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    Una bio y tanato política de la exclusión 

    El positivismo como maquinaria institucional 

    José Germán Zuluaga Quiroga 

    Facultad de Artes 

    Maestría en hábitat 

    Universidad Nacional de Colombia 

    Bogotá, 2016 

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    ¿Qué es habitar una ciudad en la era del bio-tanato-poder? 

    Que la ciudad devora los cuerpos de sus moradores marginales, se trata de un hecho

    sobre diagnosticado, (Bitácora No. 15, 2009), la ciudad representa al tiempo como máquina

    de toda historicidad posible porque su imagen mítica se erige en los umbrales de la

    civilización y permanece en la memoria humana y en el origen de sus instituciones,

    virtudes y vicios, la ciudad es la casa del ser en el tiempo, (Heidegger, 1927). Pero la

    ciudad también deglute, pero más lentamente, los cuerpos de sus moradores

    convencionales, a los que transgrediendo lo políticamente correcto llamaré por economía

    semántica, normales, (Foucault, 2000). Aunque ellos están lo suficientemente cómodos e

    instalados en el anclaje institucional de su ambición para darse cuenta del costo real de su

    confort. 

    Por eso la exclusión y la marginalidad que no son lo mismo, pueden ser sólo unas

    formas lingüísticas, un asunto del discurso, no de la vida y desde toda perspectiva, ser un

     problema que sólo compete a disciplinas que asépticamente se refieren a ellas mediante

    entidades discursivas abstractas, inexistentes por sí mismas, de las que se puede decir

    metafóricamente que en el pensamiento carecen de logo, de dirección, no tienen un

    departamento de servicio al cliente, porque son sólo conocidas por palabras sin referente

    como, calidad de vida, pobreza, bienestar  (Bitácora No. 17 2010), sociedad, Estado,

    cultura, justicia, obviamente no la de Dios, sino la de la divinidad, una forma de poder que

    acapara la espiritualidad en formas de religiosidad o de secularismo constitucional y

    democracia, donde se relacionan creencias y normas, mercado y política.

    Muchos estudios describen de manera exhaustiva como se habita lo inhabitable, la calle

    (Castelblanco, 2010) y (Castillo, 2009); o que sucede en los centros carcelarios; o como en

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    la era del capital productivo y la contabilidad de costos los hospitales y centros de salud son

    lugares de muerte para los más pobres y como el nosocomio, el frenocomio o el hospital

     psiquiátrico no sólo reemplazó en la topología e historia de la exclusión al lazareto, sino

    que es un borde institucional en el imperio de la razón arrasante y una topomorfología

    donde también domina el mercado. Sólo los que tienen familias con medios de pago

    reciben atención psiquiátrica y medicación asistida con fármacos de alto costo.

    En la cárcel cuando pasa la jornada de visita, los presos reconstruyen el circuito

    económico del que fueron excluidos, se extienden en un reducido espacio a vender lo que

    recibieron o lo que recogieron bajo la lógica del trabajo intramural que sólo conoce dos

    formas de productividad “retacar” y “apretar”. En una especie de feria reducida se venden

    dulces, galletas, snacks, cigarrillos, marihuana, bazuco, se ofertan minutos de celular, y los

    que realizan un servicio como el corte de cabello lo ofrecen, tal y como si esto fuese una

    analogía por sus relaciones simbólicas y económicas del ritual normal de consumo, deseo,

    trabajo y dinero en una metáfora por el espacio, y una caricatura, por los medios de pago

    aplicados, de ese otro lado del muro, del que han sido separados, como asumiendo

    implícitamente que el castigo no es tanto el encierro, el confinamiento obligado con otros,

    el riesgo permanente de agresión, sino el haber sido separados del mercado, del tráfico

    incesante de placeres, bienes, servicios y flujo de dinero, es la presencia heterotópica del

    mundo externo añorado, donde se realiza la acumulación, el interés, el flujo de deseo, la

    existencia de ser en el mundo como sujeto económico y de goce.

    El habitante de calle cuando es un consumidor de sustancias psicoactivas es también una

    máquina deseante (Deluze & Guattari, 1985) dominado por una compulsión que disipa su

    vida pero es un productor de dinero para quienes proveen el vicio, las taquillas del Bronx

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    funcionan 24 horas, todos los días de la semana, allí no hay tregua, como si se tratara de

    una factoría la droga que entra y sale, como cualquier mercancía, ha tenido una cadena

     productiva y de valor y los hombres ante ella sin distingos de sexo y edad se ofrecen

    febrilmente como moneda viviente (Klossowski, 1998).

