de

los indios aztecas. En la misma línea se halla la novela histórica de carácter indigenista

Enriquillo (1879), del dominicano Manuel de Jesús Galván (1834-1910), protagonizada

por un joven indio que se opone a la conquista por parte de los españoles. Sin embargo,

la primera novela indigenista propiamente dicha, centrada en el paisaje, las

costumbres y los problemas locales, es Aves sin nido (1889), de la peruana Clorinda

Matto de Turner (1852-1909). Con anterioridad, la escritora había experimentado con

este nuevo género en la colección de relatos cortos Tradiciones cuzqueñas (1886) ―compuestas sobre el modelo de las Tradiciones peruanas (1872) de Ricardo

Palma―, en la que evoca el pasado idílico de la ciudad de Cuzco para oponerlo a un

presente dominado por la corrupción y la miseria.

5.3. Modernismo

Durante la década de 1880, y como resultado de la consolidación económica y política

de las repúblicas latinoamericanas ―y la paz y la prosperidad derivadas de ella―,

surge en la literatura hispanoamericana un movimiento de profunda renovación

artística denominado Modernismo, caracterizado por un predominio de la función

estética del lenguaje literario en detrimento de la expresión de contenidos y

emociones puras del Romanticismo (corriente imperante durante casi todo el siglo

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XIX en América pero en franco retroceso a finales de esta centuria). Pese a que en la

nueva literatura modernista la belleza estética se convirtió en el principal objetivo de

los escritores, la nostalgia hacia el pasado y las tradiciones del continente hizo que se

conservaran ciertos elementos románticos (en particular el culto a la muerte, la

manifestación de problemas insuperables, el descontento ante la vida, la melancolía y

la soledad), aunque vistos bajo una nueva luz, más rebuscada y sutil, y evitando el

tremendismo y la exaltación romántica. El auge de la nueva estética modernista

condujo a la desaparición progresiva de indios y gauchos del panorama cultural

hispanoamericano (ya que representaban el atraso y la barbarie) y su sustitución por

los nuevos valores introducidos por los inmigrantes europeos que comenzaron a llegar

a América en sucesivas oleadas.

En sus orígenes, el modernismo hispanoamericano surgió bajo la influencia de dos

corrientes poéticas francesas: el Parnasianismo (movimiento opuesto al Romanticismo

que propugnaba una poesía despersonalizada alrededor de temas clásicos y exóticos) y

el Simbolismo (reacción literaria contra el Realismo y el Naturalismo personificada en

autores como Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, Paul Verlaine y Stéphane

Mallarmé, que tratan de expresar los misterios ocultos del mundo mediante un

lenguaje simbólico, aunque alejado del perfeccionismo formal del Parnasianismo).

Los escritores modernistas hispanoamericanos, cosmopolitas y abiertos a las

tendencias estéticas europeas, buscan reflejar la armonía y perfección de un mundo

idealizado lleno de musicalidad y color, distinto del mundo real, casi siempre a través

de la poesía. El iniciador de este movimiento literario en Hispanoamérica es el

peruano Manuel González Prada (1844-1918), escritor de actitud romántica pero

estética modernista que en la colección de ensayos Páginas libres (1894) expresa sus

convicciones sociales ante la crisis de su país, mientras que en el poemario

Presbiterianas (1909) muestra una postura anticlerical. Sin embargo, la figura más

destacada del modernismo hispanoamericano en su etapa inicial es el cubano José

Martí (1853-1895), que muestra una profunda renovación de la lengua española en su

prosa y una lírica sugestiva y espléndidas metáforas en su poesía (espontáneamente

romántica aunque formalmente novedosa), como en Ismaelillo (1882) y Versos sencillos (1891).

El principal centro de difusión del modernismo hispanoamericano ―en su periodo de

máximo esplendor literario, entre 1880 y el comienzo de la Primera Guerra Mundial

en 1914, precedido por el “Premodernismo” y seguido por el “Posmodernismo”― es

México, aunque el principal propagador de este movimiento vanguardista será el

nicaragüense Rubén Darío (cuya producción poética, sin embargo, se desarrolló por

completo en el extranjero). Por otro lado, durante el Modernismo se produce un

singular florecimiento poético femenino ―sobre todo en el Río de la Plata―, en el cual

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el “yo” exaltado de las escritoras da lugar a actitudes rebeldes o de extremo pesimismo y

melancolía. Los autores más destacados del modernismo hispanoamericano son los

siguientes:

México

Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895) ―iniciador del modernismo mexicano con la

colección de relatos Cuentos frágiles (1883) y el poema La Duquesa Job (1884)―, Luis

Gonzaga Urbina (1864-1934) ―autor de una poesía lírica técnicamente perfecta,

elegante y musical, desde Versos (1890) hasta Los últimos pájaros (1924)―, Salvador

Díaz Mirón (1853-1928) ―que en Lascas (1901) evoluciona desde su romanticismo

anterior hasta la perfección formal con un lenguaje preciosista―, José Juan Tablada

(1871-1945) ―poeta atraído por el mundo oriental, como demuestra en El florilegio

(1904) y Li-Po y otros poemas (1920)―, Enrique González Martínez (1871-

1952) ―cultivador de un modernismo tardío en Preludios (1903) y alejado ya de esta

corriente literaria en Los senderos ocultos (1911) en donde, frente a la musicalidad

anterior, introduce en la poesía recogimiento y mesura― y Amado Nervo (1870-

1919) ―cuya poesía gira en torno al amor, aunque siempre tratado con tonos serios que

rechazan toda sensualidad modernista, como en La amada inmóvil (1912) y Elevación

(1917).

