CALLEJEAR EDUCA

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Federico Gutiérrez Zuluaga Alcalde de Medellín

Alejandro De Bedout Arango Secretario de la Juventud

Luz Marina Cruz Henao Coordinación Técnica Medellín en la Cabeza

Gloria Cecilia Londoño Colorado Supervisión Secretaría de la Juventud

María Andrea Kronfly Velásquez Coordinación editorial

Juan Diego Mejía Mejía Julio César Orozco Ospina Manuela Lopera Tamayo Mariana Posada Moreno Valentina Vélez López Mauricio López Rueda Autores

Sergio González Álvarez Juan David Duque Quintero Fotografías

Tatiana Mejía Peláez Ilustraciones

Carolina Salazar Londoño Diseño y diagramación

Luz María Montoya Hoyos Revisión final de textos

Mónica Palacios Chamat Corrección de estilo

MEDELLÍN EN LA CABEZAMedellín, diciembre de 2018

jóvenes callejearon con nosotros

EL 60 %son mujeres

EL 82 %de los jóvenes

pertenece a los estratos 1, 2 y 3

Y visitamos más de

300lugares en todas

las comunas y corregimientos

3570

EN 2018 NOS TRAZAMOS METAS AMBICIOSAS ¡Y LAS SUPERAMOS!

Y, SOBRE TODO, APRENDIMOS DE LA CIUDAD Y LAS PERSONAS QUE LA HABITAN.

ASÍ COMPROBAMOS UNA Y OTRA VEZ QUE #CALLEJEAREDUCA

EL 93 %vive en sectores

urbanos

Este año hicimos

282recorridos

7 %en sectores rurales y el

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Un joven que conoce su territorio está en capacidad de transformarlo. Esta es la premisa del proyecto Medellín en la Cabeza, que ha logrado que 3.570 jóvenes callejeen por

nuestra ciudad.

Estos jóvenes han recorrido las calles de nuestros barrios y corregimientos, han visitado puntos clave de nuestra historia, han conversado con los habitantes de cada espacio y han entablado diálogos entre sí para descubrir nuevos lugares y resignificar los ya conocidos.

Medellín en la Cabeza convierte a nuestra ciudad en una gran aula de aprendizaje donde los jóvenes son los protagonistas de cada una de las rutas. La idea con esta iniciativa es que ellos pongan en práctica sus conocimientos y materialicen sus ideas en proyectos que tengan impacto real en el territorio.

Abrimos las puertas de los colegios y las universidades para intercambiar experiencias entre la educación formal y la no formal, para que las nuevas generaciones se apropien de los saberes de la gente con la que comparten la ciudad; para que la escuchen y le pregunten por la fascinante historia de Medellín.

La violencia nos obligó a encerrarnos durante años. Esto se tradujo en una significativa limitación de los espacios que conocíamos y con los que nos relacionábamos. Pero, habiendo dejado atrás las épocas más duras, se hace necesario que nuestros jóvenes vuelvan a salir, a conocer, a reconocer y a imaginar sus entornos.

Reitero: no se puede transformar lo que no se conoce. Por eso, construimos una ciudad en la que los jóvenes tengan todas las herramientas para apropiarse de su territorio; para cumplir sus sueños sin que nada ni nadie se los arrebate… para hacerlos realidad en el marco de la legalidad y teniendo siempre a Medellín en la Cabeza.

FEDERICO GUTIÉRREZ ZULUAGAAlcalde de Medellín

CALLEJEAR EDUCA

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¿QUÉ ESMEDELLÍN

EN LA CABEZA?

MÁS CIUDAD

Y MENOS SILENCIO

JUAN DIEGO MEJÍA

Tener a esta ciudad en la cabeza es reco-rrer sus raíces, resignificar la memoria de varias generaciones, comer empanadas en la esquina de barrio, viajar en tranvía y caminar las montañas de nuestros corre-gimientos. Es aprender mientras se vive.

Es poder ver más allá de lo que nos ofrece nuestra casa, la cuadra, el barrio, la comu-na, la ciudad. Es conectarse con muchas posibilidades para tomar las mejores de-cisiones y es la invitación que le estamos haciendo a la cuarta parte de la población que habita Medellín, las 545 000 personas entre los catorce y veintiocho años de edad, para que transformen su territorio y para eso lo primero que debemos hacer es conocerlo.

Este proyecto fue diseñado durante la administración pasada, que nos dejó el diagnóstico y el modelo para implemen-tarlo. Luego, este gobierno, en la tarea de darles continuidad a los procesos y de construir sobre lo construido, retomó la iniciativa y desarrolló un piloto con el teatro Pablo Tobón Uribe, entidad con la que implementamos este año el proyecto, de manera masiva, con los aprendizajes de esa primera experiencia.

Hoy los resultados son asombrosos, los datos de esta publicación nos darán muchas pistas, pero lo realmente im-portante es que los jóvenes están ena-morados de Medellín en la Cabeza, nos piden más rutas, más recorridos, desean que sea cada vez más grande.

Igualmente hemos consolidado una red de aliados públicos, privados y comunita-rios, de personas en los barrios que nos ayudan a consolidar la tarea de hacer de Medellín un espacio educador, donde los jóvenes la tengan en sus cabezas.

ALEJANDRO DE BEDOUTSecretario de la JuventudAlcaldía de Medellín

¿Se ha preguntado alguna vez cuánta Medellín le cabe en la cabeza?, ¿es suficiente con solo vivir en ella?

¿Qué historias desconocemos de los ba-rrios y corregimientos de nuestra ciudad? ¿Cuánto nos movemos en ella? ¿Es la calle una maestra?

Estas son algunas de las preguntas que nos hacemos con los cientos de jóvenes con los que recorremos la ciudad en este proyecto que tiene como filosofía #CallejearEduca.

Con los callejeros salimos de noche y de día, de lunes a domingo a conocer las diferentes rutas que hemos diseñado para hacer de esta experiencia un proceso pedagógico en el cual los jóvenes reciben diversos conocimientos.

Eso es Medellín en la Cabeza, un pro-yecto que invita a los jóvenes a apren-der mientras callejean, a expandir sus territorios y sus mentes para descubrir muchas historias, encontrarse con otros y aprender de sí mismos.

Hace unos años se fundó un periódico en Medellín que tuvo una muy corta vida. Se llamaba El Candelario,

como una alusión a la Villa de Nuestra Señora de la Candelaria de Medellín. Los directores eran la periodista Silvia María Hoyos y el escritor nadaísta Jaime Espi-nel, “Barquillo”. Querían especializarlo en temas de la ciudad contados desde una perspectiva más personal que técnica. A mí me pidieron que escribiera un artículo sobre el que yo considerara el mejor pun-to de Medellín, y prometían no discutirme ni condicionarme. Tanta libertad me ate-rrorizó en un principio, pero luego entendí que esa era la única manera de escribir un texto sobre los afectos de una ciudad.