    El deseo es la otra motivación que encierra también la alienación del placer y el

    sufrimiento, como el dinero o el afán de lucro, los hombres comunes o anormales son

    manipulados por la riqueza y la promesa de placer, en tal sentido el trabajo y el goce son los

    motores del capitalismo, sin embargo siempre se pensó que la productividad y la

    acumulación eran las fuerzas que guiaban la máquina del lucro animada por la codicia y la

    ambición. Hoy es necesario pensar que el deseo mueve a los individuos y a las masas y por

    ello las grandes industrias como el narcotráfico, el entretenimiento y la publicidad mueven

    sus fichas en torno a ciencias en formación para la manipulación, como el neuromarketing,

    la música sin melodía ni armonía, la pornografía escatológica y el gore. 

    Por eso en la topofobia de la calle los consumidores no descansan en su febril reciclaje,

    retaque y violencia por recolectar monedas que devotamente las ofrendan a sus

    explotadores; lo cálculos menos optimistas plantean un circuito de dinero en la sola olla

    del Bronx de 1000 millones de pesos diarios, si éste sujeto deseante en el borde mismo de

    la esquizofrenia capitalista (Foucault, 1984) no fuese productivo para los que monopolizan

    el negocio, éste no existiría, por lo tanto el habitante de calle que parece distinto es como el

    hombre y la mujer de la calle normales, un productor, un consumidor, un nodo hueco por el

    que fluye deseo y dinero de forma incesante.

    En una analogía orgánica de la ciudad, tal vez el “desechable” no habita el cerebro ni el

    corazón, tampoco es sus manos, pero hace parte de su estómago y de las vías finales de la

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    excreción, sigue siendo sujeto economicus, no es simplemente la anomalía, la otredad

    infame, para la industria del tráfico humano, su imperio tanatofóbico sólo es posible por la

     productividad incesante del habitante de calle en su doble dimensión, como sujeto de goce

    y de consumo, (Klossowski, 1998). 

    La visión positivista de las ciencias que sustentan la acción terapéutica institucional y

    castigadora del Estado permite comprender el problema como un asunto que no tiene

    solución porque simplemente representa un costo no una inversión. La capacidad de

    intervenir psiquiátricamente, con terapia, con rehabilitación a los anormales y de hacer del

    sistema de los delitos y las penas un medio de socialización, es un conocimiento aplicado,

     probado y patentado, es posible con niveles de éxito recuperar, rehabilitar, aplicar

    eficientemente el principio de resiliencia y desplegar la acción correctiva de la terapia

    ocupacional, pero no se hace no porque no se pueda hacer o no fuera practico desde el

    conocimiento acumulado, es simplemente que es un costo no una inversión, un desperdicio

    de recursos. 

    Todo el sistema de la exclusión hace parte de una economía subterránea, subnormal, que

    da enormes utilidades y no obliga a sus beneficiarios a pagar impuestos, un ejército

    industrial anormal siempre disponible para trabajar incesantemente sin tregua para producir

    utilidades a un sistema donde el beneficio y la rentabilidad son la lógica poderosa, el

    sistema opresivo de controlar la anormalidad con fines rentísticos, la acumulación por

    deshumanizar e indignar, decide y compra el futuro político y económico de funcionarios

    y autoridades, además que las mismas instituciones médicas, psiquiátricas, carcelarias, de

     policía, sustentan sus presupuestos y sus balances arreglados según el costo variable de

    atender una otredad que nunca puede ser contabilizada, que no deja recibo ni exige factura,

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    que no existe en muchos casos para el registro civil y que aun siendo productiva para los

     bajos fondos y las entidades de mitigación, no son fiscalmente identificables y trazables

     por un sistema basado en la nominación con fines de control y registro respecto al ingreso,

    al lucro, al gasto, a la inversión y al interés variable o compuesto.

