Boletin Doctrina Social de La Iglesia

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San Juan de los Lagos, Jal. Marzo de 2013 Nº 376 Revista Diocesana Mensual

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Boletin de la doctrina social de la iglesia

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San Juan de los Lagos, Jal. Marzo de 2013 Nº 376

Revista Diocesana Mensual

Centro Diocesano de Pastoral

Morelos 34. A. P. 21Tel. (395) 785-0020 Fax. (395) 785-0171

Correo-E: [email protected]: [email protected]

47000 San Juan de los Lagos, Jal.

Responsable:

Comisión diocesana de Pastoral Social

Diócesis de San Juan de los Lagos.

SUMARIO:

Presentación .......................................................................................... 1

El compromiso social de la Iglesia:Expresión del rostro humano de Diosy el rostro divino del hombre ......................................................... 2

Doctrina Social de la Iglesiay nueva Evangelización ................................................................. 12

Principios básicos de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) .......... 15

La Expresión Canónica del Servicio de la Caridad ......................... 36

La enseñanza Social de los Pontífices .............................................. 41

«Nuestra fe proclama que Jesucristo es el rostro humanode Dios y el rostro divino del hombre»

(Documento de Aparecida 391)

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Presentación

El Papa Benedicto XVI en su mensaje para lacuaresma de este año nos decía: «La celebraciónde la Cuaresma, en el marco del Año de la fe, nosofrece una ocasión preciosa para meditar sobrela relación entre fe y caridad: en-tre creer en Dios, el Dios de Jesu-cristo, y el amor, que es fruto de laacción del Espíritu Santo y nosguía por un camino de entrega aDios y a los demás… De aquí deri-va para todos los cristianos y, enparticular, para los «agentes de lacaridad», la necesidad de la fe, del«encuentro con Dios en Cristo quesuscite en ellos el amor y abra suespíritu al otro, de modo que, paraellos, el amor al prójimo ya no sea un manda-miento por así decir impuesto desde fuera, sinouna consecuencia que se desprende de su fe, lacual actúa por la caridad» (Deus caritas est,31a). «La fe nos hace acoger el mandamiento delSeñor y Maestro; la caridad nos da la dicha deponerlo en práctica (cf. Jn 13,13-17). En la fesomos engendrados como hijos de Dios (cf. Jn1,12s); la caridad nos hace perseverar concreta-mente en este vínculo divino y dar el fruto delEspíritu Santo (cf. Ga 5,22). La fe nos lleva areconocer los dones que el Dios bueno y generosonos encomienda; la caridad hace que fructifiquen(cf. Mt 25, 14-30).»

El curso de acción para este año, propuesto porel sexto punto focal (Justicia, paz y fraternidad)en el V Plan Diocesano de Pastoral, nos reta aponer en práctica éstas y otras más palabras delPapa y del Magisterio Pontificio de los últimosaños. Por esta razón en esta ocasión ofrecemosuna temática acorde a lo que todos expresamos:«Conocemos los principios básicos de la Doc-trina Social de la Iglesia y los relacionamos conla vivencia de fe bautismal».

Queremos responder a las siguientesinterrogantes, ¿Cuáles son los principios básicos

de la Doctrina Social de la Iglesia? ¿Cómo puedenser aplicados en la evangelización? ¿Cómo pode-mos relacionarlos con la vivencia diaria de la fe?

La Doctrina Social de la Iglesia nace en sim-biosis con el proceso deinculturación de la fe y nosolo es, en cierto modo, ex-presión natural, porque «sesitúa en el cruce de la vida yde la conciencia cristiana conlas situaciones del mundo y semanifiesta en los esfuerzosque, personas, familias, y lasociedad, ponen en acto, paradarle forma y aplicación en lahistoria», contribuye a la con-

figuración del humanismo propio de cada épocadesde el punto de vista social.

En la encíclica Centessimus annus el BeatoJuan Pablo II expresaba su petición de que laDoctrina Social de la Iglesia fuera estudiada,profundizada, divulgada y actuada, a fin de queésta pueda contribuir, con una adecuada media-ción a la afirmación y al enriquecimiento de ladignidad del cada hombre y cada pueblo. El Papaconfía, en modo particular esta tarea a cada Iglesialocal en su compromiso comunitario, involucrandoa todos los agentes. Unidos a Cristo y unidos entreellos para que trabajen según su propio carisma, encomunión y participación en el testimonio y elanuncio de la Doctrina Social de la Iglesia.

La Doctrina Social de la Iglesia pertenece ydebe ser conocida por toda la comunidad cristia-na, en razón de su pertenencia a Cristo y de lamisión confiada por el mismo Señor. Es decisivoque la Doctrina Social de la Iglesia sea vivida portodo el pueblo cristiano bien coordinado por losdiferentes agentes pastorales, en sus dones ycarismas. En el caso contrario su incidencia sobreel contexto social, puede ser significativa oculturalmente relevante, pero siempre resultaráfragmentada.

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1. La misión de la Iglesia

«Nuestra fe proclama que Jesucristo es elrostro humano de Dios y el rostro divino delhombre (Documento de Aparecida 391). Y lapráctica de la caridad viva porparte de cada uno de los cre-yentes, según las exigencias delSeñor en el capítulo 25 del evan-gelio de San Mateo, es mani-festación concreta de la pre-sencia de Cristo en el mundo através de sus discípulos y mi-sioneros. La caridad en todassus formas es presencia de Cris-to, «rostro humano de Dios yrostro divino del hombre».

En el capítulo 8 sobre elReino de Dios y la promociónde la dignidad humana Apare-cida nos dice: «Nuestra fideli-dad al Evangelio nos exige pro-clamar en todos los areópagospúblicos del mundo de hoy, ydesde todas las instancias de lavida y misión de la Iglesia, laverdad sobre el ser humano y la dignidad de todapersona humana» (DA 390).

Esta proclamación es, sin duda alguna, partede la misión encomendada por Cristo resucitadoa sus apóstoles y a al Iglesia toda. La verdad sobreel ser humano y su dignidad forma parte integran-te de las verdades que Cristo nos envía a anunciaral mundo entero. Y, por supuesto, la Iglesia estállamada a hacerlo con la palabra, con la predica-ción viva de la grandeza del ser humano. Perotambién con el testimonio concreto, expresado ensu cercanía a la humanidad, su compromiso conla justicia, la defensa de los derechos humanos, en

síntesis, con su compromiso social. Anunciar yhacer presente a Cristo en el mundo implica,exige, la acción de la Iglesia por la construcciónde una nueva sociedad, por la liberación de las

injusticias y de la esclavi-tud, por el progreso de todoslos seres humanos y,preferencialmente, de losmás pobres.

Aparecida nos transmiteel vehemente llamado de losobispos latinoamericanos ycaribeños a la acción social,al compromiso por la paz yla justicia, por la defensa delos derechos humanos, y nosurge a realizar concreta-mente una enérgica opciónpor los pobres. No podía serde otra manera. Nuestra Igle-sia en todo el continente, - ysin duda los Obispos -, tieneclara conciencia de la perte-nencia, la necesidad, la ur-gencia, del compromiso so-

cial. Al episcopado latinoamericano y caribeño leduele la lacerante realidad que nos rodea, en unaregión donde la pobreza, la violencia, la injusticiay toda clase de violaciones a los derechos huma-nos se hacen presentes por doquier.

No es casual que Aparecida refleje, como unalínea trasversal, esa preocupación por la vivenciade la caridad y por la actuación del compromisosocial. Se trata del cumplimiento de la perentoriaexigencia de Jesús en el Evangelio, preanunciadapor los profetas, y reflejada luego en las cartas dePablo, Juan y Santiago: «les doy un mandamientonuevo: que se amen los unos a los otros… como yolos he amado» (Jn 13, 34).

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2. «Para que tengan vida»

«Discípulos y misioneros de Jesucristo paraque nuestros pueblos en El tengan vida». Ese fueel lema de la V Conferencia. Estamos llamados aseguir y anunciar a Jesucristo, para que a través denuestro testimonio y nuestro anuncio, muchagente escuche la Palabra de Dios, la acoja con eldon de la fe, y reciba la vida nueva (Jn 11, 25; Jn20, 31: Rm 6,4), la vida eterna (Jn 3, 15-16; Jn 5,24; Jn 6,40) la vida misma de Jesús (2 Co 4,10),la participación en la naturaleza divina (2 P 1,4),que el Señor Jesús nos ha traído desde su padrecelestial por la acción del Espíritu Santo (DA 101,102, 109).

Cuando se habla, pues, de la «vida» que enCristo pueden tener nuestros pueblos, se estáhablando, en primer lugar, en una primera acep-ción, de la vida nueva en Cristo. Aquella en la queparticipamos y por la cual somos hijos de Dios yhombres nuevos, y por la cual somos elevados ala condición maravillosa de partícipes de la natu-raleza divina. La nueva vida, la vida de la gracia.Esa que aún los pobres y los enfermos, los olvida-dos y los excluidos, los pre-sos y los oprimidos puedenrecibir. Es que supera lasbarreras temporales denuestra existencia terrenal,para proyectarse en la eter-nidad.

Hablamos aquí del ma-yor don que el Señor nos hadado, y que estamos llama-dos a compartir con nues-tros hermanos, y que Jesús,nuestro Divino Salvador,nos infunde a pesar de lasguerras, del horror, de lacrueldad humana, de las barreras de la enferme-dad y limitaciones de todo tipo que forman partede la existencia humana precisamente por nuestracondición mortal, contingente, precaria y conta-minada por las consecuencias del pecado.

Por la fe y bautismo poseemos esa vida nueva,que compartimos con el mismo Hijo de Dios, y –precisamente por ello –, estamos llamados a ser

misioneros, a anunciar el Evangelio de la salva-ción, de la vocación de cada ser humano a parti-cipar de la filiación divina, a acoger el don de lafe en el inmenso amor de Dios. Somos discípulosmisioneros de Jesucristo. Y por ello estamosllamados a anunciar también las verdades sobreel ser humano y la grandeza de la dignidad decada persona. Debemos hacerlo porque sin dudaDios quiere que, a través de nuestra proclama-ción, muchas personas alcancen la gracia de la fey la salvación eterna, para ser felices y paraalcanzar la auténtica plenitud de la existenciahumana. La cual, sin duda no se puede realizar enesta tierra, precisamente por las limitaciones denuestra propia naturaleza, y por las calamitosasconsecuencias del pecado original y de los peca-dos de todos nosotros, los seres humanos.

Pues bien: también, estamos llamados a vivirintensamente el mandamiento nuevo del amor y,en concreto, a trabajar y luchar para que nuestroshermanos vivan mejor, para que tengan una vida,una existencia humana, acorde con nuestra excel-sa dignidad de personas y de hijos de Dios por lafe y el bautismo (DA 106, 108). Ese es el sentido

del exigentecompromiso so-cial que Cristomismo nos im-pone en el Evan-gelio cuandonos dice: «tuvehambre y mediste de comer,[…] era foras-tero y ,e recibis-te». Y cuandonos dice: «enesto conoceránque son mis dis-

cípulos, en que se amen los unos a los otros» (Jn13, 35).

Aparecida, pues utiliza la palabra «vida», «ten-gan vida», en esos dos sentidos. La nueva vida enCristo, y una existencia humana digna. Es buenoque lo tengamos en cuenta para evitar confusio-nes reduccionistas en cuanto a la misión de laIglesia y a la acción pastoral en general. Confu-

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siones que se dan en aquellos que identifican elReino de los cielos, el Reino de Cristo, consistemas políticos de diverso signo, o con laprosperidad material o cultural. Es importanteque tengamos en cuenta la gran diferencia quehay entre la vida en Cristo, es decir, la participa-ción en la vida misma de Dios, aquella por la quecompartimos a la condición de hijos del Padre enCristo; y la mera existencia humana, terrenal,temporal, limitada, mortal, que sin duda debe serdigna, serena y, hasta lo posible, feliz.

Hemos de compartir y llevar a nuestros herma-nos la vida en ambos sentidos: la vida divina, dela gracia; y una existencia digna de seres huma-nos, de personas creadas a imagen y semejanza deDios. Pero hay una diferencia: alcanzar la pleni-tud de la vida en Cristo es siempre posible, através de la fe y la fidelidad, el seguimiento, eldiscipulado. Vivir una existencia temporal plena,sin problemas, sin limitaciones y contradiccio-nes, sin dolor, sin la presencia del mal en lahistoria personal de cada ser humano así lo con-diciona. Pero sí estamos obligados a trabajar condecisión, con intensidad, con ardor para que nues-tros hermanos pobres, enfermos, presos, exclui-dos y marginados o disminuidos en cualquieraspecto de su existencia, tengan una vida mejor,y sientan cerca, en su corazón, junto con nuestramano amiga, la mano amorosa de Cristo, de Dios,nuestro bondadoso Padre celestial.

3. Nuestra realidad latinoamericana

La V Conferencia nos plantea el reto de afron-tar la gravísima situación que viven muchísimoshombres y mujeres de América Latina y el Cari-be. Siguiendo el método analítico de ver, juzgar yactuar, Aparecida echa una mirada desde la fesobre los diversos aspectos que configuran larealidad social y pastoral de América Latina y elCaribe en nuestros días.

En su discurso de inauguración de la V Confe-rencia, el Papa Benedicto XVI nos señalaba laimportancia de ver la realidad con los ojos deDios. Más aún, indicaba, como una línea funda-mental de nuestro diagnóstico, que lo más impor-tante de la realidad es el mismo Dios, sin el cualse oscurece y se esfuma la realidad del hombre.

El Documento de Síntesis elaborado antes dela Conferencia había visto la realidad desde elpunto de vista predominantemente cultural: elproblema de la globalización, el cambio de épocay su desafío, los profundos cambios culturales, elindividualismo y el subjetivismo, la hegemoníade los factores económicos y tecnológicos, losretos planteados por la cultura urbana, etc.

La visión de la V Conferencia va a ser distintaa la de aquel documento preparatorio; fue másconcreta y apremiante. Siempre teniendo en cuentalos decisivos factores culturales analizados en elDocumento de Síntesis, los cuales se consideranen el segundo capítulo del Documento Conclusi-vo al tratar la situación socio cultural, se dio granimportancia a la gravedad d la situación en elcampo de los derechos humanos. Ya desde lasprimeras reflexiones, tanto en el aula como, mástodavía, en las reuniones iniciales por grupos, sevio la gran preocupación de los participantes,obispos, sacerdotes, personas consagradas y se-glares, por la gravísima situación que confronta-mos en nuestros días. El resultado se plasmó en elDocumento, el cual nos urge, si queremos serauténticos discípulos misioneros de Jesucristo, aafrontar con viva caridad la dura realidad denuestros pueblos.

Así nos dice con respecto a la situación de lamujer: «En esta hora de América Latina y elCaribe, urge tomar conciencia de la situaciónprecaria que afecta la dignidad de muchas muje-res. Algunas, desde niñas y adolescentes, sonsometidas a múltiples formas de violencia dentroy fuera de casa: tráfico, violación, servidumbre yacoso sexual; desigualdades en la esfera deltrabajo, de la política y de la economía; explota-ción publicitaria por parte de muchos medios decomunicación social, que las tratan como objetode lucro» (DA 48). Y se denuncia con firmeza laexclusión del acceso grandes mayorías a los bie-nes de consumo, entre ellos muchos que constitu-yen «elementos básicos y esenciales para vivircomo personas» (DA 54).

Al tratar la globalización, la considera comoun fenómeno sin duda positivo. Pero, con el PapaBenedicto XVI, se afirma que ella comporta el

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riesgo de los grandes monopolios y de convertirel lucro en valor supremo. Por ello, BenedictoXVI enfatiza que, como en todos los campos de laactividad humana, «la globalización debe regirsetambién por la ética, poniendotodo al servicio de la personahumana, creada a imagen u se-mejanza de Dios» (DA 60).

De lo contrario, como en laglobalización «la dinámica delmercado absolutiza con facili-dad la eficacia y la productivi-dad como valores reguladoresde todas las relaciones humanas,[…] ella se convierte en un pro-ceso promotor de inequidades einjusticias múltiples» (DA 61).Ella sigue «una dinámica de con-centración de poder y de rique-zas en manos de pocos y producela exclusión de todos aquellos nosuficientemente capacitados einformados […]. La pobreza dehoy es pobreza de conocimientoy del uso y acceso a las nuevas tecnologías»

Ante esta compleja realidad, Aparecida noshace un llamado inaplazable a promover «unaglobalización diferente que esté marcada por lasolidaridad, por la justicia y por el respeto a losderechos humanos, haciendo de América Latinay el Caribe no sólo el Continente de la esperanza,sino también el continente del amor, como lopropuso. SS. Benedicto XVI en el Discurso inau-gural de esta Conferencia» (DA 64).

El problema es que la dinámica de laglobalización económica concebida bajo el signodel lucro, en una línea capitalista, va creando cadavez más grupos excluidos, y hay grandes limita-ciones para los gobiernos sometidos al peso terri-ble de la deuda externa. Otros problemas, como elfortalecimiento de las instituciones financieras ylas empresas transnacionales, mientras se debili-tan los Estados; la corrupción, las inversionespuramente especulativas, el subempleo y el des-empleo, la subcontratación, la desprotección so-cial, las migraciones y, adicionalmente, el pro-

blema del latifundio, de inmensas cantidades decampesinos sin tierra propia, configuran una rea-lidad trágica, que dificulta un proceso de creci-miento económico para los grupos más empobre-

cidos (Cf. DA 66-73).

