Breve Historia de las Religiones

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1 Breve historia de las Religiones (Guía espiritual de “El viaje de Teo”. Catherine Clément) Enrique de Soto Toledano

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Breve historia de las

Religiones (Guía espiritual de “El viaje de Teo”. Catherine Clément)

Enrique de Soto Toledano

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Índice.

Israel.

Judios, cristianos y musulmanes.

Relaciones entre judíos y cristianos.

El libro de Mormón.

El Jerusalem de los Judios, los hebreos y los musulmanes.

Jerusalén. La Cúpula de la roca.

El muro de las lamentaciones.

Las alianzas.

Los judíos de la Edad Media al S. XIX.

El estado judío.

La basílica del Santo Sepulcro.

Las iglesias en Jerusalen.

Latina, ortodoxa, armenia, etíope, copta.

El amor en las tres religiones.

Mea – Sheirim.

Historia de Baal-Shem.

Yad Vashem.

Belén. (La basílica de la Natividad)

Egipto y sus dioses. La iglesia copta.

Concisa historia de Hipatia.

El barrio copto.

Relación entre el antiguo Egipto y el judaísmo. Historia de José.

Amenofis IV Akenatón.

Roma.

Las vestales y el culto al fuego.

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Los primeros cristianos. Las Catacumbas.

Los cátaros.

El estado vaticano.

Las Bienaventuranzas.

Los museos vaticanos.

Enlace con la religión de la Índia. Shiva.

La Índia de las siete caras y las ocho religiones.

Nueva Dheli. Los Sij versus los Nazireos. Los Sij.

Ganesha. El dios elefante.

Las religiones de la Índia a través de Nueva Dheli.

El templo de Gurdwara.

La ciudad musulmana de Nizamuddin. Los Sufís.

El templo de los Bahais.

El sistema de castas en la actualidad.

Benarés. El Ganges. El dios Hanuman.

Los dioses en la Índia. Visnú, Krishna, Hanuman, Rama.

Adoración en Índia. Skanda y Ganesha.

El Ganges.

Yoga.

La fabulosa historia de Buda.

La gran mezquita de Benarés.

Dargeeling

Historia de la fusión entre el budismo y el bon.

Sincretismo religioso. Bhagavad gita.

Los sacrificios en las religiones. Del hombre al animal. Del animal al pan.

China. El orden del mundo.

El Tao.

Confucio.

Lao-Tse.

Indonesia.

La gran pagoda de Yacarta.

Los dioses de Indonesia. Culto a los antepasados.

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Japón.

El rito del haraquiri (Seppuku).

Los 47 ronin.

Amaterasu.

Sintoismo.

Zen.

Bodhidharma.

El teatro no.

La mujer en la religión.

La ceremonia del té.

Ceremonia Sinto.

Los templos de Ise.

Moscú.

Leyendas rusas y religión.

Las iglesias del Kremlim.

Los sufre-pasión.

Los visionarios.

La nueva Iglesia de Rusia.

El monasterio de San Sergio.

Estambúl.

El Corán. (Las obligaciones del musulmán)

Las múltiples ramas del Islam.

Peregrinacón a la Meca.

La Kaaba.

Santa Sofía. El icono entre la cruz y la media luna.

La mezquita azúl. Ablucciones cinco veces al día.

Los sufíes. La danza de los derviches.

El trabajo de los místicos.

Senegál. (El Islám negro)

Los baobab sagrados.

La cosmología africana. El mito dogón.

Los serere. El nacimiento de los muertos. El poblado Fadiouth. La ceremonia N‘Doeup.

Casamance. El otro Senegál. El África selvática. Tierra de Diolas.

La isla de Gorée. La casa de los esclavos.

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Brasíl.

Bahía. Los Orichas. El Candomblé.

Ochún, Yemayá, Changó.

Nueva York. La gran manzana. Los protestantes.

La iglesia baptista.

Thomas Münzer.

Las Beguinas.

Calvino.

El pentecostalismo.

Praga. (La práctica del judaísmo)

El rabino Low.

Mormones en Praga.

El gueto de Praga.

La tumba del Maharal en el cementerio judío. El golem.

El Shabbat.

