Bourgois Violencia

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25 PENSANDO LA POBREZA EN EL GUETO: RESISTENCIA Y AUTODESTRUCCIÓN EN EL APARTHEID NORTEAMERICANO 1 Philippe Bourgois * No salí corriendo del local de videojuegos y venta de crack con la rapidez suficiente para evitar oír los dos golpes sordos del bate de béisbol del cus- todio contra el cráneo de un cliente. Me había equivocado al suponer que las duras palabras que César, el custodio, intercambiaba con un cliente droga- do eran el alarde agresivo pero en última instancia lúdico que es típico de gran parte de las interacciones callejeras masculinas. Parado en el borde de la vereda frente al local, me debatía tratando de decidir si el ruido de for- cejeos en su interior justificaba que llamara una ambulancia. Me tranqui- licé cuando vi al joven golpeado cruzar la puerta, arrastrándose en medio de una despedida de puntapiés y risotadas. Caminé entonces diez metros hasta el edificio vecino donde vivía en esa época, en el barrio mayorita- riamente puertorriqueño de Harlem-Este, Nueva York. Confundido por mi impotencia frente a la violencia de mis amigos distribuidores de crack, ter- miné temprano con el trabajo de campo de esa noche e intenté calmar la ira y la adrenalina que me corría por las venas ayudando a mi esposa a acu- nar a nuestro hijo recién nacido. Sin embargo, los gorjeos agradecidos del bebé no lograron apartar de mi mente el ruido del bate de béisbol de Cé- sar mientras caía sobre la cabeza del cliente drogadicto. La noche siguiente me obligué a volver al local de venta de crack donde pa- saba gran parte de mi tiempo realizando una investigación sobre la pobreza y la marginación en los enclaves urbanos empobrecidos de Nueva York. Re- prendí a César por su “sobreactuación” con el cliente molesto de la noche anterior. Él se mostró encantado de embarcarme en una discusión festiva de sus acciones de la noche anterior. En medio de nuestro combate verbal, me sacó la grabadora del bolsillo, la encendió y comenzó a hablar directa- mente al micrófono. * Philippe Bourgois es profesor y director del Departamento de Antropología, Historia y Medicina Social de la Universidad de California en San Francisco. Etnografías Contemporáneas 2 (2) 25-43

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    PENSANDO LA POBREZA EN EL GUETO: RESISTENCIA Y AUTODESTRUCCIN EN EL APARTHEID NORTEAMERICANO1

    Philippe Bourgois *

    No sal corriendo del local de videojuegos y venta de crack con la rapidezsuficiente para evitar or los dos golpes sordos del bate de bisbol del cus-todio contra el crneo de un cliente. Me haba equivocado al suponer que lasduras palabras que Csar, el custodio, intercambiaba con un cliente droga-do eran el alarde agresivo pero en ltima instancia ldico que es tpico degran parte de las interacciones callejeras masculinas. Parado en el borde dela vereda frente al local, me debata tratando de decidir si el ruido de for-cejeos en su interior justificaba que llamara una ambulancia. Me tranqui-lic cuando vi al joven golpeado cruzar la puerta, arrastrndose en mediode una despedida de puntapis y risotadas. Camin entonces diez metroshasta el edificio vecino donde viva en esa poca, en el barrio mayorita-riamente puertorriqueo de Harlem-Este, Nueva York. Confundido por miimpotencia frente a la violencia de mis amigos distribuidores de crack, ter-min temprano con el trabajo de campo de esa noche e intent calmar laira y la adrenalina que me corra por las venas ayudando a mi esposa a acu-nar a nuestro hijo recin nacido. Sin embargo, los gorjeos agradecidos delbeb no lograron apartar de mi mente el ruido del bate de bisbol de C-sar mientras caa sobre la cabeza del cliente drogadicto.

    La noche siguiente me obligu a volver al local de venta de crack donde pa-saba gran parte de mi tiempo realizando una investigacin sobre la pobrezay la marginacin en los enclaves urbanos empobrecidos de Nueva York. Re-prend a Csar por su sobreactuacin con el cliente molesto de la nocheanterior. l se mostr encantado de embarcarme en una discusin festivade sus acciones de la noche anterior. En medio de nuestro combate verbal,me sac la grabadora del bolsillo, la encendi y comenz a hablar directa-mente al micrfono.

    * Philippe Bourgois es profesor y director del Departamento de Antropologa, Historia y MedicinaSocial de la Universidad de California en San Francisco.

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    Quera asegurarse de que yo registrara con claridad su rplica final y la in-cluyera como una cita directa en el libro sobre la cultura callejera y la eco-noma subterrnea que estaba escribiendo en esos momentos.

    Csar: No, Felipe, no entiendes. No es bueno ser tan chulo con la gente, chico,porque se aprovechan de ti. Ese cabrn estuvo hablando estupideces un rato largo, deque ramos blanditos, que l controlaba el bloque y que puede hacer lo que le de lagana. O sea, lo cojimo suave, hasta que empez a hablar de esto y que si lo otro, yque nos iba a chotear con la polica. Ah fue cuando cog el bate; le ech el ojo al ha-cha que guardamos detrs del Pac-Man, pero despus dije no! quiero algo que seacorto y compacto. Slo le tengo que dar un par de cantazos pa tumbarlo.[Gritando a travs de la puerta para que todos puedan escucharlo afuera del local] Nocontrolas nada, porque te sacudimo el culito! Ja, ja, ja! [Volviendo hacia m.] Eso fuejusto cuando t saliste, Felipe. Te lo perdiste. Me puse loco. Ves, Felipe, en este lu-gar no puedes dejar que la gente te coja de mango bajito, si no te haces fama de blan-dito del barrio.

    Primo, el gerente del local de venta de crack, confirm el relato de Csary aument la credibilidad de su personaje violento al sealar con una ri-sita que apenas haba logrado contenerlo despus del segundo golpe conel bate de bisbol y evitar que matara al cliente agresivo mientras ste ya-ca semi-desmayado en el suelo.

    La lgica de la violencia en la cultura callejeraAlgunos lectores podran interpretar que el comportamiento y el desenfrenoy los desvaros pblicos de Csar son los de un psicpata disfuncionalmenteantisocial. Sin embargo, en el contexto de la economa subterrnea, su ce-lebracin bravucona de la violencia es un ejemplo de buenas relaciones p-blicas. Los alardes pblicos regulares de agresin son cruciales para reforzarsu credibilidad profesional y a largo plazo le aseguran su estabilidad laboralen la venta de crack. Cuando Csar relataba a los gritos los sucesos de lanoche anterior, no fanfarroneaba ociosa o peligrosamente; al contrario,publicitaba su eficacia como custodio y confirmaba su capacidad paramantener el orden en el lugar de trabajo. Otro beneficio colateral que ob-tena de su incapacidad para controlar las rabietas subyacentes era un che-que mensual de por vida de la Seguridad Social por ser as deca un casode chifladura certificada. Ocasionales intentos de suicidio ratificaban detanto en tanto su inestabilidad emocional.

