BONAUDO-A Modo de Prologo

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MARTA BONAUDO A MODO DE PRÓLOGO La recuperación de aquellas claves que permitan comprender un proceso histórico de la complejidad y la magnitud del que se despliega entre la caída de Rosas y la consolidación del Estado-nación no resulta tarea fácil para el historiador. Tal vez, una de las primeras imágenes que salta a su vista cuando recorre las fuentes del período es la visión antitética que algunos de los protagonistas centrales del mismo tienen al respecto. Cuando en 1880 Roca asumía la presidencia planteaba, en su discurso legislativo inaugural, que "libres ya de estas preocupaciones y conmociones internas que a cada momento ponían en peligro todo", finalmente ha llegado la hora de la consagración del imperio de la nación sobre el de las provincias. Para la etapa que abrió Caseros y cerraba su llegada al poder esbozó un diagnóstico negativo que pretendía restar a ésta entidad propia. Ella formaba parte de ese período revolucionario prolongado marcado por supremos esfuerzos y dolorosos sacrificios del que sólo rescataba en un sentido absolutamente genérico ciertos aportes al progreso. Es indudable que desde la perspectiva de Roca la verdadera etapa organizacional no comenzó a la caída de Rosas, estaba por comenzar y su asunción se convertía en el hito fundante de un proyecto de paz y administración. Tres años más tarde, ya definidas las líneas de acción política del roquismo, uno de los gestores de la denominada organización nacional, Sarmiento, realizaba su propio balance desde un presente que observaba con mirada crítica: "Y, ¡vive Dios!, que en toda la América española y en gran parte de Europa, no se ha hecho para rescatar a un pueblo de su pasada servidumbre, con mayor prodigalidad, gasto más grande de abnegación, de virtudes, de talentos, de saber profundo, de conocimientos prácticos y teóricos. Escuelas, colegios, universidades, códigos, letras, legislación, ferrocarriles, telégrafos, libre pensar, prensa en actividad, diarios más que en Norteamérica, nombres ilustres... todo en treinta años, y

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BONAUDO-A Modo de Prologo

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MARTA BONAUDOA MODO DE PRLOGOLa recuperacin de aquellas claves que permitan comprenderun proceso histrico de la complejidad y la magnitud delque se despliega entre la cada de Rosas y la consolidacindel Estado-nacin no resulta tarea fcil para el historiador. Tal vez,una de las primeras imgenes que salta a su vista cuando recorrelas fuentes del perodo es la visin antittica que algunos de losprotagonistas centrales del mismo tienen al respecto.Cuando en 1880 Roca asuma la presidencia planteaba, en sudiscurso legislativo inaugural, que "libres ya de estas preocupacionesy conmociones internas que a cada momento ponan enpeligro todo", finalmente ha llegado la hora de la consagracin delimperio de la nacin sobre el de las provincias. Para la etapa queabri Caseros y cerraba su llegada al poder esboz un diagnsticonegativo que pretenda restar a sta entidad propia. Ella formabaparte de ese perodo revolucionario prolongado marcado por supremosesfuerzos y dolorosos sacrificios del que slo rescataba enun sentido absolutamente genrico ciertos aportes al progreso. Esindudable que desde la perspectiva de Roca la verdadera etapaorganizacional no comenz a la cada de Rosas, estaba por comenzary su asuncin se converta en el hito fundante de un proyectode paz y administracin.Tres aos ms tarde, ya definidas las lneas de accin polticadel roquismo, uno de los gestores de la denominada organizacinnacional, Sarmiento, realizaba su propio balance desde un presenteque observaba con mirada crtica: "Y, vive Dios!, que en todala Amrica espaola y en gran parte de Europa, no se ha hechopara rescatar a un pueblo de su pasada servidumbre, con mayorprodigalidad, gasto ms grande de abnegacin, de virtudes, de talentos,de saber profundo, de conocimientos prcticos y tericos.Escuelas, colegios, universidades, cdigos, letras, legislacin, ferrocarriles,telgrafos, libre pensar, prensa en actividad, diarios msque en Norteamrica, nombres ilustres... todo en treinta aos, ytodo fructfero en riqueza, poblacin, prodigios de transformacin,a punto de no saberse en Buenos Aires si estamos en Europa o enAmrica". Tena, por una parte, la conviccin de que el mundohaba cambiado. Tal como lo planteaba su adversario intelectual,Alberdi, aquel con el que haba polemizado tanto durante