caballeros de Bacongo

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caballeros de Bacongo FOTOGRAFÍAS DANIELE TAMAGNI TEXTO JEAN ROUCH FOTOGRAFíAS CORTESíA MICHAEL HOPPEN CONTEMPORARY, LONDRES TRADUCCIóN ANA USEROS En el marco del festival de fotografía PHotoEspaña, el CBA acogió la celebrada exposición Caballeros de Bacongo, del fotógrafo italiano Daniele Tamagni. Minerva publica seis de sus fotografías, tomadas en Bacongo –un distrito de Brazzaville– y las acompaña de un texto brillante del cineasta y antropólogo francés Jean Rouch (París, 1917- Birnin N’Konni, Níger, 2004), pionero del cine documental etnográfico, inspirador de la Nouvelle Vague y gran conocedor de la realidad africana. Publicado originalmente en 1984 como prefacio a la obra Entre Paris et Bacongo, del antropólogo francés Justin-Daniel Gandoulou, el texto de Rouch nos sumerge en el universo de los sapeurs, jóvenes aventureros congoleños que, tras realizar un viaje iniciático a París, han creado una nueva y sorprendente expresión cultural de la diáspora: un cosmopolitismo discrepante que se apropia de los símbolos de ostentación de la Europa postcolonial y que Rouch lee en clave de subversión. Tanto a través de sus palabras como de las fotografías, los dandis retratados por la cámara de Tamagni nos interpelan, desafiando nuestras más aceradas certidumbres acerca de lo que es –o pensamos que debería ser– la pobreza. Sapeurs posando frente al memorial de Savorgnan Brazza, 2008

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caballeros de BacongoFOTOGRAFÍAS DANIELE TAMAGNI TEXTO JEAN Rouchfotografías cortesía michael hoppen contemporary, londres traducción ana Useros

en el marco del festival de fotografía PHotoespaña, el cBa acogió la celebrada exposición Caballeros de Bacongo, del fotógrafo italiano daniele tamagni. minerva publica seis de sus fotografías, tomadas en Bacongo –un distrito de Brazzaville– y las acompaña de un texto brillante del cineasta y antropólogo francés Jean rouch (París, 1917- Birnin n’Konni, níger, 2004), pionero del cine documental etnográfico, inspirador de la nouvelle Vague y gran conocedor de la realidad africana. Publicado originalmente en 1984 como prefacio a la obra Entre Paris et Bacongo, del antropólogo francés Justin-daniel gandoulou, el texto de rouch nos sumerge en el universo de los sapeurs, jóvenes aventureros congoleños que, tras realizar un viaje iniciático a París, han creado una nueva y sorprendente expresión cultural de la diáspora: un cosmopolitismo discrepante que se apropia de los símbolos de ostentación de la europa postcolonial y que rouch lee en clave de subversión. tanto a través de sus palabras como de las fotografías, los dandis retratados por la cámara de tamagni nos interpelan, desafiando nuestras más aceradas certidumbres acerca de lo que es –o pensamos que debería ser– la pobreza.

Sapeurs posando frente al memorial de savorgnan Brazza, 2008

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– Y como aquel que conquistó el vellocino...

Son un centenar, no más, estos Jasones negros que, cada año, se enfrentan a los «drago-nes de los umbrales» y a las «rocas que rugen1» del aeropuerto de Roissy, que se vuelven invisibles poniendo cara de conocer ya de sobra todo el itinerario secreto hacia un exilio voluntario, aceptando de antemano las etapas más difíciles de la búsqueda de un trabajo improbable para, tras meses de pobreza, frío y hambre, consentir someterse a la última y más cruel prueba: la presentación de la gama de vestuario de lujo2 que han adquirido pacientemente. Si se suspende ese examen por un detalle, por una prenda de marca que falte, habrá que empezar de nuevo, desde el principio, todo ese viaje iniciático. Pero si todo el reglaje está a punto, significa el triunfo del buen retorno de un sapeur3 convertido en un Aventurero, en un Parisino, en uno de esos nuevos dandis que dan de nuevo color y tono a nuestra elegancia masculina.

Seguramente, os habréis cruzado ya, por Beaubourg o por la plaza de la Republique, con estos congoleños que vienen principalmente de Brazzaville, pero probablemente no os hayáis fijado más que en las rastas y en los gorros verdes, amarillos y rojos. Cómo acor-darse de estos jóvenes caballeros de color, de una elegancia tan fabulosa que, cuando ver-daderamente se engalanan, se vuelven invisibles...