    En sntesis, a los 19 aos, la brutalidad de Csar le ha posibilitado madu-rar en una carrera concreta como custodio de un local de distribucin decrack. Al margen de proporcionarle lo que considera un ingreso decente,tambin le permite, en un nivel personal y emocional, superar la vulnera-

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    bilidad aterrorizada que lo afect mientras creca en East Harlem. Hijo deuna adicta a la herona que lo tuvo a los 16 aos, fue criado por una abue-la que le pegaba con regularidad, pero tambin lo quera profundamente.Enviado a una escuela reformatorio por golpear a un maestro con una si-lla, Csar admiti que

    lloraba todos los das; era un gran imbcil. Pensaba en el suicidio. Extraaba a mismams. Quiero decir, la buela, t la conociste. Aparte era un chico tena 12 o 13 aosy los otros chicos me pegaban y toda esa mierda. Me pateaban el culo. Siempre anda-ba lastimado. Era un reformatorio asqueroso. Muchas veces vea a los maestros casti-gar a los chicos hacindolos quedar desnudos afuera bajo la nieve.

    Inteligente y precoz, Csar no tard en adaptarse a la violencia institu-cionalizada de su reformatorio y desarroll las aptitudes que a la larga lepermitiran sobresalir en la economa subterrnea:

    Despus aprend. Al pelear me pona tan loco que dejaban de molestarme por un tiem-po. Era un verdadero salvaje! A veces, por ejemplo, agarraba una silla o un lpiz o cual-quier otra cosa y los dejaba hechos un verdadero desastre. As que pensaban que eraun salvaje y un loco de verdad. O sea, siempre me meta en peleas. Aunque perdiera,siempre las empezaba. As me quedaba un poco ms tranquilo, porque despus nadiechavaba2 [..] conmigo.

    Enfoques antropolgicos de la pobreza urbanaCsar y su supervisor directo, Primo, eran apenas dos nombres de una redde alrededor de 25 vendedores puertorriqueos de crack al por menor conquienes entabl amistad durante los cuatro aos que viv y trabaj en EastHarlem, en el perodo culminante de lo que los polticos y los medios lla-maron la epidemia de crack, extendida aproximadamente de 1985 a1991 (Bourgois, 2003). Como antroplogo cultural comprometido con eltrabajo de campo con observacin participante o etnografa, slo po-da recoger datos precisos si transgreda los cnones de la investigacinpositivista tradicional. Tuve que involucrarme de manera ntima con laspersonas que estudiaba para establecer relaciones duraderas, respetuosas ypor lo comn teidas por una empata mutua. Como antroplogo inten-t, humildemente, suspender los juicios de valor a fin de empaparme delsentido comn de las personas con quienes compart mi vida en esos aos.

    Los investigadores que no son antroplogos culturales tropiezan con gran-des dificultades debido a su conviccin de que es imposible generar datostiles y confiables sobre la base de las pequeas muestras de personas queestudiamos con los mtodos cualitativos de observacin participante. Poreso los investigadores de orientacin cuantitativa que recogen datos por me-

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    dio de encuestas o de la consulta de censos pblicos no comprenden la in-tensidad de la relacin que uno debe desarrollar con cada individuo de sumuestra a fin de obtener informacin pertinente sobre los contextos cultu-rales y las dinmicas procesales de las redes sociales en contextos holsticos.Los antroplogos no correlacionan variables estadsticas independientes;antes bien, explican (o mencionan) las razones (o accidentes) por y a travsde las cuales las relaciones sociales se despliegan dentro de sus contextos lo-cales (y globales). En un plano ideal, los antroplogos desarrollan una rela-cin orgnica con un mbito social en que su presencia slo desvirtamnimamente la interaccin social original. Debemos buscar un rol sociallegtimo en el seno del escenario social que estudiamos, a fin de entablar amis-tades (y a veces enemistades) que nos permitan (con un consentimiento in-formado) observar directamente las conductas de la manera menos invasivaposible. Una de las grandes tareas de los observadores participantes es po-nerse en el pellejo de las personas que estudian para ver las realidades dellugar a travs de ojos locales. Como es natural, ese objetivo es imposiblede alcanzar en trminos absolutos y, tal vez, hasta sera peligroso si nos lle-va a olvidar el desequilibrio de poder que existe en relacin a los sujetos es-tudiados. En efecto, los antroplogos posmodernos han criticado con durezala premisa de que la esencia de un grupo de personas o una cultura puede serentendida y descripta por alguien ajeno, y traducida en categoras analti-cas acadmicas. Esta ilusin es parte de una imposicin modernista inevi-tablemente totalizadora y representativa, en ltima instancia, de un proyectoopresivo. Sin que las personas estudiadas lo sospechen, los antroplogos co-rren el riesgo de imponerles categoras analticas e imgenes exotizantes mar-cadas por el poder, en nombre de una autoridad acadmica etnogrficaasumida con arrogancia. Para evitar atribuir con pretextos cientficos im-genes enajenantes a las personas que estudian, los etngrafos deben ejerceruna crtica autorreflexiva y reconocer que una cultura no tiene necesariamenteuna nica realidad o esencia simple. Las culturas y los procesos sociales sonde manera ineludible ms pero tambin menos de lo que puede aprehenderalguien exterior a ellos cuando intenta condensarlos en una monografa o unartculo etnogrfico coherente. No obstante, con el fin de definir de un mo-do significativo la observacin participante, basta con decir que los antro-plogos culturales, pese a todos los problemas que implica el reportajetranscultural, tratan de acercarse lo ms posible a los mundos cotidianos lo-cales sin perturbarlos ni juzgarlos. La meta global es alcanzar una perspec-tiva integral de las lgicas internas y las coacciones externas que inciden enel desarrollo de los procesos locales, y reconocer al mismo tiempo y con hu-mildad que las culturas y los significados sociales son fragmentarios ymltiples. En definitiva, que todos somos formados y limitados por lasperspectivas de los momentos histricos, y la insercin social y demogrfi-ca que nos toca.

