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Ediciones Irreverentes Historias de la imposición yanqui sobre Hispanoamérica y España Un siglo de relatos históricos hispanos Antología

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México, Cuba y España son los 3 ejes positivos de este libro que pretenderevivir la historia; EEUU es el enemigo que mata y ocupa. El ejércitoyanqui entra en el suelo patrio de México, matando y destrozando consaña, con el fin de apoderarse del territorio que pertenecía en justicia alos mexicanos, para agrandar el territorio estadounidense. La prensayanqui jalea a sus militares para que entren a sangre y fuego en La Habanay roben a España la perla del Caribe a costa de las vidas que haga falta.Un celtibérico millonario y diputado corteja a la viuda de un soldadoespañol que dio su vida como un héroe en la carnicería de Cuba: son lasrealidades de este libro de relatos históricos en el que también sonprotagonistas José Martí, José Luz de la Verdad o Mariana Pineda y en elque vemos cómo EEUU comienza un terrible período de colonialismo,poniendo presidentes títeres en América para convertir a los dignos paísesHispanoamericanos en simples plantaciones de bananas, y convirtiendo alos ciudadanos en esclavos. Este libro recoge la lucha generosa de loshispanos contra el imperialismo, contra empresarios del periodismo quealimenta con heces a sus ciudadanos (Pulitzer, Hearst…) En este libro serecoge un siglo y medio de sufrimiento hispano ante el colonialismoyanqui y ante su neocolonialismo; y también el sufrimiento que nosotrosmismos nos hemos infligido. Los héroes son bandidos, prostitutas, soldadosque mataron al enemigo justo antes de morir ellos mismos.

En este libro encontramos testimonios de clásicos como Clarín,Leopoldo Lugones, Ricardo Palma, Pedro Antonio de Alarcón y EmiliaPardo Bazán; relatos brillantes de autores hispanoamericanos como losmexicanos Agustín Cadenas y Alfredo Ruiz Islas y el hondureño KaltonHarold Bruhl, y un destacado grupo de autores de la mejor narrativaespañola actual: Teresa Galeote, Paloma Hidalgo, Rosario Martínez, Lucíadel Mar Pérez, Sandra Rodríguez, Salvador Robles Miras, Carlos Órtiz deZárate, José Vázquez Romero, Francisco José Peña, Joan Llensa, JaumeSerra, Miguel Ángel de Rus, Andrés Fornells y Elena Marqués, responsablede la edición literaria.

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EdicionesIrreverentes

EdicionesIrreverentesEdiciones

Irreverentes

Historias de la imposición yanquisobre Hispanoamérica y España

COLECCIÓN INCONTINENTESMiguel Mihura El chalet de Madame RenardRamón de España Europa mon amourMiguel Ángel de Rus Putas de fin de sigloVizcondes de Saint Luc Acerca del matrimonio

de PauletteCavafis, Gómez Rufo y otros Eros de Europa y AméricaAndrés Fornells Los placeres de la hija del

embajador

COLECCIÓN RARA AVISKonrad Lorenz El anillo del rey SalomónLuis Alberto de Cuenca De Gilgamés a Francisco NievaMiguel Ángel de Rus Perlas del pensamiento

misóginoAnunciada Fdez. de Córdova El vuelo de los díasAurelia María Romero La libertad de expresión...Julius Fucik Reportaje al pie de la horcaPedro Amorós Jano ante el espejo

COLECCIÓN AQUERONTEAntonio López Alonso Carlos II, El HechizadoFernán Caballero La mitología contada

a los niñosStendhal Vida de MozartAurelia María Romero Goya, el ocaso de los sueños

NOVÍSIMA BIBLIOTECAJosé Vázquez Romero La costilla del faraónTeresa Galeote LucreciaManuel Gómez Gemas Lluvia nocturna

COLECCIÓN DE TEATROFrancisco Nieva Catalina del demonioLourdes Ortiz La guaridaJ. L. Alonso de Santos Amor líquidoRoger Rueff El pez gordoJ.L. Alonso de Santos Fuera de quicio