3.1 Los que sufren

Aparecida nos presenta demanera concreta y visible larealidad de la pobreza y de lainjusticia presente en los ros-tros de quienes sufren. En unadramática descripción nos dice:

«Entre ellos, están las co-munidades indígenas yafroamericanas, que, en mu-chas ocasiones, no son trata-dos con dignidad e igualdad decondiciones; muchas mujeres,que son excluidas en razón desu sexo, raza o situaciónsocioeconómica; jóvenes, quereciben una educación de bajacalidad y no tienen oportuni-dades de progresar en sus es-

tudios ni de entrar en el mercado del trabajo paradesarrollarse y constituir una familia; muchospobres, desempleados, migrantes, desplazados,campesinos sin tierra, quienes buscan sobreviviren la economía informal; niños y niñas sometidosa la prostitución infantil, ligada muchas veces alturismo sexual; también los niños víctimas delaborto. Millones de personas y familias viven enla miseria e incluso pasan hambre. Nos preocu-pan también quienes dependen de las drogas, laspersonas con capacidades diferentes, los porta-dores y víctimas de enfermedades graves como lamalaria, la tuberculosis y VIH – SIDA, que sufrende soledad y se ven excluidos de la convivenciafamiliar y social. No olvidamos tampoco a lossecuestrados y a los que son víctimas de la violen-cia, del terrorismo, de conflictos armados y de lainseguridad ciudadana. También los ancianos,que además de sentirse excluidos del sistemaproductivo, se ven muchas veces rechazados porsu familia como personas incómodas e inútiles.Nos duele, en fin, la situación inhumana en que

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vive la gran mayoría de los presos, que tambiénnecesitan de nuestra presencia solidaria y denuestra ayuda fraterna. Una globalización sonsolidaridad afecta negativamente a los sectoresmás pobres. Ya no se trata simplemente del fenó-meno de la explotación y opresión, sino de algonuevo: la exclusión social. Con ella queda afecta-da en su misma raíz la pertenencia a la sociedaden la que se vive, pues ya no se está abajo, en laperiferia o sin poder, sino que se está afuera. Losexcluidos no son solamente ´explotados´ sino´sobrantes´ y ´desechables´» (DA 65).

La dramática situación socioeconómica esagravada por la situación sociopolítica de la ma-yoría de nuestros países. En Aparecida los Obis-pos constataron «un cierto progreso democráticoque se demuestra en diversos procesos electora-les, pero en algunas partes avanzan ´diversasformas de regresión autoritaria por vía democrá-tica´, que en ciertas ocasiones, derivan en regí-menes de corte neopopulista» (DA 74). Para elfortalecimiento de la democracia es indispensa-ble la justicia social: «no puede haber democra-cia verdadera y estable sin justicia social, sindivisión real de poderes y sin la vigencia delestado de derecho» (DA 76). Se señala como ungravísimo problema, entre otros, el recrudeci-miento de la corrupción en la sociedad y en elEstado, que involucra a los poderes legislativos yejecutivos en todos sus niveles, y alcanza tambiénal sistema judicial (Cf. DA 77).

En el aspecto social Aparecida denuncia elgrave deterioro causado por el crecimiento de laviolencia de todo tipo, provocada, entre otrascausas, por «la idolatría del dinero, el avance deuna ideología individualista y utilitarista, elirrespeto a la dignidad de cada persona, el dete-rioro del tejido social, la corrupción incluso enlas fuerzas del orden, la falta de políticas públi-cas de equidad social» (DA 78), y la aprobaciónde leyes injustas. El aumento de la represión, laviolación de los derechos humanos, la persisten-cia de «la lucha armada con todas sus secuelas»en algunos países, con influencia delnarconegocio (Cf. DA 79-80).

En cuanto al uso de los bienes comunes atodos los pueblos, más aún a toda la humanidad,Aparecida denuncia problemas que afectan gra-vemente a todos los seres humanos, pero, conmayor fuerza a los más pobres: la exclusión delas poblaciones tradicionales de las decisionessobre las riquezas de la biodiversidad y de lanaturaleza, la agresión a la naturaleza, la depre-dación de la tierra, el mal uso del las aguas, ladevastación de la Amazonía, y algunas de susconsecuencias tales como el deshielo del ártico,el retroceso de los hielos, y el calentamientoglobal (Cf. DA 84-85, 87).

3.2 Presencia y acción de la Iglesiaante esta realidad

Como un dato adicional de la realidad, norecogido en Aparecida, hay que decir que laIglesia en Latinoamérica y el Caribe ha realizadoy está realizando grandes esfuerzos en el campodel compromiso social. Se cuentan por millareslas obras de servicio a los necesitados que encon-tramos a lo largo y ancho de nuestro Continente yen el Caribe. Sería ocultar el sol con un dedo decirque nuestra Iglesia, que los cristianos, no estamoscomprometidos al servicio de los pobres.

De hecho, una de las razones por las cuales laIglesia es apreciada por nuestros pueblos, es porel decidido compromiso que ya protagoniza alservicio de la libertad, de la justicia, de los dere-chos humanos, entre otras cosas, con el frecuentey valiente magisterio social de los Obispos, ytambién con las Vicarías y Oficinas de DerechosHumanos; en la pastoral de los trabajadores; en laeducación e integración de las etnias indígenas,en la superación de la pobreza y del analfabetis-mo; en el campo de la asistencia social a los niñosabandonados, a los enfermos, a los encarceladosa los ancianos; y también a los adictos a las drogaso al licor, a los jóvenes sin formación para eltrabajo, a las madres solteras, a los desplazados,a los refugiados, etc. También en el servicio de lasUniversidades católicas en el campo de la forma-ción de jóvenes universitarios con sentido y voca-ción social, sus Centros de investigación y análi-sis sociopolíticos, las revistas de estudio y divul-gación de lo social, etc.

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Esto sin mencionar el trabajo ordinario, coti-diano, metódico que comunidades religiosa, pá-rrocos, y fieles laicos realizan en el campo de laeducación gratuita, en el campo de la atención ala salud en Hospitales y dispensarios, en losroperos parroquiales, en el campo de los comedo-res populares, de las cooperativas, en la forma-ción de promotores en el área de salud y desarro-llo social; y en la asisten-cia alimentaria a fami-lias muy pobres.

Es preciso recordareste compromiso para noser injustos con nuestrospredecesores y con no-sotros mismos, y para nodar la impresión de quetodo está por hacer. Gra-cias a Dios, tenemos unainmensa cosecha de ac-tividades, servicios yobras al servicio de losnecesitados.

4. Respuestas de Aparecida

Ante la dramática situación que, con valentíay claridad, se denuncia en el Capítulo 2º delDocumento Conclusivo, los Obispos fueron sen-sibles en la V Conferencia a la íntima conexiónentre la fe cristiana y el compromiso social de losdiscípulos misioneros, la cual se desarrolla espe-cialmente en el Capítulo 8, que lleva por título«Reino de Dios y promoción de la dignidad hu-mana». Allí se nos dice: «Ser discípulos y misio-neros de Jesucristo para que nuestros pueblos, enÉl, tengan vida, nos lleva a asumirevangélicamente y desde la perspectiva del Reinolas tareas prioritarias que contribuyen a ladignificación de todo ser humano, y a trabajarjunto con los demás ciudadanos e instituciones enbien del ser humano, y a trabajar junto con losdemás ciudadanos e instituciones en bien del serhumano. El amor de misericordia para con todoslos que ven vulnerada su vida en cualquiera desus dimensiones, como bien nos muestra el Señoren todos sus gestos de misericordia, requiere quesocorramos las necesidades urgentes, al mismo

tiempo que colaboremos con otros organismos oinstituciones para organizar estructuras más jus-tas en los ámbitos nacionales e internacionales.Urge crear estructuras que consoliden un ordensocial, económico y político en el que no hayainequidad y donde haya posibilidades para todos.Igualmente, se requieren nuevas estructuras quepromuevan una auténtica convivencia humana,

que impidan la prepo-tencia de algunos y fa-ciliten el diálogo cons-tructivo para los nece-sarios consensos so-ciales» (DA 384).

De esta manera seexpresa la gravedad yurgencia del compro-miso social de cadacristiano en particulary de toda la Iglesia,con sus diversas co-munidades a lo largodel mundo.

Ahora bien: ¿cuál es la raíz de ese urgentecompromiso? La respuesta tiene nombre y rostro:Jesús, quien siendo rico se hizo pobre; Jesús, elNazareno, el Redentor, que nos dice: «ámense losunos a los otros como yo lo he amado» (Jn 15, 12).Aparecida nos dice: «Nuestra misión para quenuestros pueblos en Él tengan vida, manifiestanuestra convicción de que en el Dios vivo revela-do en Jesús se encuentra el sentido, la fecundidady la dignidad de la vida humana» (DA 389). EsCristo mismo, el Verbo de Dios encarnado, «ros-tro humano de Dios y rostro divino del hombre»,haciéndose nuestro hermano, dando la vida parasalvarnos, quien nos indica la urgencia de laacción social de la Iglesia.

4.1 El mandato del amor

Las exigencias del compromiso social de loscristianos fueron anticipadas en los reclamos delos profetas (Cf. Is 58). Y el mismo Jesús nosenseña que el eje fundamental de la moral cristia-na, el mandato principal de la ley es el del amor:«Amarás al Señor tu Dios con toda el alma y con

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toda tu mente […], y al prójimo como a ti mismo».Jesucristo ilustró esta exigencia radical de nues-tra fe con la bellísima enseñanza del juicio final,según la cual seremos juzgados por el amor. Allíel Señor nos dice «En verdad le digo que cuantohicieron a uno de estos hermanos míos más pe-queños, a mí me lo hicieron» (Mt 25,40).

El compromiso social es, pues una exigenciadirecta de nuestra fe y de nuestra adhesión aJesús. La Iglesia, «está urgida a renovar la unióncon Dios y a volcarse con la fuerza del amor a unaintensa y eficaz acción transformadora de lasociedad…». La invitación del Señor Jesús a susdiscípulos, a ser «sal de la tierray luz del mundo… «La compro-mete como discípula y testigo delSeñor a afrontar con decisión losdesafíos que se plantean».

Si queremos ser auténticosdiscípulos de Jesucristo, es pre-ciso que manifestemos nuestroamor en obras concretas al servi-cio de nuestros hermanos, espe-cialmente los más necesitados.«En esto conocerán que son misdiscípulos, en que se aman losunos a los otros» (Jn 13, 35).Además, siendo la misión de laIglesia ser sacramento de salva-ción e instrumento de redencióny liberación del pecado, le co-rresponde luchar por superar laconflictividad de lo social, en la cual se manifies-ta la presencia del pecado.

4.2 La opción por los pobres

La respuesta de Aparecida al reto de la reali-dad social de América Latina y los pobres. En sudiscurso de inauguración de la V Conferencia, elSanto Padre Benedicto XVI dejó muy claro que«la opción preferencial por los pobres está implí-cita en la fe cristológica en aquel Dios que se hahecho pobre por nosotros, para enriquecernoscon su pobreza».

Haciéndose eco de esta clara, contundente eiluminadora afirmación del Sucesor de Pedro,

Aparecida nos dice: «Esta opción nace de nuestrade en Jesucristo, el Dios hecho hombre, que se hahecho nuestro hermano (cf. Hb 2, 11-12). Ella, sinembargo no es exclusiva ni excluyente» (DA392). Los obispos de la V Conferencia reafirmanla línea de la entrega y acción evangelizadora ypromotora de los pobres de nuestros países: «Hoyqueremos ratificar y potenciar la opción de amorpreferencial por los pobres hecha en las Confe-rencias anteriores», Y explicamos: «Que seapreferencial implica que debe atravesar todasnuestras estructuras y prioridades pastorales»(DA 396). Gracias a Dios, «la opción preferen-cial por los pobres es uno de los rasgos que

marcan la fisonomía dela Iglesia latinoamerica-na y caribeña» (DA 391).En esta dirección, quedebe ser asumida por to-dos los católicos latinoa-mericanos y caribeños,pero especialmente porlos pastores, personasconsagradas y agentes depastoral en general, he-mos de caminar con vezmayor empeño.

Aparecida nos enseñaque «De nuestra fe enCristo, brota también lasolidaridad como actitudpermanente de encuentro,hermandad y servicio, que

ha de manifestarse en opciones y gestos visibles,principalmente en la defensa de la vida y de losderechos de los más vulnerables y excluidos, y enel permanente acompañamiento en sus esfuerzospor ser sujetos de cambio y transformación de susituación. El servicio de caridad de la Iglesia entrelos pobres es un ámbito que caracteriza de maneradecisiva la vida cristiana, el estilo eclesial y laprogramación pastoral» (DA 394).

5. Manos a la obra: Una renovadapastoral social

Nuestras convicciones deben movernos a laacción. La Misión apostólica de la Iglesia abarca

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varios aspectos que tradicionalmente seesquematizan en tres grandes tipos de activida-des: Evangelización, es decir, el anuncio claro yexplícito de la verdad sobre Jesucristo, el hom-bre y el mundo; Santificación, que lleva y comu-nica al creyente la vida misma de Dios a travésde la oración y la liturgia; y la acción de ServicioPastoral, que conlleva la dirección de las comu-nidades, su organización comunitaria, al servi-cio del consuelo y la esperanza, y, entre otrascosas, el servicio de la justicia, la caridad y lamisericordia.

Sin duda la evangeliza-ción, la santificación y laacción pastoral en gene-ral, si bien tiene cada unasu especificidad propia,están estrechamente uni-das entre sí. La liturgia,por ejemplo está precedi-da e impregnada por elanuncio de la Palabra. Yespecíficamente, la acciónpastoral en el campo delos social es parte inte-grante de la evangeliza-ción. Recordemos la en-señanza del Señor: «En esto conocerán que sonmis discípulos, en que se aman los unos a losotros» (Jn 13,35).

El amor, la caridad viva, es el sello, el signo dela auténtica predicación, y es una motivación alreconocimiento de Cristo como el Salvador. Re-cordemos también la apremiante exigencia deJesús en la Ultima Cena: «Que todos sean unopara que el mundo crea que tu me has enviado»(Jn 17,21). El llamado a la unidad de los cristianosno es simplemente una exhortación a superar lasdivisiones de los creyentes por razones doctrinaleso de organización eclesial. Se trata también de leexigencia de la unidad en la práctica del amor, enla superación de la división del odio y de lainjusticia, de la exclusión y de la pobreza, en labúsqueda permanente del bien común, en la luchapor la justicia y por la paz, en la acción concretapara que todos los seres humanos tengan una

existencia, una vida digna. Se trata de una exigen-cia a la práctica permanente de las virtudes queconllevan a la unidad, a la comunión de loscreyentes en la vida concreta: la solidaridad, lacaridad, las obras de misericordia espiritual ymaterial.

Por eso, Aparecida nos dice: «Asumiendo connueva fuerza esta opción por los pobres, ponemosde manifiesto que todo proceso evangelizadorimplica la promoción humana y la auténtica libe-ración ́ sin la cual no es posible un orden justo enla sociedad´. Entenderemos, además, que la ver-

dadera promoción humanano puede reducirse a as-pectos particulares: «Debeser integral, es decir, pro-mover a todos los hombresy a todo el hombre» desdela vida nueva en Cristo quetransforma a la persona detal manera que «la hacesujeto de su propio desa-rrollo». Para la Iglesia, «elservicio de la caridad, igualque el anuncio de la Pala-bra y la celebración de losSacramentos, es expresión

irrenunciable de la propia esencia» (DA 399).En esa línea, Aparecida manifiesta la determi-

nación de impulsar el Evangelio de la vida y lasolidaridad, y de promover caminos eclesialesmás efectivos para intervenir en los asuntos so-ciales (DA 400). Invita así a las ConferenciasEpiscopales y a las Iglesias particulares a promo-ver «renovados esfuerzos para fortalecer unaPastoral social estructurada, orgánica e integralque, con la asistencia, la promoción humana, sehaga presente en la nuevas realidades de exclu-sión y marginación que viven los grupos másvulnerables, donde la vida está más amenazada»(DA 401).

Aparecida ha fijado su atención en los nuevosrostros de pobres y excluidos para proponer acti-vidades, servicios y obras concretas en la líneadel compromiso social: «los migrantes, las vícti-mas de la violencia, desplazados y refugiados,

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víctimas del tráfico de personas y secuestros,desaparecidos, enfermos de VIH y de enfermeda-des endémicas, tóxico dependientes, adultos ma-yores, niños y niñas que son víctimas de la pros-titución, pornografía y violencia o del trabajoinfantil, mujeres maltratadas, etc. La Iglesia, consu Pastoral Social, debe dar acogida y acompa-ñar a estas personas excluidas en los ámbitos quecorresponden» (DA 402).

5.1 Un reto inmenso

He aquí un reto inmenso para nosotros loscristianos de Latinoamérica y el Caribe. ¿Cómoresponder a este difícil de-safío? En respuesta a la dra-mática realidad que nos ro-dea, y al llamado que Cris-to nos hace a servir a nues-tros hermanos en el com-promiso social, la tarea dela Iglesia y de cada uno delos cristianos en nuestrospaíses, es realmente exigen-te y debe ser decidida ygenerosa. Sin duda el Espí-ritu nos impulsará a ser fie-les al momento presente y avivir con entusiasmo y ar-dor apostólico nuestra vo-cación a dar testimonio concreto de que «Dios esamor». Pero podemos vislumbrar algunas actitu-des y acciones que vayan en esa línea.

En primer lugar, es preciso propiciar unaconversión interior de todos los católicos, fieles,consagrados y pastores, en la línea de una intensacaridad, alimentada con la oración, con la alegríade vivir el mandamiento supremo y nuevo deJesús, amar a Dios con todo el corazón y alprójimo como Él mismo nos amó. Debemos real-mente vivir con mayor intensidad a semejanza deCristo, que nos amó hasta el fin, con una caridadque nos impulse a salir de nosotros mismos, aorganizar y concretar actividades, servicios yobras de eficaz solidaridad al servicio de lospobres y excluidos.

Pero además, es menester que nos convirta-mos a una mayor pobreza evangélica que nos

haga ser auténticos hermanos de los necesitados.«Dichosos los pobres en el espíritu, porque ellosse llamarán los hijos de Dios» (Mt 5, 3). Aquí hayque pensar en la austeridad de vida, en nuestragenerosidad con el dinero, personal y comunita-rio, en nuestra actitud personal hacia los bienes,en el desprendimiento generoso, en la imitaciónde aquel que «siendo rico se hizo pobre». En estesentido estamos llamados a una permanente con-versión hacia la generosidad, poniendo nuestrotesoro en el cielo, para que allí estén nuestroscorazones.