Centroamérica y Caribe

Las figuras más destacadas del modernismo hispanoamericano en esta región son,

aparte del pionero cubano José Martí, el también cubano Julián del Casal (1863-

1893) ―autor de una poesía triste y desolada a la par que sumamente musical, que

evoluciona desde una estética romántica en Hojas al viento (1890) hasta el simbolismo

de Bustos y rimas (1893)―, el salvadoreño Francisco Gavidia (1863-1955) ―uno de los

iniciadores del premodernismo hispanoamericano con una poesía de gran musicalidad

e innovaciones métricas, como demuestra en Versos (1884) y Sóteer o Tierra de preseas (publicado tardíamente en 1949)― y, muy en particular, el nicaragüense

Rubén Darío (1867-1916) ―principal representante del modernismo

hispanoamericano tras la publicación en 1896 de Prosas profanas (pese a que

desarrolló toda su carrera literaria en otros países de América y en Europa).

Otros destacados poetas del modernismo centroamericano son los panameños Darío

Herrera (1870-1914), Guillermo Andreve (1879-1940) y Ricardo Miró (1883-1940),

los hondureños Juan Ramón Molina (1875-1908) y Froylán Turcios (1874-1943), los

costarricenses Roberto Brenes Mesén (1874-1947) y Lisímaco Chavarría (1878-1913),

los puertorriqueños José de Diego (1867-1918) y Luis Lloréns Torres (1876-1944), los

cubanos Regino Eladio Boti (1878-1958) y Mariano Brull (1891-1956), el salvadoreño

Vicente Rosales y Rosales (1894-1980), el guatemalteco Rafael Arévalo Martínez

(1884-1975) y el dominicano Ricardo Pérez Alfonseca (1892-1950).

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Colombia

José Asunción Silva (1865-1896) ―cuya poesía alambica el dolor y la desilusión hasta

lograr una gran belleza estética mediante el recuerdo de un tiempo mejor, como

demuestra en El libro de versos (publicado de forma póstuma en 1923)― y Guillermo

Valencia (1873-1943) ―creador de una poesía de impecable precisión formal, gran

musicalidad y dominio armonioso de la imagen, como en Ritos (1898) y Catay (1928).

Perú

José Santos Chocano (1875-1934) ―modernista por la musicalidad de su verso, la

afición a lo exótico y las múltiples innovaciones métricas, como demuestra en Alma América (1906), Fiat lux (1908) y Oro de Indias (1941)― y José María Eguren (1882-

1942) ―que en sus poemarios Simbólicas (1911), La canción de las figuras (1916),

Sombra (1929) y Rondinelas (1929) expresa una búsqueda interior, una poesía de

sensaciones e impresiones vagas que se materializan en policromías y musicalidades

inéditas.

Bolivia

Ricardo Jaimes Freyre (1868-1933) ―que en Castalia bárbara (1899) sorprende con una

temática insólita, inspirada en la mitología escandinava, aunque posteriormente

retorna al intimismo modernista con Los sueños son vida (1917).

Uruguay

Julio Herrera y Reissig (1875-1910) ―que interpreta la realidad de una manera surreal

y se refugia en un mundo poético propio, como en Los maitines de la noche (1902) y

Berceuse blanca (1910)―, María Eugenia Vaz Ferreira (1875-1924) ―cuyos poemas,

recopilados de forma póstuma en La isla de los cánticos (1924), manifiestan una

insatisfacción tormentosa mediante tonos melancólicos y difuminados― y Delmira

Agustini (1886-1914) ―que en Los cálices vacíos (1913) expresa la culminación del

deseo amoroso femenino como forma de rechazo ante una sociedad que limita a la mujer.

Argentina

Leopoldo Lugones (1874-1938) ―máximo exponente del Modernismo en el Río de la

Plata por su ansia constante de experimentación formal, con poemarios como Las montañas del oro (1897) y Lunario sentimental (1909)― y Alfonsina Storni (1892-

1938) ―cuya poesía, entre la realidad y el sueño, gira en torno a temas como el amor,

la desilusión y la muerte, que expresa en poemarios como La inquietud del rosal (1916)

y Languidez (1920).

La prosa modernista hispanoamericana que surge en la primera década del siglo XX, al

igual que la poesía, busca el ritmo refinado, la imagen delicada y los cromatismos

sutiles. Los escritores modernistas se alejan intencionadamente del ambiente en el que

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viven para refugiarse en épocas y atmósferas lejanas en el tiempo y en el espacio, y la

novela pasa a convertirse en creación artística al alcance de una minoría intelectual de

gustos refinados. Su contribución más importante al género narrativo es la presencia

del factor psicológico en los personajes, lo que proporciona a las novelas una mayor

profundidad. Dentro de la narrativa modernista destacan los venezolanos Manuel Díaz

Rodríguez (1868-1927) ―autor de las novelas sociales Ídolos rotos (1901) y Peregrina

