Boletin de La conversación del miércoles - junio 2013

17
La conversación del miércoles La pareja: incertidumbres modernas de esta relación Ciclo 2013 La conversación del miércoles Boletín #23 Junio

description

La pareja y su potencial deslizamiento del amor al odio.

Transcript of Boletin de La conversación del miércoles - junio 2013

La conversación del miércoles La pareja: incertidumbres modernas de esta relación

Ciclo 2013

La conversación del miércoles

Bol

etín

#23Junio

Grupo de estudio

Conferencia preliminar

2

Miércoles 29 de mayo de 2013Auditorio CorpoZULETA

vital importancia.

Si como se estableció antes, es cierto que el amor

configura unos ideales que salen del sujeto y se

instalan en ese otro con quien se comparte dicha

experiencia, entonces se puede decir que sobre las

espaldas del otro se descarga una parte vital —aunque no

totalizada pues el amor que hace historia no se sostiene en

la voluntad de uno solo— de la responsabilidad de

alcanzar ese ideal establecido consciente o incoscien-

temente. Pensando en nuestro texto de referencia, la

maravillosa y perturbadora tragedia de Eurípides, Medea,

podemos identificar el ideal que atraviesa la historia de

amor entre ella y Jasón: la fidelidad inclaudicable. Pero al

contraer matrimonio con la hija de Creonte, Jasón

traiciona a Medea, deparándole el dolor de un pacto roto,

también

La conversación del miércolesCiclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación

a vida nos plantea por principio una condición

ineludible: que la reflexionemos y tratemos de Ldesenmarañar sus misterios a medida que se la

recorre. No hay un “tiempo muerto” en que nos

sentaremos a pensar, como lo propone Rodin con su obra

“El pensador”, para luego aprestarnos a enfrentar la vida

en su complejidad. Es menester, como dicen por ahí,

“ensillar la bestia mientras se la cabalga”. Así es la vida y

así son los problemas inherentes a los seres humanos: han

de afrontarse a medida en que uno hace la propia

existencia.

Dos temas propios del “reino humano” —nunca

del animal— son el amor y el odio. Difícilmente alguien

pueda verse exento de ellos, y en el imaginario popular se

dice que de uno a otro sólo hay un paso. A vuelo de pájaro

podemos decir alguna cosa a su respecto:

El amor no sólo es un sentimiento, valga decir, no

sólo es algo “que se siente”, sino que éste configura

también una experiencia humana; depara valoraciones,

ideas, ideales, angustias, etcétera. No se queda en “el

corazón”, sino que sale de nosotros y concibe formas de

vivir, de juntarse con otro, de posicionarse ante él. El

amor no se queda cristalizado en el sujeto. Si es cierto que

marca ideales, que configura un horizonte al cual dirigirse

con el otro, entonces es menester pensar qué ideales

mueven al sujeto que alberga al amor. Pero permítaseme

tomar prestada de Kant una concepción de los ideales: son

estos unas líneas distantes a las cuales dirigirse. Un ideal

es un “horizonte de perfectibilidad”, es el reconocimiento

de que algo se quiere para sí (un ser, un estadio del ser, un

rasgo, un objeto epistémico, etcétera) y se configura en el

más allá del sujeto, incitándolo a su vez a alcanzarlo e

integrarlo. En otras palabras, es una posibilidad del ser

que se reconoce como deseable, emprendiendo así una

acción para obtenerla.

Ahora bien, pensando en el tránsito que las más

de las veces hace el amor hacia el odio, vale la pena poner

la mirada en los caminos que se recorren desde lo uno

hasta lo otro, teniendo como premisa la imprescindible

aparición de la ruptura —y una forma de ruptura

específicamente— para que pueda derivarse en odio.

Existe una ruptura que guía indefectiblemente a este triste

sentimiento, y en ella, los ideales desempeñan un papel de

de un deber aceptado que el otro incumplió. Allí se derivó

al odio. Equivocado sería hacer del caso particular la regla

universal, pero con Medea y en general con la literatura

clásica podemos pensar eso que yace en lo más profundo

de todos los seres humanos, y en este caso, el odio, que

también, así como el amor, configura formas de proceder,

de pensar, de “salir” de uno mismo y devolverle algo al

otro, ya sea la indiferencia de la muerte simbólica (cuando

alguien dice “no quiero volver a saber nada de ti”) o lo real

de la muerte salvaje (el paso al acto violento de finiquitar

la existencia del otro). Es cuando se ha roto un pacto

constitutivo del vínculo entre dos que se puede derivar en

odio. Este pacto puede ser implícito o explícito, y en lo

cotidiano es posible fácilmente identificarlos: cuando se

supone la fidelidad de otro hacia uno, el sostenimiento

inapelable del sentimiento amoroso, la soberanía que el

otro sostiene para con el tiempo y la presencia de uno, la

compañía que se deparan los amantes, etc. La ruptura

acaece allí donde uno emprende una acción que el otro no

esperaba de mí o acaso una puesta en evidencia de un

«(...)

»

el odio, así como el amor, configura formas de proceder, de pensar, de “salir” de uno mismo y

devolverle algo al otro.

rasgo negativo propio que el otro nunca había percibido, y

en función de ello uno se hace “extraño” —y aquí es

posible recordar ciertas frases alusivas: “ya no sé quién

sos”, “vos no sos así”, “no te reconozco”—, se hace

significante del dolor, de angustia, de la muerte de las

posibilidades que se tenían en ese vínculo, etcétera. No es

poco común que también el otro se esencialice

negativamente, es decir, que se convierta en una

cristalización de maldad y que esa acción devastadora del

vínculo se convierta en la que define a esa persona: “él es

malo”, “ella siempre fue una traicionera”, “nunca valoró

lo que yo era” y tantas otras frases que pretenden

condensar a un ser en una acción. De igual forma el otro y

la existencia construida con él es resignificada, y no sólo

en función de una historia en abstracto, unos recuerdos y

unas palabras dichas, sino que esa resignificación aborda

dimensiones simbólicas que se materializan profun-

damente: lo que el otro representaba (las apuestas

comunes, la importancia de fechas específicas, de lugares

donde transcurrió el tiempo en compañía de ese otro,

etcétera) y lo que el otro posibilitó en mí (sus dimensiones

artísticas, las aperturas de “mundos” diferentes e inéditos

para uno, canciones que no pueden escucharse sin que la

memoria haga emerger a ese ser, los libros y las

dedicatorias en ellos, los objetos investidos por el

significante amoroso —el tiquete de la primera película

vista juntos, etcétera—).

Como último punto, es menester abordar una

pregunta, entre muchas otras, que parece rondar esta

La conversación del miércolesCiclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación

problemática: ¿qué lugar le da el sujeto al ideal en el vínculo

amoroso y cómo trata de llevarlo a concreción? Ofrezco

aquí una posición que seguro tiene mucho de cuestionable,

y justamente ello me anima a exponerla, para que en el ir y

venir de la palabra respecto a ella las ideas se desarrollen y

se nutran. En mi opinión el lugar que le da el sujeto al ideal

es a veces más problemático que el ideal mismo. A modo de

ejemplo pongamos nuestra mirada sobre el ideal del amor

apasionado: la posibilidad de que el otro le depare a uno una

potenciación del ser propio, una apertura de mundos

posibles, una renovación del vínculo en la palabra… Sin

duda un ideal muy deseable, pero ¡cuidado!, ¿cómo lo

abordamos? Volviendo a Kant diremos: ¡es un horizonte de

posibilidad!, y sin embargo en lo concreto de lo cotidiano

parece que se partiera del ideal para juzgar entonces el

vínculo que se tiene. En otras palabras: no se considera el

ideal como un punto de llegada con ese otro —punto de

llegada nada sencillo o automático, por cierto—, sino que

cuando el vínculo se establece se piensa que de inmediato el

otro debe ofrendar los frutos que su ser pueda, sin entender

que muchos de esos frutos han de construirse en el devenir

de ese mismo vínculo. Se quiere que en el encuentro con el

otro se renueven las ideas, se abran mundos posibles para el

sujeto, pero a su vez se quiere que así sea por principio y en

todo momento, como si alguien, como condición de partida,

pudiera sentarse con otro todos los días a la una de la tarde y

por medio de la palabra transformar al amado. Que la

palabra del otro sea transformadora o que en la expresión

del amor haya una potenciación del sujeto no son cosas que

3

han de exigirse por principio, sino

que hacen parte de una larga

construcción cuya responsabilidad

han de asumir los implicados. En todo

caso, llegando al final de esta

pequeña “puesta en escrito” de

algunos pensamientos, tampoco se

puede suponer que el otro ostenta el

mismo ideal amoroso que uno, y es en

función de este desconocimiento que

sería indebido juzgar al otro haciendo

referencia a si él o ella concreta o no el

ideal que yo tengo frente al amor,

pues no es éste una condición sine

qua non sino un ideal al que uno se

lanza a conquistar.

