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Raúl González Tuñón (1905-1974)- Selección de poemas CANCION PARA VAGABUNDOS Salud a la cofradía trotacalle y trotamundo. Todo nos falta en el mundo, todo menos la alegría. Y viva la santa unión de Sin-ropas y Sin-tierras. Todo nos falta en la tierra. Todo menos la ilusión. Corto sueño y larga andanza en constante despedida. Todo nos falta en la vida. Todo menos la esperanza. Amigos de la botellas pero poco del trabajo. Todo nos falta aquí abajo. Todo, menos las estrellas. Inofensiva locura, sin razón de vagabundo. Todo nos falta en el mundo. Todo, menos sepultura. Prosigamos, si Dios quiere, nuestro camino sin Dios, pues siempre se dice adiós, y una sola vez se muere.

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Raúl González Tuñón (1905-1974)- Selección de poemas

CANCION PARA VAGABUNDOS

Salud a la cofradíatrotacalle y trotamundo.Todo nos falta en el mundo,todo menos la alegría.

Y viva la santa uniónde Sin-ropas y Sin-tierras.Todo nos falta en la tierra.Todo menos la ilusión.

Corto sueño y larga andanzaen constante despedida.Todo nos falta en la vida.Todo menos la esperanza.

Amigos de la botellaspero poco del trabajo.Todo nos falta aquí abajo.Todo, menos las estrellas.

Inofensiva locura,sin razón de vagabundo.Todo nos falta en el mundo.Todo, menos sepultura.

Prosigamos, si Dios quiere,nuestro camino sin Dios,pues siempre se dice adiós,y una sola vez se muere.

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ESCRITO EN UNA TRASTIENDA

En todos los puertos del mundodescansa la nochesobre los navíos oscurosy reza su rosario de lunasel viejo lobo curtido y silencioso.Palomas de las músicas vagabundas picotean los fanales encendidos.Tu recuerdo ha hecho hueco en mi mano sin luz.Ah, llegar a tu cabellera rubia como a un puerto final.

Atracan los astrosy detrás de los grandes murallones de sombras luces multicolores se roban las miradasy las estrellas son afónicascomo la voz de la violinista tuberculosacuya tos en el bar es obligatoria.El alcohol anda en zancos y las mujeres canallasPasean su olor a polvo y su cansancio.En todos los puertos del mundo hay alguien que está esperando.Hasta muy cerca de los navíossalen los patiosy entran por los oídos de los marinos.Un sabor dulce, un amargo sabor.En todos los puertos del mundohay vagabundos como yo que asoman al asombro lejanoel corazón, como un barquito en la mano.Hay una calle, larga borrachera,pedazos de noche dispersaday cuando llega el alba roja y con su clarínrevuela pájaros alucinados,en todos los puertos del mundohay alguien que está esperando.

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EN EL PUERTO 

A una señal dejaron de moverse las grúas,el pájaro de hierro plegó sus alas grisesy en los oscuros barcos de los paísessólo se oía el pálido rumor de las garúas.

En cercanas recovas de reverberos crudos,de ásperos impermeables y cáscaras de fruta,comen agrios pescados los marineros rudos.Rasca un violín insomne la joven prostituta.

Sus dulces nombres mecen las barcas de la orilla,sin carbón, sin aceite, sin guía, sin destino. De los amplios galpones llega el olor del vino.La fugitiva rata corre a la alcantarilla.

Ya sus perros de niebla lanza el viento en el puerto.Rondan los barcos mudos invisibles gaviotas.Los mascarones sueñan con ciudades remotas.Llueve sobre la gorra del marinero muerto.

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Jorge Luis Borges (1899–1986)Selección del libro Fervor de Buenos Aires (1923)

PRÓLOGO[a la edición de 1969]

No he reescrito el libro. He mitigado sus excesos barrocos, he limado asperezas, he tachado sensiblerías y vaguedades y, en el decurso de esta labor a veces grata y otros veces incómoda, he sentido que aquel muchacho que en 1923 lo escribió ya era esencialmente ¿qué significa esencialmente?- el señor que ahora se resigna o corrige. Somos el mismo; los dos descreemos del fracaso y del éxito, de las escuelas literarias y de sus dogmas; los dos somos de Schopehauer, de Stevenson y de Whitman. Para mí, Fervor de Buenos Aires prefigura todo lo que haría después. Por lo que dejaba entrever, por lo que prometía de algún modo, lo aprobaron generosamente Enrique Díez-Canedo y Alfonso Reyes. Como los de 1969, los jóvenes de 1923 eran tímidos. Temerosos de una íntima pobreza, trataban, como ahora, de escamotearla bajo inocentes novedades ruidosas. Yo, por ejemplo, me propuse demasiados fines: remedar ciertas fealdades (que me gustaban) de Miguel de Unamuno, ser un escritor español del siglo XVII, ser Macedonio Fernández, descubir las metáforas que Lugones ya había descubierto, cantar un Buenos Aires de casas bajas y, hacia el poniente o hacia el sur, de quintas con verjas. En aquel tiempo, buscaba atardeceres, los arrabales y la desdicha; ahora, las mañanas, el centro y la serenidad.J.L.B.Buenos Aires, 18 de agosto de 1969.