(1922), en las que refleja la decadencia cultural de Venezuela en un tono de gran

pesimismo― y Rufino Blanco Fombona (1874-1944) ―que se orienta hacia la novela

realista de denuncia social, como El hombre de oro (1915) y La mitra en la mano

(1927)―, los argentinos Enrique Larreta (1875-1961) ―cuya novela histórica La gloria de don Ramiro (1908) representa una de las cumbres del modernismo

hispanoamericano― y Macedonio Fernández (1874-1952) ―autor de la novela

metafísica No todo es vigilia la de los ojos abiertos (1928), situada en la encrucijada

entre el postmodernismo y las vanguardias―, el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo

(1873-1927) ―autor de numerosas crónicas que recogen sus impresiones durante sus

múltiples viajes por el mundo, como El Japón heroico y galante (1912), y novelas

modernistas en las que predomina el erotismo, como El evangelio del amor (1922) y

En el reino de la frivolidad (1923)―, el chileno Pedro Prado (1886-1952) ―cuyas

novelas se inspiran en mundos fantásticos y refinados, surgidos de la fascinación de

ambientes remotos, como la isla de Pascua en La Reina de Rapa Nui (1914)―, la

peruana Aurora Cáceres Moreno (1872-1958) ―que en La rosa muerta (1914) muestra

la elegancia y el lujo como elementos que definen el ideal de belleza modernista―, el

uruguayo Carlos Reyles (1868-1938) ―cuya novela modernista El embrujo de Sevilla

(1922) evoca la atmósfera de fragancia sutil y refinada poesía de la ciudad española―

y el chileno Augusto d’Halmar (1882-1950) ―que evoluciona desde el Naturalismo de

Juana Lucero (1902) hasta el Modernismo de Pasión y muerte del cura Deusto (1924),

una de las primeras novelas en español que trata abiertamente el tema de la

homosexualidad.

A comienzos del siglo XX, el relato corto maduró dentro de la literatura modernista

hispanoamericana gracias a narradores como el chileno Baldomero Lillo (1867-

1923) ―cuya colección de cuentos Sub terra (1904) refleja las duras condiciones de

vida de los mineros en los yacimientos de carbón del sur de Chile―, el uruguayo

Horacio Quiroga (1878-1937) ―quien, en Cuentos de la selva (1918), ofrece una

colección de relatos de la jungla que combinan el regionalismo y la fantasía― y el

peruano Ventura García Calderón (1886-1959) ―cuyos cuentos fantásticos y de

intriga, como La venganza del cóndor (1924), se ambientan en la región andina del

Perú.

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5.4. José Martí

El poeta y ensayista cubano José Julián Martí Pérez (La

Habana, 1853 - Dos Ríos, 1895) es la figura más destacada

del premodernismo hispanoamericano en su etapa inicial

(antes de que el nicaragüense Rubén Darío popularizara este

movimiento literario). En su primer libro de poemas,

Ismaelillo (1882), influido aún por la estética romántica

dominante en Hispanoamérica durante el siglo XIX, Martí

adelanta los presupuestos modernistas mediante un dominio

de la forma sobre el contenido, elementos que consolida

definitivamente en Versos sencillos (1891). Como prosista,

Martí destacó en la creación de ensayos en los que reflejó sus

ideales revolucionarios, como El presidio político en Cuba

(1871) y Nuestra América (1891). Otras obras significativas dentro de su producción

literaria son los poemarios Versos libres (1878-1882) y La edad de oro (1889), el drama

Adúltera (1873) y la novela Amistad funesta (1885).

El siguiente poema de José Martí ―incluido en su poemario Versos sencillos e

inmortalizado posteriormente mediante la canción popular cubana “Guantanamera”―

ilustra el estilo modernista del poeta, que expresa el conocimiento reflexivo obtenido

por su voz lírica a partir de sus vivencias personales:

Yo soy un hombre sincero

de donde crece la palma,

y antes de morirme quiero

echar mis versos del alma.

Yo vengo de todas partes,

y hacia todas partes voy:

arte soy entre las artes,

en los montes, monte soy.

Yo sé los nombres extraños

de las yerbas y las flores,

y de mortales engaños,

y de sublimes dolores.

Yo he visto en la noche oscura

llover sobre mi cabeza

los rayos de lumbre pura

de la divina belleza.

Alas nacer vi en los hombros

de las mujeres hermosas:

y salir de los escombros,

volando las mariposas.

He visto vivir a un hombre

Oigo un suspiro, a través

de las tierras y la mar,

y no es un suspiro, —es

que mi hijo va a despertar.

Si dicen que del joyero

tome la joya mejor,

tomo a un amigo sincero

y pongo a un lado el amor.

Yo he visto al águila herida

volar al azul sereno,

y morir en su guarida

la vibora del veneno.

Yo sé bien que cuando el mundo

cede, lívido, al descanso,

sobre el silencio profundo

murmura el arroyo manso.

Yo he puesto la mano osada,

de horror y júbilo yerta,

sobre la estrella apagada

que cayó frente a mi puerta.

Oculto en mi pecho bravo

José Martí

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con el puñal al costado,

sin decir jamás el nombre

de aquélla que lo ha matado.

Rápida, como un reflejo,

dos veces vi el alma, dos:

cuando murió el pobre viejo,

cuando ella me dijo adiós.