El primer desafío delos católicos en el cam-po social es «Profundi-zar en el proceso de con-versión y renovaciónespiritual, moral, inte-lectual y organizativa dela Iglesia, en la línea deun mayor compromiso,como parte integral dela evangelización paratransformar la realidadactual del país». Paraello, entre otras cosas,será necesario impulsaren los fieles laicos «unamayor conciencia de su

compromiso bautismal en la línea de una conver-sión personal y comunitaria para lograr un ma-yor protagonismo laical especialmente en la ani-mación e inculturación de los valores del Evange-lio en las áreas económica, social, política ycultural».

Pero además de esa conversión hacia la cari-dad y la pobreza evangélica, nos dice Aparecidaque es preciso dirigir las energías de la Iglesia a«acciones concretas que tengan incidencia en losEstados para la aprobación de políticas socialesy económicas que atienden las variadas necesi-dades de la población, y que conduzcan hacia undesarrollo sostenible […], procurando que quie-nes tienen la responsabilidad de diseñar y apro-bar las políticas que afectan a nuestros pueblos lohagan desde una perspectiva ética, solidaria yauténticamente humanista» (DA 403).

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Aparecida nos habla también de la globalizaciónde la solidaridad y la justicia internacional, para locual, entre otras cosas, hay que apoyar lareorientación y rehabilitación ética de la política,formar en la ética cristiana que pone como desafíoel logro del bien común, la creación de oportunida-des económicas para sectores de lapoblación tradicionalmente margi-nados, y promover una justa regula-ción de la economía finanzas y elcomercio mundial (DA 406).

Entre tantos sectores que sufrenla exclusión, la pobreza o la injusti-cia, Aparecida se detiene especial-mente en las personas que viven enlas calles, los migrantes, los enfer-mos, los adictos dependientes, y lospresos (Cf. DA 407-430). Ante es-tos y otros grupos de personas quesufren, la Iglesia en América Latinay el Caribe está obligada a intensifi-car su compromiso social con acti-vidades, servicios y obras perma-nentes para ayudarlos eficazmente, de manera quesea evidente, tanto para los cristianos más necesi-tados, como para los no creyentes, la presencia deCristo en el corazón de los fieles.

Esto exigirá tanto la denuncia profética de losproblemas y la propuesta de soluciones, como laslabores de promoción y de asistencia social. Porque«pobres siempre tendrán entre ustedes» (Jn 12, 8),hemos de acogerlos y tenderles una mano fraternaen todo momento. Hay que superar una actitudnegativa ante las obras de asistencia social, critica-das erróneamente como algo negativo,despreciativamente llamándolas «asistencialismo».Recordemos de nuevo al Señor: «Tuve hambre y medieron de comer» (Mt 25,35).

Ya se está haciendo mucho, pues la labor de laIglesia latinoamericana y del Caribe en el campo delo social es ingente. Pero habrá que intensificarla.Ser auténticos discípulos y misioneros, en unasociedad egoísta, individualista y excluyente, ycada vez más secularizada e incluso intolerante yhostil a la religión, implica una fe muy viva, y unardor apostólico intenso.

¿No será este el momento de una fuerterevisión personal y comunitaria de nuestra acti-tud ante la inmensa labor que debemos desple-gar en el presente y en el futuro?

6. Conclusión

«Discípulos y misioneros de Jesucristo paraque nuestros pueblos en Él tengan vida». Estaafirmación, ahora nos corresponde llevarla a lapráctica. Por supuesto, con el anuncio explícitode inmensa benignidad de Dios que se ha digna-do enviarnos a sus Hijo único, para que todos losque creamos en El tengamos vida abundante; enla acción santificadora, en la celebración de lasmaravillas que el Señor ha hecho por nosotros yen la comunicación de la vida nueva, la vidamisma de Cristo a nuestros hermanos por lossacramentos; y en la acción pastoral, especial-mente en el compromiso social, con el cualmanifestamos a Cristo presente en el mundo.

Con la caridad viva y operante, eficaz ycontinua, concretada en actividades, servicios yobras sociales, manifestaremos a Aquel que es«el rostro humano de Dios y el rostro divino delhombre». Para que nuestros pueblos palpen eltestimonio que acompaña y hace auténtica lapalabra que conduce a la fe; y para contribuirtambién, en la medida de nuestras posibilida-des, a que tengan una existencia, una vida dignade nuestra excelsa condición humana.

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1. Actualidad de la Doctrina Social dela Iglesia

Como es sabido, la Doctrina Social de la Igle-sia forma parte de la Teología Moral y como talrequiere un continuo esfuerzo de profundizacióny de aplicación a la vida y a la conducta de loscristianos.

El Papa Juan Pablo II expre-saba en su Encíclica RedemtorisMissio: «En la proximidad deltercer milenio de la Redención.Dios está preparando una granprimavera cristiana, de la queya se vislumbra su comienzo.En efecto, tanto en el mundo nocristiano como en la antigua tra-dición cristiana, existe un pro-gresivo acercamiento de lospueblos a los ideales y a losvalores evangélicos, que la Iglesia se esfuerza enfavorecer. Hoy se manifiesta una nueva conver-gencia de los pueblos hacia estos valores: elrechazo de la violencia y de la guerra; el respetode la persona humana y de sus derechos; el deseode libertad, de justicia y de fraternidad; la tenden-cia a superar racismos y nacionalismos; al afian-zamiento de la dignidad y la valoración de lamujer» (RM 86). El lógico que sea precisamenteeste esfuerzo por conocer y aplicar la DoctrinaSocial de la Iglesia en la vida personal y social delos cristianos un modo muy concreto de colaboraren esa primavera cristiana.

Recuerda el Papa en la Encíclica ya citadauna palabras que son como el trasfondo de lo quequeremos señalar aquí: «La misión de la Iglesiano es actuar directamente en el plano económi-co, técnico, político o contribuir materialmenteal desarrollo, sino que consiste esencialmenteen ofrecer a los pueblos no un tener más, sino ser

más despertando las conciencias con el Evange-lio», porque, añade, «el desarrollo de un pueblono deriva primariamente del dinero, ni de lasayudas materiales, ni de las estructuras técnicas,sino más bien de la formación de las concien-cias, de la madurez de la mentalidad y de las

costumbres. La Iglesiaeduca revelando a lospueblos al Dios que bus-can, pero que no cono-cen; la grandeza delhombre creado a imageny semejanza de Dios yamado por él; la igual-dad de todos los hom-bres como hijos de Dios;el dominio sobre la natu-raleza creada y puesta alservicio del hombre; el

deber de trabajar para el desarrollo entero y detodos los hombres» (RM 58).

El fondo del mensaje de la Iglesia es centrartodo en Cristo, lo que implica poner al hombre ensu sitio: imagen y semejanza de Dios, esto esdotado de una dignidad, en definitiva ser persona.

La Doctrina Social de la Iglesia en estos últi-mos años ha sido expuesta con nuevas y sugeren-tes luces, y es que cuando se profundiza en lagrandeza del hombre, de todo hombre, las injus-ticias y atropellos a esa dignidad conmueven losmismos cimientos cristianos, pues por cada hom-bre ha muerto Cristo.

Revitalizar la Doctrina Social de la Iglesiafundamentando la dignidad de la persona huma-na, es uno de los objetivos actuales de la Iglesia,como puede constatarse en las encíclicas del PapaJuan Pablo II y Benedicto XVI. No es un conceptonuevo, pero si tremendamente actual; éste era elánimo de León XIII.

Doctrina Social de la Iglesiay Nueva Evangelización

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2. Concepto y objetivos de la NuevaEvangelización

Nueva Evangelización es una expresión quecobra fuerza y carta de naturaleza en la predica-ción del Papa Juan Pablo II. La Nueva evangeli-zación nos lanza con un planteamiento positivo yesperanzado, pues en esta civilización hay máselementos positivos que negativos. No es partirdel kilómetro cero, por decirlo geográficamente.Una nueva Evangelización que lleva a «ahondaren las raíces de la fe, vivir la fe, vivir en espíritusolidario y fraterno, llevar el Evangelio al diálogocon la cultura de los hombres, ofrecer al mundo,y con renovado entusiasmo, el ejemplo, la pala-bra y la gracia de Cristo. Estos son los grandesobjetivos de la Nueva Evangelización.

Objetivo de la Nueva Evangelización es latransformación de la cultura: hacer cultura einculturar la fe, sin que se pierda ninguno de suscontenidos.

Otro objetivo es la atención prioritaria de lajuventud; como esperanza y futuro de la Iglesia.Para ello esa Nueva Evangelización requiere elejemplo de vida, la coherencia, etc.

Para lograr esos objetivos se requiere:a) Profundización y fortalecimiento de la fe: «La

Evangelización debe contener siempre -comobase, centro y a la vez culmen de su dinamis-mo– una clara proclamación de que en Jesu-cristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto yresucitado, se ofrece la salvación a todos loshombres, como don de la gracia y de la mise-ricordia de Dios».

b) Procurar la cultura de la solidaridad. De modoque la Doctrina Social de la Iglesia en la NuevaEvangelización sea la solución aleconomicismo, mercantilismo e individualis-mo, causantes en gran parte de la situaciónactual.

c) Promoción de una Iglesia evangelizadora: deahí las llamadas recientes del Papa a la respon-sabilidad apostólica de los cristianos. Para ellose requiere vocaciones y formación de lasmismas.

Haciendo referencia al documento de Apare-cida, vale la pena retomar su preocupación paraevangelizar con la participación de todos losagentes de pastoral. En efecto, sigue siendo elmayor desafío de la Iglesia, hoy. De maneraespecífica, Aparecida pide a la «parroquia» unrenovado compromiso evangelizador por ser ellaespacio privilegiado de la iniciación cristiana,educación y celebración de la fe.

En efecto, así se expresa Aparecida acerca deella: «Espacio de la iniciación cristiana, de laeducación y celebración de la fe, abierta a ladiversidad de carismas, servicios y ministerios,organizada de modo comunitario y responsable,integradora de los movimientos de apostolado»(DA 170). Para que sean evangelizadoras deverdad se les pide, a las parroquias, reformularsus estructuras, dejando atrás la imagen de laparroquia «agencia de servicios religiosos» (DA172). Puesto que se reconoce que es inmenso elnúmero de alejados, a las parroquias se les pide,entonces, que sean «misioneras», convocando yformando, para ello, a sus laicos (DA 173-174).Central, para la eficacia del proceso evangeliza-dor, será la celebración de la Eucaristía, verdade-ra escuela de vida cristiana sin descuidar, porsupuesto, los otros sacramentos, que serán cele-brados en la alegría del Señor (DA 175).(

Por coherencia con la fe, que se profesa, y conel carácter social de la Eucaristía, las parroquiasserán, también, centro de «acción caritativa ysocial», recordándonos que «toda auténtica mi-sión unifica la preocupación por la dimensióntrascendente del ser humano y por todas susnecesidades concretas» (DA 176). Por vivir enuna cultura fuertemente marcada por el relativismoy por la pérdida del sentido del pecado, Aparecidapropone la práctica de la confesión e invita arecorrer caminos de conversión (DA 177).(

La nueva evangelización, por cierto, por nin-guna razón debe descuidar la «dimensión social»de la fe en orden a la construcción efectiva delReino de Dios, si quiere ser integral. Dar unaverdadera dimensión social a la Evangelizaciónconstituye, por cierto, el reto más urgente de laIglesia Latinoamericana.

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3. Doctrina Social de la Iglesia y Nue-va Evangelización.

Precisamente uno de los puntos clave parallevar a cabo la Nueva Evangelización es el sujetode la Doctrina Social de la Iglesia: la actuaciónlibre y responsable de los laicos. Formando laconciencia de cada cristiano, éste podrá actuarlibre y responsable-mente y buscar elbien común con unobjetivo abierto:una sociedad justaque sea camino parair a Dios. la solida-ridad es ante todoreconocer y apreciarla dignidad de lapersona humana; estrabajar para que elfruto de ese trabajome perfeccionecomo persona ycontribuya al per-feccionamiento de los demás. Superar el tener yposeer buscando el ser hombre. Así se podráimplantar el Reino de Cristo. Por ello el trabajohumano es clave para la Doctrina Social de laIglesia.

En la Nueva Evangelización se dan la manodos cuestiones importantes: la deontología profe-sional y la Doctrina Social de la Iglesia: el trabajoque repercute en la perfección del hombre y en laconstrucción de la sociedad; así se hacen «divi-nos los caminos de la tierra». De este modo laDoctrina Social de la Iglesia se convierte verda-deramente en parte de la Teología Moral y nosimple moralismo.

El concepto de Nueva Evangelización tam-bién añade como rasgo esencial la unión entre fey cultura, pero en fe y cultura se unen en la vidade cada cristiano: «una fe que no se hace cultura,es una fe no plenamente acogida, no pensada ensu totalidad y no vivida fielmente». Un diálogoque recomponga lo que lamentaba Pablo VI: «Laruptura entre el Evangelio y la cultura es el dramade nuestro tiempo» (Evangelii Nuntiandi 20).

Así pues se pide al cristiano que tome enplenitud lo que significa su vocación bautismal:algo que amplia y potencia su misión en el mun-do. Una nueva cultura hecha por la unidad de vidade los cristianos, que buscan la santidad y comoconsecuencia y medio viene la transformacióndel mundo desde dentro. «Amar al mundo apasio-

nadamente» y transfor-marlo por presión deamor de Dios y cohe-rencia de la fe y vida.

«La Nueva Evange-lización tiene que serfundante, exigente ycreativa», es decir: vol-ver a profundizar en lasverdades centrales de lafe, contar con cristianoscoherentes y crear unanueva cultura cristiana.Pero una renovación delhombre interior requie-re la gracia necesaria

para vencer, a pesar de nuestra debilidad: de ahíque se necesite acudir a los sacramentos una yotra vez. Así se expresaba el Papa Benedicto XVIcuando era Cardenal: «Creo que el núcleo de lacrisis espiritual de nuestro tiempo tiene sus raícesen el oscurecerse de la gracias del perdón. Peronotemos antes el aspecto positivo del presente. Ladimensión moral comienza nuevamente poco apoco, a ser tenida en consideración. Se reconoce,es más, ha llegado a ser algo evidente, que todoprogreso técnico es discutible, en última instan-cia destructivo, si no le corresponde un creci-miento moral. Se reconoce que no hay verdaderareforma del hombre y de la humanidad sin unarenovación moral».

La Doctrina Social de la Iglesia se apoya comosujeto operativo fundamentalmente en el libre yresponsable actuar de cada cristiano; sólo esfor-zándose en vivir con plenitud su vida cristianapodrá desarrollar la Doctrina Social de la Iglesia,y la viceversa, no hay verdadera vida de santidadsin esforzarse en aplicar a su actuar esos princi-pios de la Doctrina Social. Una fe que se hacecultura.

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1. IGLESIA Y DOCTRINA SOCIAL

Jesús vino al mundo para salvar a los pecado-res (1Tm 1,15), para anunciar el Reino de Dios.Con su predicación y, sobreto-do, entregando la fuerza de suamor desde lo alto de la Cruz,quitando el pecado del mundo,suscitó un cambio total, intro-duciendo nuevas categorías depensamiento, nuevas jerarquíasde valores y de comportamien-to, y puso premisas sólidas parael cambio de las institucionesde su tiempo. Mediante la uni-dad, la comunión de corazones y de bienes, laayuda a los pobres, la primera comunidad cristia-na fue luz y fermento de la sociedad.

La Iglesia, que se construye y se compaginaparticipando, mediante los sacramentos, a laMuerte y Resurrección de Jesucristo, está llama-da a seguir el camino trazado por el Señor. Él es«el Verbo de Dios, por medio del cual todo ha sidocreado, haciéndose carne, vino a la tierra, haentrado en la historia del mundo como HombrePerfecto, asumiendo esta naturaleza y regenerán-dola. Él nos revela que ´Dios es amor´ (1Jn 4,8),y nos enseña que la ley fundamental de la perfec-ción humana y la transformación del mundo es elnuevo mandamiento del amor (GS 38).

Siguiendo el ejemplo de Jesucristo, cada co-munidad cristiana debe recorrer el mismo camino«el hombre concreto», considerando todos losaspectos de su existencia, de su ser personal ycomunitario. Debe anunciar y testimoniar al hom-bre social, a la sociedad que en Cristo está llama-do a vivir la propia vocación y a responder al amordel Padre.

A la luz de la Tradición y de la reflexiónteológica, la DSI resulta pertenecer al ser y actuarde la Iglesia, de cada Iglesia, que se reconoce encomunión con Jesucristo y su Espíritu.

Dicho de otra manera, la mi-sión de la Iglesia incluye el com-promiso de anunciar una salva-ción integral, que mira a todo elhombre, a todos los hombres,que se abren al «admirable ho-rizonte de la filiación divina»,también el campo social. LaDSI explicita y anuncia todoesto, es decir, que existe unavocación cristiana en el campo

social, donde se necesita vivir y trabajar con elmismo modo de ver, de juzgar y de amar de Jesús;y, también, que la actividad humana vivida comohijos de Dios es testimonio en Cristo, esperanzadel mundo, y gloria en Dios Padre.

2. LOS RESPONSABLES DEL ANUNCIOY DEL TESTIMONIO DE LA DOCTRINA

SOCIAL DE LA IGLESIA

2.1 La comunidad eclesial sujetoplural y unitario

El sujeto total de la DSI, es «toda la comunidadcristiana, en armonía y bajo la guía de los legíti-mos pastores». Se trata de un sujeto compuesto,no de manera diferente. En el orden del magiste-rio e de la actuación de la DSI, con roles ycompetencias diferentes, sujetos responsables son:los Concilios, los papas, los obispos, los laicos,los religiosos, los Sínodos, las ConferenciasEpiscopales, la Santa Sede. Sobre el plano de lasIglesias particulares, las Conferencias episcopales,deben ejercitar su ministerio con respeto a la

Principios básicos de la DoctrinaSocial de la Iglesia (DSI)

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autonomía de los Obispos, únicos maestros de lafe en sus diócesis.