Su aventura singular nos la relata Justin Gandoulou, ex profesor congoleño de CEG, que ha sido testigo presencial de la lenta desescolarización de sus alumnos en un país en el que la alfabetización total es un problema más irresoluble incluso que el del analfabetismo.

Yo he tenido la oportunidad de conocer a los ancestros de estos Aventureros en los años locos del amanecer de las independencias africanas.

En 1954, cuando la Gold Coast británica aún no era Ghana, los verandah boys, aunque dor-mían bajo los soportales de las casas comerciales de la ciudad de Accra, ya se denomina-ban los Jaguars (por el nombre del coche Jaguar Mark Seven). Mensah4 había compuesto para ellos unos de los primeros high life:

Jaguar! been toJaguar! fridge fullJaguar!5

Fueron ellos quienes inventaron los eslóganes de la revolución de Kwame N’Krumah, de quien eran la punta de lanza. Para las elecciones legislativas de 1954 gritaban en todos los mítines del Arena6:

One o two...? no!One o three?... no!One o four?... yes! freedom!7

Y así, todos aquellos que venían de las sabanas del norte para encontrar aquí un empleo temporal o un desempleo permanente, todos aquellos «agentes a comisión en la empresa de Don Paseante» se convertían en Jaguars; y así fue que improvisamos una película8 con ese mismo título, con Damouré Zika, Illo Gaoudel, Lam Ibrahima Dia, una película en la que recuperamos el lento viaje iniciático (mil kilómetros a pie, de norte a sur) y el desafío del paso fraudulento de la aduana de Lomé (un escollo tan incierto como las islas movedizas que estorbaban la entrada del Bósforo, o los controles imprevistos a lo largo de los pasillos circulares de Roissy I, hasta llegar a la puerta del Roissy Rail). Una historia en la que volvemos a encontrarnos con toda la gama de los taparrabos impre-sos en tela wax9, en la que aprendemos la lengua secreta del pidgin english («money he

1 Esas «rocas flotantes» que señalaban la entrada del Bósforo y a las que Jasón y los Argonautas tuvieron que enfrentarse.2 «Gama de trajes, zapatos, perfumes... por valor de entre 40.000 y 50.000 francos...».3 Sapeur, del verbo «saper» («vestirse»), o también, como dicen ellos, de SAPE («Sociedad de Animadores y Personas Elegantes»).4 Mensah fue uno de los músicos más populares de Accra, y quien promocionó el high life «calypso» procedente del Caribe y aculturado por la música tradicional africana.5 «¡Jaguar, has estado allí (en Londres)! / ¡Jaguar, tu nevera está llena! / ¡Jaguar!».6 El Arena, la antigua plaza del mercado de Accra, fue el escenario popular de las reuniones políticas de los años cincuenta, en especial durante la campaña electoral de las primeras

elecciones legislativas en las que había ciento cuatro escaños. De hecho, el partido de N’Krumah, el CPP, ganó con una mayoría amplia, pero sin llegar a los ciento cuatro escaños. 7 «¿Ciento dos?... ¡No! ¿Ciento tres?... ¡No! ¿Ciento cuatro?... ¡Sí! ¡Libertad!».8 Jaguar (Films de la Pléiade), rodado en 1954, pero montado en 1964, fue mi primer largometraje. Las secuencias de las elecciones de 1954 son, parece ser, el único testimo-

nio filmado que queda, todos los archivos se destruyeron tras la caída de N’Krumah.9 Telas impresas a la cera.

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no be de for we pocket» / «we have no money in our pocket» / «no tenemos dinero en el bolsillo») y en la que la regla del buen retorno dicta que se distribuya en un único día todo lo que se ha ganado en un año, a la vez que se relatan las historias más delirantes, «mentiras más verdaderas que la realidad»: Jeannot... où est le sérieux? où est la vérité?10