El barroco. La sinagoga vieja-nueva.

El árbol de las religiones.

Los cultos de cargo.

La oración final.

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BREVE HISTORIA DE LAS RELIGIONES

(Guía espiritual de El Viaje de Teo. Caterine Clément)

ISRAEL

Judíos, cristianos y musulmanes.

En el estado de Israel los ciudadanos son judíos en su gran mayoría. Y el judaísmo es la

religión del país. Como no existe constitución, el judaísmo es la religión del estado, y

aunque están perfectamente autorizadas el resto de las confesiones, las leyes del

judaísmo se aplican estrictamente. En los países católicos se descansa el domingo

porque es el día de la resurrección de Cristo, pero también supone un día de descanso

para la generalidad de los ciudadanos. En Israel sin embargo, se detiene toda actividad

desde el viernes a partir del anochecer, hasta el sábado a la misma hora. Es el día del

shabbat, que se toma con mucha seriedad. Los judíos tradicionalistas –los muy

practicantes– quieren aplicar los principios religiosos según los cuales, durante el

periodo del Shabbat, el judío se dedica a la oración sin que le sea permitido encender el

fuego ni la luz; cocinar o tomar el ascensor. Estas medidas están muy vigiladas. Sin

embargo, muchos israelitas son sencillamente laicos que respetan las leyes civiles del

propio país y que creen que no se debe inmiscuir la religión en todas las actuaciones de

la vida. Se puede por tanto ser católico y laico, judío y laico, protestante y laico.

El judaísmo es la religión del estado de Israel, pero no todos sus ciudadanos la practican

de la misma manera. Algunos se limitan a creer en el Dios de los judíos y a obedecer

sus mandamientos, otros son simplemente piadosos, y otros, en fin, son ateos. Además

están los tradicionalistas cuya idea es muy simple: mientras exista en la tierra un solo

judío que no respete el reposo del Shabbat, el Mesías no podrá venir a liberar al mundo.

Por eso los tradicionalistas exigen el estricto cumplimiento de las reglas. En general a

estos se les reconoce por llevar barba y un gorro redondo de punto, que cubre la

coronilla, llamado kipá. Según la tradición, el hombre judío ha de llevar la cabeza

cubierta ante Dios. A veces lo hacen mediante el kipá, otras con un sombrero negro de

ala corta o una gorra ribeteada de piel.

Los tradicionalistas se distinguen de los demás en que observan su religión de una

forma rigurosa. Pero sobre todo, muchos sueñan con el Gran Israel. No quieren a los

palestinos en sus tierras. Un tradicionalista asesinó a Isaac Rabín porque era partidario

de establecer la paz con los palestinos.

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En un principio en Israel moraban los cananeos, que veneraban en el valle de Gehena, a

unos dioses y diosas a los que ofrendaban sacrificios para que lloviera, se regara la tierra

y obtener buenas cosechas. Hay quien afirma que incluso sacrificaban a sus propios

hijos…En cualquier caso, los cananeos adoradores de estatuas, concertaron una alianza

con el minúsculo pueblo de los hebreos que adoraban a un único dios, cuyo nombre les

estaba prohibido pronunciar. Sólo se decían sus iniciales: YHWH (El que no tiene

nombre).

Los profetas han comparado muchas veces la relación de Dios con su pueblo con un

matrimonio. A Dios se le describe como un marido celoso que lucha por el amor

exclusivo de la mujer elegida. La relación entre los judíos y Dios es única. El amor de

Dios pesa sobre los judíos. Dios se enfada a menudo con su pueblo. Los judíos, en sus

avatares, fueron deportados a Babilonia por el rey Nabucodonosor. Luego fueron

expulsados por los romanos tras la destrucción del templo. Entonces empezó un

larguísimo exilio por todo el mundo. Primero por el imperio romano, en Grecia y en

Egipto; más tarde en el Magreb, en Italia, en España, en Rusia, en Polonia, en la India,

en China. Más tarde en América del Sur, en Estados Unidos, en África, siglo tras siglo,

por todo el mundo. Y a través de los siglos, no dejaron de ser perseguidos. Sobre todo

en 1933; durante la segunda guerra, la Shoah.