A QUIEN LEYERE

Si las páginas de este libro consienten algún verso feliz, perdóneme el lector la descortesía de haberlo usurpado yo, previamente. Nuestras nadas poco difieren; es trivial y fortuita la circunstancia de que tú seas el lector de estos ejercicios, y yo su redactor.

FUNDACION MITICA DE BUENOS AIRES¿Y fue por este río de sueñera y de barroque las proas vinieron a fundarme la patria?Irían a los tumbos los barquitos pintadosentre los camalotes de la corriente zaina.Pensando bien la cosa, supondremos que el ríoera azulejo entonces como oriundo del cielo

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con su estrellita roja para marcar el sitioen que ayunó Juan Díaz y los indios comieron.Lo cierto es que mil hombres y otros mil arribaronpor un mar que tenía cinco lunas de anchuray aún estaba poblado de sirenas y endriagosy de piedras imanes que enloquecen la brújula.Prendieron unos ranchos trémulos en la costa,durmieron extrañados. Dicen que en el Riachuelo,pero son embelecos fraguados en la Boca.Fue una manzana entera y en mi barrio: en Palermo.Una manzana entera pero en mitá del campoexpuesta a las auroras y lluvias y suestadas.La manzana pareja que persiste en mi barrio:Guatemala, Serrano, Paraguay y Gurruchaga.Un almacén rosado como revés de naipebrilló y en la trastienda conversaron un truco;el almacén rosado floreció en un compadre,ya patrón de la esquina, ya resentido y duro.El primer organito salvaba el horizontecon su achacoso porte, su habanera y su gringo.El corralón seguro ya opinaba Yrigoyen,algún piano mandaba tangos de Saborido.Una cigarrería sahumó como una rosael desierto. La tarde se había ahondado en ayeres,los hombres compartieron un pasado ilusorio.Sólo faltó una cosa: la vereda de enfrente.A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires:La juzgo tan eterna como el agua y como el aire.

LAS CALLESLas calles de Buenos Airesya son mi entraña.No las ávidas calles,incómodas de turba y ajetreo,sino las calles desganadas del barrio,casi invisibles de habituales,enternecidas de penumbra y de ocasoy aquellas más afueraajenas de árboles piadososdonde austeras casitas apenas se aventuran,abrumadas por inmortales distancias,a perderse en la honda visiónde cielo y llanura.Son para el solitario una promesa

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porque millares de almas singulares las pueblan,únicas ante Dios y en el tiempoy sin duda preciosas.Hacia el Oeste, el Norte y el Surse han desplegado -y son también la patria- las calles;ojalá en los versos que trazoestén esas banderas.

LA RECOLETAConvencidos de caducidadpor tantas nobles certidumbres del polvo,nos demoramos y bajamos la vozentre las lentas filas de panteones,cuya retórica de sombra y de mármolpromete o prefigura la deseabledignidad de haber muerto.Bellos son los sepulcros,el desnudo latín y las trabadas fechas fatales,la conjunción del mármol y de la flory las plazuelas con frescura de patioy los muchos ayeres de a historiahoy detenida y única.Equivocamos esa paz con la muertey creemos anhelar nuestro finy anhelamos el sueño y la indiferencia.Vibrante en las espadas y en la pasióny dormida en la hiedra,sólo la vida existe.El espacio y el tiempo son normas suyas,son instrumentos mágicos del alma,y cuando ésta se apague,se apagarán con ella el espacio, el tiempo y la muerte,como al cesar la luzcaduca el simulacro de los espejosque ya la tarde fue apagando.Sombra benigna de los árboles,viento con pájaros que sobre las ramas ondea,alma que se dispersa entre otras almas,fuera un milagro que alguna vez dejaran de ser,milagro incomprensible,aunque su imaginaria repeticióninfame con horror nuestros días.Estas cosas pensé en la Recoleta,en el lugar de mi ceniza.

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EL SURDesde uno de tus patios haber miradolas antiguas estrellas,desde el banco dela sombra haber miradoesas luces dispersasque mi ignorancia no ha aprendido a nombrarni a ordenar en constelaciones,haber sentido el círculo del aguaen el secreto aljibe,el olor del jazmín y la madreselva,el silencio del pájaro dormido,el arco del zaguán, la humedad-esas cosas, acaso, son el poema.

