Brardinelli Cap 2 Vfr
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1
2 “EN EL PRINCIPIO ERA LA PALABRA”
1 Nada llegó a ser si la palabra
“En el principio era la Palabra,
Y la Palabra estaba ante Dios,
Y la palabra era Dios.
Por ella se hizo todo,
Y nada llegó a ser sin Ella”.1
Los versículos iniciales del Evangelio de San Juan ofrecen
la introducción adecuada a este segundo capítulo, dedicado
al “derecho a la palabra”. No por su contenido religioso o
su intención evangelizadora sino por la belleza y la suge-
rencia de la metáfora utilizada por el autor y por la fuer-
za con que “la palabra” es presentada como principio y eje
de la vida misma.
Más allá de las diversas interpretaciones que se han hecho
de estos versículos, y con prescindencia de que se los lea
desde la fe o sin ella, resulta sugerente y fascinante com-
probar la centralidad que el autor le asigna a la palabra,
como que la da por presente desde el momento mismo en que
el hombre puede llamarse tal y la absoluta necesidad de su
concurso a la hora de hacer que las cosas sean. La palabra
es aquí mostrada como la poderosa fuerza que hoy sabemos
que es; agente insustituible en la definición de la identi-
dad y la expresión de la interioridad y herramienta impres-
cindible en la construcción de la vida en sociedad.
2 Derecho propio de la especie
Si el privilegio de ser “el derecho más importante de la
especie” seguramente está reservado para el derecho a la
vida no cabe duda de que el derecho a la palabra puede ser
calificado como el “derecho propio de la especie”. La pala-
bra, la capacidad de simbolización que descansa en la pala-
bra, es lo que nos diferencia de las otras especies. La pa-
2
labra es lo que nos singulariza como individuos y nos con-
forma como sociedad.
El derecho a la palabra es el derecho a poder decir – y es-
to hace a la posibilidad de constituirnos como sociedad – y
a poder decirnos - y esto hace a la posibilidad de consti-
tuirnos como individuos -. El derecho a la palabra es el
derecho a poder expresar la interioridad con libertad, pro-
fundamente, con propiedad, con sutileza. Es el derecho a
sumarse a la experiencia colectiva ancestral condensada en
la palabra, a apropiarse de la historia y de la vida conte-
nidas en ella. Es el derecho al disfrute, al goce, a la
fiesta de recibirla y de exprimir de ella toda su savia y
su sentido, el derecho a transformarla y a cargarla de nue-
vos sentidos, a depositar en ella nuestra libido, a cono-
cerla y, por ella, a conocernos.
El derecho a la palabra es un derecho tan básico que es,
quizás antes que nada, un derecho para sí mismo. Es la po-
sibilidad de decirse. Es necesaria para decirle algo a otro
pero también es necesaria para decirse algo a uno mismo,
para pensarse, para entenderse, para construirse. Un “dia-
rio íntimo”, escrito por un pequeño o por un joven, es po-
siblemente el símbolo más claro de este sentido profunda-
mente interior y propio, y también profundamente necesario,
del derecho a la palabra.
Es sabido que todo derecho engendra una obligación. El hom-
bre tiene el derecho a la palabra pero también tiene una
responsabilidad histórica y social sobre la palabra. La ha
recibido como don precioso de generaciones anteriores, aho-
ra debe cuidarla, cargarla de nuevos sentidos y entregarla
perfeccionada a las generaciones siguientes. Ella nos cons-
truye y nos dignifica Por eso, en lugar de dañarla acha-
tando o empobreciendo la multiplicidad de sus sentidos, el
3
hombre debería enriquecerla y cuidarla como el tesoro que
es.
3 El goce de la palabra
Como ya hemos visto, el derecho a la comunicación, se en-
cuentra consagrado por el artículo 19 de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos, que dice
“Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y
de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado
a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir in-
formaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limita-
ción de fronteras, por cualquier medio de expresión”.
Siguiendo la misma senda la Convención Americana sobre De-
rechos Humanos, también conocida como “Pacto de San José de
Costa Rica”, dice en el inciso 1 de su artículo 13
“Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento
y de expresión. Este derecho comprende la libertad de
buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de toda
índole, sin consideración de fronteras, ya sea oralmente,
por escrito o en forma impresa o artística, o por cual-
quier otro procedimiento de su elección”.
El inciso 3 del mismo artículo refuerza el concepto con un
señalamiento que, como se verá, aporta a la idea central de
este capítulo, “No se puede restringir el derecho de expre-
sión por vías o medios indirectos…”.
Como se ve, la estructura expositiva de los dos documentos
citados es la misma.
En la primera cita se enuncia el derecho – definido en un
caso como de “opinión y expresión” y en otro como de “pen-
samiento y expresión” – y en los párrafos siguientes se
mencionan los derechos incluidos, o comprendidos en éste.
Esta secuencia nos permite dos importantes puntualizacio-
nes. La primera es que el derecho a la comunicación encuen-
tra sus raíces en el derecho a la libertad de “pensamiento-
expresión” y resulta su consecuencia directa; la segunda es
4
que la comunicación es la forma privilegiada en que ese de-
recho se objetiva o se practica.