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    En el caso de mi trabajo con distribuidores de crack en el este de Harlem,aun antes de poder iniciar formalmente mi investigacin, tuve que enfren-tar la abrumadora realidad de la segregacin racial y de clase propia de losguetos estadounidenses. En un comienzo las cosas sucedieron como si mi pielblanca fuera el signo de la fase final de una enfermedad contagiosa que ha-ca estragos a su paso. Las bulliciosas esquinas se vaciaban en medio de unalluvia de silbidos cada vez que me acercaba: los nerviosos vendedores de dro-gas se dispersaban, seguros de que yo era un agente encubierto de la divi-sin de narcticos. A la inversa, la polica me haca saber que estaba violandoleyes inconscientes del apartheid cada vez que me ponan con brazos y pier-nas extendidos contra una pared para registrarme en busca de armas, dro-gas y/o jeringas. Desde su punto de vista, la nica razn por la cual un chicoblanco poda estar en el barrio despus del atardecer era para comprar dro-gas. De hecho, la primera vez que unos policas me pararon trat de expli-carles en un tono que yo consideraba corts que era un antroplogo dedicadoa estudiar la marginacin social. Convencidos de que me burlaba de ellos,me inundaron con una letana de maldiciones y amenazas mientras me es-coltaban hasta la parada de autobuses ms cercana y me ordenaban que de-jara el Este de Harlem: vete a comprar tus drogas en un barrio blanco, cochinohijo de una gran

    Si pude superar esos lmites raciales y de clase y granjearme a la larga el res-peto y la plena cooperacin de los distribuidores de crack que actuaban a mialrededor, slo fue gracias a mi presencia fsica permanente como un resi-dente ms del barrio y mi perseverancia amable en las calles. Tambin con-tribuy el hecho de que en esos aos me cas y tuve un hijo. Cuando mi bebtuvo la edad suficiente para ser bautizado en la iglesia local, yo ya haba en-tablado con varios de los distribuidores de drogas una relacin lo bastantecercana para invitarlos a la fiesta en el apartamento de mi madre, en el centro.

    En contraste, nunca pude alcanzar una comunicacin efectiva con la polica.Aprend, empero, a llevar siempre un documento de identidad que mostrarami direccin local real, y cada vez que me paraban me obligaba a bajar la mi-rada con cortesa y mascullar efusivos s, seor con el acento neoyorqui-no de la clase obrera blanca. A diferencia de lo sufrido por la mayora de losvendedores de crack puertorriqueos con quienes pasaba el tiempo, la po-lica nunca me golpe ni arrest; slo me amenazaron de tanto en tanto y aveces me pedan y aconsejaban amablemente que buscara un apartamentobarato en Queens un barrio con ms cantidad de poblacin blanca en lasafueras de Nueva York.

    Estoy convencido de que, si pude recoger datos significativos sobre la po-breza en el gueto latino, fue gracias a que transgred laboriosamente el apart-

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    heid urbano norteamericano. Desde un punto de vista metodolgico, la ni-ca manera de comenzar a hacer preguntas personales provocativas y tenerla expectativa de embarcarse en conversaciones sustanciosas sobre la com-pleja experiencia de la marginacin social extrema en Estados Unidosconsiste en entablar relaciones duraderas basadas en el respeto mutuo.Por eso, tal vez, es tan exigua la comprensin que posee la academia de laexperiencia de la pobreza, la marginacin social y el racismo. Las tradi-cionales metodologas de investigacin con orientacin cuantitativa de lossocilogos o criminlogos de clase media alta tienden a hacer acopio de in-venciones. Pocos integrantes de los mrgenes de la sociedad confan en losextraos cuando se les hacen preguntas personales invasivas, sobre todo enlo concerniente al dinero, las drogas y el alcohol. De hecho, a nadie rico opobre le gusta responder a preguntas tan indiscretas e incriminatorias.

    Histricamente, las investigaciones sobre la pobreza urbana fueron mseficaces en reflejar los prejuicios de clase o sector del investigador, que enanalizar la experiencia de la indigencia o documentar el apartheid racialy de clase (Katz, 1995). Cualquiera sea el pas de que se trate, el estadode las investigaciones sobre la pobreza y la marginacin social se presen-ta casi como una piedra de toque para calibrar las actitudes contempor-neas de la sociedad hacia la desigualdad, el bienestar social y los derechoshumanos. Esto es particularmente cierto en Estados Unidos, donde las dis-cusiones sobre la pobreza se polarizan casi de inmediato en torno a juiciosde valor moralizantes acerca de la autoestima individual y degeneran confrecuencia en concepciones raciales estereotipadas. En ltimo anlisis, lamayor parte de los estadounidenses ricos y pobres por igual- cree en elmito de Horatio Alger, segn el cual cualquier persona inteligente pue-de pasar de los harapos a la abundancia si trabaja con tesn. Tambin sonintensamente moralistas en las cuestiones relacionadas con la riqueza; unaactitud derivada, quiz, de su herencia puritana calvinista. Aun algunosacadmicos progresistas y de izquierda tienen la secreta preocupacin deque los pobres acaso merezcan efectivamente su destino de marginaciny sufrimiento auto-inflingido. Como consecuencia, a menudo se sientenen la obligacin de describir los guetos de una manera artificialmente po-sitiva, que no slo es irrealista sino tambin deficiente desde un punto devista terico y analtico.

    Probablemente, el mejor resumen de este contexto ideolgico de las in-vestigaciones sobre la pobreza urbana en los Estados Unidos lo proporcionanlos libros de Oscar Lewis, que se vendieron a nivel popular pese a ser tra-bajos acadmicos (Lewis, 1966; Rigdon, 1988). Durante la dcada de1960 Lewis reuni miles de pginas de entrevistas sobre las historias devida de una familia extensa de puertorriqueos que emigraron a East

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    Harlem y South Bronx en busca de trabajo. Unos treinta aos despus, suteora de la cultura de la pobreza permanece en el centro de las polmicascontemporneas en torno de los ncleos urbanos deprimidos de EstadosUnidos. Pese a ser un socialdemcrata favorable a la expansin de los pro-gramas gubernamentales contra la pobreza, su anlisis terico propone unaexplicacin psicolgica reduccionista casi un equivalente de culpar a la vc-tima de la persistencia transgeneracional de la miseria. En cierto nivel, pa-reci el toque de difuntos para los sueos de la Gran Sociedad de la presidenciade Johnson y represent un desmentido a la idea de que era posible erradi-car la pobreza en Norteamrica. La teora de Lewis resuena tal vez ms quenunca en las campaas contemporneas en pos de la responsabilidad indi-vidual y los valores familiares que han sido tan celebradas por los polticosconservadores en las elecciones nacionales estadounidenses realizadas a lo lar-go de la dcada del noventa. En un artculo publicado en Scientific Americanen 1966, Lewis escribi:

    Por lo comn, a los seis o siete aos los nios de los barrios pobres ya han asimilado lasactitudes y valores fundamentales de su subcultura. En lo sucesivo se enfrentan a la im-posibilidad psicolgica de aprovechar en su plenitud las condiciones cambiantes o lasoportunidades de mejora susceptibles de aparecer durante su vida.[] Es mucho ms difcil deshacer la cultura de la pobreza que remediar la pobreza misma.