casi cuarentaaos, el orden capitalista, el orden burgus dispuesto adesplegarse a escala mundial, se haba asentado tambin en el espacioargentino. Por otra parte, senta la angustia que le provocabala sensacin de que se haba frustrado ese gran movimiento deregeneracin poltica que actores individuales y colectivos encarnaronentre el '51 y el '80. La imagen de la poltica roquista ledevolva como el espejo la duda de si la generacin presente, creadaen seguridad perfecta, no haba perdido el camino, si no se habaluchado en vano. Era en esa dimensin, la de la poltica, dondems perciba que nada poda considerarse estable ni seguro, que lademocracia continuaba siendo una asignatura pendiente...Entre el diagnstico desvalorizador y el balance en el que secuelan sombras, qu representaron esos treinta difciles aos enel proceso de construccin de un nuevo orden para la nacin bajola impronta liberal? Cules fueron sus logros, cules sus bloqueos,sus lmites?A lo largo de estas ltimas dcadas del siglo XX, los historiadoreshan abierto una y otra vez la agenda de problemas que la sociedadenfrenta a partir de Caseros. Muchos de ellos como hoynosotros dejaron filtrar, en sus interrogantes y en su bsquedade respuestas, los dilemas que la propia contemporaneidad les planteabacomo actores. No slo son los desafos que un sistemapergeado en torno a la lgica del mercado cuyo momentofundante es necesario rastrear casi siglo y medio atrs proponeactualmente en el plano de lo social, sino tambin las dificultadespara consolidar una comunidad poltica democrtica basada en laigualdad, la libertad y el reconocimiento y la aceptacin del disenso.Desde distintos lugares y con diversos herramentales ampliaron,sin duda, el universo de cuestiones en el que esa realidad losintroduce. Las preguntas multiplicadas no siempre lograron respuestassatisfactorias pero indudablemente fueron abriendo caminosque permitieron avanzar. El lector interesado puede no encontraren esta propuesta todas las variables que integran y articulanese proceso. No cabe duda de que el libro lleva implcito un criterioselectivo del que se tiene conciencia. Dicho criterio selectivodeviene, en parte, del inters por enfatizar aquellos ejes de la realidadsocial que se consideran centrales para la discusin y aparecenligados a un verdadero proceso de renovacin en el campohistoriogrfico en estos ltimos treinta aos. Dicha renovacin noes, sin embargo, simtrica. Se debera decir que el avance no sloes fragmentario sino desigual, motivo por el cual ciertas lneas deinvestigacin o espacios sociales aparecen limitadamente. No obstanteello, es posible recuperar a travs de sus pginas dimensionessignificativas para comprender la denominada etapa de la organizacinnacional, desde una perspectiva que intenta articularlos diferentes niveles de avance que aportan las historias provincialeso regionales, historias que necesariamente irn confluyendohacia una de dimensin nacional.Cules son las cuestiones fundamentales que desvelan a protagonistase investigadores? Abramos la agenda y sigamos las lneasabiertas por este volumen que orientan hacia el debate posterior aCaseros.En este verdadero proceso de ingeniera social la mirada recorretanto las transformaciones producidas en el interior de la sociedadcivil como en la comunidad poltica y se dirige hacia lostres grandes objetivos concretados en ese proceso.a) Sentar las bases de un orden burgusLos indicadores cualitativos y cuantitativos de la dcada delochenta dan cuenta de los alcances de una trama material que evocala enumeracin enftica de Sarmiento: tensionamiento de lasfronteras definiendo la territorialidad en la que iba a asentarse lanueva sociedad; polticas de integracin gestadas a partir de lamodernizacin de los transportes y de las comunicaciones; exploracinde las potencialidades de los diversos espacios regionales ydefinicin de un diagrama de las formas de ocupacin y hbitat;multiplicacin de las esferas productivas; mercantilizacin delconjunto de los factores de la produccin; articulacin operativacon la demanda mundial y prefiguracin de un mercadotendencialmente nacional.Sin duda, el liberalismo en el que pretenda refundarse esa sociedadtuvo, entre tantos otros desafos, que dar contenido a laidea de progreso.ste no slo implic poner enjuego la maleabilidad y la capacidadde adaptacin de grupos burgueses gestados en la tradicincolonial y posindependiente o sumar a los nuevos actores empujadosa estas tierras por sucesivas oleadas inmigratorias tras el sueode fare l 'America. Desde