Bloque 7. La Restauración Borbónica: implantación y ... · La pérdida de las últimas colonias...

17
1 Bloque 7. La Restauración Borbónica: implantación y afianzamiento de un nuevo Sistema Político (1874-1902). 1. Teoría y realidad del sistema canovista: 1.1. La inspiración en el modelo inglés, la Constitución de 1876 y el bipartidismo 1.2. El turno de partidos, el caciquismo y el fraude electoral. 1.3. La oposición al sistema: catalanismo, nacionalismo vasco, regionalismo gallego, el caso andaluz y el valenciano, el movimiento obrero 1.4. Los éxitos políticos: 1.4.1.Estabilidad y consolidación del poder civil 1.4.2.La liquidación del problema carlista 1.4.3.La solución temporal del problema de Cuba. 2. La pérdida de las últimas colonias y la crisis del 98 2.1. La guerra de Cuba y con Estados Unidos 2.2. El Tratado de París 2.3. El regeneracionismo 2.4. El caciquismo en Andalucía. INTRODUCCIÓN La Restauración constituye un largo período de la historia de España que se extiende desde el pronunciamiento de Martínez Campos en 1874 hasta el golpe de estado protagonizado por el general Primo de Rivera en 1923. Tras el golpe del general Pavía (3 de enero de 1874), el general Serrano encabezó el gobierno y dedicó todos sus esfuerzos a poner término a la guerra carlista. Sin embargo, el principal problema para el gobierno de Serrano estaba en el “partido alfonsino”, acaudillado por Antonio Cánovas del Castillo, historiador, conservador, que venía defendiendo la restauración de la monarquía constitucional en la persona del hijo de Isabel II, Alfonso XII, por entonces cadete en la academia militar de Sandhurst (Inglaterra) y sobre el que había abdicado en 1870. Junto al “partido alfonsino” otros elementos jugaban a favor del cambio. Así, la burguesía catalana, los círculos ligados al negocio con las colonias, sobre todo con Cuba, y los cuadros alfonsinos del Ejército estaban por la restauración de la dinastía borbónica. Ciertamente, contra el parecer de Cánovas del Castillo de ir a la restauración monárquica por la vía legal, el general Martínez Campos, el 29 de diciembre de 1874, proclamó en Sagunto a Alfonso XII, acto que fue secundado por las demás guarniciones del país. El 31 de diciembre se constituía el llamado ministerio de regencia bajo la presidencia de Cánovas. El 9 de enero de 1875, era confirmado este gobierno por Alfonso XII, recién desembarcado en Barcelona. Alfonso XII, tras un primer matrimonio con su prima M.ª de las Mercedes de Orleans, que falleció a los pocos meses, volvió a casarse, ahora con M.ª Cristina de Habsburgo, con la que tuvo dos hijas, encontrándose encinta en el momento de la muerte del rey en 1885, estableciéndose, por ello, la regencia de M.ª Cristina (1885- 1902). Por lo tanto, vemos como tras la efímera república, se restauró la monarquía con Alfonso XII como resultado de una doble acción, una civil encabezada por Antonio Cánovas del Castillo, y una militar, representada por el pronunciamiento del general Martínez Campos. En este sistema conservadores y liberales se alternaban en el poder, pero fueron ganando fuerza republicanos, nacionalistas, socialistas y anarquistas. 1. Teoría y realidad del sistema canovista: 1.1. La inspiración en el modelo inglés, la Constitución de 1876 y el bipartidismo

Transcript of Bloque 7. La Restauración Borbónica: implantación y ... · La pérdida de las últimas colonias...

1

Bloque 7. La Restauración Borbónica: implantación y afianzamiento de un

nuevo Sistema Político (1874-1902).

1. Teoría y realidad del sistema canovista:

1.1. La inspiración en el modelo inglés, la Constitución de 1876 y el bipartidismo

1.2. El turno de partidos, el caciquismo y el fraude electoral.

1.3. La oposición al sistema: catalanismo, nacionalismo vasco, regionalismo gallego, el caso andaluz y el

valenciano, el movimiento obrero

1.4. Los éxitos políticos:

1.4.1. Estabilidad y consolidación del poder civil

1.4.2. La liquidación del problema carlista

1.4.3. La solución temporal del problema de Cuba.

2. La pérdida de las últimas colonias y la crisis del 98

2.1. La guerra de Cuba y con Estados Unidos

2.2. El Tratado de París

2.3. El regeneracionismo

2.4. El caciquismo en Andalucía.

INTRODUCCIÓN

La Restauración constituye un largo período de la historia de España que se extiende desde el pronunciamiento de

Martínez Campos en 1874 hasta el golpe de estado protagonizado por el general Primo de Rivera en 1923.

Tras el golpe del general Pavía (3 de enero de 1874), el general Serrano encabezó el gobierno y dedicó todos sus

esfuerzos a poner término a la guerra carlista. Sin embargo, el principal problema para el gobierno de Serrano

estaba en el “partido alfonsino”, acaudillado por Antonio Cánovas del Castillo, historiador, conservador, que venía

defendiendo la restauración de la monarquía constitucional en la persona del hijo de Isabel II, Alfonso XII, por

entonces cadete en la academia militar de Sandhurst (Inglaterra) y sobre el que había abdicado en 1870.

Junto al “partido alfonsino” otros elementos jugaban a favor del cambio. Así, la burguesía catalana, los círculos

ligados al negocio con las colonias, sobre todo con Cuba, y los cuadros alfonsinos del Ejército estaban por la

restauración de la dinastía borbónica. Ciertamente, contra el parecer de Cánovas del Castillo de ir a la restauración

monárquica por la vía legal, el general Martínez Campos, el 29 de diciembre de 1874, proclamó en Sagunto a Alfonso

XII, acto que fue secundado por las demás guarniciones del país. El 31 de diciembre se constituía el llamado

ministerio de regencia bajo la presidencia de Cánovas. El 9 de enero de 1875, era confirmado este gobierno por

Alfonso XII, recién desembarcado en Barcelona.

Alfonso XII, tras un primer matrimonio con su prima M.ª de las Mercedes de Orleans, que falleció a los pocos meses,

volvió a casarse, ahora con M.ª Cristina de Habsburgo, con la que tuvo dos hijas, encontrándose encinta en el

momento de la muerte del rey en 1885, estableciéndose, por ello, la regencia de M.ª Cristina (1885- 1902).

Por lo tanto, vemos como tras la efímera república, se restauró la monarquía con Alfonso XII como resultado de

una doble acción, una civil encabezada por Antonio Cánovas del Castillo, y una militar, representada por el

pronunciamiento del general Martínez Campos.

En este sistema conservadores y liberales se alternaban en el poder, pero fueron ganando fuerza republicanos,

nacionalistas, socialistas y anarquistas.

1. Teoría y realidad del sistema canovista:

1.1. La inspiración en el modelo inglés, la Constitución de 1876 y el bipartidismo

2

El 1 de diciembre de 1874, Alfonso de Borbón había proclamado en el Manifiesto de Sandhurst (nombre de la

academia militar británica donde estudiaba el heredero al trono) su voluntad de convertirse en rey de España

siguiendo un ideario católico, liberal y constitucional.

La declaración del futuro Alfonso XII no habría sido posible sin el apoyo de Antonio Cánovas del Castillo, quien en

1872 se había situado al frente de las filas alfonsinas y había desplegado una intensa campaña de propaganda a

favor del restablecimiento borbónico. Cánovas era un político de ideología liberal-conservadora, principios sobre

los que construyó el sistema de la Restauración.

Cánovas era partidario de mantener a los Borbones y el viejo sistema liberal antidemocrático basado en el sufragio

censitario. Defendía la idea moderada de la soberanía compartida de Rey y Cortes, en un punto intermedio entre

el Antiguo Régimen y la monarquía democrática de 1869.

Sin embargo, era consciente de que era necesario renovar el agotado programa de los moderados. Estas eran las

novedades que propuso:

-Alfonso XII debía reemplazar a la impopular Isabel II. Cánovas consiguió que la reina renunciara a sus derechos al

trono en 1870.

-Había que terminar con las continuas intervenciones del Ejército, fuente continua de inestabilidad política.

-Había que crear un sistema bipartidista basado en dos partidos burgueses que pacíficamente se fueran turnando

en el poder. Estos dos partidos serían el que él creo, el Partido Conservador, que debía sustituir al agotado partido

Moderado, y el Partido Liberal, dirigido por el antiguo progresista Práxedes Mateo Sagasta.