Fue un ejercicio que me llevó a recorrer de nuevo los lugares que tenía guardados en la memoria desde muchos años atrás. Hice una lista en la que aparecieron las calles del barrio Prado alfombradas por las flores amarillas de los guayacanes, frescas en el día, oscuras en las noches. Seguía intacto el recuerdo de los cuerpos bajitos que marchaban en grupo, las vo-ces que hablaban de hazañas inventadas. Prado era un candidato fuerte a ocupar el podio del mejor punto de Medellín.

El teatro Lido fue primero que el parque de Bolívar en mi vida. El cine matinal de los

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domingos tenía el olor de las colombinas Charms y la ansiedad por las montañas coloradas, los indios y los vaqueros que aparecerían en la pantalla. Junto al Lido estuvieron lugares inolvidables como el Junín, el Ópera, el Avenida y otros que llegaron más tarde como el Cid, el Libia, el Odeón, todos ellos me miraban recor-dándome los buenos momentos que los hacían firmes aspirantes al título.

A medida que crecía se me ampliaba el paisaje de Medellín. Los de aquella época vimos caer el teatro Junín y cada día íbamos a ver cómo se profundizaba el hueco donde sembrarían un edificio casi tan grande como la torre de Avian-ca, que por esos días era el más alto de Colombia. Mientras construían el Coltejer encontramos el lugar que nos acogió en esos años en los que la ciudad y nosotros cambiábamos de piel. Era una banca de las que había anclado la Sociedad de Me-joras Públicas a lado y lado de la avenida La Playa. Parecía un trono techado con el color de los curazaos. Escogimos una en el costado sur entre Girardot y El Palo, y nos sentamos a mirar pasar la vida. La banca de La Playa desapareció con el tiempo. Pero todavía hoy sigo viéndola allí, delante del edificio Gualanday, y me parece que del garaje de la casa bonita de al lado sale por las noches un jarlista con el diablo metido en el cuerpo. Lo siento acelerar su motocicleta. Lo veo perderse en la oscuridad de ese tiempo.

Después todos se fueron. La ciudad pare-cía desierta a pesar de que cada vez había más gente caminando por las calles. Re-corrí los bosques de Santa Elena con un libro de poemas de Neruda en el bolsillo que luego leía echado en la manga, con el cielo frío de fondo. Allá soñé con unos labios, húmedos y carnosos, que estarían en algún lugar esperándome y que tal vez serían el mejor punto de Medellín, donde-quiera que estuvieran.

Esa ciudad de los recuerdos sigue viva entre todas las ciudades que la gente con-serva en el corazón. Estamos terminando la segunda década del siglo XXI y ya se escuchan voces nuevas, pasos ligeros, respiraciones ansiosas que recorren a

Medellín. A su manera descubren el mun-do y lo convierten en un universo propio en el que se mueven. Van por los caminos ancestrales, miran la ciudad desde las montañas, llenan de asombro los lugares que siempre estuvieron ahí a pesar del olvido. Son los muchachos de Medellín en la Cabeza, hombres y mujeres que tienen la belleza de los recién llegados. Este sugestivo nombre representa el programa que los convoca y los invita a salir de sus casas a caminar en grupo, a nutrirse de la vida, a gozarse los años en los que todo es nuevo y nada es imposible.

Medellín despierta poco a poco de la os-curidad de un tiempo todavía reciente en el que las personas se encerraban en sus casas para protegerse del miedo que ron-daba las calles. Los años noventa fueron una dura prueba para la sociedad mede-llinense que sintió el estremecimiento de las instituciones ante la fuerza del poder sangriento del narcotráfico. La mayoría de los jóvenes que ahora viven el programa Medellín en la Cabeza no habían nacido cuando esta ciudad era considerada la más violenta del mundo. Ellos crecieron oyendo historias de tiroteos, muertos abandona-dos en las esquinas, camionetas lujosas que intimidaban a los Renault 4 y a los Simca, pero no alcanzaron a vivir los años de la tragedia. Tal vez esta sea su mayor fortaleza: no tienen miedo. Por eso salen a reconocer su ciudad. Llegan al Centro sin las prevenciones de los que tienen historias a cuestas. Se reúnen en el Pablo Tobón, oyen a quienes servirán de guías, se llenan de ansiedades por ver cómo habitan los bares, los teatros, las bibliotecas, las universidades, las emisoras de radio, los museos, las oficinas públicas. En el trayec-to van armando una imagen de Medellín que se va a instalar en sus mentes para siempre. Podrían quedarse mucho tiempo en el Centro caminando por sus calles viejas, pero otros recorridos los llevan a Robledo, donde pueden conocer la historia de las tertulias musicales del siglo XX en el bar El Jordán, o a Castilla, a los lugares marcados por los gritos del punk. Hablan con los protagonistas donde llegan. Son reporteros de la Medellín contemporánea que no se quieren perder detalle de su pasado ni de su presente. Así los empiezan

a identificar los habitantes desprevenidos, por eso les abren las puertas de las casas, de las iglesias, en todas partes los reciben con el cariño tradicional de esta ciudad.

A varios pensadores se les ha atribuido la anécdota de su visita al desierto del Sa-hara. Dicen que ese pensador (me sé esta historia con Borges y con otros) se agachó a recoger un puñado de arena y luego lo arro-jó a unos cuantos pasos de donde lo había tomado. Entonces dijo: “Acabo de modificar el Sahara”. No importa quién lo dijo, y tam-poco importa si alguna vez alguien lo dijo, lo importante es que ese pequeño puñado de arena que una mano movió cambió algo de la realidad. Esto me hace pensar que Medellín en la Cabeza ya ha modificado el estado de las cosas en esta ciudad. El grupo crece y cada vez hay más jóvenes que se quieren sumar a las inmersiones en las profundidades de la sociedad me-dellinense. No somos los mismos de 1991. Parafraseando al poeta Everardo Rendón, ahora somos más ciudad y menos silencio, gracias al entusiasmo de los nuevos. Ellos han logrado devolvernos la confianza en el Ser Humano y nos han hecho pensar en lo que hemos construido y en todo lo que nos queda por hacer como sociedad. Em-pecemos con ese ejercicio de reconocernos como personas diferentes, con orígenes diversos, con intereses distintos. Armemos viaje a San Cristóbal o a San Sebastián de Palmitas, vamos a San Antonio de Prado o a Altavista, miremos a Santa Elena con los ojos agradecidos por conservar oficios atá-vicos. Vivamos los cantos del Pacífico, los bailes del Caribe, igual que sus rituales. Así empezaremos a entendernos como lo que somos, una ciudad llena de anhelos que por fin empiezan a hacerse realidad.

