Borges y La Mujer

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Borges y la mujer por Laura A. Mafud “Vi en el Aleph la tierra y en la tierra otra vez el Aleph... vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.” Jorge Luis Borges, El Aleph Es un espacio de crueles clepsidras, espejos, laberintos, relojes de arena, mapas y otras paradojas. Un espacio donde las simetrías cobran un valor jamás analizado; donde el todo es la nada y la nada es el todo; donde los puntos convergen en el confín más puro del universo mismo. Es el legado de Jorge Luis Borges, el escritor argentino que, a 16 años de su muerte, sigue cautivando al campo literario. Su obra es un hito del género fantástico. Cuentista por excelencia y poeta por convicción, su figura se convirtió en objeto de suma exaltación. Haberlo leído parece probable. Haberlo entendido parece difícil. No haberlo intentado, una trampa mortal. Sin embargo, la vida de Borges está cargada de misterios, misterios que envuelven su particular relación con las mujeres. El escritor argentino más exitoso de todos los tiempos, como si fuese un reto del destino a sus propias encrucijadas, confesó haber cometido el peor de los pecados: no haber sido más feliz. “Desde que tengo memoria, siempre estuve enamorado de alguna mujer. Han sido diversas, pero cada una de ellas era única. El amor ha sido una forma de revelación”, expresó Jorge Luis Borges. Su primer gran amor fue Concepción Guerrero, una joven a la que conoció en 1922. A pesar de la oposición de ambas familias, la pareja formalizó un noviazgo que duró cerca de tres años y sobrevivió al

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Jorge Luis Borges y su relación con lo femenino

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Borges y la mujer

por Laura A. Mafud

“Vi en el Aleph la tierra y en la tierra otra vez el Aleph... vi mi cara y mis vísceras,  vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y

conjetural,  cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible

universo.” Jorge Luis Borges, El Aleph

     Es un espacio de crueles clepsidras, espejos, laberintos, relojes de arena, mapas y otras paradojas. Un espacio donde las simetrías cobran un valor jamás analizado; donde el todo es la nada y la nada es el todo; donde los puntos convergen en el confín más puro del universo mismo. Es el legado de Jorge Luis Borges, el escritor argentino que, a 16 años de su muerte, sigue cautivando al campo literario. Su obra es un hito del género fantástico. Cuentista por excelencia y poeta por convicción, su figura se convirtió en objeto de suma exaltación. Haberlo leído parece probable. Haberlo entendido parece difícil. No haberlo intentado, una trampa mortal. Sin embargo, la vida de Borges está cargada de misterios, misterios que envuelven su particular relación con las mujeres. El escritor argentino más exitoso de todos los tiempos, como si fuese un reto del destino a sus propias encrucijadas, confesó haber cometido el peor de los pecados: no haber sido más feliz.      “Desde que tengo memoria, siempre estuve enamorado de alguna mujer. Han sido diversas, pero cada una de ellas era única. El amor ha sido una forma de revelación”, expresó Jorge Luis Borges.      Su primer gran amor fue Concepción Guerrero, una joven a la que conoció en 1922. A pesar de la oposición de ambas familias, la pareja formalizó un noviazgo que duró cerca de tres años y sobrevivió al alejamiento provocado por el viaje de la familia Borges a Europa. A ella le dedicó el poema "Sábados", que se incluyó en Fervor de Buenos Aires, de 1923: "En nuestro amor hay una pena/ que se parece al alma. /Tú/ que ayer sólo eras toda la hermosura/ eres también todo el amor, ahora.” Pero la relación no progresó y se disolvió.      Años después conoció a Cecilia Ingenieros. La casualidad quiso que vivieran en la misma zona. Se

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empezaron a encontrar casi todas las tardes y, al poco tiempo, Borges le confesó su amor. El romance se prolongó un par de años. Ella fue quien le contó la historia de Emma Zunz, que luego Borges transformaría en un admirable relato. Estuvo a punto de casarse. Él estaba, según lo había confesado, perdidamente enamorado. Se casarían en Europa y juntos planearon el viaje. Un día, ella le dijo: “Dentro de dos semanas me voy a Europa”. “Nos vamos, querrás decir”, corrigió Borges. “No, me voy sola. He decidido no casarme con vos”. Así terminó el noviazgo. 

