Botones

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Botones Por: Stephanie Cabala

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Botones Por: Stephanie Cabala

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Se encontraban un grupo de niños en el

paseo de primavera organizado por su

colegio Era un bello día a finales de

septiembre, el bus estaba aparcado junto al

complejo deportivo que tenía un comedor y

varios campos de juegos para niños y

deportivos también. La profesora decidió

que sería conveniente tenerlos jugando en

la parte más profunda del complejo, para

así no ser molestados ni amenazados por el

ruido de los automóviles de la carretera.

Entre juego y juego Alfredo, Miriam, Pablo y Martha estaban impacientes por irse a jugar con

la pelota de Pablo y llegaron a escuchar a las justas la indicación de la maestra de no alejarse

más alla de la reja que rodeaba el complejo. Jugaban a “La mata gente” cuando Alfredo fue

alcanzado por la pelota y en su enojo

le propinó una fuerte patada,

lanzándola fuera de la reja y así, fuera

del campo permitido. Alfredo, que

provenía de una familia adinerada no

tuvo mayor reparo en la pérdida de la

pelota de Pablo, quien era hijo de unos

panaderos y que había prácticamente

heredado dicha pelota de su abuelo en

su reciente cumpleaños en el mes de

Julio, por lo que éste se fue corriendo

tras la pelota hasta llegar a la reja.

Las niñas, siempre más dóciles… o más rígidas, le recordaron de la indicación de la profesora.

Pablo les dijo que más le temía a su padre y a su abuelo juntos que a la maestra; por lo que

tras un barrido ya estaba al otro lado de la reja. Viendo esto, las niñas le increparon a Alfredo

que vaya a detenerlo, pues todo el bolondrón fue producto de su lentitud para dejarse atrapar

por la pelota y por la cólera. Ya iba a ser la hora del refrigerio, por lo que debían volver antes

de que la maestra empiece a buscarlos.

Finalmente acordaron en ir los 3 pues Miriam y

Martha no querían quedarse a tener que

explicar a la maestra a dónde se habían ido sus

compañeritos y Alfredo porque quería retornar

para comer el sándwich de milanesa que su

mamá le había mandado en la lonchera.

Corrieron y alcanzaron a Pablo que ya se

encontraba algo más distanciado de ellos.

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La pelota se había alejado porque más alla de

la reja había una ladera que descendía por

una pequeña colina. Finalmente llegaron a un

campo de maizales y sin saber muy bien por

qué, simplemente se adentraron en él. Era

denso pero estrecho, a poco rato estaban en

el otro lado del mismo. El otro lado del

campo era más bien floral, con árboles

frondosos ofreciendo su sombra, era como un

jardín inmenso…

De pronto se oyó una puerta abrirse lentamente y chirriar, como si le faltara aceite o si hubiera

estado cerrada por mucho tiempo.

-Quien anda ahí?- sonó la voz de una viejecita

Los niños poco o nada pudieron moverse antes de que la señora los advirtiera en medio de su

jardín. Ella les increpó el que su pelota haya derribado su más reciente maceta y que además

ellos al irrumpir tan brusca y deliberadamente, habían pisoteado las petunias que acababan de

brotar– y permanecían aun parados sobre ellas- Con aparente delicadeza los 4 niños se

inclinaron para ver debajo de sus zapatillas. Pablo iba a pedir disculpas pero Alfredo se

adelantó diciendo:

- Pero si son sólo flores…

Se hizo un silencio total. Como si hasta los

pajaritos se hubieran dado cuenta de la

impertinencia del niño cachetón. La anciana

levantó una ceja y dejó brillar su dientecito

de oro tras una sonrisa algo sarcástica. Los

niños esperaban recibir algún grito o

rezongada, cuando de pronto la viejita los

invitó a dar un paseo por el jardín. Los 4 se

tomaron instintivamente de las manitos y

asintieron con la cabeza .

El jardín estaba muy bien cuidado, tenía como estas rejillas de madera blanca, que delimitaban

pequeños cúmulos de flores que estaban dispuestos de tal manera que se dibujaban rosetas y

espirales a lo largo y ancho del jardín. Habían nardos, rosales, lirios, geranios, margaritas y

lavanda. Tenía también cada cierto tramo unos arbolitos de campanillas blancas que a esa hora

de la mañana reflejaban dulcemente los rayos del sol. Era un hermoso lugar y el aroma que

flotaba en el aire era dulzón y fresco.

En el extremo opuesto del jardín había un mini jardín demarcado con unas rejitas del mismo

patrón y tamaño de las otras pero en vez de color blanco, eran de color púrpura. En medio de

ese segmento de jardín estaban 4 macetas con tierra en ellas pero sin planta ni flor. A un

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costado yacía un costal con paquetitos en su interior. La viejecita les dijo que escojan un tipo

de semilla del costal y que lo planten en cada una de las macetas, con la premisa de que

escojan bien pues el fruto de su siembra se lo llevarían a casa.