Vincent RestrepoMiembro

Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETACarle van Loo - Jason and Medea

4

Discusión

La conversación del miércolesCiclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación

Grupo de estudio

Miércoles 29 de mayo de 2013Auditorio CorpoZULETA

anterior mundo de la construcción sino de la destrucción o

de la separación, por eso se hace tan importante la

experiencia del duelo ¿En todo duelo hay culpa? Queda

por pensar mejor la manera como deben asumirse las

culpas en las rupturas, pues ¿qué tal si un objeto de amor

merece ser odiado y culpado? ¿Qué tal si el odio es acaso

el duelo más necesario? La elaboración del duelo, del

desamor, obliga a una reformulación de los ideales ya que

esa herida recibida no cicatriza fácilmente. ¿Cómo creer

de nuevo en lo que antes era casi que un mandamiento?

¿Cómo creerle de nuevo a otro ser o a ese invisible peso

del ideal? No sobra insistir que el odio se da frente a

determinado amor según como cada quien ha asumido su

relación, incluso según su aproximación a los demás, ya

que la herida que se provoca no es igual, puede ser frente a

un objeto de posesión o de deseo, y por eso lo femenino y

lo masculino a su vez se diferencian en el proceder de su

odiar, de asumir culpas y separaciones. Queda así un

camino abierto para explorar en los diferentes espacios

del ciclo que vienen a continuación, en los cuales se les

dará más amplio trámite a esas preguntas y conceptos que

en este grupo se han esbozado y que desembocan

finalmente en ese duro y áspero problema: ¿qué

representa y qué pasa con ese odio en potencia una vez se

desencadena de manera inevitable?

Eduardo CanoMiembro

Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA

Amantes pacientes - Salvador Dalí

omo un necesidad ha surgido en este ciclo el

acercamiento a uno de los problemas relacio-Cnados con el amor que tienen mayor importancia

en el ámbito social: la deriva al odio, más aún en una

sociedad, particularmente como la nuestra, en la cual se

odia mucho, y en donde diariamente encontramos

ejemplos, al punto macabros, en los que el paso a la

violencia se realiza casi automáticamente; quizás todo

esto ocurre porque no se le ha dado siquiera un lugar al

odio por fuera del mal, de ahí la urgencia de pensarlo y

buscar un trámite más civilizado para detener ese

monstruo que potencialmente todos llevamos dentro.

Entonces ¿por qué se libera ese monstruo? Recordemos

que en buena medida el amor es un motor inspirador, en el

que se puede ser más en tanto se cuenta con la otra

persona; se le ha dado el nombre de delirio ya que es

inevitable el conflicto del ideal con el objeto, y el peso de

dicha ilusión aumenta si una sociedad es la que establece

la validez de los ideales. Por ejemplo, en el amor román-

tico los ideales están a priori: casi que se debe seguir el

manual que ese tipo de relación plantea, no en vano la

dureza cuando se fracasa, pues se hace frente a todo un

proyecto imaginario que tiene el aval de la sociedad. En

cambio, en el amor “autónomo”, también llamado

apasionado, los ideales están acaso de lado y lado, de

manera que la conversación entre los iguales adquiere

mayor relevancia, así no se tenga en principio la

seguridad del éxito, pues si existe la pasión… ¿Por qué un

amor atravesado por la pasión se puede transformar en

odio? Si bien el odio no es una manifestación unívoca, ya

que según el tipo de amor se presentan diferencias en el

resquebrajamiento del otro, debe haber una constante.

¿Qué hay en el sujeto que odia? El peso de una supuesta o

evidente traición, de una sombra de lo indignante, de la

falta de sentido que antes no nos habitaba. Puede decirse

entonces que en el ser humano es posible que, ante

cualquier tropiezo, el amor derive en odio, mas debe

considerarse para este problema que no todo fraude

representa el paso al desamor, pero sí todo desamor es un

fraude, una desilusión, una traición. Lo que sigue es lo

inevitable: un amor que es pasa a ya no ser, amando,

odiando u olvidando, si esto último es del todo posible.

Una vez la ruptura se hace forzosa, ya no se está en el

5

Miércoles 8 de mayo de 2013Auditorio Comfama San Ignacio

Conferencia central

La pareja y su potencial deslizamiento del amor al odio

La conversación del miércolesCiclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación

I

Asemejándose en algo a la vida, la cual siempre termina mal pues la muerte es lo que indefectiblemente nos aguarda, el amor casi siempre acaba mal, ya que la inmensa mayoría de las veces termina agotándose y llegando a su fin. Pero la forma en que dos seres dan por concluido el amor que alguna vez los embargó, habla no sólo de

quiénes constituyeron esa pareja sino de los logros o fracasos que forjaron en la historia que hicieron en común. La terminación de un vínculo amoroso puede conducir a los que antes tanto se amaban por una de cuatro sendas posibles: el desprecio por el otro, asumido como un ser que ha defraudado y ha llevado la admiración que otrora se le profesaba al triste destino de la desvalorización; la indiferencia, que resulta de revestir nuestra sensibilidad de una callosidad que nos desconecta radicalmente del otro, el cual queda hundido en el olvido, no pesando más, ni para bien ni para mal, en nuestro destino; la amistad, como noble deriva de una compañía que dejando los dominios del amor apasionado supo hallar esa otra forma del amor que consiste en la calidad de amigos, aprestándose a sostener en el tiempo un encuentro imprescindible y significativo, sin dilapidar la valía, la impor-tancia y el aprecio que mutuamente fueron capaces de depararse en los tiempos de la pasión; por último, el odio, como triste pero muy humana repulsa radical que sitúa al otro en el campo de una enemistad insuperable a raíz de los daños que infligió en nuestro ser, daños que jamás tendrán para nosotros ni perdón ni olvido.

No hay ninguna duda respecto a que el ideal a la hora de concluir un vínculo amoroso es el de conseguir respetar la historia que se tejió en dicho encuentro, buscando no deshilachar el pasado y no destrozar el tiempo vivido, actitudes éstas que llevan hacia la nada lo que antes capitalizaba nuestra máxima vitalidad. Tal vez, por lo menos para algunos de nosotros, el goce de existir proviene de la vivencia de ser artesanos que elaboran en el telar del tiempo el tejido de una vida que

La despedida - Remedios Varo

Porque los maravillosos cisnes negros de pronto se nos revelan como abominables monstruosidades.