Este siglo ha sido testigo de una tragedia indescriptible, que nunca se podrá olvidar: el

intento del régimen nazi de exterminar al pueblo judío, con el consiguiente asesinato de

millones de ellos. Hombres y mujeres, ancianos y jóvenes, niños e infantes, sólo por su

origen judío, fueron perseguidos y deportados. Algunos fueron asesinados

inmediatamente; otros fueron humillados, maltratados, torturados y privados

absolutamente de su dignidad humana y, finalmente, asesinados. Poquísimos de los que

fueron internados en los campos de concentración pudieron sobrevivir, y los que lo

lograron han quedado aterrorizados para el resto de su vida. Esa fue la Shoah: uno de

los principales dramas de la historia de este siglo; un drama que nos afecta todavía hoy.

Las relaciones entre judíos y cristianos

La historia de las relaciones entre judíos y cristianos es tormentosa. Lo reconoció el

Santo Padre, Juan Pablo II, en sus repetidos llamamientos a los católicos a examinar sus

relaciones con el pueblo judío. En efecto, el balance de estas relaciones durante dos

milenios ha sido más bien negativo. En los albores del cristianismo, después de la

crucifixión de Jesús, surgieron disputas entre la Iglesia primitiva y los judíos, jefes y

pueblo, los cuales, por su adhesión a la Ley, a veces se opusieron violentamente a los

predicadores del Evangelio y a los primeros cristianos. En el pagano Imperio romano,

los judíos estaban legalmente protegidos por los privilegios otorgados por el

Emperador, y las autoridades, que, en un principio, no hicieron distinción entre

comunidades judías y cristianas. Sin embargo, pronto los cristianos fueron perseguidos

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por el Estado. Cuando más tarde, incluso los emperadores se convirtieron al

cristianismo, de entrada siguieron garantizando los privilegios de los judíos. Pero

grupos de cristianos exaltados que irrumpían en los templos paganos, hicieron en

algunos casos lo mismo con las sinagogas, por influjo de ciertas interpretaciones

erróneas del Nuevo Testamento relativas al pueblo judío en su conjunto. «En el mundo

cristiano –no digo de parte de la Iglesia en cuanto tal– algunas interpretaciones erróneas

e injustas del Nuevo Testamento con respecto al pueblo judío y a su supuesta

culpabilidad, han circulado durante demasiado tiempo, dando lugar a sentimientos de

hostilidad en relación con ese pueblo». Esas interpretaciones del Nuevo Testamento

fueron rechazadas, de forma total y definitiva, por el Concilio Vaticano II.

No obstante la predicación cristiana del amor hacia todos, incluidos los enemigos, la

mentalidad dominante a lo largo de los siglos, perjudicó a las minorías y a los que, de

algún modo, eran «diferentes». Sentimientos de anti judaísmo en algunos ambientes

cristianos y la brecha existente entre la Iglesia y el pueblo judío llevaron a una

discriminación generalizada, que desembocó a veces en expulsiones o en intentos de

conversiones forzosas. En gran parte del mundo «cristiano», hasta finales del siglo

XVIII, los no cristianos no siempre gozaron de un status jurídico plenamente

reconocido. A pesar de ello, los judíos, extendidos por todo el mundo cristiano,

conservaron sus tradiciones religiosas y sus propias costumbres. Por eso fueron objeto

de sospecha y desconfianza. En tiempo de crisis, como carestías, guerras, epidemias o

tensiones sociales, la minoría judía fue a veces tomada como chivo expiatorio, y se

convirtió así en una víctima de violencia, saqueos e incluso matanzas.

Entre el final del siglo XVIII y el inicio del XIX, los judíos habían logrado, por lo

general, una posición de igualdad con respecto a los demás ciudadanos en la mayoría de

los Estados, y un buen número de ellos llegó a desempeñar funciones importantes en la

sociedad. Pero en este mismo contexto histórico, especialmente en el siglo XIX, se

desarrolló un nacionalismo exasperado y falso. En un clima de rápidos cambios

sociales, los judíos fueron a menudo acusados de ejercer un influjo excesivo en relación

con su número. Entonces comenzó a difundirse, con grados diversos en la mayor parte

de Europa, un anti judaísmo esencialmente más sociopolítico que religioso.