De todo esto se puede deducir algo que está fácilmente vi-
sible pero del que, quizás por su evidencia, se habla poco.
Es que todo lo sostenido por los documentos citados depen-
de, casi absolutamente, de la posibilidad que los hombres
tengan de poseer y usar la palabra, de su posesión más com-
pleta y profunda posible, de la posibilidad de utilizarla
con el máximo de riqueza y significatividad que para cada
individuo sea posible.
En síntesis, dada esta importancia de la palabra y la esca-
sa visibilidad que ha alcanzado hasta el presente, parece
necesario señalar, aunque sea una obviedad, que toda la es-
tructura formada por el derecho a la libertad de “pensa-
miento-expresión” y el derecho a la comunicación y todas
sus muchas y ricas implicancias posteriores, tienen una ar-
ticulación privilegiada con, casi diríamos que dependen de,
el pleno goce de un derecho anterior, un derecho indiscuti-
blemente básico, el derecho a la palabra.
4 Los “niños lobo”. Palabra y pensamiento
Todos conocemos seguramente el mito de Rómulo y Remo, los
dos hermanos criados por una loba a los que se les atribuye
la fundación de Roma. Lo que quizás sea menos sabido es
que la historia registra un cierto número de casos reales
de niños que, por diversas razones, fueron criados por ani-
males o vivieron en condiciones de casi total aislamiento y
falta de contacto con otros seres humanos.
La historia viene a cuento puesto que las consecuencias de
la falta de contacto humano que se comprobaron en todos es-
tos casos reales, algunos no tan lejanos en el tiempo, fue-
ron la imposibilidad de estos niños de expresarse mediante
la palabra, sus enormes dificultades para adquirir siquiera
un lenguaje rudimentario y su pobrísimo, y por lo general
5
casi irrecuperable, desarrollo intelectual. Otra dolorosa
comprobación de las consecuencias de sus años de aislamien-
to humano fue la imposibilidad, o la muy extrema dificul-
tad, de estos “niños-lobo”, como se los denomina, para re-
lacionarse con otras personas y para vivir en sociedad.2
Esto a pesar de los muchos y prolongados intentos de recu-
peración que en algunos casos se hicieron. Así resultó por
ejemplo en el caso de Víctor, conocido también como “el ni-
ño salvaje de Aveyrón”, quien incluso convivió durante
aproximadamente cinco años con un médico y pedagogo, el Dr.
Jean-Marc-Gaspard Itard, que se había empeñado especialmen-
te en lograr su desarrollo.
Estos casos vienen a demostrar, dolorosa demostración por
cierto, la íntima e indisoluble relación que existe entre
la posesión y dominio de palabra y el desarrollo del pensa-
miento y entre la posibilidad de uso de la palabra y la po-
sibilidad de relacionarse y llevar adelante la vida en so-
ciedad. En resumen, la estrecha e indisoluble relación que
hay entre la palabra y la posibilidad de que un individuo
se desarrolle, alcance y disfrute, profunda y plenamente,
su condición de ser humano. Así de esenciales, determinan-
tes y definitivas son las raíces del derecho humano a la
palabra.
Algunos aspectos del tema no están, sin embargo, exentos de
polémica. En efecto, ya desde la antigüedad clásica se dis-
cute acerca de la relación precisa entre lenguaje y pensa-
miento.
Las posturas son varias y varios también los matices que es
posible distinguir en cada una de ellas. Sin embargo esas
diferentes posturas pueden ser clasificadas en grandes gru-
pos de acuerdo a como respondan la pregunta acerca de si el
lenguaje está antes o después del pensamiento.
6
Una afirmación del poeta, médico y político cubano José
Martí expresa con claridad la postura de quienes entienden
que el lenguaje está primero que el pensamiento “La lengua
no es caballo del pensamiento sino su jinete”, Así, la
lengua no sólo sería anterior al pensamiento sino que in-
fluiría en él y, de alguna manera, lo condicionaría. Dentro
de esta corriente se destaca el aporte de la teoría de la
“gramática generativa” de Noam Chomsky según la cual la ap-
titud para desarrollar el lenguaje es innata y es precisa-
mente el lenguaje la guía sobre la que se van a estructurar
la percepción, la memoria y el pensamiento.
Otras corrientes, en cambio, no admiten la existencia de
una programación genética innata y desatacan que la exis-
tencia de diferentes idiomas con diferentes gramáticas es
la demostración de que la lengua es aprendida mediante el
aprendizaje. Para esta postura el pensamiento está antes
que el lenguaje, es decir que el lenguaje se desarrolla a
partir del pensamiento. Uno de los defensores de esta idea
es Jean Piaget cuya concepción podría resumirse diciendo
que:
“el grado de asimilación del lenguaje por parte del niño,
y también el grado de significación y utilidad que repor-
te el lenguaje a su actividad mental. . .depende de que
el niño piense con preconceptos, operaciones concretas u
operaciones formales”.3
En tercer lugar tenemos la “teoría simultánea”, sostenida
por el psicólogo bielorruso Lev S. Vigotsky, quien afirma
que el lenguaje y el pensamiento están íntimamente ligados
entre sí y que se desarrollan en una interrelación dialéc-
tica, de forma que la existencia de cada uno de ellos de-
pende del otro.