espacios menores que aquel que comprenderael Estado nacional, estos actores debieron afrontar nuevosriesgos en la consolidacin de un proceso de formacin decapitales que los empujaron a exceder las dimensiones operativasprecedentes y a proyectar con mayor amplitud sus sistemas de alianzas,sus redes. En pos de aquel objetivo, a veces apelaron a herramientasprecedentes como las mercantiles, otras, especularon conlas necesidades de los nuevos estados provinciales o de las administracionescentrales, reintroduciendo una y otra vez el sistemade crditos prebancarios o, acorde a los tiempos, bancarios. Sevieron altamente beneficiados por las decisiones estatales de entregaral juego del mercado la tierra pblica recuperada del dominioindgena as como por las polticas de subsidios o garantaspara inversiones de alto riesgo y de lenta maduracin del capital.De all su notable inters por ocupar y controlar los niveles dedecisin, pugnando en el espacio pblico por el beneficio desus intereses privados, generalmente en detrimento de un intersgeneral.Desde sus empresas familiares o desde sus sociedades annimas,tampoco desestimaron las actividades manufactureras quelos vnculos con un mundo agrario en transformacin les requeran,con miras al consumo interno o a la exportacin, o las deservicios que los enfrentaban tanto con la renovacin portuaria oferroviaria como con la nueva dinmica editorial.Para ellos fe imprescindible articular los diferentes espaciosregionales con el objeto de lograr una insercin operativa en unmercado mundial crecientemente integrado. Si en la percepcinde algunos actores dicha insercin, sin controles o lmites, podadeparar consecuencias imprevistas y negativas en funcin del cambiodeseable, la lgica liberal dominante impuso los criterios deuna economa abierta al mundo.En esta direccin, un complejo entramado de relaciones econmicas,sociales y culturales gener en el antiguo litoral un modeloproductivo capitalista sobre el que se edific el universo materialy simblico pampeano. Potenciado por la expansin de la fronteray el impacto inmigratorio, delineado por la pervivencia de frmulastradicionales y prcticas renovadas, el mundo pampeano vincul,en su ingreso al orden civilizatorio, el jardn de las coloniaspuestas en produccin por los inmigrantes, con las estancias ganaderasque dieron cabida al valor y a la destreza de los trabajadorescriollos. Estancias que, hacia el final del perodo, comenzaron asentir la atraccin de la explotacin cerealera combinada con lacra de animales y en las que iban a coexistir extranjeros y nativos.Del mismo modo, para las economas de las provincias del nortey cuyanas, tradicionalmente vinculadas con los centros mercantilesandinos y del Pacfico, la salida fue como consecuencia delas modificaciones sufridas por estos espacios y la bsqueda denuevas oportunidades una ms operativa articulacin interior ysu reorientacin atlntica. Si en esta etapa la lgica del capitalmercantil, consolid en Mendoza un modelo de ganadera comercialcuyo centro giraba en torno a la produccin de forrajeras yal que se vinculaban subsidiariamente cereales y frutas, en Tucumngest una alternativa mercantil-manufacturera alimentadapor la produccin de azcares, aguardientes y cueros. Operandocomo nexos entre mercados distantes, una y otra provincia salieronfortalecidas de este proceso, proyectando entre los setenta ylos noventa a travs de sus grupos burgueses ms consolidadosdos experiencias agroindustriales: la azucarera y la vitivincola.Pero a stos debieron sumarse otros cambios. Fue necesariodesbrozar un terreno plagado de privilegios, en el que el capitalismodeba imponer su lgica de modificacin profunda de las relacionessociales, asentado sobre dos valores bsicos: propiedad ytrabajo. Ninguna de las variables de la vida econmica pudo escapara dicha lgica: los bienes, los capitales, la tierra, la fuerza detrabajo.Sin haber experimentado ni una instancia de revolucin industrialni tampoco de revolucin agraria, las regiones que dinamizaronla integracin a un mercado mundial marcado por la divisin internacionaldel trabajo apostaron a un proyecto que fue generandouna peculiar conformacin de clases sociales.Mientras se clarificaban los contenidos y lmites de una propiedadprivada que tenda a imponerse desestructurando antiguas legalidadesconsuetudinarias, avanzando sobre prcticas y tradicionesde usufructo, se difunda la salarizacin como mecanismo paraestablecer relaciones de equivalencia entre empresarios y trabajadoresy a unlversalizar pautas contractualistas. Sin