Durante el mismo período, comenzaron a surgir teorías que negaban la unidad de la raza

humana, afirmando la diferencia originaria de las etnias. En el siglo XX el

nacionalsocialismo en Alemania usó esas ideas como base pseudocientífica para una

distinción entre las llamadas razas nórdico-arias y supuestas razas inferiores. Además, la

derrota de Alemania en 1918 y las condiciones humillantes que le impusieron los

vencedores, impulsaron en ella una forma extremista de nacionalismo, con la

consecuencia de que muchos vieron en esta ideología una solución a los problemas del

país y, por ello, colaboraron políticamente con ese movimiento.

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La Iglesia en Alemania respondió condenando el racismo. Dicha condena se realizó por

primera vez en la predicación de algunos miembros del clero, en la enseñanza pública

de los obispos católicos y en los escritos de periodistas católicos. Ya en febrero y marzo

de 1931, el cardenal Bertram de Breslavia, el cardenal Faulhaber y los obispos de

Baviera, los obispos de la provincia de Colonia y los de la provincia de Friburgo

publicaron sendas cartas pastorales que condenaban el nacionalsocialismo, con su

idolatría de la raza y del Estado. El mismo año 1933, en que el nacionalsocialismo

alcanzó el poder, los famosos sermones de Adviento del cardenal Faulhaber, a los que

no sólo asistieron católicos sino también protestantes y judíos, tuvieron expresiones de

claro rechazo de la propaganda nazi antisemita. A raíz de la Noche de los cristales,

Bernhard Lichtenberg, preboste de la catedral de Berlín, elevó oraciones públicas por

los judíos; él mismo murió luego en Dachau y fue declarado beato.

También el papa Pío XI condenó de modo solemne el racismo nazi en la encíclica Mit

brennender Sorge, que se leyó en las iglesias de Alemania el domingo de Pasión del año

1937, iniciativa que provocó ataques y sanciones contra miembros del clero. El 6 de

septiembre de 1938, dirigiéndose a un grupo de peregrinos belgas, Pío XI afirmó: «El

antisemitismo es inaceptable. Espiritualmente todos somos semitas». Pío XII, desde su

primera encíclica, Summi pontificatus, del 20 de octubre de 1939, puso en guardia

contra las teorías que negaban la unidad de la raza humana y contra la divinización del

Estado, que, según su previsión, llevarían a una verdadera «hora de las tinieblas».

Dado que estas tierras fueron de los judíos, la comunidad internacional a causa de los

miles de judíos asesinados por los nazis, decidió devolverles este país, que se convirtió

en el Estado de Israel en 1948. Pero estas tierras estaban pobladas por palestinos, y

muchos de ellos tuvieron que exiliarse a su vez…Hubo guerras, treguas, rebeliones,

camiones suicidas, niños lanzando piedras, disturbios sangrientos y

negociaciones…Actualmente israelíes y palestinos han tomado la vía de la paz, pero por

ambas partes no resulta fácil ponerla en práctica. Entre los palestinos, los extremistas no

la quieren; y entre los israelíes, los partidarios del Gran Israel, ya sean laicos o

religiosos, se oponen a ella. Para los tradicionalistas este país sólo pertenece a los

judíos, como está escrito en la Biblia.

Los palestinos cristianos nacen de su creencia en Cristo, y Cristo nació en Palestina y

murió en Jerusalén. Palestina también es de los cristianos, pero también es de los

musulmanes. Jerusalén, la ciudad tres veces santa: Yerushalayim, santa para los judíos.

Jerusalén, santa para los cristianos. Al-Quds, santa para los musulmanes.

Desde los tiempos en que los musulmanes dominaban Jerusalén, ambos bandos –judíos

y cristianos– se han peleado incesantemente por la tumba de Cristo. Cuando bajo las

órdenes de Godofredo de Bouillon los quince mil cruzados asaltan Jerusalén, con el fin

de restaurar la cristiandad en los lugares santos, lloran de alegría, pero perpetran una

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masacre el 15 de Julio de 1099; una noche de horror para la ciudad de Jerusalén. Los

cruzados cristianos exterminan a miles de musulmanes, queman a los judíos encerrados

en sus sinagogas, y se lavan piadosamente las manos en la sangre de sus enemigos.