A fin que el magisterio social de los Concilios,de los pontífices y de los Sínodos puedan incidiren modo práctico sobre la realidad, es indispensa-ble la colaboración de las Iglesias particulares ylocales. De esto es consciente el mismo Magiste-rio: «de frente a las situaciones tan diferentes –escribe Pablo VI – nos es difícil pronunciar unapalabra única y proponer una solución de valoruniversal. Corresponde a la comunidad cristianaanalizar objetivamente la situación de su propiopaís, clarificarla a la luz de la palabra inmutabledel Evangelio, diseñar prin-cipios de reflexión, criteriosde juicio y líneas de acciónen la enseñanza social de laIglesia, como se ha hecho alo largo de la historia, y par-ticularmente en esta etapatecnológica e industrial, apartir de la fecha históricadel mensaje de León XIII«sobre la condición de losobreros» […]. Correspondea las comunidades cristia-nas especificar – con la asis-tencia del Espíritu Santo, encomunión con los Obisposresponsables, y en diálogocon los otros hermanos cris-tianos y con todos los hom-bres de buena voluntad – la elección y los com-promisos que convienen tomar para trabajar porla transformación social, política y económicaque se revelen urgentes y necesarios en muchoscasos» (OA 401-441).

La Doctrina Social de la Iglesia es patrimoniocomún, que todos acogen como herencia preciosay contribuyen a acrecentar con su propia aporta-ción específica de manera subsidiaria y comple-mentaria.

En cuanto expresión del ser apostólico de lacomunidad eclesial, la DSI encuentra la primeragarantía de su valor teológico y doctrinal en elMagisterio, representado por el Papa y los obis-

pos en comunión con él. A ellos corresponde latarea de formularla, enseñarla, velar sobre sucorrecta actuación, despertando las concienciasdormidas, alentándolas en la no fácilconcretización. El Magisterio guía la comunidaden el discernimiento y en la actuación social,teniendo como punto imprescindible de referen-cia la Palabra de Dios, la Tradición y las circuns-tancias históricas. Concierne solo a ellos fijar losprincipios de reflexión, los criterios de acción ylas líneas de acción, en esto se avalan necesaria-mente las aportaciones de los otros sujetoseclesiales.

2.2 El Obispo

Sobre el plano de la dió-cesis el primer sujeto res-ponsable de la DSI es el obis-po. De hecho, pertenece ínti-mamente a su ministerio es-pecífico proclamarla, mos-trar que, según el diseño deDios, las cosas terrenas y lasinstituciones sociales estánorientadas de tal modo quefavorezcan la salvación delos hombres y la edificacióndel Cuerpo de Cristo. A éltoca enseñar «hasta qué pun-to, según la DSI, la personahumana debe ser protegida,con su libertad; la familia y

su unidad y estabilidad, la procreación y la educa-ción de los hijos; la sociedad civil, con sus leyesy profesiones; el trabajo y el descanso; las artes yla técnica, la pobreza y la abundancia de rique-zas» (ChD 673-696). Por consecuencia, el obispoestá también llamado a explicar «la modalidadcon la cual se deben resolver los graves proble-mas de la propiedad, de la acumulación y de ladistribución equitativa de los bienes materiales,de la guerra y de la paz y de la fraterna conviven-cia entre los pueblos» (ibidem). Debe elaborar laDSI teniendo en cuenta el magisterio social pon-tificio y a la propia Conferencia episcopal, obvia-mente también la Palabra, la Tradición y la situa-ción particular de la propia diócesis.

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Su responsabilidad se extiende a todos loscomponentes eclesiales, pero teniendo especialcuidado con la formación de los sacerdotes,asegurando, entre otras cosas, que en los centrose institutos de formación eclesiástica existancursos obligatorios de DSI, teniendo profesoresdotados de amplia competencia doctrinal en lasciencias teológicas y humanas, comprometidosen la pastoral. El obispo no debe, descuidar laformación permanente del clero en este campo(PO 7).

Es evidente que la eficacia del anuncio, deltestimonio y de la actualización de la DSI, porparte de la Iglesia que él preside, depende muchode la ayuda de los sacerdotes, de los religiosos, delos laicos y de los organismos diocesanos,decanales y parroquiales. Todo esto se realizamejor cuando la diócesis tiene un proyecto pasto-ral orgánico y unitario relativo al servicio social,es decir, cuando es activada la pastoral social dela cual la DSI es elemento esencial. Más de unavez será conveniente y necesario que obispos dediócesis vecinas colaboren entre ellos, unifican-do fuerzas, para ofrecer iniciativas eficaces en elestudio, difusión y actuación de la DSI, dejándoseayudar oportunamente de Facultades, Institutosteológicos, Seminarios.

2.3 Los presbíteros

Los presbíteros, especialmente los párrocos,son sujetos de la DSI, no solo en cuanto partici-pes del sacerdocio común, sino sobre todo por-que participan del triple ministerio del obispo deenseñar, santificar y regir la comunidad cristia-na. Mediante la colaboración de los sacramen-tos, en particular de la eucaristía y de la reconci-liación, el sacerdote debe vivir el compromisodel anuncio y el testimonio de la DSI, por partede cada comunidad, como acto que fluye cons-tantemente, con nuevas energías y estímulos,del corazón del misterio de salvación acogido,celebrado y vivido.

2.4 Los religiosos

En el ejercicio del discernimiento y del com-promiso comunitario de la DSI contribuyen conuna especificidad propia los religiosos, las reli-

giosas, viviendo y testimoniando una existenciaque, mediante la práctica de los consejos evangé-licos, ponen a disposición del Reino de Dios.Ellos contribuyen a la elaboración y a la actua-ción de la DSI, más que con la enseñanza y ladifusión, especialmente con la vida, que procla-ma que el mundo no puede ser transformado yrecapitulado en Cristo sino testimoniando lasbienaventuranzas del Evangelio. Las personasconsagradas en la castidad, en la pobreza y en laobediencia, por otro lado, se ponen al servicio dela caridad pastoral de DSI, también a través de lacontemplación y de la oración, viviendo y aman-do el proyecto de Dios sobre el mundo, suplican-do e invocando al Señor para que mande obrerosa su viña y para que cada hombre se abra y acojacon generosidad la humanidad nueva instauradapor Cristo.

2.5 Los laicos

Sujetos pastorales de la DSI son también loslaicos, de manera particular y comunitaria, encuanto sacerdotes, profetas y reyes en Jesucris-to. Desde el punto de vista experimental de laDSI, los laicos son los principales protagonis-tas en razón de su índole secular que los haceprimeros responsables de la animación cristia-na de las cosas temporales. En los varios am-bientes sociales – como la familia, la fábrica, laoficina, las instituciones sociales y civiles – noson simples ejecutores de directrices elabora-das por los Papas y obispos, sino creadores depensamiento social y constructores de una so-ciedad nueva, mediante un trabajo de interpre-tación y de elaboración ulterior de la DSI. En laactuación del magisterio social no se dan cami-nos predeterminados, por lo cual es inevitabley legítimo un sano pluralismo de interpretacio-nes y de realizaciones.

La inteligente y prudente manera de traducir laDSI por parte de los laicos es de gran utilidad parael su actualización, que puede actuarse mejor sientre los sujetos laicales y comunidades eclesialesse vive en continua comunicación, mediante lacomunión y unidad en los intentos fundamentalesde cambiar la sociedad.

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3. LOS CAMINOS DE LA FORMACIÓN

3.1 La liturgia

La DSI tiene su fuente última en el misterio desalvación recibido, celebrado y vivido, la liturgiaes un lugar privilegiado de formación y transmi-sión. La celebración de los misteria salutis leproporciona un continuo suplemento de esperan-za y de motivación para el desarrollo y el testimo-nio. La liturgia, que hace me-moria de la redención y uni-fica la vida del creyente a lade Cristo con su sacrificioagradable al Padre – la litur-gia verdadera y única no essolo aquella del culto, sinoque comprende también laliturgia de la vida – enrique-ce el discernimiento de laDSI, refuerza y fortalece sumensaje profético, le permi-te no reducirla a una doctrinao ideología.

Un rol formativo impor-tante es desarrollado por la«homilía», segmento de laacción litúrgica. La homilíamuestra como la humanidad, ya involucrada conla Divinidad en fuerza de la creación y de laencarnación, está llamada a unirse, mediante elmisterio celebrado a la vida nueva donada siem-pre más profundamente y de manera que transfor-mándose todo lo humano, se convierta en vida deculto, en espíritu y verdad. La homilía que celebrael pensamiento del Padre, actuado por nosotrosen Jesucristo, en virtud del Espíritu, y exhorta alos fieles para que encarnen en su vida el actuar delas Personas divinas, es también fuente de DSI,porque propone continuidad entre el misteriocristiano celebrado y la existencia cotidiana.

3.2 Catequesis sociales

En su esfuerzo de educación de la fe la cate-quesis no debe omitir sino clarificar «la accióndel hombre en la búsqueda de su liberación inte-gral, en la búsqueda de una sociedad más solida-

ria y fraterna, y las luchas por la justicia y por laconstrucción de la paz». Mientras realiza estatarea, encuentra su unión natural con la DSI. Laindispensabilidad de la DSI en la catequesis esreclamada por el Directorio General para la Cate-quesis, porque ofrece una aportación imprescin-dible en la lectura cristiana de la existencia delhombre en el contexto social en todos los niveles.

La relación entre catequesis y DSI exige sermás apasionada y correcta-mente actuada. Esto va leí-do y entendido también conreferencia al compromiso deanimación cristiana de lasrealidades terrenas, al com-promiso de modelar socie-dades conforme a la digni-dad del hombre. El objetivode la catequesis para educarintegralmente – solicitandoa los creyentes vivir dandotestimonio de Cristo y de suresurrección asumiendo res-ponsabilidades en la socie-dad – se refleja plenamenteen la DSI que viene elabo-rada en orden a guiar a loshombres a responder «a suvocación de constructores

responsables de la sociedad terrena».

3.3 La formación

La acción de servicio a la sociedad, que segúnla Gaudium et spes la Iglesia está llamada acumplir, requiere que desarrollemos una com-prensión y un trabajo constante de formación –en todas las comunidades eclesiales, en los mo-vimientos y en las asociaciones - teniendo unode sus pilares en los distintos itinerarios en losque tiene lugar, un conocimiento más exacto dela DSI.

a) La formación de los candidatos al sacerdocioy de los presbíteros

A nivel de estudios superiores – ofrecidos porlos institutos eclesiásticos y académicos a lospresbíteros, a los candidatos al sacerdocio y tam-bién a los laicos – el enfoque de la DSI debe

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encuadrarse en un proyecto formativo atento apromover los aspectos humanos, espirituales,teológicos y pastorales de los estudiantes.

El programa de estudios debe prever la presen-cia de cursos específicos – preferentemente dis-tribuidos durante todo el tiempo de la formación– obligatorios y capaces de garantizar el conoci-miento de las grandes encíclicas sociales, ade-cuadamente colocadas en su contexto socio-cul-tural. En conexión con los documentos de laIglesia universal, vienen estudiados también lasenseñanzas sociales de los episcopados naciona-les y locales.

Para una auténtica comprensión del mensajesocial de la Iglesia es necesario ofrecer a losestudiantes un sólido fundamento filosófico-teo-lógico sobre los principios de la doctrina y sobresus relaciones interdisciplinares. El currículo deestudios no puede limitarse a la transmisión decontenidos generales, sino que debe preocuparsede desarrollarlos a través de una reflexión madu-rada al contacto con las complejas situaciones delmundo político y económico e iluminada por lafuerza renovadora del mensaje evangélico.

Para una adecuada formación de los estudian-tes que se preparan para vivir el apostolado socialcomo testimonio de Cristo en medio del mundo,es necesario que, a la par de los estudios seanenviados a experiencias de carácter pastoral ysocial que los pongan en contacto directo con losproblemas, las instituciones y las personas másdirectamente involucradas en la vida social, polí-tica y económica.

b) La formación de los laicos

«Para descubrir y vivir la propia vocación ymisión los fieles laicos deben ser formados en launidad de quien vive como miembro de la Iglesiay como ciudadano de la sociedad humana. No sepuede tener dos vidas paralelas: por una parte, lavida «espiritual», con sus valores y con sus exi-gencias; y por otra, la vida «secular», ya sea lavida de familia, de trabajo, de relaciones sociales,del compromiso político y de la cultura. El sar-miento, arraigado en la vid que es Cristo, da frutoen cada sector de la actividad y de la enseñanza».

Para la realización de la unidad de vida – a la cualel Concilio Vaticano II invita a todos los fieleslaicos, denunciando con fuerza la gravedad de lafractura entre fe y vida, entre Evangelio y cultura- es particularmente adecuada formación en DSI.Una formación así, contribuye a edificar persona-lidades sociales, consciencias políticas que ac-túen coherentemente con su propia fe. La DSIcontribuye en formar en los creyentes las dispo-siciones virtuosas que permiten encarnar, en losdiferentes ambientes sociales, las verdades delhombre, con maduras valoraciones morales yconsecuentes decisiones operativas, a fin de quela realidad social participe de la novedad evangé-lica. La DSI forma al creyente a no privatizar laética, para poner en práctica la relevancia públicadel mensaje cristiano.

4. VISIÓN GENERAL DE LOS PRINCI-PIOS FUNDAMENTALES DE LA DOC-

TRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

La Iglesia progresivamente ha agrupado losprincipio fundamentales de la vida social en elesfuerzo de responder coherentemente a las exi-gencias de la dignidad humana y a los continuosdesarrollos de la convivencia.

Gracias a un método que utiliza la razón inte-gral estos son agrupados como expresión de unsujeto creado y redimido, en el cual se da unidadde ser y actuar. Dicho de otra manera, talesprincipios, a la luz de la razón y de la fe, resultanarticulaciones de la verdad global del hombre yde su destino terreno y sobrenatural: elcomplimiento en Dios del Hombre Nuevo, Jesu-cristo. Estos principios encuentran realización ysentido completo gracias a la libertad que recono-ce la propia dependencia de la verdadantropológica y ética que se realiza en varioscontextos.

4.1 El primer principio: la dignidadhumana en su globalidad y univer-salidad

La dignidad de la persona humana, conside-rada en su aspecto ontológico y ético, sobre elplano de la creación y de la redención, es raíz de

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cada uno de los demás principios o contenidosde la DSI. La persona en la integralidad de susdimensiones, incluso la trascendente, es sujetofundamental y fin de toda la vida social y econó-mica. Fundamento: la vida social tiene su origenen las relaciones del hombre. Finalidad: la vidasocial tiene como razón de ser la contribución desu desarrollo integral. Sujeto: en primer lugar,en la vida social cada ser humano debe serconsiderado y tratado siempre como persona ynunca como objeto o instrumento; en segundolugar, la vida social tanto más es humana cuantomás en ella las personas son incentivadas y noobstaculizadas a actuar en conformidad a sunaturaleza de ser espiritual, y por lo tanto enmodo consciente y libre, es decir, en actitud deresponsabilidad, ya que solo así puede desarro-llarse a si mismo.

4.2 El principio de la destinación uni-versal de los bienes

Entre personas y bienes (materiales, espiritua-les, técnicos, culturales, religiosos, colectivos)no se da una relación de indiferencia, de oposi-ción, sino una relación de congruencia, oportuni-dad, necesidad y derecho. En efecto es necesarioque los hombres usen los bienes para vivir comoseres humanos. Cada hombre, como un ser vivodotado de razón, tiene el derecho fundamental autilizar los bienes de primera necesidad y de ladignidad.

4.3 El principio de la sociabilidad, queincluye el principio de la solidari-dad, de la subsidiaridad, del biencomún y de la participación.

El hombre, ser espiritual encarnado, esestructuralmente social. Está destinado a la co-municación, a la realización, al diálogo, a larelación comunitaria. Y este destino es por indi-gencia y simultáneamente por riqueza y abun-dancia en razón de su espíritu y de las capacida-des que esto le otorga.

La sociedad no es originada por individuosaislados, como afirmaba Rousseau; irracionales,en lucha unos contra otros, como decía Hobbes;a través de un simple contrato según la teoría del

mismo Hobbes, de Locke y de Rousseau; sino depersonas libres, intrínsecamente sociales y soli-darias.

La sociedad nace, en definitiva, porque loshombres son capaces de conocer la verdad y elbien; y, reconociéndose carentes de estos, cola-boran unos con otros mediante una acción comúnpara que cada uno pueda conseguirlos.

Es el bien humano, aprendido intelectualmen-te, regulado por la razón práctica y reconocido enlos demás, que fortalece la razón de la benevolen-cia, de la amistad, de la colaboración y de lajusticia.

Los principios reguladores de la sociedad hu-mana en acto son el principio de solidaridad, delbien común, el principio de subsidiaridad, elprincipio del pluralismo social y el principio departicipación.

El principio de solidaridad – según el cual lapersona está unida a los demás sobre la base de lanecesidad de ser integral respecto al bien común,reconociendo objetivos comunes –coordina y re-gula las acciones del individuo al bien común y almismo tiempo, pide a la comunidad ser solidariacon los miembros de la totalidad. La solidaridadse estructura según las diferentes esferas de cola-boración, según la pluralidad de los fines huma-nos y de las circunstancias históricas. Se formauna red de colaboración en la sociedad la cual,teniendo como fin el desarrollo humano, estállamada a ser solidaria y complementaria entresus miembros, según las relaciones de igualdad.El principio de la solidaridad está iluminado yreforzado por la revelación cristiana.