VAN POR LOS CAMINOS ANCESTRALES, MIRAN LA

CIUDAD DESDE LAS MONTAÑAS, LLENAN DE ASOMBRO LOS

LUGARES QUE SIEMPRE ESTUVIERON AHÍ A PESAR DEL OLVIDO. SON LOS MUCHACHOS

DE MEDELLÍN EN LA CABEZA, HOMBRES Y MUJERES QUE

TIENEN LA BELLEZA DE LOS RECIÉN LLEGADOS.

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Hacer, diseñar e implementar políticas públicas no es más que una labor diaria que implica identificar los pro-

blemas, las necesidades, los derechos ne-gados, para luego buscar la mejor solución, el mejor camino posible para abordar el problema, atender la necesidad pero, ante todo, garantizar esos derechos que aún no llegan, que no se cumplen plenamente. Ya tenemos claro el panorama de nuestros jóvenes y sus universos de movilidad y, en parte, de imaginación. Ahora diremos que, ante todo, el proyecto que se hiciera debería garantizar un derecho que parece de los primeros, de los más importantes si se vive en una gran urbe: el derecho a la ciudad.

Así, entonces, un día del 2014 comenzó a nacer Medellín en la Cabeza: ¿por dónde comenzar? La primera idea se la escu-chamos a la entonces secretaria de la Ju-ventud, Valeria Mejía. En una estadía suya en España había tenido contacto con un proyecto en el cual los estudiantes de las universidades podían matricular ciertas

materias que se ganaban, básicamente, callejeando: durante un semestre, el es-tudiante debía demostrar que había asis-tido a tantos conciertos, tantas funciones de cine, tantas exposiciones en museos o centros culturales o tantas obras de teatro. Así de sencillo –o de increíble–, consumir cultura y moverse por la ciudad bastaba para ganar la materia.

Con Medellín en la Cabeza, desde luego, se buscaba llegar más allá. Se trataba de llevar la calle a las aulas y, por otro lado, hacer de la propia ciudad un aula abier-ta, un escenario para la educación, un territorio expandido. Implicaba cambiar, para comenzar, la idea de la calle como un lugar de miedo, de riesgo, de vagancia, para pensar que callejear –como luego sería el lema del proyecto– sí educa. En un prólogo para una guía del proyecto, Valeria Mejía explica ese nuevo sentido del callejear:

A diario tomamos decisiones que res-ponden a eso que sabemos o creemos

ASÍ COMENZÓ MEDELLÍN EN LA CABEZA

JULIO CÉSAR OROZCO*

saber de la ciudad y a nuestra manera de vivirla. Conocer más de ella y de sus posibilidades es tener más elementos para tomar esas decisiones y para hacer que sean más pertinentes. Callejear educa si salimos de la puerta de nuestras “zonas de confort” con buenas pregun-tas. Medellín en la Cabeza, más que un programa, es una forma de entender las cosas: comprender que la ciudad tiene mucho que enseñarnos y que la educa-ción va más allá de los muros y las cifras de problemas matemáticos con poco contexto. Entender que la educación es para conectar... conectar los currículos, la academia, la escuela, las organizaciones de base y barriales a toda la ciudad y a la vida que transcurre “mientras esperamos tener tiempo para vivirla”.

Se dice que “del dicho al hecho hay mucho trecho”. Para hacer realidad Medellín en la Cabeza había que cumplir con una lista enorme de tareas y atender múltiples fren-tes de acción. En primer lugar, trabajar so-bre un documento técnico que entendiera el problema y las formas de solucionarlo;

En Medellín en la Cabeza buscamos

aprender de la experiencia del otro,

tratamos de ponernos en su lugar. Callejear

es una forma de desarrollar la empatía.

Ruta: Haciendo memoria para construir

futuro - Agosto 22 de 2018

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Pilar Aubad recuerda esos primeros momentos de la planeación:

Lo más bonito era que encontrábamos cómo conectarnos quienes trabajábamos en áreas específicas: allí se podrían juntar intereses, problemas y soluciones. Había gente haciendo cosas muy bacanas, pero que no llegaban al público que necesitaban o no respondían a las necesidades e intereses de esos públicos. No había una educación pertinente en una ciudad donde es más importante sobrevivir que tener un título. La ciudad se debía preparar para recibir a los jóvenes, era una nueva manera de relacionarnos con la juventud.

Géviller Marín señala, con detalle, lo que pasó en el proyecto piloto:

Entendimos rápidamente que Medellín en la Cabeza sería una herramienta muy útil para los maestros y los mediadores, ellos eran parte del proceso de réplica, pero a la vez aprendían. Con la profesora Catalina, de la Institución Universitaria Pascual Bravo, hicimos una de las pruebas. Ella les enseña Diseño a sus estudiantes, así que todos salieron a pensar la ciudad

pensar en la relación entre los proceso de educación formal e informal y la calle como espacio de aprendizaje, hacer un in-ventario de los equipamientos culturales y comunitarios, abordar el complejo asunto de la formación de públicos, echar cuentas sobre costos y posibles aliados, convencer a esos aliados de creer en una apuesta arriesgada y desconocida, que siempre genera temores e incertidumbre; diseñar una guía para callejear con posibles rutas, cada una con múltiples posibilidades de recorridos y una caja de herramientas para salir a la calle con otros lentes; resolver los asuntos contractuales y jurídicos –¡qué dolor de cabeza!– y, con casi todo listo, hacer una proyecto piloto, salir a callejear.

Con Pilar Aubad, Géviller Marín y Alexan-dra Sánchez, quienes eran parte del Área de Incidencia de la Secretaría de la Juventud, hicimos un equipo para atender la mayoría de las tareas que requería Medellín en la Cabeza. Con el periodista Lucas Vargas y unos buenos amigos de la Secretaría –arquitectos, artistas, ambientalistas, líderes sociales, agentes culturales– salimos a caminar la ciudad para construir la guía para callejeros.

en términos de diseño: no solo desde los problemas, sino desde las soluciones. Fue evidente que cualquier área se podría vincular con Medellín en la Cabeza.

Con los estudiantes de la profesora de Antropología Cultural Ángela Garcés, de la Universidad de Medellín, el proyecto salió a callejear por los equipamientos de la zona norte (Carabobo Norte) de la ciu-dad. Lo más sorprendente fue descubrir que apenas unos cinco jóvenes admitían haber visitado el Parque de los Deseos. Cuando se les preguntó quiénes habían llegado a asistir a uno de los certámenes más masivos e importantes de la ciudad, la Fiesta del Libro, muchas manos se quedaron abajo.

No se trataba, por otra parte, de hacer simplemente rutas turísticas o patrimo-niales, pues ya existían múltiples iniciati-vas al respecto, el plus estaba en vincular las experiencias locales, los procesos territoriales y que el conocimiento de las aulas, alimentado en la calle, permitiera retornar dichos aprendizajes al territorio para generar transformaciones.