     No se es ciudadano sin registro civil de identidad y no se accede a la ciudadanía plena

    sin ser potencialmente un sujeto económico, ser anormal no es un estado de la mente o del

    cuerpo es un problema de como las redes de poder clasifican la conducta que se diagnostica

    y evalúa desde el saber-poder desde una lógica situacional, es decir para caracterizar,

    marginar y excluir, así se crea una barrera de orden cognitivo mediante una tipología del

    modo de ser anormal en el mundo, la historia clínica, el expediente, la reseña, el carnet de

    sanidad, son sus instrumentos. Todo esto tiene un efecto práctico, que escala a partir de la

     producción y el consumo, ubica al sujeto, no como transgresor de una norma social, legal,

    moral, sino como posible individuo objeto de intervención, un activo o pasivo, respecto al

    costo económico institucional de enfrentar su anormalidad no para transformarlo en

    normal, sino para garantizar que los normales lo sigan siendo, (Foucault, 2009). 

    El anormal consume y es consumido, como la serpiente que simboliza la desesperación

    infinita de regenerarse al mismo tiempo que de manera incesante se devora así misma por

    la cola, pero no deja una huella económica porque la bancarización y el sistema de

    tributación no lo alcanza donde está, paradoja de la libertad, el más perdido de todos los

    esclavos del sistema es libre sin saberlo. En la subterránea informalidad, en dominar ollas y

    caños, en gobernar la calle y sus ambulantes seres deseosos; en controlar el tráfico a través

    de muros y rejas, está el beneficio de quienes se lucran de sustentar y controlar la topofobia

    urbana. 

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    El positivismo de las ciencias sirve entonces para partir de un consagrado estado del arte

    que constituye una pléyade de saberes diagnosticando la periferia del mundo humano,

    describiendo las practicas, analizando las pulsiones, las fobias, las neurosis, las formas

    creativas y dolorosas del confinamiento intramural, la variedad de medios y prácticas de

    violar el cuerpo y los derechos humanos, los protocolos de diagnóstico respecto a la

    esquizofrenia, pensando observando, clasificando y diagnosticando a los otros, a los

    excluidos, como sujetos institucionalizables, posibles candidatos de una acción terapéutica

    y de una ortopedia social, incluso de una amputación oculta que decide una junta médica

    secreta por fines altruistas, como mejorar la “raza” humana, (Habermas, 2001). La otredad

    amenazante constituida por los que no quisieron estudiar ni trabajar, los que no

    abandonaron sus familias por el vicio sino que fueron abandonados una y otra vez por su

     pertinaz desafío a no ser productivos y correctos en la manera de acumular, gastar,

    consumir y excretar. 

    Pero al mismo tiempo que el positivismo puede diagnosticar el mal, la anormalidad, la

     patología, promete el bienestar la ortopedia social, la reingeniería humana, la resiliencia de

    la conducta, plantea la esperanza de volver productivo lo que no lo es, de llevar a los

    anormales al estado de ideal de ser sujetos útiles y devolverles su identidad y su autoestima

    al reinsertarlos de nuevo en la sociedad. Durante su proceso de curación y de

    resocialización, pero sobre todo al salir del sanatorio psiquiátrico o de la cárcel, el

    individuo sujeto de la terapéutica institucional y científica volverá a ser insertado en el

    trabajo, su nueva vida normal será estudiando, ahorrando, yendo al culto y al centro

    comercial, volverá terapéuticamente a ser instalado de nuevo en el circuito de producir,

    consumir, votar y botar, reciclar. Es la demostración que el individuo se ha curado. Toda

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    mirada positivista promete siempre el mejoramiento integral y falsea el mundo y su

    realidad, promete por ejemplo que la pobreza urbana es sólo un estado pasajero, una

    situación que puede mejorarse, que tiene escalas, como el barrio, (Torres, Rincón & Vargas,

    2009). 

    Es necesario comprender esto, por fuera del conductismo atávico; la sociología de

    clases y estratos; la demografía descriptiva. En otras palabras, se necesita superar la mirada

    unidimensional aunque multidisciplinar del enfoque mecanicista y positivista. Perspectiva

    que desde diferentes disciplinas, pero de forma aislada, asume como una enfermedad y

    llama a los otros que se insertan en la heterotopía infame, tejido social patológico. 

    El problema objeto de estudio son los marginados, los excluidos en la ciudad, los que

    habitan los bordes heterotópicos, los que hacen parte de una topofobia para los normales,

    que los perciben también como la otredad amenazante, que es el límite donde se termina el

    aseo, el confort, la seguridad, el estilo de habitar que impone la sociedad industrial, el amo

    consumo y el deseo como mercado.