Paradójicamente, después se atavían con albas inmaculadas y caminan descalzos tras

las huellas de Jesús. Hay que resaltar que hubo también caballeros cristianos y

musulmanes que se respetaron y establecieron fuertes lazos de hermandad entre sí. El

reinado de los cristianos duró hasta que el gran jefe musulmán Saladino reconquistó

Jerusalén en 1187. Pero a diferencia de los cruzados cristianos, no tocó las iglesias y

autorizó el regreso de los judíos. Muchas batallas en torno a la tumba de Cristo. Judíos y

musulmanes, sin embargo, aducen que si la tumba no está vacía es prueba inequívoca de

que Jesús no resucitó; que no era un dios, sino un simple profeta como tantos anteriores

a él. El título de profeta ya es un grado muy alto a sus ojos.

Pero en Jerusalén no está sólo la tumba de Cristo. Está la Cúpula de la Roca, uno de los

lugares más sagrados para los musulmanes, y el Muro de las Lamentaciones, donde van

los judíos a llorar ante lo que queda de su templo destruido.

Los cristianos celebran la Pascua en la misma fecha que los judíos porque Jesús, como

judío que era, la celebró con sus discípulos, y, además, fue crucificado y murió

precisamente en esos días. Eso suscita la frase que todos los judíos emiten en su exilio:

―El año que viene en Jerusalén‖.

Los judíos celebran la Pascua en memoria de la terrible noche en que salieron de Egipto,

donde habían vivido esclavizados por el faraón. Los cristianos la celebran en recuerdo

del día en el que Jesús, muerto en la cruz tres días antes, resucitó triunfalmente. La

Pascua judía consiste en una reunión en la que se come cordero macho asado a las

brasas con hierbas aromáticas amargas y pan ácimo. La noche de Pascua había sido

terrible en Egipto para los egipcios, ya que, para poder abandonar el país, Moisés había

maldecido al faraón y a su nación, y sobre ésta habían caído toda serie de desgracias:

nubes de langostas, inundaciones de sangre, una virulenta epidemia y, por último, la

peor: ese día, con los primeros rayos de sol, todos los recién nacidos egipcios murieron,

incluido el hijo del faraón. Por eso los judíos celebraban la comida de Pascua en

recuerdo de la víspera de su liberación. Aquel día estaban preparados para el largo viaje

a pie y con sandalias. No habían tenido tiempo de leudar la masa de pan, por eso no

llevaban levadura, y el resultado era un pan sin miga ni corteza, muy plano y

quebradizo. En cuanto a las hierbas, tenían la amargura de la esclavitud, que tocaba a su

fin. Guiados por Moisés los judíos partieron al alba. Más tarde el faraón quiso darles

alcance con su ejército, pero Moisés abrió el mar, que después de dejar pasar a todo el

pueblo judío, se tragó a las huestes del faraón.

La celebración de la Pascua cristiana tenía su momento más importante en la noche del

sábado, en la que se bendecía el fuego, el agua y el óleo sagrado, y se bautizaba a los

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nuevos cristianos. Y, así como los judíos comían carne de cordero, los cristianos

tomaban el pan y el vino, símbolo del cuerpo y la sangre de Cristo, que murió

crucificado en Jerusalén porque los judíos lo consideraron como un impostor peligroso

para el judaísmo. Había quien tomaba a Jesús por el Mesías; el Salvador que Dios había

anunciado a través de los profetas, que vendría a traer la salvación a la tierra. Algunos

profetas habían predicho que un día vendría un Mesías, pero no ese joven pobre; no ese

hijo del carpintero; ese don nadie que había decidido proclamarse hijo de Dios.

Pretendía serlo y eso era inadmisible para los judíos. Nadie podía ser el hijo de Dios.

Dios carecía de rostro y de cuerpo, no podía tener descendencia. En conclusión, las

autoridades religiosas judías pidieron a los romanos que eliminaran al molesto Jesús,

hijo de María y de José, el carpintero.