6

La conversación del miércolesCiclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación

articula en su urdimbre pasado, presente y futuro. Tal vez el esfuerzo por lograr esto es lo que llamamos dotar a la vida de sentido. Pero como nuestro destino no está regido únicamente por nuestros propósitos e intenciones, no es infrecuente que, vía la equivocación y la desavenencia, ese tejido en el que trabajamos se desgarre, se rompa a trechos, dejando no sólo una imagen lamentable sino el amargo sabor del fracaso derivado de la conciencia del tiempo mal vivido o, literalmente, del tiempo perdido. En cualquier caso, y sin desconocer que en todo vínculo que emprendemos hay una inquietante incertidumbre con respecto a los aportes o despojos que nos traerá, lo mismo que al saldo de realizaciones o frustraciones que al cabo del tiempo nos dejará, siempre aspiramos a que esos encuentros en los que empeñamos lo mejor de nosotros no sean vanos y efímeros, por el contrario, que sean significativos y perdurables, esto es, que sean huella indeleble y presencia permanente en nuestra aventura vital.

En consonancia con lo anterior, cabe decir que si el fin de un amor es un fracaso, lo que no necesariamente se constituye así es lo hecho y lo vivido en ese amor y lo que podemos seguir siendo con el otro que ha devenido de amante a amigo, aprovechando aquí la oportunidad para resaltar algo que la cultura de nuestros días gusta de desconocer: el carácter fundamental de la amistad para el ser humano, el valor de la amistad como sentimiento que para nada es secundario respecto del amor, sentimiento que, incluso, puede enaltecer la vida mucho más que el mismo amor. De cualquier manera, poder llevar la finalización de un amor al campo de la amistad es preservar algo que profundamente anhelamos: la continuidad en el presente y en el futuro de aquello que talló nuestro pasado. El desprecio, la indiferencia y, sobre todo, el odio rompen brutalmente la continuidad de la vida, constituyéndose en una violencia suprema sobre ella. Si algunos hablan del “arte de vivir”, tal vez aquí esté comprendido un “arte de terminar” que eluda esa triste y desconsoladora imagen que ofrecen dos seres que habiendo comprometido profundamente su vida en el pasado, llegan a un presente en el que la ruptura obedece a la consigna: “¡Sálvese cada cual como pueda!”, en cumplimiento de la cual no paran mientes en hacer trizas la historia común que se tuvo ni en liquidar anímicamente al otro. Hay algo siniestro en esas rupturas que precipitan, muchas veces en forma intempestiva, a un ser que era lo más familiar e íntimo al lugar del recelo y la extrañeza.

Un caso que ejemplifica esas rupturas brutales e implacables con respecto al tejido histórico de la vida propia y de la del otro, es el que atañe a los bienes materiales en el momento de la separación, los cuales no es infrecuente que desempeñen el papel de objetos “transicionales” que hacen de vehículo de la hostilidad y

la desconsideración para con el otro. El asunto en su simpleza es que las cosas de las que se va dotando una relación (casa, muebles, cuadros, libros, lugares de descanso, etc.) no son meras cosas marcadas sólo por su funcionalidad o costo mercantil, son, mas bien, signos, símbolos, memoria y testimonio de un trasegar compartido de sueños y logros, de proyectos y realizaciones que entretejían y singularizaban la vida en común de quienes se amaban. Que el Estado regule lo que llama “partición de bienes” está bien en materia de derechos, en buena hora asignados también a la mujer después de siglos y siglos de haber sido desconocida en sus derechos materiales, pero no se puede reducir a la intervención cuantificadora de la ley el asunto de cosas que están preñadas por la historia de los amantes y que son lenguaje material de lo vivido y de lo esperado. Igual que con los bienes materiales, se puede decir de las personas y de las causas sociales o intelectuales que fueron comunes entre esos que ahora son “ex”, que no se puede entrar a saco y desgarrar todo –bienes, amistades compartidas, causas que han sido de los dos-, tomando al otro como alguien que ha dejado de ser y de valer para uno y cuyo destino ya nada importa. Quizás lo que se llama “civilización” se da aquí la mano con el “arte de amar”: la delicadeza en la ruptura misma y la sensibilidad frente al otro en momento tan aciago denotan el aprecio por las vidas entretejidas en el pasado y por las vidas, no necesariamente extrañas y distantes,

«(...) fracaso, lo que no necesariamente se constituye así es lo hecho y lo

vivido en ese amor. »

si el fin de un amor es un

por hacer en el futuro. Dejar atrás el lugar de amantes no equivale a perder la condición de cómplices entrañables para el futuro, requiriendo esto ese cierto sentido de la grandeza humana que reivindica a la hora del adiós una salida ética antes que meramente legal. Cae de suyo, eso sí, que para ser delicados, agradecidos y reconocidos en el adiós, es menester disponer de unas referencias explicativas que permitan entender y pensar el proceso y la muerte de la experiencia amorosa, sin darle lugar a la tendencia moralizante que entre menos es capaz de clarificar las causas efectivas de lo acontecido, más se empecina en buscar culpables y en lapidarlos implacablemente, tendencia moralizante que, además, impide el ejercicio valiente y decidido de un diálogo entre los fracasados en el amor que sepa afirmar lo vivido por ellos y animar lo que por vivir queda en el dominio

La conversación del miércolesCiclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación

7

doble lo que él pidiera. Riquezas, hermosas mujeres, viajes a lugares maravillosos, juventud eterna, en fin, que no le faltó concentración para indagar qué era lo mejor que podría solicitarle al hado, pero siempre lo llenaba de indignación reconocer que su odiado vecino disfrutaría en mayor proporción de lo que él escogiera. Al día siguiente el hado llegó puntual y lo interpeló: “Bien, veamos qué has elegido. Espero que hayas sido sabio en escoger lo que más te satisfará”. Entonces el otro le respondió: “Sí, he meditado detenidamente y no tengo duda en saber qué te voy a pedir”. El hado viendo la seguridad de su favorecido le dijo: “¿Cuál es, pues, el anhelo más profundo de tu ser que quieres pedirme para que yo de inmediato te lo conceda, concediéndoselo el doble a tu vecino?”. El buen parroquiano, mirándole a la cara respondió sin vacilación: “Sácame un ojo”.

Eso es el odio, un sentimiento que como todo sentimiento es exclusivamente humano y de lo cual está excluido el animal. Sentimiento opaco y pasión triste, el odio señala hacia una dicha que nace del sufrimiento del otro. Ensayando una definición general, podríamos decir que el odio es el empuje que nos lleva a la destrucción de un objeto específico, sin que en esta actitud o acción prevalezca necesariamente el interés del que odia, pues,

sincero y fundamental de la amistad camaraderil.

II

Entre las salidas del amor, lo hemos dicho, hay una que es la más triste e indeseable: el odio. Precisemos, pues, en qué consiste este sentimiento y después veremos las relaciones de él con el amor. Hay un relato oriental de autor anónimo que nos puede ilustrar sobre la peculiaridad de esta afección humana. Había una vez un par de hombres, vecinos que vivían frente por frente, los cuales tenían como característica el visceral odio que sentía el uno por el otro. Un buen día a uno de ellos se le apareció un hado que le dijo que venía en plan de conferirle la realización del mejor deseo que le quisiera expresar. “Piénsalo con todo cuidado, elige lo que sientas como más esencial para ti y yo de inmediato haré que se cumpla tu deseo tal cual. Eso sí, tendrás que aceptar una condición: que lo que me solicites se lo daré por partida doble a tu vecino. Reflexiona bien y mañana vendré por tu respuesta”. El buen hombre quedó desconcertado con las palabras del hado y de inmediato se pudo a cavilar sobre lo que le pediría, siempre bajo la sombra de amargura de saber que su odiado vecino disfrutaría el

Ruptura [fragmento] - Pedro García Espinosa

La conversación del miércolesCiclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación

8

como nos lo ha mostrado el relato anterior, la dicha que depara el odio bien se puede pagar con la inmolación propia. El odio es la vocación de aniquilación del enemigo, es la voluntad irrestricta de cadaverizarlo. Pero, ¿a quién se odia? A quien nos hace objeto de desconocimiento en lo más esencial, deniega nuestra calidad de sujetos o nos excluye de un lugar fundamental para nosotros, proviniendo esta actitud de alguien que nos es particularmente importante o que con su acción nos afecta en algo que es decisivo en nuestro ser. En términos escuetos: odiamos a quien suponemos que de mala fe nos daña en algo constitutivo de nosotros.