*Este es un fragmento del texto “Llevar a Me-dellín en la cabeza”, escrito por Julio Orozco, coordinador del Observatorio de la Juventud de la Alcaldía de Medellín.

CON MEDELLÍN EN LA CABEZA, DESDE LUEGO,

SE BUSCABA LLEGAR MÁS ALLÁ. SE TRATABA DE LLEVAR LA CALLE A

LAS AULAS Y, POR OTRO LADO, HACER DE LA

PROPIA CIUDAD UN AULA ABIERTA, UN ESCENARIO PARA LA EDUCACIÓN, UN TERRITORIO EXPANDIDO.

Andar las calles sin miedo, recorrerlas y vivirlas. Esta es nuestra motivación para que los jóvenes de Medellín hagan uso de su derecho a la ciudad.Ruta: Somos jóvenes, somos diversos - Julio 21 de 2018

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Siguen llegando. Chica de sonrisa amplia, pelo en rizos que le cae sobre los hom-bros, gorra al revés. Joven de pelo corto oxigenado, topitos negros, ojos verdes. Chica de raza negra, pelo recogido en una moña, corpulenta, alta. Otra más, con rasgos indígenas, el pelo negro y liso, na-riz prominente. Se van organizando para subir al bus y ahí, en esa proximidad, se marcan aún más las individualidades.

Esta es una pequeña postal de un grupo de jóvenes que viene a participar en Medellín en la Cabeza, el proyecto de la Secretaría de la Juventud que nació en 2015 y que invita a esta población —entre los catorce y los veintiocho años— a co-nocer la ciudad a través de recorridos en nueve rutas temáticas. Memoria, sosteni-bilidad, infraestructura, arte, diversidad, son algunos de los ejes sobre los que se apoyan los circuitos.

A partir del año pasado, el teatro Pablo Tobón Uribe —con base en su amplia ex-periencia en pedagogías críticas y asun-tos de calle— se enfocó en definir unas rutas con el fin de transformar dinámicas ciudadanas. Su propósito es pedagógico con una premisa clara: “Callejear educa”. Juan Carlos Posada, director del proyec-to, lo explica así: “La intención es que se genere una identidad callejera”, partiendo un poco de esa vieja expresión “callejear” —que los papás usaban para referirse a comportamientos que no eran bien vistos o como una forma en la que se perdía el tiempo— y darle un nuevo significado: “Entendemos la calle como un aula y la

YO ME DIRIJO A LA JUVENTUD, A ESOS QUE AÚN NO

ESTÁN HIPOTECADOS, NI MUERTOS.

GONZALO ARANGO (PRESENTACIÓN

VIAJE A PIE).

ciudad como una universidad. Es empezar a bajar el estigma de que la esquina es miedo y peligro. Ese imaginario de que en la esquina te pueden matar. Sabemos que estamos en una ciudad con muchas com-plejidades, es que si todo estuviera bien no nos dirían que hay que transformarlo”.

Según datos de la Secretaría de la Juven-tud, los jóvenes están el noventa por ciento del tiempo en lugares cerrados. Se estima que solo se desplazan alrededor de 2,5 kilómetros del sector en el que viven, y su principal medio para consumir contenidos culturales es a través de pantallas de te-levisores, computadores y demás aparatos tecnológicos. Lina Guisao, coordinadora pedagógica del proyecto, dice: “Nuestro interés es que Medellín en la Cabeza pase por el cuerpo de los jóvenes”. Con la am-bición incluso de cambiar cotidianidades y por eso hay recorridos que incluyen cami-natas, sistema público, bicis y hasta skates. “Queremos que se muevan en transporte limpio y consideren medios alternativos”.

El programa cuenta con un equipo de comunicación y con una base de guías que son la columna pedagógica de los recorridos. Mediante una mirada mul-tidisciplinar —historia, sicología, arte, trabajo social—, cada guía se encarga de transmitir saberes con una mirada pro-pia. En los recorridos han ido al campo, a la periferia, a los barrios, a los parques, a las plazas, al Centro. El proyecto le apuesta a desarrollar pensamiento críti-co, que se refuerza a través de diferentes teorías pedagógicas con el recorrido como método de aprendizaje. La idea es que sea una actividad participativa y por eso los guías terminan haciendo de todo: producen experiencias, hacen gestión cultural y hasta dan consejos espiritua-les. Víctor Jiménez es historiador y guía desde marzo de 2018. Tiene 33 años, rastas que casi le rozan los tobillos y unas carcajadas rotundas que le sirven para subir los ánimos caídos de algunos muchachos. “El recorrido como herra-mienta es muy potente. Al mismo tiempo aprendés, fluís, gozás, disfrutás. Lo más importante es que se la ‘sollen’, porque es una gran manera de aprender. Que los callejeros y las callejeras tengan una

MANUELA LOPERA

En esta Playa que no es de arena y en medio de estas palmeras que se levantan sobre el asfalto, una mancha

se reúne formando otro mar: un combo de “pelaos”. Son las dos de la tarde y co-mienzan a llegar bajo el cielo abrasador de un jueves de agosto con todo eso que los hace ser jóvenes. Tenis, bluyines rotos, camisetas, pantalones pitillo, botas, go-rras, gafas, mochilas, tatuajes, piercings, melenas, afros, tintes, trenzas. Un chico de piel morena, gafas de marco grueso, el pelo al rape, se acerca a la mesa de recepción y dice sí cuando le preguntan si viene por primera vez; recibe una tula, elige una manilla, escribe su nombre y sus datos en la planilla, se sienta en una esquina y se pone a leer.

IDENTIDAD CALLEJERA

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verdadera experiencia de ciudad”. O como dice Fer-nando González en Viaje a pie: “La vida es movimiento en busca del placer”.

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El bus se encamina hacia el oriente y llega a La Asoma-dera, uno de los cerros tute-lares de Medellín. Este lugar es un refugio verde —aquí habita la mayor cantidad de especies de árboles nativos de la ciudad— y es el comienzo de este recorrido de Medellín en movimiento que continuará a pie hasta el final. En el punto del mirador nos detenemos. La vista es imponente. Al frente vemos el cerro Nutibara y el gran valle atravesado por el río. A un lado, la infraestructura del metro, Ciudad del Río y, al fondo, la pista de aterrizaje del aeropuerto Olaya Herrera. Ahí, mientras observamos, nos envuelve una jerga particular. “Pelaos”, “parche”, “sollar”, “pillarse”, “bacano”, “mero”, “parcero”, “todo bien”, suenan como una música de fondo dentro de este combo.

