Cabezas de chapa

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Cabezas de chapa (Atlantic Steelheads)

Textos: Efrain Castro Fotos: Ryan Davey y Rodrigo Amadeo

Los especialistas consideran al Santa Cruz como el río más difícil del mundo para la steelhead (cabeza de acero),

que es la variedad de trucha que allí remonta desde el Atlántico. Se trata de una arco iris (Oncorynchus mykiss) que vive y se alimenta en el mar pero entra a desovar al río. Por sus tamaños, potencia y velocidad pueden dar combates inolvidables. Aquí contamos la experiencia de este autor, desde su primera visita hace 10 años hasta su encuentro en

las últimas temporadas con Rodrigo Amadeo, pescador y guía que tiene varios años estudiando el río y llevando a expertos extranjeros en una pesca diferente donde las cañas de dos manos tienen casi cuatro metros y las líneas de

400 grains arrojan a más de 30 metros moscas pesadas. Ah, con vientos feroces en las aguas no cristalinas de un río gigante y difícil de leer.

Deben hacer unos 10 años cuando, del otro lado del teléfono, mi hermano del río “Yayo” San Martín me daba la noticia: en 15 días viajábamos al río Santa Cruz a pescar steelheads. Iba a ser mi primer encuentro con estos misiles y el segundo con una trucha

anádroma, ya que había tenido experiencia previa con las sea trout del Gallegos. Acostumbrado a los tiros lejos y moscas grandes (“Limayero viejo” diría Diego Flores) en aquella primera visita pesqué, pero me sentí frente al río en un empate con sabor a derrota. Cuatro días de castear a lo salvaje casi toda la jornada, seis piques y tres steelheads de 3, 4 y 5 kg. La de 3, la de 5 y una de las que se soltaron, dieron con claridad un combate superior en potencia y velocidad a cualquier otro salmónido que yo haya pescado. Califiqué al río como difícil pero no tanto, habiendo hecho con la caña las mismas cosas que hacía en el Limay tras las marrones grandes. La realidad es que había salido victorioso sin saber la suerte que había tenido y la buena pesca que habíamos embocado. Porque para tener chances con esta trucha hay que hacer las cosas bien y bien diferentes a lo que yo hacía. Recién al tercer día empecé a notar las diferencias y en mi último día comprendí algunas cosas mirando y aprendiendo de mis compañeros casi sin tiempo de aplicarlas y cambiar la técnica. Se trata de un río inmenso y complejo de leer, que no es del todo claro debido a la presencia de sílice por su origen glaciario que le da un color difícil de describir con exactitud, pero a veces es gris celeste, otras verdoso o hasta gris arena. Digamos que con el agua tapándonos las piernas podemos ver algo borrosa nuestra bota de vadeo cuando está claro, pero no más que eso. Otras veces se pone oscuro en las crecientes, como estaba la primera vez que le entramos este año, el 7 de marzo, cuando venía además fuera de caja y muy rápido, casi impescable. En una Patagonia dura y extrema con vientos que llegan a feroces, se trata de una pesca de resistencia con horas y horas de lanzamiento sin un pique hasta que, de golpe, se puede tener el padre de todos los piques y perderlo por desconcentración cuando 8 kilos de furia marina cortan el nudo del 0,40. Fue entonces hace casi una década cuando pude ver de mis compañeros, en cuatro días, los recursos básicos para no hacer macanas con estas truchas y en este río, ya calificado por muchos como el más difícil del mundo para steelheads. Si le gusta tirar y sacar ni se