El odio es la tendencia a negar al otro como interlocutor y, por tanto, es la decisión cerrera de cancelar la dimensión dialogante de la palabra, destinando ésta sólo al cumplimiento del papel brutal que ella también puede cumplir y que se expresa en la imprecación, el insulto o la descalificación radical del otro. El odio en su expresión primaria es la negación de la humanidad del otro y es la obcecación en deshacer ésta. En última instancia, el odio es la fuerza que anima la refutación radical de la integridad física y/o moral del otro, es el férreo propósito de destituirlo en tanto ser, poniéndose en marcha, como ya se ha dicho, cuando algo clave en el narcisismo, en el yo, es agredido en su centro, suponiéndose, para esta acción que nos daña, la mala fe por parte del agresor. El odio es la vigencia de la pulsión de muerte cristalizada como sentimiento que se empecina en el trabajo de volver polvo al otro, es el desatamiento de la rivalidad imaginaria que alcanza el tenor de la desmesura. Dicho sin eufemismos, quien está atrapado en el odio está entregado al goce de lo peor.

III

En materia humana no hay “almas bellas”, no hay espíritus angelicales que sólo saben del bien, siendo incontrovertible que bajo ciertas circunstancias todos podemos ser sujetos del odio más feroz. Si en nuestra humanidad, en la de todos, está la posibilidad de odiar, incluso, si bajo ciertas circunstancias lo más digno es odiar, es imprescindible, de cara a una vida civilizada, preguntarnos qué hacer con esta fuerza mortífera que a todos nos habita y que puede manifestársenos en cualquier recodo del camino. Ante todo, siendo redundantes en ello, es menester reconocer que odiar es propio de nuestra condición humana y es una posibilidad siempre presente en nuestra estructura afectiva. En este punto poco favorece el modelo cristiano que idealiza y propugna por una criatura que sería puro amor y estaría ajena por completo al odio, y poco favorece esta mítica versión del ser humano referenciada por la inefable figura de un Jesús puro amor y en quien es imposible reconocer el más mínimo trazo de esa expresión del mal

1964

IYa no es mágico el mundo. Te han dejado.

Ya no compartirás la clara luna ni los lentos jardines. Ya no hay una luna que no sea espejo del pasado,

cristal de soledad, sol de agonías. Adiós las mutuas manos y las sienes

que acercaba el amor. Hoy sólo tienes la fiel memoria y los desiertos días.

Nadie pierde (repites vanamente) sino lo que no tiene y no ha tenido nunca, pero no basta ser valiente

para aprender el arte del olvido. Un símbolo, una rosa, te desgarra

y te puede matar una guitarra.

II Ya no seré feliz. Tal vez no importa. Hay tantas otras cosas en el mundo;

un instante cualquiera es más profundo y diverso que el mar. La vida es corta

y aunque las horas son tan largas, una oscura maravilla nos acecha,

la muerte, ese otro mar, esa otra flecha que nos libra del sol y de la luna

y del amor. La dicha que me diste y me quitaste debe ser borrada;

lo que era todo tiene que ser nada.

Sólo que me queda el goce de estar triste, esa vana costumbre que me inclina

al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.

— Jorge Luis Borges

Poema leído en la conferencia central de La conversación del miércoles

que es el odio, pues la verdad de lo que somos es preferible reconocerla, por costoso que sea, antes que disimularla, ya que si la reconocemos podremos intervenir sobre ella con el propósito de coartar los efectos desastrosos con que amenaza. En este punto siempre nos conviene a los humanos mortales recordar lo que Kafka le señalaba a su padre: que la verdad es

La conversación del miércolesCiclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación

9

difícil y hasta dolorosa pero que, en todo caso, ella es preferible pues nos hace más fácil el vivir y el morir. El asunto, pues, no es denegar el odio, sino darle lugar en nosotros cuando él se impone, pero sometiéndolo a dos procedimientos que permitan preservar el vínculo humano: coartar la meta original hacia la que empuja esta versión de la pulsión de muerte y elaborar algo del orden de la creación con su fuerza destructora. En tal sentido, el odio –sentimiento humano, bien humano- puede cobrar dos manifestaciones, una que nos abre al salvajismo y erosiona irreparablemente el vínculo social, y otra que al tiempo que le da cabida a este sentimiento adverso sabe respetar el lazo que nos sostiene como sociedad.

La primera manifestación la nombro como “Odio bárbaro” y señalo con él el afecto arrasador, obnubilado por su objeto, al cual sólo quiere devastar, incluso a costa de la inmolación del propio sujeto. Este es el odio en estado de ferocidad y desatado hacia el daño radical y sin límite del enemigo, no siendo otro su propósito que conseguir que éste muera para todos. La segunda manifestación, que permite conciliar la negatividad de este sentimiento con la positividad del vínculo social, la llamo “Odio civilizado”, entendiendo por éste la fuerza del odio inscrita en la operación restrictora de lo simbólico y abierta a las posibilidades metafóricas de éste, lo que se traduce en que aquel a quien odio muera para mí, no necesariamente para todos, pero concretando este morir no más que como metáfora:

Próxima Conferencia:

que desaparezca de mi vista y de mis oídos, que no sea nunca más ante mí y que nunca sepa más de él; es mantenerlo a distancia y a raya, buscando las condi-ciones que permitan desentenderse por completo de él y de su destino, aunque nunca se olvidará su daño ni se le perdonará el desastre que nos representó. Si el odio bárbaro empecina en el propósito de destruir literalmente al otro, el odio civilizado bajo su emblema radical “no quiero volver a saber de vos nunca más”, permite que el otro “desaparezca” para uno, que uno lo “elimine” de su presente y de su futuro, destinándolo en la mayor medida posible a los dominios del olvido, de tal manera que la vida se pueda seguir realizando sin evocar y sin contar para nada con aquel que no llegó a ser otra cosa que una infausta y malhadada presencia en la historia de uno, tan malhadada e infausta que si tuviéramos el poder de devolvernos en el tiempo evitaríamos decididamente el encuentro con él.

Nuestra vida no se desenvuelve en un paraíso de pura fraternidad ni el vínculo interhumano se da entre espíritus angelicales; propio de nuestra condición es vivenciar por otro un sentimiento adverso que, bajo ciertas circunstancias, puede alcanzar el estatuto de odiado. Si hay seres que con su proceder merecen nuestro amor, igualmente hay otros, habida cuenta también de su proceder, que se hacen acreedores de nuestro odio. Ambas posibilidades están dadas para cualquier ser humano y no hay que escandalizarse porque la segunda acontezca, sino que, en lugar de

La conversación del miércolesCiclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación

10

denegarla, hay que encontrar las formas que impidan la precipitación de este sentimiento a la barbarie. Si el odio bárbaro fija obsesivamente al propósito de destruir literalmente al enemigo, impidiendo al sujeto que se olvide de éste, el odio civilizado, por vía de su operación metafórica que proclama “has muerto para mí”, entendiendo por esto que no se quiere volver a saber nunca más nada del otro, permite desentenderse de ese ser que se rechaza radicalmente y, en ese sentido, olvidarse de él, sin importar para nada cual sea el trasegar suyo en el presente o en el futuro. Sin embargo, la muerte metafórica del enemigo que opera el odio civilizado implica un olvido sólo relativo, pues la eventual y fortuita presencia de éste revive inmediatamente la herida que en su momento infligió. Por eso el odio civilizado no es lo mismo que la indiferencia, pues ésta representa el olvido absoluto, mientras aquél es propenso a la reiteración del agravio vivido, no más la fortuidad haga que el enemigo vuelva a aparecer en el horizonte de nuestra visión o de nuestros oídos. Por eso no nos place para nada, por el contrario, nos produce profundo malestar volvernos a topar, así sea por simple referencia que haga un tercero, con aquel que laceró nuestro ser con una infamia. Aquí no se trata de propósitos beatíficos, se trata de lo real de la vida humana allí donde ésta inscribe en su historia tanto hechos afortunados como hechos desafortunados, y así como hemos de proseguir nuestro camino con los primeros, también hemos de sobrellevar nuestro destino contando con las marcas que nos dejaron los segundos. Si la indiferencia permite el olvido absoluto, el odio civilizado no lo propicia sino en forma relativa, pues hay seres que nos han infligido un daño que ni se olvida ni se perdona. No hay que llamarse a eufemismos: no todo lo vivido cicatriza en el alma humana y hay daños cuya simple evocación traerán para nosotros la emergencia del sentimiento adverso por aquel que lo infligió.

