Capítulo 2. El olor de las almendras amargas Ensayo de ...

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Capítulo 2. El olor de las almendras amargas Ensayo de interpretación del universo narrativo de El amor en los tiempos del cólera. Gabriel García Márquez. INTRODUCCIÓN Hemos escogido para la contextualización del presente análisis la novela del colombiano García Márquez titulada El amor en los tiempos del cólera, y nos permitimos inicialmente efectuar una breve comparación con Cien años de soledad del mismo autor. En este sentido coincidimos con Jorge Amado quien señala: "Gabo escribió dos de las novelas más importantes de la ficción contemporánea: Cien años de soledad y El amor en los tiempos del cólera". 7 Nos centraremos en el análisis de varios temas que consideramos relevantes en el contexto de la novela en cuestión; es decir que a través de la contextualización de la muerte —la de Jeremiah y la de Juvenal Urbino—, el sentido de la asociación, los amores contrariados y la comicidad como un paliativo necesario para la tragedia, aludiremos a diversos aspectos que se enmarcan en reflexiones literarias de distinto alcance. PLANTEAMIENTO INICIAL Los comienzos en las novelas de Márquez no sólo son importantes, sino que también resultan reveladores -en el marco de un eventual movimiento temporal-, a través del cual se nos saca del presente del relato para permitir que se adueñe de nosotros una especie de interrogante, de curiosidad particular, relativa a la anécdota que se nos pretende transmitir. En Cien años de soledad el narrador empieza diciendo: Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo" 8 7 Jorge Amado. "Dos palabras sobre Gabo", en Homenaje a Gabriel García Márquez, selección y prólogo de Juan Gustavo Cobo Borda, Bogotá, Siglo del Hombre editores, 1991, p. 1. 8 Gabriel García Márquez. Cien años de soledad, 8a. imp., México, Diana, 1990. En las referencias posteriores aludiremos a esta novela mediante la abreviatura CADS y la página correspondiente.

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Capítulo 2.El olor de las almendras amargas

Ensayo de interpretación del universonarrativo de El amor en los tiemposdel cólera. Gabriel García Márquez.

INTRODUCCIÓN

Hemos escogido para la contextualización del presente análisis la novela del

colombiano García Márquez titulada El amor en los tiempos del cólera, y nos

permitimos inicialmente efectuar una breve comparación con Cien años de soledad del

mismo autor.

En este sentido coincidimos con Jorge Amado quien señala: "Gabo escribió dos

de las novelas más importantes de la ficción contemporánea: Cien años de soledad y

El amor en los tiempos del cólera".7

Nos centraremos en el análisis de varios temas que consideramos relevantes en

el contexto de la novela en cuestión; es decir que a través de la contextualización de la

muerte —la de Jeremiah y la de Juvenal Urbino—, el sentido de la asociación, los

amores contrariados y la comicidad como un paliativo necesario para la tragedia,

aludiremos a diversos aspectos que se enmarcan en reflexiones literarias de distinto

alcance.

PLANTEAMIENTO INICIAL

Los comienzos en las novelas de Márquez no sólo son importantes, sino que

también resultan reveladores -en el marco de un eventual movimiento temporal-, a

través del cual se nos saca del presente del relato para permitir que se adueñe de

nosotros una especie de interrogante, de curiosidad particular, relativa a la anécdota

que se nos pretende transmitir.

En Cien años de soledad el narrador empieza diciendo:Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el

coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en

que su padre lo llevó a conocer el hielo"8

7 Jorge Amado. "Dos palabras sobre Gabo", en Homenaje a Gabriel García Márquez, selección yprólogo de Juan Gustavo Cobo Borda, Bogotá, Siglo del Hombre editores, 1991, p. 1.

8 Gabriel García Márquez. Cien años de soledad, 8a. imp., México, Diana, 1990. En las referencias posterioresaludiremos a esta novela mediante la abreviatura CADS y la página correspondiente.

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21Nos hallamos ante un acontecimiento trascendente como puede

serlo el de un hombre enfrentado a la muerte. Es aquí donde esta forma de morir se

nos antoja como realmente absurda: soportar que otros decidan que ya no podemos

pertenecer a esta tierra y llegar a entender las palabras del coronel Aureliano Buendía:

"Tanto joderse uno [...] Tanto joderse para que lo maten a uno seis maricas sin poder

hacer nada"9, es asumir el carácter contundente que los hechos de vida muchas veces

conllevan; es incorporar la noción de impotencia que domina al personaje en el que va

a ser -aparentemente-, el último momento de su existencia.

La proyección de los acontecimientos se ofrece mediante un extraño manejo

temporal en el cual lo ya ocurrido se mezcla con lo que está por acontecer: una tarde

cualquiera; el interminable coronel frente al pelotón, del cual escapará como de tantos

otros acontecimientos límites en su existencia, que transcurren sin herirlo a pesar de la

violencia que conllevan; y un recuerdo que tiene mucho de proyección individual si nos

fijamos en la enorme carga emocional que implica.

En El amor en los tiempos del cólera se dice en el inicio:Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba

siempre el destino de los amores contrariados. El doctor Juvenal Urbino

lo percibió desde que entró en la casa todavía en penumbras, adonde

había acudido de urgencia a ocuparse de un caso que para él había

dejado de ser urgente desde hacía muchos años.10

Las semejanzas no sólo son conceptuales mediante la reiteración del leit motiv

de los amores contrariados asociados al olor de las almendras amargas, sino también

en la forma y claves en que se ofrecen los hechos:

1. Un acontecimiento trascendente: el suicidio del amigo.

2. El nombre del personaje que —junto con los otros—, teje la trama de los sucesos.

3. De nuevo, el manejo temporal en donde el narrador empieza a contar una historia y

para ello se apoya en sucesos anteriores, al mismo tiempo que anuncia lo que vendrá.

9 Ibidem, p. 138.

10 Gabriel García Márquez. El amor en los tiempos del cólera, 7a. impresión, México, Diana, 1990, p. 9. (En losucesivo cuando hagamos referencia a esta obra sólo escribiremos GGM. EATC, y la página).