Más tarde, en 1957, viví durante un año con esos «Aventureros» en Treichville, barrio de Abiyán, donde Oumarou Ganda11, que por entonces se hacía llamar Robinson, «como un tal Edward G. Robinson, que hace películas en el cine», siguiendo a sus colegas, me enseñó a descubrir esa franja de terrorífica pobreza en la que los sueños del sábado y del domingo eran los únicos pasaportes para el mundo maravilloso del boxeo (Ray Sugar Robinson) o para el mundo del western cinematográfico (Zorro o The Lone Ranger). Entonces las calles y avenidas de Treichville transformaban su cuadrícula policial en un traje de Arlequín y se transmitía una dirección (como en el París de la ocupación, ante el Pam-pam de los Campos Elíseos, se pasaba el mapa de una fiesta sorpresa). Esta noche, en la esquina de la calle 12 y la calle 15, una «Royale Goumbé»12 sacará a bailar a Nathalie y a Eddie Constantine. Después, en el bar Ambiance o en el Au désert, iremos a festejar la victoria del rey y de la reina de la Goumbé, que exhiben su peinado a lo gallo o a lo zazú ante las chicas cha cha cha, como cantaba Eddie: «dis-curso mío, señorita, discurso mío... Los chicos de Abiyán, las chicas de Abiyán son discurso mío, los chicos de Abiyán, las chicas de Abiyán son discurso mío». Porque estos estibado-res, estos obreros sin empleo, los mejores alumnos de la universidad de la calle, ya enton-ces «rompían» la lengua francesa a grandes golpes de poesía natural: un «discurso mío» era lo contrario de un «discurso tuyo»13, era un campeón o una campeona del diálogo amo-

10 «Jeannot... ¿dónde está lo serio?, ¿dónde está la verdad?»: «Jeannot», canción muy popular en Abiyán en 1980.11 Oumarou Ganda, al que conocí como estibador en Abiyán, convertido en uno de los mejores cineastas nigerianos (y africanos), muerto en enero de 1981.12 Goumbé (a partir del nombre de un tambor cuadrado), sociedad de ocio y ayuda mutua de los jóvenes inmigrantes de Costa de Marfil. Sus bailarines callejeros son, en mi opinión, de

los mejores bailarines del mundo. En noviembre de 1983 la Goumbé des jeunes noceurs se unió a la Goumbé des jeunes crâneurs en una de las noches más salvajes de las calles de Treichville. 13 «Discours-moi»: discurso mío. «Discourtois»: Descortés, pero también «discurso tuyo» (N. de la T.).

Lahlande delante de un estudio de fotografía, 2008

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roso... Nunca reuní el valor para escribir aquellas crónicas de los niños perdidos de 1957, así que junto con Oumarou Ganda hicimos Moi, un noir14, una película para reír y para llorar...

Cuando hoy leo esta saga de los Aventureros parisinos de 1983, tras cada capítulo del libro de Justin Gandoulou, escucho el estribillo de La Chanson des griffes, de papa Wemba, el cantante-compositor más famoso entre la juventud de Brazzaville:

Los colegas cuentan,los colegas se preguntan,los pequeños lloran,los grandes se preguntan:¿Quién es Sevo Ceyakos?Escúchame:Sevo Ceyakos es el chico guapo perdido de París.(...)Kula Mambo, ¡no llores!¡En Francia, Sevo piensa todo el tiempo en ti!Ay, esas marcas: ¡Torrente! ¡Valentino Uomo! ¡Giorgio Armani! ¡J. M. Weston!

También me he imaginado el «succès foule»15 del Aventurero sacando su ropa de marca en un buen retorno y he compartido el orgullo de un súper-sapeur relatando cómo triunfó en un velatorio parisino: «Ya sabes, yo iba bien maqueado, todo de cuero, con gafas oscuras. Al entrar el reflejo de la luz hizo brillar mi camisa y entonces todo el mundo se volvió para verme. ¡Tal cual! Me planté allí y los dejé planchados.»

14 Moi, un noir (Treichville), 1957-1958, mi segundo largometrage, pero el primero en ser exhibido en sala (Films de la Pléiade) en la época de la Nouvelle Vague.15 «Succès foule», un éxito de locura (fou), entre la multitud (foule), otro ejemplo de poesía natural.