    Sin embargo corresponde a éste objeto de estudio un problema sujeto de estudio y son

    los que habitan el mundo feliz del crédito, del mercado, del consumo formal, del goce

    institucionalizado, los que ostentan junto a sus pólizas de seguros sus títulos académicos y

     profesionales, los que escriben en tercera persona y usan los eufemismos habitante de

    calle, trabajadora sexual, población intramural, los que describen a la otredad sin cohabitar

    con ella, los que sólo podrían asumir a desechables, prostitutas, travestis, locos, asesinos

    seriales, como objetos de estudio desde la asepsia de los métodos y los discursos, con la

    neutralidad que también caracteriza lo que se oculta, el desprecio y el asco, formas

     políticamente incorrectas de ser académico y autoridad en el mundo.

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    La voluntad de saber que motiva la investigación sobre las otras formas de hábitat

    desprovistas de pleno habitar y en formas de habitabilidad carente, en habitares sin

     posibilidades de morar y medrar es un pretexto para pensar que significan los cuerpos

    deseantes y excluidos que deambulan por la máquina ciudad o los que han sido confinados

     precisamente para evitar que invadan la ciudad como escenario de producción, de consumo,

    de necesidades y goces que buscan satisfacción y placer.

    El hospital psiquiátrico, el sistema penitenciario y carcelario, los centros de

    desintoxicación y rehabilitación del drogadicto, el concepto de resiliencia y hogares de

     paso, son todas formas biopolíticas nacidas de la relación histórica entre el saber y el poder

    que se forjaron dentro del paradigma cartesiano/newtoniano y que tomaron todo su brío en

    el marco del positivismo como aplicación política de una episteme basada en la utilización

    del método científico y su aplicación arrasante a la naturaleza y a la sociedad desde la

     perspectiva de una razón instrumental dominante que como poder ortopédico sobre el

    mundo y el estar en el mundo conoce para decidir qué hacer en el mundo, mediante

    controlar, intervenir, predecir, constituir los imaginarios legaliformes e institucionales de

    que es ser natural, que es ser cultural, y que son ambas formas de existir que se unen en

    el hombre y su control y conversión en normal. Toda forma positivista de conocimiento del

    hombre es una ingeniería y una ortopedia de lo que debe ser la sociedad y lo que debe ser

    amputado en ella. Así como toda forma de conocimiento de la otra naturaleza, tiene una

    sola finalidad, su dominio y explotación mediante el trabajo alienado y enajenado, base de

    la acumulación compulsiva, (Harvey, 2016). 

    Es necesario intervenir lo social desde otros campos, como la estética, la ética, lo

    espiritual, para aprender a ser humanos y sensibles, no sólo depredadores y consumidores.

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    El eufemismo “habitante de calle” para no usar la palabra “desechable” plantea una

    contradicción a partir de considerar la distinción que hace (Heidegger, 1951) del habitar

    como vivir y morar, y tener alojamiento. El que está abandonado a la calle con todas sus

    redes afectivas rotas, ocupa un espacio construido que al ser público es de todos y de nadie,

    (Perilla, 2008). 

    Los ciudadanos comunes perciben con asco al indigente, sobre quien hay una actitud

    generalizada de desprecio, miedo y rechazo. Existen además los otros excluidos arrojados a

    los bordes marginales de lo social: los enfermos mentales, los criminales, las diversas

    formas de prostitución, el confinamiento intramural con todo lo que conlleva:

    hacinamiento, enfermedad y violencia. También son parte del arsenal discursivo que

    explica, describe, caracteriza e interviene su condición.  

    En éste ensayo se ha descrito el tema de investigación pero es importante considerar las

     preguntas que llevan a una posible formulación de objetivos del proyecto, para concluir en

    una hipótesis de trabajo, siguiendo la forma en que suelen presentarse los problemas desde

    el paradigma positivista. 

    ¿Por qué el cuerpo como territorio del hombre, fue excluido de la epistemología por el

     paradigma positivista basado en las dualidades mente-cuerpo y sujeto-objeto? 

    ¿Qué es el cuerpo complejo en la emergencia de un nuevo paradigma? 

    ¿Desde la biopolítica y el mercado, qué hace posible la alienación y enajenación del

    hombre respecto al trabajo y el placer? 

    ¿Es la exclusión un problema del modelo productivo capitalista basado en el darwinismo

    social y el individualismo de posesión? 

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    ¿Qué moral oculta existe en torno al rechazo familiar y social que condena a la

    exclusión y a la existencia límite a los cuerpos dominados por una pulsión de goce?

    ¿Para qué narrar por medios gráficos, la otredad de los excluidos, en la calle y en las

    instituciones de confinamiento? 