Palestina en esa época estaba ocupada por los romanos. Teóricamente no se inmiscuían

en asuntos religiosos, salvo cuando los sacerdotes judíos les pedían que restablecieran el

orden. Pues bien, el clero judío encabezado por el sumo sacerdote Caifás, acusó a Jesús

de sembrar el desorden en el país, al permitir que el pueblo le nombrara ―rey de los

judíos‖, cosa a todas luces falsa. Caifás esgrimió un argumento de peso: el único rey de

los judíos en ejercicio era el emperador Tiberio, el romano. Aparentemente el

gobernador romano Poncio Pilatos, no estaba convencido de la culpabilidad del acusado

a quién él consideraba como un contestatario inofensivo. Sin embargo, por miedo a que

peligrase su puesto y a pesar de las advertencias de su esposa, Prócula, el romano

condenó a Jesús a morir en la cruz. Pero se lavó las manos solemnemente antes de

pronunciar la sentencia para no asumir la injusticia.

Así, por razones políticas, Jesús fue condenado a morir en la cruz y no se defendió. Fue

flagelado en público; le sometieron al escarnio de encajarle en la cabeza una corona de

espinas lancinantes, le hicieron llevar a cuestas el madero más largo de los que

componían la cruz, durante todo el recorrido hasta llegar al monte de la calavera, el

Gólgota, donde sería sometido a crucifixión. Colgados por las manos, con los pies

atados uno encima del otro, la muerte era lenta y atroz. Al final les rompían las tibias, el

cuerpo colgaba por las manos, el tórax se colapsaba y se producía la muerte por asfixia.

Al ―rey de los judíos‖ le dieron un tratamiento especial. Le clavaron las muñecas, entre

el cúbito y el radio para que no se desgarraran con el peso del cuerpo; los pies también

clavados uno encima del otro con un único hierro, sangraban profusamente; también

sangraba su cabeza por la corona de espinas. Flanqueado por dos ladrones condenados

al mismo castigo, Dimas y Gestas, Jesús fue el primero en expirar lanzando una gran

voz, por eso no hubo motivo para fracturarle las piernas. No permaneció muerto mucho

tiempo. Tres días después su tumba estaba abierta, su sudario encima de la losa y Él

radiante junto a unas pobres mujeres que lloraban desconsoladas en la entrada de la

sepultura. Sin embargo, como demostración palmaria de que era el hijo de Dios, a la

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hora exacta de su muerte, tras su grito espantoso, retumbó el trueno, tembló la tierra y se

rasgó el velo del templo de Jerusalén.

¿Cristo era el Mesías prometido? Los cristianos dijeron, sí, puesto que resucitó de entre

los muertos. Los judíos dijeron, no. A menudo, en las comunidades judías exiliadas,

aparecía un inspirado que pretendía ser el Mesías, como Jesús en su época. En

ocasiones, como el siglo XVI, su destino se truncaba en una de las múltiples hogueras

encendidas por la inquisición, en los tiempos en los que la Iglesia católica se entregaba a

una enloquecida persecución contra los judíos. Pero a veces, algunos conocían un

rotundo éxito, como Shabbatai Tsevi, que se proclamó Mesías, se convirtió en la luz de

los judíos exiliados en Europa en el siglo XVII, y por temor a la muerte, acabó

convirtiéndose al Islam. El caso es que el pueblo judío provocaba la aparición de estos

personajes a fuerza de esperar la venida de un Mesías. Aún hoy, algunos tradicionalistas

piensan, convencidos, que el Mesías está a punto de venir. A principio de los años 90 un

anciano venerable con aspecto de rabino y de santo, llamado Menachem Schneerson,

estuvo a punto de aterrizar en avión desde Nueva York. Todo estaba preparado para su

recepción, pero no llegó. Murió a los 92 años en Brooklyn. Dos años después sus fieles

empezaron a repetir que no estaba muerto y que en cualquier momento iba a reaparecer.

Otros sostenían, en el mismo Israel, que otro Mesías iba a aparecer en Judea para liberar

al mundo.

Los judíos del estado de Judea quieren separarse de Israel y fundar su propio estado.