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Pero cuando Justin Gandoulou, como los peluqueros de Treichville, se refiere al movi-miento Zazú, vuelvo a ver aquellas imágenes extrañas y graves de la juventud parisina bajo la ocupación alemana, en 1941-42, cuando Brazzaville, precisamente, era para nosotros la capital de la libertad, y cuando no sabíamos más que jugar a la resisten-cia. Aún no podíamos cantar Le Chant des Partisans, que no se compondría hasta dos años más tarde y que Germaine Sablon (la hermana de Jean) nos hizo descubrir tras su publicación en la revista Fontaine16. No teníamos periódicos clandestinos y nues-tra única arma era lo escandaloso de nuestro atuendo. Porque, con toda naturalidad, habíamos hallado una vía de protesta adoptando a contrapié la apariencia de los solda-dos alemanes de nuestra edad: oponíamos nuestros cabellos largos a sus nucas rapadas, las chaquetas largas (zoot-suits) a sus guerreras «rase-pets», nuestras camisas de cue-llo alto inglés a sus cuellos finos, nuestros pantalones estrechos a sus calzones dema-siado anchos, nuestros zapatos ingleses de suela gruesa (ya los últimos restos de J. M. Weston) a sus botas con puntera de hierro. Algunos de nosotros ya habíamos librado contra ellos la primera escaramuza de la guerra y sabíamos que, por el momento, no podíamos luchar contra su blitz-krieg más que con el swing y contra su paso de la oca y su ¡sieg heil! con el double step que bailábamos en el club Boissière al ritmo de los silencios que escandía In the Mood...17 Quizás nosotros ya habíamos comprendido que, en este ambiente fúnebre de la Francia vencida, éramos los testigos aún atónitos del final de un mundo en el que ya no habría lugar para el trabajo, la familia, la patria, contraria-mente a lo que afirmara el viejo siniestro de Vichy, que nosotros, sencillamente, está-bamos en un estado de libertad aplazada... Una libertad que tendríamos que conquistar duramente y de la que aquellos que superaran aquella prueba deberían inventar, solos,

Mayembo, 2008

16 Yo creo que este canto de los partisanos nunca se cantó durante la Resistencia, sino que lo trajeron los soldados del ejército francés, a quienes se lo enseñó Germaine Sablon en Londres o en Argel.

17 En la calle Boissière, un pequeño edificio particular, con la excusa de unas clases de baile, permitía a los abonados bailar su música favorita. Allí se inventó, en 1942, el «double pas».

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las nuevas maneras de estar, de hacer y de pensar. De hecho, nuestros únicos modelos eran aquel puñado de locos de la Royal Air Force, cuyas formas de proceder adiviná-bamos a través de las radios con interferencias (never so few did so much for so many). Y, a falta de conocer su forma de proceder o de pensar (faltaban aún años para que Peter Townsend nos revelara que, por aquel entonces, su desesperación era tan profunda y absurda como nuestro entusiasmo), no sabíamos sino imitar la forma de ser de esos cómplices de elegancia joven, gris y azul... Cuando pienso en mis amigos y mis ami-gas de aquella época tan cruelmente excéntrica (Anne o Bella, ya no estáis aquí para recordar aquellas camisas con bolsillos en las mangas y aquellas corbatas tono sobre tono que inventasteis para nosotros antes de desaparecer18) no puedo evitar pensar en aquel joven pelirrojo, tan elegante, de 1916, en quien la moda masculina derrochaba todos los gastos de su imaginación..., que amaba aquellas figuras lampiñas, aquellas actitudes hieráticas que observamos en los bares...19, Jacques Vaché, quien, en 1918, escribía a André Breton antes de suicidarse:

Yo saldré de la guerra suavemente chocho... (...) o quizás... ¡qué película interpretaré! Con automóviles delirantes, ya sabes, (...) y manos mayúsculas que reptan por la pan-talla (...) con coloquios trágicos en traje de noche (...). Seré también trampero o ladrón o investigador o cazador o minero (...) y, ya sabes, con esos hermosos pantalones de mon-tar (...), bien afeitado y hermosas manos de solitario. Todo esto culminará en un incen-dio, os digo, o en un salón, ya enriquecido. Well.

Y quizás no es casualidad que sea desde esa misma Brazzaville, cuya voz fue durante tanto tiempo la de la primera radio libre20, desde donde nos llegan hoy estos nuevos Aventu-reros que, como nosotros antaño, tienen todo que ganar, puesto que no tienen nada que perder y, lejos de los senderos hollados, descubren nuevas «técnicas del cuerpo»21. Por-que hay que referirse aquí a Marcel Mauss y a Georges Bataille. A Mauss, que descubrió el valor etnográfico de una pose, como cuando la pose «cerrada» de los soldados ingle-ses de 1917 les impedía desfilar al ritmo de una música francesa, es decir, de una etnia extranjera o, por el contrario, la pose «abierta» de las chicas francesas que en los años treinta copiaban el paso de las chicas americanas que habían visto en el cine. A Batai-lle22 que, a final de los años cuarenta, descubría que la única posibilidad de superviven-cia para las sociedades ricas (de «consumo» como él las llamaba) era la necesidad del derroche, ya fuera según el rito amerindio del potlatch o mediante la ayuda de los países demasiado ricos a los países demasiado pobres (Bataille no pensaba entonces en el ter-cer mundo, que aún no se había inventado, sino en la Europa desangrada tras cinco años de guerra, y que lo esperaba todo del Plan Marshall...).