COLECCIÓN CERCANÍASVázquez Rial, Savater,Canabal, de Rus Cuatro negrasCésar Strawberry Destino ZoqueteLeguina, SlawomirMrozek y otros Microantología del

microrrelato IAntología Demasiado viejo para el Rock

COLECCIÓN DE NARRATIVAMiguel Ángel de Rus Europa se hundeAna María Matute En el trenAugusto Monterroso Amores que matanMiguel Ángel de Rus MalditosFernando Savater Episodios PasionalesMario Benedetti Del amor y del exilioFernando Savater El dialecto de la vidaFrancisco Nieva Manuscrito encontrado

en ZaragozaRamón de España La vida mataFrancisco Umbral Carta abierta a una

chica progrePío Baroja SusanaMarcel Proust La raza de los malditosFrancisco Nieva La mutación del primo

mentirosoHenryk Sienkiewicz LilianaMiguel Ángel de Rus Bäsle, mi sangre, mi almaFernando Savater Último desembarcoHoracio Vázquez Rial La isla inútilAntonio Gómez Rufo El señor de CheshireMiguel Ángel de Rus Donde no llegan

los sueñosManuel Cortés Blanco Mi planeta de chocolateChejov, Saki, Lovecraft y otros 250 años de terrorRaúl Hernández Garrido Abrieron las ventanasAntología El sabor de tu pielConan Doyle, Bierce,Wilkie Collins y otros Antología del relato

negro IIJoaquín Leguina Historias de la calle CádizLuis Mateo Díez, Savater,María Zaragoza y otros Microantología del

Microrrelato IIEduardo Galeano,Jorge Majfud y otros Hiroshima, TrumanLourdes Ortiz Ojos de gatoJardiel Poncela, Mihura y otros El hombre que se ríe

de todoCristina Fallarás, Carlos Salem,Guillermo Orsi y otros Asesinatos profilácticosSusana Corcuera A machetazosAntonio López Alonso El cuadro, el ciego

y la corredoraManuel Cortés Blanco Siete paraguas al sol

Un siglo de relatos históricos hispanos

Antología

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Un siglo de relatos históricos hispanos

Historias de la imposición yanquisobre Hispanoamérica y España

Colección AqueronteEdiciones Irreverentes

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Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra porcualquier procedimiento y el almacenamiento o transmisión de la totalidad o parte de sucontenido por cualquier método, salvo permiso expreso del editor.

De la edición: © Ediciones Irreverentes S.L.De sus respectivas obras: © Agustín Cadena, Alfredo Ruiz Islas, Julio Fernández Peláez, ElenaMarqués, Paloma Hidalgo, Rosario Martínez, Teresa Galeote, Salvador Robles Miras, CarlosOrtiz de Zárate, José Vázquez Romero, Francisco José Peña, Joan Llensa, Lucía del Mar Pérez,Jaume Serra, Sandra Rodríguez, Miguel Ángel de Rus, Andrés Fornells, Kalton Harold Bruhl.Del prólogo © Elena Marqués Edición Literaria de Elena MarquésFotografía de portada © Dmitry Mayatskyhttp://www.edicionesirreverentes.comISBN: 978-84-15353-26-3Depósito legal:M-5852-2012Diseño de la colección: Dos DimensionesDiseño de cubiertas y composición: Absurda FábulaImprime: PublidisaImpreso en España.

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ÍNDICE

PrólogoElena Marqués . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7

Ocho mil hombresAlfredo Ruiz Islas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

La víspera de Armadillo BerlinAgustín Cadena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17

Explosión en el MaineJulio Fernández Peláez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25

Bananas y violetasElena Marqués . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31

Carne y pastelesPaloma Hidalgo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39

InsurrecciónRosario Martínez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45

En el trenLeopoldo Alas, Clarín . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53

El preso 113Teresa Galeote . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59

SorpresaLeopoldo Lugones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67

Un héroe de guerraSalvador Robles Miras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81

Libertad, Igualdad, LeyCarlos Órtiz de Zárate . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87

Las brujas de ShulcahuangaRicardo Palma . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95

El último habanoJosé Vázquez Romero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103

El afrancesadoPedro Antonio de Alarcón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113

Desencuentro por una guerraFrancisco José Peña . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125

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A pesar de todo lo maloJoan Llensa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 135

El duro de AmadeoLucía del Mar Pérez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141

Barcelona, calle San Ramón, noviembre 1935, siete de la tardeJaume Serra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149

El recuerdo, Cádiz 1819Sandra Rodríguez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157

Puedes ir en pazMiguel Ángel de Rus . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 163

El catecismoEmilia Pardo Bazán . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171

El mayor crimen humanoAndrés Fornells . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 177

Banana RepublicKalton Harold Bruhl . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 187

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PRÓLOGO

¿Qué espera el lector de una antología de relatos históricos? ¿Unarecreación de batallas famosas teñidas por la humareda de los caño-nes y el silbido de las balas? ¿Una enumeración de anécdotas, la mayo-ría de las veces inventadas, de sus personajes más célebres? ¿Unaexplicación, o incluso una mala justificación, de credos e ideologías queaparentemente no tienen excusa a los ojos del hombre civilizado?No creo que me equivoque demasiado al asegurar que los más denosotros buscamos al tipo débil que somos, con todas sus miserias, contodos sus errores repetidos hasta la saciedad. No puede deberse a lacasualidad que las historias que componen este volumen, tanto deautores contemporáneos como de clásicos de la talla de Clarín, Leo-poldo Lugones, Ricardo Palma, Pedro Antonio de Alarcón o la Par-do Bazán, se regodeen sobre todo en esa interminable sucesión defracasos que componen la historia universal.