Caminamos por Las Palmas y llegamos al barrio El Salvador y al parque donde un Cristo centenario mira a la ciudad. El mismo del que habló Gonzalo Arango en este párrafo de Medellín a solas contigo: “¿Recuerdas el susto que me diste aquella tarde cuando enviaste tus policías a la verde y desolada colina donde la estatua del Salvador abraza la ciudad? Yacíamos de cara al sol de la tarde mi amiga y yo, modestamente abrazados leyendo un libro de poemas. (…) estábamos muy puros leyendo a Walt Whitman esperando que cayera la noche (…)”.

Desde allí la panorámica del Centro es so-brecogedora: el edificio Coltejer, las torres de Bomboná, atrás el Paraninfo, la iglesia de San Ignacio. Seguimos, bordeando la vía que antiguamente era la entrada de Sonsón a Medellín. Allí, las casas de bareque y arqui-tectura colonial conviven con un urbanismo moderno y algunas abandonadas dejan ver el avance de la naturaleza en tapias y techos ancianos. Llegamos al antiguo cementerio

San Lorenzo, ese espacio público del barrio La Candelaria y poblado de grafitis que es patrimonio y referente de este sector.

Marcela Álvarez —piel trigueña, pelo castaño recogido en una cola, gafas, brackets, veintidós años, estudiante de Sociología, habitante de la comuna trece, mediadora—, dice que esta experiencia es una forma genial de conocer la ciudad. “Lo más hermoso es interactuar con la gente que la habita. Es mirar de otra forma lugares por los que pasamos sin detenernos. Caminar y escuchar histo-rias, la vida que guardan los espacios, los colores, la arquitectura que de una u otra forma resiste, esas imbricaciones de lo nuevo con lo viejo”.

Diego Ríos, sociólogo de la Empresa de Desarrollo Urbano (EDU) dice que este proyecto les permite a los jóvenes reen-contrarse con la urbe: “Ellos habitan el suburbio, y el Centro se vuelve una zona de ‘Ah, qué pereza’. Hay unos elementos de patrimonio que se han ido perdiendo del conocimiento. Esta es una gran manera de acercarlos a valorar la memoria urbana”.

***

La ciudad viene de años de gestión con la población joven. Un referente importante es el trabajo de la Consejería Presidencial para Medellín en los años noventa desde donde surgieron proyectos importantes de reconocimiento de territorios como Arriba mi barrio, que se propuso reconstruir las

dinámicas barriales, con la televisión como herramienta. Hace veinte años existía Conoce tu ciudad, un programa que pretendía acercar a los jóvenes a los espacios urbanos. Más tarde vinieron otras iniciativas que intentaron atender a la población juvenil de estratos menos favorecidos. Una de ellas fue Arriba también hay jóvenes. Hoy, los esfuerzos apuntan a abarcar diferentes estratos de la ciudad y el área metropolitana más allá de las condiciones socioeco-nómicas y culturales. Las cifras del proyecto dan luces: en 2018 se reali-zaron 282 recorridos y 3570 jóvenes participaron, es decir, son callejeros activos. El 60 % son mujeres y el 40 %

hombres; el 83 % de los jóvenes pertenece a los estratos 1, 2 y 3. El 34 % pertenece al grupo de edad entre 14 y 18 años; el 49 % al de 19 a 23 años, y el 18 % al de 24 a 28 años. Al proyecto llegan por medio de amigos, vecinos, de redes sociales y de Me-dellín Joven. Vienen de comunas diversas, aunque Lina reconoce que el desafío hacia adelante es ese: “Hoy hemos logrado una mancha de callejeros pero la idea es que sean cada vez más”. Juan Carlos lo explica de esta manera: “Nuestro reto también es atraer a jóvenes de estratos más altos, que tienen las mismas inquietudes. El mundo en el que interactúan es a través de espa-cios como el centro comercial o la finca”. Ambos, en su experiencia con poblaciones han identificado que los extremos se com-portan de forma parecida, motivados por temores específicos: “El joven de estrato alto no callejea por miedo a que lo hurten y el de estrato bajo no callejea por miedo a que lo maten”, afirma Lina.

***

Los jóvenes, esa legión que conforma el 25 % de la población de Medellín (cerca de 600 000), son la razón de ser de este proyecto. En la ciudad, una red de 1500 muchachos organizados por el programa El líder sos vos son convocados desde va-rias secretarías (Educación, Participación, Mujeres, Juventud y Cultura Ciudadana) para que promuevan iniciativas con pers-pectivas de futuro. Los jóvenes, por medio de sus luchas diarias, intentan hacerles frente a múltiples amenazas. Violencia,

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delincuencia, drogadicción, embarazo ado-lescente, desescolarización, desempleo, hacen parte de las problemáticas que sortean —según cifras estatales, cerca de 5000 jóvenes hacen parte de alguna estructura delincuencial en Medellín—. Y no son las únicas. También los acechan enfermedades de salud mental, soledad, falta de afecto. En el programa se han detectado chicos con tendencias suicidas —el 47 % de los suicidios en la ciudad son de personas entre 15 y 29 años—: “Una mediadora trató de suicidarse y comenzó a callejear con nosotros. Aquí encontró la posibilidad de socializar, de romper la barrera de la soledad”, dice Lina. A su vez han identificado otros tantos con indicios de desnutrición. “Trabajamos para que puedan desconectarse de realidades que los bajonean, y puedan percibir otra ciudad, porque Medellín es trágica. Algunos a lo mejor no tienen hambre pero tienen otras bregas, muchos de ellos están más solos que un verraco”, señala Víctor.

Aunque la juventud del proyecto es diversa, en general se trata de jóvenes “que ya ven el aprendizaje en una dimensión diferente. Hace treinta años el ávido de conocimiento era un nerd, un raro, ya no”, cuenta Diego Ríos.

***

Ahora es sábado en la tarde y estamos en Castilla, atraídos por el pasado punk de este sector de la ciudad. Empezamos a subir desde el hospital La María, camina-mos barrio adentro y a nuestro paso nos encontramos con vecinos, niños que jue-gan, señoras que se sientan en los umbra-les: la vida que pasa. Ropa tendida, balco-nes florecidos, perros y gatos retozando, las tiendas con sus estanterías y neveras llenas, los puestos de empanadas, las

juntas de muchachos. Seguimos subiendo mientras escuchamos las historias que relatan los días de excesos de aquellos jóvenes que en plena década del ochenta resistían al ritmo de Danger, Pichurria y Desadaptadoz: “El futuro que anhelamos nunca llegará / (…) / No queremos ase-sinos en nuestra nación / ni ministros en sus sillas de la corrupción / No más curas disfrazados que te alienarán / Ni más ‘cerdos’ en patrullas que te golpearán”. El inconforme (Danger).

***

Otra mañana de finales de agosto seguimos andando esta Medellín. Se acercan nuevos “pelaos” como hordas de sedientos, queriendo ya subirse al bus, queriendo ya mirar por la ventana. Llega una monita de vestido estampado, con-verse cafés, el pelo trenzado, un pañuelo amarrado y gafas redondas, una especie de pequeña Janis Joplin que agarra a su amigo de piel negra de gancho y se tercia su mochila para callejear. Vamos a perse-guir la ciudad arqueológica, a buscar los rastros de aburráes y catíos. De pueblos prehispánicos en nuestro valle.