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asome por el Santa Cruz. Por parte de los pescadores locales, que en aquel entonces ya trataban de descifrar a estas truchas, recibí alguna información acerca de un río tan enigmático y extremo. Así fui armando mi rudimentario plan de pesca, sin salir mucho de lo técnicamente seguro y lo cercano al pueblo: Pozón de Garrincha, las Puntas Verdes, el Aeroclub, Barrancas Blancas, La Alpina y otros lugares ya clásicos. Como estrategia sabía que debía barrer todo lo posible. Castear lejos, también río arriba y corregir río abajo. Si la línea toca el fondo adentro mejor, si engancha levantar un poco la deriva. Equipo grande con shooting de hundimiento (lo que uno conoce bien) muy rápido, líder corto de 0,40. En la punta algo oscuro, grande y con movimiento para invitar al tarascón de las bestias. Luego, el Santa Cruz me fue maltratando. No fui a pescarlo por un tiempo, salvo un par de tiros a la pasada rumbo al río Gallegos con pocas steels y no muy grandes. Volví a pescarlo 4 días seguidos recién en marzo de 2007, cuando fui invitado a la Fiesta Nacional de la Trucha. Mi principal actividad en el evento consistía en realizar dibujos para una siembra educativa con niños, dar alguna charla y compartir la fiesta con amigos pescando fuera de concurso. Entonces, el río me cobró como víctima. No pesqué nada en cuatro días y en el último tuve un pique brutal que terminó en corte, entonces me consideré afiebrado, algo similar a mis años de visita continua a la Boca del Chimehuín. El Santa Cruz era todo un desafío porque sacarle una trucha buena a cada día de pesca es a veces una hazaña. A pesar de mi mala pesca, durante la fiesta pude conocer a Rodrigo Amadeo, alguien que por primera vez me hablaba del río con otra pasión, ofreciendo una información detallada que iba más allá de saber dónde están las truchas y con qué tirarles. En apenas un rato hicimos amistad ya que el “Pelado” no tiene problemas en explicar las cosas que ha descubierto sobre esta trucha. Me transmitía sin misterios conocimientos que en algunos casos explicaban cosas ya probadas por mí, pero en la mayoría daban respuesta a preguntas de años. Datos sobre la especie, como se comportan en el río, cómo encontrar el pescado nuevo y más combativo, aspectos de su biología, lechos, costumbres marinas y nocturnas, líneas, reacciones frente a la luz, moscas para cada momento, anzuelos, qué hay que hacer si en un lugar salen steels pero chiquitas, temperatura del agua y, sobre todo, fotos de bichos muy grandes pescados por él y sus clientes con mosca. Había guiado en este río ya a varios expertos extranjeros y de ellos también había aprendido en forma directa cosas relativas a este pez. Porque la pesca de steelheads se diferencia bastante de la pesca para otras truchas en todo el mundo. Y más en el Santa Cruz, un río que para pescarlo bien es necesario estudiarlo haciéndose las preguntas correctas. Aquí, los errores se pagan con “no pesca”. Es cortísima la bocha y el Santa Cruz no admite desprolijidades, aunque el ojete siempre hace de las suyas como en toda pesca. Hay que tener un buen anzuelo, tanza de primera, nudos revisados, equipo equilibrado para soportar horas de lanzamiento a veces en condiciones extremas, un reel que aguante, temple de acero y ganas de enfrentar a las “chanchas” que van como marsopas por el fondo del canal. Hembras que pueden superar los 10 kilos y reventar reels con corridas de 100 metros. Algunos conceptos como “hacer nadar la mosca”, “es un río para dos manos”, “acá no ven bien para arriba” , “en este río encontré a mi rival” o “cada vez hay más y más grandes” entre muchos otros de la charla con el Pelado Amadeo se me grabaron para siempre. Pero me fui de Piedra Buena sin una escama. Y en la visita siguiente sumé otros tres días de fracaso.