El principio de subsidiariedad, implícito en elanterior, salvaguarda la libertad y la autonomíade los individuos y de las sociedades intermedias,regulando la modalidad según la cual la sociedadmayor está llamada a ayudar e integrar sin susti-tuir a estas sociedades intermedias o pobres pue-dan realizarse en plenitud a través de laautopromoción. El principio de subsidiaridad, enun contexto de bien común, postula y tutela porconsecuencia, el principio del pluralismo social yel principio de la participación.

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4.4 El principio del pluralismo social eideológico

Explica la verdad de la riqueza de la personay de su sociabilidad. La persona – a nivel ya seade razón o de revelación, en el plano de laCreación y de la Redención – no se realizaautomáticamente e integralmente a si mismasino a través de una pluralidad orgánica de lasociedad, que se relaciona entre los demás segúnlos principios de la solidaridad, de lasubsidiariedad, de la distinción y de la unidad. Elprincipio del pluralismo social es antitético almonismo social y exige una solidaridaddiversificada y participativa, de aquí se originala humanización de las personas, la realizacióndel bien común y de la propia democracia.

El pluralismo social es de hecho vivificado porle pluralismo ideológico. Esto es saludable cuan-do se implementa en una búsqueda común de laverdad.

4.5 El principio de la sociedad políticay de la sociedad mundial

Lo social es más amplio que lo político, peropara explicarlo adecuadamente es necesaria lapolítica a nivel nacional y mundial. La sociedadpolítica, en cierto modo, es una derivación deotras sociedades que la preceden. La política noes un mal o un mal menor, como argumenta Marxo Rousseau. Es una exigencia ética – por lo tantoes un bien – interna a las diferentes formas de lasociabilidad que requiere de ser coordinada, sos-tenida e incluida en una sociabilidad más ampliapara que pueda realizar sus fines. En otras pala-bras, para los pontífices la sociedad política no esuna forma de sociabilidad superficial, corrompi-da o deteriorada. Es exigida, expresada y orienta-da por la sociedad civil en vista del propio cum-plimiento. La sociedad política se produce al finaldel movimiento esencialmente ético de la socia-bilidad humana que se expande, como una expre-sión de la misma sociabilidad, aunque a nivelesdiferentes, no para destruir o reemplazar los ante-riores, sino para fortalecerla y consolidarla. En sunivel local, regional, nacional, mundial, para serrealmente funcional a las personas, a los grupos,a las naciones, debe realizarse principalmente

como comunión de intenciones y no reducirsesimplemente a un mero aparato instrumental yburocrático, o una regla de procedimientos.

4.6 El principio de la animación ética,cultural y espiritual

La social, lo político, lo económico y lo civil,como expresiones del hombre, sujeto libre yresponsable, a ser más de acuerdo con su identi-dad intrínseca requieren la primacía de la razón yla reflexión de la razón práctica y la primacía dela ética como heroico compromiso con la verdad,la justicia y el amor, que en conjunto con lalibertad son los pilares de una convivencia orde-nada, productiva y pacífica; la primacía de loespiritual. Esto se puede lograr mejor si cadapersona tiene una cultura adecuada, humanizaday humanizante.

4.7 El principio de la animación cris-tiana

Sin Dios, sin Cristo, sin la fuerza eclesial, no sepuede humanizar positivamente con autenticidady universalidad. Lo divino no destruye sino queperfecciona lo humano. De aquí se deduce, elcompromiso de los católicos por tener una pre-sencia cualificada y cualificante en lo humano,para promoverlo, purificarlo, consolidarlo y ele-varlo en Cristo. Por esto, la «civilización delamor» no es solo resultado religioso, moral ycultural, sino que adecuación económica, social,política y técnica. Al mismo tiempo, sin embargo,para estos últimos, los valores y las institucionessociales, económicas, políticas, no constituyen lacausa primera y suficiente de tal civilización.Para el creyente una nueva civilización nace de laafirmación de Dios y del hombre, de la síntesisorgánica y jerárquica entre los valores trascen-dentes, valores culturales, éticos y, valores yestructuras económicas, sociales, políticas, a rea-lizarse en el contexto histórico. Los Estados estánllamados a reconocer la autoridad moral de lacomunidad religiosa y su valor público.

Consideramos ahora de manera detallada al-gunos de los principios anteriores, que son másrevisados y ponderados por los estudiosos de laDSI.

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5. LA DIGNIDAD HUMANA,PRIMER PRINCIPIO,

EL PRINCIPIO DE LOS PRINCIPIOS

Como ya se ha dicho, para la DSI, la persona essujeto, fundamento y fin de la vida social en todassus expresiones. Su dignidad debe considerarseel primer principio, en el cual son íntimamenteunidos los otros principios ya mencionados y delos cuales depende la acción social.

Se trata de una dignidad que viene concebidasegún la verdad ontológica y ética de la personaentendida globalmente, como unidad de alma ycuerpo, ser creado y redimido. Esta verdad, con-tenida sintéticamenteen la afirmación arri-ba citada, tendrá encuenta, en particular,con referencia a laconstrucción de la so-ciedad, una función enuna triple perspectiva:iluminadora, en pri-mer lugar, porque pre-senta la verdad de larelación entre indivi-duo y sociedad, entreindividuo y economía;verificadora en segun-do lugar, en cuanto exige encontrar expresionesconcretas para la diferentes situaciones, en lasestructuras y en los sistemas sociales y económi-cos; en tercer lugar orientadora, porque pidelíneas de acción, medios, métodos conforme a ladignidad de la persona, homogéneos con la metade realización en Dios, teniendo en cuenta lascondiciones históricas. Dicho de otra manera, laverdad integral sobre la persona y sobre su sersocial constituye el primer núcleo de reflexión, acuya luz se descubren tanto los criterios de juicio– por ejemplo, el primado del trabajo del hombresobre capital, sobre la economía, sobre la política,sobre la cultura –; como las directrices para laacción moral en la construcción de una sociedadjusta y pacífica.

La verdad de su relación se encuentra reflejadaen el reconocimiento del primado de la persona.

Esto reclama, en primer lugar, la atención sobrela prioridad ontológica, operativa y finalista delos individuos, respecto a la vida social, com-prendidos los ámbitos económicos y políticos.Prioridad ontológica: las personas existen cada

una en sí mismas, mientras cada forma desociedad existe en cuanto existen las personasde las cuales son expresión y actuación. Elfundamento de cada sociedad es dado prime-ramente por la personas, libres y responsables,no por la raza, la etnia, la nación, la cultura, lareligión, de la misma comunidad o sistemasocial vigente.

Prioridad operativa: cada ser humano piensa,quiere y actúa por pro-pia iniciativa y bajosu propia responsabi-lidad, mientras la so-ciedad opera a travésde los sujetos que lacomponen.Prioridad finalista:cada ser humano tie-ne un fin inmanenteen sí mismo: el finpropio de un ser cor-póreo y espiritual quetrasciende el tiempoy encuentra su cum-

plimiento en Dios. Las sociedades, en cambio,reciben de las personas su razón de ser, que esla de constituir un ambiente en el cual todosencuentran estímulos y medios para conseguirsu propio fin personal.Afirmando el primado de la persona sobre la

sociedad, se quiere decir que sin las personas queverdaderamente se unen con un propósito común,no se puede formar la misma sociedad. De hecho,ésta depende, por su ser, del ser de las personasque la constituyen y, por su fin, del fin de laspersonas que la plantean.

La sociedad existe porque el hombre es, gra-cias a la naturaleza de su espíritu,constitutivamente y no accidentalmenterelacional, social, llamado a autenticarse plena-mente en la apertura a los otros, en la comunica-

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ción dialógica, en la comunión humana y divina.El hombre – afirma la Gaudium et spes – crece entodos sus dones y puede responden a su vocacióna través de relaciones con los demás, los deberesmutuos, el diálogo con los hermanos. El hombreaislado no puede desarrollar la racionalidad, lacomunicatividad, ni el lenguaje mismo. En sus-tancia, la sociedad es necesaria para la persona,en cuanto la hace más persona. De hecho, lasociedad no concedeel ser a la persona yno la constituyecomo tal, es decircomo sujeto autóno-mo, centro de rela-ciones y decisiones;no la constituye ensus capacidades in-natas de ser funda-mentalmente libre,responsable y social.La sociedad no con-fiere a la persona elser espiritual, el libre arbitrio, la capacidad radi-cal y última de autodeterminarse, de comunicar yde donarse. Permite a estas capacidades constitu-tivas, pertenecientes exclusivamente a la perso-na, incomunicables y en último término incontro-lables por parte de la sociedad, incluso está con-dicionada a la persona, que debe actuar y desarro-llarse en un contexto favorable.

El primado de la persona exige la prioridad dela comunión de propósitos y de valores sobrevarias condiciones y manifestaciones de la vidasocial. Cualquier sociedad humana, consideradaen la complejidad de sus aspectos existenciales –económicos, políticos, institucionales, culturales– es tal solo en presencia de una unión moral debase. Sin la comunión de la inteligencia y de lavoluntad no se dan las condiciones para la vidasocial de las personas. Dicho de otra manera, cadasociedad es una realidad primariamente espiri-tual y ética. Es comunión de propósitos, coopera-ción común de libertad y de responsabilidad. JuanXXIII en la Pacem in terris ha dejado claro ladimensión fundamental del vida social escribien-do: «La convivencia humana, Venerables Her-

manos e hijos predilectos, debe ser consideradasobretodo como un hecho espiritual: como comu-nicación de conciencias en la luz de la verdad;ejercicio de derechos y cumplimiento de deberes;impulso y reclamo al bien moral; y como nobledisfrute común de la belleza en todas sus legíti-mas expresiones; permanente disposición paradifundir entre unos y otros lo mejor de sí mismos;anhelo por una mutua y siempre más rica asimi-

lación de valores es-pirituales: valores enlos cuales encuen-tran su perene vivi-ficación y su orien-tación de fondo lasexpresiones cultura-les, el mundo eco-nómico, las institu-ciones sociales, losmovimientos y losregímenes políticos,los ordenamientosjurídicos y todos los

otros elementos exteriores en los cuales se articu-la y se expresa la convivencia en constante desa-rrollo».

En el pasaje citado, el Papa habla de la convi-vencia considerada en su complejidad, y sin em-bargo, lo que dice a la sociedad humana engeneral, teniendo también en cuenta los aspectoseconómicos y políticos, también se aplica a lapropia sociedad; independientemente de susconcretizaciones particulares.

La unión moral social de las personas crecerácuanto más sus relaciones se muevan en la comu-nión de inteligencias que buscan la verdad y elbien, y se esfuercen en comprender al otro; de lacomunión de las voluntades que, venzan la indi-ferencia, el rechazo, la contraposición, la tenta-ción de instrumentalizar, y se asocien unos y otrospara conseguir una historia de progreso común ypleno; comunión de profundidad afectiva que,superando egoísmos e individualismos, mediantela amistad acepte al otro con amor; comunión dela acción, que no aísla para la explotación delotro, sino que coopera a los fines de una expan-sión humana universal.

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De esta manera, si es verdad que el hombre ensu desarrollo está condicionado y ayudado por lasociedad es también cierto que tal desarrollo es unhecho estrechamente personal. Por otra parte, sila búsqueda de la verdad, el crecimiento moralindividual son influenciados por la tradición, porla cultura del propio país, son en primer momentodeterminadas por sujetos reflexivos,autónomamente receptivos capaces de disentircríticamente respecto a lo dictado y tambiénforjadores de la sociedad y de las instituciones.

El primado de la ética requiere que cada acti-vidad humana y cada ámbito social se unan, seanestructurado y actuados de manera que su finpropio sea perseguido no por la absolutización delas cosas o menospreciando la dignidad de lapersona, sino valorizando y potenciando estaúltima. Esto requiere que cada actividad en lasdimensiones sociales, autónomas en su ámbito yen su racionalidad específica, sean orientadas porla ley moral, que es la ley de cada acción humana.

6. DESTINACIÓN UNIVERSALDE LOS BIENES

En el magisterio pontificio nunca encontrare-mos un tratado de economía ni mucho menos deética financiera.

La actividad económica y la argumentación delos bienes económicos son vistos desde su co-nexión con la persona, con la ética, con la socie-dad, con lo espiritual y lo sobrenatural. Es nece-sario que los hombres usen los bienes. No sepuede vivir biológicamente, y mucho menos es-piritualmente y moralmente, sin usar el mínimode bienes primarios por limitados que sean.

El fundamento más próximo del derecho al usode los bienes, nos conduce al hombre, considera-do en la globalidad de su ser corporal y espiritual.La persona no puede menospreciar los bienesmateriales y menos los bienes espirituales y cul-turales. Cada personas, cada pueblo debe tener, laposibilidad de usar los bienes necesarios para elpropio desarrollo: el derecho al uso común de losbienes es el «primer principio de todo el ordena-miento ético-social» y «principio distintivo de ladoctrinas social cristiana».

Siendo el derecho a la vida un derecho univer-sal de cada persona, el derecho al uso de losbienes, también es universal, inherente e intrínse-co a cada persona. «Cada hombre – escribe PioXII – como ser vivo dotado de razón, tiene pornaturaleza el derecho fundamental de usar losbienes materiales de la tierra, si bien se deja a lavoluntad humana y la forma jurídica de las perso-nas de controlar los detalles de la aplicaciónpráctica. Este derecho no puede ser de ningúnmodo suprimido, incluso ni por otros derechosclaros y pacíficos sobre los bienes materiales (porejemplo el derecho a la propiedad).

En los mismos bienes, subraya Pio XII –y lorepetirán después la Mater et magistra, laGaudium et spes, la Populorum progressio, laCentesimus annus– está inscrita una destinaciónuniversal. Esto quiere decir que los bienes noson solo para unos pocos, individuos o pueblos,sino para todos los individuos y pueblos, porqueasí lo ha querido Dios.

Por lo tanto, el fundamento último del derechoal uso de los bienes se encuentra en Dios «que hacreado la tierra y al hombre, y le ha dado la tierraal hombre para que la domine con su trabajo yaproveche sus frutos (cf. Gn 1, 28-29). Dios hadado la tierra a todo el género humano, para queésta sostenga a todos sus miembros, sin excluir niprivilegiar a ninguno. Esta es la raíz de la desti-nación universal de los bienes de la tierra. Ésta,en razón de su misma fecundidad y capacidad desatisfacer las necesidades del hombre, es el pri-mer regalo de Dios para la sobrevivencia de lavida humana».

Los bienes, creados por Dios para todos loshombres, debes distribuirse equitativamente atodos, según los principios de la justicia y lacaridad. Una consecuencia bastante obvia de cuan-to se ha dicho es que si no todos los ciudadanosparticipan en modo igual de los bienes económi-cos a nivel nacional o mundial, estos sistemasinmorales deben ser condenados y reformadosaunque estén legalmente constituidos.

En síntesis, el principio de la destinación uni-versal de los bienes afirma la plena y pereneseñoría de Dios sobre toda realidad, incluidos los

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bienes terrenos, afirma también la exigencia quelos bienes de la creación son y tienen la finalidadde ser destinados al desarrollo de cada hombre yde la humanidad entera.

Tratándose de un derecho fundamentalísimo,sería bueno detenernos para precisar algunas ca-racterísticas.

6.1 El derecho al uso de los bieneses:

- Natural, inscrito en lanaturaleza espiritualdel hombre, unido a lapersona human con unnexo de necesidad y deesencialidad. No es, enotros términos, un de-recho positivo, contin-gente. La sociedad, elEstado u otros dere-chos no pueden atri-buirlo, abolirlo o ha-cerlo ineficaz.

- Originario, es decir, no se deriva de otro, porejemplo del trabajo; de la nacionalidad; del sermiembro de una comunidad religiosa, de unaclase, de un partido; o de la sociedad que loasigna. La sociedad tiene, en cambio, el deberde reconocerlo, tutelarlo y promoverlo, en cuantose trata de un derecho anterior a la mismasociedad, y que tiene fundamento en la persona,que es anterior a la sociedad y al Estado.

- Individual, personal, Inherente a la persona yestá en íntima conexión con su dignidad de serlibre y responsable y con sus demás derechos.No pertenece al persona por motivosasistenciales o por motivos productivos y útilesa la sociedad. También los niños, los débiles, losinválidos, los ancianos, en cuanto personas hu-manas, tienen el derecho al uso de los bienes pornecesidad y dignidad.

- Prioritario respecto de otros derechos, incluidoel derecho a la propiedad. En la compleja escalade derechos, no se puede hablar, por ejemplo, dederecho a la casa, a la seguridad social, si no sereconoce primero el carácter de radicalidad y de

prioridad del derecho al uso de los bienes, comoconsecuencia del derecho a la vida. Pero no solopor esto. El derecho al uso de los viene esfundamental y, por lo tanto, en cierto sentido,prioritario respecto de los bienes globales de lapersona, sociales y políticos, éticos y religiosos.

- Subordinante del derecho de la propiedad ytodos los otros derechos y por consecuencia decualquier intervención humana sobre los bie-

nes, de cualquier ordena-miento jurídico de los bie-nes, de cualquier sistemay método económico-so-cial.- Del pueblo. También lospueblos tienen el derechoal uso de los bienes. Poresto «es normal que unapoblación sea la primerabeneficiaria de los donesque le ha dado al Provi-dencia como fruto de sutrabajo, ningún pueblo

puede, por esto, pretender reservar a su exclusi-vo uso las riquezas de las que dispone. Cadapueblo debe producir más y mejor, con el fin dedar por un lado a todos sus componentes unnivel de vida realmente humano y contribuir almismo tiempo, por otro lado, al desarrollo soli-dario de la humanidad. De frente a la crecienteindigencia países en vías de desarrollo, se debeconsiderar como normal que un país desarrolla-do destine una parte de su producción a satisfa-cer sus necesidades, también es normal que sepreocupe por capacitar a los educadores, inge-nieros, técnicos, científicos, destinados a apli-car los conocimientos y la competencia en elservicio a su país.