Entre las páginas de este libro se deslizan los nombres de próce-res de la Independencia (José Martí en «El preso 113»), agitadoresindígenas (José Luz de la Verdad en «Las brujas de Shulcahuanga») oheroínas casi míticas (Mariana Pineda en «Libertad, Igualdad, Ley»),o incluso poetas abatidos a balazos (Federico en «Barcelona, calleSan Ramón, 25 de noviembre, siete de la tarde»), así como momentosque trajeron tras de sí regueros de sangre con tremendas consecuen-cias hasta nuestros días (paséese el lector cuando pueda por «Explo-sión en el Maine», «Un héroe de guerra» o «Desencuentro por unaguerra»); pero también son muchos los autores que han sucumbido alconcepto unamuniano de intrahistoria y narran la vida de seres sinnombre o sin importancia («Ocho mil hombres», «A pesar de todo lomalo»), fugitivos y prostitutas («La víspera de Armadillo Berlin» o

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«El recuerdo. Cádiz, 1819»), personajes que ejemplifican el sufrimien-to y los atropellos que acompañan al ser humano desde el origen desus días («Bananas y violetas», «Puedes ir en Paz» o «Carne y pasteles»).Tanto unos como otros, los conocidos y los ignorados, adquieren a lapostre idéntico protagonismo, ya luchen convencidos por el concep-to abstracto de la Patria, por sacar tajada y aprovechar la coyuntura quese les ofrece o por salvar el propio pellejo (véanse al respecto «Elcatecismo», «Banana Republic» y «El mayor crimen humano»).

Y es que en la lectura de un relato nos fijamos sobre todo en susactores, a los que queremos cercanos, de los que ansiamos escuchar susvoces, en los que nos reconocemos y de cuyas vidas participamospor un rato. Por eso resulta entrañable que personajes que sólo cono-cemos por estampar una firma en un tratado se humanicen para no-sotros fumándose un puro y llegando tarde a citas trascendentales(«El último habano»), o que un himno cantado por un ciego cocham-broso convierta en héroes a los caídos («Sorpresa»). Porque los caídos,a nuestros ojos de lectores acomodados en el sillón, cobran una gran-deza y una dignidad inexpresables.

Pero quizás uno de los aspectos más interesantes de leer historianovelada o relatos con un trasfondo histórico es el poder contem-plar un mismo hecho desde diferentes puntos de vista, el de los ven-cedores y el de los vencidos; asistir al mismo tiempo a la victoria y a laderrota («En el tren»); u observar cómo la realidad se repite inevitable-mente, por torpeza, tozudez o las fuerzas irremediables del hado (eldesembarco de Amadeo de Saboya en el puerto de Cartagena en «Elduro de Amadeo» no es sino un presagio de su futura derrota). Ocómo se hace presente el famoso refrán de la paja en el ojo ajeno,pues España, invadida por las tropas francesas («El afrancesado»), nose percata de que ella misma es una intrusa en las tierras de ultramar.

No quiero alargarme demasiado. Estaréis impacientes por leertodo lo expuesto brevemente en estas líneas. Sí quiero advertiros: No

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esperéis que en ellas vais a encontrar una respuesta, que al fin cono-ceréis la historia verdadera del siglo y medio que esta selección derelatos intenta recoger, pues ni siquiera los que asistieron a lo queaquí se cuenta estarán seguros de lo que les sucedió, y los que noslas damos de literatos a menudo no concedemos importancia a eso.Más bien nos jactamos de embaucar con palabras, mezclar persona-jes reales y ficticios, hacer decir a los muertos mensajes que nuncapronunciaron, engrandecer a los villanos, vilipendiar a los justos.

Por eso querría terminar con estas palabras del cuento «Insurre-cción», pues creo que cierran convenientemente esta breve explicaciónde la utilidad del libro que vais a tener el placer de degustar. «La His-toria, esa sucesión de hechos que avanza en el tiempo, está forjadapor individuos valientes, recios, inteligentes, de trayectoria conocida ylaureada. También de héroes de leyenda y personajes anónimos, recón-ditos o innombrados, que merecen existir en el imaginario colectivo delos pueblos, para alimentar la llama de los valores verdaderos, aun-que su huella ande embarrada en las tinieblas de la incertidumbre.»