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22Esas implacables analepsis contrastadas con las prolepsis, configuran el notable ir

y venir del narrador a través del tiempo del relato.

La voz que cuenta los hechos se expresa como si estuviera —al mismo

tiempo—, reflexionando sobre ellos: "Era inevitable". Quizás no se haya observado con

la suficiente profundidad el carácter fatalista de muchas de las afirmaciones del

narrador de esta novela y de otras del mismo autor. Oímos en múltiples ocasiones —

en boca del hombre contemporáneo—, algo parecido; se nos ocurre pensar que este

mismo individuo, a pesar de pertenecer al mundo de la tecnología apabullante, en

variadas oportunidades se deja convencer por aspectos nada científicos. Es verdad

que el ser humano no puede prevenir los hechos, pero sí puede prepararse para vivir

épocas de crisis profundas y llegar a concluir que nada es inevitable y que todo puede

ser previsible. Ahora bien, en el universo macondiano de García Márquez sí existe la

fuerza fatal del amor y, más aún, de los amores contrariados. Y decimos

macondianos, porque aunque el autor anunció que había concluido el ciclo de Cien

años de soledad, la primera incorporación conceptual de El amor en los tiempos del

cólera, posee ese carácter fatal e ineludible que ya habíamos encontrado en la novela

de 1967. Aunado a ello reaparece también aquel bello símbolo de las almendras

amargas, que aquí se descubre en el olor peculiar del cianuro de oro.

EL VALOR DE LA ASOCIACIÓN

Hablemos ahora del valor de la asociación y de la resonancia que este concepto

ha tenido en algunas manifestaciones narrativas de fines del siglo XIX y principios del

XX. Podemos partir de la premisa siguiente: asociar es sentir. A medida que el hombre

va viviendo parece como que contamina las cosas con su presencia. Un río que hemos

observado detenidamente cuando teníamos en nuestros brazos a la mujer amada —

que hoy ya no está con nosotros—, regresa a nuestra conciencia en el momento

menos pensado, ya sea porque hemos visto aquella imagen del río representada

arbitrariamente, o ya sea porque algo la trajo de pronto y no podemos así dejar de

sentir.

Cuando en Eugenia Grandet, de Honoré de Balzac, Carlos Grandet recibe la

noticia de la muerte de su padre en el jardín del avaro, el paisaje de ese jardín quedará

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23grabado para siempre en el mente del joven en directa asociación con la noticia

que recibe en este instante.11 El genio de Balzac ha incursionado así en el justo

carácter de esta relación entre los elementos, relación que pertenece al dominio de lo

inconsciente y que resulta muy difícil de controlar por parte del ser humano.

De la misma forma en A la búsqueda del tiempo perdido de Marcel Proust y más

específicamente en Por el camino de Swann, se plantea un caso semejante en el

terreno de la asociación aquí estudiada. Señala al respecto el narrador protagonista:Así ocurre con nuestro pasado. Es trabajo perdido el que

intentemos evocarlo, son inútiles todos los esfuerzos de nuestra

inteligencia. Está oculto fuera de su dominio y de su alcance, en algún

objeto material (en la sensación que nos produciría ese objeto material)

que no sospechamos. Este objeto depende del azar que lo

encontremos antes de morir, o que no lo encontremos.12

Alude así al dominio de lo inconsciente y, pocos renglones más adelante, lo

fundamenta con un hecho que le aconteció a este mismo narrador personaje. Dice al

respecto:Hacía ya muchos años que, en Combray, todo lo que no era el

teatro y el drama de acostarme, no existía ya para mí, cuando un día de

invierno, al volver a casa, mi madre, viendo que tenía yo frío, me

propuso que tomase, en contra de mi costumbre, un poco de té. Me

negué al principio y, no sé por qué, cambié de parecer. Envió a buscar

uno de esos pasteles pequeños y gruesos llamados magdalenas [...]

Llevé a mis labios una cucharada de té en la que había mojado un trozo

de magdalena. Pero en el instante mismo en que el sorbo mezclado con

las migas del pastel tocó mi paladar, me estremecí, atento a algo

extraordinario que ocurría dentro de mí. Habíame invadido un placer

delicioso, aislado, sin la noción de su causa. Me habían hecho de nuevo

las vicisitudes de la vida indiferente, sus desastres inofensivos, su

brevedad ilusoria, de la misma manera que actúa el amor, colmándome

de una esencia preciada: o más bien esta esencia no estaba en mí, era

11 Cfr., Honoré de Balzac. Eugenia Grandet, dir. Equipo editorial J. Barnat, Nauta, Barcelona, 1990.

12 Marcel Proust. Por el camino de Swann I, trad. Julio Gómez de la Serna, Madrid, SARPE, 1985, p. 71.

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24yo mismo. Había cesado de sentirme mediocre, limitado,

mortal. ¿De dónde podía provenir aquella misteriosa alegría? Sentía

que iba ligada al sabor del té y del pastel. Pero que lo superaba

infinitamente, que no debía ser de la misma naturaleza. [...] Es evidente

que la verdad que busco no está en él, sino en mí. La ha despertado,

pero no la conoce.13

Queda documentado, a través de la larga cita anterior, un curioso ejemplo —

repetido hasta el cansancio por muchos estudiosos de Proust—, de una forma de

memoria que no es precisamente voluntaria, sino que posee un carácter involuntario,

que no puede ser evocado, sólo llega a nosotros en el momento menos pensado.