    El enfoque de Lewis y su estudio de los inmigrantes puertorriqueos em-pobrecidos, est basado en la observacin de los mecanismos psicolgicos detransferencia intergeneracional al interior de la familia. Una perspectiva con-gruente con la escuela de cultura y personalidad y que inclua influenciasfreudianas, inclinndose as por las tradiciones norteamericanas ms con-servadoras. Sin embargo, los cientficos sociales de la izquierda estadouni-dense han cado con frecuencia en la trampa de glorificar a los pobres y negartoda prueba emprica de autodestruccin personal (Wilson, 1996). Cuandome mud al mismo barrio pobre donde las familias puertorriqueas estudiadaspor Lewis haban vivido treinta aos atrs, estaba decidido a no pasar por al-to, como l, el examen de la desigualdad estructural, pero pretenda al mis-mo tiempo documentar la dolorosa internalizacin de la opresin en la vidacotidiana de quienes padecen una pobreza persistente e institucionalizada.En procura de elaborar una perspectiva de economa poltica que diera el de-bido papel a la cultura y el gnero y tambin reconociera el vnculo entre lasacciones ntimas y la determinacin social y estructural, me concentr en c-mo una cultura callejera confrontacional de resistencia a la explotacin y lamarginacin social tena, de manera contradictoria, efectos autodestructi-vos para sus integrantes. De hecho, los vendedores de drogas, los adictos ylos delincuentes se convierten en las calles en agentes locales que adminis-tran la destruccin de la comunidad circundante.

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    Los dlares y las drogasDada su extraordinaria importancia econmica, as como su trgica in-fluencia en la destruccin de la vida de la gente, los investigadores que es-tudian el gueto deben abordar la cuestin del abuso de sustancias y el papelde las drogas en la economa subterrnea. Para quienes lo ven desde afue-ra, la dimensin ms fcil de entender el narcotrfico es su lgica econ-mica. En escala mundial, las drogas ilegales se han convertido en uninmenso negocio transnacional y multimillonario. Por terrible que sea, du-rante las ltimas dos dcadas las industrias del crack, la cocana, la hero-na, la marihuana y las anfetaminas fueron en Estados Unidos los nicosempleadores con un crecimiento dinmico para los varones habitantes delos guetos, ofrecindoles adems igualdad de oportunidades, sin discri-minacin por raza o clase. Por ejemplo, la calle donde viva era una mues-tra caracterstica de esas circunstancias, y en un radio de dos cuadras yo podaconseguir herona, cocana en polvo, agujas hipodrmicas, metadona, Va-lium, polvo de ngel (un tranquilizante para uso veterinario), marihuana,mezcalina, alcohol de contrabando y tabaco. A cien metros de la puerta decalle de mi casa haba tres lugares rivales de distribucin de crack que ven-dan ampollas a dos, tres y cinco dlares. Otros dos sitios de venta mino-rista expendan, por diez y veinte dlares, cocana en polvo envasada en bolsasde plstico cerradas y marcadas con un logo ntidamente aplicado con unsello de goma. Justo arriba del lugar de venta de crack camuflado como unlocal de videojuegos donde trabajaban Primo y Csar, donde yo pasaba lamayor parte del tiempo, dos mdicos debidamente matriculados maneja-ban una usina de pldoras en la que firmaban varias docenas de recetasde opiceos, estimulantes y sedantes por da. Anualmente, todo esto equi-vala a varios millones de dlares en drogas. En los barrios de viviendas es-tatales, situadas frente a mi inquilinato, la polica arrest a una madre de55 aos y su hija de 22 mientras embolsaban casi 10 kilos de cocana endosis gigantes de un cuarto de gramo de producto adulterado que se ven-dan a diez dlares, y cuyo valor total en la calle poda llegar a ms de unmilln de dlares. En ese mismo apartamento la polica encontr 25.000dlares en billetes de pequea denominacin.

    En otras palabras, negocios de muchos millones de dlares funcionan al al-cance de la mano de los jvenes que crecen en los inquilinatos y proyectoshabitacionales de East Harlem. El trfico de drogas en la economa infor-mal ofrece a esos jvenes una carrera con posibilidades reales de movilidadascendente. Como casi todos los dems habitantes de Estados Unidos, losvendedores de drogas no hacen sino trajinar para conseguir su porcin dela torta lo ms rpidamente posible. De hecho, en su bsqueda del xitosiguen hasta en sus ms mnimos detalles el modelo yanqui de movilidadascendente: hacia arriba por esfuerzo propio, gracias al esfuerzo y la iniciativa

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    privada. Por perverso que parezca, son los ltimos empresarios, indivi-dualistas duros que encaran una frontera imprevisible donde la fortuna, lafama y la destruccin estn a la vuelta de la esquina y donde los competi-dores son objeto de una persecucin y una eliminacin implacables.

    Pese a los obvios incentivos econmicos, la mayora de los residentes deleste de Harlem rehuyen las drogas y trabajan legalmente ocho o ms ho-ras cada da en empleos formales. El problema, sin embargo, es que esta ma-yora respetuosa de la ley durante 1980 y 1990 perdi el control delespacio pblico en el este de Harlem. Tuvieron que retirarse a una postu-ra defensiva y desde entonces viven en su barrio con temor y hasta con des-precio por l. Madres y padres atribulados vean y ven la necesidad demantener a sus hijos dentro de sus departamentos cerrados con doble lla-ve, en el resuelto intento de no dejar penetrar la cultura de la calle. Su ob-jetivo primordial es ahorrar el dinero suficiente para mudarse a un barrioseguro de clase obrera: sal si puedes.

    Los narcotraficantes aqu retratados, por consiguiente, representan slo unapequea minora de la poblacin de East Harlem, pero se las han arregla-do para fijar el tono de la vida pblica. Obligan a los residentes del lugar,sobre todo a mujeres y ancianos, a vivir con el constante temor a ser ata-cados o asaltados. Ms importante an, en el plano cotidiano los vendedorescallejeros de drogas proponen un convincente estilo de vida alternativo, sibien violento y autodestructivo lo que llamo cultura de la calle, a los j-venes que crecen alrededor de ellos. La economa de la droga es la base ma-terial de esa cultura, y su expansin multimillonaria en dlares ha hechode manera inconsciente que sta sea an ms atractiva y est ms de moda.

    En un nivel ms sutil, la cultura de la calle es algo ms que desesperacineconmica o codicia; tambin es una bsqueda de dignidad y la negativaa aceptar la marginacin y el racismo que la sociedad predominante im-pone a los nios que crecen en los ncleos urbanos deprimidos. Como se-alamos antes, puede entendrsela como una cultura de resistencia o almenos de oposicin a la explotacin econmica y la denigracin culturaly de clase. Concretamente, esa resistencia se manifiesta en el rechazo de losbajos salarios y las deficientes condiciones laborales, as como en la cele-bracin de la marginacin como una prenda de orgullo, aun cuando en l-tima instancia sea autodestructiva.

    Otra discusin con Csar ilustra con claridad esta dinmica. En ella, C-sar responde a las reprimendas de un reciente inmigrante mexicano indo-cumentado, aunque con un empleo formal, que acusaba de perezosos a lospuertorriqueos.