***

A pesar de los desafíos, la semilla del tra-bajo con juventudes ha dejado sus frutos. Otras ciudades ya muestran interés, e incluso en México están usando el hash-tag #CallejearEduca. Diego Ríos dice que estas iniciativas van dejando el germen de algo que se sigue multiplicando en los entornos de los chicos, en los diálogos generacionales con sus padres y abuelos, en los salones de clase. El equipo dice con orgullo que ellos vuelven porque se sienten reconocidos. Aquí no son Los Nadies de Eduardo Galeano, aquí tienen rostros: “No son recipientes para llenar. Ese chico vuel-ve porque te le sabés el nombre”, dice Lina.

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Son los últimos días de agosto y las ca-llejeadas continúan. Aprendimos algunos pasos de tango en el salón Málaga, reco-rrimos las aceras laberínticas de la trece, protagonizamos una batucada en la sede de la corporación Son Batá, miramos la ciudad desde sus terrazas, observamos los grafitis, probamos la famosa paleta

de mango biche, bajamos por las esca-leras eléctricas. Los recorridos proponen miradas muy diversas y temas para todos los gustos: temas de género, de memoria, de patrimonio: incluso hicieron uno sobre empanadas como un símbolo cotidiano de nuestra identidad gastronómica.

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Los barrios altos, los cerros, retratados en estos versos de Helí Ramírez: “Desde este morro miro la negrura / del horizonte mío y el de mis vecinos”. Esos puntos a los que llegan los jóvenes como sitios de peregrinación. Es la imagen tantas veces fijada en el cine, en esa Medellín de Víctor Gaviria, la de muchachos que intentan comprender las lógicas de ese Valle de Aburrá que también ha sido el de carencia y muerte, el de la falta de oportunidades.

Los cerros, esos potreros de búsquedas místicas, de liberación. En palabras de José Libardo Porras en El ruido de los jóve-nes: “(…) divisando a través de la ventanilla del autobús la ebullición de la vida en los barrios (…), la vista panorámica de Medellín desde esas alturas durante los descansos”. Allí llegan, ávidos de respuestas, plenos de inquietud. Desde allí descienden de nuevo, intentando domar ese animal salvaje, que son ellos, que es la ciudad. Los jóvenes: para quienes están dados los sueños, el deseo, la inmortalidad. Un estado del alma para hablar con las palabras del brujo de Otraparte, otra vez. “Ya puede ser ilusión el amor de un joven —vaso de vida—: su ánimo hará que esa ilusión sea realidad”.

AUNQUE LA JUVENTUD DEL PROYECTO ES DIVERSA, EN GENERAL SE TRATA DE JÓVENES “QUE YA VEN EL APRENDIZAJE EN UNA DIMENSIÓN DIFERENTE. HACE TREINTA AÑOS EL ÁVIDO DE CONOCIMIENTO ERA UN NERD, UN RARO, YA NO”, CUENTA DIEGO RÍOS, ANFITRIÓN EN UNO DE LOS RECORRIDOS.

En Medellín en la Cabeza aprendemos de los jóvenes, de su capacidad creativa y resiliente. Ellos también son nuestros maestros.Ruta: Somos jóvenes, somos diversos - Agosto 31 de 2018

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TENER A MEDELLÍN EN LA CABEZA

Somos Mariana Posada y Valentina Vélez, dos estudiantes de Comuni-cación Social y Periodismo de la Uni-

versidad Pontificia Bolivariana. Tenemos 21 años y, aunque nos conocemos desde hace cuatro años cuando ingresamos a la universidad, este último año ha sido bas-tante especial y significativo para noso-tras. Juntas, en mayo de 2018, tomamos la responsabilidad de ser mediadoras de Medellín en la Cabeza; desde entonces, hemos llegado a experimentar nuestra ciudad exponencialmente.

Para nosotras, Medellín en la Cabeza se ha convertido en algo más que un pro-yecto para ir a caminar la ciudad o llegar a lugares que no solíamos frecuentar. El proyecto ha logrado trascender y cumplir un papel formativo en nosotras, gracias a su pedagogía que nos ha llevado a en-tendernos y constituirnos como jóvenes activas, como ciudadanas de Medellín.

En Medellín en la Cabeza recibimos muchos aprendizajes, pero, en definitiva, el más valioso para nosotras ha sido reu-nirnos con otros jóvenes de Medellín, y a partir de nuestra diversidad, encontramos una riqueza única y especial.

Para entender lo anterior, decidimos escribir los perfiles de tres callejeros, quienes son totalmente distintos y nos demuestran que nuestra ciudad es enri-quecedora para cualquier joven.

CONVERSANDO CON LA LLECAElla suele llevar su típico jumper amarillo y verde del CEFA. Tiene aproximadamente un metro con cincuenta centímetros de estatura, pero su sonrisa constante, y a veces inquietante, la hace ser más notoria de lo normal. Sandra Milena David no enca-jaría en ninguna definición tradicional. Esta estudiante de undécimo grado disfruta irse a leer a algún cementerio, quizá cualquier texto que sea de la autoría de Mario Mendo-za, su escritor favorito. Otro de sus placeres

es hablar con la lleca (como ella le llama a la calle). Esta relación nació hace cerca de un año cuando decidió salir de su bur-buja, de su habitación, y tomó la iniciativa de ir a “sentir las calles, conectar con las carreras, escuchar y percibir hasta las no-menclaturas”. De la mano de Medellín en la Cabeza se ha convertido en amante de los cafés callejeros, de “los de las chacitas”.

Cuando se le cuestiona por algún asunto contesta haciendo la advertencia de que la respuesta solo aplica para “su mundo”. Desde esta visión, Sandra no cree que un su colegio exista pedagogía alguna, cosa que sí encontró en el proyecto de la Se-cretaría de la Juventud, pues argumenta que en esta experiencia “te dejan volar con la lleca, con la mirada, la palabra y con los argumentos”.

TODOS LOS DÍAS SON VIERNESA pesar de laborar en el Pascual Bravo desde hace más de ocho años, de ser docente en un colegio en el barrio Pica-cho y de tomar clases de inglés todos los días de la semana, Sebastián Chica, un ingeniero industrial de 26 años, exprime las 24 horas del día para que todos se le conviertan en un viernes. Su rutina diaria termina en el Centro en alguna sala de cine o en alguna obra de teatro.