Tres párrafos más adelante el narrador nos cuenta cómo se produjo de pronto la

luz del recuerdo:Ese sabor era el del trocito de magdalena que el domingo por la

mañana en Combray (porque ese día no salía yo antes de la hora de

misa), cuando iba a darle los buenos días a su alcoba, mi tía Leoncia

me ofrecía después de haberlo mojado en su infusión de té o de tila. La

visión de la pequeña magdalena no me había recordado nada antes de

que la hubiese probado; quizás porque, habiéndolas visto a menudo

posteriormente, sobre los anaqueles de los pasteleros, sin comerlas, su

imagen había abandonado aquellos días de Combray para unirse a

otros más recientes; quizás porque, de esos recuerdos apartados tanto

tiempo de la memoria, no sobrevivía nada.14

Como es dado inferir a través de los dos ejemplos y de la misma situación

considerada en la novela del colombiano, las sensaciones que entran en acción son

de diferente naturaleza; en Balzac, predomina lo visual, la fijación —por medio de la

vista del personaje—, de todo aquel paisaje de Saumur; en Proust, la sensación da

inicio en lo gustativo, y de ahí permite el gran salto en el espacio temporal; en

Márquez, esta misma sensación es de carácter olfativa: el olor de las almendras

13 Ibidem, pp. 71-72.

14 Ibidem, p. 73.

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25recuerda otro olor.

Mediante los datos sinestésicos anteriormente reseñados se llega a la

asociación que bien puede tener origen en otras sensaciones que estén muy

arraigadas en el sujeto que padece los acontecimientos.

La muerte de Jeremiah de Saint-Amour

El proceder de Juvenal.

Ahora bien, los referentes que tienen como punto de coincidencia la muerte, son

absolutamente frecuentes en García Márquez y en el caso específico de esta novela

resultan contrastantes con hechos tales como los que aluden al amor realizado y los

que refieren a situaciones jocosas. Cuando el narrador dice que el doctor lo percibió,

alude a una forma de conocimiento tan compleja como es la intuición.15 Le bastó al

personaje ingresar a ese sitio para comprender en toda su trascendencia, en toda su

condición de destino irreversible, lo que estaba sucediendo. Considerado

estrictamente, éste no es un suicidio por amor, al menos no lo es por amor a la pareja,

puesto que la mujer amada de Jeremiah, su pareja, estuvo con él esa noche y lo dejó

solo únicamente porque ésta era la voluntad del inválido. Ahora bien, esa decisión

implacable del antillano que lo conduce a la muerte por no atreverse a soportar las

vicisitudes de la vejez, representa otra curiosa forma de amor, el amor a la muerte que

se ofrece así como la mejor curación para la enfermedad de la vida. Esto último

corresponde conectarlo con lo que también dice el narrador renglones más adelante,

cuando aclara que el personaje se "había puesto a salvo de los tormentos de la

memoria con un sahumerio de cianuro de oro." El lenguaje figurado juega aquí un

papel muy importante; esa idea de ponerse a salvo de los tormentos de la memoria

mediante el suicidio, es una curiosa metáfora en donde la voz que habla relaciona

15 Intuición. La relación directa -sin intermediarios-, con un objeto cualquiera; relación que, por lo tanto, implicala presencia efectiva del objeto. De tal manera ha sido constantemente entendida en la historia de la filosofía,comenzando por Plotino, que usa el término para designar el conocimiento inmediato y total que el IntelectoDivino tiene de sí y de sus propios objetos. En este sentido la intuición es una forma de conocimiento superior yprivilegiada, ya que en ella, como en la visión sensible sobre la que se modela, el objeto está inmediatamentepresente. Boecio hablaba de la "intuición divina" que es el golpe de vista mediante el cual Dios abraza las cosassin cambiarlas. Nicola Abbagnano. Diccionario de filosofía, trad. de Alfredo Galletti, 7a. reimp., México, F.C.E.,1989, p. 699.

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26claramente el hecho de vivir con el hecho de sufrir. Dicho de otra manera, el hombre

va muriendo en cada acto de vida, se va despojando de su condición vital a medida

que envejece, para descubrirse un día frente a frente con la muerte y llegar a aceptarla

como una solución para esa triste enfermedad que es la existencia humana. Muchos

lectores pueden pensar que es ésta una forma pesimista de interpretar la vida; mas —

en el contexto existencialista ateo—, esta visión es implacable, pero auténtica. Si

decía Platón comentando a Sócrates que "aprender es recordar", aquí recordar es

sufrir. Cada acto de pensamiento conduce al individuo a una dolorosa introspección de

la cual le cuesta muchos sacrificios salir. Jeremiah decidió su muerte en un acto libre

de su voluntad; quiso dejarlo todo, porque ya no le encontraba sentido a las cosas, o

por lo menos no le hallaba la significación que él deseaba.

A este respecto señala Grinor Rojo:Ésta es la variable que Jeremiah de Saint-Amour introduce en

los sucesos del primer plano en El amor en los tiempos del cólera y de

lo que colegimos que él no pertenece a la misma raza de personajes a

la que pertenecen Juvenal Urbino y Florentino Ariza. Su solución al

enigma de la vejez y de la muerte no es la de ellos. Si él muere para no

envejecer, los otros envejecen para no morir. El suicidio de Saint-

Amour, que contiene una denuncia del envejecimiento, de sus

racionalizaciones hábiles, de sus mentiras astutas, contiene también

una propuesta ardientemente desencantada para desentenderse del

desafío del tiempo.16

Además, en muchas ocasiones, las diversas conceptualizaciones del universo

no coinciden. Esto lo observamos cuando el anciano doctor se detiene en la

contemplación del cadáver del amigo y comenta el narrador:El doctor Juvenal Urbino lo contempló un instante con el

corazón adolorido como muy pocas veces en los largos años de su

contienda estéril contra la muerte.

-Pendejo -le dijo-. Ya lo peor había pasado.17

16 Grinor Rojo. "El amor, la vejez y la muerte en los tiempos del cólera" en Homenaje a Gabriel García Márquez,Selección y prólogo de Juan Gustavo Cobo Borda, Bogotá, Siglo del Hombre editores, 1991, p. 365.