    Borges era discreto e introvertido. Dueño de una impecable singularidad, por demás refinado y cauto, se convirtió en un hombre demasiado inteligente para un tiempo que no podía –o no sabía– comprenderlo. Aquella inteligencia sólo le permitió romper una arista de su eterna timidez. Ya mayor, y gracias a sesiones de psicoanálisis, lograría vencer su temor hablar en público para ofrecer conferencias y charlas en universidades. Pero una tarea le quedó pendiente. Fiel a su estilo poco convencional, vivió sumergido en frustrantes amores que, cargados de giros platónicos, lo llevarían a experimentar aquellos sufrimientos que oficiaron de musa para su inspiración.      “Las mujeres me han hecho desdichado. Pero la felicidad que he obtenido de ellas compensa toda la desdicha. Es mejor ser feliz y desdichado que no ser ninguna de las dos cosas. ”

La mujer de El Aleph

    En agosto de 1944, conoció a Estela Canto, una joven escritora de la que no tardó en enamorarse. Por entonces, Canto, que militaba en las filas del Partido Comunista, había recurrido a Borges, empleado de una Biblioteca Municipal, para que la ayudase con una traducción. A pesar de sus personalidades tan dispares, enseguida establecieron un vínculo basado en la intelectualidad. Ella tenía demasiadas inquietudes para el normal de la época: trabajaba como locutora de radio y traductora, era el sostén económico de su hogar, era desinhibida, usaba pantalones, y aspiraba a ser una escritora.      Desde un principio, hubo malentendidos entre ellos.

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“Cada mañana, cuando llegaba a casa con alguna novela en el bolsillo, tenía la actitud del festejante inoportuno que teme ser rechazado por la señorita cortejada. Esto era irritante. Él tenía 45 años y yo, 28. Edad suficiente para prescindir de esas tonterías”, describe Estela Canto en Borges a contraluz. “El amor de Borges era romántico, exaltado, tenía una especie de pureza juvenil. Se entregaba suplicando no ser rechazado, convirtiendo a la mujer en un ídolo inalcanzable, al cual no se atrevía a aspirar. No era sentimental, sino lírico.”     Borges y Canto tuvieron una intensa relación, aunque confusa y cargada de desencuentros. El Parque Lezama, testigo oculto de sus encuentros, fue el punto que Borges eligió para proponerle matrimonio. Canto había aceptado en forma tácita el noviazgo, pero no lo amaba como para casarse. Quizá por imprudencia o nerviosismo, su respuesta no tardó en llegar: “Lo haría con mucho gusto, Georgie. Pero no olvides que soy una discípula de Bernard Shaw. No podemos casarnos, si antes no nos acostamos”.     Canto no dudaba. Según la escritora, sus besos eran tan torpes como tímidos y, tras varios años de noviazgo, él no había intentado jamás “ir más allá”. La relación duró siete años. Después de la ruptura, Canto viajó a Europa, se casó y fue amiga de Borges casi hasta el día de su muerte.      Hacia 1949, el autor le dedicó su cuento "El Aleph", que conjura una de sus obsesiones, la escisión entre el amor carnal y el amor etéreo que, como en un juego de espejos, fluye en una interminable secuencia de tiempos y espacios. Borges le regaló el manuscrito, que en 1985 fue vendido por 25.760 dólares a la Biblioteca Nacional de España. Canto había recibido una oferta de una universidad norteamericana, pero aconsejada por su marido, la rechazó, ya que "cuando Borges muera, esos papeles costarán diez veces más". Cuando Canto le dijo a Borges lo ocurrido, la respuesta, cargada de ironía fue: "Si yo fuera un caballero, en este mismo instante iría al toilette y se oiría un disparo".