Temblé una vez —en la reja,

a la entrada de la viña—

cuando la bárbara abeja

picó en la frente a mi niña.

Gocé una vez, de tal suerte

que gocé cual nunca: —cuando

la sentencia de mi muerte

leyó el alcalde llorando.

la pena que me lo hiere:

el hijo de un pueblo esclavo

vive por él, calla y muere.

Todo es hermoso y constante,

todo es música y razón,

y todo, como el diamante,

antes que luz es carbón.

Yo sé que el necio se entierra

con gran lujo y con gran llanto.

y que no hay fruta en la tierra

como la del camposanto.

Callo, y entiendo, y me quito

la pompa del rimador:

cuelgo de un árbol marchito

mi muceta de doctor.

Versos sencillos (I)

5.5. Rubén Darío

El poeta nicaragüense Félix Rubén García Sarmiento

(Metapa, 1867 - León, 1916) ―más conocido como Rubén

Darío― está considerado el introductor de la literatura

contemporánea en el mundo hispánico de la mano del

Modernismo, género literario de vanguardia que ayudó a

popularizar a raíz de la publicación en 1896 de su poemario

Prosas profanas. Darío, al igual que la mayoría de escritores

que ayudaron a introducir este movimiento en

Hispanoamérica, era un marginado social (en su juventud

pasó por dificultades económicas, sufrió enfermedades y se

dio a la bebida), circunstancia que posteriormente se reflejó

en la tristreza y el pesimismo de su obra poética. Cuando se

dio a conocer como escritor modernista en 1896, el resto de iniciadores de este

movimiento (José Martí, Julián del Casal, Manuel Gutiérrez Nájera y José Asunción

Silva) habían muerto ya, víctimas de enfermedades, depresiones o suicidios, por lo que

Darío quedó como el más destacado representante del modernismo hispanoamericano

a comienzos del siglo XX.

Debido a su excelente formación literaria, el joven Darío sintió la necesidad de escapar

del estrecho ambiente intelectual de Centroamérica ―donde no hallaba ni el

suficiente reconocimiento artístico ni la anhelada prosperidad económica― y en 1886

se traslada a Chile; allí entra en contacto con las vanguardias literarias y publica su

primer libro de poemas, Azul... (1888), que marca el inicio del modernismo poético en

Hispanoamérica, con una revolución no tanto a nivel de métrica como de musicalidad,

equilibrio y mesura en la composición. En 1893 llega a Buenos Aires, y allí compone

Rubén Darío

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dos obras cruciales en su trayectoria literaria: Los raros (1896) ―libro de ensayos

sobre varios escritores― y Prosas profanas (1896) ―obra que supone la consagración

definitiva del modernismo en lengua española, consecuencia poética directa de su

búsqueda de un arte que suponga un ideal de belleza y una nueva forma de

conocimiento. A raíz de la Guerra hispano-estadounidense de 1898 y la pérdida de las

últimas colonias españolas, Darío muestra su simpatía por la antigua metrópoli a través

de la colección de crónicas España contemporánea (1901). Durante su estancia en

Madrid, el poeta nicaragüense publica la tercera obra capital dentro de su trayectoria

modernista, Cantos de vida y esperanza (1905), en la que el poeta, desde su otoño

espiritual y la desilusión ante la vida, reflexiona de forma melancólica acerca del

futuro con la ayuda de cierto vitalismo del pasado.

La renovación del lenguaje poético que Rubén Darío llevó a cabo con su obra

modernista fue profunda y se produjo en varios niveles: 1) renovación estética: el

culto por la belleza formal se logra mediante recursos léxicos que aportan musicalidad,

como aliteraciones y juegos fonéticos (por ejemplo, empleo abundante de palabras

esdrújulas), sinestesias (“áureos sonidos”), metáforas deslumbrantes (“la tórrida

lumbre” por “el sol”), simbolismo (el cisne como ideal de belleza), riqueza verbal,

adjetivación referida a colores y sonidos y empleo de palabras poco habituales

(cultismos, neologismos y arcaísmos); 2) renovación métrica: Darío recupera versos

que habían caído en desuso en la poesía española, como el eneasílabo, el dodecasílabo

y el alejandrino, al tiempo que cultiva con acierto composiciones clásicas y

experimenta con nuevas formas métricas (como el soneto de versos alejandrinos); 3)

renovación temática: el descontento del poeta con la realidad que le rodea hace que se

refugie en escenarios exóticos o inventados, o exprese visiones contradictorias de un

mismo tema (amor idealizado-erotismo desenfrenado).

Las tres etapas modernistas de Rubén Darío ―representadas por Azul... (1888), Prosas profanas (1896) y Cantos de vida y esperanza (1905)― se ilustran mediante los

siguientes poemas: el soneto de versos alejandrinos “Caupolicán” (exaltación del

espíritu heroico americano inspirado en el cantar épico La Araucana), el poema en

sextinas “Sonatina” (que muestra algunas de las principales renovaciones poéticas

modernistas, como el empleo de paralelismos, metáforas, cultismos y ambientes

exóticos) y “Salutación del optimista” (poema escrito tras el desastre de 1898 en el que

Darío muestra su confianza en la recuperación del espíritu hispánico frente a la

invasión cultural y económica norteamericana):

Es algo formidable que vio la vieja raza:

robusto tronco de árbol al hombro de un campeón

salvaje y aguerrido, cuya fornida maza

blandiera el brazo de Hércules, o el brazo de Sansón.