17 EATC., p. 10.

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27He ahí dos cosmovisiones diferentes. La de quien se ha quitado la

vida invadido por ese patético terror a seguir enfrentando cada momento; y la de quien

—al evaluar la decisión ajena—, deja escapar esa palabra altisonante. Y, severa ironía

del destino, quien tal cosa sostiene morirá pocas horas después al intentar bajar de un

árbol al curioso loro políglota. Tenemos así dos decesos sucesivos, quizás dos formas

de dejar de ser igualmente estúpidas.

Ahora bien, el hecho de ponernos de acuerdo en la inutilidad de estas muertes,

no significa de modo alguno invalidar al suicidio como una posibilidad de liberación

individual; todas las consideraciones que puedan efectuarse en torno al derecho que

tenga el hombre de quitarse la vida, aparecerán permeadas de subjetividad. Hay quien

por sistema doctrinal condena tal actitud, y hay también quienes la resaltan como acto

heroico, y otros que lo denominan cobardía. Para nosotros es tan sólo un hecho más

que aleja al hombre de la posibilidad de llevar a cabo muchas realizaciones y que —

quizás por esta misma razón—, los que se matan aparecen como víctimas de la tortura

intelectual de otros individuos que los rodean, o tal vez resulten tan sólo pobres

personas que desean huir de la deplorable soledad que tarde o temprano termina

atrapando al hombre.

El anciano doctor había protegido en todo momento a Jeremiah de Saint Amour

y ahora cumple con el viejo amigo preparando todo lo necesario para los trámites

mortuorios:Ordenó decir a los periódicos que el fotógrafo había muerto de

muerte natural, aunque pensaba que la noticia no les interesaba de

ningún modo. Dijo: "Si es necesario, yo hablaré con el gobernador." El

comisario, un empleado serio y humilde, sabía que el rigor cívico del

maestro exasperaba hasta a sus amigos más próximos, y estaba

sorprendido por la facilidad con que saltaba por encima de los trámites

legales para apresurar el entierro.18

El doctor Juvenal procede de una manera arbitraria y lo hace para proteger la

memoria del amigo. Al saltar los trámites legales demuestra su autoridad en el pueblo,

18 EATC, p. 12.

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28autoridad basada precisamente en la función médica y en la costumbre de

codearse con la muerte.

La obra de Márquez refleja así circunstancias cotidianas en el contexto de una

Latinoamérica que aún no había entrado en la modernidad. La figura y la presencia del

médico infundían un profundo respeto en la gente. Todos sabían que en cualquier

momento podían precisar de él y por eso, precisamente por eso, escuchaban su voz

como si se tratara de la única opinión válida. Además de todo lo anterior, Juvenal

poseía un "ojo clínico", un carisma tan particular que podía adivinar de qué

enfermedad se trataba con sólo ver al paciente.

Interesaría resaltar a esta altura del análisis la capacidad tan especial del

narrador para mantenerse fiel a un sinnúmero de ideas defendidas y sustentadas por

sus personajes, así como también el profundo sentido de la comicidad y de la

fundamentación dada al aspecto risueño, en momentos en los cuales el lector ni

siquiera piensa que tal situación pueda imponerse. Para apoyar la primera de estas

nociones ofrecemos los dos párrafos que siguen. Más adelante en el desarrollo del

trabajo, analizaremos las situaciones cómicas con fundamento en el pasaje hiperbólico

en que se habla de aquel loro de Paramaribo que se había transformado en la única

presencia animal-irracional de la casa. Vayamos al primer aspecto.

Juvenal no accede a hablar con el arzobispo por viejas rencillas entre ambos;

no quiere solicitar la autorización para que Jeremiah de Saint-Amour sea sepultado en

tierra sagrada. Al no pedir esto, parece aceptar tácitamente la condición de suicida de

su amigo, pero al mismo tiempo responde de forma tajante cuando el comisario señala

que el paralítico era un santo: "Algo todavía más raro [...] un santo ateo. Pero esos

son asuntos de Dios"19 dice el personaje. Esta respuesta se impone como esas

máximas incluidas en la obra del colombiano, las cuales valen más por el impacto que

producen que por la verdad que conllevan al utilizarse. Sólo mediante el oxímoron

"santo ateo" podemos incorporar una noción tan curiosamente contradictoria, pero

reafirmadora en su propia contradicción, de una de las verdades más intensas que la

literatura pueda haber llegado a sostener. La verdad no es patrimonio de ninguna

19 Ibidem, p. 12.

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29tendencia, se puede llegar a creer en Dios desde una perspectiva curiosamente

escéptica, se puede amar a Dios desde el nihilismo enajenante de un corazón que no

quiere hacer suyos esos paradigmas que muchos defienden como condición absoluta.

Esa misma Iglesia que le niega al suicida la posibilidad de tierra santa para que

descansen sus restos, es la que se atreve a sostener la existencia de un Dios tan

implacable del que sólo encontramos parangón en viejos textos de la mitología griega

permeados de decadente antropomorfismo, y en muchos momentos del implacable

Antiguo Testamento de la Biblia. La postura del narrador es altamente crítica en este

momento. Defiende -más allá de doctrinas y tendencias-, la libertad del hombre;

libertad que inclusive lo puede llevar a la autodestrucción, pero que no por esto debe

condenarse.

"Pero esos son asuntos de Dios" Se trata de aproximarnos a una libre

interpretación teísta, en la cual las religiones deben dejar su lugar a la reflexión serena

de la conciencia. El dios garciamarquiano no parece responder a imperativos

categóricos, sino que por el contrario acompaña al hombre pecador; lo comprende, lo

ayuda, lo apoya. Desde los infinitos experimentos de José Arcadio en Cien años de

soledad para tratar de obtener un daguerrotipo de Dios, desde ese intento imposible

por reproducir lo irreproducible, notamos la latente preocupación en el mundo narrativo

del colombiano, por acceder a Dios, por integrarlo, por lograr quizás la simple

aprehensión del concepto divino. Es aquí en donde se enfrentan las tendencias

racionales con la metafísica. Inclusive la propia racionalidad de la Iglesia para

interpretar los designios de Dios se opone a la propuesta narrativa que estamos

analizando, propuesta que resulta fundamentada —precisamente— en el hecho de

llegar a incorporar correctamente cuáles son o pueden llegar a ser los "asuntos de

Dios". Hay algo que continúa siendo auténtico, vigente, real en su propia

contradicción: Dios no puede castigar al hombre gratuitamente, Dios no es negación y

fuerza, sino realización y vida.