embargo, lonuevo que pugnaba por imponerse debi coexistir an con el privilegioo la desigualdad gestados en la propia interaccin entre lasesferas estatales en vas de organizacin y los ncleos burgueses.Del mismo modo, los vnculos laborales regulados por una jurisprudenciarenovada debieron coexistir con frmulas adscriptivasprevias y una multiplicidad de relaciones que iban desde la domesticidadal peonazgo o desde la tenencia a la propiedad.Un universo de burgueses, un mundo de trabajadores heterogneo,complejo y particularmente dinamizado en las reas urbanasdefinieron los perfiles sociales del nuevo orden. En su interiorestos actores colectivos emergentes fueron desplegando susprcticas, estructurando sus modos de sociabilidad, estableciendosus estrategias para dirimir el conflicto, gestando formas de representacinsocial en el espacio pblico que se condensaron en tramasculturales diferenciadas.b) Construir un sistema de representacin poltica unificadoEl progreso y las transformaciones sociales no fueron ajenos alos cambios producidos en el interior de la comunidad poltica.Qu sucedi el da despus de Caseros? Un primer problemaresida, sin duda, en la necesidad de producir un verdadero procesode recuperacin de la poltica, sentando las bases de una nuevacomunidad a partir de la sancin de la carta constitucional en claveliberal. La Constitucin sancionada en 1853 afirm el criteriode la soberana del pueblo y coloc a la figura del ciudadano en labase de toda legitimidad. Sin embargo, a partir de las,prcticas depoder concretas que emergieron y se desarrollaron durante estostreinta aos, las elites violaron sistemticamente aspectos fundamentalesdel ideario que estaba en la base de su legitimidad, loque no impidi la consolidacin de una trama de legalidad queapuntal la construccin del Estado-nacin.Crear un sistema de representacin poltica asentado en el accionarde individuos iguales y libres que realmente alcanzara atodos los titulares de derecho no fe tarea fcil. El juego electoralque debi desplegarse para configurar el nuevo orden poltico, sibien cumpli un importante papel, fortaleci en su dinmica laconstruccin de una representacin asentada sobre relacionesasimtricas, formalizada desde redes polticas que a travs de lamanipulacin y la cooptacin incorporaron a diferentes actores.Tales redes, con diversos grados de estructuracin, cohesin y continuidad,constituyeron una pieza importante en la conformacin

de partidos o facciones polticas. Ellas nuclearon a grupos y personas,reunidos por lazos desiguales en torno a figuras fuertes. Seconvirtieron en lugares de constitucin de intercambios materialesy tramas simblicas que definieron tradiciones polticas. Desdelos espacios locales provinciales, federales o unitarios-liberales,autonomistas o nacionales, fueron construyendo por la vade acuerdos de cpula estructuras de representacin formales quealcanzaron dimensin nacional y a travs de las cuales pretendierondirimir su puja por el poder.Como lo electoral no agot, ni mucho menos, la representacin,aquellos que no se sintieron involucrados en este proceso comenzarona gestar desde la sociedad civil otras prcticas, otras formasde representacin. stas, a diferencia de las anteriores, no se articularon,salvo en instancias coyunturales, con la dimensin electoral.Implicaron, particularmente en las reas ms impactadas porlos avances de la urbanizacin y la presencia de migrantes externos,los caminos elegidos por ciertos actores para hacer llegar susdemandas al Estado. En algunas realidades, la constitucin de unaesfera pblica se vio alimentada, en parte, por las prcticas asociativas.En ellas convergan sectores burgueses y del mundo deltrabajo, que se integraban para participar en tanto miembros deuna comunidad de iguales, definidos exclusivamente por su pertenenciatnica, laboral o por la bsqueda de respuestas a cuestionesdel inters comn. Paralelamente, dicha esfera se potenci con eldesarrollo de una opinin pblica que se expresaba a partir de laprensa y creca al calor de las campaas educativas y de la consolidacinde empresas editoriales. sta, convertida paulatinamenteen una nueva fuente de autoridad potenciada por los debatesintelectuales que se desarrollaban en su interior pretenda operarcomo una verdadera instancia de mediacin entre la sociedadcivil y el Estado. A lo anterior se articul una cultura de la presiny de la movilizacin que complejiz y potenci la vida social ypoltica revalorizando la figura del actor principal de esa esfera. Adiferencia de aquel que quedaba