Bioética, derechos y capacidades humanas

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estudios en bioética Bioética, derechos y capacidades humanas germán alberto calderón legarda

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Este libro propone que la bioética, como joven disciplina aún en construcción, es una herramienta deliberativa que posibilita la mediación dialógica entre hechos y valores, entre principios abstractos y cursos concretos de acción, entre el relativismo ético extremo y el universalismo absoluto.

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    anaseste libro propone que la biotica, como joven disciplina an en construccin, es una herramienta deliberativa que

    posibilita la mediacin dialgica entre hechos y valores, entre principios abstractos y cursos concretos de accin, entre el relativismo tico extremo y el universalismo absoluto. La biotica es, para utilizar la expresin de Fernando Lolas, un dilogo moral en las ciencias de la vida. Concebirla de esta manera permite hacer una apuesta por ciertas formas de valoracin de carcter universal. Pero este universalismo no puede ser ajeno a contextos especficos, ni indiferente a la pluralidad cultural.

    El presente texto afirma que es posible argumentar a favor de ciertos valores universales importantes para el desarrollo de las sociedades humanas, sin que eso signifique optar por formas de imperialismo moral. No pueden plantearse discursos bioticos o biopolticos que tengan coherencia argumentativa o que puedan guiar la conducta si se erigen a partir de un universalismo abso-luto que busca aplicar principios abstractos sin ms o de un relativismo extremo para el que no pueden establecerse dife-rencias significativas en la prescripcin de la conducta humana, ni realizarse comparaciones entre diferentes sociedades.

    Biotica, derechos y capacidades humanas

    germn alberto caldern legarda

    germn alberto caldern legarda

    es magister de la universidad na-cional de Cuyo, 2001. Realiz una es-pecializacin en derechos humanos de la Escuela Superior de Administracin Pblica, en 1999. Fue director del Ins-tituto de Biotica de la Pontificia Uni-versidad Javeriana en el 2005. Algunas de la investigaciones que ha realizado son: El debate sobre la eutanasia, 2011; Calidad de vida y dignidad humana en el debate biotico, ante la libertad cultu-ral, 2006; y Derechos humanos de la ver-dad: hacia un tica del reconocimiento, 2001. Su produccin en revistas cient-ficas comprende los artculos: Puede un liberal ser solidario?, en Universitas Philosophica, 2000; La aplicacin de la eutanasia en el caso de Holand, en Agora Philosophica, 2005.

    otros ttulos de la editorial pontificia universidad javeriana

    biotecnologas e innovacin:el compromiso social de la ciencia (2012)

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  • germn alberto caldern legarda

    Biotica, derechos y capacidades humanas

  • estudios en biotica

    Reservado todos los derechos Pontificia Universidad Javeriana Germn Alberto Caldern Legarda

    Primera Edicin: Bogot, d. c., diciembre de 2012 ISBN: 978-958-716-570-8 Nmero de ejemplares: 500 Impreso y hecho en Colombia Printed and made in Colombia

    Editorial Pontificia Universidad Javeriana Carrera 7 nm. 37-25, oficina 13-01Edificio LutaimaTelefono: 320 8320 ext. 4752www.javeriana.edu.co/[email protected], d. c.

    Correcin de estilo: William Castao

    Diseo: Andrs Conrado Montoya

    Diagramacin: Sonia Rodrguez

    Impresin: Javegraf

    Prohibida la reproduccin total o parcial de este material, sin autorizacin por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana.

    Caldern Legarda, Germn Alberto

    Biotica, derechos y capacidades humanas / Germn Alberto Caldern Legarda. -- 1a ed. -- Bogot : Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2012. -- (Coleccin del Instituto de Biotica).

    164 p. ; 24 cm.Incluye referencias bibliogrficas (p. 157-164).ISBN: 978-958-

    1. BIOTICA. 2. TICA. 3. DERECHOS HUMANOS - ASPECTOS MORALES Y TICOS. I. Pontificia Universidad Javeriana. Instituto de Biotica.

    CDD 174.9 ed. 19

    Catalogacin en la publicacin - Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S.J.

    ech. Agosto 15 / 2012

    soporte

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    CONTENIDO

    Introduccin 5

    Captulo 1

    la biotica como mediacin dialgica

    1.1. La relacin hechos-valores en biotica 11

    1.2. Dificultades en la interpretacin del principialismo 25

    1.3. La biotica como moral dialogante 34

    Captulo 2

    universalismo contextualizado: entre el relativismo

    tico extremo y el universalismo absoluto

    2.1. Relativismo cultural y relativismo tico 43

    2.2. La posibilidad de un relativismo moderado 52

    2.3. Universalismo en contexto 67

    Captulo 3

    derechos humanos globales: una visin integral

    3.1. El concepto de derechos humanos 75

    3.2. Una concepcin institucional de los derechos humanos 81

    3.3 Salud y derechos humanos 92

    3.4. Libertad, desarrollo y derecho al desarrollo 96

    3.5. Derechos humanos y el carcter preventivo de la biotica 104

    3.6. Los derechos humanos concebidos globalmente 109

    Captulo 4

    la complementariedad entre derechos

    y capacidades humanas

    4.1. El concepto de capacidades humanas 119

  • 4.2. tica del desarrollo y capacidades humanas 125

    4.3. Calidad de vida y capacidades humanas 143

    4.4 Relacin entre derechos y capacidades humanas 147

    A manera de conclusiones 153

    Bibliografa 157

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    INTRODUCCIN

    la biotica, una reciente disciplina an en desarrollo, es, fundamentalmente, una herramienta deliberativa que posibilita la mediacin dialgica entre hechos y valores, entre principios abstractos y cursos concretos de accin, entre el relativismo ti-co extremo y el universalismo absoluto. Tal es la tesis central de la presente obra. La biotica es, para utilizar la expresin de Juan Masi Clavel, una moral dialogante o, en palabras de Fernando Lolas, un dilogo moral en las ciencias de la vida. Concebirla de esta manera permite, segn se argumentar aqu, hacer ciertas formas de valoracin que tienen un carcter uni-versal, pero que no son ajenas a contextos especficos ni indife-rentes a la pluralidad cultural.