Los niños se quedaron en silencio por un

instante, se miraron unos a los otros y

luego sonrieron a manera de aceptar la

consigna. Martha era quien estaba más

próxima al costal y virtió el contenido de

éste sobre el suelo para que todos

pudieran escoger a su antojo. Se

arrodillaron formando un círculo y

empezaron a leer las etiquetas de los

paquetitos, de pronto se empezó a

dibujar ciertos rasgos de sorpresa en el

rostro de los 4 niños y rasgos de satisfacción en el de la viejita.

“Pasión”, “Fortuna”, “Paciencia”, “Sonrisas” eran algunas de las etiquetas. Miriam seguía

buscando y revolviendo los paquetitos ya que ella quería sembrar Dalias, porque eran las

preferidas de su tía abuela y ella nunca le dejaba tocarlas lo suficiente. Luego de un rato dejó

de buscar como sus otros amiguitos y se volvieron en conjunto para mirar desconcertados a la

viejita.

- Vamos niños, que es lo que quieren cultivar?

Martha movió un poco las manitos y

encontró un paquetito que decía

“Amistad”. Ella quería mucho a Miriam y

deseaba que sean amigas hasta que sean

viejitas, pero primero tendrían que

prometerse que no se divertirían

asustando a niños traviesos. Complacida

se levantó, sacudió la tierra de las

rodillas y cogió una macetita. Hizo un

pequeño agujero en la tierra, abrió el

paquetito, vertió las semillitas y las

cubrió con un puñado de tierra.

Observó.

Luego cargó la regadera con sus dos manitos porque era muy pesada y empezó a echarle agua.

Inmediatamente empezó a brotar una hojita verde. Ella se sorprendió del crecimiento de la

misma y continuó echando agua. Empezó a brotar un tallo que se iba haciendo más grande de

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forma lenta pero sostenida, luego empezaron a brotar botoncitos para las ramitas y los

esbozos de hojitas. Excitada por la curiosidad empezó a echar más ávidamente el agua pero

luego de un rato sus bracitos empezaron a cansarse por lo que se detuvo un rato para

reponerse.

Inmediatamente las hojas y los tallos empezaron a regresionar. Al ver esto, Martha cogió la

regadera y volvió a rociar agua, luego volvió a brotar la plantita hasta llegar a tener un capullo

de flor en la parte más alta.

Martha se mantuvo rociando agua pero el botón no llegaba a florecer. Volvió a cansarse pero

sabiendo que si se detenía, la planta desaparecería de nuevo, le pidió a Miriam que le ayude.

Esta se había vuelto al piso a buscar la semilla que más le convenga y le dijo que no podía

ayudarla pues no tenía mucho tiempo y necesitaba encontrar su semilla antes del almuerzo.

Alfredo se había puesto a orinar alla detrás de unos arbustos sin advertir lo que estaba

sucediendo. Pablo se incorporó y se dispuso a sostener los brazos de Martha con lo que

finalmente floreció el capullo, brotando una hermosa Dalia color carmesí. La niña dio un salto

de felicidad y abrazó a Pablo.

- Muy bien, cultivaste amistad. No se pueden obtener frutos de la misma sin que haya

participación de ambas partes. Si Pablo te hubiera quitado la regadera, tampoco

hubiera florecido la Dalia puesto que un amigo no te reemplaza sino que te apoya.

Felicidades. Ahora solo faltan ustedes 3.

Miriam sostuvo un paquete, se dirigió a su maceta, rompió una esquina de la bolsita con los

dientes y rápidamente la sembró. Al caer la bolsa se podía leer en la etiqueta “Belleza”. Miriam

siempre había recibido burlas por el tamaño y aspecto de su nariz, por lo que muchas veces

había fingido tener diarrea para no tener que ir al colegio y así librarse al menos uno que otro

día de las burlas.

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Empezó a regar la semilla pero no brotaba nada, hasta que el agua se empozó en la macetita,

Miriam se inclinó para ver por qué no crecía nada, hasta que pudo distinguir su reflejo en el

agua. Lo primero que reconoció fue precisamente su nariz, con lo que se sintió avergonzada.

Ya se iba a disponer a alejar su rostro cuando empezó a brotar un tallito verde. Ella se sintió

incomoda y retiró el rostro, no quería seguir viendo su perfil aguileño que tantas falsas

diarreas le había ocasionado. Al retirarse, el tallito se volvió a sumergir en la tierra húmeda.

Volvió a acercarse, pero el agua se había absorbido, le aumentó agua y se volvió a mirar. En

eso nuevamente esbozó la planta, haciéndose más grandecita, emitiendo ramitas, luego hojas.

Luego de verse durante todo ese proceso, notó que su nariz era una parte de ella y no al revez.