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No nos vimos hasta exactamente un año después, otra vez en la fiesta. Esta vez, Rodrigo estaba acompañado por Ryan Davey (Trout Bum Diaries), que vive en Oregon, donde hay un par de ríos importantes con steelheads y él las ha pescado por años. Rápidamente también hicimos amistad y hasta planes de pesca para la temporada siguiente. Durante la cena y la salida nocturna hablamos acerca de que algunos tramos del Santa Cruz se deberían pescar en equipo. Ryan lo sugirió y lo charlamos largo rato. Para lograr una barrida exitosa, la forma de pescar y el orden de entrada al río lo definen el equipo de mosca de que dispone cada uno. Ryan y yo estábamos con caña #8 y #7 respectivamente de una mano, él con una línea de 300 grains y yo un ST DI7 con amnesia de 25 libras. Rodrigo tenía en su caña de dos manos #9 de 13 pies una línea de 400 grains. Bien, la estrategia en este caso sería caminarlo río abajo, todos con moscas distintas. Primero va el que tiene la de 300 grains pescando casi sin meterse al agua buscando las de la orilla. Segundo va el que tiene ST rápido con amnesia, bien metido en el agua llegando un poco más lejos y hundiendo bien sobre los 45 grados, digamos en el primer canal. Último va el de dos manos con 400 grains que barre más adentro, corrige más y puede de última tomar hasta las truchas que no pescó el del medio si la mosca no llegó a bajar bien. Amadeo dijo: “Claro, lo rastrillás mal”. Acordamos que esa era la manera. Estas truchas reaccionan por agresividad en el río (el cambio desde el agua salada a la dulce las pone muy agresivas) ya que se alimentan solo en el mar. Es muy probable que algunas moscas pasándoles por arriba, que no pueden ver pero sí sentir muy bien su presencia, las pongan en situación de morder algo que les pase más cerca luego. Finalmente, hay en esta manera de pescarlo privilegios repartidos… el que va primero tiene la primera chance, todos sabemos que muchas veces definitoria. El que va segundo entra más lejos con la mosca, barre lugares no tocados y puede pescar alguna trucha excitada por el primero. El tercero, que con caña de dos manos llega más lejos aún y abajo, completa tocando aguas sin pescar por el anterior y puede tomar algún pez molesto por las moscas anteriores. El domingo, último día de concurso, sería nuestro primer día como compañeros de pesca. Ryan y Rodrigo participaban del certamen y yo pescaba con ellos sin competir. Llegamos al río a las 08:00 hs. sin dormir después de haber marcado algunos récords de fernet en el boliche de Mario. Por sorteo del certamen a ellos les habían tocado las Puntas Verdes, yo agradecí mi suerte en acompañarlos porque allí había pescado mi primer “cabeza de chapa” hacía diez años y conocía bien el lugar. Elegimos una de las puntas, en realidad la única desocupada ya que en los concursos el río está invadido. Rodrigo y Ryan, en competencia, armaron rápido mientras yo me tomaba mi tiempo con unos mates y los miraba. El Pelado entró 5 metros aguas arriba de la punta y luego de unos tiros salió desconforme con algo. Ryan fue a la punta y pescó caminando sin meterse al agua de allí para abajo, yo terminé de armar y me ubique unos 20 metros arriba de la punta, metí unos 4 tiros de diversa calaña y comencé a bajar. Aguas abajo, Ryan peinaba la costura un poco metido en la bahía que se forma luego de la punta, que tiene agua tranquila y fondo barroso. Rodrigo entró detrás de mi recién cuando llegué hasta la punta, mientras los tiros del norteamericano caían dónde yo hacía pescar la mosca hundida abajo. Lo mismo ocurría con mis lances y el sector de pesca de Rodrigo… Estábamos en la