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― LITERATURA NACIONALISTA ―

62

Por casco sus cabellos, su pecho por coraza,

pudiera tal guerrero, de Arauco en la región,

lancero de los bosques, Nemrod que todo caza,

desjarretar un toro, o estrangular un león.

Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día,

le vio la tarde pálida, le vio la noche fría,

y siempre el tronco de árbol a cuestas del titán.

“¡El Toqui, el Toqui!”, clama la conmovida casta.

Anduvo, anduvo, anduvo. La Aurora dijo: “Basta”,

e irguióse la alta frente del gran Caupolicán.

“Caupolicán” (en Azul...)

----------------------------------------------------------------------------------

La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?

Los suspiros se escapan de su boca de fresa,

que ha perdido la risa, que ha perdido el color.

La princesa está pálida en su silla de oro,

está mudo el teclado de su clave sonoro,

y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.

El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.

Parlanchina, la dueña dice cosas banales,

y vestido de rojo piruetea el bufón.

La princesa no ríe, la princesa no siente;

la princesa persigue por el cielo de Oriente

la libélula vaga de una vaga ilusión.

¿Piensa, acaso, en el príncipe de Golconda o de China,

o en el que ha detenido su carroza argentina

para ver de sus ojos la dulzura de luz?

¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes,

o en el que es soberano de los claros diamantes,

o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?

¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa

quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,

tener alas ligeras, bajo el cielo volar;

ir al sol por la escala luminosa de un rayo,

saludar a los lirios con los versos de mayo

o perderse en el viento sobre el trueno del mar.

Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,

ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,

ni los cisnes unánimes en el lago de azur.

Y están tristes las flores por la flor de la corte,

los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,

de Occidente las dalias y las rosas del Sur.

¡Pobrecita princesa de los ojos azules!

Está presa en sus oros, está presa en sus tules,

en la jaula de mármol del palacio real;

el palacio soberbio que vigilan los guardas,

que custodian cien negros con sus cien alabardas,

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― LITERATURA NACIONALISTA ―

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un lebrel que no duerme y un dragón colosal.

¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!

(La princesa está triste. La princesa está pálida.)

¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!

¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe,

(La princesa está pálida. La princesa está triste.)

más brillante que el alba, más hermoso que abril!

―«Calla, calla, princesa ―dice el hada madrina―;

en caballo, con alas, hacia acá se encamina,

en el cinto la espada y en la mano el azor,

el feliz caballero que te adora sin verte,

y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,

a encenderte los labios con un beso de amor».

“Sonatina” (en Prosas profanas)

----------------------------------------------------------------------------------

Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda,

espíritus fratemos, luminosas almas, ¡salve!

Porque llega el momento en que habrán de cantar nuevos himnos

lenguas de gloria. Un vasto rumor llena los ámbitos;

mágicas ondas de vida van renaciendo de pronto;

retrocede el olvido, retrocede engañada la muerte;

se anuncia un reino nuevo, feliz sibila sueña

y en la caja pandórica, de que tantas desgracias surgieron

encontramos de súbito, talismánica, pura, rïente,

cual pudiera decirla en su verso Virgilio divino,

la divina reina de luz, ¡la celeste Esperanza!

Pálidas indolencias, desconfianzas fatales que a tumba

o a perpetuo presidio condenasteis al noble entusiasmo,

ya veréis al salir del sol en un triunfo de liras,

mientras dos continentes, abonados de huesos gloriosos,

del Hércules antiguo la gran sombra soberbia evocando,

digan al orbe: la alta virtud resucita

que a la hispana progenie hizo dueña de siglos.

Abominad la boca que predice desgracias eternas,

abominad los ojos que ven sólo zodíacos funestos,

abominad las manos que apedrean las ruinas ilustres,

o que la tea empuñan o la daga suicida.

Siéntense sordos ímpetus en las entrañas del mundo,

la inminencia de algo fatal hoy conmueve la Tierra;

fuertes colosos caen, se desbandan bicéfalas águilas,

y algo se inicia como vasto social cataclismo

sobre la faz del orbe. ¿Quién dirá que las savias dormidas

no despiertan entonces en el tronco del roble gigante

bajo el cual se exprimió la ubre de la loba romana?

¿Quién será el pusilánime que al vigor español niegue músculos

y que el alma española juzgase áptera y ciega y tullida?

No es Babilonia ni Nínive enterrada en olvido y en polvo,

ni entre momias y piedras reina que habita el sepulcro,

la nación generosa, coronada de orgullo inmarchito,

que hacia el lado del alba fija las miradas ansiosas,

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― LITERATURA NACIONALISTA ―

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ni la que tras los mares en que yace sepultada la Atlántida,

tiene su coro de vástagos altos, robustos y fuertes.

Únanse, brillen, secúndense tantos vigores dispersos;

formen todos un solo haz de energía ecuménica.

Sangre de Hispania fecunda, sólidas, ínclitas razas,

muestren los dones pretéritos que fueron antaño su triunfo.

Vuelva el antiguo entusiasmo, vuelva el espíritu ardiente

que regará lenguas de fuego en esa epifanía.