CALLE DESCONOCIDAPenumbra de la palomallamaron los hebreos a la iniciación de la tardecuando la sombra no entorpece los pasosy la venida de la noche se adviertecomo una música esperada y antigua,como un grato declive.En esa hora en que la luztiene una figura de arena,di con una calle ignorada,abierta en noble anchura de terraza,cuyas cornisas y paredes mostrabancolores blandos como el mismo cieloque conmovía el fondo.Todo —la medianía de las casas,las modestas balustradas y llamadores,tal vez una esperanza de niña en los balconesentróen mi vano corazóncon limpidez de lágrima.Quizá esa hora de la tarde de platadiera su ternura a la calle,haciéndola tan real como un versoolvidado y recuperado.Sólo después reflexionéque aquella calle de la tarde era ajena,que toda casa es un candelabrodonde las vidas de los hombres ardencomo velas aisladas,que todo inmediato paso nuestro

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camina sobre Gólgotas.

LA PLAZA SAN MARTÍNA Macedonio FernándezEn busca de la tardefui apurando en vano las calles.Ya estaban los zaguanes entorpecidos de sombra.Con fino bruñimiento de caobala tarde entera se había remansado en la plaza,serena y sazonada,bienhechora y sutil como una lámpara,clara como una frente,grave como un ademán de hombre enlutado.Todo sentir se aquietabajo la absolución de los árboles-jacarandás, acaciascuyaspiadosas curvasatenúan la rigidez de la imposible estatuay en cuya red se exaltala gloria de las luces equidistantesde leve luz azul y tierra rojiza.¡Qué bien se ve la tardedesde el fácil sosiego de los bancos!Abajoel puerto anhela latitudes lejanasy la honda plaza igualadora de almasse abre como la muerte, como el sueño.

ARRABALA Guillermo de TorreEl arrabal es el reflejo de nuestro tedio.Mis pasos claudicaroncuando iban a pisar el horizontey quedé entre las casas,cuadriculadas en manzanasdiferentes e igualescomo si fueran todas ellasmonótonos recuerdos repetidosde una sola manzana.El pastito precario,desesperadamente esperanzado,salpicaba las piedras de la calley divisé en la honduralos naipes de colores del ponientey sentí Buenos Aires.

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Esta ciudad que yo creí mi pasadoes mi porvenir, mi presente;los años que he vivido en Europa son ilusorios,yo estaba siempre (y estaré) en Buenos Aires.

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Alfonsina Storni (1892-1938)

BUENOS AIRES

Buenos Aires es un hombreQue tiene grandes las piernas,Grandes los pies y las manosY pequeña la cabeza.

(Gigante que está sentadoCon un río a su derecha,Los pies monstruosos moviblesY la mirada en pereza.)

En sus dos ojos, mosaicosDe colores, se reflejanLas cúpulas y las lucesDe ciudades europeas.

Bajo sus pies, todavíaEstán calientes las huellasDe los viejos querandíesDe boleadoras y flechas.

Por eso cuando los nerviosSe le ponen en tormentaSiente que los muertos indiosSe le suben por las piernas.

Choca este soplo que subePor sus pies, desde la tierra,Con el mosaico europeoQue en los grandes ojos lleva.

Entonces sus duras manosSe crispan, vacilan, tiemblan,¡A igual distancia tendidasDe los pies y la cabeza!

Sorda esta lucha por dentroLe está restando sus fuerzas,Por eso sus ojos miranTodavía con pereza.

Pero tras ellos, velados,Rasguña la inteligencia

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Y ya se le agranda el cráneoPujando de adentro afuera.

Como de mujer encintaNo fíes en la indolenciaDe este hombre que está sentadoCon el Plata a su derecha.

Mira que tiene en la bocaUna sonrisa traviesa,Y abarca en dos golpes de ojoToda la costa de América.

Ponle muy cerca el oído:Golpeando están sus arterias:¡Ay, si algún día le creceComo los pies, la cabeza!

Versos a la tristeza de Buenos Aires. 

Tristes calles derechas, agrisadas e iguales por donde asoma, a veces, un pedazo de cielo, sus fachadas oscuras y el asfalto del suelo me apagaron los tibios sueños primaverales. 

Cuánto vagué por ellas, distraída, empapada en el vaho grisáseo, lento, que las decora. De su monotonía mi alma padece ahora. --¡Alfonsina! -- No llames, ya no respondo a nada. 

Si en una de tus casas, Buenos Aires, me muero viendo en días de otoño tu cielo prisionero, no me será sorpresa la lápida pesada. 

Que entre tus calles rectas, untadas de su río apagado, brumoso, desolante y sombrío, cuando vagué por ellas, y estaba yo enterrada.