Caperucita Roja y El Lobo

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Caperucita Roja y el lobo Estando una mañana haciendo el bobo le entró un hambre espantosa al Señor Lobo, así que, para echarse algo a la muela, se fue corriendo a casa de la Abuela. <<¿Puedo pasar, Señora?>>, preguntó. La pobre anciana, al verlo, se asustó pensando: <<¡Este me come de un bocado!>>. Y, claro, no se había equivocado: se convirtió la Abuela en alimento en menos tiempo del que aquí te cuento. Lo malo es que era flaca y tan huesuda que al Lobo no le fue de gran ayuda: <<Sigo teniendo un hambre aterradora… ¡Tendré que merendarme otra señora!>>. Y, al no encontrar ninguna en la nevera, gruño con impaciencia aquella fiera: <<¡Esperaré sentado hasta que vuelva Caperucita Roja de la Selva que así llamaban al Bosque la alimaña, creyéndose en Brasil y no es España. Y porque no se viera su fiereza, se disfrazó de abuela con presteza, se dio laca en las uñas y en el pelo, se puso gran falda gris de vuelo, zapatos, sombrerito, una chaqueta y se sentó en espera de la nieta. Llegó por fin Caperu a mediodía y dijo:<<¿Cómo estás, abuela mía? Por cierto, ¡me impresionan tus orejas!>>. <<Para mejor oírte, que las viejas somos un poco sordas>>. <<¡Abuelita, qué ojos tan grandes tienes!>>. <<Claro, hijita, son las lentillas nuevas que me ha puesto para que pueda verte Don Ernesto el oculista>>, dijo el animal mirándola con gesto angelical mientras se le ocurría que la chica iba a saberle mil veces más rica que el racho precedente. De repente Caperucita dijo: <<¡Qué imponente abrigo de piel llevas este invierno!>>. El Lobo, estupefacto, dijo: <<¡Un cuerno! O no sabes el cuento o tú me mientes: ¡Ahora te toca hablar de mis dientes! ¿Me estás tomando el pelo…? Oye, mocosa, te comeré ahora mismo y a otra cosa>>. Pero ella se sentó es un canapé y se sacó un revólver del corsé, con calma apuntó bien a la cabeza y ¡pam! allí cayó la buena pieza Al poco tiempo vi a Caperucita cruzando por el Bosque… ¡Pobrecita! ¿Sabéis lo que llevaba la infeliz? Pues nada menos que un sobrepelliz que a mí me pareció de piel de un lobo que estuvo una mañana haciendo el bobo. Roald Dahl

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Caperucita Roja y el lobo

Estando una mañana haciendo el bobo

le entró un hambre espantosa al Señor

Lobo, así que, para echarse algo a la

muela, se fue corriendo a casa de la

Abuela.

<<¿Puedo pasar, Señora?>>, preguntó.

La pobre anciana, al verlo, se asustó

pensando: <<¡Este me come de un

bocado!>>. Y, claro, no se había

equivocado: se convirtió la Abuela en

alimento en menos tiempo del que aquí

te cuento. Lo malo es que era flaca y

tan huesuda que al Lobo no le fue de

gran ayuda: <<Sigo teniendo un

hambre aterradora… ¡Tendré que

merendarme otra señora!>>. Y, al no

encontrar ninguna en la nevera, gruño

con impaciencia aquella fiera:

<<¡Esperaré sentado hasta que vuelva

Caperucita Roja de la Selva –que así

llamaban al Bosque la alimaña,

creyéndose en Brasil y no es España–. Y

porque no se viera su fiereza, se

disfrazó de abuela con presteza, se dio

laca en las uñas y en el pelo, se puso

gran falda gris de vuelo, zapatos,

sombrerito, una chaqueta y se sentó en

espera de la nieta. Llegó por fin Caperu

a mediodía y dijo:<<¿Cómo estás,

abuela mía? Por cierto, ¡me impresionan

tus orejas!>>. <<Para mejor oírte, que

las viejas somos un poco sordas>>.