“La relación entre pensamiento y palabra no es un hecho
sino un proceso, un continuo ir y venir del pensamiento a
7
la palabra y de la palabra al pensamiento . . El pensa-
miento no se expresa simplemente en palabras, sino que
existe a través de ellas”.4
En este proceso de ida y vuelta cuanto más se desarrolle el
lenguaje mayor será la posibilidad del hombre de precisar
significados y de definir conceptos. A su vez también será
mayor la posibilidad de expresarlos profunda y acabadamen-
te.
Las divergencias entre las tres posiciones sintéticamente
expuestas no afectan, como puede verse, lo que decíamos
acerca del carácter básico de la lengua en el proceso de
humanización del individuo. Por el contrario en todas, cada
una a su manera, se sigue sosteniendo su condición de bien
indispensable para que el hombre pueda llamarse tal. Dicho
desde otra perspectiva, su condición de derecho humano fun-
damental.
5 La “lengua de Adán”, silencio y soledad.
Una historia, o en realidad varias, parecida a la de los
“niños lobo” nos sirve para comenzar a pensar en la rela-
ción entre palabra y comunicación.
Desde muy antiguo existió el interés de saber cuál había
sido el primero de los idiomas que habló el hombre y si ese
idioma era un idioma “natural”, es decir si era un idioma
que venía incluido en el bagaje genético con que nace cada
individuo. Se lo llamó “la lengua de Adán” o “la lengua ce-
leste” y se supuso que, aunque perdido o deformado durante
el transcurso de los siglos, debía permanecer en la mente
virgen de los recién nacidos. Según parece fueron varios
los que intentaron recuperarlo recurriendo para ello a un
experimento cruel, aislar a niños recién nacidos, hacer que
nadie les dirigiera la palabra ni hablara en su presencia y
esperar su crecimiento para comprobar entonces en qué idio-
ma se expresaban y descubrir así el idioma “original” con
8
que Dios habría provisto al ser humano. Entre los experi-
mentadores se menciona a un faraón, Psammetichus (Dinastía
vigésimo sexta de Egipto, 656 A.C.), y a varios reyes, entre
ellos el Rey Jaime IV de Escocia (Siglo XV)y el emperador
mogol Akbar Khan (principios del siglo XVI). Ésta última es
la experiencia de la se tienen más precisiones. Akbar Khan
ordenó aislar a varios niños recién nacidos y destinó a su
cuidado un grupo de personas sordomudas que tenían además
la misión de que no recibieran ningún estímulo verbal de
otras personas. La historia, descrita en la Historia Gene-
ral del Imperio Mogol escrita por sacerdotes jesuitas a co-
mienzos del siglo XVIII, cuenta que cuando los niños cum-
plieron 12 años el emperador, junto con un grupo de perso-
nas capaces de entender las principales lenguas, se reunió
con los niños y los interrogó. La frustración debió ser muy
grande pues lo único que descubrieron fue que los niños no
solo no hablaban la “lengua de Adán” sino que tampoco
hablaban ninguna otra lengua, simplemente no hablaban. Los
pobres chicos eran totalmente mudos y su única forma de co-
municación era gestual.
La crueldad del experimento se manifiesta además en algo
que hoy sabemos. Cuando un niño no oye hablar nunca a otras
personas antes de los seis o siete años ya no hablará o lo
hará con muchas y grandes limitaciones. Esto ocurre porque
la exposición a una lengua es el estímulo imprescindible
para que se activen y desarrollen los mecanismos neuronales
que hacen posible la adquisición del habla, y el período en
el que el cerebro puede realizar este desarrollo termina
alrededor de los siete años.
Palabra y comunicación están entonces intrínsecamente uni-
das. Es obvio que la palabra es la forma de comunicación
por excelencia pero ahora vemos que esto es tan cierto como
que es la comunicación verbal lo que permite el habla. To-
9
dos, al nacer, tenemos la posibilidad de llegar a poseer un
lenguaje, pero lo que hace que esa potencialidad se con-
vierta en acto es el vivir insertos en una sociedad. Quien
no ha oído hablar no puede hablar. Esto ha llevado a afir-
mar que, de alguna forma, la palabra, y la posibilidad de
valernos de ella para comunicarnos, es un don gratuito que
nos hace la comunidad a la que pertenecemos.
Esta gratuidad de la lengua es sin embargo materia opina-
ble. Al transmitirnos el lenguaje, la sociedad nos está
transmitiendo su cultura y sus normas y valores. El lengua-
je no es un código abstracto sino el instrumento que permi-
te nuestra acción sobre la particular realidad en la que
estamos insertos.
El “peso” de esta herencia que recibimos con la lengua, la
forma o el grado en que condicionarían al pensamiento y, en
consecuencia, la forma en la que podrían modelar nuestra
conducta y la sociedad que formamos, ha sido objeto de una
larga discusión.
El “determinismo lingüístico” es la hipótesis que sostiene
que el pensamiento del hablante está determinado por la es-
tructura y las categorías de la lengua materna. Esta hipó-
tesis reconoce antecedentes en autores del siglo XVII y aún
anteriores.