Esto no hubiese sido posible hace más de un año, pues le perdió el miedo al Centro cuando ingresó al proyecto Medellín en la Cabeza; desde entonces, este se ha con-vertido en su lugar favorito. “Estaba lleno de los estigmas de ir al Centro, de las pe-riferias y sus mitos. Era un persona muy ñoña para ir al Centro, trataba antes de ir acompañado cuando tenía diligencias y de entrada por salida. Los referentes eran la bulla y la congestión”.

Cuando Sebastián se sube a un taxi y es-cucha al conductor hablar sobre Medellín, sus mitos, sus temores y sus desconfian-zas, comienza a dialogar con él y, a través

de su experiencia, trata de cambiarle un poco la perspectiva; no desde la mirada regionalista, –pues se declara opositor de la “cultura paisa”– sino aceptando las cosas buenas y no tan buenas que ofrece la ciudad.

Igualmente, replica ese conocimiento de la historia, las dinámicas de los territorios y las problemáticas con sus pupilos, sus estudiantes y los demás que los rodean: “He tratado de dejar semilla, hay que conocer la ciudad”.

EL COMPLEMENTO IDEALHabla con seguridad, quiere que sus ideas sean escuchadas. Sus afirmaciones se conectan con sus expresiones y una pe-culiar manera de mover las manos. Luis Miguel Molina, de veintisiete años, vive la vida a su ritmo, no tiene afán. Está termi-nando su pregrado en la Universidad Luis Amigó y ha tenido la oportunidad de vivir en otros países como Bélgica y Alemania.

A pesar de que desde temprana edad desarrolló el gusto por ir a cine, a teatro, a conciertos de orquestas filarmónicas y por leer, no tenía –aún– la suficiente cercanía con la ciudad, con aquello que siempre veía y en lo que no había pro-fundizado. Se considera callejero desde mucho antes de que el proyecto tocara su vida, pero, de igual manera, acepta que este “llegó para ponerle orden, para darle un método junto con más personas y poner objetivos claros”.

Este comunicador social en formación disfruta cada día al trasladarse desde su casa, ubicada en la Loma del Indio, hasta su universidad; con las herramientas que el proyecto le ha potenciado, este joven cuenta ahora con una mayor iden-tificación y sensibilización con el entorno: “Medellín en la Cabeza genera moviliza-ción, vuelve más accesible la ciudad al acercarnos a las realidades que antes sentíamos tan lejanas”.

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MARIANA POSADA Y VALENTINA VÉLEZ*JÓVENES MEDIADORAS DE

MEDELLÍN EN LA CABEZA

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RUTAS FORMAS9

DE ANDAR LA CIUDADCada recorrido de Medellín en la Cabeza tiene un énfasis temático que nos permite guiar las preguntas, las miradas, poner el foco de atención en algunos aspectos. Así, un mismo lugar puede visitarse un día en clave de diversidad y otro, por ejemplo, para hablar de sostenibilidad. Son nueve énfasis, es decir, nueve rutas temáticas que nos guían al callejear.

EL CENTRO: UN LUGAR PARA DESCUBRIREl centro de la ciudad tiene lugares que convocan a miles de jóvenes y también espacios en los que pueden sentirse en peligro. Con esta ruta queremos desmitificar y mostrar las potencialidades de este barrio de todos.

TERRITORIOS JÓVENES NOCTURNOSLa Medellín nocturna es una oportunidad para encontrarnos. Aquí reconocemos la noche como espacio de identidad juvenil, de expresiones artísticas, deportivas, culturales, en fin, expresiones de vida.

MEDELLÍN EN MOVIMIENTOUn transporte público incluyente, seguro, sostenible e intermodal puede convertirse en la mejor manera de recorrer la ciudad. Caminar, patinar en skate y montar en bici también son opciones que promovemos para callejear.

METROPLUS

HACIENDO MEMORIA PARA CONSTRUIR FUTUROEn Medellín en la Cabeza caminamos con preguntas sobre nuestra historia. Entender qué ha pasado en nuestro territorio y por qué, nos ayuda también a comprender quiénes somos.

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SOMOS JÓVENES, SOMOS DIVERSOSCallejeamos para reconocer todas las “juventudes” que habitan la ciudad y que se identifican por su preferencia sexual, etnia, gustos musicales, elecciones religiosas, hábitos de vida. Toda la diversidad, una palabra: jóvenes.

SOMOS EDUCACIÓN, ARTE Y CULTURAEn Medellín en la Cabeza también aprendemos de los jóvenes, de su capacidad creativa y resiliente. En esta ruta conocemos múltiples expresiones educativas y culturales que van más allá de la institucionalidad.

METROPLUS

¿TIENE MEDELLÍN CAMPESINOS?Con esta pregunta visitamos la ruralidad de Medellín, presente en los corregimientos y también en muchas costumbres campesinas que aún se conservan en esta urbe habitada por múltiples realidades.

EQUIPAMIENTOS PÚBLICOS PARA LA CIUDADANÍAMedellín tiene un buen número de equipamientos públicos en sus comunas y corregimientos. Si logramos que los jóvenes conozcan y se apropien de la oferta de sus territorios, ésta será una ciudad que enseña en todos sus rincones.

MEDELLÍN SOSTENIBLEUna ciudad sostenible no es sólo una ciudad verde, es también aquella donde los ciudadanos asumimos hábitos para convivir y reducir impactos. En los recorridos que hacen parte de esta ruta conocemos experiencias exitosas para aprender de ellas y multiplicarlas.

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Ivonne, con su rostro de asombro, maqui-llado por el sol y atenuado por el vértigo de su torrente sanguíneo, espera ansiosa

el inicio del recorrido nocturno de Medellín en la cabeza. La pequeña, de tan solo ocho años, revolotea de un lado a otro como una de esas mariposas de alas coloridas y brillantes que tratan de vivir al máximo las pocas horas que les regala la naturaleza.

Vive en Buenos Aires, comuna nueve de Medellín, cursa segundo grado en la insti-tución educativa Juan Cancio Restrepo y es recurrente en los recorridos de ciudad de Medellín en la Cabeza que promueven la Secretaría de la Juventud de la Alcaldía de Medellín y el teatro Pablo Tobón Uribe, y que, aunque es para jóvenes entre los catorce y veintiocho años, no les niega la caminada a algunos polizones.

“Es mi tercera vez”, dice con fingida timidez mientras se aferra a la cintura de su tía, Jennifer Rendón, ama de casa de veintiocho años con alma de periodista, quien se dio cuenta de los recorridos a través de las re-des sociales.

“Vi el anuncio en Instagram y luego me metí a la página. Entonces les dije a mis sobrinos que me acompañaran y desde hace como dos meses hemos estado participando de los recorridos. Me parece que es una actividad muy importante, sobre todo para los niños en edad escolar, pues ellos aprovechan mejor el tiempo libre, aprenden y conocen nuevos amigos”, dice Jennifer.