El tema del olvido no es tan simple como lo indicaría su oposición radical al recuerdo, pues hay un espectro que va entre estos dos extremos y que determina, por ejemplo, que algo que se ha olvidado para poder seguir viviendo, eventualmente resurja por alguna alusión circunstancial, reviviendo en nosotros toda la fuerza de la adversidad original. Un ejemplo puede ilustrarlo: uno puede olvidarse relativamente de la muerte de un ser querido, pero cuando algún hecho trae a nuestra conciencia la pérdida de él, entonces esta pérdida se manifiesta en nosotros como tristeza. Así el odio

civilizado permite olvidarnos del ser al que hemos puesto en el lugar de enemigo –enemigo es aquel que representa una amenaza destructiva para mí-, pero cuando algo hace que vuelva a nuestra conciencia, concomitante con esto viene el recuerdo del daño que nos infligió y el sentimiento negativo que nos produjo. Debo repetirlo frente a cualquier humanismo idealizador: hay en la adversidad seres y hechos que ni se perdonan ni se olvidan, así encontremos las vías civilizadas que nos permitan desentendernos de ellos y seguir nuestro camino independiente adelante. En este sentido cabe precisar que lo que se llama socialmente, por ejemplo en el caso de la violencia que ha padecido el pueblo colombiano, “perdonar”, simplemente quiere decir que en gracia de restablecer los términos de la vida social se acepta que se deponga excepcionalmente la vigencia de

«(...)

»

No hay que llamarse a eufemismos: no todo lo vivido cicatriza en el alma humana y hay daños cuya simple evocación traerán para nosotros la emergencia del sentimiento adverso por aquel que lo infligió.

la ley jurídico penal, sin que esto implique que necesariamente quien ha sido víctima de la atrocidad que otro le ha infligido deje de considerar irreparable en su fuero anímico lo que se le ha obligado a padecer y, mucho menos, que tienda sobre ello la capa del olvido. En últimas, la expresión “odio civilizado” alude al reconocimiento y al lugar que se le debe dar a un sentimiento que, si bien excepcional, tiene posibilidad de acontecer en nosotros, pero buscando que esa pasión triste no imponga la fiesta de la destrucción absoluta, sino que se sepa morigerar mediante el recurso de los mecanismos metafóricos, los que incluso pueden llegar a permitir la puesta de la pulsión de muerte al servicio de la creación, como lo ejemplifica aquel que siendo víctima de un daño esencial por parte de quien sólo merecerá ser odiado, en lugar de aplicarse a la destrucción de éste, escribe una obra literaria o filosófica en la que el mal es el objeto o hace una reelaboración de su vida que le permita eludir la repetición de la ingrata experiencia que vivió.

«(...)

»

el odio, así como el amor, configura formas de proceder, de pensar, de “salir” de uno

mismo y devolverle algo al otro.

La conversación del miércolesCiclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación

11

IV

El amor es un sentimiento que no deja de tener inquietantes relaciones con el odio. Comienzo por decir que, estrictamente hablando, el odio no es lo opuesto al amor, ya que lo que se opone a éste es el desamor. Ahora bien, la experiencia de desamar a alguien puede derivar en tres direcciones: que el desamado se pierda en la indiferencia, que sea motivo de desprecio o que sea objeto del odio. Es decir, el nexo del amor con el odio pasa por la mediación del desamor, sin que inevitablemente éste conduzca a odiar al que otrora se

amaba. En cualquier caso, en todo amor por alguien subyace la posibilidad del odio hacia él, pero lo contrario no necesariamente se cumple: el odio que tengamos por alguien no significa que indefectiblemente ahí subyace un amor. Si entre el amor y el odio hay una pasarela susceptible de ser transitada por el más enamorado de los enamorados, de aquí no se puede derivar que estos dos sentimientos estén siempre ligados, de tal forma que se hace necesario reconocer que el odio es un sentimiento específico que no siempre se vincula al amor. Atendiendo, empero, a las relaciones amor-odio, se puede advertir que estos dos sentimientos pueden coexistir en el sujeto con referencia al mismo objeto, es decir, que alguien puede simultáneamente presentificar en nosotros el amor y el odio; pero también es factible que el amor por alguien esté antecedido por el odio que se sintió por él, odio que después encontró la posibilidad de mutarse en amor; una tercera posibilidad, infortunadamente frecuente, es la aparición del odio como sucesor del amor, es decir, que una historia marcada por el intenso amor que otro suscitaba derive hacia un no menos intenso odio por éste.

Entre el amor y el odio no sólo pueden darse diversas modalidades de relación, sino que entre ellos hay similitudes, al igual que diferencias. Por ejemplo, así como uno puede amar sin ser amado –cosa que no puede pasar en la amistad, pues en ésta sólo puede tomar uno como amigo a quien, a su vez, lo toma a uno como su amigo-, se puede odiar sin ser odiado. Sin embargo, si en el amor el amante está animado por el propósito de llegar a ser amado por aquel a quien destina su pasión, no es clara la respuesta a la pregunta ¿cuando uno odia busca ser odiado? En la misma línea, hay que decir que si el amante no quiere dejar de amar, ¿el que odia quiere dejar de odiar? Prosiguiendo con las comparaciones, se puede decir que así como hay un “divino detalle” que no explica pero sí dispara el amor, también hay un “detalle satánico” que tampoco explica pero sí suscita el odio. También, cabría preguntarse en este paralelo entre los dos sentimientos si la afirmación relativa a que esta época no promueve el amor apasionado, se podría corresponder con la afirmación de que nuestro tiempo promueve el odio. En fin, cosa que no deja de ser llamativa, ambos sentimientos podrían sostener la formulación de una metáfora del tipo “¡Es tu corazón lo que quiero!”, sólo que bajo la égida del amor esto significa “¡Quiero tu ser!”, mientras que bajo el comando del odio quiere decir “¡Muérete!”. Sentimientos, pues, diferentes y específicos, pero que no dejan de tener inquietantes cercanías y contactos que los pueden llegar a ligar como las dos caras de una moneda.

No está de más llamar la atención sobre un detalle que parece minúsculo, pero que sin duda esconde hondas significaciones respecto a nuestras actitudes para con las verdades que nos habitan. El amor, ese sentimiento loado que algunas ideologías como la cristiana han llegado a exaltar como salvífico, cuenta con un símbolo universal Carlos Mario González en la conferencia central de La Conversación del miércoles

La conversación del miércolesCiclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación

12

que trasciende muchísimas lenguas y culturas: el corazón. En esto la amplísima vigencia del símbolo del amor sólo es equiparable a la del símbolo de la muerte, la cruz, que también se asume cuasiuniversalmente. Pues bien, ¿cuál es el símbolo del odio? Que no salte tal símbolo de forma evidente no quiere decir que este sentimiento sea infrecuente, sino, más bien, que tendemos a denegarlo, habida cuenta de su condición poco condescendiente con nuestros ideales más sublimes. Ante la ausencia de un símbolo universal para el odio, no está de más considerar, más allá de que no se pueda generalizar, la validez del que propone en una obra suya un pintor nuestro, Eduardo Cano, quien frente al corazón que denota el amor, pinta como símbolo del odio un monstruo, delineado como masa informe o, mas bien, como una forma que hubiera estallado.