integrado en forma subordinada ysimplemente convalidaba las decisiones de las elites en el interiorde clubes o partidos, este actor, cuya igualdad resida en su capacidadde razn, era convocado para discutir y decidir sobre cuestionesdel inters general, alimentando las prcticas participativas yla vida cvica.Los modos de hacer poltica del perodo pusieron en evidencialos condicionamientos para la constitucin de una identidad ciudadanaslida, expresados particularmente en la tensin entre unaslibertades civiles que eran defendidas a travs de prcticas no formalesy unas libertades polticas que pretendan reducirse al meroacto electoral controlado por las elites.Por otra parte, ni la trama poltica construida por las estructurasformales de representacin, ni las experiencias generadoras desdeinstancias de representacin virtual que difcilmente podan serobviadas por los grupos dominantes, ocultaban los bloqueos que aeste nuevo orden le impuso la emergencia, una y otra vez, de interesesparticularistas que pretendan privar sobre el pacto comn.En esto consisti el otro gran problema del da despus.Tal como se observaba en la dinmica social y en las polmicasprotagonizadas por intelectuales y polticos que se desencadenaronen un campo intelectual que estaba formalizando sus espaciosy cdigos, Caseros no slo puso en cuestin el papel hegemnicodel Estado de Buenos Aires sino que abri el debate entorno a cmo podan rearticularse los vnculos entre ste y el interiory, a su vez, entre stos y los espacios lindantes.La retirada de Rosas no permiti, como lo pensaba Alberdi, mantenerla base de unidad alcanzada. Urquiza no apareca con la entidadsuficiente para neutralizar antagonismos y disensos. Rpidamente,tras la negativa de encolumnarse con las otras provinciasen torno del Acuerdo de San Nicols, Buenos Aires se separ delresto. Las jornadas de junio y setiembre de 1852 marcaron, paradiferentes actores, que si la provincia no poda imponer su hegemonaal proyecto de unidad, la secesin era el nico camino.Durante casi una dcada la nueva comunidad mostr una estructurade poder bifronte: la de la Confederacin y la del estado deBuenos Aires. Si bien cada espacio acept las reglas de juego impuestaspor sus credos constitucionales, no se consagr una escisindefinitiva y permanentemente se apel a frmulas de convivencia,que no obstante feron reiteradamente conculcadas. Ladisputa por los recursos y por el reconocimiento externo fueronrecurrentes. Pero tambin lo fueron las tensiones entre federales yunitarios-liberales, particularmente en el interior del estadoconfederal, coyunturalmente alimentadas por Buenos Aires. Laconflictividad que generaron ciertas sucesiones de gobernadores yla presidencial, con sus cargas de violencia y represin, abrieronel camino a Cepeda (1859) y ms tarde a Pavn (1861). Desconocimientode autoridades, rebeliones internas y asesinatos marcaronla ltima etapa de la disputa, fragmentando el campo federal yproyectando al partido de la Libertad hacia la construccin de unnuevo proyecto de unidad, ahora hegemonizado por Buenos Airesy liderado por Mitre. Sin embargo, el triunfo de Mitre tuvo muchode prrico. Si bien ste acept dar un espacio en la configuracinde poder a Urquiza, impuls una dura tarea de desplazamiento delos grupos federales en las provincias utilizando ya los destacamentosmilitares de Buenos Aires, ya las fuerzas de sus aliadosprovinciales como los Taboada de Santiago del Estero. Esto, lejosde contribuir a la pacificacin, realiment una y otra vez la reaparicinde la puja facciosa. El regreso de las montoneras, si bienconservaba aquellas marcas de militarizacin de las masas gestadasen el interior de la tradicin revolucionaria, se realizaba en un contextopoltico impregnado por el liberalismo, asentado ahora sobreun pacto comn de unidad para el cual stas aparecan comoresabios de lo viejo, lo que deba morir para imponer el imperiumde la nacin. Sin embargo, tanto Pealoza (1862-1864) como Varela(1866-1868) se proclamaban defensores de la patria en "nombrede la ley, y la nacin entera", y de la "ms bella y perfecta CartaConstitucional democrtica republicana federal". Su misma convocatoriaa la lucha se hizo en nombre de una tradicin que considerabanen riesgo ante el accionar de Buenos Aires. Esta no slotena para aqullos una deuda histrica con las provincias, usurpandorentas y derechos, sino saqueando y guillotinando a los provincianos.Si Pealoza cay antes y no pudo concretar su intentode rearticular el campo federal, Varela lo intentaba a medida quesumaba otras