Los primeros meses que medían entre la formación del primer gobierno de Cánovas y la aprobación de la

Constitución de 1876 constituyeron una etapa clave en la conformación del nuevo régimen.

Cánovas buscaba asentar la monarquía; elaborar una Constitución que permitiera gobernar a partidos políticos

distintos y que acabara, como medio para alcanzar el poder, con los pronunciamientos y las intervenciones

militares.

Hasta 1881, los conservadores, dirigidos por Cánovas, dominan la vida política. Se habla, para esta época, de

“dictadura de Cánovas”, aunque ello no quiere decir que Cánovas asumiera poderes excepcionales, simplemente

durante esta etapa Cánovas centra su atención en la consolidación del régimen dentro de sus esquemas políticos.

La política de reducción de libertades, de control y centralización caracteriza a este momento y se plasma en las

medidas que afectaban a la libertad de expresión; de imprenta; de reunión; de cátedra y, en cuanto al centralismo

administrativo, se determinó que en las poblaciones de más de 30.000 habitantes los alcaldes serían nombrados

por el rey. En fin, por la ley electoral de 1878 se volvía al sufragio restringido o censitario.

Durante esta etapa se logra poner fin a los conflictos bélicos legados por el Sexenio: la guerra

carlista (1876) y la guerra de Cuba (1878)

LA CONSTITUCIÓN DE 1876

Por decreto de 31 diciembre de 1875 se convocan elecciones a Cortes constituyentes, de acuerdo con la ley

electoral de 1870, por tanto, por sufragio universal. Con ello, Cánovas, hábilmente, buscaba la aprobación de los

progresistas a la futura Constitución. Las elecciones tuvieron lugar en enero de 1876. Hubo una gran abstención,

pero el gobierno se aseguró el triunfo con un 81% de los diputados. Elaborada por una Comisión, la Constitución

fue aprobada por las Cortes en el mes de mayo de 1876.

La Constitución de 1876 ofrece un cierto eclecticismo:

• Al reunir las influencias de las Constituciones moderada de 1845 (al mantener el principio de la soberanía

compartida, planteamiento que lleva a dar al monarca un gran protagonismo en el sistema político)

3

• Y la influencia de la Constitución democrática de 1869 (al incorporar bastantes de los derechos individuales

reconocidos por aquélla, aunque su desarrollo posterior en leyes orgánicas permitía una visión, según el color del

gobierno, más restrictiva o más avanzada).

• Cánovas, por tanto, tuvo que transigir para conseguir la aceptación de la nueva Constitución por otras fuerzas

políticas. Así, la determinación del derecho de sufragio quedó sin cerrar. El artículo 28 se remitía en tal materia al

“método que determine la ley”. Así, Cánovas, por una ley electoral de 1878 restableció el sufragio restringido y,

más tarde, Sagasta, en 1890, recuperó el sufragio universal.

• Otro punto importante, que suscitó encendidas polémicas, fue la cuestión religiosa. El Congreso se dividió entre

defensores de la unidad católica y los de la tolerancia dentro de la línea de la Constitución de 1869; al final se llegó

a una fórmula intermedia: la Constitución estableció un Estado confesional, aunque permitió el ejercicio privado de

otras religiones.

• En relación a la división de poderes, el rey ejerce el poder ejecutivo a través del gobierno. Las Cortes eran

bicamerales. El Senado o Cámara alta estaba integrado por tres clases de senadores: por derecho propio, vitalicios

y elegidos. La Cámara baja o Congreso de los Diputados, como ya se ha visto, la Constitución remitía a una ley

electoral la amplitud del censo y el procedimiento de elección de aquéllos.

• Poder legislativo compartido con las Cortes: Derecho de veto absoluto sobre las leyes aprobadas por las Cortes y

poder de convocar, suspender o disolver las Cortes. El monarca se convertía en el árbitro del sistema. El Gobierno

necesitaba de la doble confianza del rey y de las Cortes

En resumen, aunque la Constitución es de carácter moderado, doctrinaria, es lo suficientemente elástica como para

ser aceptada por los progresistas. Con ello se trataba de evitar, para lo sucesivo, que cada partido pretendiese

implantar “su” propia Constitución tan pronto llegase al poder.

Estos rasgos convirtieron al régimen de la Restauración en un modelo controlado por las élites políticas, sociales y

económicas, sin vocación de extender la participación política al conjunto de la sociedad. Tal circunstancia fue

posible por la debilidad de la oposición alternativa:

◦ -El movimiento obrero todavía estaba en sus inicios, y además fue reprimido.

◦ -El republicanismo se encontraba dividido y debilitado por el fracaso de la Primera República.

◦ -Los nacionalismos catalán y vasco aún no habían adquirido la consistencia política necesaria.

EL BIPARTIDISMO Y EL TURNISMO

El sistema político de la Restauración se basaba en la existencia de dos grandes partidos, el conservador y el liberal,

que coincidían ideológicamente en lo fundamental: defendían la monarquía, la Constitución de 1876, la propiedad

privada y la consolidación del Estado liberal, unitario y centralista. Ambos eran partidos de minorías, de notables,

que contaban con periódicos, centros y comités distribuidos por el territorio español. La extracción social de las

fuerzas de ambos partidos era bastante homogénea y se nutría básicamente de las élites económicas y de la clase

media acomodada, aunque era mayor el número de terratenientes entre los conservadores y el de profesionales

entre los liberales.

Hasta 1898, el sistema de la Restauración se basó en la alternancia pactada y pacífica entre:

• El Partido Conservador se organizó alrededor de su líder, Antonio Cánovas del Castillo, y aglutinó a los sectores

más conservadores y tradicionales de la sociedad (a excepción de los carlistas y los integristas más radicales).

• El Partido Liberal tenía como principal dirigente a Práxedes Mateo Sagasta y reunió a antiguos progresistas,

unionistas y algunos ex republicanos moderados.

Las diferencias entre ambos partidos eran:

• Los conservadores se mostraban más de acuerdo con el inmovilismo político, con la defensa de la Iglesia.

4

• Los liberales estaban más a favor del reformismo de carácter progresista y laico.

En la práctica, la actuación de ambos partidos en el poder no se diferenciaba mucho ya que existía un acuerdo entre

ellos de no promulgar nunca una ley que forzase al otro partido a derogarla cuando regresase al gobierno. El

objetivo era asegurar la estabilidad del Estado.

Las normas de funcionamiento de esta alternancia política eran:

-La fuerza política más votada recibía la orden del rey de formar gobierno.

-Cuando el partido en el poder perdía la confianza de las Cortes, el rey mandaba llamar al líder de la oposición a

formar un nuevo gobierno.

-Cuando esto ocurría, el nuevo jefe del gobierno convocaba elecciones con el objetivo de tener una mayoría

parlamentaria que le asegurase ejercer el poder de manera estable.

-El fraude en los resultados y los métodos caciquiles aseguraban que estas elecciones fuesen siempre favorables al

gobierno que las convocaba.

La aceptación de Sagasta del modelo diseñado por Cánovas prueba la habilidad política de este, capaz de asimilar

en su sistema a parte de los sectores sociales identificados con los principios políticos de 1869. Sagasta presidió el

Gobierno por primera vez entre 1881 y 1883, y lo consolidó gracias a una intensa labor legislativa tendente a

modernizar el Estado. Promovió la Ley de Asociaciones (que permitió el arranque del movimiento sindical), amplió

las libertades de prensa y la tolerancia con los adversarios políticos, promulgó el Código Civil en 1889 y, en 1890,

restableció el sufragio universal masculino.

El modelo alcanzó su máximo desarrollo en 1885, cuando, tras la prematura muerte de Alfonso XII, conservadores

y liberales firmaron el Pacto del Pardo, por el que acordaron el turno de partidos. Esta situación se mantuvo durante

la regencia de María Cristina de Habsburgo y la minoría de edad de Alfonso XIII (1885-1902).

1.2. El turno de partidos, el caciquismo y el fraude electoral.

La alternancia en el gobierno se llevó a cabo a través de un sistema electoral corrupto y manipulador que no dudaba

en comprar votos, falsificar actas y medidas de presión sobre el electorado, valiéndose de la influencia y del poder

económico de determinados individuos sobre la sociedad (caciquismo).

El control del proceso electoral se ejercía a partir de varias instituciones: el ministro de la Gobernación, los

gobernadores civiles, los alcaldes y los caciques locales. El lado más negativo de la Restauración fue la restricción

de la participación ciudadana. La práctica política estuvo dominada por este caciquismo, asumido por Cánovas y

Sagasta como forma de estabilidad política.