Pero, ¿qué lleva del amor al odio? ¿Cuáles son los factores conversores del amor en odio? Puedo citar por lo menos tres, señalando de antemano que todos tienen en común producir irreparables heridas al narcisismo provenientes de un ser que capitalizaba nuestro amor. Antes que nada, la traición, pues ésta nos pone de cara a una real idad inasimilable: que alguien que considerábamos una fuerza de respaldo para nosotros, de pronto se revela como una fuerza atentatoria que en connivencia con otro se ha aplicado a nuestro daño; el engaño, entendiendo por éste el velo que conscientemente nos ha tenido un ser amado ya sea respecto a su amor prioritario por un tercero o ya sea al desfallecimiento de su sentimiento por nosotros; por último, que el otro desconozca el bien que, imagino, soy para él, lo que se acentúa cuando él cree reconocer que su bien está encarnado por un tercero, no siendo posible en este caso, por alguna razón subjetiva, que el amante desairado asimile su fracaso, sosteniéndose más bien en un antagonismo radical con su rival.

Cuando se habla del amor y se quiere indagar por el tránsito de éste hacia el desamor, conviene recordar dos interpretaciones diferentes del fenómeno amoroso, las cuales pueden ser copartícipes, y que abren dos sendas distintas a la hora de la terminación del amor. Una anida en la teoría de Hegel sobre la lucha de las conciencias por el reconocimiento, de tal manera que el amor sería el logro de contar con una conciencia ante sí que nos reconocería en lo esencial de nuestra singularidad, razón por la cual la trasmutación del reconocimiento que nos deparaba quien nos amaba en el desconocimiento que nos arroja al lugar de lo común, enfatizado esto cuando aquella conciencia se destina a exaltar un tercero, activa en nosotros la salida al odio. La segunda arraiga en Platón y en Freud e indica que el amor no es otra cosa que reencontrar en una persona, siempre según el mandato de lo imaginario, un objeto que fue esencial en nuestra constitución y que para siempre hemos perdido, es decir, que un objeto amado en el mundo

no es otra cosa que un sustituto del objeto que nos falta en lo real de nuestra subjetividad, motivo por el cual este objeto “suplente” puede ser más fácilmente desligado, permitiendo así su destinación a lo que de ahí en más sólo será indiferencia. No obstante, para evitar derivaciones mecánicas, cabe decir que la pérdida de una conciencia que nos reconocía, bien puede ser superada mediante el expediente de llegar a devaluar la importancia que cobraba tal conciencia, quedando así dispuesta la senda del olvido; y, a la inversa, que la representación que la persona amada hacía del objeto perdido, en gracia a una actitud suya que asumimos como desleal y lesiva a nosotros, abra las puertas del odio.

Ninguna relación de amor escapa al riesgo de desembocar en el odio, pero sí conviene preguntarse por qué el modelo de pareja dominante en nuestra época

“ ”

Carlos Mario GonzálezMiembro Fundador

Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETAProfesor Universidad Nacional

propicia tanto el fracaso del sentimiento amoroso y por qué puede inducir a la metamorfosis del amor en odio. Tal vez esto radique en que el modelo opera como un gran dispositivo de desconocimiento del sujeto y de denegación de su singularidad, todo ello como consecuencia de las dificultades que tiene para darle cabida al deseo y a la libertad de cada uno de los miembros de la pareja. El modelo hegemónico de pareja está más preocupado por enfatizar lo común y lo que puede ser válido para ese “todos” que son los integrantes de la pareja y/o de su sucedáneo, la familia, de tal manera que opera como un dispositivo que recorta las aristas singulares de los sujetos, condenando a que éstos o se rindan a la resignación de ser borrados en su excepcionalidad y destinados a la homogeneidad o se entreguen al ejercicio de una pequeña o grande hostilidad habitual, conflictividad cotidiana que dispone a la posibilidad de terminar enzarzados en la triste gesta del odio.

(...) bajo la égida del amor se dice “¡Quiero tu ser!”, mientras que bajo el comando del odio se quiere decir “¡Muérete!”

Miércoles 12 de junio del 2013Salón cuarto piso Comfama San Ignacio

Tertulia

La conversación del miércolesCiclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación

“Ódiame por piedad yo te lo pido, ódiame sin medida ni clemencia, odio quiero más que indiferencia, porque el rencor hiere menos que el olvido…” cantó

en algún momento uno de los asistentes a la tertulia que comenzó con la pregunta por la indiferencia y el sentimiento del odio: ¿es la indiferencia, como acto de violencia que se ejerce contra otro, una de las realizaciones del sentimiento del odio? Si conscien-temente se ignora a otro, haciéndole notar que no está siendo tenido en cuenta, que sus opiniones no interesan, que poco importa lo que tenga que decir sobre cualquier asunto, ¿se está actuando el odio contra esa persona? Hay indiferencias que se actúan y que generan sufrimiento en la persona que es objeto de ella, en la persona que es ignorada, recuérdese por ejemplo los casos de comunidades en las que por una falta cometida por uno de sus integrantes, le castigan ignorándole, reduciéndolo al aislamiento y por esa vía, en la completa ausencia de vínculos con los otros integrantes, a la muerte no sólo social sino también real. ¿Hay ahí, según como propuso en su reflexión el conferenciante en la que planteó dos vías para el sentimiento del odio, una expresión del odio bárbaro? Porque resulta que hay otra indiferencia que acaso podría pensarse como expresión del odio civilizado: la que por ejemplo actúa un amante con el objeto de su amor –una vez terminada la relación–, que procura no darle la importancia de antes a la presencia de aquél, de la persona que era su amante, indiferencia ésta que consiste en asignarle a esa persona que alguna vez fue muy significativa el mismo valor que se le da a cualquier otra persona, haciendo de alguien que era destacable uno más entre muchos.

Si el amor como experiencia pasional, fuerte, intenso, demandante, es una experiencia extraordinaria en cualquier persona, según como se planteó en la confe-rencia anterior, ¿es entonces el odio al que potencialmente deriva una pasión amorosa, también una experiencia extraordinaria, infrecuente en las personas? Y si para la experiencia del amor pasional el amante se siente muchas veces desprovisto de elementos para realizar bien ese sentimiento en el encuentro con el otro, con el ser que ama, ahora, ¿qué se le puede pedir que haga a alguien que ha sufrido en su amor propio, a un amante herido porque

aquél a quien ama, su amor, ya no le ama?, ¿qué se puede esperar que haga con ese sentimiento que ahora tiene y que le dispone tan adversamente hacia ese otro a quien antes amaba? Ese que está sufriendo, así como alguien que sufre de paranoia, al menos por un tiempo que sigue a la ruptura, está haciendo interpretaciones del compor-tamiento de ese otro que están afectadas por lo que siente: así como el amante celoso ve en cualquier gesto de la persona que ama un motivo para sentirse amenazado, la persona herida que sufre por el desamor o por el rechazo (por los “nos” que recibe) ve en cualquier gesto que hace la persona que era su amante una afrenta contra su dignidad, un desconocimiento de su ser, un atentado contra su propia valoración. Y entonces es probable que, no contando con elementos ni fuerza para hacer con lo que siente otra cosa, el sentimiento del odio abra cauce en su ser.