Juntas las testas ancianas ceñidas de líricos lauros

y las cabezas jóvenes que la alta Minerva decora,

así los manes heroicos de los primitivos abuelos,

de los egregios padres que abrieron el surco pristino,

sientan los soplos agrarios de primaverales retornos

y el amor de espigas que inició la labor triptolémica.

Un continente y otro renovando las viejas prosapias,

en espíritu unidos, en espíritu y ansias y lengua,

ven llegar el momento en que habrán de cantar nuevos himnos.

La latina estirpe verá la gran alba futura:

en un trueno de música gloriosa, millones de labios

saludarán la espléndida luz que vendrá del Oriente,

Oriente augusto, en donde todo lo cambia y renueva

la eternidad de Dios, la actividad infinita.

Y así sea Esperanza la visión permanente en nosotros.

¡Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda!

“Salutación del optimista” (en Cantos de vida y esperanza)

5.6. Martín Fierro

El poema narrativo Martín Fierro (1872), del argentino José

Hernández (1834-1886), representa la culminación de la

literatura gauchesca en el Río de la Plata. Frente a la visión

pintoresca del gaucho en la poesía de Hilario Ascasubi y

Estanislao del Campo (personaje desafiante, pendenciero e

insensible al dolor), Hernández ofrece una imagen más realista

y amarga de la vida de este habitante de la pampa, marginado

por una sociedad injusta. Como reacción frente a esta injusticia,

Martín Fierro se rebela contra todo lo que representa el orden

establecido: ejército, gobierno, justicia y vida urbana. En la

segunda parte del poema, La vuelta de Martín Fierro (1879), el

protagonista abandona su rebeldía anterior y se integra en la

sociedad de la que había huido, seguro ahora de encontrar la comprensión necesaria. La

evolución psicológica que experimenta el gaucho (desde su indomitabilidad inicial hasta

la aceptación final de las pautas sociales) convierte a Martín Fierro en el primer gran

personaje complejo y ambiguo de la literatura hispanoamericana.

Gaucho con boleadoras

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― LITERATURA NACIONALISTA ―

65

Pese a que el poema de José Hernández refleja el sentimiento social de que el gaucho era

una especie en vías de extinción en la nueva América nacionalista, no deja por ello de ser

una manifestación del gusto por lo autóctono y lo popular en la Hispanoamérica de la

segunda mitad del siglo XIX, en la que se mezclan elementos románticos y costumbristas.

Desde entonces, Martín Fierro ha permanecido en la mente de todos los argentinos como

un símbolo de identidad nacional.

El conocido comienzo de las dos partes de Martín Fierro, en el que el protagonista

expone sus dotes como cantor, ilustra el lenguaje gauchesco, plagado de expresiones

rurales, vulgarismos y alteraciones fonéticas en las palabras:

Aquí me pongo a cantar

al compás de la vigüela,

que el hombre que lo desvela

una pena estrordinaria

como la ave solitaria

con el cantar se consuela.

Pido a los santos del cielo

que ayuden mi pensamiento:

les pido en este momento

que voy a cantar mi historia

me refresquen la memoria

y aclaren mi entendimiento.

Vengan santos milagrosos,

vengan todos en mi ayuda,

que la lengua se me añuda

y se me turba la vista;

pido a mi Dios que me asista

en una ocasión tan ruda.

Yo he visto muchos cantores,

con famas bien otenidas,

y que después de alquiridas

no las quieren sustentar.

Parece que sin largar

se cansaron en partidas.

Mas ande otro criollo pasa

Martín Fierro ha de pasar;

nada lo hace recular

ni las fantasmas lo espantan,

y dende que todos cantan

yo también quiero cantar.

Cantando me he de morir,

cantando me han de enterrar,

y cantando he de llegar

al pie del Eterno Padre;

Atención pido al silencio

y silencio a la atención,

que voy en esta ocasión

si me ayuda la memoria,

a mostrarles que a mi historia

le faltaba lo mejor.

Viene uno como dormido

cuando vuelve del desierto;

veré si a esplicarme acierto

entre gente tan bizarra,

y si al sentir la guitarra

de mi sueño me dispierto.

Siento que mi pecho tiembla

que se turba mi razón,

y de la vigüela al son

imploro a la alma de un sabio,

que venga a mover mi labio

y alentar mi corazón.

Si no llego a treinta y una

de fijo en treinta me planto,

y esta confianza adelanto

porque recebí en mí mismo,

con el agua del bautismo

la facultá para el canto.

Tanto el pobre como el rico

la razón me la han de dar;

y si llegan a escuchar

lo que esplicaré a mi modo,

digo que no han de reir todos,

algunos han de llorar.

Mucho tiene que contar

el que tuvo que sufrir,

y empezaré por pedir

no duden de cuanto digo;

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― LITERATURA NACIONALISTA ―

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dende el vientre de mi madre

vine a este mundo a cantar.

Que no se trabe mi lengua

ni me falte la palabra;

el cantar mi gloria labra

y, poniéndome a cantar,

cantando me han de encontrar

aunque la tierra se abra.

Me siento en el plan de un bajo

a cantar un argumento;

como si soplara el viento

hago tiritar los pastos.

Con oros, copas y bastos

juega allí mi pensamiento.