6.2 Ante la propiedad privada

El derecho al uso de los bienes, como ya sedijo, es prioritario respecto al derecho de lapropiedad privada. Pio XII ha sido el pontíficeque definió en modo claro y formal tal jerarquía.El derecho de propiedad no es absoluto sinorelativo, en cuanto que está subordinado al obje-tivo principal de los bienes destinado por el Crea-

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dor para el uso de todos los hombres. La propie-dad privada es un medio hacia un fin y es intrín-secamente limitada a ese fin. Según la terminolo-gía de Tomás de Aquino, la propiedad privada esun derecho natural aplicado o secundario.

La enseñanza social de Pio XII sobre la propie-dad puede ser sintetizada de la siguiente manera:1) Todos los hombres tienen el derecho funda-

mental, originario, de usar los bienes de latierra, de tener una cierta disponibilidad debienes, ya sea en nombre de la propia dignidado en nombre de lafinalidad inma-nente de las cosasy de los bienes. Lapráctica de estederecho viene re-gulada por la vo-luntad humana yde las formas jurí-dicas de los pue-blos.

2) La propiedad pri-vada personal esel medio para rea-lizar el fin primor-dial de los bienes,si destinaciónprioritaria a todos.«Fruto natural deltrabajo», es tam-bién el medio esencial para proteger el «espa-cio vital» de la familia (aspecto familiar de lapropiedad).

3) Por consecuencia, porque la dignidad de lapersona supone el derecho al uso de los bienes,porque existe no solo la destinación universalde los bienes, sino también una estrecha rela-ción entre la propiedad privada y la propiedadde la familia, que debe ser lo más generalposible la propiedad privada no sólo de bienesde consumo, sino también los bienes manufac-turados.Se necesita pasar del principio de los bienes

para todos a aquel de la propiedad privada paratodos, efectiva, jurídica y moralmente.

7. EL PRINCIPIO DE SOLIDARIDAD

Este principio expresa la esencia metafísica yética de la sociedad y está estrechamente unida alprincipio del bien común. Éste último según laDSI, tiene diferentes grados de existencia, a nivelde familia humana, de sociedad política, de socie-dades dignas de este nombre como la familia osociedad doméstica.

7.1 Origen y definiciónde la solidaridad

La raíz de la solidaridad se en-cuentra en la misma sociabilidad dela persona humana. El hombre al-canza la perfección mediante el dis-frute de los bienes, a los cualesaccede sólo a través de una empresacomún de colaboración solidaria.Para esto, se dice que el serontológico y ético del hombre lodestina a la sociedad, y que la socie-dad está destinada a las personaspara permitir su cumplimiento.

Considerando a la sociedad comoun todo, ya acabado y perfecto, sepodría deducir que el sujeto singu-lar encuentra las propia realizaciónsolo en el recibir. Pero como ya seha visto, en las personas que origi-nan la sociedad no solo hay necesi-

dad física-material y moral-espiritual, sino tam-bién generosidad ontológica y ética, es decir,capacidad de perfeccionar a los demás mediantela colaboración y la entrega de si misma.

El individuo, por lo tanto, es parte de un todo,la humanitas que lo complementa, y al mismotiempo es un sujeto que contribuye a su creci-miento. Por estas razones el individuo, persona opueblo que sea, sobre la base de interdependenciafundamental hoy microscópica para el fenómenode la globalización –se está aquí sobre el nivel dela solidaridad-acto; el bien personal depende delos demás, no se puede perfeccionar sin los otros,sin su crecimiento–, tiene un doble compromiso:reconocerse parte indigente de un todo, precisa-mente la humanidad es el colaboradora del creci-

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miento de cada persona y del todo: solidaridad-elección. Solo así, podrá ser considerada como uninstrumento o una ayuda.

La solidaridad-elección, en cuanto solidaridada través de la asunción de la responsabilidadmoral, no es «un sentimiento de vaga compasióno de superficial angustia por los males de tantaspersonas. Al contrario, es la disposición firme yperseverante de compromiso por el bien común,es decir, por el bien de todo, para que todos seanresponsables de todos.

Se tiene presente quea la base de la inevitableinterdependencia queune a unos con los otros,hay al interno unc o n d i c i o n a m i e n t oreciproco a veces positi-vo, pero la mayor de lasveces negativo, porquese convierte en una be-nevolencia interesada,que no se puede identifi-car con la solidaridad-virtud, con el amor al-truista. La solidaridad-acto no es todavía un que-rer el bien del otro por sí mismo. Prevalentementees un querer el bien del otro porque redunda enuna ventaja para sí mismo. Al contrario, sersolidario en términos de virtud, como lo explicala Sollicitudo rei sociales, es querer el bien delotro porque es «su bien». Es ser movido por unabenevolencia desinteresada. Pero no solo eso. Yaque el amor exige reciprocidad, amar sincera-mente al otro es amarlo así como es, considerán-dolo otro yo, para que se convierta a su vez, enalguien capaz de amar y de entregarse de maneradesinteresada con el fin de promover el ser com-pañeros de humanidad. El verdadero amor soli-dario tiende a realizar una promoción mutua, paraconvertirse en la causalidad intersubjetiva, en lamedida en que esto sea posible entre todas lascriaturas.

Como se ha dicho, el principio de la solidari-dad viene constituido por el principio del amor-caridad, reina de las virtudes cristianas. El amor

desinteresado potencia la solidaridad, liberándoladel peligro de convertirse en un cálculo egoísta,introduciéndola plenamente en la dialéctica deuna reciproca promoción que se basa en un amorque viene de lo alto. No es casualidad la enseñan-za social de la Iglesia, que propone una sociedadmás justa y más digna para el hombre, insistesobre la necesidad de que la sociedad sea regidapor el principio del amor cristiano, desde la pers-pectiva sintética y germinal de una civilización

animada por el amor. Noes casualidad, en la mu-chas veces citadaSollicitudo rei sociales,que se afirme que entresolidaridad-virtud y ca-ridad cristiana hay nu-merosos puntos de con-tacto y que la primera,enriquecida por la segun-da, tiene a revestir lasd i m e n s i o n e sespecíficamente cristia-nas de la gratuidad total,del perdón y de la recon-

ciliación: «El prójimo no es solamente un serhumano con sus derechos y su igualdad funda-mental frente a los demás, sino que se convierteen la viva imagen de Dios Padre, rescatada por lasangre de Jesucristo y puesta bajo la acciónpermanente del Espíritu Santo. El ser humanopor lo tanto debe ser amado, aunque sea enemi-go, con el mismo amor con el cual se ama alSeñor y por él es necesario estar dispuesto alsacrificio: -Dar la vida por los hermanos-».

7.2 La solidaridad como principiometafísico de la sociedad

La solidaridad, como principio metafísico so-cial, afirma la naturaleza social de la personahumana y por lo tanto su esencial ordenamiento ala totalidad social, pero contemporáneamenteafirma el orden esencial de la sociedad a susmiembros y personas.

Después en particular, el principio de solidari-dad trata la relación necesaria del individuo par-ticular con el todo social, con el bien común de la

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sociedad política, con la comunidad mundial, ycon la familia humana. Desde este punto de vista,el principio de solidaridad reclama una ciertaprioridad de derechos de la sociedad, de la huma-nidad, del bien común de la sociedad políticanacional y mundial, derechos del individuo comocomponente de la sociedad, pero que – lo subra-yamos con fuerza – nunca debe serinstrumentalizado por el todo social. En estecaso, vendría a menos la finalidad intrínseca dela sociedad como colaboración solidaria, que esla de estar al servicio de las personas. La supe-rioridad de los derechos del bien común sobrelos derechos de la persona individual, comoparte de una sociedad, significa que estos últi-mos deben ser perseguido y armonizados alinterno del bien común. Si no se tiene cuidado delos derechos del bien común, no se puede tampo-co garantizar los derechos de los individuos,sean personas o grupos.

Al mismo tiempo el principio de solidaridad serefiere a las relaciones necesarias del todo social,de la humanidad, del bien común universal, de lasociedad política y de los bienes comunes relati-vos a la persona y a los diferentes grupos. Dichode otra manera, todas las sociedades tienen unidéntico fin último, aquel de contribuir al creci-miento en plenitud de la persona concreta. Estoexige que las diferentes sociedades se relacionanentre ellos en términos de reciprocidad y decomplementariedad; forman entonces una red desolidaridad abierta, sinérgica, sin conflicto.

De hecho, en la esencia de la persona y de lasociedad hay una mutua correlación u orden desolidaridad. Las personas, en la paradoja de laindigencia o de la riqueza de su ser, para poderrealizar los propios fines son unidos al todo so-cial. A su vez, la sociedad está esencialmenteordenada hacia sus miembros, no solo a la perso-na considerada de manera individualista y a subien privado, pero la persona en cuanto ser inser-tado en un determinado contexto social y cultural,parte de un todo.

Esta relación recíproca entre los miembros y lasociedad puede darse por derecho en relaciónontológica. Es un principio ontológico que se

actúa en el ser de las personas intrínsecamenteestructurada en términos de reciprocidad, de mutuaintegración.

Aparece muy diferente el concepto de solida-ridad en las doctrinas sociales contemporáneas,que ponen a la base de la sociedad un sujeto detipo liberal. Este concepto es inspirado por unindividualismo, más radical, más moderno, queignora la dimensión constitutiva de la sociabili-dad y de la solidaridad del hombre.

7.3 La solidaridad es también un prin-cipio moral y un valor universal

Este principio ontológico es, en otro orden,principio moral, por lo tanto, normativo de laactividad social. No solo dice como son, tambiéncomo deben ser las relaciones entre las personasy sociedad y viceversa.

Se sabe que el recurrir a la naturaleza delhombre como una concesión sociológica y empí-rica no puede servir como argumento moral parala fundación de aquello que debe ser la solidari-dad desde el punto de vista ético. A veces serefiere convenir la naturaleza social para refutarel relativismo y el individualismo. Al contrario,el reconocimiento de la naturaleza social consi-derada desde el punto de vista metafísico y éticodestaca que aquello que está bien para el hombredepende de aquello que el hombre es, la verdad desu ser y que existen parámetros que no sonmanipulables.

La solidaridad como valor ético no es el ajustede una mera objetividad natural, que existe y quecada uno constata mediante el conocimiento,pero es un orden que la razón produce en los actosde la voluntad. La solidaridad, dicho con traspalabras todavía es un orden que se sitúa, porejemplo, haciendo que cada uno vea, apetezca ytienda de manera estable, gracias a los hábitosvirtuosos, el propio bien al interno del bien co-mún.

La solidaridad viene realizada como una vir-tud moral entre los componentes individuales ocolectivos de la sociedad, entre éstas y las partes,entre las partes y el todo.

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Por lo tanto, ésta se debe considerar como unbien-valor, que se involucra en las diferentesesferas sociales y al mismo tiempo las trasciende.La solidaridad es, por lo tanto, un bien universal(esto vale para todas las sociedad y para todas lasrelaciones entre ellas) y, simultáneamente, es unbien específico (tiene concretizaciones diferen-tes). Es un valor y medio simbólico generalizado,un valor que circula y debe circular en todos yentre todas las sociedades, y ser reconocido yperseguido por todos. Este debe informar todaslas acciones, encarnado en estructuras para expli-carlo y realizarlo. Desde este punto de vista, seconstituye como principio ordenador, reforma-dor, generador de instituciones. Ayuda a superarlas «estructuras de pecado», transformándolas enestructuras de solidaridad, creando y modifican-do leyes, reglas económicas y ordenamientosmorales.

7.4 La solidaridad es también un prin-cipio jurídico

El principio ontológico que, como ya se havisto, es un principio ético, y también un princi-pio jurídico. Y esto por-que, como principio so-cial, persigue la recta or-ganización y el ordende la vida social. Dehecho, la sociedad porsu esencia es un ente deorden, que es dado yg a r a n t i z a d omáximamente por el de-recho y la ley. La obten-ción del bien común im-pone la promulgación denormas que ordenen lasactividades de todos ha-cia el fin; así, se instaurala coordinación de los derechos de todos en eltiempo y en el espacio. Por consecuencia, elprincipio de solidaridad no trae consigo solo lasnormas morales (principio de la actividad moralde todos los miembros), pero también la normajurídica (principio coordinador de los derechosde todos en la sociedad).

8. EL PRINCIPIO DE SUBSIDIARIDAD

8.1 El fundamento del principio desubsidiaridad

El principio de subsidiaridad se puede consi-derar una explicitación del principio de solidari-dad.

En efecto, el principio de subsidiaridad afirmaque las diferentes sociedades son ministeriales alas personas y a los diferentes grupos sociales,para ofrecer su ayuda. El principio desubsidiaridad dice como debe ser dada esta ayu-da, sin pisar o aniquilar la autonomía, la libreiniciativa, sin sustituir a las personas y a lassociedades, a su libertad de acción, al contrariofavoreciéndole, incrementando su capacidad deauto-organizarse y auto- promoverse.

La justificación del principio de subsidiariedadviene buscada al interno de aquel dinamismo dela sociabilidad y de solidaridad que pertenece acada persona y que la induce a colaborar con losotros para conseguir los bienes humanos. El fun-damento del principio de subsidiariedad es el

mismo del principio de solidaridad. Esla sociabilidad de la personas que, másque ser intrínsecamente relacional, escaracterizada por la individualidad y lapersonalidad, es decir de la autonomía,de una libertad y una responsabilidad deun sujeto que actúa sobre bases de inde-pendencia.

El principio de subsidiariedad se fun-da sobre la autonomía individual de lapersona humana respecto a la gran so-ciedad y sobre la autonomía de las pe-queñas sociedades respecto a la macrosociedad. Existe, porque la persona hu-mana prevalece, desde un punto de vistaontológico y finalista, sobre la sociedad.

El principio de subsidiariedad es, por lo tanto, lalógica consecuencia de la preeminencia de lapersona sobre la sociedad y sirve para regular lascompetencias de las macro sociedades de frentea las micro sociedades y de las personas particu-lares, así como entre las mismas sociedades queestán destinadas a ofrecerse un subsidio recípro-

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co, en cuanto funcionales al servicio de la perso-na, dotada de más fines que vienen conseguidosarmónicamente, de manera diferente y unitaria almismo tiempo.

Mientras que el principio de solidaridad de-fiende los derechos y la preeminencia que co-rresponde a la totalidad social y al bien comúndelante de los miembros singulares, el principiode subsidiariedad defiende el derecho de la au-tonomía de las personas y de las sociedadesmenores, para que realicen autónomamente, através de la auto organización y autogobierno sufin específico.

La justificación del princi-pio de subsidiariedad se fundasobre el hecho de que la perso-na y las sociedades menoresno son totalmente autosu-ficientes, pero son intrínseca-mente necesitadas yrelacionales. El principio desubsidiariedad puede ser prin-cipio de orden social, porquehay una íntima apertura de laspersonas y de las sociedadesmenores entre ellas y hacia lasociedad superior para recibirsu ayuda y para que, en lassociedades en general y en lassociedades superiores existeun cumplimiento constitucio-nal para ofrecer ayuda a lapersona y a las otras sociedades. Dicho de maneradiferente, se puede hablar del principio desubsidiariedad, solo porque la persona y las so-ciedades menores son substancialmente inserta-das en un contexto o red de solidaridad, queincluye a todas y las relaciona entre ellas.

8.2 Definición

Tal principio había sido señalado por la Rerumnovarum, pero ha encontrado su plena formula-ción en la Quadragesimo anno. En esta últimaencíclica se define con los siguientes términos:«no es justo, constituyendo un grave perjuicio yperturbación del recto orden, quitar a las comuni-dades menores e inferiores lo que ellas pueden

hacer y proporcionar y dárselo a una sociedadmayor y más elevada, ya que toda acción de lasociedad, por su propia fuerza y naturaleza, debeprestar ayuda a los miembros del cuerpo social,pero no destruirlos y absorberlos». «El objetonatural de cualquier intervención de la sociedad –continua la Quadragesimo anno – es aquella deayudar a los miembros del cuerpo social, sindestruirlos o absorberlos. Conviene, por tanto,que la suprema autoridad del Estado permitaresolver a las asociaciones inferiores aquellosasuntos y cuidados de menor importancia, en los

cuales, por lo demás perderíamucho tiempo, con lo cual lo-grará realizar más libre, másfirme y más eficazmente todoaquello que es de su exclusivacompetencia, en cuanto quesólo él puede realizar, dirigien-do, vigilando, urgiendo y cas-tigando, según el caso requieray la necesidad exija. Por lotanto, tengan muy presente losgobernantes que, mientras másvigorosamente reine, salvadoeste principio de función «sub-sidiaria», el orden jerárquicoentre las diversas asociacio-nes, tanto más firme será nosólo la autoridad, sino tam-bién la eficiencia social, y tan-to más feliz y próspero el esta-do de la nación».

En definitiva, para la encíclica el principio desubsidiariedad dice cómo debe realizarse la soli-daridad entre las diferentes sociedades en fun-ción del bien común y en último caso, de lapromoción de las personas. Primero, conservan-do y potenciando el carácter pluralista de laestructura social – el bien común se realiza mejormediante la pluralidad de la sociedad, ya que lorequiere la multiplicidad de fines de la persona –la cual ordenada, articulada en tantos centros,teniendo todos el derecho a la existencia, a lapropia dignidad y legitimidad, por el hecho mis-mo de ser constituidos por las personas en vistadel logro de finalidad fundamental de la existen-

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cia humana. La red de sociedades no se debeentender como un todo en la cual las partes serelacionan a la manera de los miembros de unorganismo físico, sino como un conjunto de suje-tos sociales relativos, cooperando sobre bases deautonomía, de parcial igualdad y reciprocidad,con naturaleza y competencias diferentes. Ensegundo lugar y consecuentemente, evitando en-tre sociedades mayores y sociedades menores,entre sociedades del mismo rango, entre personasy sociedades; superposiciones horribles ointrusivas, con expropiaciones por un lado y consobrecarga de tareas por el otro, con efectos deirresponsabilidad, instrumentalización y coloni-zación.