Los amores contrariados

El doctor Juvenal —después de cumplir con los trámites que le correspondían

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30en su carácter de médico forense—, se aleja del lugar para trasladarse a la casa

de la amante del fallecido Jeremiah. Al llegar se encuentra de pronto en un ambiente

tranquilamente fúnebre. Comprende en seguida que su visita es inútil si la medimos en

relación con la noticia que viene a comunicar. La amante ya lo sabe todo. Sus palabras

son terminantes: "Esta es su casa, doctor —dijo—. No lo esperaba tan pronto."20

El narrador se mete de lleno —en forma inmediata—, en una hermosa analepsis

en la cual se encarga de describir y recrear los momentos de extraña felicidad vividos

en el pasado por los amantes clandestinos. Esta analepsis es muy extensa como para

transcribirla en su totalidad, por ello dividiremos los planteamientos contenidos en la

misma en varios momentos.

En primer lugar dice la voz que relata los hechos:Así era. Ella lo había acompañado hasta muy pocas horas antes de la muerte,

como lo había acompañado durante media vida con una devoción y una ternura sumisa

que se parecían demasiado al amor, y sin que nadie lo supiera en esta soñolienta capital

de provincia donde eran de dominio público hasta los secretos de estado.21

Es ésta una manera de narrar muy curiosa que parece retroalimentarse en su

propio fluir. Al empezar a contar esta historia de amor, la voz que relata se hace cargo

de la profunda significación que la misma reviste. Muchas nociones se imponen aquí,

tales como la compañía que anula la soledad, la fidelidad hasta la muerte, la devoción

por el ser querido, la ternura sumisa, la devoción y la ternura que si no eran el amor se

parecían demasiado a ese concepto, la clandestinidad sin sentido, el ocultamiento en

un lugar donde nada se podía encubrir —ni siquiera los secretos de estado—. En fin,

todo esto da la imagen de una mutua entrega, de un vivir el uno para el otro en ese

espacio sumiso del amor. Tiempo y espacio se descubren también íntimamente

compenetrados en la extraña residencia del inválido de guerra. Y también los espacios

se ofrecen de una manera circular en donde se van implicando de mayor a menor: el

amplio ambiente continental, el cerrado recinto de la provincia, el estrecho sitio de la

casa.

20 Ibidem, p. 20.

21 Ibidem, p. 21.

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31Al enfocar el tema de los amores contrariados y el tema del amor en sí

mismo, se impone como una condición necesaria el hablar de esa relación tan peculiar

entre los seres humanos que hemos denominado amor. En esta novela la voz que

cuenta no sabe o no quiere definir el concepto en cuestión. Observamos cómo esa

devoción y esa ternura son lo más aproximado al amor, y así se ofrece en este

contexto. He aquí la manera más elegante de evitar —si no la definición—, al menos

una caracterización más o menos comprometida acerca de este asunto.

Páginas más adelante Juvenal contestará al reproche de Fermina Daza relativo

a que no ha sido feliz en la relación matrimonial, que lo más importante de la vida es la

estabilidad, y él se la ha dado, precisamente. He ahí dos polos de relación que se

implican y tienen mucho que ver con el amor: felicidad y estabilidad. El amor necesita

de ambos aunque no se identifique plenamente con ninguno de los dos. Nos

detendremos en este concepto en el capítulo siguiente al desarrollar de forma más

específica este tema.

Ahora bien, hablemos de las almendras amargas, observemos un momento el

gran tema de los amores contrariados. ¿Qué fue lo que percibió Juvenal Urbino al

ingresar en la casa del suicida? Digamos que llegaron a él mensajes de siglos enteros

vividos en medio de la contrariedad y el desengaño. El amor es uno de los demonios

que aprisionan al hombre, que lo hacen sufrir intensamente, que se apoderan de su

alma atormentada y que sólo lo dejan en paz cuando el tiempo les permite reflexionar

acerca de la invalidez del sacrificio.22 Es ésta una posible caracterización acerca del

tema, que toma como fundamento la obra mencionada en la cita anterior.

Asimismo, El amor en los tiempos del cólera desarrolla el motivo de la espera

más allá de los plazos que cualquier amante pudiera soportar. Florentino y Fermina

parecen demostrar que los amores contrariados no existen y que sólo se trata de

practicar la paciencia como una virtud complementaria; por supuesto, la paciencia

excluye los celos e involucra al hombre con una profunda fe en el porvenir. El amante

que espera —como Ariza—, no debe desesperar: el tiempo será el gran juez que

emitirá su veredicto de manera ineludible y cierta.

22 Cfr. Gabriel García Márquez. El amor y otros demonios, México, Diana, 1990.

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32De esta forma, por un lado los amores contrariados que implican una

posición narrativa pesimista; y por otro, los amores realizados de la esposa viuda y el

amante empedernido de tantas jornadas.

Jeremiah y su mujer representan también amores clandestinos que se antojan

como innecesarios. Y por eso al doctor Urbino: "Le costaba trabajo entender que dos

adultos libres y sin pasado, al margen de los prejuicios de una sociedad ensimismada,

hubieran elegido el azar de los amores prohibidos."23 Ellos parecen practicarlo como

un ejercicio de la edad adulta. Insistamos al mismo tiempo que no es de ninguna

manera ésta la razón que arrastró al inválido de guerra a su autodestrucción.

La amante viuda se encarga de explicar al anciano médico la razón poderosa

que llevó a su hombre a la muerte: "Era su gusto" le dice, implicando con esto el

profundo respeto que sentía por aquel hombre, y su firme decisión de acompañarlo

hasta donde fuera posible, no más allá.