Pero es más sorprendente el ―Síndrome de Jerusalén‖. Cada año aparecen trescientos

chiflados, judíos o cristianos, que deambulan por la Ciudad Santa descalzos y con

túnica, anunciando el fin de los tiempos, porque todos ellos se creen Mesías. Los niños

les gritan en árabe: ¡Mezhnun! (¡el loco!). En general carecen de peligro. No obstante,

uno de ellos incendió la mezquita para acelerar el fin de los tiempos.

El pueblo judío tiene una larga tradición de Mesías. En todos los pueblos surgen, de vez

en cuando, individuos que dicen hablar en nombre de Dios, y no siempre es fácil

distinguir a los verdaderos profetas de los falsos. En el siglo XIX en Estados Unidos, un

ciudadano americano, no judío, Joseph Smith, de catorce años, declaró haber tenido una

revelación. Dios le había permitido descubrir en Nueva York un nuevo libro de la Biblia

llamado El libro de Mormón, el nombre del profeta desconocido que, según él, lo

transcribió. Tras haber fundado diez años después su movimiento, Joseph Smith se

convirtió en un nuevo Moisés, o un nuevo Mesías, no se sabía muy bien. Por defender

su visión con las armas en la mano Joseph Smith fue linchado por una muchedumbre

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Joseph Smith

furiosa que asaltó la prisión en la que se encontraba encarcelado. Después de su muerte

su sucesor organizó a los mormones en una nueva religión: la Iglesia de Jesucristo de

los Santos de los Últimos Días. En realidad no se podía llamar ―religión‖ a una secta,

ciertamente importante, pero que no constituía una verdadera religión. Sin embargo

algunos no ven diferencia entre secta y religión. Opinan que una religión oficial no deja

de ser una secta venida a más, que ha prosperado. Los mormones son millones, así que,

en Estados Unidos constituían una religión. Esto choca frontalmente con la idea de que

la religión católica era una secta que había prosperado también.

Las sectas, en sí, son potencialmente peligrosas. Los gurús, en general, ejercen una gran

fascinación entre sus adeptos, lo que les permite abusar de ellos económica o

sexualmente, cuando no se suicidan y obligan a la gente a que le acompañe en su

insensatez. Como ejemplos que corroboran este dislate tenemos la masacre de los

davidianos en Waco, Texas, los suicidios colectivos del Templo Solar en Europa y en

Canadá en los años noventa, sin olvidar la horrible matanza de Guyana, en América del

Sur, cuando en 1978 un iluminado hizo beber zumo de naranja emponzoñado a cientos

de fieles, algunos voluntarios.

Los mormones, sin embargo, no eran peligrosos en absoluto, han sido necesarios cien

años para hacerse conscientes de este hecho. Además habían construido una ciudad

famosa en todo el mundo, Salt Lake City.

Para centrar definitivamente el asunto de las sectas, había que distinguir entre los grupos

disidentes de las grandes religiones, que mientras son minoritarios son llamados

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Iglesia de Salt Lake City

despectivamente ―sectas‖ por sus enemigos, y las sectas destructivas que privan a sus

miembros de toda libertad, capacidad de decisión, y, a veces, de su dinero mediante

técnicas mentales de lavado de cerebro.

El Jerusalén de los hebreos, de los cristianos y de los musulmanes.

Las tres religiones tienen en común el Dios único, El Creador de todo lo visible y lo

invisible. Para los judíos se llama Adonai Helohim, para los cristianos es Dios Padre, y

para los musulmanes, Alá. Sus tradiciones empiezan con la misma historia, la de Adán y

Eva, la primera referencia como pareja humana. El Creador les había ordenado que

comieran de todos los frutos de todos los árboles del paraíso excepto del árbol de la

ciencia del bien y del mal. La serpiente sedujo a Eva ofreciéndole la manzana (el fruto

prohibido) y Eva, a su vez, hizo comer de ella a Adán.

La diferencia entre las tres religiones es que judíos y musulmanes no creen que Jesús

sea hijo de Dios. Profeta, sí, pero hijo de Dios, no.

Los judíos.

Fueron los primeros –tienen el privilegio de la antigüedad–, en afirmar la existencia de

un Dios único. Y eso significa que Dios, Es. Es el ser mismo. Abarca el tiempo. Es.