reivindicaciones. Estas emergieron como consecuenciadel proyecto de ciertos grupos bonaerenses de profundizar ladesestructuracin federal y restar todo espacio de maniobra aUrquiza.El triunfo liberal haba impactado con su carga negativa en BuenosAires. El precio de la unidad ligado al proyecto de capitalizacinde Buenos Aires fractur el frente interno y lo faccionaliz.Mitristas y alsinistas, liberales-nacionales y autonomistas, comenzaronsu pugna en la provincia y la proyectaron a la nacin. Paraello, los autonomistas propiciaron la cruzada colorada de Florescontra la faccin blanca que hegemonizaba el poder en la BandaOriental. Su objetivo ltimo era obligar a Urquiza a salir al ruedoen defensa de sus antiguos aliados. Pero ni los autonomistas, niSolano Lpez desde el Paraguay que pretenda revitalizar laantigua trama aliancista federal, ni los blancos orientales quesoportaban el asedio combinado de las tropas de Flores y las delImperio del Brasil, ni el propio Varela resistente como muchosdirigentes del interior al conflicto lograron empujar a Urquiza aretomar las armas contra Buenos Aires. Posiblemente pes ms enlas especulaciones del entrerriano su bsqueda de un retorno alpoder. La internacionalizacin de la pugna facciosa a travs de laguerra del Paraguay no apareci a sus ojos con los rditos suficientespara avalar a sus aliados tradicionales.El conflicto blico (1865-1870) con un alto costo en hombresy recursos no slo termin devorando a Varela y aislando aMitre y a Urquiza sino que marc el principio del fin de un modode hacer poltica. La violencia, la resistencia a aceptar el disenso,la recusacin del adversario, iban siendo desplazadas por unadisputa institucional que no dejaba espacio al levantamiento armado.Tampoco los autonomistas salieron inclumnes de la guerraya que se vieron obligados a reformular su sistema de alianzas,acercndose paradjicamente a sus adversarios de ayer. El triunfoelectoral de Sarmiento y su posterior gesto de acercamiento aUrquiza, pocos meses antes de su asesinato, operaban como smbolode un momento de inflexin.Concluido el ciclo de la guerra de la Triple Alianza con la trgicamuerte de Solano Lpez en Cerro Cor, el nuevo foco de resistenciaencabezado por Lpez Jordn en Entre Ros pareci realimentaruna nueva fase de la violencia. Sin embargo, su intento devolver a reunir los fragmentos de un federalismo fuertementeatomizado, apelando incluso a agrupamientos extraterritorialescomo el Partido Blanco uruguayo, resultaban ya anacrnicos. Nien ese momento, ni en los conatos sucesivos de 1873 y 1876 ascomo en los movimientos mitrista de 1874 y tejedorista de 1879se logr poner en peligro las reglas de juego institucionales.Si bien esa institucionalizacin reafirm los cdigos oligrquicos,viabilizndose a travs de las alianzas de las elites provincialesexpresadas en el Partido Autonomista Nacional, no desaparecieronen su interior pese a los bloqueos las voces que reivindicabanlas claves democrticas y proyectaban hacia el futuro laresolucin de los dilemas de la repblica verdadera.c) Organizar el EstadoFinalmente, debieron crearse los medios institucionales para quela libertad hiciera su obra. La Constitucin, que otorg un marcojurdico a las libertades y cre las condiciones para la construccinde una estructura de representacin de nuevo cuo, dio vida aun Estado a travs del cual se expresaba prescriptivamente unasoberana nacional nica. Luego de casi una dcada de coexistenciade dos entidades estatales en pugna, comenz a definirse elperfil del Estado pautado por las normas constitucionales. El mismodio continuidad a las bases sentadas por la Confederacin enrelacin con los tres poderes. El Ejecutivo se estructur en torno ala figura presidencial apoyada en su gestin por funcionarios queen los espacios ministeriales redefinieron sus esferas de injerencia:relaciones exteriores, hacienda, guerra y marina, relacionesinteriores y justicia. Del conjunto de ministerios, particularmenteen las presidencias de Sarmiento y Avellaneda, uno de ellos cumpliroles muy activos al ocuparse simultneamente del manejo yla coordinacin de las complejas y cambiantes relaciones con lasinstancias provinciales o municipales as como de funcionesatinentes al desarrollo: el Ministerio del Interior. Paralelamente sediagramaron y se pusieron en marcha las actividades legislativas acargo de las Cmaras de Senadores y de Diputados y se alcanz ladefinitiva integracin de la Corte Suprema y de las cortes de circuito.Imponer dicha soberana en todo el territorio presupuso, en