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    As mismo, pana! Somo los verdaderos canallas y locos jodidos que venden drogas.No queremo ser parte de la sociedad. Para qu queremo trabajar? A los boricuas noles gusta el trabajo. Est bien, a lo mejor no a todos, porque todava queda un mon-tn de tipos derechos de la vieja escuela que trabajan. Pero la nueva generacin, nipor casualidad! No respetamo nada. La nueva generacin no respeta a la gente. Que-remo hacer dinero fcil, y se acab. Fcil y ya, fjate. No queremo trabajos duros. Esoes la nueva generacin compai.Ahora, la vieja escuela era cuando ramo ms jvenes y nos rompamo el culo. Yo tu-ve todo tipo de trabajos estpidos. Clasificacin de chatarra, tintorero, mensajero. Pe-ro se acab [pone el brazo sobre el hombro de Primo]. Ahora estamo en la de rebeldes.Preferimo evadir los impuestos, chavos rpido y limitarno a sobrevivir. Pero eso tam-poco nos conforma, ja!

    Historia y economa poltica Es preciso situar las palabras de Csar en su contexto histrico y estructural;de lo contrario, podran servir para confirmar los estereotipos racistas y lasexplicaciones psicolgicas reduccionistas o culturalistas de la violencia, elabuso de sustancias y, en definitiva, la propia pobreza. A decir verdad, sees uno de los puntos dbiles de las descripciones etnogrficas, que a vecesdegeneran en construcciones voyeuristas de un otro deshumanizado y sen-sacionalizado. En un examen ms detenido puede discernirse que en C-sar la celebracin del desempleo, el delito y la adiccin est ntegramenterelacionada con fuerzas del mercado laboral, transformaciones histricas yhasta enfrentamientos polticos internacionales que van mucho ms all desu control.

    En trminos ms fundamentales, la desafortunada ubicacin estratgica ygeopoltica de la isla de Puerto Rico en el Caribe siempre la erigi en unobjetivo militar para las superpotencias mundiales, lo cual dio origen a unlegado particularmente distorsionado de desarrollo econmico y poltico.La afirmacin es vlida tanto para el colonialismo espaol, como para el ac-tual control poltico del territorio por parte de Estados Unidos. Como unartificio de la Guerra Fra para frenar la influencia de la vecina Cuba,Puerto Rico mantiene el ambiguo estatus de Estado Libre Asociado. Lospuertorriqueos que permanecen en su isla natal no pueden votar en las elec-ciones federales, pese a estar sujetos al servicio militar norteamericano. Po-co despus de que los infantes de marina estadounidenses invadieran la islaen 1898, la economa qued en manos de corporaciones agroexportadorasde esa nacionalidad y Puerto Rico fue sometido a una de las transforma-ciones ms rpidas y desquiciantes en toda la historia moderna de los pa-ses del Tercer Mundo. Para agravar las cosas, en las dcadas posteriores ala Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos, en un intento de desairar elexperimento socialista cubano manejado por el Estado, dio a la estrategia

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    de desarrollo de la isla el nombre de Operacin Manos a la Obra y la con-sider como un magnfico xito en su carcter de incentivo a las inversio-nes en un mercado libre. Sin embargo, el mejor ndice del fracaso humanodel modelo econmico de Puerto Rico tal vez sea el hecho de que entre untercio y la mitad de la poblacin de la isla se ha visto obligada a dejar supatria para buscar trabajo y sustento en el extranjero desde fines de la d-cada de 1940. En la actualidad son ms los residentes puertorriqueos enel exterior que en la propia isla. Como todos los nuevos inmigrantes lle-gados a Estados Unidos a lo largo de la historia, los puertorriqueos cho-caron con el racismo y la humillacin cultural. La situacin se exacerbdebido a un dato fenotpico: a diferencia de los irlandeses, los judos y lositalianos que llegaron con anterioridad a Nueva York, ellos, en su mayorparte, no tienen piel blanca.

    En otras palabras, los puertorriqueos nacidos en Nueva York son des-cendientes de un pueblo desarraigado por obra de un xodo acelerado y cons-tante en el marco de la historia econmica, impulsado por fuerzas de laReal-Politik y el racismo y no por una lgica humanitaria, y ni siquie-ra por una franca lgica econmica. Con diversas permutaciones, en las doso tres ltimas generaciones sus padres y abuelos pasaron de ser 1) campe-sinos con un rgimen de semisubsistencia en parcelas privadas de las la-deras de las colinas o en haciendas locales, a ser 2) peones agrcolas enplantaciones tropicales agroexportadoras de propiedad extranjera y uso in-tensivo de capital, 3) obreros en maquiladoras, residentes en comunidadesprecarias (verdaderos tugurios urbanos) basadas en la exportacin, 4) tra-bajadores sper-explotados residentes en los guetos de Nueva York, y 5)empleados del sector de servicios, residentes en edificios de departamen-tos construidos por el Estado que constituyen los enclaves urbanos ms mar-ginados dentro del mismo gueto. Ms de la mitad de quienes permanecieronen la isla estn hoy tan empobrecidos que deben recibir cupones de comi-da. Los que se trasladaron a Nueva York exhiben los ndices de pobreza fa-miliar ms elevados entre todos los grupos tnicos de la nacin, con excepcinde los pueblos originarios de Norteamrica.

    De la industria manufacturera a los servicios, y la alternativa del crackLa pobreza puertorriquea en la ciudad de Nueva York se vio agravada de-bido al hecho de que la mayora de los nacionales de la isla llegaron al con-tinente en el perodo posterior a la Segunda Guerra Mundial con la intencinde encontrar trabajos en las fbricas, justamente en el momento en que elsector industrial-manufacturero comenzaba a declinar en las reas metro-politanas estadounidenses. Entre los aos 1960 y los 1980, las corporacio-nes multinacionales reestructuraron la economa global al trasladar susfbricas a pases con menores costos laborales. La disrupcin personal vivida,

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    al atravesar la transformacin estructural de la industria manufacturera en Nue-va York como un obrero recin ingresado, resaltaba en las grabaciones de sushistorias de vida de los vendedores de crack. Casi todos los vendedores y con-sumidores de crack a quienes entrevist con el paso de los aos sobre todo losmayores se haban desempeado en uno o ms empleos formales en su primerajuventud. De hecho, la mayor parte ingres al mercado laboral a una edad mstemprana que el norteamericano tpico de clase media. As haba sucedido conPrimo, el gerente del lugar de venta de crack camuflado como local de vide-ojuegos.

    Tena 14 o 15 aos, brincaba clase para ir a planchar vestidos y todo lo que hacan en lafactora con las planchas de vapor. Era ropa bien, bien barata. La hermana de mi maifue la primera en trabajar ah, y despus tomaron a su hijo, mi primo Hctor el que aho-ra est en la crcel, porque su mama le dijo: si no quieres ir a la escuela, vas a tener quetrabajar. As que empec a andar por ah con l. Yo no pensaba trabajar en la fbrica. Sesupona que bamos a la escuela, pero as fue que pas.