ELENA MARQUÉS

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Ocho mil hombresALFREDO RUIZ ISLAS

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ALFREDO RUIZ ISLAS(Ciudad de México,1975). Es Licenciado y Maestro en Historiapor la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad NacionalAutónoma de México. Es miembro del cuerpo académico de dichaFacultad en el Colegio de Historia de la División de Estudios Pro-fesionales y en el Departamento de Historia de la División Siste-ma Universidad Abierta. Actualmente cursa el Doctorado enHumanidades (Línea en Historia) en la Universidad AutónomaMetropolitana Campus Iztapalapa. Su línea de investigación es laHistoria cultural y de la vida cotidiana, referida en particular alanálisis de los discursos y el empleo de la retórica.

Entre sus obras publicadas cabe mencionar La cultura mexicana,1900 – 2000. México, Editorial Santillana, 2004; La historia deMéxico a través de sus mapas. México, Editorial Terracota, 2008,y El camino de la insurgencia. México, Editorial Terracota, 2010.

Con este relato fue ganador del IX Premio Internacional de Rela-to Sexto Continente, convocado por Radio Exterior de España yEdiciones Irreverentes).

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Ocho mil hombres. Ni uno menos. Tal vez algunos más.Winfield Scott entró a la Ciudad de México —la Ciudad de los

Palacios de Humboldt, aunque maldita la cosa le importaban talespalacios al flamante conquistador— con ocho mil soldados a susespaldas. Atrás dejó los cadáveres insepultos en Padierna, en Churu-busco, en el Molino del Rey, en Chapultepec. Atrás quedó la odisea quehabía significado desplazarse desde Veracruz hasta México a través deselvas, de montañas, de áridos valles o de interminables planicies.También quedaron atrás la heroica —por no decir desesperada einfructuosa— resistencia de los veracruzanos, el absurdo sacrificiode soldados y milicianos en Maltrata y hasta la cómplice indolencia delos poblanos. Todo quedó atrás.

14 de septiembre de 1847. El ejército estadounidense abandonael Castillo de Chapultepec y se apresta a recorrer la legua —tres millasy media, desde su punto de vista— que los separa de la ciudad. Seráun desfile triunfal. La clásica parada militar —con todo y banda demúsica— en la que, azorado e impotente, el vencido contempla elpaso gallardo del vencedor mientras la mirada altiva e indiferente deéste lo somete sin remedio, lo humilla, le muestra su sitio y le eviden-cia el por qué de su derrota. Gusano. Un desfile de garbosos caballos,uniformes y correajes impecables, fusiles bruñidos, espantables caño-nes. Y de ocho mil soldados envanecidos tras haber aniquilado losejércitos andrajosos del enemigo —tal y como se los imaginaba—,saqueado sus templos —guaridas del fanatismo y la idolatría—, vio-lado a sus mujeres —inaceptables para sus estándares estéticos, peroqué remedio—, expoliado sus campos y su hacienda —el digno botíndel vencedor—. Ni más, ni menos.

El ejército entra en la ciudad por la calle de Tacuba. No los reci-be una multitud que los vitorea —como esperaban algunos—, ni tam-poco un conjunto de caras atónitas —como quisieran los más—. Los

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recibe, en cambio, una lluvia de adoquines. Una granizada de balas.Cuadrillas de léperos armados con palos, con piedras, con cuchillos.Mujeres desgreñadas que, desde los balcones y las azoteas, lanzan alpaso del invasor tiestos, macetas, aceite hirviendo, orines. La columnavictoriosa se dispersa y comienza la matanza. Calle por calle. Casa porcasa. Las mujeres oponen sus dientes y sus uñas a los sables y las bayo-netas. Los hombres pelean desesperados, se hacen fuertes en sótanosy callejones, repelen la embestida del enemigo, lanzan furtivos con-traataques. Los comercios se abren subrepticiamente para abastecer delo necesario a la plebe, las casas reciben a los heridos y los curan conlo que hay a la mano —sábanas hechas jirones, sal, agua, aceite y vina-gre; no mucho más—, los templos se cierran a piedra y lodo lo mismopara el saqueador que para el que busca acogerse a sagrado.

La tenacidad del estadounidense —proverbial— se impone pocoa poco. Inclemente. Sin razón alguna, un soldado rubio aplasta el crá-neo a una niña con la culata de su fusil. Una mujer cae ensartada poruna bayoneta después de subir a la grupa de un caballo y, sin pensár-selo dos veces, apuñalar al jinete antes de que éste logre apuntar. Doshombres lanzan piedras y reciben a cambio una descarga de fusilería.Los rebeldes aparecen donde menos se les espera, liquidan partidas ais-ladas de invasores, desaparecen, son cercados y quedan tendidos sobrela calle. Una joven pierde la cabeza tras acercarse a un pelotón conlas manos extendidas. Pedía sólo un poco de pan, cualquier caridad.