En una España esencialmente rural, el caciquismo, basado en las relaciones de dominación clásicas del campo,

significó el control de los resultados electorales.

El cacique, actuaba como mediador para lograr favores para una provincia, una comarca, una localidad, un grupo o

un individuo (la construcción de una carretera, la edificación de una escuela, la obtención de un puesto en la

administración, etc.). Cuando había elecciones, el cacique movilizaba a sus clientes, que, para obtener el máximo

número de votos en la zona, compraban o presionaban a los electores y a los poderes locales (juez, gobernador,

Guardia Civil), falseaban las listas electorales o manipulaban los votos obtenidos. El conjunto de prácticas

fraudulentas en las elecciones recibió la denominación de pucherazo.

El caciquismo fue usado para evitar que doctrinas ajenas a la Restauración entraran en los núcleos rurales, ya que

el sistema de alternancia distribuía los escaños en un juego conocido como encasillado.

El caciquismo provocó que un sector importante de las clases populares no votase en las elecciones, ya que las

consideraba una farsa inútil. Ahora bien, este sistema era más eficaz en las áreas rurales, apolíticas y

desmovilizadas, que, en las urbanas, donde la opinión pública y los votos eran difíciles de controlar.

5

1.3. La oposición al sistema: catalanismo, nacionalismo vasco, regionalismo gallego, el caso andaluz y el

valenciano, el movimiento obrero

El sistema político de la Restauración se benefició de la debilidad de la oposición, compuesta por un heterogéneo

grupo de formaciones: carlistas, republicanos, socialistas, anarquistas, catolicismo social y nacionalistas

Los carlistas

Se encontraban a la derecha del sistema, seguía siendo contrario al régimen liberal y estaba a favor de los valores

religiosos, de la monarquía tradicional y de los fueros. Tras su derrota en 1876 se dividieron en dos grupos: los que

rechazaban el régimen y no colaboraron con él, y los que creyeron más conveniente formar un partido político y

luchar dentro de la legalidad. Así, en 1888, un grupo de carlistas se separó y formó el Partido Integrista, para sus

miembros los carlistas no parecían bastante católicos.

Los republicanos

Se encontraban a la izquierda del sistema y estaban también muy desunidos tras la experiencia del Sexenio

Democrático, por diferencias doctrinales (federalistas o unionistas), estratégicas (reformas legales o insurrección)

y también por rivalidades personales. Castelar lideraba el grupo de los posibilistas, que colaboraron con el partido

de Sagasta (dentro del régimen), lo cual constituía, a su juicio, la única opción posible. El grupo encabezado por Ruiz

Zorrilla, sin embargo, organizó un pronunciamiento militar que fracasó (1886). Por su parte, Salmerón y Pi i Maragall

estaban divididos por su concepción de la república: Salmerón dirigía el grupo de los que querían una república

unitaria, mientras que la facción de Pi i Maragall aspiraba a una república federal. Ambos grupos tenían una gran

influencia entre las clases medias y los trabajadores urbanos; cuando se unían lograban mayorías electorales, como

sucedió en Madrid, Barcelona y Valencia en 1893.

En total hubo cuatro corrientes, desapareciendo sus líderes en torno al cambio de siglo: Ruíz Zorrilla, en 1895;

Castelar, en 1899; Pi y Margall, en 1901 y Salmerón, en 1908.

Con ellos desaparecía el republicanismo histórico y se abría otra nueva etapa en la que el republicanismo español

debía definir su programa social y político.

Entre las opciones, roto el partido dirigido por Ruíz Zorrilla, el sector izquierdista logró su control y bajo la dirección

de su líder, Alejandro Lerroux, formó el Partido Radical Republicano, en 1908, llamado a tener un fuerte

protagonismo en Cataluña ya en el reinado de Alfonso XIII

El movimiento obrero

El movimiento obrero en España adquirió madurez y extensión organizativa a partir del Sexenio Democrático. Las

dos corrientes de la Internacional (la marxista y la anarquista) encontraron eco en España; pero fue sobre todo la

anarquista, por medio de la visita que Giuseppe Fanelli, discípulo de Bakunin, realizó a España, la que adquirió

mayor predicamento. Creó en 1870, en Madrid y Barcelona la sección española de la AIT (Federación Regional

Española).

La corriente marxista se aglutinó en torno a un núcleo madrileño que entró en contacto con Paul Lafargue, yerno

de Marx, en 1871. A los pocos días del golpe de Estado del general Pavía, un decreto disolvía las asociaciones

dependientes de la Asociación Internacional de Trabajadores y las obligaba a entrar en la clandestinidad.

A) El socialismo

El Socialismo, se limitaba en 1874 a unos reducidos núcleos de seguidores de las ideas de Marx, para quienes la

Asociación del Arte de Imprimir servía de refugio. En mayo de aquel año, Pablo Iglesias fue llamado a presidir en

Madrid la Asociación del Arte de Imprimir, que contaba con cerca de 250 miembros. Pablo Iglesias fue convenciendo

a sus compañeros de la necesidad de pasar a la acción y formar un partido hasta que, el 2 de mayo de 1879, con

ocasión de un banquete de fraternidad universal, celebrado en la calle Tetuán de Madrid, decidieron constituir el

Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y, además, crear una comisión encargada de redactar el programa y el

6

reglamento. En su ideario destacan los objetivos marxistas: la conquista del poder político por la clase trabajadora,

ya bien sea por la vía electoral (cosa improbable) o bien a través de la revolución obrera, tal y como había hecho la

burguesía. En el siguiente paso, con los obreros en el poder, se establecería una dictadura del proletariado con el

objetivo de desmontar el sistema capitalista y como paso previo hacia una sociedad sin clases sociales, sin

explotadores y explotados, objetivo final del marxismo.

Desde sus inicios quedó confirmado como un partido de clase, un partido exclusivamente obrero, que pretendía

enfrentarse a los partidos burgueses en la lucha por el poder a través de las elecciones.

En 1888 se crea el sindicato socialista, la UGT (Unión General de Trabajadores) en un Congreso celebrado en

Barcelona, al que siguió otro, en la misma ciudad, para celebrar el I Congreso del PSOE, cuyo objetivo era perfilar la

organización del partido.

En cuanto a zonas de influencia, el movimiento obrero español ofreció un fuerte contraste. El PSOE y la UGT

tuvieron en Madrid, Vizcaya y Asturias sus zonas de mayor influencia, en cambio, en Cataluña, Levante y Andalucía

predominará el anarquismo.

Siguiendo las directrices de la socialdemocracia, el partido decidió participar en los procesos electorales, lo que,

como consecuencia de los malos resultados, provocó que, decidieran aliarse con los republicanos. Esta alianza hizo

posible la Conjunción Republicanosocialista, que permitió a Pablo Iglesias ser elegido diputado en Cortes en 1910,

lo que le convirtió en el primer socialista en el Parlamento español.

B) El anarquismo

En 1874 la comisión federal anarquista vivía en la clandestinidad. Este fue su planteamiento dominante hasta 1881,

cuando Sagasta hizo que el anarquismo retornara a la legalidad. Las nuevas circunstancias trajeron una

recomposición de las geográficamente dispersas organizaciones para afrontar la nueva realidad, y el resultado fue

la fundación, en un Congreso celebrado en Barcelona, en 1881, de la Federación de Trabajadores de la Región

Española (La AIT anarquista se había creado en 1870 pero había pasado a la clandestinidad hasta 1881) y la

incorporación en masa de nuevos afiliados que ya podían inscribirse en una organización legal.

Sin embargo, la nueva organización se verá afectada por la fuerte represión que siguió al asunto de la Mano Negra

en el campo andaluz, que se había constituido como una organización secreta que, acusada de unos asesinatos,

llevó a la detención de cientos de personas en Jerez, Cádiz y Sevilla. En definitiva, se acusó de toda clase de crímenes

al anarquismo andaluz y se quiso ampliar la culpa a los componentes de la Federación de Trabajadores de la Región

Española.

A finales de siglo, los anarquistas seguían siendo enemigos de la acción política; pretendían destruir el orden

existente por medio del terrorismo y cometieron una serie de atentados, lanzando bombas en lugares públicos o

bien asesinando al presidente del gobierno, Cánovas de Castillo, en San Sebastián en agosto de 1897.