Durante la primera mitad del siglo XX Edward Shapir, prime-
ro, y Benjamin Lee Whorf, después, formularon el “Principio
de relatividad lingüística”. De este principio se conocen
varias formulaciones. Las versiones más duras se encuadran
dentro del “determinismo lingüístico” que, como hemos dicho
establece que percibimos la realidad según la forma de or-
ganización y clasificación que nuestra lengua nos propone,
forma que encarna una visión propia, y en un extremo intra-
ducible, del mundo. De esta forma la lengua guía los pensa-
mientos y moldea las ideas de todos sus hablantes.
10
Esa interpretación está hoy muy cuestionada, especialmente
desde la psicolingüística. Se la acepta más en sus formas
débiles, las que en síntesis afirman que la lengua, aunque
no determina al pensamiento, tiene influencia en la forma
en el que percibimos la realidad y en como la recordamos.
Esto a su vez incidiría en la destreza mental con que re-
solvemos algunas tareas. Se reconoce la existencia de di-
vergencias conceptuales entre las diferentes lenguas, pero
se acepta también que éstas no son tan profundas como para
tornar imposible la comprensión entre sus hablantes. Cues-
tionando la validez, al menos la validez absoluta, del an-
tiguo adagio italiano “Traduttore, ¡traditore!” (Traduc-
tor, !Traidor!), hoy se admite que nada existe en una len-
gua que no pueda decirse en otra, aunque sea a través de un
circunloquio. Que una palabra no exista en una lengua no
significa que sus hablantes no sean capaces de entender el
concepto que expresa. La lengua de los Dani, tribu de Nueva
Guinea, tiene sólo dos vocablos para designar los colores.
Uno para el blanco y los colores claros y otro para el ne-
gro y los colores oscuros. Otra comunidad de habla, los
Hopi, originarios habitantes de Arizona, Estados Unidos,
carecen de numerales y sólo tienen vocablos para designar
uno, varios, muchos. Pero esto no quiere decir ni que los
Dani no puedan distinguir los colores ni que los Hopi sean
incapaces de contar. Significa simplemente que las categor-
ías que utilizan les resultan suficientes para satisfacer
las necesidades de los hablantes y el resto son considera-
das irrelevantes o inútiles.
Algunos ejemplos de signo contrario aclararán aun más el
concepto. Los esquimales tienen alrededor de cuarenta voca-
blos para designar la nieve y más de treinta formas distin-
tas de nombrar el blanco. De igual forma algunos aborígenes
del Amazonas tienen numerosos vocablos para definir el ver-
11
de. Esto no significa que esas comunidades tengan una capa-
cidad de percepción de las diferencias de textura o las di-
ferencias cromáticas mayor que la nuestra. Significa sí que
ni esas diferencias de textura ni esas diferencias de tono
de un color resultan significativas para nosotros pero sí
resultan significativas, vitales quizás, para quienes habi-
tan esas regiones.
Cada nación prioriza una parte de la realidad según sus ne-
cesidades y, al darle nombre, la incorpora a su lengua.
Cuando las necesidades varíen variará la lengua. La varia-
ción supondrá la aparición de nuevos vocablos o el cambio
de sentido de los ya existentes.
Las lenguas son por ello el resultado, la sedimentación de
la experiencia de cada pueblo. No sólo de la experiencia
de su contacto con la naturaleza, como los ejemplos dados
podrían erróneamente sugerir, sino de toda su experiencia
histórica, de sus tragedias y de sus victorias, de todos
los acontecimientos que forjaron sus valores, su idiosin-
crasia y su cosmovisión. Condensación que por ello viene a
resultar secular y única, particular e irrepetible.
En este punto es donde resulta conveniente replantearse la
validez, al menos en el terreno de la literatura y la poes-
ía, del “Traduttore, ¡Traditore!” porque si bien es cierto
que, como ya se dijo, no hay concepto absolutamente intra-
ducible también es cierto que las palabras pueden connotar
sentidos o evocar sensaciones que no connotan ni evocan sus
equivalentes en otras lenguas.
“Los ingleses hablan en sentencias (sentences), es decir
se sienten jueces dirigiéndose a acusados; nosotros en
oraciones, dirigiéndonos como creyentes, a través de
nuestros interlocutores, a Dios; más prácticos y raciona-
les, los holandeses hablan de significados (zinnen); y
los franceses, típicamente, incurren en frases (phrases),
12
ya que la frase es la unidad rítmica fundamental. Metafó-
ricamente, el inglés considera el acto de hablar como un
juicio, el holandés como una afirmación de sentido, el
francés como una danza y el español como una ocasión de
rezar…” 5
6 La lengua no es sólo un medio de comunicación
La lengua no es, por lo tanto, un surtido de signos verba-
les y no verbales agrupado de manera casual o caótica. Por
el contrario es una selección racional que responde a la
experiencia vital e histórica de sus hablantes, es una nun-
ca acabada, democrática y gigantesca obra colectiva a la
que cualquiera de los hablantes puede incorporar en todo
momento nuevas expresiones y nuevos sentidos.