primerlugar, formas de intervencin reservadas en otro tiempo a lasprovincias. En este proceso, aparecieron dos mbitos prioritarios:el de las rentas y el de la centralizacin militar.En el primer caso, se parti de la premisa liberal de que el ciudadanono slo deba ser visto como el portador de derechos soberanossino tambin como el sostn material del Estado. Tanto podamorir en defensa de la patria como participar de una estructuratributaria que posibilitara a sta cumplir los roles asignados. Montarun sistema rentstico de nivel nacional implic no slo definirel alcance de los tributos y la transferencia de las prerrogativas delos gobiernos locales al Estado-nacin, con la respectiva supresinde las aduanas interiores y la sujecin de toda oficina de recaudacina la Contadura General, tendiendo a uniformar y lograrmayor eficiencia operativa, a fin de diagramar un sistema complejode recursos y gastos. Resultaba imprescindible adems contarcon un medio de circulacin uniforme que permitiera romper conla dicotoma de dos circuitos de intercambio dominados por signosmonetarios diferentes: el del interior, girando en torno al boliviano,y el de Buenos Aires, operando con el papel moneda delbanco provincial. Esta situacin que provoc en el contacto deambos espacios verdaderos fenmenos de transferencia de excedentesdel interior hacia Buenos Aires por la desigual cotizacinmonetaria, tambin afect la capacidad soberana del Estado centralque careci hasta pasados los ochenta de una moneda nica ydel control exclusivo de los mecanismos de emisin. Paralelamentefue necesario acrecentar su capacidad de crdito. En esta direccinse plante, por una parte, la emergencia de una entidad bancariaque a la manera de los bancos provinciales que estabanorganizndose permitiera operar crediticiamente a nivel nacional.Por ello, la dcada del setenta vio definirse las bases del BancoNacional que atraves dificultosamente la crisis del '73-'76 yque no logr desplazar de ese espacio a la institucin ms fuertedel perodo: el Banco Provincia de Buenos Aires. Por otra parte,frente a un Estado fuertemente dependiente de los recursos provenientesde la importacin cuyo ritmo aumentaba al calor de la expansindel comercio exterior, creci la preocupacin gubernamentalen relacin con la obtencin de otro tipo de ingresos.Si a lo largo de la dcada del cincuenta no se consider necesariocontraer emprstitos externos para cubrir gastos ordinarios,renegocindose slo deudas pendientes, la guerra del Paraguay yla concrecin de polticas de obras pblicas particularmente enla administracin de Sarmiento impulsaron al endeudamientoexterno. Dicho endeudamiento, a diferencia de lo vivido por otrasreas, no culmin en el momento de la crisis en una bancarrota porcuanto las polticas de reduccin del gasto pblico y de control dela gestin Avellaneda permitieron amortizar la deuda una vez iniciadala etapa de recuperacin de los saldos exportables.Si los recursos eran imprescindibles, tambin lo fue el controlde la fuerza por parte del Estado a nivel del territorio. El problematena dos caras. Una de ellas era, sin duda, la institucional.El primer intento orgnico de dimensin global en este sentidose realiz durante la gestin de Mitre. Luego del triunfo de Pavn,Mitre reuni a la Guardia Nacional de Buenos Aires con los ncleosconfederales y a travs del Ministerio de Guerra y Marinautilizando la estructura bonaerense de la Inspeccin y ComandanciaGeneral de Armas reorden y concret un ejrcito permanente.Dicho ejrcito oper en los levantamientos cuyanos ydel norte y se convirti en una pieza clave dentro del Estado tantodurante la guerra como posteriormente en las instancias paralelasde la lucha fronteriza o de afianzamiento institucional en el pas.Apuntalado por el avance tecnolgico que le brindaron los ferrocarrilesy el telgrafo, multiplicando su capacidad ofensiva, stese vio sometido a otros cambios. La necesidad de formar oficialesde carrera condujo a la creacin del Colegio Militar (1869). A ellosigui la fijacin de las bases de reclutamiento (anticipo de laconscripcin obligatoria), la formalizacin de una estructura jerrquicay la reglamentacin de su funcionamiento.A partir de entonces quedaron desplazados de sus cuadros losenganchados involuntarios, los mercenarios extranjeros, los criminales.Su lugar iba a ser ocupado por tropas regulares incorporadasvoluntariamente.La otra cara se vincula al verdadero proceso de ocupacin delterritorio sobre el que asentara su accin soberana tal Estado. Sila gran demanda del'5 3 fue organizar la