Yo no soy cantor letrao,

mas si me pongo a cantar

no tengo cuándo acabar

y me envejezco cantando:

las coplas me van brotando

como agua de manantial.

Con la guitarra en la mano

ni las moscas se me arriman;

naides me pone el pie encima,

y, cuando el pecho se entona,

hago gemir a la prima

y llorar a la bordona.

Yo soy toro en mi rodeo

y torazo en rodeo ajeno;

siempre me tuve por güeno

y si me quieren probar,

salgan otros a cantar

y veremos quién es menos.

Martín Fierro (canto I)

pues debe crerse al testigo

si no pagan por mentir.

Gracias le doy a la Vírgen

gracias le doy al Señor,

porque entre tanto rigor

y habiendo perdido tanto,

no perdí mi amor al canto

ni mi voz como cantor.

Que cante todo viviente

otorgó el Eterno Padre;

cante todo el que le cuadre

como lo hacemos los dos,

pues sólo no tiene voz

el ser que no tiene sangre.

Canta el pueblero... y es pueta;

canta el gaucho... y ay ¡Jesús!

lo miran como avestruz,

su inorancia los asombra;

mas siempre sirven las sombras

para distinguir la luz.

El campo es del inorante,

el pueblo del hombre estruido;

yo que en el campo he nacido,

digo que mis cantos son,

para los unos... sonidos,

y para otros... intención.

Yo he conocido cantores

que era un gusto el escuchar;

mas no quieren opinar

y se divierten cantando;

pero yo canto opinando

que es mi modo de cantar.

La vuelta de Martín Fierro (canto I)

Resumen

En la segunda mitad del siglo XIX, el Romanticismo hispanoamericano evoluciona

hacia el Realismo romántico, con elementos costumbristas, que hace progresar de

forma notable la novela. En las últimas décadas del siglo, el Naturalismo de origen

francés viene a sumarse a la corriente narrativa hispanoamericana para reflejar

problemas sociales de alcance regional. Como resultado de la acción conjunta de estas

dos últimas corrientes (Realismo romántico y Naturalismo), surge en el último tercio

del siglo XIX la novela indigenista hispanoamericana, que narra las costumbres

pintorescas de los indios a la par que refleja sus duras condiciones sociales. En la

región del Río de la Plata, el Costumbrismo y el Romanticismo influirán sobre la

literatura gauchesca tradicional para dar lugar a una figura del gaucho menos

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― LITERATURA NACIONALISTA ―

67

idealizada que en sus comienzos, más realista y marginada socialmente, como se

refleja en el poema Martín Fierro. También como resultado de las inquietudes

políticas, educativas y filosóficas de los escritores hispanoamericanos, durante el

periodo de la literatura nacionalista el ensayo experimenta un gran desarrollo.

Hacia finales del siglo XIX, el Romanticismo regionalista hispanoamericano va

cediendo paso progresivamente al Modernismo, corriente cosmopolita e intelectual

caracterizada por la belleza estética del lenguaje literario en detrimento de la

expresión de contenidos y emociones puras. La poesía es el principal vehículo de

expresión de este nuevo movimiento, que busca reflejar la armonía y perfección de un

mundo idealizado lleno de musicalidad y color. El principal propagador del

Modernismo será Rubén Darío.

Actividades 1) María, de Jorge Isaacs, está considerada la novela más representativa del Realismo romántico

hispanoamericano de la segunda mitad del siglo XIX, por su mezcla de elementos costumbristas y

melancólicos. Compara los siguientes dos pasajes de esta obra ―correspondientes al entusiasmado

regreso a casa del protagonista, Efraín, y su marcha tras la muerte de su amada María― y describe el

paralelismo entre el estado de ánimo de aquél y el paisaje que le rodea:

Pasados seis años, los últimos días de un lujoso agosto me recibieron al regresar al nativo valle. Mi corazón rebosaba de amor patrio. Era ya la última jornada del viaje, y yo gozaba de la más perfumada mañana del verano. El cielo tenía un tinte azul pálido: hacia el oriente y sobre las crestas altísimas de las montañas, medio enlutadas aún, vagaban algunas nubecillas de oro, como las gasas del turbante de una bailarina esparcidas por un aliento amoroso. Hacia el sur flotaban las nieblas que durante la noche habían embozado los montes lejanos. Cruzaba planicies de verdes gramales, regadas por riachuelos cuyo paso me obstruían hermosas vacadas, que abandonaban sus sesteaderos para internarse en las lagunas o en sendas abovedadas por florecidos písamos e higuerones frondosos. Mis ojos se habían fijado con avidez en aquellos sitios medio ocultos al viajero por las copas de añosos guaduales; en aquellos cortijos donde había dejado gentes virtuosas y amigas. En tales momentos no habrían conmovido mi corazón las arias del piano de U... ¡Los perfumes que aspiraba eran tan gratos, comparados con el de los vestidos lujosos de ella, el canto de aquellas aves sin nombre tenía armonías tan dulces a mi corazón! María (capítulo II) Ya empezaba a oír el ruido de las corrientes del Zabaletas; divisaba la copa de los sauces. Detúveme en la asomada de la colina. Dos años antes, en una tarde como aquélla, que entonces armonizaba con mi felicidad y ahora era indiferente a mi dolor, había divisado desde allí mismo las luces de ese hogar donde con amorosa ansiedad era esperado. María estaba allí... Ya esa casa cerrada y sus contornos solitarios y silenciosos: ¡entonces el amor que nacía y ya el amor sin esperanza! Allí, a pocos pasos del sendero que la grama empezaba a borrar, veía la ancha piedra que nos sirvió de asiento tantas veces en aquellas felices tardes de lectura. Estaba, al fin, inmediato al huerto confidente de mis amores: las palomas y los tordos aleteaban piando y gimiendo en los follajes de los naranjos: el viento arrastraba hojas secas sobre el empedrado de la gradería. María (capítulo LXIII)