Por eso es que las lenguas no son sólo el código que utili-
za el hombre como instrumento para solucionar su necesidad
de comunicar ideas y sentimientos a aquellos que participan
del mismo mundo lingüístico. Considerarlo exclusivamente
como una herramienta de comunicación, es una forma de de-
gradarlo, una forma de olvidar que el lenguaje
“no es sólo un medio, sino también el fin de la comunica-
ción…(olvidar) que el lenguaje es ante todo un placer, un
placer sagrado, una forma, acaso la más elevada, de amor
y de conocimiento…el lenguaje pone de manifiesto nuestra
capacidad innata de revestir la libido en palabras, obje-
tos verbales inagotables …que nos relacionan a la vez con
los otros y con nosotros mismos”6
El lenguaje no sólo nos permite comunicar a otros activida-
des, hechos e ideas sino que también nos hace posible ana-
lizar y reflexionar a partir del conocimiento, la belleza y
la sabiduría que compendia y ofrece. Por lo que al conside-
rar las funciones del lenguaje reduciéndolas a una sola di-
mensión, a una dimensión instrumental, cometemos más que un
grave error, cometemos una suerte de autoagresión. Caemos
en una forma de obturación de la posibilidad de conocernos
13
profundamente, una forma de enajenación de la experiencia
de siglos que la lengua pone a nuestra disposición y del
cúmulo de experiencias pasadas que han quedado secretamente
expresadas en sus vocablos y en la estructura gramatical
que los articula.
Como dice Guillermo Boido, citado por Ivonne Bordelois,”La
poesía es un intento de preguntarle a las palabras qué so-
mos. Como los sueños, ellas saben mucho de nosotros, quizás
más que nosotros mismos”
Y si esto ocurre, si la palabra encierra este maravilloso
don es porque ella, la palabra
“viene de una tradición de experiencia humana que nos su-
pera en el tiempo y en el espacio…estas palabras nos pre-
ceden, nos presencian y se prolongarán mucho más allá de
nosotros en el tiempo: podríamos decir que somos sus
vehículos; no su fuente misma y mucho menos sus propieta-
rios.”7
7 Lengua, identidad y nación
Entre muchas otras razones la palabra es uno de los dere-
chos humanos básicos y fundamentales porque ella nos nutre
y nos alimenta como personas y como sociedad. Porque el
lenguaje es tan indispensable como el aire, porque igual
que ocurre con el aire, el lenguaje se respira, se asimila,
se vive en él y de él. Es uno de los derechos humanos
básicos y fundamentales porque es la savia que nos da iden-
tidad y la argamasa que nos mantiene unidos.
“El lenguaje está antes y después de nosotros, pero tam-
bién está, felizmente, entre nosotros. Es el tejido re-
lacional del cual los otros dependen: un tejido fuerte y
subsistente y tan necesario a nuestras vidas como la nu-
trición”8
Por el lenguaje y con el lenguaje nos alzamos desde la bio-
logía al sujeto. Herramienta primordial y compañero inse-
parable en la construcción de nuestra identidad, tarea que
14
empezamos muy temprano pero que está destinada a no termi-
narse nunca. Como el sujeto mismo, que siempre está en
construcción, que nunca está terminado. Que nos acompaña y
acompañamos en cada cambio, hasta el cambio final, cuando
lo dejamos, cargado en alguna misteriosa medida con nuestra
propia experiencia, para que otros sigan la interminable
tarea de construirlo, y de construir con él su propia iden-
tidad social e individual.
Victor Klemperer – filólogo judío que vivió, y sufrió, en
Alemania durante los años del nazismo y se dedicó, secreta
y minuciosamente, a registrar los cambios que la presión de
la ideología dominante producía sobre el lenguaje, sobre su
forma de uso y sobre sus significados – sostenía que nada
nos muestra mejor el alma de un pueblo que el análisis de
su lenguaje, de las expresiones que utiliza cotidianamente
y del contexto discursivo en que son utilizadas.9
8 “Los límites de mi mundo…”
La identidad entre el lenguaje y la sociedad que lo habla,
la manera en que cada lengua y, en especial, sus particula-
ridades de uso reflejan y expresan la idiosincrasia de sus
hablantes, la forma única en que esas particularidades per-
miten a los hablantes expresar profunda y cabalmente sus
sentimientos y su experiencia, hacen de la lengua propia un
recurso irremplazable. El modo en que cada lengua y su uso
encierran y transportan los valores, los códigos, los re-
chazos y las adhesiones, los juicios y los prejuicios, los
amores y los odios de la sociedad que la habla, hace de esa
lengua una contraseña infalible, un código de reconocimien-
to, un motivo de encuentro y comunión, un medio contra la
soledad, una garantía contra la anomia.
La famosa afirmación de L.Wittgenstein “Los límites de mi
mundo son los límites de mi lenguaje”, sintetiza admirable-
mente esos conceptos.
15
Todo esto lo ha sabido el hombre desde siempre. ¿Por qué si
no la prohibición o la destrucción de la lengua materna ha
sido uno de los recursos a que han apelado tantos invasores
y dominadores de la historia? Desde siempre el ocupante su-
po, llamativa intuición, que el camino más corto para do-
blegar la resistencia del ocupado, para reducirlo y para
apoderarse de su tierra y de sus bienes, es despojarlo de
su lengua. Y así despojarlo también de su identidad y su
cultura.