Pero, por supuesto, Justin Gandoulou ha encontrado los ecos más sabios en la mitología griega, en el vellocino de oro y en el periplo de los Argonautas. Su discurso, por tanto, recupera el tono olvidado de las odiseas:

Se trata de un viaje iniciático y de comportamientos ritualizados... Frente a una socie-dad destribalizada, pero infra aculturada, la juventud congoleña se encuentra en una situación crepuscular... Frente a su 100% de escolarización, el Congo se encuentra ante una masa considerable de desescolarizados, de inadaptados, de jóvenes en paro... Es como si una parte de la juventud –en la que, en este momento, reconoceríamos su papel de innovadores dinámicos (los Sapeurs convertidos en Aventureros)– representara un elemento no marginal, sino creador...

Ese papel singular de pioneros, yo lo había entrevisto en los Jaguars de la Gold Coast de los años cincuenta, cuando los calificaba de supertribalizados en el país de acogida (como el grupo tan cerrado que forman los jóvenes congoleños en el París actual) y de creadores de nuevos valores en el momento de la vuelta a su país de origen (como los Aventureros en el momento del buen retorno a Brazzaville). Aquello escoció a los sociólogos de entonces, que exclu-yeron a mis migrantes no conformistas, calificando mi trabajo de novela policíaca... (¡qué felicidad si todos los trabajos de sociología se pudieran leer como novelas policíacas!)23.

18 Anne, Bella, amigas israelíes que inventaban las modas... Nos despedimos de ellas en julio de 1942 cuando salimos hacia África y la guerra. Ellas fueron detenidas y desapa-recieron en los campos de concentración.

19 André Breton, «La confession dédaigneuse», en Les pas perdus, París, Gallimard, 1924.20 Brazzaville, donde habían llegado las fuerzas francesas en 1941, disponía de una potente estación de radio: era la de la Francia libre desde África y se podía captar desde París. 21 Marcel Mauss, «Les Techniques du corps», recogido en Sociología y antropología, Madrid, Tecnos, 1971.22 Georges Bataille, La part maudite (La parte maldita, Buenos Aires, Las Cuarenta, 2007).23 Jean Rouche, Migrations au Ghana (Gold Coast), Société des Africanistes, 1956.

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Además, Justin Gandoulou ha captado perfectamente las perspectivas de la singular migra-ción parisina:

Esta búsqueda del fasto deberá... ascender a una escala superior, a saber, poner en el punto de mira a la propia aristocracia. Esta trayectoria es la que conducirá al Aventu-rero, a partir de ese momento, a adoptar la figura del dandi...

¡Ahí estamos! El autor ha adivinado, no sé cómo, que uno de los rasgos de la alta aris-tocracia, en especial de la aristocracia inglesa, es su excentricidad, su dandismo preci-samente, que le permite, mediante actitudes eminentemente marginales, acentuar la diferencia con los otros grupos y desmarcarse definitivamente de una middle class, ver-daderamente muy media y que, desde entonces, parece que no debe existir sino para ser el testigo privilegiado de las impertinencias aristocráticas. Pero si en este caso el pres-tigio es innato (en tanto heredado de ancestros que sin duda tuvieron también que ser Aventureros para adquirir a un alto precio sus títulos de nobleza), aquí el prestigio frá-gil de esta primera generación se adquiere a lo largo de la larga y dolorosa iniciación del periplo al centro del mundo24...