2) Aves sin nido, precursora de la novela indigenista hispanoamericana de finales del siglo XIX,

combina dos visiones opuestas del indio: el indigenismo (que denuncia las injusticias sociales que sufre)

y el indianismo (que exalta el mundo indígena mediante una visión exótica de su cultura y costumbres).

Señala qué elementos de uno y otro aparecen en el siguiente fragmento de esta obra:

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― LITERATURA NACIONALISTA ―

68

En la tapia de piedras que se levanta al lado Sur de la plaza, asomó una cabeza, que, con la ligereza del zorro, volvió a esconderse detrás de las piedras, aunque no sin dejar conocer la cabeza bien modelada de una mujer, cuyos cabellos negros, largos y lacios, estaban separados en dos crenchas, sirviendo de marco al busto hermoso de tez algo cobriza, donde resaltaban las mejillas coloreadas de tinte rojo, sobresaliendo aún más en los lugares en que el tejido capilar era abundante. Apenas húbose perdido el labrador en la lejana ladera de Cañas, la cabeza escondida detrás de las tapias tomó cuerpo saltando a este lado. Era una mujer rozagante por su edad, y notable por su belleza peruana. Bien contados tendría treinta años, pero su frescura ostentaba veintiocho primaveras a lo sumo. Estaba vestida con una pollerita flotante de bayeta azul oscuro y un corpiño de pana café, adornado al cuello y bocamangas con franjas de plata falsa y botones de hueso, ceñía su talle. Sacudió lo mejor que pudo la tierra barrosa que cayó sobre su ropa al brincar la tapia y en seguida se dirigió a una casita blanquecina cubierta de tejados, en cuya puerta se encontraba una joven, graciosamente vestida con una bata de granadina color plomo, con blondas de encaje, cerrada por botonadura de concha de perla, que no era otra que la señora Lucía, esposa de don Fernando Marín, matrimonio que había ido a establecerse temporalmente en el campo. La recién llegada habló sin preámbulos a Lucía y le dijo: —En nombre de la Virgen, señoracha, ampara el día de hoy a toda una familia desgraciada. Ése que ha ido al campo cargado con las cacharpas del trabajo, y que pasó junto a ti, es Juan Yupanqui, mi marido, padre de dos muchachitas. ¡Ay señoracha!, él ha salido llevando el corazón medio muerto, porque sabe que hoy será la visita del reparto, y como el cacique hace la faena del sembrío de cebada, tampoco puede esconderse porque a más del encierro sufriría la multa de ocho reales por la falla, y nosotros no tenemos plata. Yo me quedé llorando cerca de Rosacha que duerme junto al fogón de la choza y de repente mi corazón me ha dicho que tú eres buena; y sin que sepa Juan vengo a implorar tu socorro, por la Virgen, señoracha, ¡ay, ay! Las lágrimas fueron el final de aquella demanda, que dejó entre misterios a Lucía, pues residiendo pocos meses en el lugar, ignoraba las costumbres y no apreciaba en su verdadero punto la fuerza de las cuitas de la pobre mujer, que desde luego despertaba su curiosidad. Era preciso ver de cerca aquellas desheredadas criaturas, y escuchar de sus labios, en su expresivo idioma, el relato de su actualidad, para explicarse la simpatía que brota sin sentirlo en los corazones nobles, y cómo se llega a ser parte en el dolor, aun cuando sólo el interés del estudio motive la observación de costumbres que la mayoría de peruanos ignoran y, que lamenta un reducido número de personas. Aves sin nido (Primera parte, capítulo II)

3) Hacia finales del siglo XIX, el Modernismo vino a sustituir al Costumbrismo como corriente literaria

imperante en Hispanoamérica. ¿Cuáles son las principales diferencias entre estos dos movimientos?

4) El cubano José Martí fue uno de los precursores del Modernismo en Latinoamérica con una poesía

basada en el ritmo y la armonía formal que trata temas relativos a la espiritualidad del hombre

hispanoamericano. ¿Qué elementos modernistas aparecen en el poema incluido en 5.4?

5) Rubén Darío fue el principal representante del Modernismo hispanoamericano con un lenguje

poético que supuso una renovación estética, métrica y literaria con respecto a la poesía anterior. Señala

los rasgos modernistas más destacados en los pomas incluidos en 5.5.

6) El poema narrativo Martín Fierro representa la culminación del género gauchesco en el Río de la

Plata. Su protagonista, un ser marginado socialmente que representa el pasado y la tradición en

Argentina, evoluciona en las dos partes del poema desde una actitud rebelde hasta otra de calma e

integración social. Tras leer los dos fragmentos incluidos en 5.6, indica cómo se muestra esta evolución

psicológica.