Detrás de la nariz había toda una niña que merecía ser querida y notada más que solo una

parte de su cuerpo. La planta creció y en la punta apareció el botón de flor que permanecía

cerrado. Alfredo, que había retornado de su pausa la miró y dijo:

- Si lo que buscas en el reflejo es tu cara, la encontrarás detrás de esa inmensa nariz!

Miriam quiso hacer lo de siempre: patear al niño o salir corriendo en medio del llanto pero no,

eso ya no pasaría. Ella volteó sonriendo y le dijo:

- No, no busco nada. Todo lo que necesito lo tengo en mí.

En ese instante, el capullo se abrió y brotó una bella rosa rosada. La viejecita se asomó a oler la

flor y luego de hacer un gesto de regocijo, se volteó hacia Miriam y le dijo:

- Belleza encontrarás cada vez que te quieres a ti misma y que sabes encontrar las cosas

buenas en los demás. Y si no las encuentras, puedes aprender a aceptarlos tal como

son. No hay nada más hermoso que ello! Felicidades. Y ustedes 2? Vamos muchachitos

que no tengo todo el día!

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Alfredo cogió la bolsita que estaba más a la mano en ese instante y se dispuso a sembrar el

contenido. “Poder” decía en la misma. Luego cogió la regadera y se dirigió con una mirada

traviesa hacia sus compañeritos. Les prometió invitarlos a jugar a su mansión cuando acabe de

cultivar sus florecitas. Con el agua, empezó a brotar el tallo y luego las ramitas. A diferencia de

las otras plantas, esta tenía muchas ramitas, con lo que Alfredo se paró derechito y sonrió más

vanidosamente aun. Luego las ramitas se empezaron a llenar de varios botones de flores, al

ver esto, Alfredo tiró la regadera y se dispuso a tomar los botones con sus propias manos.

Quizás el dinero se encontraría dentro de los mismos, pensó. Pero al momento que puso sus

manos en la planta, ésta empezó a regresionar. Volvió a regarla, volvió a brotar la planta y

volvió a intentar agarrarla. La planta volvió a regresionar. Esto se repitió por un par de veces

más hasta que finalmente Alfredo se tiró al piso haciendo una mini pataleta. Para su sorpresa,

la planta regresionó aun más que cuando ponía sus manos sobre ella. Se calló y la planta dejó

de encogerse. Finalmente se levantó, suspiró, empuñó nuevamente la regadera y volvió a

regar la planta, esta vez prometiendo que tendría la fortaleza y paciencia necesarios para dejar

que la planta siga su proceso.

Cuando aparecieron los botones para florecer, entendió que lo único que podía hacer era

seguir regándola así que eso hizo. Entonces, los botones rompieron y de ellos salieron blancas

margaritas con centro amarillo. El niño esbozó una gran sonrisa pero esta vez cargada de

humildad y respeto. La viejita le dio un leve empujón para asomarse y ver la planta.

- Muy bien, gordito. Ya habrás notado que el Poder más importante y que realmente

nos lleva a todos lados es el poder que ejercemos sobre nosotros mismos. Si eres

capaz de controlar y dirigir tus actos para tu bien, no habrá quien te detenga. Ahora

sólo faltas tú- le dijo a Pablo

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Pablo hacía buen rato que sostenía una bolsita entre sus manos. Con temor se acercó a la

única maceta que quedaba. Se inclinó y con sus manos empezó a remover la tierra, rompió el

sobrecito y puso las semillas en ella. Luego la cubrió con la tierra sobrante y se volteó para

coger la regadera.

El agua empezó a caer sobre la tierra, humedeciéndola lentamente, luego de un rato apareció

el tallito verde, que siguió creciendo muy recto y duro, sin abrirse en ramas, era más bien algo

así como un tallo único y largo. Poco antes de llegar a la punta aparecieron unas cuantas hojas

grandes y en forma de espada, como el símbolo de los casinos. Ya en la punta brotó finalmente

un gran botón de flor. En eso, el botón se abrió espontáneamente dando paso a un gran y

hermoso girasol que en el centro llevaba cientos de semillas. Sus ojos brillaron y sonrió. Luego

miró a su mano sosteniendo el sobre ya arrugado, y en su etiqueta leyó “Aprendizaje”.

- Yo quiero seguir sembrando porque hemos obtenido más cosas en la siembra y el

cultivo que en la cosecha. Dijo Pablo.

- Menudo niño habías sido tú. Bien hiciste en escoger ese sobre. Cada semilla es un

instante, una oportunidad de aprender algo. Hoy ustedes y hasta yo hemos aprendido

algo. Cada persona que toca nuestra vida nos enseña algo, cada acto y cada

circunstancia tiene un por qué, y el común de todos ellos es que nosotros seamos más

sabios y más felices. Hay que tener la suficiente fortaleza y humildad para saber

reconocer la lección escondida tras cada circunstancia. Bah, supongo que puedo

devolverles la pelota. Ahora sí, váyanse ya pero con cuidado de pisar las petunias que

ya no tengo paciencia para seguir dándoles lecciones de jardinería.

FIN