    Haca un ao que Primo trabajaba en una fbrica de ropa barata cuando stacerr su local de East Harlem para mudarse a otra parte. Primo se convirti enuno ms del medio milln de trabajadores industriales de la ciudad de Nue-va York que casi de la noche a la maana perdieron su medio de vida, debidoa una cada del 50% en el empleo fabril entre 1963 y 1983. Desde luego, envez de verse como la vctima de una transformacin estructural, Primo recuerdacon placer y hasta orgullo el ingreso adicional que obtuvo al sacar las mqui-nas de la fbrica: Esa gente tena chavos [dinero], mano. Porque los ayudamoa mudarse del barrio. Tardamo dos das, mi primo Hctor y yo, nada ms. Esofue trabajar! Nos pagaron setenta pesos a cada uno.

    Csar, el custodio del local de venta de crack, pas por una experiencia simi-lar mientras trabajaba, luego de abandonar la escuela, en un taller de alhajasde fantasa. En ese momento de su vida, si Csar y Primo no hubiesen perte-necido al sector ms dbil de la industria manufacturera en un perodo de ace-lerada prdida de empleos, su sueo de adolescentes de clase obrera quiz sehabra estabilizado. Antes, cuando la mayora de los puestos iniciales de tra-bajo estaba en las fbricas, la contradiccin entre una cultura callejera, viril yde confrontacin y la cultura fabril tradicional de clase obrera sobre todo si go-zaba de la proteccin de un sindicato era menos pronunciada. En la fbrica,las actitudes duras y viriles representan un comportamiento aceptado; tambinse espera y se considera aceptable y digno cierto grado de oposicin a la patronal.

    La falta de respeto en el sector servicios Los trabajos manufactureros han sido reemplazados en gran medida por em-pleos en el sector de servicios, dentro de una economa neoyorquina ex-

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    pandida e impulsada por el sector financiero. El nicho laboral de crecimientoms rpido para desertores de la escuela secundaria, e incluso para graduadosuniversitarios, es el trabajo auxiliar de oficina en las sedes administrativasde las corporaciones multinacionales que han trasladado a otros pases susplantas de produccin. El inconveniente, desde luego, es que la identidadcallejera de oposicin viril, que es tan eficaz y atractiva en la florecienteeconoma subterrnea, no permite la interaccin social humilde y obedienteque los oficinistas profesionales exigen de sus subordinados. Se ha produ-cido un cambio cualitativo en el tenor de la interaccin interpersonal enel sector de servicios. Quienes trabajan en el sector de correspondencia odetrs de una mquina fotocopiadora no pueden exhibir pblicamente suautonoma cultural. En trminos muy concretos, carecen de sindicato;ms sutilmente, son pocos los compaeros de trabajo que los rodean y pue-den protegerlos y transmitirles un sentido de solidaridad de clase quesostengan su cultura de confrontacin. Antes bien, sufren el asedio de su-pervisores y jefes pertenecientes a una cultura ajena, hostil y obviamentedominante. Estos gerentes de oficina no se sienten intimidados por lacultura callejera, al contrario, la ridiculizan; la perciben como producto dela ignorancia, grotesca y hasta pattica.

    De acuerdo a los criterios de calle, las pautas de sociabilidad y cortesa pro-pia de la cultura de pasillo vigente en las oficinas de las empresas de ser-vicios, representan una humillacin aplastante, particularmente en relacina la propia masculinidad. En la calle, el trauma de experimentar una ame-naza a la dignidad personal se ha congelado lingsticamente en un verbode uso habitual, to diss, una forma abreviada de to disrespect [faltar el res-peto]. No hace falta ahondar demasiado para encontrar historias de profundahumillacin debida a la prdida de autonoma personal y cultural sentidapor los jvenes vendedores de crack en sus anteriores experiencias labora-les en el sector de servicios. As le ocurri a Primo cuando trabaj comomensajero en una revista comercial especializada.

    Cuando mi jefa le hablaba a la gente en la oficina, deca es un analfabeto, como siyo fuera un estpido incapaz de entender lo que deca, porque estaba yo parado ahmismo. As que un da busqu la palabra analfabeto en el diccionario y me di cuentade que ella les deca a los socios que yo era un estpido o algo as. Yo estpido! Yasabes cmo es (se seala a s mismo): ste no sabe nada. Bueno, de todos modos soyun analfabeto: y qu?!

    Aunque Primo consideraba una ofensa que lo calificaran de ese modo, la di-mensin ms profunda de su humillacin radicaba en verse obligado a bus-car en el diccionario el significado de la palabra utilizada para insultarlo.En la economa ilegal, en cambio, no corre el riesgo de sufrir estas amena-

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    zas a su autoestima: Mi jefe, Papo (el dueo del local [de crack]) nunca mefalt el respeto as. Y no me dira eso porque l tambin es analfabeto.Cuando Primo intentaba mostrar iniciativa y atenda el telfono en reem-plazo de sus supervisores, ocupados en otras tareas, se lo reprenda por ahu-yentar a los clientes con su acento puertorriqueo. Otro vendedor de crack,Leroy, que manejaba sus propios puntos de venta independientes en la mis-ma manzana, tambin haba sido profundamente humillado mientras tra-bajaba como mensajero y vio a una mujer blanca huir de l a los gritos enel vestbulo de un rascacielos de oficinas. Haba subido al ascensor con laaterrorizada mujer y, por azar, baj en el mismo piso que ella para haceruna entrega. Peor an: haba tratado de actuar con cortesa y dejarla salirprimera del ascensor. En realidad, sospecho que la presencia tab de unamujer blanca sola en un lugar tan cerrado lo haba inquietado un tanto:

    Ella se subi primero al ascensor, pero esper para ver qu piso yo apretaba. Se ha-ca como si no supiera a qu piso quera ir, porque quera que yo apretara el botn delmo. Y yo ah parado y me olvid de apretarlo. Pensaba en otra cosa, ya ni s qu mepasaba. Y ella seguro que pensaba: No aprieta el botn: Me tiene que estar siguiendo!

    Leroy se esfuerza por entender el terror que su piel oscura inspira en las ofi-cinistas blancas. Me lo confi al comienzo de nuestra relacin; pude advertirentonces que, como la mayor parte de los norteamericanos, l tambin seincomoda cuando debe hablar de las relaciones raciales a travs de los l-mites tnicos y de clase.

    Ha pasado antes. O sea, despus de un rato te vuelves inmune. Bueno, la primera vezque pasa, te jode: Est cabrn cmo te juzgan. Pero entiendo a muchos de ellos. C-mo te explico? A un montn de blancos(Me mira nervioso) Quiero decir, caucsi-cos (me pone la mano suavemente sobre el hombro). Si digo blanco, no te ofendas, Felipe.Pero hay esos otros blancos que nunca estuvieron con puertorriqueos o negros. Asque automticamente piensan algo malo de t. T sabes, o se creen que les vas a ro-bar o algo as. Me jode; me hace como un clic en la cabeza y me dan ganas de escribiruna rima [rap]. Siempre escribo.