<<¡Abuelita, qué ojos tan grandes

tienes!>>. <<Claro, hijita, son las

lentillas nuevas que me ha puesto para

que pueda verte Don Ernesto el

oculista>>, dijo el animal mirándola con

gesto angelical mientras se le ocurría

que la chica iba a saberle mil veces más

rica que el racho precedente. De

repente Caperucita dijo: <<¡Qué

imponente abrigo de piel llevas este

invierno!>>. El Lobo, estupefacto, dijo:

<<¡Un cuerno! O no sabes el cuento o

tú me mientes: ¡Ahora te toca hablar de

mis dientes! ¿Me estás tomando el

pelo…? Oye, mocosa, te comeré ahora

mismo y a otra cosa>>. Pero ella se

sentó es un canapé y se sacó un

revólver del corsé, con calma apuntó

bien a la cabeza y – ¡pam! – allí cayó la

buena pieza

Al poco tiempo vi a Caperucita cruzando

por el Bosque… ¡Pobrecita! ¿Sabéis lo

que llevaba la infeliz? Pues nada menos

que un sobrepelliz que a mí me pareció

de piel de un lobo que estuvo una

mañana haciendo el bobo.

Roald Dahl

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Caperucita Roja y el lobo

Estando una mañana haciendo el bobo

le entró un hambre espantosa al Señor

Lobo, así que, para echarse algo a la

muela, se fue corriendo a casa de la

Abuela.

<<¿Puedo pasar, Señora?>>, preguntó.

La pobre anciana, al verlo, se asustó

pensando: <<¡Este me come de un

bocado!>>. Y, claro, no se había

equivocado: se convirtió la Abuela en

alimento en menos tiempo del que aquí

te cuento. Lo malo es que era flaca y

tan huesuda que al Lobo no le fue de

gran ayuda: <<Sigo teniendo un

hambre aterradora… ¡Tendré que

merendarme otra señora!>>. Y, al no

encontrar ninguna en la nevera, gruño

con impaciencia aquella fiera:

<<¡Esperaré sentado hasta que vuelva

Caperucita Roja de la Selva –que así

llamaban al Bosque la alimaña,

creyéndose en Brasil y no es España–. Y

porque no se viera su fiereza, se

disfrazó de abuela con presteza, se dio

laca en las uñas y en el pelo, se puso

gran falda gris de vuelo, zapatos,

sombrerito, una chaqueta y se sentó en

espera de la nieta. Llegó por fin Caperu

a mediodía y dijo:<<¿Cómo estás,

abuela mía? Por cierto, ¡me impresionan

tus orejas!>>. <<Para mejor oírte, que

las viejas somos un poco sordas>>.

<<¡Abuelita, qué ojos tan grandes

tienes!>>. <<Claro, hijita, son las

lentillas nuevas que me ha puesto para

que pueda verte Don Ernesto el

oculista>>, dijo el animal mirándola con

gesto angelical mientras se le ocurría

que la chica iba a saberle mil veces más

rica que el racho precedente. De

repente Caperucita dijo: <<¡Qué

imponente abrigo de piel llevas este

invierno!>>. El Lobo, estupefacto, dijo:

<<¡Un cuerno! O no sabes el cuento o

tú me mientes: ¡Ahora te toca hablar de

mis dientes! ¿Me estás tomando el

pelo…? Oye, mocosa, te comeré ahora

mismo y a otra cosa>>. Pero ella se

sentó es un canapé y se sacó un

revólver del corsé, con calma apuntó

bien a la cabeza y – ¡pam! – allí cayó la

buena pieza

Al poco tiempo vi a Caperucita cruzando

por el Bosque… ¡Pobrecita! ¿Sabéis lo

que llevaba la infeliz? Pues nada menos

que un sobrepelliz que a mí me pareció

de piel de un lobo que estuvo una

mañana haciendo el bobo.

Roald Dahl