El anarquismo se autodefinió como apolítico y adoptó como estrategia la acción directa, es decir, al margen de la

actuación política, mediante actuaciones concretas con una marcada vocación propagandística. El objetivo era la

destrucción del Estado, la abolición de la propiedad privada y la implantación del comunismo libertario.

Desde 1900 se introdujo el ideario del sindicalismo revolucionario, que dio origen a la constitución de Solidaridad

Obrera y después al nacimiento de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), que se expandió rápidamente por

Cataluña y el campo andaluz.

C) El catolicismo social

Ante el avance del socialismo entre las clases trabajadoras, en 1891 el papa León XIII publicó la encíclica Rerum

novarum, que pretendía ser una alternativa social al margen de las ideologías obreras fijando los principios de la

doctrina social de la Iglesia, también conocida como catolicismo social. La Iglesia promovió la creación de círculos

católicos obreros, que lograron arraigo en el mundo rural

7

Los nacionalismos periféricos

A la oposición al sistema se sumaron los regionalismos y nacionalismos, cuyos objetivos eran, en algunos casos,

moderados (como la creación de instituciones propias o la consecución de la autonomía administrativa para las

regiones), y en otros, más radicales (lograr la independencia de sus territorios, a los que consideraban auténticas

naciones). Estos movimientos estaban motivados por la actitud centralizadora del sistema que ignoraba las

particularidades del territorio nacional.

a) El nacionalismo catalán (catalanismo).

Hacia 1830, dentro del contexto cultural del Romanticismo y en el marco de un Estado liberal español surgió en

Cataluña un amplio movimiento cultural y literario, conocido como la Renaixença. Su finalidad era la recuperación

de la lengua y de las señas de identidad de la cultura catalana, pero carecía de aspiraciones y de proyectos políticos,

siendo sus objetivos puramente culturales.

El nacionalismo político catalán surgió durante el Sexenio Democrático a través del federalismo de Pi i Margall, que

reivindicaba una Cataluña integrada en un conjunto de estados españoles federados. Ya durante la Restauración,

el ex republicano Valentí Almirall fundó el Centre Català (1882) para aglutinar a todos los catalanistas. El propio

Almirall redactó el “Memorial de Agravios” que fue presentado a Alfonso XII. En este documento hacía una defensa

de los intereses catalanes, a favor del mantenimiento del derecho civil catalán (por entonces se estaba procediendo

a la codificación del Código Civil español) y de la industria catalana (temerosa del librecambismo). Se denunciaba la

opresión de Cataluña y reclamaba la armonía de intereses entre las regiones españolas. Sin embargo, otros

escritores y pensadores eran partidarios de un nacionalismo catalán de signo tradicionalista, rural y antiliberal.

Más adelante se funda, en 1891, la Unió Catalanista intentó unificar todas las tendencias en torno a la burguesía

nacionalista, ilustrada y conservadora. De ella parte, en la asamblea celebrada en Manresa, la aprobación de las

llamadas Bases de Manresa (1892), con las que el regionalismo catalán se transforma en nacionalismo, recogía el

primer programa explícito de catalanismo e incluía un proyecto de Estatuto de Autonomía de carácter conservador

y tradicionalista. Considera a Cataluña como una entidad autónoma dentro de España, dotándola de competencias

propias separadas del poder central.

Tras la crisis de 1898 se acrecentó el interés entre parte de la burguesía catalana por tener su propia representación

política. Así en 1901 se formó el primer gran partido catalanista, la Lliga Regionalista liderada por Enric Prat de la

Riba y Francesc Cambó. En las elecciones generales de 1901, la Lliga triunfaba en Barcelona. También lograban

representación los republicanos de Lerroux.

Empezaban a establecerse, sencillamente, un nuevo periodo en la historia política de Cataluña: el turno de

conservadores y liberales empezaba a romperse por la competencia de regionalistas y republicanos.

b) El nacionalismo vasco.

La aparición del nacionalismo vasco se vio propulsado por el fuerismo y el proceso de industrialización. Los fueros

vascos, que permitían a las provincias vascas mantener una situación de gobierno y administración diferenciada

frente al resto del territorio español, tras la guerra carlista de 1872 a 1876, fueron abolidos por ley de 21 de julio

de 1876. En cuanto a la industrialización, con los cambios económicos y la llegada de inmigrantes, estaba afectando

a la tradicional identidad vasca. Los vascos estaban ahora sujetos al pago de impuestos y al servicio militar comunes

a todo el Estado. Se estipuló un sistema de “conciertos económicos” en 1878 que consistía en un cierto grado de

autonomía fiscal.

El ser un foco de industrialización favoreció la inmigración de otras zonas hacia el País Vasco lo que provocó una

fuerte reacción por parte de la sociedad vasca que actuó en defensa de su lengua y cultura propia. Para romper con

esta situación surge el nacionalismo vasco, creado por Sabino Arana (1865-1903), defensor de la cultura autóctona

vasca, consideraba que la inmigración ponía en peligro el euskera, las tradiciones y la etnia vasca. Al defender la

pureza racial del pueblo vasco, adquirió, sin embargo, una imagen xenófoba.

8

Sabino Arana formuló los principios del nacionalismo vasco y fundó el Partido Nacionalista Vasco(PNV) en 1894.

Sus principios se basaban en la raza vasca como una raza superior a la española, la defensa de los fueros y de la

religión. Dio el nombre de Euzkadi a su patria vasca y se declaró independentista con respecto a España. Esta

postura se suavizó tras su fallecimiento aceptándose la vía hacia la autonomía. A partir de 1898, el nacionalismo

vasco osciló entre el independentismo radical y la integración del País Vasco como entidad autónoma dentro de

España.

c) Galleguismo, valencianismo y andalucismo.

La sociedad gallega, a diferencia de la catalana o de la vasca, seguía siendo rural. El regionalismo fue más débil y

tardío en Galicia. Una minoría responsabilizaba al gobierno central de la situación de atraso en la que vivía Galicia

y que obligaba a su población a emigrar. Fue durante la última etapa de la Restauración cuando el galleguismo fue

adquiriendo un carácter más político, aunque siempre fue minoritario.

Más débiles resultaron los movimientos valenciano y andaluz. El valencianismo no solo rechazó el centralismo

español, sino también el nacionalismo catalán (consideraba a los valencianos parte de la misma comunidad

lingüística y cultural). En Andalucía empezó a forjarse un andalucismo alrededor del Ateneo de Sevilla al que Blas

Infante dio un gran impulso a partir de 1910.

1.4. Los éxitos políticos:

1.4.1. Estabilidad y consolidación del poder civil

El objetivo prioritario de Cánovas del Castillo con la restauración monárquica en la figura de Alfonso XII era

la creación de un sistema político estable y basado en orden social. En este sentido, Cánovas recogía el sentir

mayoritario de la burguesía de finales del siglo xix, hastiada de experimentos políticos y temerosa de una

radicalización social que amenazara sus propiedades y privilegios.

El sistema ideado por Cánovas, inspirado en el modelo inglés y en la tradición del liberalismo moderado

español, podría ser corrupto y antidemocrático, pero dio estabilidad política a la vida del país; una estabilidad

basada, como se ha visto en la unidad anterior, en tres pilares: la Constitución de 1876, cuya elasticidad permitía el

ejercicio del poder a gobiernos con programas distintos; el bipartidismo, que había aglutinado las principales

corrientes políticas del momento en torno a dos partidos principales; y la práctica del turno, que permitía la

alternancia pacífica de gobiernos conservadores y liberales.

Por otra parte, ante la facilidad con que los dos partidos podían acceder al gobierno, fue desapareciendo el

recurso al pronunciamiento militar para provocar el cambio político, aunque hasta 1886 se produjeron algunos

intentos fallidos de signo republicano. De este modo, junto a la estabilidad política se consiguió también la

consolidación del poder civil.

9

1.4.2. La liquidación del problema carlista

La tercera guerra carlista, iniciada en 1872 durante el reinado de Amadeo de Saboya, entró en su fase final por

varios motivos:

a) El propio desgaste militar de las tropas carlistas.

b) La nueva situación política, que recuperó para el bando gubernamental a quienes habían apoyado el carlismo

solo como actitud de rechazo a la orientación política del Sexenio.

c) La mayor capacidad militar del nuevo régimen, con campañas decisivas como la ofensiva en el Maestrazgo, que

culminó con la toma de Cantavieja (julio de 1875); la dominación de Cataluña, con la ocupación de La Seo de Urgel

(agosto de 1875); y la liquidación de la guerra en el Norte, con la toma de Montejurra y la entrada en Estella (febrero

de 1876.)