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situación conversada de pescar en equipo y fue en el segundo tiro que Rodrigo hizo aguas arriba cuando algo reventó por la superficie apenas 10 metros río adentro de mi posición. Los tres habíamos pasado moscas por allí, pero la de Rodrigo entró “nadando” por abajo. Blum. Cuando ví la trucha en el aire recordé que estábamos en concurso. “Ganó”, pensé. Pero los 87 x 50 no le alcanzaron e injustamente ese pez enorme no ganó la pieza mayor de la fiesta, sino una de 78 x 53 en una decisión que sorprendió hasta al que ganó. A mí me resultaba injusto porque además de ser un “chapón” tremendo, el Pelado Amadeo sabía lo que hacía cuando la clavó y pude presenciar toda la secuencia a 20 metros. Cosas de los concursos por las cuales uno nunca participa. Pero es otra historia. El lunes salimos al mar a despejarnos y se nos acopló el amigo Diego Flores, siempre una grata compañía para andar tras las escamas sin importar la latitud ni el tamaño de los peces. Visitamos Monte León, conocimos gente muy macanuda en un lugar muy especial, intentamos por róbalos a 4 equipos: 2 de flai y dos con cachos de pollo crudo. Hubo pesca, no muy buena pero no era la meta pescar. Buscar piedras increíbles en esa playa puede ser un pasatiempo adictivo. Para el día siguiente sabía que se me estaban terminando los cartuchos y que ya sumaba tres visitas consecutivas con 9 días sin un pescado. Me preguntaba qué estaba haciendo mal y recordaba los consejos de muchos pescadores con experiencia en este río… algo estaba haciendo mal porque en el río había truchas y de las grandes. Decidí llamar a un maestro amigo que algo debe saber de cabezas de chapa, ya que una le dejó el pulgar insensible por doble fractura con la manija del reel. Además muchos dicen que fue el primero en pescar una steel del atlántico con mosca. Le conté a él como estaba el río, qué se había pescado y dónde. Le conté qué estaba haciendo y con qué equipo. Le dije que andaba con Amadeo y le pregunté qué hacía mal. Me dijo: “Nada, mañana vas a pescar”. Me acosté pensando en eso. No en que iba a pescar…. en qué estaba haciendo mal. Muy temprano fuimos a las Puntas Verdes los cuatro. En los primeros intentos desde la cuarta punta pesqué una de casi un kilo que solté rápidamente pero festejé con una sonrisa y puño en alto a Diego Flores que estaba cerca, por fin algo. Caminé río arriba y al llegar a la tercera Rodrigo me dijo “Vos ya sabés como pescarlas, tenés que sacar una”. A mí me había quedado grabado el lugar en el que había tomado el truchón del concurso. Coincidía completamente con el sector de la punta en el que yo había clavado la primer steel 10 años atrás, también con la de un kilo de hacía un rato en la punta de abajo y con alguna otra que vi pescar en cada una de esas benditas puntas. Corta, las truchas paran ahí buscando el borde. El descanso de su escalera casi interminable en el ascenso por un río potente e inmenso. Puse una mosca que me había regalado el Pelado el día anterior. De marabou violeta con ojos de plomo, cabeza de dubbing oscuro y unos detalles finos de gomas naranjas y cristal flash violeta atada sobre un Daiichi corto. Al quinto tiro, casteando río arriba y corrigiendo abajo, sabiendo muy bien cómo entraba la mosca en ese lugar, blum. Se terminó el maleficio de tantos días sin una steel buena. Un macho de 75 x 42 dio unos siete saltos hasta que lo planté en la pelea corta sin dejarlo ir al canal. Consumió su energía cerca en los saltos y más rápido que otras steelheads, incluso más chicas, que pesqué allí mismo.

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Me resultó un pez hermoso y la confirmación de haber encontrado también un rival duro sobre el que tengo mucho por aprender y que deberé enfrentarlo de aquí en más con caña de dos manos, algo sobre lo que no sé nada. El shooting no es de lo mejor para hacer “nadar la mosca”, se puede pero cuesta mucho sobre todo para el hombro que ya cruje un poco a esta altura si los palos son de 25 metros o más durante horas. Tal vez en lo físico no, pero en otro aspecto me siento en cero después de 20 años de pescar con mosca y es muy estimulante, porque aprender con las steel del Santa Cruz es casi empezar de nuevo. También ejercer la práctica de la pesca en equipo de este río (¿De a tres?¿De a dos?¿En qué sectores?) es una deuda interesante para establecer si realmente hay luego en la suma individual emociones que equiparen o superen a la pesca en soledad. Cuando volvíamos de pescar esa mañana, con la que tal vez terminé de pagar la tremenda suerte que tuve en aquél ya lejano primer encuentro con el Santa Cruz haciendo todo mal, Rodrigo había hecho todo bien y no había pescado nada. Ya en la camioneta me dice: “Estuve pensando en eso que decís vos, en qué estoy haciendo mal. Y me respondo que tal vez nada, que estoy pescando steelheads.” Esa misma tarde el Pelado rompió su caña de dos manos y con la de una mano prestada por Ryan sacó una trucha que anduvo en los 8 kilos. Las fotos hablan por sí solas. El Santa Cruz solo habla a quien lo sabe escuchar. Efrain Castro Neuquén, 25 de abril de 2008.