El orden jerárquico de la Quadragesimo annose refiere no a una estructura arcaica, estratificada,sino a una red de sociedades unidas e intrínseca-mente abiertas unas a otras:1.) Que no desconoce que estas son respectiva-

mente, del punto de vista del ser o de lafinalidad, de diferente grado y dotadas defunciones diferentes, para la cual se dan mu-chos tipos de sociedad (necesarias, sumamen-te convenientes, facultativas), cada una concompetencias específicas.

2.) Que llama a todas a integrarse y a ayudarse,cada una con la propia originalidad, para ser endefinitiva ministeriales al crecimiento de laspersonas, mediante el rendimiento de las pro-pias tareas y el servicio al bien común, ymediante la auto organización, cooperación,autolimitación, la re-lativa subordinación, alas otras sociedades yla sociedad política;

3.) Que quiere que la so-ciedad política y todaslas sociedades supe-riores esencialmente yestructuralmente esténorientadas alpotenciamiento de lapersona individual y dela formación de lassociedades menores:

civitas propter cives, non cives proptercivitatem.El principio de subsidiariedad se debe inter-

pretar en sentido personalista. Este principio estállamado a regular la interacción de las sociedadesentre si, su complejidad, materializando y conju-gando la verdad de que la persona desde el puntode vista ontológico y ético es un sujeto, funda-mento y fin de la vida social. No se pueden por lotanto aceptar interpretaciones individualistas, co-lectivistas, sociositémicas.

El principio de subsidiariedad encuentra suaplicación en las relaciones de naturaleza jurídi-co-política y en aquellas de naturaleza económi-co-social. Por esto la persona en cuanto estainsertada en un cuerpo social y como parte de estecuerpo no pierde, sino que conserva su persona-lidad no solo moral sino también jurídica y eco-nómica, así que el ordenamiento jurídico de unEstado esta llamado a reconocer, «no a conce-der», la existencia y los derechos originarios delas personas físicas y de los grupos que la forman.El hombre, ya sea individualmente, ya sea en lasociedad donde se desarrolla si personalidad debeser el punto de partida y el centro de convergenciade todo el ordenamiento jurídico.

En síntesis según el principio de subsidiariedad:- quiere favorecer la iniciativa y la responsabili-

dad de los individuos y de los grupos sociales;- rechaza que la comunidad superior pueda impe-

dir a las comunidades inferiores perseguir susfines legítimos;

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- impone a la comunidad superior el deber deayudar positivamente a los individuos y lassociedades intermedias;

- afirma el deber de suplir a las sociedades infe-riores en aquello que por motivos de imposibi-lidad contingente no pueden lograr;

- impone también el deber de integrar a las perso-nas y las sociedades menores en aquello queéstas que por imposibilidad intrínseca estándesproporcionadas

8.3 Dimensiones metafísicas y éticasdel principio de subsidiariedad.

Por todo lo dicho hasta aquí se deduceque el principio se subsidiariedad esun principio metafísico-social, queindica la compleja estructuray articulación de la sociedaden la cual a su centro tiene ala persona, ser autónomo yrelacional.

El principio desubsidiariedad es también unprincipio ético-social, a sa-ber es un principio deontológico o norma de la ac-tividad social, por lo cual lasociabilidad o el conjunto delas esferas de la solidaridad de-ben ordenarse en términos de solida-ridad subsidiaria, sobre la base de igual-dad parcial y de reciprocidad. Análogamente conla solidaridad se puede hablar se la subsidiariedadcomo virtud, decir como una firme actitud yperseverante que ofrece a las personas y a lassociedades una ayuda o integración, dicho de otramanera, una asistencia para crear las condicionesque les permiten incrementar su autonomía, sulibertad, responsabilidad, su capacidad iniciati-va, de auto organización y autopromoción.

Si el principio de subsidiariedad limita la auto-ridad de las sociedades mayores o del Estado, nosignifica que las debilite, sino que las revigorizaen su orden propio. De tal modo, que el Estado noviene sobrecargado de trabajo, de compromisosque no son de su injerencia y pueden atender mas

fácilmente y expeditamente el cumplimiento deaquello que por si le compete, integrando mejorsus aportaciones a todas las esferas sociales, a losfines de la promoción de la persona y de losgrupos.

8.4 Dimensión jurídica

El principio de subsidiariedad también es unprincipio jurídico. A través de este principio sonexpresados derechos y deberes que postulan quea cada uno, individuos o sociedades menores, sele debe dar lo que le corresponde, de modo que serespete la autonomía y la iniciativa, se recuerdaque sobre todo que es un principio jurídico natu-

ral, que es universalmente valido queexige posteriores determinaciones

y aplicaciones por parte del or-denamiento jurídico positi-vo. En cuanto principio quequiere retribuir a cada unolo que le pertenece, impli-ca la justicia distributiva eindica el deber de la socie-dad hacia los miembros quela componen.

8.5 Historicidady flexibilidad de la

subsidiariedad

En cuanto tal, el principio desubsidiariedad es universal, abstrac-

to y fundado sobre la esencia del entesocial. Evidencia por lo tanto en forma genéricaque el fin de la sociedad es dar ayuda sin determi-nar que cosa material o concreta se deba propor-cionar. El principio expresa, una exigencia, unafunción, y empuja a su cumplimiento históricosegún la contingencia y el bien común de lasrespectivas sociedades. Por lo tanto, la actividadsocial particular exigida por el principio desubsidiariedad y relativa al momento históricoespecifico y a una situación concreta, será dife-rente según el contexto. Las políticas exigidasserán determinadas sobre la base del principio,considerado en su formalidad universal, tambiénsobre la base de un conocimiento real de lassituaciones y las necesidades.

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Diversas circunstancias pueden aconsejarque un organismos mas fuerte pueda ejerceruna función de sustitución. Por ejemplo en loscasos de grave desequilibrio e injusticia social,en el cual puede ser necesario una intervenciónsuperior para crear condiciones de mayor igual-dad, de justicia, y de paz. A la luz del principiode subsidiariedad, todavía este tipo de inter-vención no debe prolongarse y extenderse másallá de lo necesario, desde el momento queencuentra justificación en la excepcionalidadde las situaciones.

8.6 El principio de subsidiariedad encontexto

En el contexto de la crisisdel Estado de bienestar, elprincipio de subsidiariedadlo empuja a estructurarsecomo una Sociedad de Bien-estar, es decir, en un Bienes-tar mayormente expresado,programado y provistosinérgicamente por la socie-dad civil, obviamente, conlas instituciones públicas ycon el Estado del cual esperasiempre un compromiso deregulación, de garantía y deintegración. La solución a lacrisis del Estado de Bienestar se encuentra, comoya se dijo, pasando del Estado asistencialista,ineficiente, discriminatorio, a un Estado que con-tinua siendo solidario en las relaciones entre losciudadanos y que pone en práctica de modoriguroso el principio de subsidiariedad y, por lotanto, revalora la obra de los sujetos sociales máscercanos a las personas. A la luz de este principio,que viene leído e interpretado siempre al internode un sistema relacional universal de solidaridad– la ayuda y la solidaridad que el Estado estállamado a ofrecer a las otras sociedades es unaayuda y una solidaridad que sobre otro plano,cada sociedad debe ofrecer a las demás –, debenser revisadas las relaciones entre el Estado, lasociedad y el mercado. Se debe pensar que ni elEstado, ni el mercado, ni la sociedad sola, puedan

considerarse separadamente, pueden responderen modo satisfactorio a las necesidades del hom-bre y de la sociedad humana. Es por la sinergia,la solidaridad y la subsidiariedad recíproca quepueden dar respuestas más pertinentes a las dife-rentes necesidades, ya sea materiales que cualita-tivas, sean individuales que colectivas.

El reto actual es el de restaurar las relacionesentre el Estado, la sociedad y el mercado pararesponder mejor a las necesidades de las personasy a la formación social. Tal restauración de lasrelaciones es pensada según una correcta inter-pretación del principio de subsidiariedad, quetiene como función principal la de ayudar a la

persona o, más precisamen-te, de formar a la persona através de la iniciativa en laelección de los compromisos,la inventiva y el esfuerzo per-sonal realizables en los pro-yectos particulares.

En el caso del actual siste-ma de protección social, unprincipio similar no sería apli-cado adecuadamente si, porejemplo, confluyese una co-optación auxiliar de los gru-pos, de las familias, de lasorganizaciones Non Profit, ypor lo tanto meramente eje-

cutivas respecto a la acción de las institucionespúblicas y de los entes locales o regionales. Enotros términos, si se procediera a restaurar en estesentido el sistema de protección, se realizaría unaforma de subsidiariedad invertida. Al centro es-tán el Estado con sus instituciones, de las cualesse esperaría el primado sobre la sociedad, quesería funcional a la administración y a su progra-mación y organización de los servicios sociales.En realidad debería ser al contrario. Al centrodeben encontrarse las personas y las redes desolidaridad de base, mientras el Estado y susinstituciones deben remodelar la forma de ayuday según su crecimiento en la autonomía y en lacapacidad de auto organizarse y de autopromocionarse.

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9. EL BIEN COMÚN: SIGNIFICADOY PRINCIPALES IMPLICACIONES

En la actualidad la noción de bien comúnaparece siempre más ausente en el vocabulario dela gente común. No son pocos aquellos – tambiéncatólicos – que la con-sideran un fracaso cul-tural, término de épo-cas superadas. Para eldecaimiento de la fi-losofía política clási-ca ha influido segura-mente ladeconstrucción de lamisma filosofía a cau-sa de la adopción mo-derna del método delas ciencias empíricaspara las cuales el úni-co camino es el sabercomprobable.

La noción de bien común puede ser aceptada sies operativa una razón especulativa y prácticaque puede atender, ya sea imperfectamente, laverdad objetiva del bien humano.

9.1 ¿La sociedad tiene un fin propio?

En cuanto ente natural, procedente de la natu-raleza del hombre, es una cosa real, diferente delos componentes singulares. Su fin es dado por eldinamismo ético típico de un todo social, orienta-do a realizar un fin diferente a la suma de fines delos sujetos particulares. En otras palabras, a lareal novedad de su ser corresponde una finalidadtambién nueva. Si el ser de la sociedad es algonuevo respecto a ser de las personas singulares,así su don es algo nuevo respecto al fin de laspersonas singulares. Toca a la libertad y a lavoluntad que originan que la sociedad viva talfinalidad, según los límites inscritos en las razo-nes por las cuales surge la sociedad.

9.2 El bien de la sociedad consiste enun «bonum commune»

El fin de la sociedad está implícito en su serontológico y ético. La sociedad se funda en la

naturaleza humana, perfectible y capaz de per-feccionarse. Dicho de otra manera, el hombre consu naturaleza está llamado a formar la sociedadde modo que pueda conseguir aquellos bienes queson necesarios para su realización y que no puedeobtener con sus solas fuerzas. El fin de la socie-dad son la bondad, es la perfección que se puede

obtener solo con unamutua y ordenada co-laboración, que presu-pone la capacidad y labúsqueda constantedel bien de los demáscomo si fuera el pro-pio.

La bondad común,por lo tanto, es de to-dos, es trascendente ytrasciende el ámbitoindividual. Ofreceayuda, gracias a la cuallos miembros de la so-

ciedad pueden cumplir adecuadamente y respon-sablemente los propios compromisos derivadosde su fines personales.

9.3 Definición del bien común

La actividad de los miembros de una sociedad,reproducida en las diferentes instituciones socia-les y otros medios, crea condiciones sociales, o unorden social, o un ambiente social, que permite atodos los miembros obtenerla propia perfecciónpersonal, mediante la realización de los valoresbuscados. Esto es aquello que en un sentidoestricto se llama bien común. Se suele definirlo,como el conjunto de condiciones sociales quepermiten a cada persona, y a cada miembro deuna comunidad, alcanzar autónomamente objeti-vos o realizar racionalmente el valor o valores, envista de los cuales se tiene motivo de colaborarunos con otros en una comunidad para realizarsecon plenitud.

Entre el bien común y el bien privado y perso-nal existe una íntima relación, pero también unaintrínseca diversidad.

El bien común es el fin de la sociedad, que miraa la persona en cuanto y porque es uno de sus

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miembros y parte. En cambio, el bien privado oindividual es el fin del individuo en cuanto tal. Enotras palabras: el bien común es aquella condi-ción social que hace posible una vida plena-mente humana. Al contrario, el bien privado esesta vida plena que los miembros de la socie-dad viven con plena responsabilidad.

Así, la diferencia entre bien común y bienprivado es la misma que se da entre sociedad eindividuo. Por esto, el bien común es unarealidad supraindividual, como la misma so-ciedad; mientras que el bien privado es unarealidad suprasocial, como la misma persona.

10. EL PRINCIPIO DEL PLURALISMOSOCIAL Y DE LA PARTICIPACIÓN

El hombre es un ser social y relacional queorigina no una sino muchas sociedades, porque esen sí mismo polivalente y multidimensional anivel de fines. La pluralidad de las sociedades esla respuesta connatural a las múltiples necesida-des del hombre. Surge y se clasifica en causa dediversos factores históricos, con el fin de integrar,perfeccionar y completar a la persona según suscircunstancias.

Desde este punto de vista se puede entender elnexo que existe entre el principio del pluralismoy el principio de la participación. Este último,contrariamente a un modo impreciso de pensar,no tiene la máxima y única expresión en la posi-bilidad efectiva de votar. La participación, dehecho, se articula sobre muchos y diversos pla-nos: elaboración de fundamentos jurídicos de lacomunidad política, administración pública, de-terminación del campo de acción y de los límitesde los diferentes organismos, y elección de losgobernantes.

Una de las formas más importantes de la par-ticipación se efectúa mediante toda una serie deactividades sociales, económicas, culturales, re-ligiosas con las cuales se contribuye a la realiza-ción del bien común.

Del hombre emana una pluralidad de socieda-des, que deben relacionarse entre ellas en térmi-nos de complementariedad y de integración,

interrelacionándose orgánicamente. Las diver-sas finalidades de la persona por sí no están encontraste o en contraposición entre ellas, sino que

están unidas armónicamente en su estructura to-tal y bien compaginadas, así los diferentes tiposde sociedad deben relacionarse e integrarse sobrela base de una fundamental reciprocidad y de unauniversal continuidad de sentido.

11. CONCLUSIÓN: CARACTERESGENERALES DE LOS PRINCIPIOS

Los principios hasta aquí ilustrados revistenun carácter general y fundamental. Revisan larealidad social en su conjunto – de relacionescaracterizadas por la proximidad e inmediatez –las cuales se realizan en la política, en la econo-mía, a nivel nacional e internacional.

Permanentes en el tiempo y universales, re-presentan la primera y fundamental redinterpretativa de los fenómenos sociales, por loscuales se pueden considerar criterios de discerni-miento y de guía en cada ámbito del actuar social.El estudio teórico y la misma aplicación de sólouno de los principios sociales hacen surgir clara-mente la reciprocidad, la complementariedad, laimplicación mutua. Esto hace imposible su com-prensión e interpretación fuera del conjunto queforman. Esto significa que estos guían la acciónsocial sobre la base de su unidad, conexión yarticulación intrínseca. Sólo de esta manera pue-den dar lugar a una nueva historia.

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Introducción

El Santo Padre Benedicto XVI, el 2 de diciem-bre de 2012, promulgó el Motu proprio «IntimaEcclesiae natura», con fecha del 11 de noviembrede 2012, sobre el servicio de la caridad, que searticula en dos partes:una introducciónteológica o proemiodoctrinal, y una partenormativa con disposi-ciones contenidas en 15artículos. Está en elmarco del Año de la Fe,como recordaba el 8 deoctubre, que la NuevaEvangelización seasienta sobre dos co-lumnas: la confesión dela fe y la caridad.

La entrega de una nueva normativa es sólo elacto con el cual se asegura un marco jurídico.Pero este marco deberá irse llenando diariamentede la comunión vivida, de la actividad a favor delos más solos y abandonados, del testimonioevangélico. Cualquier sistematización jurídicano es un fin en sí misma, sino que tiende a hacerque sea más ágil, eficaz y creíble el trabajo quedisciplina. Esto es lo más importante, y en estodeben colaborar los distintos sujetos interesados,a fin de que el testimonio caritativo y la misiónevangelizadora de la Iglesia sean cada vez másuna llamada a ese Dios de la Caridad en el cualtodo tiene su origen y toma forma, y hacia el cualtodo se encamina.

La caridad hacia los necesitados es una de lastareas estructurales de la Iglesia. Desde tiemposapostólicos se estableció el Orden del Diaconadocomo canal institucional para el específico minis-terio eclesial de la asistencia a los pobres e

indigentes. Emprendieron una serie de iniciativasy campañas de apoyo en ayuda de las Iglesias ensituación de necesidad.

Benedicto XVI, desde su encíclica «Deuscaritas est» recuerda los esfuerzos que ha reali-

zado la Iglesia al ser-vicio de la caridad a lolargo de los tiempos,también en el campoorganizativo. Y men-ciona el vacío de estecompromiso de losObispos en sus comu-nidades en el Códigode derecho canónico(n 32). Estaba implí-cito en CIC 394, quehabla de favorecer,cuidar y coordinar en

la propia diócesis «todas las obras de apostola-do», insuficiente para traducir en formalidadesjurídicas una de las tres tareas que expresan lanaturaleza de la Iglesia.

Si el servicio de la caridad es una expresión dela naturaleza de la Iglesia, sus actividades debenconfigurar en la sociedad eclesial unas posturasde responsabilidad derivadas de la estructurasacramental de la Iglesia. Por eso el PontificioConsejo «Cor unum» solicitó en 2008 al Pontifi-cio Consejo para los textos legislativos profundi-zar en esa cuestión canónica relevada por el Papa.Se constituyó un Grupo de Estudio, con expertoscanonistas y oficiales de varios dicasterios. Lacomisión exploró casi un año el tema, buscandoidentificar las posturas subjetivas que se dan eneste tipo de actividades y los intereses que elordenamiento de la Iglesia debe proteger, toman-do en cuenta la experiencia madurada de losúltimos decenios.