Esposa recomendada

      A los 68 años, y por sugerencia de su madre, Borges se casó con Elsa

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Astete Millán, una novia de su juventud. En una oportunidad, Millán relató su noche de bodas: la pareja había pasado a saludar a la madre de Borges. Como era un día convulsionado por manifestaciones políticas en las calles de Buenos Aires, doña Leonor les sugirió que se quedaran con ella. Tras una breve discusión, Millán se marchó hacia el departamento que compartían y Borges se quedó con su madre.      Una mañana de julio, Norman Thomas di Giovanni, su traductor al inglés, lo ayudó a concretar su “fuga”. Según relata Borges, agobiado por los constantes desentendimientos con su mujer, tomó la determinación de irse. Di Giovanni lo esperaba en un taxi y juntos viajarían a la ciudad de Córdoba, donde el doctor Fernández Ordóñez, amigo de Borges, iniciaría los trámites del divorcio. El matrimonio aún no había cumplido su tercer aniversario. 

Amor materno

    Al hablar de Borges, surgen inevitables temas como la ceguera congénita, la timidez extrema, el amor por Buenos Aires y una edípica relación con su madre, Leonor Acevedo.      Proveniente de familias argentinas y uruguayas tradicionales, aprendió inglés a través de su marido y tradujo La comedia humana, de Willian Saroyan. Cuando el escritor quedó ciego, fue una compañera y amiga comprensible y tolerante. Contestaba sus cartas, las leía, escribía sus dictados y lo acompañó en sus viajes por el mundo.     Pero también fue una madre absorbente. Cada vez que Borges salía a cenar con alguna persona, después de hacer el pedido al mozo, necesitaba hacer un llamado a su casa. Leonor Acevedo estaba informada de cada uno de los pasos de su hijo. Éste era un procedimiento establecido. Borges la telefoneaba para darle cuenta de dónde estaba, con quién estaba, qué hacía y cuándo iba a volver a casa.      Acevedo convivió con su hijo más de 80 años, interrumpidos por los tres años de su matrimonio. Fue su guía y su consejera. Tras la pérdida de su vista, se podría decir que Borges veía a través de los ojos de su madre. 

El misterio sexual

    A principios del año 2002, Epifanía de Robledo, “Fanny”, quien durante 40 años fue empleada de Borges, aseguró en una entrevista de la revista Loft de

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Miami, que "el señor murió virgen". En el libro El secreto de Borges, el psicoanalista Julio Woscoboinik revela que el escritor habría tenido su primera experiencia sexual a los 19 años con una prostituta. Según Woscoboinik, el hecho ocurrió a instancias de su padre quien lo había enviado al departamento de una mujer de Bourg Du Four, un barrio de Ginebra, Suiza. Borges suponía que esa mujer era conocida de su padre. En el cuento "El otro", incluido en El libro de arena, el narrador rememora ese “atardecer en un primer piso de la plaza Dubourg”. Estela Canto, sin embargo, dice que esa relación no llegó a concretarse, pero que, siendo amigos y tras su divorcio de Elsa Milllán, el escritor le confesó “haber tenido relaciones sexuales con una o dos mujeres”.      En verdad, poco ya importan los rincones oscuros de su vida. Borges forjó su camino y dejó una obra digna de ser leída y releída. Si realmente conoció el amor, es un misterio. Al contrario, quizá la fantasía superó al hombre.      En 1975, tras la muerte de su madre, una discípula de ascendencia oriental comenzó a acompañar a Borges en todos sus viajes al exterior. El escritor no tardó en sentirse atraído por María Kodama, con quien contrajo matrimonio años después en Suiza. Por suerte, dicen, Borges murió enamorado.

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