La guerra finalizó cuando el pretendiente al trono, Carlos VII, cruzó la frontera de Francia en febrero de 1876. El

carlismo como amenaza militar desapareció definitivamente, después de casi medio siglo de luchas intermitentes,

y con este nuevo logro se consolidó aún más el sistema político canovista.

1.4.3. La solución temporal del problema de Cuba.

Tras la aprobación de la Constitución de 1876, y con ella el asentamiento definitivo de la monarquía alfonsina, se

crearon las condiciones para reforzar en Cuba la fuerza militar española, por lo que se decidió enviar al general

Martínez Campos con un ejército de 25.000 hombres.

En el curso de 1877, Martínez Campos combinó en su ofensiva las victorias militares con gestiones políticas para

solucionar el conflicto. Fruto de su labor fue la Paz de El Zanjón (febrero de 1878), que finalizó la guerra y ofreció

algunas concesiones a los rebeldes cubanos:

A) Se mejoraron las condiciones políticas y administrativas de la isla, asemejándolas a las de Puerto Rico

(más favorables).

B) Se concedió una amplia amnistía, que incluía el indulto a los insurrectos y a los desertores españoles,

libertad para los es-clavos de las filas rebeldes y facilidades para que abandonara la isla quien lo deseara.

Pero en este caso el problema de fondo no quedó resuelto, sino aplazado. De hecho, al cabo año y medio estalló

una nueva revuelta, conocida como Guerra Chiquita (1879), que fue reducida con facilidad, y en los últimos años

del siglo se desencadenó la definitiva guerra de independencia de Cuba (1895-1898).

2. La pérdida de las últimas colonias y la crisis del 98

En 1898, España fue vencida por Estados Unidos. La derrota supuso la pérdida de las últimas posesiones

ultramarinas en Cuba, Puerto Rico y Filipinas, y significó un durísimo golpe para la opinión pública española, dando

lugar a la llamada crisis del 98. Pero esta interpretación, que condicionó política e intelectualmente la evolución del

país en el primer tercio del siglo XX, pecó de excesivo particularismo, pues la crisis española fue equiparable a la

vivida por otros países europeos en el fin de siglo.

ANTECEDENTES. CAUSAS.

Tras la independencia de la mayor parte del imperio a inicios del siglo XIX sólo las islas antillanas de Cuba y Puerto

Rico, y el archipiélago de las Filipinas en el sudeste asiático continuaron formando parte del imperio español.

• Cuba y Puerto Rico basaban su economía en la agricultura de exportación, esencialmente basada en el azúcar de

caña y el tabaco, en la que trabajaba mano de obra negra esclava. Eran unas colonias que alcanzaron un importante

desarrollo y que eran muy lucrativas para la metrópoli.

10

Cuba se convirtió en la primera productora de azúcar del mundo. Desde 1837, Cuba y Puerto Rico estaban

gobernadas por leyes que otorgaban un control absoluto al capitán general de cada isla. Esto molestaba a las élites

criollas, lo que planteó en Cuba una posible incorporación a Estados Unidos.

• El caso de Filipinas era bien diferente. Aquí la población española era escasa y muy pocos capitales invertidos. El

dominio español se sustentaba en una pequeña presencia militar y, sobre todo, en el poder de las órdenes

religiosas.

• Desde 1868, las insurrecciones cubanas estuvieron motivadas por la conciencia independentista de los isleños.

Cuba y Filipinas estaban sometidas al poder centralista de España, no tenían autonomía administrativa, ni derechos

políticos de representación y también estaban sometidas económicamente.

2.1. La guerra de Cuba y con Estados Unidos (octubre 1868-1878):

En 1868 estalló una revuelta dirigida por Manuel Céspedes, el Grito de Yara, que, aunque tenía un carácter

anticolonialista, antiesclavista y de liberación nacional, ayudó a que el sentimiento de nacionalismo se afianzara y

adquirió un matiz secesionista.

Las crisis económicas mundiales de 1857 y 1866, habían dejado de sentir con fuerza sus efectos en la economía del

país al provocar la caída de los precios del azúcar. También afectó a la economía la supresión casi total de los

créditos, en momentos en que se exigía un intenso proceso inversionista para modernizar técnicamente la

producción azucarera. Sin embargo, España no hacía caso de estas necesidades económicas de la Isla. Sacudida

también por los efectos de la crisis económica, trató de resolver sus dificultades a costa de sus colonias. (Recordad

la situación política de España en los últimos años del Reinado de Isabel II (política de prestigio del período

Unionista) y con el Sexenio Democrático. Los cubanos veían que el dinero se gastaba en otras cosas y que además

no tenían un poder político real)

La colonia era mantenida como una mera fuente de ingresos fiscales y los cubanos estaban desprovistos de todo

tipo de derechos políticos. La contradicción entre la colonia y la metrópoli se hacía cada vez más aguda, colocándose

en un primer plano. El sistema colonial español se había convertido en una insalvable traba para el

desenvolvimiento de Cuba, pero todavía los cubanos albergaban la esperanza de que, ante esta realidad, España

concediera algunas reformas, y así le fueron solicitadas ante la Junta de Información, en 1867.

La negativa de la Junta de Información de hacer reformas evidenciaba la miopía de España que no se percataba de

la imposibilidad de mantener su dominación como hasta ahora, y al mismo tiempo, hacía imposible que los cubanos

vieran otra salida a los problemas de la colonia que no fuera la lucha abierta por la independencia.

El Manifiesto proclamado por Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868, permitió comprobar cómo los

cubanos de esa época valoraban la situación y porqué se lanzaron a la lucha. “Cuando un pueblo llega al extremo

de degradación y miseria en que nosotros nos vemos, nadie puede reprobarle que eche mano a las armas para salir

de un estado tan lleno de oprobio (…).”

Céspedes y los hombres que lo secundaron declararon su inquebrantable decisión de transformar la situación

existente a través de las armas, como única vía de alcanzar las libertades económicas, políticas y sociales a que

tenían derecho.

El sector más radical y revolucionario de los terratenientes cubanos había comprendido que para luchar

exitosamente contra España por la Independencia debía antes darles la libertad a los esclavos y estaba dispuesto a

hacerlo.

Al estallar la guerra arrastró a campesinos, artesanos y esclavos y despertó el patriotismo fervoroso de estudiantes,

profesionales e intelectuales y del pueblo en general, cuyo sentimiento nacional contra España se hizo realidad.

El movimiento se conoce como Grito de Yara, debido a que así fue dado a conocer por las autoridades españolas,

después de que el 11 de octubre lograron dispersar a las tropas insurrectas, que habían atacado el pequeño poblado

de Yara.

11

Mientras el ejército colonial español avanzaba sobre Bayamo -la capital insurrecta-, que los cubanos tendrían que

abandonar, no sin antes reducirla a cenizas como expresión de su inclaudicable voluntad revolucionaria. En tan

difíciles condiciones, el movimiento independentista logró unificarse, aprobando la constitución que daba lugar a

la República Cubana en Armas.

El ejército libertador cubano, tras meses de duro aprendizaje militar, alcanzó una capacidad ofensiva que se pondría

de manifiesto en la invasión de la rica región de Guatánamo por el general Máximo Gómez. Pero este avance militar

se vio lastrado por las diferencias políticas en el campo revolucionario, las cuales condujeron a la deposición de

Céspedes de su cargo de presidente de la República (1873) e impidieron el tan necesario apoyo en armas y medios

de parte de los patriotas.

Una influencia igualmente negativa ejerció la política de hostilidad hacia los revolucionarios cubanos adoptada por

el gobierno de Estados Unidos que, frente a la gesta independentista, prefirió atenerse a su vieja política confiado

en que el destino de Cuba acabaría de forma natural bajo su dominio.

El empuje militar cubano alcanzó su cenit entre 1874 y 1875, con la campaña de Máximo Gómez por la victoria en

la Batalla de las Guásimas-donde el ejército cubano derrotó una fuerza española de más de 4 000 hombres- pero

resultó desvirtuado nuevamente por la tardanza de vitales refuerzos.

El debilitamiento del esfuerzo independentista coincidió con la recuperación de la capacidad político-militar

española, cuando la restauración monárquica de 1876 puso fin a las violentas conmociones que habían

caracterizado la vida de la península durante el Sexenio Democrático.