No es casual que Colón, inmediatamente después del descu-
brimiento, confiara en su diario su intención de llevarse
un grupo de indios para que “aprendan a hablar”.
Cuenta Eduardo Galeano:
“El shamán de los indios chamacocos, de Paraguay, canta a
las estrellas, a las arañas y a la loca Totila, que deam-
bula por los bosques y llora. Y canta lo que le cuenta el
martín pescador.
Pero los misioneros de una secta evangélica han obligado
al chamán a dejar sus plumas y sus sonajas y sus cánti-
cos, por ser cosas del Diablo.
El shamán dice:
<< Dejo de cantar y me enfermo. Mis sueños no saben adón-
de ir y me atormentan. Estoy viejo, estoy lastimado. Al
final, ¿de qué me sirve renegar de lo mío?>>”10
Es, como se ve, el caso del castellano, que fuera impuesto
por los colonizadores españoles a los habitantes origina-
rios de América.
Luego vinieron otras lenguas, muchas otras. La conocida, y
opinable, expresión “crisol de razas”, que se aplica para
aludir a la diversidad de aportes migratorios con que se
compuso la población americana, debería ser mejor “crisol
de lenguas”
Un crisol en el que lentamente se fue mezclando y transfor-
mando el castellano original, adaptándolo e incorporándole
16
vocablos de otros orígenes con vistas a que nos represente
y nos permita expresar cabalmente lo que queremos o necesi-
tamos decir.
Un proceso de años durante el cual fuimos conservando lo
que resultó útil, creando nuevas voces cuando el repertorio
no fue suficiente y descartando lo que no pudo adaptarse a
nuestras pretensiones comunicativas.
Quedan sin embargo resabios del desprecio colonial.
En el texto ya citado, Galeano hace referencia a dos casos
quizás excepcionales. Paraguay y Perú. En Paraguay la len-
gua de los colonizados, el guaraní, sigue siendo “el idioma
nacional unánime. Y sin embargo, la mayoría de los paragua-
yos opina, según las encuestas, que quienes no entienden
español son como animales”. En Perú la Constitución Nacio-
nal dice que los idiomas oficiales son dos, el quechua y el
español, a pesar de ello:
“El Perú trata a los indios como África del Sur trata a
los negros. El español es el único idioma que se enseña
en las escuelas y el único que entienden los jueces y los
policías y los funcionarios”.11
Quedan también resabios de las lenguas originarias, quedan
en muchos vocablos que hemos incorporado y también en suti-
les inflexiones del lenguaje. Un gran poeta nacional, Anto-
nio Esteban Agüero, nos habla de la imposición del idioma:
“El idioma nos vino con las naves,/sobre arcabuces y me-
tal de espada,/cabalgando la muerte y destruyendo /la me-
moria y el quipo del Amauta; /fue contienda también la
del Idioma,/dura guerra también, sorda batalla”.
Del sufrimiento por la pérdida de la lengua original
“rotas fueron las voces ancestrales,/ perseguidas, mordi-
das, martilladas / por un loco rencor sobre la boca / del
hombre inerme y la mujer violada”
Y de su sobrevivencia
17
“No tenemos bandera que nos cubra / tremolando en el aire
de la plaza . . . / pero tenemos esta luz secreta,/ esta
música nuestra soterrada,/ este leve clamor, esta caden-
cia,/ este cuño solar, esta venganza,/ este oscuro puñal
inadvertido / este perfil oral, esta campana,/ este mági-
co son que nos describe,/ esta flor en la voz: nuestra
Tonada”.12
9 Las invasiones virtuales
Claro que las sombras sobre la lengua no provienen hoy tan-
to de invasiones físicas como de invasiones virtuales, las
invasiones que en nombre de la globalización y la economía
de mercado – que como dice Eduardo Galeano son los nuevos
nombres artísticos del imperialismo y el capitalismo – nos
llegan a través de los medios.
En otras palabras, ya no hace falta que el Derecho a la Pa-
labra nos sea cercenado groseramente por una fuerza invaso-
ra que nos impone otra lengua. Hoy son los multimedios,
brazo armado de las grandes corporaciones, los que llevan
adelante el ataque contra la lengua y no lo hacen su-
plantándola por otra sino empobreciéndola, quitándole reso-
nancia y capacidad de expresión, cargándola de un sentido
unidimensionalmente mercantil y limitándola a un uso ins-
trumental.
“Una primera y muy extendida forma de violencia que sufre
la lengua (...) es el prejuicio que la define exclusiva-
mente como un medio de comunicación (...) se olvida que
el lenguaje (...) no es sólo el medio, sino también el
fin de la comunicación”13
No creamos sin embargo que estos intentos de instrumentali-
zación de la lengua son nuevos. Entre los ejemplos que se
mencionan no puede obviarse el de la Alemania nazi, caso
especialmente documentado y analizado por el ya citado Vic-
tor Klemperer en su "LTI, La lengua del Tercer Reich”, uno
18
de los trabajos más importantes acerca del lenguaje totali-
tario.