    ¿Qué significa interpretar el habitar marginal en la ciudad desde el hábitat de los

    cuerpos? 

    ¿Qué puede aportar al tema hacer un atlas del goce y el sufrimiento en la ciudad, que

    lleve de la sensualidad a la sensibilidad? 

    Dicho todo lo anterior y con lo que cierro éste ensayo es el planeamiento de una

    hipótesis de trabajo:

    Los excluidos de lo social no tienen oportunidad de resiliencia en una ciudad cuyo

    modelo de desarrollo se basa en la depredación del hombre y la naturaleza. El mercado en

    su doble faz, trabajo y deseo, es una máquina que devora los cuerpos humanos, contradice

    su dignidad, disminuye su autonomía, anula su libertad. Humanismo y capitalismo son

    formas excluyentes. 

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    Referencias 

    Bitácora No. 15 (2009). Aborda el problema de la informalidad y los fenómenos de

    miseria y pauperización asociados a esta. Revista del Instituto de investigaciones Hábitat,

    Ciudad y Territorio. Bogotá: Universidad nacional de Colombia, 176 págs. 

    Bitácora No. 17 (2010). Calidad de vida desde dos variables: pobreza y bienestar.

    Revista del Instituto de investigaciones Hábitat, Ciudad y Territorio. Bogotá: Universidad

    nacional de Colombia, 190 págs. 

    Castelblanco Caicedo, Diana Zoraida (2010). Los relatos del objeto urbano. Una

    reflexión sobre las formas de habitar el espacio público. Bogotá: Universidad Nacional de

    Colombia: Maestría en Hábitat, 220 págs. 

    Castillo de Herrera, Mercedes (2009). Proceso urbano informal y territorio. Ensayos en

    torno a la construcción de sociedad, territorio y ciudad.  Bogotá: Universidad Nacional

    de Colombia: Maestría en Hábitat, 278 págs. 

    Deleuze, Gilles & Guattari, Félix. (1985). El Anti Edipo. Capitalismo y esquizofrenia.

    Barcelona: Paidós. 

    Foucault, Michel (1984). Enfermedad mental y personalidad Barcelona: Editorial

    Paidós. 121 págs. 

    Foucault, Michel (1999) Estética, ética y hermenéutica. Obras esenciales Volumen III.

    Barcelona: Editorial Paidós. 474 págs. 

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    Foucault, Michel (2000) Los anormales. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica,

    350 págs. 

    Foucault, Michel (2009) El gobierno de sí y de los otros. Buenos Aires: Fondo de

    Cultura Económica, 429 Págs. 

    Habermas, Jürgen (2001). El futuro de la naturaleza humana. ¿Hacia una eugenesia

    liberal? Título original: Die Zukunft der Menschlichen Natur. Auf dem Weg einer liberales

    Eugenik? Traducción R.S. Carbó Ediorr digital: Titivillus ePub base r1.2 espaebook.com,

    123 págs. 

    Harvey, David (2016) Encuentro titulado: “El trabajo alienado es una condición de la

    reproducción del Capital”. Conferencia ofrecida en el auditorio de CIESPAL, Ecuador, 29

    de Enero 2016. htpp://www.cronicon.net/paginasIedicanter/Ediciones112/nota02.htm 

    Heidegger, Martín (1927). Ser y Tiempo. Edición electrónica de www.philosophia.cl/

    Escuela de Filosofía ARCIS, 448 págs.

    Heidegger, Martín (1951). Construir, habitar, pensar. Versión en PDF sin datos.

    Klossowski, Pierre (1998) La moneda viviente. Córdoba, Argentina: Alción Editora.

    Traducción, notas y posfacio de Axel Gasquet, pág. 60. 

    Perilla, Perilla Mario (2008). El habitar en la Jiménez con séptima en Bogotá. Bogotá:

    Universidad Nacional de Colombia: Maestría en Hábitat, 170 págs. 

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    Talavera, Henry & Jaramillo, Pedro Juan (2013). Entre trazos y texturas. Bogotá:

    Universidad Nacional de Colombia: Instituto de investigaciones Hábitat, Ciudad y

    Territorio. 116 págs. 

    Torres, Carlos Alberto; Rincón, John Jairo y Vargas, Eloísa (2009). “Pobreza urbana y

    mejoramiento integral de barrios en Bogotá”. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia,

    Maestría en Hábitat, 392 págs.