    Por supuesto, como vendedor de crack, Leroy ya no tiene que enfrentar es-tas dimensiones de la humillacin racial y de clase.

    Polarizacin en torno del gneroAdems de su evidente conflicto racial, las confrontaciones en los traba-jos del sector de servicios tambin incluyen una tensa dinmica de gne-ro. La mayor parte de los supervisores en los niveles ms bajos del sectorson mujeres, y la cultura callejera prohbe a los varones aceptar una su-bordinacin pblica ante el otro gnero. De manera caracterstica, en sus

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    recuerdos ms airados de las faltas de respeto sufridas en el trabajo, mu-chos de los vendedores de crack se refieren a sus jefas con un lenguaje ex-plcitamente misgino; a menudo usan un vocabulario insultante paraaludir a las partes de su cuerpo y las desdean con maldiciones sexualiza-das del argot de la calle. Tambin se describen especficamente a s mis-mos y a los otros varones que trabajan en estas condiciones como afeminados:

    Dur como 8 meses de mensajero en esa agencia de publicidad que trabaja con cues-tiones farmacuticas. Confiaban en m. Pero tena una jefa prejuiciosa. Esa perragringa sin vergenza... Le tuve que aguantar un montn de mierda a esa puta gorday fea y portarme como un pendejo.No me gustaba, pero segu trabajando porque(se encoge de hombros) uno no quie-re joder la relacin. As que hay que ser un mamn. Ay, Dios mo! Odiaba a esa su-pervisora. Esa puta era verdaderamente asquerosa. Se vena con botar gente, mano. Selo podas ver en la cara, chico. Hizo llorar a un tipo que trabajaba conmigo y tuvo querogarle que le devolviera el empleo.

    Esta confrontacin estructural en el lugar de trabajo, que polariza las rela-ciones entre los varones jvenes del gueto y las mujeres blancas de clase me-dia baja con cargos administrativos y movilidad ascendente, tiene suparalelo en otra transformacin profunda de las relaciones tradicionales depoder entre los gneros dentro de las familias de trabajadores inmigrantespobres. La prdida de puestos en el sector manufacturero con una paga de-cente y beneficios sindicales para la familia en materia de salud y jubila-cin pone a los hombres frente a la creciente imposibilidad de cumplir losviejos sueos patriarcales de ser los proveedores todopoderosos de sus esposase hijos. Al mismo tiempo, el aumento de la participacin de las mujeres puer-torriqueas en la fuerza de trabajo, as como la redefinicin cultural ms ge-neral de una ampliacin de los derechos individuales y la autonoma paralas mujeres en todos los niveles de la sociedad norteamericana, proceso ini-ciado a fines de la dcada de 1960, pusieron en crisis el modelo patriarcalde un hogar conyugal dominado por un hombre autoritario.

    Los varones, sin embargo, no aceptan los nuevos derechos y roles que lasmujeres se han ganado en las ltimas dcadas; intentan en cambio reafir-mar por medio de la violencia el perdido control autocrtico que sus abue-los ejercan sobre la familia y el espacio pblico. En el caso de lospuertorriqueos residentes en los guetos, la situacin se exacerba debidoa la persistencia de una memoria rural de grandes hogares agrcolas, ben-decidos con muchos hijos y dominados por los hombres. A menudo, losvarones que ya no son jefes de hogar experimentan las aceleradas transfor-maciones estructurales histricas de su generacin como un dramtico ata-que contra su sentido de la dignidad viril. En el peor de los escenarios

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    planteados, cuando los hombres se convierten en un impotente fracaso den-tro de la economa de servicios, toman represalias con las mujeres y los ni-os, a quienes ya no pueden mantener econmicamente, ni controlarculturalmente. En concreto, esta situacin adopta la forma de palizas en lacasa y violacin en banda en los locales de venta de crack.

    A la bsqueda de solucionesLa crisis que ha acompaado el complejo reordenamiento histrico de las re-laciones de poder entre los gneros en las ltimas dcadas queda encubiertapor los superficiales eslganes de los lderes polticos conservadores, cuandostos hablan, por ejemplo, de la crisis de los valores familiares o simple-mente diga no a las drogas. Este tipo de moralismo psicolgicamente re-duccionista y de culpabilizacin de la vctima oculta las desigualdadesestructurales en materia de etnicidad, clase y gnero, de las que es necesarioocuparse si se aspira a conseguir una mejora real en la vida de los pobres enlos Estados Unidos. Los polticos y los medios de comunicacin esperan en-contrar soluciones simples y rpidas a una pobreza persistente que se concentracada vez ms en los enclaves urbanos marginados, y ms globalmente en lasvillas miseria de las naciones no industriales, en las viviendas pblicas de lossuburbios de las ciudades europeas o en los escombros postindustriales de losbarrios deprimidos de las ciudades norteamericanas.

    Dentro del mundo desarrollado, Estados Unidos es el pas donde la desigualdadde ingresos y la segregacin tnica alcanzan los niveles ms extremos. Haciafines del siglo XX y en la primera dcada del XXI, slo Rusia y Rwanda te-nan proporciones ms altas de su poblacin en las crceles (Waqcuant,2003). Ningn otro pas industrializado se acerca a los porcentajes nortea-mericanos de ciudadanos que viven por debajo de la lnea de la pobreza.

    El gueto representa el mayor fracaso interno de Estados Unidos y pende co-mo una espada de Damocles sobre la sociedad en general. La nica fuerza quesostiene esa espada precariamente suspendida es el hecho de que los narco-traficantes, los adictos y los delincuentes de la calle internalizan su furia ysu desesperacin. Dirigen su brutalidad contra s mismos y su comunidad in-mediata, en vez de hacerlo contra la opresin estructural que padecen.

    Si en la aurora del siglo XXI Estados Unidos se considerara como un modelointernacional de desarrollo poltico y econmico, sera un modelo de lo queno hay que hacer. El equilibrio de poder econmico estructural que penali-za y humilla a los trabajadores pobres y los empuja a la economa subterr-nea beneficia los intereses de pocas personas. La dolorosa y prolongadaautodestruccin de individuos como Primo y Csar y sus familias y seres que-ridos es cruel e innecesaria.

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    No hay frmulas tecnocrticas simples para implementar las polticas p-blicas que faciliten un acceso equitativo a la vivienda, el empleo, el sus-tento y la salud. El primer paso para salir del estancamiento exige unafundamental reevaluacin tica y poltica de los modelos socioeconmicosbsicos. Debido a sus mtodos de observacin participante y su sensibili-dad a la diferencia cultural, los antroplogos pueden desempear un im-portante papel en la promocin de un debate pblico acerca del costohumano de la pobreza. El desafo est sin duda frente a nosotros.