La noche toma posesión de la ciudad. Al norte se insinúa unincendio mientras los perros salen de sus madrigueras y se dan unfestín de carne fresca. Manos invisibles surgen en medio de la oscu-ridad, ubican los cadáveres —con uniforme o sin uniforme; con fal-das o con pantalones— y los desnudan. Ya aparecerán en el tianguisdel Baratillo las camisas, las casacas, los sombreros, las leontinas, lascrinolinas. Al amparo de la penumbra, el conquistador agrega, a supapel de ejecutor de una ley inexistente, el de salteador. Las puertas delas tiendas saltan por los aires a tiros y a culatazos, los templos son

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OCHO MIL HOMBRES

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expoliados, las casas no se salvan del furor. Allá, una mujer clamamisericordia mientras tres uniformados le desgarran las ropas. Acá, untendero es colgado de una farola por oponerse a entregar víveres y cau-dales. Más allá, un pelotón dispara contra un grupo de sombras quehuye. O que, al menos, lo intenta.

15 de septiembre. Nadie sabe dónde ha quedado el Presidente dela República, el inefable Antonio López de Santa Anna. «Ha renuncia-do». «Está en Toluca». «Va rumbo a Guatemala». Se hizo con el poder—como de costumbre— en medio de la crisis, aupado por el clamorpopular, y ahora ha desaparecido. No para siempre, pero ése es otrocantar. Sin embargo, su ausencia, sumada al entreguismo —disfraza-do de civilidad— del Ayuntamiento, desalienta a la población. LaGuardia Nacional —lo que de ella queda— aún tiene arrestos bastan-tes para organizar la resistencia donde mejor puede, planea ataques,busca puntos fuertes, construye ciudadelas imaginarias. El pueblocorre, presenta batalla, muere en cualquier esquina, se sabe perdidopero trata de vender cara esa misma perdición. El invasor, en tanto,divide la ciudad en zonas y acaba sistemáticamente con los defenso-res. Entre menos queden, mejor. Los mutilados se arrastran por lascalles ante la indiferencia general. ¿Usted no tiene brazos? Yo no ten-go piernas. A éste lo llevamos al hospital. El de más allá será operadoen cuanto dispongamos de un segundo de paz. A ese otro ha dejadode interesarle si recibe atención o no. Cada cual está en lo suyo, endefenderse, en atacar al enemigo, en hacerse con alguna ganancia—incluso menuda— en el río revuelto, en proteger las ventanas oen reforzar las puertas. O en esconder a las hijas.

La urbe es un sepulcro abierto al caer la tarde. Los últimos con-tingentes rebeldes han sido dispersados y la gente se encierra en suscasas a esperar lo que les depare la noche. El sonido marcial de lostacones sobre las aceras es lo único que rompe el silencio. Ocasio-nalmente se alcanzan a escuchar disparos, pero cada vez son más leja-nos. Y más esporádicos. La vigilia es tensa, nadie duerme. Nadie sabe

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ALFREDO RUIZ ISLAS

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con certeza en qué momento su puerta se abrirá con estrépito y un aludde sujetos vestidos de azul arreará con todo. Tampoco se sabe si, enun santiamén, la calle frente a la ventana propia se convertirá en el nue-vo campo de batalla. Sólo resta esperar a que amanezca. Mientras,por si acaso, no falta el que sitúa en un lugar visible la bandera de lasbarras y las estrellas —o algo que se le asemeje— para así, simbólica-mente, cambiar de bando. Si, por lo mismo, alguien apedrea la casa, nihablar de ello. Gajes del oficio.

Día 16. Día de la Independencia, según reza el calendario cíviconacional. Día de sacar cuentas, de enterrar a los muertos, de haceralgo con los heridos. Día, según el Ayuntamiento, de restablecer elorden; según Scott, de cortar por lo sano cualquier intento de ofensacontra sus hombres. Día de abrir nuevamente los comercios —losque aún tienen géneros para hacerlo—, de retomar la normalidadsuspendida por las hostilidades, de encontrar a los vecinos y pregun-tar por los ausentes. Día de fiesta. Día de observar al enemigo formarfilas frente al Palacio Nacional y ver su bandera ondear en el astaprincipal. De enterarse que Santa Anna estaba cerca, muy cerca, en laVilla de Guadalupe, y que apenas ahora, justo antes de partir conrumbo desconocido, ha presentado su dimisión. Día de guardar silen-cio, de ventilar la casa, de mirar las caras mustias y las orejas gachas delos diputados que, meses atrás, vociferaban en el Congreso exigiendola guerra total contra el vecino incómodo. Día de luto.