Como resultado de los sucesivos desastres, se firmó la Paz de Zanjón, este acuerdo no garantizaba ninguno de los

dos objetivos fundamentales de dicha guerra: la independencia de Cuba, y la abolición de la esclavitud.

Después de esta fallida, pero muy importante guerra, hubo otros conflictos menores como la llamada Guerra

Chiquita (1879-1880). La manera en que terminó la Guerra de los Diez Años, y las consecuencias políticas y

económicas de la guerra, dejaron descontentos a los que habían luchado heroicamente por la libertad durante diez

largos años. Esto resultó en una nueva revolución, en agosto de 1879, fomentada por varios Generales de la

Revolución - Calíxto García, José Maceo y Guillermo Moncada, secundado por Francisco Carrillo y Emilio Núñez.

Esta nueva guerra comenzó llena de energía y entusiasmo, pero no llegó a suficiente magnitud porque el país

deseaba la paz. La Guerra Chiquita duró menos de un año, pero fue una clara indicación que la Paz de Zanjón no

era el último capítulo.

En 1872 había sido suprimida la esclavitud en Puerto Rico y se preparaba la abolición en Cuba. Tras la Paz de Zanjón

se planteó la posibilidad de otorgar concesiones autonomistas, pero el rechazo de las oligarquías españolistas,

agrupadas en la Liga Nacional, frustraron estas propuestas.

Hubo algunos intentos posteriores de conceder reformas a la isla, como el de Antonio Maura, ministro de Ultramar

en 1893, pero no fueron aprobados por la intransigencia de los españolistas, los industriales catalanes, que veían

perjudicados sus intereses económicos.

Ésta sería, pues, la primera causa de la guerra, la insatisfacción de los cubanos por la escasa respuesta a sus

demandas de mayor representación y autonomía económica y política.

A ésta habría que añadir:

• El desarrollo industrial y demográfico de los Estados Unidos trajo consigo un expansionismo colonial a partir de

1872 (Hawái). Cuba se presentaba como un gran mercado importador y exportador. El control de la isla suponía

tener en su poder al principal productor de azúcar y tabaco de América. Estados Unidos propuso una salida

económica mediante la compra de la isla, pero los gobiernos de la Restauración no aceptaron.

• La falta de apoyos internacionales de España, debido a la política de neutralidad impulsada por los gobiernos de

la Restauración. Esto favoreció la intervención estadounidense en un contexto de crisis coloniales en las que las

potencias midieron sus fuerzas.

12

PUERTO RICO: Las aspiraciones independentistas en Puerto Rico comienzan a manifestarse en 1821 pero no

generan revolución ni enfrentamientos. No obstante, la situación se irá enconando y en 23 de septiembre de 1868

se lanza el Grito de Lares, grito de independencia contra España. La rebelión es aplastada en poco tiempo. A pesar

de esta derrota las relaciones de Puerto Rico con España no volverán a ser iguales. En Puerto Rico a partir de 1869

elige sus propios diputados a las Cortes españolas. No tienen autonomía política, aunque esta es una aspiración

que se negocia con España intensamente. La autonomía política llegará en 1897, cuando la presión de Estados

Unidos sobre la región es muy grande.

LA GUERRA EN CUBA Y FILIPINAS.

Entre la Paz del Zanjón (1878), con la que se había puesto fin a la Guerra de los Diez Años, y el inicio de la última

guerra cubana, los gobiernos españoles tuvieron 17 años para introducir en Cuba algunas de las reformas

defendidas por los autonomistas isleños. Pero la falta de un verdadero proceso descentralizador que dotase a la

isla de órganos representativos, y la política fuertemente proteccionista con que se estrangulaba la economía

cubana favorecieron el surgimiento de nuevas revueltas que condujeron a la independencia.

El período más idóneo para hacer concesiones a las reivindicaciones cubanas fue el “Gobierno Largo” de los liberales

con Sagasta entre 1885 y 1890, cuando el Partido Autonomista Cubano se mostraba decidido a apoyar un programa

reformista propiciado por Madrid, que restase fuerza y apoyos sociales a los independentistas.

Pero la única medida que se acabó aprobando fue la abolición definitiva de la esclavitud (1886) y que los cubanos

tuvieran representación propia en las Cortes españolas, ya que las propuestas de dotar a Cuba de autonomía y de

un proyecto de reforma del estatuto colonial de Cuba fueron rechazadas por las Cortes, tanto por los conservadores

como por los liberales.

Las tensiones entre la colonia y la metrópoli aumentaron a raíz de la oposición cubana a los fuertes aranceles

proteccionistas que España imponía para dificultar el comercio con Estados Unidos, principal comprador de

productos cubanos a finales del siglo XIX. La condición de Cuba como espacio reservado para los productos

españoles se reforzó con el arancel de 1891, que daba lugar a un intercambio sumamente desigual, lo que provocó

un gran malestar tanto en la isla como en Estados Unidos. El presidente norteamericano, McKinley, amenazó con

cerrar las puertas del mercado estadounidense a los principales productos cubanos (azúcar y tabaco) si el gobierno

español no modificaba la política arancelaria de la isla. En el año 1894, EE.UU. adquiría el 88,1 % de las exportaciones

cubanas, pero sólo se beneficiaba del 37% de sus importaciones. Al fundamentado temor existente en España a

que se produjese una nueva insurrección independentista, se sumaba ahora el temor a que ésta pudiese contar con

el apoyo de los Estados Unidos.

CUBA: En el año 1892, José Martí fundó el Partido Revolucionario Cubano, protagonista de la revuelta

independentista iniciada el 24 de febrero de 1895.

En 1895 estalló la última guerra de Cuba. Los cubanos se levantaron al grito de Baire de 24 de febrero de 1895

emitido por José Martí: “Viva Cuba libre”. La insurrección fue protagonizada por un grupo de independentistas

liderados por José Martí, cerebro de la insurrección y autor del Manifiesto de Montecristi, verdadero programa

independentista.

El gobierno, presidido por Cánovas, respondió enviando un ejército a Cuba, al frente del cual se hallaba el general

Martínez Campos, el militar considerado como el más adecuado para combinar la represión militar con la

flexibilidad necesaria para llegar a acuerdos que pusiesen fin al levantamiento. Al negarse a tomar medidas contra

la población civil, solicitó su regreso a la península. Al gobierno no le aquedó otra salida que el envío del general

Weyler, militar enérgico y buen conocedor de la isla. Weyler dividió el territorio mediante largas líneas fortificadas

al mar, (Trochas) como forma de evitar el apoyo civil a los sublevados. Se entraba así en una guerra larga y dura

como consecuencia del envío de armas, municiones y equipamientos varios a los independentistas desde Estados

Unidos.

13

Tras el asesinato de Cánovas (agosto 1897), el nuevo gobierno, presidido por Sagasta, decidió probar, a la

desesperada, la estrategia de la conciliación. Relevó a Weyler del mando y concedió a Cuba y Puerto Rico gobiernos

autonómicos (noviembre de 1897). Pero las reformas llegaron demasiado tarde: los independentistas, que

contaban con el apoyo estadounidense, se negaron a aceptar el fin de las hostilidades, que fue unilateralmente

declarado por el gobierno español.

Otro hecho clave fue la subida a la presidencia estadounidense de McKinley. Estados Unidos Estados Unidos tenía

importantes inversiones en Cuba (que ascendían a unos 50 millones de dólares), y pronto mostró gran interés en

el conflicto. Ya su antecesor, Cleveland, había retomado la doctrina Monroe (“América para los americanos”) para

reivindicar sus intereses en Cuba, pero fue McKinley quien manifestó una clara determinación intervencionista

sobre las posesiones españolas en el Caribe y Filipinas.

En febrero de 1898 tuvo lugar un incidente: la voladura del Maine, un acorazado estadounidense que se encontraba

en el puerto de La Habana, en el que murieron más de 250 marinos norteamericanos. Aunque probablemente

estalló a causa de algún accidente, la prensa y el Gobierno de Estados Unidos culparon a España de la voladura y se

ofrecieron a comprar la isla por 300 millones de dólares. La oferta es rechazada, pero el 20 de abril llegaba el

ultimátum estadounidense por el que se exigía a España la renuncia a la soberanía sobre Cuba en un plazo de tres

días; los políticos de la Restauración prefirieron una derrota honrosa antes que una paz comprada. La opinión

pública y la prensa españolas se mostraron, en general, muy belicistas y nacionalistas.