Jasón, tras conquistar el Vellocino de Oro, ha vuelto, como Ulises, agotado y sensato / a vivir entre sus parientes, el resto de sus días... Es aún demasiado pronto para saber en qué se convertirán después los sapeurs convertidos en Aventureros, pero Justin Gandoulou nos dice ya que regresan agotados pero insensatos. Y que no vivirán entre sus parientes por el resto de sus días: tras el desfile ritualizado del buen retorno (que tranquiliza a los padres sobre el triunfo de sus hijos, cuya elegancia cegadora es testimonio irrefutable), tras la prueba amorosa junto a las cuatro señoritas a la moda (Céle, Brigitte, Vévé, Plou), para

KVV Mouzieto a la puerta de su casa, 2008

24 Es decir París, en el idioma de los Aventureros.

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los colegas (los fans), seguros ya de la superioridad de sus héroes. Pero los Parisinos no se detienen ahí: se les puede prohibir el acceso a los bares de Brazzaville25, los periodis-tas de la línea pura y dura del partido pueden estigmatizar (en Mweti, diario congoleño) su comportamiento escandaloso durante el partido de fútbol de los Cara contra los Dia-bles Noirs (los Aventureros se han pavoneado sobre las gradas de la tribuna de honor, maqui-llados escandalosamente, con la piel amarilla del color de la papaya madura, los cabellos casi rapados y ennegrecidos), se puede, en París incluso, desalojarlos de su cuartel general de la calle Béranger; todo esto no serán sino nuevas pruebas, nuevas «rocas que rugen» ante la proa de la nave Argo. Los Parisinos ya se han convertido en Liberados26, es decir, ya se han metamorfoseado en aristócratas que han adquirido, con un enorme coste, no sola-mente el derecho a llevar el atuendo, sino a refinarlo aún más hasta la suprema elegancia que, repito, ha vuelto invisibles a estos paupérrimos ociosos afirmando, de una vez por todas, su derecho a la opulencia.

Y entonces, ya vendido todo o parte del vestuario a los jóvenes sapeurs listos para tomar el relevo, los Liberados regresan a París. Justin Gandoulou nos sugiere que algunos no dudan en casarse, en instalarse en las afueras o en la provincia y que quizás encuentren un empleo... Después de todo saben leer y escribir, están, como diría un ama de casa pari-sina, muy bien educados y, en lo que respecta a su atuendo, nadie podría darles lecciones...

Esta, claro está, es otra historia, que Justin Gandoulou nos contará, espero, en otra oca-sión, pero se puede imaginar que, así como en mayo de 1968 la juventud francesa des-cubrió «la playa bajo los adoquines», inventando una nueva forma de vivir (que será, sin duda, la de la juventud de dentro de uno o dos siglos), los Aventureros que vienen de Brazzaville, en su búsqueda aparentemente absurda, inventarán una nueva mitología del ciudadano del mundo...

Pero si yo estuviera en el lugar de los indígenas parisinos, me andaría con ojo.

Estos pocos soñadores profesionales sin oficio conocido amenazan con cuestionar vues-tras más hermosas certezas: los Aventureros os han robado vuestra capital, pues estos Parisinos son más parisinos que vosotros; estos matemáticos de la cuadratura del círculo han empezado a resolver vuestros problemas insolubles. Y aunque, por el momento, se contentan con inventar vuestra moda masculina de mañana, son muy capaces de ir aún más lejos en los atractivos de su subversión27. Como escribía Guillaume Apollinaire en el París de 191328:

He aquí el tiempo de la magiaY si viene, esperadmillones de prodigios(... )Se alzan los profetas.

¿Será Justin Gandoulou uno de esos profetas que nos anuncian con el retorno de sus Aventureros que el dios Pan no ha muerto? No lo sé, pero sí quiero agradecerle el haberle proporcionado a la sociología tristona de hoy, a contrapelo, este ensayo de «sociología-placer»...

París, Niamey, Abiyánnoviembre-diciembre de 1983

EXPOSICIÓN CABALLEROSDEBACONGO.FOTOGRAFÍASDEDANIELETAMAGNI06.06.12 > 22.07.12

COMISARIO GERARDO MOSQUERA

ORGANIZA PHOTOESPAÑA • CBA

25 Una estudiante venezolana en Brazzaville ha visto hace dos meses carteles que dicen «prohibido a los parisinos» en distintos bares de la ciudad.26 Aunque el autor no lo precisa, veo que, de cien Aventureros, cincuenta pasan con éxito el retorno y que, de los cincuenta Parisinos, diez como mucho se convierten en Libe-

rados. 27 Muy diferente de la subversión un poco inocente de Garry Davis, que acudió a desgarrar su pasaporte estadounidense en la plaza de Trocadero durante la primera sesión de

las Naciones Unidas. 28 Guillaume Apollinaire, Calligrammes: «Ondes, les collines».

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