Y quizás lo que se nos imponga a nosotros -hombres comunes y corrientes que

no estamos acostumbrados a los arduos menesteres del heroísmo-, sea una profunda

tristeza y desolación cuando leemos:Había querido llevarse el perro, pero él lo contempló adormilado

junto a las muletas y lo acarició con la punta de los dedos. Dijo: "Lo

siento, pero Mister Woodrow Wilson se va conmigo" Le pidió a ella que

lo amarrara en la pata del catre mientras él escribía, y ella lo hizo con

un nudo falso para que pudiera soltarse. Aquel había sido su único acto

de deslealtad y estaba justificado por el deseo de seguir recordando al

amo en los ojos invernales de su perro. Pero el doctor Urbino la

interrumpió para contarle que el perro no se había soltado. Ella dijo:

"Entonces fue porque no quiso". Y se alegró, porque prefería seguir

evocando al amante muerto como él se lo había pedido la noche

anterior, cuando interrumpió la carta que ya había comenzado y la miró

por última vez.

-Recuérdame con una rosa- le dijo.24

23 EATC., P. 21.

24 Ibidem, p. 23.

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33El tema de la lealtad aparece bosquejado así y hermosamente

sintetizado en dos procederes: el del perro y el de la amante. Como si el perro fuese

un sumiso amante y como si la amante fuese un perro fiel.

El perro no abandona a su amo aunque tiene la opción de hacerlo. Ese nudo

corredizo representa quizás la —digámoslo con un oxímoron—, endeble fortaleza de

los lazos que unían al amo y al animal. Ese nudo corredizo es también un símbolo que

alude a la relación de Jeremiah y su amante: ella lo deja irse sin reproches, adopta la

heroica actitud de la resignación sin atreverse a una rebeldía que hubiera resultado no

sólo fuera de lugar, sino también inútil y extremadamente ególatra. Es ésta una

manifestación del amor, del demonio del amor, que hace sufrir al hombre y a la mujer

más allá de su propia resistencia.

Comicidad de situaciones

En fin, abandonemos la casa de la amante y acompañemos al doctor en el

regreso a su propia casa. Dejemos de lado la tristeza horrible de la muerte y

escojamos otro aspecto ya anunciado en el presente texto: la comicidad de

situaciones.

La historia del loro de Paramaribo se ofrece como una de esas metadiégesis

que sólo García Márquez sabe contar con precisión y ludismo inequívocos.Estaba en la casa desde hacía más de veinte años, y nadie

supo cuántos había vivido antes. Todas las tardes después de la siesta,

el doctor Urbino se sentaba con él en la terraza del patio, que era el

lugar más fresco de la casa, y había apelado a los recursos más arduos

de su pasión pedagógica, hasta que el loro aprendió a hablar el francés

como un académico. Después, por puro vicio de la virtud, le enseñó el

acompañamiento de la misa en latín y algunos trozos escogidos del

Evangelio según San Mateo, y trató sin fortuna de inculcarle una noción

mecánica de las cuatro operaciones aritméticas.25

Se recrea así un amplio sentido picaresco por parte del narrador en donde

prevalece no sólo la hipérbole del loco decir, sino también y fundamentalmente la

ironía de la sugerencia precisa, enmascarada detrás de varios procedimientos

25 Ibidem, p. 28.

Page 15: Capítulo 2. El olor de las almendras amargas Ensayo de ...

34lingüísticos.

Observamos cómo la capacidad didáctica de Juvenal se pone en juego y logra

lo imposible: transformar al loro en un políglota: conocedor del francés, del latín y del

griego. La ironía hace su irrupción cuando señala la voz que cuenta los hechos que

aprendió francés "como un académico"...

En fin, no todo es triunfo pedagógico en la ardua lucha por instruir al plumífero

parlanchín, sino que el doctor fracasa rotundamente cuando pretende enseñarle las

cuatro operaciones aritméticas. Esto último implica no sólo una nueva ironía, sino

además una enorme tranquilidad para el lector quien no se ve obligado a aceptar la

hiperbólica aberración. Quizás podamos incorporar —esto en un terreno de mágica

suposición—, la eventualidad de un loro afrancesado y con cultura grecorromana; pero

de ahí, asumir que también sea capaz de sumar, restar... El narrador nos ahorra tal

ejercicio de nuestra imaginación.

Ahora bien, cuando el médico trajo de Europa el primer fonógrafo de bocina, le

hacía oír al loro las canciones de moda hasta que éste llegó a aprenderlas de

memoria.Las cantaba con voz de mujer, si eran las de ella, y con voz de

tenor si eran las de él, y terminaba con unas carcajadas libertinas que

eran el espejo magistral de las que soltaban las sirvientas cuando lo

oían cantar en francés,26

La literatura se nutre de hechos verosímiles fundamentalmente, es decir de

aquellas acciones que se revisten con apariencia de verdad. Ciertamente, este loro

produce la risa en el lector y esas "carcajadas libertinas" —que eran el remate y

conclusión para las canciones repetidas por él—, conllevan el sabor especial de lo

inédito; parecen ser la reafirmación de lo insólito en el marco de esa misma irrealidad.

Los acontecimientos de esta primera parte de la novela se narran en tempo

lento. No parece tener ninguna prisa el narrador por apresurarse mayormente en lo

que está contando. Los hechos se suceden sin mayor violencia semántica: la muerte

de Jeremiah, los preparativos para el entierro, el paseo por barrios de la ciudad, la

26 Ibidem, p. 29.

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35llegada a casa de la amante del suicida, el diálogo con ella, regreso al hogar, la

metadiégesis del loro circunscripta en otra metadiégesis que narra la forma en que el

animal fue traído a la casa, costumbres del doctor Urbino, problemas de los "amores

domesticados", desavenencias conyugales... En fin, numerosas situaciones

interconectadas en el universo narrativo de esta novela y que nos conducen

gradualmente hasta la muerte del doctor, la cual acontece ese mismo día.