MOCHILA, FIAMBRE Y A CAMINAREs viernes, tres de la tarde, y sobre Medellín se yergue un sol que parece un Zeus furio-so, dichoso de castigar a los hombres con sus rayos de fuego. Ivonne y otros veinte o veinticinco jóvenes se resguardan del astro dominante de la Vía Láctea en las afueras del Pablo Tobón Uribe, donde varios árboles presumen de sus flores atrayendo a un sin-número de aves que con sus trinos incesan-tes llaman la atención de los transeúntes.

En el café del teatro se lleva a cabo una muestra de ingenio coplero entre raperos y trovadores, en el marco de la Semana de la Juventud. Los paseantes se distraen a distancia con las ocurrencias de los jóvenes

EPIFANÍAS NOCTURNAS

MAURICIO LÓPEZ RUEDA

SOLO HAY QUE CAMINAR, MIRAR, PREGUNTAR, Y LAS HISTORIAS

COMENZARÁN A LLOVER COMO EN UNA TORMENTA DE EMOCIONES.

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juglares, mientras esperan a que Marisol, su guía, los llame para iniciar el recorrido. Antes deben anotar sus nombres en unas planillas, recibir una manilla, una mochila y un pequeño fiambre para acallar los reclamos del estómago.

El sol no desiste, parece atorado en el cenit del cielo. Sin embargo, el viento mengua el calor y permite que los febri-les caminantes mantengan intactos los ánimos de descubrir los recovecos del Centro de la ciudad, sus personajes, sus

historias, sus mitos.

Antes de las cuatro de la tarde, des-pués de presentarse, el grupo inicia el recorrido por la calle 44 rumbo a Ayacucho.

Jacky, una joven de diecisiete años y pelo azabache, se une a la marcha in extremis, y de inmediato se suma a la vanguardia del grupo para escuchar los datos históricos y culturales que va soltando Marisol a cada paso.

Ivonne, entusiasmada, repite uno que otro dato para guardarlo con llave en su memoria. Luego, mien-tras espera un semáforo en rojo, le dice a su tía: “Por acá también subía el tranvía, el primer tranvía, que era más viejo que este”.

La tía le sacude el cabello en señal de aprobación y le entrega por pre-mio una cálida sonrisa. Entonces la niña vuelve a activar sus oídos para no perderse nada de lo que cuenta Marisol. Juan Pablo y Andrés Felipe, dos colegiales del José María Bravo de Manrique, incluso toman nota.

Marisol detiene el grupo en la plazuela San Ignacio y les cuenta a sus perplejos “alumnos” la historia del Claus-tro y del Paraninfo de la Universidad de Antioquia. Jacky levanta la mano y pre-gunta por la tradición de los señores que juegan ajedrez todas las tardes y Marisol le explica que se trata de “una forma de apropiación del lugar, y que ese tipo de actividades genera cultura, idiosincrasia e historia”. La joven, quien vive en el Veinte

de Julio, en la comuna 13, asiente con la cabeza, satisfecha, contenta de estar re-conociendo una parte de la ciudad que, en otras circunstancias, le estaría prohibido por su familia.

“El Centro es muy bacano”, replica Jen-nifer mientras el grupo avanza hacia la sede del teatro Matacandelas. “Yo jamás pensé que había tanta historia, tantos personajes valiosos. Siempre que vengo es de afán, a trabajar o a buscar trabajo. Nunca me detengo a mirar la historia, o a preguntar”, insiste la joven ama de casa, siempre con Ivonne aferrada a su mano derecha.

MATACANDELASEl teatro Matacandelas tiene casa desde hace 39 años, una casa mayor de 100. Ahí no más, sobre la tumultuosa calle Bom-boná. Sin embargo, el mundo de Cristóbal Peláez y María Isabel García, “la Chava”, es mucho más amplio y su origen más añejo y, si se quiere, bohemio. Comenzó en un pequeño café cercano a la Plaza de Flórez, sin nada que perder y con todo un acervo de historias que representar.

Los pelaos de Medellín en la cabeza llegaron allí como quien cruza un umbral mágico, estupefactos, o boquiabiertos como diría Tomás Carrasquilla.

La Chava y Cristóbal fueron los mejores anfitriones, relatando cada historia del

teatro como si fuera nueva, sin prisa, sin apurar el reloj. Los dos maestros parecían oráculos y, desde su experiencia en las artes escénicas, les mostraron a los jó-venes caminantes un retrato fidedigno de esa obra viviente que se llama Medellín.

Porque Medellín también es una obra de teatro, abierta al público todos los días, cambiante, expectante. De cualquier rincón surge una comedia, una tragedia, un amor, una nostalgia, y sus fachadas y tozudos trazos no esconden el ánima de quienes la habitan, o de quienes la habitaron, sino al contrario, la muestra tal como es, desnuda, al mejor estilo de Samuel Beckett, o de Fernando González, el filósofo caminante que también supo contar a Medellín, a su Centro.

Solo hay que caminar, mirar, preguntar, y las historias comenzarán a llover como en una tormenta de emociones.

Medellín en la cabeza les enseñó a esos jóvenes que la ciudad es de todos y que el Centro, de día o de noche, es espacio libre, espacio público, y caminarlo es casi una obligación, y también un acto de fe para entender que los espacios cambian, pero dejan huellas, pistas del pasado, del futuro. Parafraseando a Heidegger, cuando habló y escribió sobre la política del espacio, “nada existe si no se camina, si no se observa”.

La ciudad es nuestro escenario de vida. Por eso nos gusta mirarla desde todos los lugares posibles para reconocernos como parte de ella. Ruta: Equipamientos públicos para la ciudadanía - Marzo 20 de 2018

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En Medellín en la Cabeza uno aprende con los pies a recorrer la calle, a construir

memoria y resignificar lugares que uno habita, pero no conoce.

Manuela Ramírez Herrera. 24 años Comuna 9, barrio La Milagrosa

Callejear educa, enamora y nos inspira. Nos enseña a apropiarnos del territorio, a saber que no tenemos que viajar a otras partes para conocer nuevas personas y culturas.

Camila Jaramillo Martínez. 20 años Comuna 8, barrio La Ladera

En Medellín en la Cabeza he podido incluir dentro de mis pensamientos la posibilidad

de ver que los demás no siempre me están señalando.

Didier Esteban Carvajal Castro. 27 años Barrio Laureles 

Es diferente visitar un barrio por cuenta propia que hacerlo con Medellín en la Cabeza. Te reciben personas que viven en el barrio y conocen todos sus procesos.

Luis Miguel Molina Ruiz. 26 años Comuna 9, Asomadera Nº 1

TESTIMONIOS JÓVENES6

Uno en cada recorrido hace amigos, conoce personas, conoce sus actividades, cómo piensan. Eso es lo más representativo en Medellín en la Cabeza: las personas.

Katherine López Isaza. 25 años Comuna 5, barrio Belalcázar

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