Estados Unidos declaró la guerra a España en abril de 1898. El conflicto se decidió en el mar. El Almirante Cervera

prefirió “Honra sin Barcos que Barcos sin Honra” y a pesar de que los españoles eran menos en número y su flota

era vieja y anticuada presentaron batalla en la costa de Santiago de Cuba, tal como se les ordenó desde Madrid.

Por tanto, el 3 de julio la flota del almirante Cervera es destruida por la escuadra del almirante Sampson y el 17 se

rendía Santiago de Cuba. A finales de julio las tropas estadounidenses desembarcaban en Puerto Rico.

FILIPINAS: Coincidiendo con la insurrección cubana, se produjo también la de Filipinas (1896-97). En este

archipiélago, la presencia española era más débil que en las Antillas y se limitaba en buena medida a las órdenes

religiosas, la explotación de algunos recursos naturales y su utilización como punto comercial con China.

En Filipinas se creó la Liga Filipina, dirigida por José Rizal, que tras ser ejecutado por el general Polavieja, al mando

de las tropas españolas, fue sustituido por Emilio Aguinaldo. Los insurrectos, que habían fundado un movimiento

independentista llamado Katipunan, terminaron negociando el fin de la insurrección con el gobierno de Sagasta

(diciembre de 1897).

Destaca la resistencia de los conocidos como “Los últimos de Filipinas”: En el pequeño pueblo de Baler, en la isla de

Luzón, había una guarnición de 50 militares, que apenas tuvo problemas hasta que en mayo Dewey hundió la flota

española en Cavite y Manila, la capital, quedó sitiada. El último correo que recibió la guarnición daba cuenta del

desastre naval. El 27 de junio, el pueblo apareció desierto y los españoles se refugiaron en el único edificio de

piedra: la iglesia parroquial. Durante el sitio, los españoles fueron capaces de dar golpes de mano al enemigo, de

cavar un pozo, de enterrar a sus muertos, de confeccionar calzado, de alimentarse… En sus recuerdos, Martín

Cerezo dijo orgulloso que ni un día dejó de ondear la bandera nacional en la iglesia. Las autoridades españolas

estaban al tanto de lo que ocurría en Baler y en 1899, azuzadas por la prensa, se tomaron la molestia de enviar a

dos oficiales, uno en febrero (vestido de civil) y otro en mayo, para explicar a Martín Cerezo que la guerra había

concluido y dejaron un fajo de ejemplares del periódico madrileño El Imparcial. En uno de ellos, Martín Cerezo halló

una noticia sobre un compañero suyo que se había trasladado a Málaga, como le dijo que haría, que no podía ser

falsa. Entonces, se pactó la rendición con los filipinos y el 2 de junio de 1899 la guarnición abandonó la iglesia.

Después de unos días de marcha, en que tuvieron en riesgo sus vidas, los 33 militares supervivientes llegaron a

Manila. Azorín escribió: “¿Qué nación en Europa puede mostrar ejemplo de tal heroísmo?”.

2.2. El Tratado de París

14

PAZ DE PARÍS: El 1 de octubre se negoció la Paz en París, y el 10 de diciembre de 1898, por el Tratado de París,

España renuncia a Cuba y cede a Estados Unidos Filipinas y Puerto Rico y la isla de Guam en el archipiélago de Las

Marianas a cambio de 20 millones de dólares. Cuba se convirtió en una República independiente, aunque bajo la

supervisión de Estados Unidos, mientras que Puerto Rico y Filipinas quedaron bajo administración directa de los

estadounidenses. (En 1899 Silvela firmó un tratado con el Imperio Alemán por el cual las islas Marianas, Carolinas

y Palaos pasaban a manos de esta nación por el pago de 25 millones de pesetas)

2.3. El regeneracionismo

A pesar de la envergadura del "desastre" y de su significado simbólico, sus repercusiones inmediatas fueron

menores de lo que se esperaba. La pérdida de las últimas colonias fue conocida en España como el desastre del 98,

pero las consecuencias no fueron tan terribles como suponían los gobiernos del régimen; no hubo grandes

disturbios, ni pronunciamientos militares. En parte supuso un alivio acabar de una forma u otra con el problema.

En el ámbito económico, tampoco existieron graves consecuencias salvo la caída del textil catalán y la pérdida de

mercados. Peores sin duda fueron las pérdidas humanas: unos 120.000 muertos (la mitad, soldados españoles) y

los efectos psicológicos y morales causados por el regreso de los soldados heridos, en lamentables condiciones.

No hubo una gran crisis política, como se había vaticinado, ni la quiebra de Estado, y el sistema de la Restauración

sobrevivió al "desastre" consiguiendo la supremacía del turno dinástico.

Así, la estabilidad política y económica que siguió al "desastre" deja entrever que la crisis del 98, más que política o

económica, fue fundamentalmente una crisis moral e ideológica, que causó un importante impacto psicológico

entre la población.

Ahora bien, el conflicto sí tuvo una serie de importantes repercusiones, entre las que destacan las siguientes:

1) El resentimiento de los militares hacia los políticos, causado por la derrota y el sentimiento de haber sido

utilizados.

2) El crecimiento de un antimilitarismo popular. El reclutamiento para la Guerra de Cuba afectó a los que no tenían

recursos, pues la incorporación a filas podía evitarse pagando una cantidad. Esto unido a las pérdidas humanas y a

la repatriación de los soldados heridos y mutilados, incrementó el rechazo de las clases populares hacia el Ejército.

El movimiento obrero hizo campaña contra este reclutamiento injusto, lo que provocó la animadversión de los

militares hacia el pueblo y las organizaciones obreras.

La derrota de 1898 sumió a la sociedad y a la clase política española en un estado de desencanto y frustración. Para

quienes la vivieron, significó la destrucción del mito del imperio español, en un momento en que las potencias

europeas estaban construyendo vastos imperios coloniales en Asia y África, y la relegación de España a un papel

secundario en el contexto internacional.

Además, el desastre del 98 sirvió de argumento para los nacionalismos periféricos, sobre todo el vasco, como

prueba de la necesidad de desvincularse de la moribunda España. Para algunos sectores del catalanismo, era el

momento de fomentar una regeneración española orquestada desde la dinámica Cataluña.

EL REGENERACIONISMO.

Por otro lado, la pérdida de los restos del viejo imperio abrió un gran debate intelectual sobre las causas que llevó

a reflexionar sobre los males de la patria. Salieron a la palestra una serie de discursos, de diferente configuración

ideológica, pero coincidentes en la necesidad de modernizar las estructuras básicas españolas en todos sus órdenes,

destacan:

• Joaquín Costa, propugnaba la necesidad de dejar atrás los mitos de un pasado glorioso, modernizar la economía

y la sociedad y alfabetizar a la población ("escuela y despensa” y “siete llaves al sepulcro del Cid"). También defendía

la necesidad de organizar la vida política española al margen del turno dinástico, en su Oligarquía y caciquismo (el

15

pensamiento de Costa se basó en una crítica radical al sistema caciquil que había impedido la implantación de una

verdadera democracia basada en las clases medias y la modernización económica y social del país).

• Ricardo Macías Picavea, en su obra El problema nacional, de 1899, Macías critica el caciquismo político imperante,

y el desenmascaramiento de la ficticia democracia implantada por Cánovas. Pero también hace un análisis del

sistema educativo. Para él la enseñanza es libresca y memorística, sin práctica ni experimentación en laboratorio,

sin crítica de fuentes; no hay interés por cómo se hace la ciencia: "eso no se enseña en España"

• Además, el "desastre" dio cohesión a un grupo de intelectuales, conocido como la Generación del 98 (Unamuno,

Valle Inclán, Pío Baroja, Azorín...). Todos ellos se caracterizaron por su profundo pesimismo, su crítica frente al

atraso peninsular y plantearon una profunda reflexión sobre el sentido de España y su papel en la Historia.

Estas distintas actitudes, agrupadas con el nombre genérico de regeneracionismo planteaban una estrategia de

acción para transformar los tres planos fundamentales de la estructura social:

-Desde el punto de vista político era preciso superar las prácticas caciquiles y oligárquicas, así como que la política

respondiese a los movimientos de opinión pública y a la libre controversia entre los ciudadanos.

-En el plano social aspiraban a la constitución de un país de clase media, proyecto en el que la instrucción pública

era un elemento clave.

-En cuanto a la dimensión económica, algunas de las críticas se plasmaron en las protestas de las Cámaras Agrarias

y de Comercio, reunidas en Zaragoza en noviembre de 1898. Ambas formarían en 1900 la Unión Nacional.