Klemperer, judío de origen, se salvó de los campos de ex-
terminio por estar casado con una no-judía. Eso no impidió
sin embargo que fuera despojado de sus cátedras y confinado
a vivir hacinado en un gueto. Prohibida su entrada a cual-
quier biblioteca y obligado a trabajar en una fábrica,
Klemperer trató de no enloquecer dedicándose a registrar
minuciosamente en su diario las modificaciones que el na-
cionalsocialismo en el poder fue realizando sobre la lengua
hasta lograr transformarla primero en una eficaz herramien-
ta de difusión ideológica y luego, y esto es mucho más gra-
ve, en una lengua en la que gran parte de sus términos ex-
presaban el contenido profundo de la ideología nazi.
Dando cauce a su vocación Klemperer registró cuidadosamente
no sólo la forma en que hablaban los agentes de la Gestapo
sino también cómo lo hacían sus compañeros en la fábrica y
aún sus vecinos del gueto e hizo, con esas observaciones,
un cuidadoso análisis filológico.
De esta forma consiguió demostrar cómo lo que él llama la
LTI, es decir la Lingua Tertii Imperii, creció, se expandió
y terminó, con rapidez sorprendente, constituyéndose casi
en el único lenguaje,
“se apoderó de todos los ámbitos públicos y privados: de
la política, de la jurisprudencia, de la economía, del ar-
te, de la ciencia, de la escuela, del deporte, de la fa-
milia, de los jardines de infancia y de las habitaciones
de los niños”14.
La LTI, formada por esas palabras que, como dice Klemperer,
“pueden actuar como dosis ínfimas de arsénico”, resultó tan
efectiva que penetró también en aquellos contra los que era
dirigida, en los judíos y los gitanos, los perseguidos y
19
los encerrados en guetos, aun los políticamente más con-
cientes de la situación.
Tal fue la penetración de la LTI y sus significados que no
resulta exagerado afirmar que a ella se debió una parte im-
portante de la penetración que alcanzó el nacionalsocialis-
mo, o sea, la ideología que expresaba.
Otro ejemplo citable de una lengua violentada por el tota-
litarismo lo encontramos en una novela que sólo en parte
puede considerarse como ficción. Se trata de la “Neolengua”
descripta por George Orwell en “1984”.
Para la creación de la “Neolengua”, se ha dicho repetidas
veces, Orwell tomó como modelo tanto el lenguaje del nazis-
mo, es decir la LTI, como el lenguaje de la propaganda del
régimen marxista soviético. Cada vocablo de esa nueva len-
gua debía tener la particularidad de dar a los miembros del
partido dominante la posibilidad de expresar exactamente lo
que según la doctrina debía ser expresado pero al mismo
tiempo excluir cualquier otro sentido no permitido.
La “Neolengua” también debía bloquear la posibilidad de que
se llegara a los sentidos prohibidos por vías indirectas.
Para lograr este objetivo el idioma debía ser recortado y
empobrecido al máximo. Se inventaban palabras con signifi-
cados únicos y precisos, se eliminaban las que tenían acep-
ciones secundarias, en especial las que podían remitir a
los sentidos prohibidos y se cambiaba por su opuesto el
significado de las palabras que no podían cambiarse. Uno de
los lemas preferidos del régimen “La Paz es la Guerra” es
un ejemplo claro de este último mecanismo.
El objetivo último de la “Neolengua” era, mediante la re-
ducción de las palabras disponibles y el estrechamiento ex-
tremo de los significados posibles, reducir la libertad de
pensamiento y anular la creatividad de los hablantes. Para
esto había que destruir la “Viejalengua”, la que proveía a
20
las personas de palabras y sentidos, de ideas, deseos y
sueños que debían ser definitivamente desterrados. El nuevo
idioma, en cambio, haría imposible el pensamiento crítico,
la imaginación y las aventuras intelectuales que pudieran
llevar a los individuos a cuestionar al orden establecido,
es decir a cometer lo que en “Nuevalengua” se denomina un
“crimental” (crimen mental o crimen de pensamiento)
Caricatura grotesca de la realidad o fantasía, “1984” y la
“Nuevalengua” sirven, como sirve la LTI, para señalar la
posibilidad de que la palabra, lo más propio, lo intrínseco
de la condición humana, pueda ser utilizado precisamente
como una forma de negación del derecho a la palabra.
Sirve para preguntarse si la actual etapa del desarrollo
capitalista, la etapa de la “economía de mercado” no está
generando una suerte de “nuevalengua”, una lengua que no
sólo sea funcional a su voracidad por las ganancias sino
que “naturalice” su lógica. Una lengua cuyos términos ex-
presen y justifiquen su racionalidad, es decir, la ideolog-
ía que lo sustenta.
Una lengua que disimule las peores consecuencias de esta
etapa en la que el mercado – dicho con más precisión, el
resultado que las grandes corporaciones obtengan en el mer-
cado – es la medida de todas las cosas.
“…Las víctimas del imperialismo se llaman países en vías
de desarrollo, que es como llamar niños a los enanos. El
oportunismo se llama pragmatismo. La traición se llama
realismo. Los pobres se llaman carentes, o carenciados, o
personas de escasos recursos. La expulsión de los niños
pobres del sistema educativo se conoce con el nombre de
deserción escolar. El derecho del patrón a despedir al
obrero sin indemnización, ni explicación, se llama flexi-
bilización del mercado laboral”15
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Pero no sólo eso necesita el mercado. Necesita también des-
truir la identidad, el sistema social y la conciencia
crítica que la lengua materna ha grabado en el inconciente.