    Traduccin: Horacio Pons

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    Bibiliografa citada

    BOURGOIS, P. (2003): In Search of Respect: Selling Crack in El Barrio, Nueva York, Cambrid-ge University Press.

    DAVIS, M. (1990): City of Quartz: Excavating the Future in Los Angeles, Londres y Nueva York, Ver-so. Ciudad de cuarzo: arqueologa del futuro en Los Angeles, Madrid, Lengua de Trapo, 2003.

    KATZ, M. (1995): Improving Poor People: The Welfare State, the Underclass, and Urban Schools asHistory, Princeton, NJ, Princeton University Press.

    LEWIS, O. (1966): La Vida, a Puerto Rican Family in the Culture of Poverty San Juan and NewYork. Nueva York, Random House. La vida: una familia puertorriquea en la cultura de la po-breza: San Juan y Nueva York, Mxico, Joaqun Mortiz, 1969.

    RIGDON, S. M. (1988): The Culture Facade: Art, Science and Politics in the Work of Oscar Lewis,Illinois, Urbana, University of Illinois Press.

    WAQCUANT, L. (2003): From Slavery to Mass Incarceration, New Left Review N 13, pp. 41-60.

    WILSON, W. J. (1996): When the Work Disappears: The World of the New Urban Poor, New York,Knopf.

    Notas

    1 Traduccin autorizada del artculo Understanding Inner City Poverty: Resistance and Self-destruction Under U.S. Apartheid, en Jeremy MacClancy (comp.), Exotic No More: Anthropo-logy on the Front Lines, Chicago, University of Chicago Press, 2002, pp. 15-32.Agradezco a mis vecinos, los vendedores de crack y sus familias, que me invitaron a conocer sushogares y su vida en East Harlem. He modificado los nombres y camuflado las direcciones pa-ra proteger la privacidad individual. El artculo fue escrito con el sostn del National Institu-te on Drug Abuse (subsidio N r01-da10164). Tambin quiero agradecer a las siguientesinstituciones por su generoso apoyo econmico mientras realizaba el trabajo de campo en EastHarlem: la Harry Frank Guggenheim Foundation, la Russell Sage Foundation, el Social Scien-ce Research Council, la Ford Foundation, la Wenner-Gren Foundation for Anthropological Re-search y la Oficina del Censo de Estados Unidos, as como el ya mencionado National Instituteon Drug Abuse. Expreso mi gratitud a Harold Otto, Joelle Morrow y Ann Morrow por las trans-cripciones; a Horacio Pons por la traduccin, a Walter Gmez por revisar el lenguaje en los di-logos; y a Daniel Miguez por organizar la traduccin y revisarla. Una versin preliminar en francsapareci en Actes de la recherche en sciences sociales, Volumen 94, 1992, pp. 59-78.

    2 Expresin del argot puertorriqueo que significa molestar: nadie me molestaba. (No-ta del Traductor).

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    Resumen

    El artculo presenta una descripcin densade la manera en que los traficantes de co-cana de la seccin hispana de Harlem es-tablecen su sistema de relaciones sociales.All pueden verse los mecanismos de ela-boracin de formas de identidad y alteridad,en los que se inscribe el uso tanto de la co-laboracin como de la violencia (que aparececomo un recurso con valor a la vez expresi-vo e instrumental). Bourogois muestra tam-bin que esas formas de relacionarse seimbrican en profundas tradiciones marcadaspor el origen migratorio de los traficantesque son en su mayora de ascendencia puer-torriquea. En la cultura violenta del nar-cotrfico se reelaboran el patriar calismodominante de tradicin rural, y la rebeldaviril de la planta industrial. Estos patronesculturales se transforman en un obstculo di-fcil de superar a la hora de encontrar em-pleo en el creciente sector terciario, dandolugar a un ciclo de inserciones laboralesfrustradas que legitiman la cultura de lailegalidad.

    Abstract

    The article introduces us, through thickdescription, to the way in which cocainedealers of the Hispanic sections of Harlemdevelop their systems of social relations.This allows us a clarifying perception ofthe mechanisms by which forms of identi-ty and otherness are created, where coop-eration and violence (which is at the sametime an expressive and instrumental re-source) take part. Bourgois also shows usthat those relationships are deeply embed-ded in traditions that result from the mi-gratory background of drug-dealers, who aremostly of Puerto Rican descent. In the vi-olent culture of dealers the prevailing pa-triachalism of rural origin and the virileculture of the manufacturing industry arere-enacted. These cultural patterns becomean insurmountable obstacle when lookingfor a job in the growing tertiary sector, giv-ing way to a cycle of failing job insertionsthat legitimize delinquent cultures.

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    LOS MIEDOS: SUS LABERINTOS, SUS MONSTRUOS,SUS CONJUROS. UNA LECTURA SOCIOANTROPOLGICA1

    Rossana Reguillo *

    En los espacios de frontera, los cercos y empalizadas, ms que dar cuenta de una realidad, son unadeclaracin de intenciones. En un espacio de frontera, ningn intento de dar a los conflictos una di-mensin territorial, de adjudicarle una demarcacin al terreno, suele dar resultado. Zygmut Bauman

    Los miedos contemporneos constituyen, sin duda, un espacio de frontera, esdecir ellos configuran un espacio-tiempo en el que confluyen de manera mul-tidimensional, compleja, contradictoria y ambigua, elementos, procesos,figuras, discursos, personajes, polticas, relatos y contra-relatos que dificultanemplazarlos (dotarlos de un territorio fijo) y aislarlos (establecer la uni-vocidad de sus sentidos). Estudiar los miedos requiere una perspectiva n-mada, una estrategia mvil que los persiga y los haga salir de suclandestinidad o desmonte su sospechosa transparencia.

    Nombrar los miedos hoy, implica necesariamente historizarlos, darlesdensidad temporal para entender sus mutaciones, las proteicas formas en quese hacen presentes pero, implica simultneamente estar en condiciones decaptar su emergencia, el acontecimiento que irrumpe haciendo hablar losmiedos de alma antigua en lenguajes contemporneos y los miedos nuevosque inventan su propio modo de decirse a s mismos. No sirven los cercosconceptuales ni las empalizadas metodolgicas, ellos demandan una es-trategia a la intemperie.

    Quizs una estrategia til para acercarse en movimientos de aproximacinsucesivos de mayor complejidad, sea el partir de la definicin que de la pa-labra miedo ofrece el diccionario, del que se dice que es una perturbacinangustiosa ante la proximidad de un dao real o imaginario. Al descom-poner los distintos elementos de esta formulacin, se vuelve evidente que

    * Rossana Reguilllo es Profesora-investigadora del Departamento de Estudios Socioculturales, ITESO-Universidad Jesuita de Guadalajara.

    Etnografas Contemporneas 2 (2) 45-72