La Expresión Canónica delServicio de la Caridad

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Un primer esquema de documento, resultadode estos trabajos, se envió a diversos organismosconsultivos y a las Conferencias episcopales másactivas en este sector. Con sus observaciones sepreparó un segundo esquema, examinado nueva-mente por las instancias consultivas, en el cual serefleja sustancialmente el pensamiento del Papa.Y así el Santo Padre Benedicto XVI hizo suyo eldocumento y lo promulgó como Motu proprio«Intima Ecclesiae natura» con fecha del 11 denoviembre de 2012.

Presentación del documento

El Proemio da razón de los fundamentosdoctrinales y de los propósitos disciplinares per-seguidos por la norma: «Ex-presar adecuadamente, en elordenamiento canónico, elcarácter esencial del serviciode la Caridad en la Iglesia ysu relación constitutiva conel ministerio episcopal, tra-zando los perfiles jurídicosque conlleva este servicio enla Iglesia, especialmente sise presta de manera organi-zada y con el sostén explícitode los Pastores».

La norma pretende forjarun «cuadro normativo orgánico» y diversificadopara ordenar de modo esencial «las diversas for-mas eclesiales organizadas del servicio de lacaridad» en el cuadro de la disciplina vigente.Una parte de sus normas es una reformulación dela disciplina asociativa y de las fundaciones autó-nomas. Otras determinaciones provienen de laexperiencia jurídica y pastoral madurada a lolargo de los años, y presentada con ciertaorganicidad para relacionarla con las formaseclesiales organizadas del servicio de caridad.

El artículo 1 señala las «formas organizadasdel servicio de la caridad» que deben observarestas disposiciones: las entidades asociativas yfundaciones autónomas «relacionadas de cual-quier manera al servicio de la caridad de losPastores de la Iglesia» o que pretendan pedirayuda a los fieles para la realización de sus

propios fines. El enunciado normativo deberádeterminarse más doctrinalmente, por exigenciasde justicia, pues incluye las fundaciones y entida-des promovidas por los Institutos de vida consa-grada y las Sociedades de vida apostólica.

Por lo menos se distinguen tres grupos, con lapremisa que a cada uno corresponde reconocer laautonomía de gestión adecuada a su naturaleza,para evitar sustituir indebidamente la responsabi-lidad que los fieles cristianos deben asumir conplena libertad en estas iniciativas.

El primer tipo se refiere a Cáritas. Debeseguir los trazos institucionales que en todo elmundo han asumido los diversos organismos de

Cáritas como activi-dad promovida demodo corporativo porla jerarquía de la Igle-sia a nivel diocesano,nacional o de parro-quia, e incluso en elplano internacional através de Cáritas In-ternacional y sus di-versas ramificacionesen los continentes. Suactividad posee par-ticulares connotacio-

nes y está regulada adecuadamente en sus diver-sos niveles por la respectiva autoridad eclesiás-tica. Por eso el Motu proprio no contiene refe-rencias a Cáritas, salvo cuando pide favorecer lacoexistencia de sus actividades con otras quepromueva la iniciativa de los fieles (art 9).

El segundo tipo lo constituyen las variadísimasiniciativas de los fieles que buscan deliberada-mente configurarse como expresiones concretasde compromiso eclesial. Se ligan al ministerioeclesial confiado a los pastores por libre elecciónde los fieles, aunque tal vez no expresen formal-mente tal relación para actuar legítimamente enel cuadro de la legislación civil. Se añaden lostrabajos de Institutos de vida consagrada y Socie-dades de vida apostólica (art 1), relacionados conel ministerio de los Pastores por la necesariaexigencia de la condición eclesial del Instituto o

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Sociedad. En todo caso, el ligamen eclesial conlos Pastores debe armonizarse con una autono-mía proporcionada a las características de lainiciativa.

Una tercera categoría se refiere a las restantesiniciativas de caridad promovida en varios luga-res por la respectiva autoridad jerárquica, paracanalizar la caridad de los fieles y alcanzar loaobjetivos de asistencia que no alcanzan a cubrirotras iniciativas. Este tipo de obras, diversas de laCáritas local, poseen generalmente un cuadrojurídico adecuado paraasegurar la eclesialidadde la iniciativa.

Las experiencias deestas categorías son muyricas y heterogéneas, re-sultando problemáticoclasificarlas de modo de-finitivo. Desde el puntode vista legislativo, estesector pertenece a la es-pontánea libertad dequien quiere practicar lacaridad a título gratuito,moviéndose en ámbitosjurídicos de libertad(conditio libertatis). Poreso se limitan las inter-venciones normativas yse resalta que es legíti-mo actuar autónomamente en el cuadro de lalegislación civil. Pero desde el momento en quetales iniciativas son promovidas o explícitamentesostenidas por la autoridad jerárquica, o aparez-can legitimadas en el ordenamiento canónicocomo expresiones de las entidades propias, susdeberes y responsabilidades deben delinearse bienen el ordenamiento canónico.

Ante todo está la responsabilidad de quien hasido puesto como cabeza de la comunidad cris-tiana. La responsabilidad del Obispo en el ámbi-to del servicio de la caridad providende de lanaturaleza y de las tareas de la Iglesia: configuraun «ministerio» del Pastor diocesano como exi-gencia de la propia estructura de la Iglesia, y

ahora el Legislador determina en algunas mani-festaciones concretas de deberes y derechos.Corresponde al Obispo en su Iglesia local asegu-rar el adecuado desarrollo de esta función eclesialy garantizar que las varias iniciativas puestasbajo su vigilancia logren el objetivo que se les haconfiado.

Por eso la mayoría de normas se refieren alObispo diocesano, buscando delinear las respon-sabilidades e instrumentos para cumplirla. Casitodas se refieren a todos los Obispos diocesanos;

algunas, al Obispodiocesano, o a la auto-ridad eclesiástica de lacual depende una or-ganización de acuerdoal ámbito para el cualse instituyeron: el Obis-po para el ámbitodiocesano, la Confe-rencia episcopal parael ámbito nacional, y laSanta Sede para el ám-bito internacional (cfCIC 312).

Por ejemplo, el artí-culo 4 recuerda el Obis-po el deber de ser «pro-motor» en su diócesisde estas actividades, yel correlativo «deber de

vigilancia» que le corresponde. Y el artículo 6, enrelación a CIC 394,1, señala su papel de coordi-nación en este sector, respetando siempre la iden-tidad de cada iniciativa. El artículo 5 pide elempeño del Pastor para promover espacios delibertad en la sociedad civil que permitan laactuación de estas iniciativas y a la vez se observela legislación estatal. El artículo 10 reafirma eldeber de vigilancia del Obispo sobre los bieneseclesiásticos de estas organizaciones, y el artícu-lo 11, el de adoptar medidas disciplinares parahacer cumplir la disciplina en esta materia. Losartículos 12 y 14 se ocupan de promover iniciati-vas conjuntas con organismos de otras diócesis eincluso la cooperación de carácter ecuménico.

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Se detiene en algunos aspectos particulares deldeber de vigilancia del Obispo, por las exigenciasde justicia que protegen, por ejemplo: asegurar laadecuada destinación de las limosnas de los fieles(art 4,3; 10,2); que los fieles no sean inducidos aerror o malos entendidos en cuestiones publicita-rias de ambiente eclesiástico (9,3); evitar queestos organismos recibanfinanciamientos que puedancondicionar la plena identi-dad cristiana de sus activida-des (10,2); e incluso moderarel ejercicio de los derechosde los fieles cuando una pro-liferación de iniciativas pon-ga en peligro su operatividady eficacia por la dispersiónde fuerzas (2,4).

Respecto al Obispo dellugar en el cual se realizanobras de caridad promovidaspor otras autoridades, le re-cuerda su derecho de aceptarlas iniciativas, vigilar por quese respete la disciplina y la doctrina de la Iglesia,e incluso, si el caso lo requiere, el deber deprohibir o adoptar sanciones canónicas (13).

Para hacer posible el control, pide que la auto-ridad competente de la cual dependa apruebe lospropios Estatutos (1,1; 3,1), en los cuales descri-ban su propia finalidad y las características de suidentidad (2). Estas entidades deben rendir cuen-tas de sus actividades cada año a la autoridad dela cual dependen (10,5).

En las iniciativas promovidas espontáneamentepor los fieles, la solicitud formal de aprobación delos Estatutos (CIC 312) representa la libre acep-tación del régimen jurídico específico estableci-do en el ordenamiento canónico para este tipo deactividades. En la disciplina latina, eso no prejuz-ga la naturaleza pública o privada de la entidadque solicita (CIC 322,2), ni su personalidad jurí-dica; es sólo una exigencia para proteger losintereses que están en juego.

Hay otros parámetros sugeridos por la pruden-cia y la doctrina católica. Por ejemplo, el artículo

7 pone criterios de selección de los agentes deestas organizaciones y la necesidad de que esténen grado de realizar sus actividades con espíritude fe, por lo que deben cuidar su formación. Yseñala algunos parámetros concretos para eva-luar los «gastos de gestión» en estas actividades,dando así un claro signo del espíritu que las anima

(10,4).La norma, pues, inten-

ta asegurar la identidad yla coherencia cristiana dela actividad total de estasiniciativas, invistiendo alobispo con la función devigilancia. Dos artículosbuscan preservarlas decondicionamientos, pi-diendo rechacen financia-mientos que imponganactuaciones no compati-bles con la doctrina de laIglesia (1,3) e impidaninstrumentalizaciones ointerpretación de compli-

cidad con instituciones contrarias (10,3).El artículo 15 confía al Pontificio Consejo

«Cor unum» la tarea de asegurar el cumplimientode la norma y cuidar que las instituciones católi-cas de caridad que actúan en el ámbito internacio-nal trabajen en comunión con la Iglesia local,dándole así funciones de gobierno (CIC 129):«erección canónica de organismos de servicio decaridad a nivel internacional» (15) y el controldisciplinar de estas organizaciones, respetandolas competencias de otros dicasterios de la Curia.

Dimensión teológica de la caridad

Dios es amor; su nombre es caridad, pues es elmodo como se presenta, el criterio con el cual sedefine, y el medio por el cual podemos entrar encomunión vital con Él. Dios es caridad porque,aunque único, no es soledad sino comunión trini-taria de Tres Personas divinas que se aman y sedonan recíprocamente. Quien recibe este amor,manifestado visiblemente en Cristo, forma laIglesia, que se convierte en la tierra en un espejode la comunión celestial de amor. Del mismo

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modo que no podemos comprender la Iglesia sinla Trinidad, tampoco podemos comprender a laIglesia sin la caridad. Como dice san Agustín: «Sihas visto la caridad, has visto a la Trinidad». Todaacción de la Iglesia ha de surgir de la Trinidad. Elamor trinitario debe revelarse ennuestras acciones caritativas. LaIglesia tiene la misión de reve-lar, a través de la caridad, elamor que tiene Dios hacia cadaser humano, para que cada unopueda experimentar personal-mente que Dios le ama.

La acción caritativa de la Igle-sia forma parte de su amplia mi-sión. Desde su inicio, los prime-ros apóstoles y cuantos anuncia-ban la Buena Noticia compren-dieron que la misión de la Igle-sia, en el seguimiento de Cristo,consistía en vivir inspirándoseen la bondad y el amor de DiosPadre. Luego, progresivamente fueron desarro-llando y comprendiendo que la diaconía era otradimensión del anuncio de la salvación, de modoque no se puede disociar la confesión de la fe dela caridad.

La Iglesia de Jerusalén comprendió que losactos de compasión de Cristo eran manifestacióndel anuncio de la salvación, cuando multiplicabalos panes (Mt 14,17-21; 15,32-39; Jn 6,1-65),curaba los enfermos o resucitaba los muertos (Lc7,11-17; Jn 11,1-43), de modo que era imposibleseparar su doctrina de su presencia amorosa juntoa quienes pasan por situaciones de necesidad.

La misión de la Iglesia se compone de un tripleministerio: anuncio y testimonio (kerygma-martyria), celebración (leitourgia) y servicio(diakonia). Son tres funciones que se presuponenuno a otro y no pueden separarse entre sí (DCe25). La Iglesia se realiza a sí misma ejerciéndo-los, haciendo así posible la comunión entre loshombres y el Dios Trino. La caridad no es conse-cuencia, sino elemento constitutivo de la accióneclesial. Desde el punto de vista cristiano, la feobra a través de la caridad, y la liturgia mismavive de la caridad fraterna y de la fe que contem-

pla y adora el rostro de Dios, mientras la adora-ción a Dios se transforma después en servicio alprójimo. Para una comunidad cristiana, la aten-ción a los necesitados, a los marginados, a los quesufren, no es algo accesorio a la acción eclesial, ni

se pude dejar que otros la realicen,pues se trata de un elemento sus-tancia y esencial a la Iglesia.

Desde sus inicios, la Iglesia fuedando expresión institucional a sumisión de caridad. En efecto, elprimer ministerio diaconal nacióen la Iglesia de Jerusalén para elservicio de las mesas. No se trata-ba de ofrecer un servicio técnicode mera distribución de bienes,pues debían ser «hombres llenosde Espíritu Santo y de sabiduría»(Hch 6,1-6). «Eso significa que elservicio social que debían efec-tuar era absolutamente concreto,y al mismo tiempo era sin duda un

servicio espiritual, un verdadero oficio espiritualque realizaba una tarea esencial de la Iglesia: eldel amor bien ordenado del prójimo… Así elministerio del amor al prójimo ejercitadocomunitariamente de modo ordenado seinstauraba en la estructura fundamental de laIglesia misma» (DCe 21).

El ministerio consiste en participar en la mi-sión, el servicio y la dignidad de Cristo comoenviado del Padre y Servidor de los hombres, queha venido para servir, no para ser servido (cf Mt20,28). Se trata de ser instrumento de Cristo,colaborador suyo, no protagonista. Es un verda-dero ministerio, es decir, servicio organizado dela Iglesia al cual se asocia un don del EspírituSanto. En cuanto ministerio eclesial, se relacionacon el ministerio ordenado, especialmente con elministerio episcopal (DCe 32). Nos queda la tareade realizar la caridad como un gran medio deevangelización: un kerigma sin palabras inteligi-ble por todos. La Iglesia está llamada, no a con-templarse a sí misma, sino a hacer resplandecer elrostro de Cristo, luz de los pueblos, de la cual ellaes sólo un reflejo: como la luna, que no posee luzpropia, sólo refleja la luz del sol.

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La Enseñanza Social de los Pontífices

- León XIII

León XIII (1878-1903), aparece a los ojos delmundo como portador de un magisterio socialrico y constructivo. Durante su pontificado laIglesia muestra una progresiva maduración delpensamiento en contra las libertades modernas yun enfoque gradual para el concepto de un estadolaico e independiente de la esfera religiosa. ElPapa León XIII es recordado, sobretodo por laencíclica Rerum novarum (RN) promulgada en1891. Esta coloca al centro de la cuestión social,la cuestión obrera. La Rerum novarum recuerdala indispensabilidad de la relación del cristianis-mo con la civilización actual. La encíclica nosentrega sobre todo una visión integral de la per-sona.

- Pío XI

Según el Papa Pío XI (1922-1939), la Iglesiadebería ser maestra y guía de toda la sociedad. Elobjetivo del Papa era instituir una sociedad cris-tiana, por lo cual la política y las institucionesdeberían tener como fin primario larecristianización de la vida cultural y social. Através de los pronunciamientos de Pio XI preten-de favores los derechos socioeconómicos, la Igle-sia aparece cada vez unida a la causa del serhumano. Esto es particularmente evidente en laEncíclica Quadragesimo anno (QA) de 1931.Esta encíclica como dice su nombre aparececuarenta años después de la RN. La encíclicapropone:- Un Estado de distribución equitativa de la rique-

za nacional, orientado hacia la seguridad socialy una «economía social».

- La reforma de las instituciones, del orden socialy de las costumbres

- Juan XXIII

El pontificado de Juan XXIII, beatificado el 3de septiembre del 2000 por Juan Pablo II, secaracteriza por una precisa elección pastoral, por

un distanciamiento – que no significa desprecio –de las controversias político-partidistas. La doc-trina social de la Iglesia es para Juan XIII, expre-sión de la jerarquía y del laicado y en un ciertosentido, de toda la comunidad eclesial. El papaescribe Mater et magistra, con el tema del Estadode Bienestar Pacem in terris, que habla de la pazen las relaciones sociales, económicas y políti-cas.

- Pablo VI

Pablo VI puede ser definido como el profeta dela civilización del amor. Él la invocaardientemente, porque el mundo, que ha conquis-tado el universo, ha perdido su alma. El mundonecesita de amor, no tiene corazón para amar ypara recibir amor. La encíclica Populorumprogressio (PP), la encíclica de la esperanzaprofética ve la luz el 26 de marzo de 1967, comofruto del Concilio Vaticano II, del pensamiento yde la acción de Pablo VI, de sus viajes a AméricaLatina, África, e India. Aparece como la corona-ción de los estudios y de los lagos debates sobreel tema del desarrollo de los países pobres. Aun-que no es propiamente una encíclica la Octogesimaadveniens (OA) representa una etapa decisiva enel desarrollo de la DSI.

- Juan Pablo II

Juan Pablo II continua, con sus encíclicas lareflexión conciliar y postconciliar sobre la mi-sión de la Iglesia, preparando así los últimosfundamentos teológicos y eclesiológicos de unanueva definición de la DSI. Sus encíclicas socia-les son Laborem exercens (LE), Sollicitudo reisociales (SRS), Centesimus annus (CA)

- Benedicto XVI

Con la encíclica sobre temas sociales Caritasin veritate el Papa Benedicto XVI, nos invita areflexionar sobre el significado auténtico del de-sarrollo, subrayando la dimensión antropológicay trascendente y no meramente económica ysocial del desarrollo.