Cuando Dios crea, basta con que diga: ―Hágase la luz‖ y la luz, es. El judaísmo ha

transmitido al mundo las leyes morales frente al prójimo, con el conjunto de los diez

mandamientos, el Decálogo, el corazón del Judaísmo. El primero consiste en no amar a

ningún otro Dios que al Eterno. El segundo, no inclinarse ante ningún ídolo o imagen.

Por esa razón no representan al Eterno, porque cualquier imagen sería falsa respecto al

Ser. Se hacen imágenes y retratos de Jesús, porque según ellos, no es Dios. El tercero es

no pronunciar en vano el nombre del Eterno, para evitar sacrilegios y perjurios. El

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cuarto, seis días trabajarás, pero el séptimo no lo harás porque pertenece al Eterno.

El quinto, honra a tu padre y a tu madre, para que se prolongue la vida que te da el

Eterno en la tierra. Honrar a los padres es respetar su vida, no criticarla, guardar

memoria de ella y preparar, al mismo tiempo, a tus hijos. El sexto, no matarás. Porque

si no aceptas la existencia del Eterno, si no respetas el descanso del Ser, si no honras a

tus padres, no estarás en disposición de comprender por qué no se debe matar. No eres

el Eterno. Ninguna vida te pertenece. El séptimo, prohíbe hacer el amor con la mujer

de otro. El octavo, prohíbe robar. El noveno, prohíbe emitir falsos testimonios y

mentir. El décimo, prohíbe codiciar los bienes del prójimo. A partir del respeto a los

padres, el Eterno da la ley de las relaciones con el prójimo. No se puede hacerle daño,

no puedes introducir la falsedad en la verdad del Ser, ni la trampa del adulterio, ni el

robo, ni la mentira, ni la envidia. Por eso los judíos han contribuido a restablecer la

moral de la humanidad. Tan es así, que los rabinos judíos afirman que una vez

enunciados los diez mandamientos, fueron traducidos simultáneamente en setenta

lenguas, para que fueran entendidos en todo el mundo.

La Biblia dice que son el pueblo elegido y eso suscita envidias para los demás, y una

situación de culpa de los judíos hacia el Eterno.

La palabra “Israel”, viene de la contracción de dos raíces hebreas: ―combate‖ y

―Dios‖. El primer hombre que recibió este nombre se llamaba Jacob. Una noche vio en

sueños una escala que trepaba hasta el cielo, por la que subían y bajaban ángeles…El

Eterno estaba junto a él y le prometió la posesión de la tierra. Entonces Jacob tuvo que

enfrentarse a su propio hermano Esaú. Desde el principio de los tiempos se suceden

estos enfrentamientos: Caín, hijo de Adán y Eva, mató a su hermano Abel. Esaú y Jacob

se enemistaron, y Jacob tuvo que abandonar su tierra. Siempre eligió el Eterno a su

preferido, Abel y Jacob. Jacob deseaba regresar a su tierra y reconciliarse con su

hermano. Para tal fin le envío unos servidores cargados de regalos. La noche antes de su

encuentro un ángel bajó del cielo para luchar con Jacob y le hirió en una cadera, pero

Jacob se defendió denodadamente. Al rayar el nuevo día, cuando el ángel trató de

escapar, Jacob le pidió que le diera su bendición. Fue tras la lucha con el ángel cuando

Jacob, herido y triunfante, recibió el nombre que le dio el Eterno: Israel. ―No te llamarás

nunca más Jacob, sino Israel‖ –le dijo el ángel– ―…Porque has luchado contra Dios y

contra los hombres, y has vencido‖. Jacob era el elegido de Dios. Al día siguiente Esaú

y Jacob se reconciliaron. Pero el largo combate de Israel no había hecho más que

empezar. El pueblo de Israel lucha incesantemente con el Eterno, su Dios.

¿Por qué pelearse con Dios? Porque los hermanos se disputan la herencia. Porque nadie

obedece dócilmente. Porque es difícil seguir los mandamientos del Eterno. Y es tan

largo el camino que resulta más fácil creer en un Mesías que ha de llegar a la tierra.

¡Llega el mesías! ¡El mesías está aquí! ¡Se acabó la lucha! ¡Llegó el descanso! No,