¿Son sentimientos constitutivos de la humanidad el del amor y el del odio?, ¿puede ser que se trate de marcadas variaciones de un mismo sentimiento que se presenta en el ser humano, ora como fuerza que dispone al ser a la creación con el otro, ora como fuerza que le dispone a la destrucción del otro? Que prenda en el ser humano el odio hacia otra persona no es tan difícil como quieren hacer creer algunas doctrinas religiosas o no. Según expuso uno de los participantes hay un saber (el psicoanalítico) que propone que el sentimiento del odio es, en su génesis, anterior al sentimiento amoroso, que tiene tantos años como la humanidad misma, y que por lo tanto odiar no ha de ser un sentimiento que nos resulte muy extraño, difícil de sentir, que para cualquier ser humano sea fácil tener ese sentimiento. Ahora: si cuando se está enamorado pasa que se siente el amante enceguecido por ese sentimiento, ¿ocurre lo mismo con el sentimiento del odio?, ¿el 'odiante' puede estar encegue-cido por ese sentimiento, y reconocerse como tal? Que el amor y el odio sean sentimientos muy comprometidos con el ser humano se puede comprender en tanto que ambos encuentran las fuerzas para emerger en el narcisismo del ser mismo, eso que comúnmente se entiende como el amor propio, o como el psicoanálisis se propone entenderlo: esa estructura del yo, la afirmación de sí que cada quien pueda hacer y a partir de la cual se

13

« (...) y cuando una persona se rebela contra esa exigencia de dominación como la expresión del amor, entonces lo que recibe como contestación es que “no sabe querer y que no sabe lo que es el amor y el amar”»

14

La conversación del miércolesCiclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación

concretar el trámite simbólico para ese sentimiento, hacer el odio civilizado, o ¿cómo hacerlo?, ¿con la palabra por ejemplo? En la película vista el sábado que siguió al día de la conferencia, ¿Quién teme a Virginia Wolf? del director Mike Nichols, vemos como Martha y George, esposos que un día se amaron y que un día empezaron a odiarse mutuamente, hacen de la palabra la mejor de las armas para intentar la destrucción del otro, ella de él y él de ella. Si bien no actúan la destrucción física del otro, no vemos que ninguno le atraviese la hoja de un cuchillo ni que le dispare al otro, sí vemos cómo procuran hacerle sentir mal, avergonzarlo, demoler su integridad anímica. Lo simbólico como el campo para la concreción del odio civilizado y lo real como el propio para el odio bárbaro, suscitó entre los participantes -no sólo de la tertulia pues también así ocurrió en la sesión de cine mencionada- una necesidad de mayor precisión de dichos campos en tanto “lo más civilizado puede resultar siendo de lo más bárbaro” según expresó un asistente, y como ejemplo de ello se afirmó en las conversaciones que la muerte social del otro –operando esta destrucción como una metáfora simbólica, como por ejemplo intenta hacer el mismo Karenin con Ana demandando el divorcio para condenarla al desprecio de la sociedad de San Petersburgo– es tan bárbara como si la liquidación del ser fuera total. Entonces, ¿a que llamamos lo civilizado y a que lo bárbaro?

“Mucho hay de conceptos y pocas vivencias en esta tertulia” comentó un asistente nuevo en este espacio, lo cual nos llevó a hacer una precisión respecto de nuestros cometidos en estas conversaciones, entre los cuales se resaltó este: lo que pretendemos no es más que tomarnos de la mano con las teorías y conceptos, desde los diferentes saberes, útiles para poner la vida en el orden de lo posible, de lo vivible, y no para construir explicaciones abstractas de las vivencias que no se han tenido. Lo anterior pues estamos convencidos de que otra vida distinta es posible, teniendo muy presente el recono-cimiento también de que con la vida suele suceder que se nos escapa cuando intentamos comprenderla, y que no está garantizada en la acumulación infinita de vivencias la reflexión posible sobre el vivir, el ser, el existir.

Ya para el cierre no resta destacar una particularidad de la sesión de este miércoles: de los asistentes que intervinieron con su palabra, casi todos cometieron por lo menos un lapsus cuando querían hablar de esos dos sentimientos humanos, nombrando el uno cuando querían hablar del otro. Fenómeno este que es muy curioso y que merecería alguna reflexión que no estaría de más.

determinarán y proyectarán las relaciones con los otros. Una herida a esa estructura suscita el odio; un encuentro de esa estructura con un otro que la dinamice, suscita el amor.

¿Con qué fuerzas sublimatorias, –fuerzas que re-direccionen el fin primero al que tiende el odio que es la aniquilación–, contamos los seres humanos para darle curso a ese sentimiento tan humano, o para recibir y dar trámite a los “nos” que recibimos del otro, por ejemplo de ése a quien amamos que ya no siente amor por nosotros?, ¿qué fuerzas hemos de conseguir y cómo valernos de ellas para afirmar la existencia contando con esos “nos” que duelen tanto? Sería muy interesante indagar por las condiciones sociales y subjetivas necesarias y útiles para poder hacer con el odio, llegada la vez que se sienta, la expresión civilizada de él y no la expresión suya que encuentra el fin en la disolución del ser del otro en la nada: que no vaya más allá de la desaparición metafórica del otro, “Es que no quiero saber más de vos, por favor no me busqués más”, “Entre vos y yo, un océano de pura nada de distancia, y ya.” Alexis Karenin, el esposo engañado en Ana Karenina, –novela que el Club de lectura el amor, la mujer y la locura está leyendo por estos días–, herido por la infidelidad de su esposa y que desea por ello su muerte, es un hombre inhabilitado para actuar el odio civilizado: él, hombre instaurado en la moral cristiana según la cual odiar es malo, y sólo odian las personas malas, (doctrina que hace una exigencia que desborda en

Santiago GutiérrezMiembro

Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA

mucho las posibilidades humanas), no quiere ser malo y no soporta odiar a Ana, y como no sea que consiga la paz para sí perdonando a Ana su falta, ejecutando una peripecia anímica que lo libere de esa situación, de modo que la presencia de ella pueda por lo menos resultarle tolerable, es probablemente un hombre que más fácilmente terminaría por causar la muerte de Ana, la física, la real, un hombre que estaría mejor dispuesto para actuar el odio bárbaro porque según esa moral, por principio, no podría darle lugar a ese sentimiento en su ser para luego intentar hacer algún trámite con él. ¿Hemos pues de seguir relacionándonos, en el amor, en la amistad, en la maternidad, en la paternidad, en las causas, contando con una moral religiosa?

¿Qué tipo de relaciones propone la sociedad nuestra a los integrantes suyos para que se vinculen entre sí? Hay formas del amor que pueden conducir más fácilmente al odio, por ejemplo la del amor apasionado-todo: si alguien que era todo para alguien deviene a ser nada, en esa transformación seguramente prende con mucha facilidad el odio. De ahí que sea muy difícil

«

»

¿Qué tipo de relaciones propone la sociedad nuestra a los integrantes

suyos para que se vinculen entre sí?

15

La conversación del miércolesCiclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación

omo cada primer sábado de mes, proyectamos una película que continúa en la línea abordada durante Cla pasada Conversación del miércoles: La pareja y

su potencial deslizamiento del amor al odio. La historia está basada en una obra del escritor norteamericano Edward Albee. Dramático relato que pone en evidencia el odio de dos seres, quienes alguna vez sintieron mutua atracción y le apostaron a un proyecto de vida juntos, pero un proyecto que, más que en el fortalecimiento del amor, estaba cimentado en el logro de unos intereses propios. Marta es hija del director del Departamento de Historia de una universidad y está casada con George, quien es profesor en el mismo departamento. Él era considerado inicialmente como posible sucesor en la dirección, pero no demostró el suficiente talento y quedó relegado a continuar siendo profesor. Ella había soñado con ser la esposa de un hombre importante: el director, y él calculaba que ese matrimonio le allanaría el camino a un porvenir prestigioso.