“…el presente sistema está claramente decidido a formar
esclavos del trabajo, de la información y del consumo, y
nada favorece y robustece más la esclavitud que la pérdi-
da del lenguaje”16
Para alcanzar este objetivo, la destrucción del lenguaje y
su instrumentalización, el mercado cuenta con la fuerza de
sus multimedios de comunicación. Ellos se ocupan de la ta-
rea. Tres son las estrategias principales de las que se va-
len para ejecutarla.
Una de ellas es empobrecer la expresión reduciendo al míni-
mo el vocabulario mediante el uso diario, exclusivo y repe-
titivo de un número increíblemente pequeño de palabras.
Otra es quitarle riqueza, expresividad y matices valiéndose
de una adjetivación hiperbólica y catastrofista repetida
sin vergüenza hasta el hartazgo. Así el tránsito ciudadano
se ha convertido en un eterno “caos”, los incendios siempre
serán “voraces”, las bailarinas serán unánimemente “sensa-
cionales”, todos los delincuentes serán “hienas” o “chaca-
les” como todos los electrodomésticos resultarán “impres-
cindibles”, la protesta social hará que la ciudad “colapse”
cotidianamente, los vestidos de la diva serán invariable-
mente “maravillosos”, los espectáculos “inigualables” y así
sucesivamente.
La tercera, y la más importante, es lograr que las palabras
cambien su uso y su sentido y pasen a sugerirle a sus
hablantes los nuevos valores, las nuevas metas y también,
naturalmente, los nuevos límites que debe aceptar para que
el mercado funcione satisfactoriamente para las corporacio-
nes. Palabras que prediquen que los ciudadanos son ahora
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meros consumidores y que les hablen de las ventajas del te-
ner sobre el ser.
Sin embargo el lenguaje, como el hombre que lo habla, no es
fácilmente doblegable y no se entrega sin luchar. Aunque el
sentido de muchas palabras sea adulterado o que nuevas pa-
labras resulten caballos de Troya de la ideología del mer-
cado, y aun que fueran adoptadas por amplios grupos de
hablantes, todo esto no garantiza la penetración ni el éxi-
to de esa ideología. Como el lenguaje es un producto colec-
tivo por excelencia, “sistema gratuito de creación e inter-
cambio de bienes (…) maravillosa feria libre en donde todos
los días se acuñan nuevas expresiones y canciones (…) fies-
ta indetenible del inconciente”17, los hablantes no se li-
mitan a incorporar mecánicamente los vocablos y los senti-
dos que los medios les proponen. Por el contrario, lo fil-
tran a su modo, adoptan algunas de esas voces, otras las
rechazan y a otras les cambian el sentido, a veces incluso
dándoles uno opuesto al propuesto desde las usinas del sis-
tema. De esa forma o por la creación lisa y llana de pala-
bras y sentidos, la lengua sigue conectándonos con nuestros
deseos, nuestro goce, nuestras angustias, nuestras raíces y
nuestra libertad.
En eso, en su capacidad de creación y de resemantización,
reside la fuerza de la palabra. Y la nuestra. Por eso la
necesidad del mercado de envilecerla, de reducirla a puro
instrumento. Por eso la necesidad de abrigarla, de no re-
signarse a su instrumentalización, de reconocerla como uno
de nuestros tesoros y uno de nuestros más sagrados dere-
chos. Y de exigir que cómo tal se lo respete.
1 EVANGELIO DE SAN JUAN, Biblia Latinoamericana, Ediciones San Pa-blo/Editorial Verbo Divino, España, 1995, Cap. 1, vers. 1 a 3
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2 Al respecto se recomienda ver el film: “El anigma de Kaspar Hauser”, Werner Herzog, 1974 o también “El pequeño salvaje (de Aveyrón)”, Fran-çois Truffaut, 1970. 3 RICHMOND, P. Introducción a Piaget. Editorial Fundamentos, Madrid, 2000, 139. 4 VIGOTSKY,L. Pensamiento y lenguaje, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1982.166. 5 BORDELOIS, I. La palabra amenazada, Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2003, 61 6 BORDELOIS, I. La palabra amenazada, 11 7 BORDELOIS, I. La palabra amenazada, 23 8 BORDELOIS, I. La palabra amenazada, 25 9 KLEMPERER, V., LTI. La lengua del Tercer Reich, Barcelona, Minúscula, 2001. 10 GALEANO, E.,”Cinco siglos de prohibición del arco iris en el cielo americano” http://www.rebelion.org/,2004. 11 GALEANO, E.,”Cinco siglos de prohibición del arco iris en el cielo americano”. 12 AGÜERO, A., “Un hombre dice su pequeño país” 13 BORDELOIS, I. La palabra amenazada, 11 14 KLEMPERER, V., LTI. La lengua del Tercer Reich, Barcelona, Minúscula,
2001, 37 15 GALEANO, E.,”Patas arriba: la escuela del mundo al revés, Siglo XXI
editores, México, 2004, 41 16 BORDELOIS, I. La palabra amenazada, 26
17 BORDELOIS, I. La palabra amenazada, 26