La muerte de Juvenal Urbino

Las cosas suceden de una manera extraña en ese domingo de Pentecostés;

Juvenal Urbino presiente algo; presiente su propia muerte como antes había olfateado,

en el olor de las almendras amargas, el destino de los amores contrariados.Lo despertó la tristeza. No la que había sentido en la mañana

ante el cadáver del amigo, sino la niebla invisible que le saturaba el

alma después de la siesta, y que él interpretaba como una notificación

divina de que estaba viviendo sus últimos atardeceres. Hasta los

cincuenta años no había sido consciente del tamaño y el peso y el

estado de sus vísceras. Poco a poco, mientras yacía con los ojos

cerrados después de la siesta diaria, había ido sintiéndolas dentro, una

a una, sintiendo hasta la forma de su corazón insomne, su hígado

misterioso, su páncreas hermético, y había ido descubriendo que hasta

las personas más viejas eran menores que él, y que había terminado

por ser el único sobreviviente de los legendarios retratos de grupo de su

generación.27

El lenguaje narrativo se llena de poesía para describir el valor y la significación

de esa tristeza en el despertar de la siesta. No puede menos que recordar al amigo

muerto, pero en seguida diferencia ambos estados de ánimo: ante el cadáver del

amigo lo había invadido la noción de impotencia y el profundo sentido de una muerte

sin mayor explicación; ahora lo domina la sensación de misterio, esa metafórica niebla

invisible que le saturaba el alma después de la siesta y que sólo podía ser interpretada

como un aviso de Dios relativo a la culminación de su plazo de vida. Se siente viejo y

angustiado. Se ve como sobreviviente único de los legendarios retratos. Esto

27 Ibidem, p. 50.

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36representa la sensación de abandono y miseria ante la muerte cercana.

Agrega en seguida:Cuando se dio cuenta de sus primeros olvidos, apeló a un

recurso que le había oído a uno de sus maestros en la Escuela de

Medicina: "El que no tiene memoria se hace una de papel." Sin

embargo, fue una ilusión efímera, pues había llegado al extremo de

olvidar lo que querían decir las notas recordatorias que se metía en los

bolsillos, recorría la casa buscando los lentes que tenía puestos, volvía

a darle vueltas a la llave después de haber cerrado las puertas, y perdía

el hilo de la lectura porque olvidaba las premisas de los argumentos o la

filiación de los personajes. Pero lo que más le inquietaba era la

desconfianza que tenía en su propia razón: poco a poco, en un

naufragio ineluctable, sentía que iba perdiendo el sentido de la justicia.28

Nuevamente insiste el narrador en los factores lúdicos. Ese hombre ha debido

luchar contra la pérdida de la memoria, pero todo ha sido inútil porque el "naufragio

ineluctable" lo lleva al extremo de no saber diferenciar ni siquiera cuestiones morales.

También complementa sus reflexiones al decir:Por pura experiencia, aunque sin fundamento científico, el

doctor Juvenal Urbino sabía que la mayoría de las enfermedades

mortales tenían un olor propio, pero ninguno era tan específico como el

de la vejez. Lo percibía en los cadáveres abiertos en canal en la mesa

de disección, lo reconocía hasta en los pacientes que mejor disimulaban

la edad, y en el sudor de su propia ropa y en la respiración inerme de su

esposa dormida. De no ser lo que era en esencia, un cristiano a la

antigua, tal vez hubiera estado de acuerdo con Jeremiah de Saint

Amour en que la vejez era un estado indecente que debía impedirse a

tiempo. El único consuelo, aun para alguien como él que había sido un

buen hombre de cama, era la extinción lenta y piadosa del apetito

venéreo: la paz sexual. A los ochenta y un años tenía bastante lucidez

para darse cuenta de que estaba prendido a este mundo por unas

hilachas tenues que podían romperse sin dolor con un simple cambio de

posición durante el sueño, y si hacía lo posible para mantenerlas era por

28 Id.

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37el terror de no encontrar a Dios en la oscuridad de la muerte.29

Retoma así el tema del suicidio como una salida para el dolor de la existencia y

se auto contesta al señalar que él también hubiera optado por el suicidio a no ser por

su condición de cristiano viejo.

Podemos observar casi inmediatamente cómo muere el anciano doctor al tratar

de bajar al loro del árbol del mango.El doctor Urbino agarró al loro por el cuello con un suspiro de

triunfo: ca y est. Pero lo soltó de inmediato, porque la escalera resbaló

bajo sus pies y él se quedó un instante suspendido en el aire, y

entonces alcanzó a darse cuenta de que se había muerto sin comunión,

sin tiempo para arrepentirse de nada ni despedirse de nadie, a las

cuatro y siete minutos de la tarde del domingo de Pentecostés.30

Ha llegado el momento doloroso. Es el segundo deceso en el devenir de la

novela. Curiosamente el tiempo se vuelve estático, queda como congelado para que el

anciano se haga cargo de lo que está pasando realmente. Es el instante último de la

vida en el cual el ser humano repasa raudamente lo que ha sido su existencia. Juvenal

entiende —con esa lucidez que sólo da la inminencia de la muerte—, que se va para

siempre sin haberse arrepentido, sin haberse despedido. Un detalle curioso consiste

en señalar con absoluta precisión la hora exacta en que se dan los hechos; el narrador

quiere hacer tan verosímil los acontecimientos que ni siquiera escapa a sus

consideraciones la mencionada minucia.