Y dieciséis años después, asistimos al desgarrador espectáculo de dos seres atrapados por el

odio, que intercambian, en absurdos juegos psicológicos, ironías, insultos, agresiones, humillaciones, amenazas, durante los cuales parecen mezclar realidad y fantasía; lo que nos muestra la película es sólo una noche en la vida de esos dos seres desgraciados, cuando han invitado a casa una pareja, aparentemente feliz, pero a la que, con inexplicable crueldad, terminan involucrando en sus juegos y desnudando esos puntos débiles en que también fundaron su unión: el interés de él en el dinero que ella heredaría de su padre, un pastor religioso, y el deseo de ella por un hijo, que le generó un embarazo histérico, y su posterior fracaso en el intento de tenerlo una vez casada.

Como anotaba un asistente, las máscaras caen; se desnudan esas almas para dejar ver frustraciones, odios, manipulación, intereses mezquinos. Dos parejas que fundaron el éxito de su relación en dos deseos: el éxito y los hijos; en George y Marta, el peso del fracaso da origen a ese odio mutuo que busca la destrucción del otro y en medio de las mentiras que se fabrican para mantener con vida esa unión, crean la de un hijo imaginario, figura a la que se aferran con desesperación y que parece ser lo único

Cine en conversación

Sábado 8 de junio de 2013Auditorio CorpoZULETA Película: ¿Quién le teme a Virginia Woolf?

Director: Mike NicholsAño: 1966

Escena de la película “¿Quién le teme a Virginia Woolf?” en Cine en Conversación

16

La conversación del miércolesCiclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación

relaciones sociales, y sobre todo, ante la presencia de cualquier agente des-inhibidor, emergen con frecuencia todas aquellas pasiones que se habían mantenido ocultas.

¿Y cómo no pensar en el modelo de familia? Si su construcción está supeditada al éxito económico, o a la existencia de los hijos, y no se dan esas condiciones, ¿sobre qué se sostendrá entonces esa institución? Pero también, ¿para llegar al odio, será condición necesaria que haya existido amor? Interrogantes no fáciles de responder y que suscitan profundas reflexiones.

Finalmente, no podemos pasar por alto la soberbia actuación de estos dos gigantes de la pantalla: Elizabeth Taylor y Richard Burton, quienes a la sazón protagonizaban también una tormentosa relación que pasó por dos matrimonios y sus respectivos divorcios. Liz, como siempre se le conoció, ganó en 1966, el Óscar a la mejor protagonista. La atmósfera tensa, que por dos horas logran mantener los dos personajes alcanza al espectador, que termina exhausto ante tal despliegue de violencia psicológica. También Sandy Dennis, en el papel de Honey, la esposa de Nick, recibió el Óscar como mejor actriz de reparto. Una película que difícilmente olvidaremos por la intensidad de su drama.

Beatriz FlórezMiembro

Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA

que los une. Pero Marta rompe ese pacto secreto de no hablar del hijo con extraños y eso desencadena lo que parece la batalla final. La violencia psicológica que alcanzan estos dos personajes nos recuerda las palabras de Carlos Mario en su pasada conferencia: “El odio es el empuje que nos lleva a la destrucción de un otro específico, sin que en esta acción prevalezca, nece-sariamente, el interés propio”. Pero además de ese odio feroz que se profesan, hay una alta dosis de heridas narcisistas que yacen en lo profundo, causadas por el rompimiento de una imagen exitosa que se tenía de sí mismo y que al no lograr concretarse, deviene en humillación. Ante tales sentimientos destructores, sólo aparece una relación que podríamos calificar de sadomasoquista.

Entonces, ¿qué hacer con el odio? Porque este sentimiento puede aflorar en cualquier momento en el individuo. Recordemos otras palabras de Carlos Mario: podemos optar por el odio “civilizado”, que inscribe esa fuerza en lo simbólico y así aleja la posibilidad de desaparecer físicamente al otro, reemplazando esta opción por su desaparición metafórica. La indiferencia es un arma para borrar al otro simbólicamente. Por el contrario, el desconocer el odio como un sentimiento que puede habitarnos en cualquier momento, nos hace adoptar una posición moralizante, en donde de un lado estarían los buenos, aquellos que jamás lo alojan en su alma, y los malos que sí lo admiten.

Pero no sólo en el ámbito de la pareja se pueden presentar escenarios semejantes; también en nuestras

El Plan Municipal de Lectura es concebido como una hoja de ruta sobre la cual se trazan los lineamientos iniciales para el desarrollo de estrategias que posibiliten la promoción de la lectura y la escritura en Medellín, así como el fortalecimiento del sector del libro en la ciudad. Su objetivo es disponer las acciones y los escenarios para promover la lectura y la escritura en Medellín, como prácticas para la formación, el esparcimiento, el acceso a la información y la apropiación de una cultura escrita; de tal manera que se potencie en la comunidad el ejercicio de una ciudadanía solidaria, crítica y participativa que contribuya al mejoramiento de la calidad de vida.

El Plan de Lectura y Escritura se encuentra enmarcado en el Acuerdo Municipal 79 de 2010 y su Decreto reglamentario 0917 de 2011, los cuales se articulan con las líneas estratégicas del plan de Gobierno 2012- 2015, propendiendo así por una sociedad que disponga las acciones y los escenarios para promover la lectura y la escritura en Medellín, como prácticas para la formación, el esparcimiento, el acceso a la información y la apropiación de una cultura escrita, de tal manera que se potencie en la comunidad el ejercicio de una ciudadanía solidaria, crítica y participativa que contribuya al mejoramiento de la calidad de vida.

También apoyan:

Boletín de La conversación del miércoles

Edición del 19 de junio de 2013Revisión editorial y diagramación:Vincent Restrepo

La conversación del miércolesCiclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación

Pensador de referencia

Eurípides (480 a. C. - 406 a. C.) fue uno de los tres grandes poetas trágicos griegos de la antigüedad, junto con Esquilo y Sófocles. Nació en Flía, aldea del Ática central. Se sabe que fue alumno de Anaxágoras de Clazómene, Protágoras, Arquelao, Pródico y Diógenes de Apolonia. Odiaba la política y era amante del estudio, para lo que poseía su propia biblioteca privada, una de las más completas de toda Grecia. Durante un tiempo estuvo interesado por la pintura, coincidiendo con el apogeo del pintor Polignoto en Atenas. Fue amigo de Sócrates, el cual, según la tradición, sólo asistía al teatro cuando se representaban obras de Eurípides. En 408a.C., decepcionado por los acontecimientos de su patria, implicada en la interminable Guerra del Peloponeso, se retiró a la corte de Arquelao I de Macedonia, muriendo dos años después en Pella.

Organiza:

«Medea.—Mujeres corintias, he salido de mi mansión, porque no me censuréis. Pues sé que muchos mortales son soberbios por naturaleza: a unos los vi con mis propios ojos; otros existen en casas ajenas. Pero ellos, por su andar calmoso, adquirieron mala fama de indolencia. Pues la justicia no habita en los ojos de los mortales que, antes de conocer claramente los sentimientos de un hombre, le odian sólo con verlo, sin haber sufrido injusticia alguna. (...) A mí, esta situación inesperada que me ha sobrevenido, me tiene destrozada el alma. Perdida me veo, y, al perder la alegría de vivir, quiero morir, amigas, pues quien sabía claramente que lo era todo para mí, mi marido, se ha convertido en el peor de los hombres.»

Próxima conferencia: Hablar de la pareja en tiempos del

goce de la mujer

Miércoles 3 de julio. 6:30 p.m. Auditorio Alfonso Restrepo MorenoComfama San Ignacio (cuarto piso)

Información e imagen tomadas de http://es.wikipedia.org/wiki/Eur%C3%ADpides

MedeaEurípides

Evento apoyado por el Ministerio de Cultura - Programa Nacional de Concertación Cultural