Planteaban el fomento de la riqueza, las reformas administrativas, la reducción de gastos del Estado, la

descentralización, etc.

También hubo un regeneracionismo que partió del mismo sistema. Fue iniciado con las reformas del nuevo

gobierno conservador de Francisco Silvela (marzo de 1899) que vino a sustituir al gobierno de Sagasta, al que le

había tocado vivir directamente el “desastre”.

El gobierno de Silvela introdujo reformas, que eran necesarias ante los problemas económicos generados por la

guerra de Cuba, como equilibrar el presupuesto, minimizar la corrupción y descentralizar el país. No obstante, sus

intentos regeneracionistas fracasaron, sobre todo por las protestas contra las reformas fiscales, aunque consiguió

una larga época de superávit (hasta 1908) y estabilidad monetaria.

El gobierno liberal de Sagasta que siguió al de Silvela ahondó en estas reformas al legislar el derecho de huelga en

1902 y en hacer más laica a la sociedad española, reformando el Concordato con el Vaticano, haciendo que la

religión no fuera obligatoria en el bachillerato.

La otra gran figura del regeneracionismo conservador fue Antonio Maura, quien intentó llevar a cabo un

regeneracionismo “desde arriba”, (“Revolución desde arriba”, es contradictorio, por un lado, Revolución y por otro

desde Arriba alude a conservadurismo o la oligarquía como motor de cambio) es decir, reformas acometidas para

evitar la reacción violenta de las clases populares. La etapa de Maura fue breve, ya que su gobierno se vio lastrado

por dos acontecimientos: la guerra en Marruecos y la Semana Trágica de Barcelona.

• La Guerra en Marruecos: En 1906, dentro del contexto Imperialista, la zona de Marruecos fue divida entre España

y Francia a modo de Protectorados. Las zonas más deprimidas y peligrosas acabaron siendo para España (Una

pequeña zona al Norte, el Rif con capital en Tetuán y otra al Sur). Desde el minuto uno, las tropas españolas

encuentran focos de resistencia dirigidos por tribus rifeñas que además ponen en peligro las ciudades de Ceuta y

Melilla. Se inicia así un largo conflicto en Marruecos, que terminará en 1921 con el famoso Desastre de Annual.

• La Semana Trágica de Barcelona 1909: Su origen estuvo en el llamamiento a filas de reservistas para la guerra

marroquí. Violentos desórdenes tuvieron lugar en el puerto cuando iban a ser embarcados los soldados, en su

mayoría pertenecientes a las clases populares.

16

A ello se unió una huelga general convocada por los anarquistas y los socialistas: sectores urbanos de Barcelona

quedaron aislados mediante el levantamiento de barricadas y el conflicto se extendió a otras ciudades catalanas.

Acabó derivando en un motín anticlerical, con el incendio y saqueo de numerosos conventos. La dura represión

emprendida en los sucesos de Barcelona por el gobierno suscitó nuevas protestas que provocaron la dimisión de

Maura.

Sin embargo, la mayoría de estos proyectos se estrellaron en las Cortes cuando eran discutidos. Había muchos

intereses enfrentados de la oligarquía, muchas facciones dentro de los partidos que impidieron regenerar el sistema

político ideado por Cánovas. El problema residía en que no existían ni políticos ni organizaciones con la suficiente

vocación o capacidad de liderazgo para emprender reformas en profundidad desde dentro del sistema monárquico

constitucional. Las crecientes demandas sociales encontraron acomodo en ámbitos alternativos, como el

republicanismo o el socialismo.

El turno de los partidos y las viejas prácticas políticas estaban mostrando su capacidad para amoldarse a cualquier

intento de cambio. El sistema de la Restauración había recibido un duro golpe, pero había sobrevivido casi intacto

al “desastre”. Mientras, el 17 de mayo de 1902, al cumplir los 16 años de edad, Alfonso XIII daba comienzo a su

reinado.

2.4. El caciquismo en Andalucía.

Durante la mayor parte de la Historia Contemporánea de Andalucía, tanto el poder económico como el

protagonismo político estuvieron en manos de un reducido grupo social (Oligarquía). Esta realidad incuestionable

constituye el fenómeno conocido como caciquismo, que mostró en Andalucía su cara más cruda.

No obstante, es preciso recordar que las organizaciones políticas que controlaron la vida andaluza desde 1875 no

son en absoluto exclusivas de nuestra geografía, pues caracterizaban en esa época no sólo al conjunto de España,

sino también a otros países del entorno europeo.

El sistema caciquil en Andalucía, define a quiénes formaban la clase política durante la Restauración. Estamos sin

duda ante un grupo eminentemente agrario (terratenientes latifundistas), que adquirieron mayor poder durante el

proceso desamortizador (mayor poder político-administrativo).

Otros sectores económicos, aun sin ser mayoritarios, no dudaron en incorporarse al sistema político diseñado desde

Madrid (centralismo), a la vez que utilizaban Ayuntamientos y Diputaciones en defensa de sus intereses. Este fue

el caso del sector minero onubense, del potente grupo comercial aglutinado en torno al puerto fluvial de Sevilla,

del mundo mercantil malagueño o del pesquero gaditano; todos ellos ofrecieron ejemplos de empresarios inscritos

de manera activa en los esquemas de la política oficial (sistema canovista).

Estos grupos trazaron un panorama marcado por las relaciones familiares y privadas, entremezcladas con

vinculaciones económicas que fueron tejiendo por toda Andalucía (a escala provincial, comarcal y local), una tupida

red de intereses y dependencias de carácter clientelar.

La conexión entre esas redes clientelares y el sistema político, mediante la vinculación a uno de los dos partidos

oficiales (el liberal o el conservador), dotó al sistema caciquil en Andalucía de una gran fortaleza y de un alto grado

de coherencia interna.

El sistema funcionó bastante bien durante nada menos que medio siglo, especialmente a la hora de controlar los

procesos electorales. Conservadores y liberales se repartieron sin grandes problemas el mapa político electoral en

Andalucía. Cacicatos locales se integraron en superiores cacicatos comarcales y éstos, a su vez, reconocieron la

dirección de un notable Rango provincial (Burgos y Mazo en Huelva; los Ybarra y Rodríguez de la Borbolla en Sevilla;

los Carranza en Cádiz), que servían de contacto con Madrid y con los grandes dirigentes políticos allí instalados.

Por otra parte, la existencia de partidos de oposición fuera del régimen no tiene una lectura homogénea en toda

Andalucía, aunque en ningún caso significó una seria amenaza para el sistema.

17

Eso fue así porque el desgaste del sistema político de la Restauración fue mucho más lento en Andalucía que en el

resto de España. Desde la segunda década del siglo XX, notables provinciales, caciques locales y otros poderes

asimilados se esforzaron por sostener la farsa a la que se había reducido el sistema de partidos. El aumento de la

presión gubernamental a través de la figura de los gobernadores civiles, el recurso al voto rural para ahogar al

urbano en las circunscripciones de las capitales de provincia y la compra de un voto que se encarecía, consiguieron

ahogar las iniciativas modernizadoras. Este impulso modernizador provenía de las ciudades y del seno de unas

clases medias a las que ya no satisfacía la tradicional representación clientelar, al comprobar cómo sus intereses

económicos y sus preocupaciones sociales eran postergadas por las élites dinásticas.

En realidad, a la altura de los años veinte, las clases medias andaluzas temían una auténtica movilización social que

ampliase el espectro político por su izquierda y, desde una mentalidad profundamente conservadora, rechazaron

en su mayor parte proyectos más progresistas, como el andalucismo político de Blas Infante.

La opción de las clases medias significó básicamente una dura descalificación del régimen existente, antes que una

propuesta alternativa coherente. Así, su participación en la crisis final del sistema de la Restauración consistió en

proporcionar base a una reacción autoritaria militar de tipo tradicional, no necesariamente fascista, como la que se

estaba desarrollando en otras áreas europeas. No es extraño que estos sectores recibieran con alivio el golpe militar

de Primo de Rivera en 1923, que respondía a sus demandas de una autoridad fuerte frente a la inoperancia de los

viejos políticos corruptos. El golpe de Estado que puso fin a esta agonía política recogió amplios y contradictorios

apoyos en una sociedad fragmentada como la andaluza, que al fin y al cabo fue la que recibió en 1931, como una

herencia envenenada de la Restauración, la Segunda República Española.