La reacción de su esposa no se hace esperar:Fermina Daza estaba en la cocina probando la sopa para la

cena, cuando oyó el grito de horror de Digna Pardo y el alboroto de la

servidumbre de la casa y en seguida el del vecindario. Tiró la cuchara

de probar y trató de correr como pudo con el peso invencible de su

edad, gritando como una loca sin saber todavía lo que pasaba bajo las

frondas del mango, y el corazón le saltó en astillas cuando vio a su

hombre tendido bocarriba en el lodo, ya muerto en vida, pero

29 Id.

30 Ibidem, pp. 52-53.

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38resistiéndose todavía un último minuto al coletazo final de la

muerte para que ella tuviera tiempo de llegar. Alcanzó a reconocerla en

el tumulto a través de las lágrimas del dolor irrepetible de morirse sin

ella, y la miró por última vez para siempre jamás con los ojos más

luminosos, más tristes y más agradecidos que ella no le vio nunca en

medio siglo de vida en común, y alcanzó a decirle con el último aliento:

-Sólo Dios sabe cuánto te quise.31

Es en este preciso momento en donde la carga emotiva del relato se torna más

intensa. Los contrastes cobran una significación profunda. La anciana corre a pesar

del peso de su edad. Corre y realmente al comienzo no sabe porqué. El lenguaje

figurado expresa con desgarradora locura el sentimiento del momento; ese corazón

que salta en astillas es la imagen hiperbólica del dolor inmenso de perder al hombre

que fuera su compañía y apoyo en la existencia.

Estéticamente es muy bella la descripción de esta muerte. Se trata de dos seres

que se amaron a pesar de muchos momentos de desencuentro amoroso. Se trata

también de la antitesis de la novela, es decir, de los amores domesticados como les

llama la voz que cuenta, de los amores realizados, como les hemos dado en

denominar en este trabajo.

Parece como si la muerte revistiera de dignidad las acciones del hombre y en el

momento de fenecer todo se suavizara y cambiase. Fermina se despide así de su

esposo. A continuación y procediendo con base en firme contraste, el narrador prefiere

abandonar el clímax alcanzado, y para ello dice:Fue una muerte memorable, y no sin razón. Apenas terminados

sus estudios de especialización en Francia, el doctor Juvenal Urbino se

dio a conocer en el país por haber conjurado a tiempo, con métodos

novedosos y drásticos la última epidemia de cólera morbo que padeció

la provincia.32

Conclusiones

Finalmente, los diversos motivos que fueron considerados en el presente

31 Ibidem, p. 53.

32 Id.

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39capítulo se relacionan íntimamente no sólo en este trabajo, sino también en la

totalidad de la novela.

En primera instancia —y luego del planteamiento inicial en el que someramente

se comparan los comienzos de las novelas de 1967 y 1985—, hemos presentado una

breve relación comparatística en lo que refiere al valor y significación de las

asociaciones literarias en tres contextos diferentes: García Márquez en El amor en los

tiempos del cólera; Honoré de Balzac en Eugenia Grandet y Marcel Proust en A la

búsqueda del tiempo perdido. En los tres casos aludimos a la importancia de los datos

sinestésicos de diferente alcance, que allí aparecen, y marcamos también la conexión

existente entre ellos.

En segundo lugar, la muerte está presentada como una fuerza fatal que ya

había sido anunciada explícita e implícitamente en los casos analizados: en lo que

refiere a Jeremiah de Saint-Amour el acontecimiento está explícito, él había preparado

este suicidio para huir así del horror de la vejez —pero no por preparado deja de ser

menos trágico—; con Juvenal Urbino acontece algo semejante cuando al asistir a la

conmemoración de los cincuenta años del médico Plácides Olivella, se asume —según

lo comenta Grinor Rojo, autor ya citado en esta crítica—, que implícitamente se le está

haciendo una despedida al veterano doctor quien va a ser substituido, en el libre

juego de la existencia, por el médico festejado; por ende sólo le resta a Juvenal Urbino

dejar de existir, desaparecer de la escena.

En un tercer momento, nos detuvimos en el análisis de un tema que conlleva un

ineludible carácter metafísico; a partir del instante en el cual el anciano doctor define a

Jeremiah como un "santo ateo" para concluir que éstos son "asuntos de Dios", nos

encontramos ante una concepción particular de la divinidad, casi podríamos hablar de

un "dios garciamarquiano" que no responde a imperativos categóricos, sino a un

concepto libre dictado por la conciencia individual del hombre.

En un cuarto apartado, el tema de los amores contrariados lo ofrecemos en el

marco de un nuevo contraste entre ellos y los amores realizados o domésticos -véase

en relación con este último aspecto los casos de Florentino y Fermina y de Juvenal y

Fermina-; en un sentido diferente, pero en el mismo encuadre del tema trabajado,

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40surge la relación entre los amores inútilmente contrariados de Jeremiah y su

pareja, y el amor a la muerte como una forma de curación para la enfermedad de la

vida, que profesa y pone en práctica el inválido de guerra.

Hemos analizado como penúltimo motivo aquel que refiere a la comicidad y

ludismo del narrador cuando presenta y describe al loro de Paramaribo. Este loro que

acompañó en momentos de tanta alegría al personaje, estará con él también en el

instante trascendente de su propia muerte.

Por ello —y para terminar con este aspecto—, comentamos la muerte del

anciano doctor cuando intenta atrapar al loro fugitivo.

Bibliografía

Abbagnano, Nicola. Diccionario de filosofía, trad. de Alfredo N. Galletti, México, F.C.E.,

1986.

Amado, Jorge. "Dos palabras sobre Gabo", en Homenaje a Gabriel García Márquez,

selección y prólogo de Juan Gustavo Cobo Borda, Bogotá, Siglo del Hombre editores,

1991.

Balzac, Honoré de. Eugenia Grandet, dir. Equipo editorial J. Barnat, Nauta, Barcelona,

1990.

García Márquez, Gabriel. Cien años de soledad, 8a. imp., México, Diana, 1990.

........................ El amor en los tiempos del cólera, 7a. impresión, México, Diana, 1990,

p. 9.

........................ Del amor y otros demonios, México, Diana, 1990.

Grinor Rojo. "El amor, la vejez y la muerte en los tiempos del cólera" en Homenaje a

Gabriel García Márquez, Selección y prólogo de Juan Gustavo Cobo Borda, Bogotá,

Siglo del Hombre editores, 1991.

Proust, Marcel. Por el camino de Swann I, trad. Julio Gómez de la Serna, Madrid,

SARPE, 1985.