Dos mil bajas —según los cálculos más exaltados— ha sufrido elejército estadounidense en apenas dos jornadas. El mexicano, contodo y los seiscientos millones de pesos gastados en formarlo—mal— y en equiparlo —peor—, ha desaparecido, junto con losúltimos vestigios de la dignidad nacional. Ahora, todo se reduce aesperar. A esperar que el invasor se marche pronto, que sea clemen-te, que muestre algo de humanidad, que se deje arrebatar unas cuan-tas migajas. La espera, lo saben todos, será larga. Eterna.

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OCHO MIL HOMBRES

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La víspera deArmadillo Berlin

AGUSTÍN CADENA

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AGUSTÍN CADENANació en Ixmiquilpan, Hidalgo, en 1963. Es novelista, cuentista,ensayista, poeta y traductor, además de profesor universitario deliteratura. Ha publicado más de veinte libros y ha colaborado enmás de cincuenta publicaciones de diversos países. Premio Nacio-nal Universidad Veracruzana 1992, Premio de los Juegos Flora-les de Lagos de Moreno 1998, Premio Nacional de Cuento InfantilJuan de la Cabada 1998, Premio Netzahualcóyotl del Gobierno deHidalgo 2000, Premio Timón de Oro 2003, Premio Nacional deCuento San Luis Potosí 2004, Premio Nacional de Cuento JoséAgustín 2005, Premio de Poesía Efrén Rebolledo 2011. Parte de suobra ha sido antologada y traducida al inglés, al italiano y alhúngaro. Algunos de sus libros: Tan oscura (México, JoaquínMortiz, 1998), Los pobres de espíritu (México, Patria / NuevaImagen, 2005), Las tentaciones de la dicha (México, EditorialJUS, 2010), y Alas de gigante (México, Ediciones B, 2011).

Con este relato fue ganador del IX Premio Internacional de Rela-to Sexto Continente, convocado por Radio Exterior de España yEdiciones Irreverentes).

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Poco antes de que el primer cohete estallara en el cielo y las campanasde la iglesia comenzaran a llamar, el forajido Armadillo Berlin desper-tó de una pesadilla. Estaba dormido —en su sueño se veía dormi-do— en la misma habitación que su madre, en una cama próxima a lasuya. De repente empezó a soñar —dentro de su sueño empezaba asoñar— que una mexicana a quien ya despierto reconocería comoClementina Aguiar le daba la espalda y lo dejaba solo en medio deun llano oscuro. Caminaba desnuda y por sus muslos escurría la san-gre de su desfloración. Pero no había sido él quien la violara, sinootro hombre: un ser oscuro, invisible, que surgió de entre las sombrasy vino a despojarlo. Armadillo Berlin intentó gritar; soñó que lo hacía:lanzaba gritos muy negros, desesperados, que sacudieron su sueño yrebotaron dentro de él como en el interior de una tumba. Gritaba enespañol la palabra «puta» para llamar a Clementina Aguiar, para recu-perarla. Gritaba también para que su madre despertara y se levantaraa consolarlo metiéndole en la boca su pezón envejecido, diciéndole,mientras lo arrullaba, que todo había sido una pesadilla. Pero ni unani otra podían oírlo y él seguía gritando. En su sueño quería escapardel sueño del llano, pero no podía.

Entonces lo despertaron los cohetes. Era la madrugada del 16de julio de 1866, día en que los mexicanos celebraban a la Virgen delCarmen. El forajido Armadillo Berlin se levantó del rincón dondehabía dormido, en el suelo, y se acercó a la reja del calabozo. Éste seencontraba en un patio trasero del cuartel, protegido por bardas altasy encaladas que reflejaban serenamente la luz de la madrugada. Nohacía frío y a través de la reja alcanzaba a verse la luz de la luna, alta yblanca.

Ese sueño ya lo había tenido antes, otras veces. Clementina loprovocaba en su hombría, desafiándolo; lo miraba como si quisieraque él la protegiera, con esos ojos de ángel mestizo y esa mirada de

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demonio que tenía; lo miraba sonriéndole, invitándolo. Ella lo habíahecho cobarde, lo había hecho tentarse demasiado el corazón, olvidarque en la vida había que aceptarlo todo y no hacer cuentos de nada, nopreguntarse nada. En el sueño, los pechos oscuros de la mexicana seerguían hacia él hinchados de desprecio.