nacin, esa organizacintuvo entre sus consignas crear un territorio en el que se desplegaranlas condiciones del progreso.Resultaba imprescindible superar la atomizacin, la fragmentacin,el aislamiento; pero tambin el desconocimiento. La necesidadde conocer no slo respondi a la de alcanzar el dominio militarsino tambin al modo en que desde un Estado y una sociedadcivil, ambos en construccin, se miraba el orden futuro.La consigna fue entonces conocer para ocupar, aunque esa ocupacinsignificara el desplazamiento o la destruccin del otro, elpueblo indgena que se consideraba parte de un reducto de la barbarieque se pretenda erradicar.Tambin en este plano hubo que delimitar el papel de las provinciasen relacin al Estado central. Durante las primeras dcadasel grueso de las fuerzas permanentes destinadas a custodiar lasfronteras interiores frente a los ataques indgenas provena de loscomandos provinciales. Sin embargo, poco a poco el ejrcito delnea termin por ocupar el espacio de las decisiones y las acciones.Pero para avanzar, requera un mayor manejo del terreno. Espor eso que se termin imponiendo un estilo de conocimiento conaspiraciones de objetividad que el cientfico poda aportar y el cartgrafofijar en sus registros y cuya utilidad no se reduca a losobjetivos blicos sino que se orientaba fundamentalmente al desarrollo.En consecuencia, si las expediciones cientficas y las delincacionestopogrficas precedieron o sucedieron a las accionesmilitares que cerrar Roca en los ochenta, no se agotaron all.Con esa triple perspectiva de afianzar el dominio, la integraciny el progreso, se estimularon desde el Estado, en muchos casoscon la participacin activa de grupos burgueses, los procesos demodernizacin de los transportes y de las comunicaciones. La premisade Vlez Sarsfield de aniquilar a ese enemigo que era el desiertofue cumplindose y en los ochenta la espada termin pordefinir un diagrama territorial, cargado de exclusiones, que con lafederalizacin de Buenos Aires retom resignificada la antigua estructurapiramidal de origen colonial.Concomitantemente con ste apareci un segundo nivel de cuestionesa resolver y que se vinculaba con la necesidad de irdirimiendo, esta vez frente a la sociedad civil, el universo de lopblico en relacin con lo privado, integrando al primer trminode la ecuacin, mbitos, prcticas e intereses que tradicionalmenteeran de incumbencia del segundo. Si aparecieron voces y accionesque impulsaban un significativo proceso secularizado^ ellasno tuvieron por entonces el peso suficiente para imponerse en losespacios de toma de decisiones. De todos modos, el Estado intentavanzar sobre los derechos ancestrales de la Iglesia en el controlde cementerios, el registro de las personas, el matrimonio;disput con ella y las comunidades tnicas en el plano educativo;se introdujo en la cotidianeidad y la domesticidad a travs de laautoridad mdica, apoyndose en un saber higinico que pretendaimponerse a un pueblo considerado menor de edad.Estas nuevas pautas de regulacin social se articularon con aquellasque iban otorgando basamento normativo a las relaciones delos individuos entre s. Hacia fines de los '50 la codificacin avanzreglamentando aspectos de la vida civil y de las actividadeseconmicas. Al Cdigo de Comercio de 1858, le sucedieron elCivil de 1869 y el Penal de 1871 a los que se sumaban, desde losestados provinciales, las codificaciones rurales.La costumbre, como fundamento de las prcticas, iba siendodesplazada por el peso de la ley, rompiendo privilegios y asimetras,en la bsqueda del afianzamiento de relaciones entre iguales.Tal Estado, empujado a redefinir sus roles frente a las administracionesprovinciales y a la sociedad civil, tuvo que fortalecer susestructuras burocrticas, complejizar sus aparatos, hacindolosidneos para atender tanto sus propias necesidades como las provenientesde la sociedad. En esta direccin no slo potenci a aqullos,sino que los aliment con cuadros emergentes, en parte deinstituciones ya consagradas, como las Universidades, o de nuevocuo como los Colegios Nacionales y las Escuelas Normales. Perotambin necesit apelar ante sus dficits o sus falencias a esosactores dinmicos de la sociedad civil, esos burgueses que podanaportarle recursos materiales y humanos imprescindibles para darvida a las nuevas esferas institucionales.Entre la utopa y la realidad, constituyendo y constituyndose,los actores dejaron sus huellas. Los historiadores fueron tras ellas,intentando recuperarlas e interpretarlas. El desafo es ahora para ellector...