Armadillo Berlin venía de una familia ilustre. Era nieto por líneamaterna del capitán Kenneth Moon, que había participado en la gue-rra de Texas. Y su padre era médico militar y había salvado del escor-buto a varias poblaciones. En esa época optimista servía de muchopertenecer a una familia respetable. Había grandes esperanzas de quelas cosas mejoraran. El presidente Lincoln estaba cumpliendo las pro-mesas que hiciera para su nuevo período presidencial: terminar deunir la nación y luego curar sus heridas. En el pueblo de Armadillo Ber-lin, para empezar, se habían restablecido las guarniciones de los fuer-tes. Esto mantenía a raya a los indios comanches, kiowas y kikapoos,que aterraban a las poblaciones texanas. Los soldados habían logradodesviarlos hacia la frontera. De ese modo, los únicos que seguíanhaciendo incursiones en territorio civilizado eran los indios mesca-leros y las partidas de bandidos blancos y mexicanos que andabanpor todas partes. Al principio, Armadillo Berlin peleó contra ellos.

Era morena y callada y deseaba sobre todas las cosas tener hijos.Muchos, decía. El joven Armadillo Berlin, tirador experto y nietoúnico de un patriota texano, empezó a buscarla sin saber que su ena-moramiento sería para siempre y acabaría por matarla. Pero no ledijo nada porque siempre vivió sin seguridad, callado, torturado. Sumadre quería que fuese hombre de leyes o de ciencia, porque estabasegura de ver en él una disposición sensible hacia sus semejantes, y conesa misma idea su padre se lo llevó a los dieciséis años a que le ayuda-ra en las guarniciones. Fue en la época más difícil. Con la GuerraCivil, los soldados se habían acostumbrado a una vida de acción y,de un modo u otro, emocionante. Ahora se aburrían montando guar-dia en los fuertes y se iban a emborrachar a las cantinas de Dallas,

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LA VÍSPERA DE ARMADILLO BERLIN

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cuando no a los burdeles mexicanos de San Antonio. Luego habíaque estarlos curando. Y eso no era todo. Muchos problemas sanitariostenían su origen en la alimentación. No estaban en la abundanciacomo en México, donde se decía que la gente amarraba los perroscon longaniza. Aquí la comida era escasa y pobre en variedad. Carnesí había, bastante, pero se resentía la falta de frutas y verduras, espe-cialmente en los fuertes. En el más cercano a Sherman, que tenía unaguarnición de sesenta hombres, esta deficiencia había producido unbrote generalizado de escorbuto. Auxiliado por lo que había aprendi-do de los mexicanos mientras peleaba contra ellos, el padre de Arma-dillo Berlin los curó. Mientras sus colegas yanquis no sabían quéhacer, él consiguió unos barriles de pulque de Tamaulipas y obligó alos soldados a tomarse un vaso todas las mañanas, en ayunas. Y real-mente los obligó, porque esos hombres recios, curtidos por las balas,parecían niños forzados a alimentarse. Después de una semana deesta dieta, empezaron a sentirse mejor y en quince días estaban yacompletamente curados. Fue entonces cuando Armadillo Berlin deci-dió huir del fuerte. Bajó a caballo hasta San Antonio y ahí conoció aClementina Aguiar.

Aquél fue el año de la sequía, y sólo por noticias se enteró Arma-dillo Berlin de lo que estaba padeciendo su padre, que no quería vol-ver a saber nada de él. No llovió en muchos meses y allá, en el nortede Texas, la gente tenía que caminar grandes distancias para encontraragua; la almacenaban en barriles y ahí la tenían durante días, hastaque adquiría un olor extraño y se contaminaba de larvas. Por esohabía tanta disentería. Al fuerte de Sherman, convertido temporalmen-te en hospital, llegaban enfermos cada semana, americanos y mexica-nos por igual. Llegaban pálidos, apenas sosteniéndose en pie. Texas erauna tierra salvaje, y más que los pueblos iban creciendo rápidamente,saturándose de violencia y de problemas. Esto era porque desde hacíacasi una década, cuando descubrieron el oro en California, muchagente —aventureros— dejaba familia y posesiones y se iba para allá.

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AGUSTÍN CADENA

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Texas no era más que una estación de tránsito, pero muchos descu-brían que ahí podían hacer lo que les placiera, sin respetar más ley quela de la fuerza, y se quedaban en alguno de esos pueblos.

La última noche de la sequía, Armadillo Berlin tuvo en su catre decampaña una pesadilla de la cual despertó sudando. En ella se veía dor-mido al lado de su madre, abrazándola como cuando era niño, ycomenzaba a soñar con Clementina Aguiar. La llamaba a gritos enmedio de un llano oscuro. Y llamaba a su madre para que le quitara elmiedo. Entonces llegaba un hombre oscuro y le robaba a las dos.

Por miedo, por odio también, tal vez, Armadillo Berlin se entre-gó a una vida licenciosa, de pendencias y violaciones. Así se enamo-ró de la india Soledad Palacios, a quien arrancó de la mancebía de unmestizo alcohólico. Entre sus piernas de barro negro aprendió que sóloel amor carnal podía conciliar esas pasiones que combatían sin treguadentro de él, agotándolo. La india era dulce y estaba acostumbrada almaltrato, del cual nunca se quejaba. Sus ojos tristes parecían leer el des-tino de los hombres. Y vio que el del suyo estaba marcado por el mie-do. Le tuvo una paciencia infinita, le ayudó a olvidar, le quitó laspesadillas. Y Armadillo Berlin, que raras veces había podido mante-ner la erección de su miembro ante una mujer desnuda, se sintió cura-do con ella. Tal vez empezó a quererla, y tal vez fue eso lo que lohizo reaccionar como reaccionó: se fue a México y se unió a una ban-da de indios mescaleros que asolaban ambos lados del Río Grande.

En abril de ese año, cuando las terrazas y balcones de todos lospueblos mexicanos lucían llenos de flores, y Benito Juárez había ocu-pado finalmente el puerto de Veracruz, el forajido Armadillo Berlindecidió atacar a su propia gente. Primero quiso valerse de Soledadpara asesinar al sheriff, pero ella se negó a ayudarle y entonces el fora-jido le quemó los pechos en el enorme brasero de un rancho mexica-no y luego la ultimó de un balazo en la frente. A nadie le importó.Después intentó franquearle la plaza al jefe de los mescaleros, pero per-dió y fue herido en la cara.

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Alentado, quizá protegido por el odio que ahora sentía haciatodos, se ocultó en Galveston y en el 62 se alquiló como mercenarioen contra de los mexicanos, que nuevamente eran invadidos. Se unióa los dos mil quinientos soldados de caballería que debían escoltar alos convoyes franceses. A partir de entonces, y hasta su detención enuna ranchería de la Huasteca, el ahora teniente del ejército de Maxi-miliano, Armadillo Berlin, se distinguiría por su sadismo. Sólo él lo libróde las pesadillas, del miedo a la muerte y del fantasma de ClementinaAguiar.

A las seis de la mañana llegaron por él. Había amanecido un díapurísimo y los cohetes se prolongarían hasta el anochecer. Se dirían tresmisas. El pueblo celebraba a la Virgen del Carmen, en cuya iglesia seencendían veladoras para pedir por el presidente Juárez y por el triun-fo de la República. El teniente Armadillo Berlin sería exhibido por lascalles como forajido y enemigo de la patria. Lo ataron por el cuello ala silla de un caballo y lo hicieron bajar del cuartel a culatazos.

Lo fusilaron. Dicen que caminó como un hombre entre los sol-dados, que se dejó vendar los ojos con los huevos bien puestos. Perodice otra versión que el forajido tuvo miedo, que hasta iba llorando porlas calles después de que una anciana loca salió a escupirlo, y queantes de recibir la descarga gritó en español pidiéndole perdón a unamujer.

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Explosión en el MaineJULIO FERNÁNDEZ PELÁEZ

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JULIO FERNÁNDEZ PELÁEZ(Zamora, España,1963). Performer, dramaturgo, poeta, novelista.Desarrolla su labor artística y literaria desde 1984. Ha participa-do en numerosos eventos de arte de acción, es co-fundador de larevista de artes escénicas Núa. Desde 2009 coordina el ciclo depoesía experimental Poéticas para una vida, en el Museo Ver-bum, de Vigo. Es el ganador del VI Premio El Espectáculo Teatralcon su obra Manifiesto capitalista para destrozar corazones. Enel año 2011 obtuvo el Premio Ángel Ganivet de relato. Es autor delos libros de poesía: 1+1, tendiendo a 2, Mil metros de amor y undisparo y Arderán las selvas se talarán las montañas se esquilma-rá la lluvia, de novelas como La risa del conejo, La losa baila elagua, K-mandra o la velocidad de los sueños y Gomas de borrarresplandores. Ha publicado en Ediciones Irreverentes la obra tea-tral Filamentos de tiempo, y en las antologías Hiroshima, Truman,El hombre que se ríe de todo, Demasiado viejo para el rock and roll,demasiado joven para morir, Antología del relato negro IV: Ase-sinatos profilácticos. Ha participado en la antologías de M.A.R.Editor París y Viena.

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