    A esta forma de universalismo se la ha llamado en este libro, no sin reservas, universalismo contextualizado. El presupuesto del cual se parte plantea que puede argumentarse a favor de ciertos valo-res universales, importantes para el desarrollo de las sociedades humanas, sin que eso signifique optar por lo que algunos denomi-naran formas de imperialismo moral. Se defiende, entonces, una posicin segn la cual no pueden plantearse discursos bioticos y biopolticos que tengan coherencia argumentativa y la posibili-dad de guiar la conducta, ni desde un universalismo absoluto, que pretende una aplicacin sin ms de principios abstractos, ni desde el relativismo extremo, para el que no pueden establecerse dife-rencias significativas en la prescripcin de la conducta humana ni realizarse comparaciones entre diferentes sociedades.

    Para defender esta postura, se dan, en lneas generales, los siguientes pasos argumentativos. En primer lugar (captulo 1),

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    se seala la mediacin dialgica que establece la biotica entre lo fctico y lo valorativo, su papel como dilogo interdisciplina-rio que media entre las ciencias y las humanidades. Se muestra que la biotica no puede limitarse a la aplicacin de principios abstractos que presuntamente iluminan la toma de decisiones, pues esta no es una visin realista de la deliberacin moral. Se afirma que es en el escenario de los derechos humanos donde puede volverse operativa la deliberacin en torno a las preguntas bioticas. El carcter dialgico de la biotica va ms all de lo que sugiere la nocin de tica aplicada. En segundo lugar (captulo 2), se argumenta en contra del relativismo tico extremo y del uni-versalismo absoluto, y se formula la idea de un universalismo contextualizado que haga posible el pluralismo. En tercer lugar (captulo 3), se propone aclarar y ampliar la conceptualizacin de los derechos humanos, pues estos deben responder a las rea-lidades globales contemporneas y a problemas especficamente bioticos. Por ltimo, y en cuarto lugar (captulo 4), se contrasta el enfoque de los derechos con el de las capacidades humanas para mostrar cmo estos se complementan y contribuyen a com-prender mejor conceptos como los de calidad de vida y desarrollo humano. Luego de dar estos pasos argumentativos, se concluye que el papel mediador de la biotica no es secundario, sino, preci-samente, una de sus fortalezas, que adems le permite conservar su especificidad, pese a que el mbito de sus preocupaciones se ha ampliado considerablemente.

    Cada uno de estos pasos se da, a su vez, en cada uno de los cuatro captulos que conforman el libro. As, en el captulo 1 se plantea la pregunta sobre la mediacin dialgica de la bioti-ca. No se trata de formular una epistemologa como tal, sino, ms bien, de establecer de qu manera el enfoque biotico puede mediar entre lo fctico y lo valorativo. Se asume que el conoci-miento tcnico y cientfico de algo, por muy completo que sea, no sustituye por s solo el ejercicio de las valoraciones. Pero, por otro lado, no se pueden hacer valoraciones morales si no se tiene un conocimiento suficiente de los hechos relevantes. Se acepta que hechos y valores (ser y deber ser) son dos rdenes lgicamente diferentes, pero no se acepta que se los trate como si no pudiese establecerse relacin alguna entre ellos. Se procede a examinar

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    algunas dificultades en la interpretacin del principialismo, no porque se piense que este no contenga elementos valiosos o no sea una teora digna de respeto, sino porque algunas lecturas demasiado entusiastas de este nos alejan de la comprensin de la biotica como moral dialogante que se ha propuesto aqu. Si esta ha de entenderse como un dilogo no es porque aplica principios abstractos a situaciones concretas, sino porque provee un escenario adecuado para la deliberacin. Se da aqu cabida a algunos autores latinoamericanos, en su mayora crticos de ciertas interpretaciones del principialismo. No se hace esto por un sesgo regionalista, sino porque sus argumentos sobre el con-tenido y el mtodo de la biotica son suficientemente slidos e interesantes. Dadas las diferencias entre tica y moral, a lo lar-go del libro se han utilizado los dos trminos procurando que a partir del contexto quede claro el sentido de cada uno. Basta decir que cuando se habla de dilogo moral, de moral dialogan-te o de reflexin sobre la moral estamos haciendo referencia al ejercicio deliberativo de la tica y la biotica. El captulo finali-za sugiriendo algunas claves de lo que sera este dilogo moral, que va mucho ms all de lo que sugiere una concepcin de la biotica como una simple tica aplica. Se sugiere que el dilo-go interdisciplinar que propicia la biotica no es para nada una debilidad epistmica, sino, por el contrario, la fortaleza que ca-racteriza la forma como se ha venido constituyendo como disci-plina, ha logrado identificar sus problemas y ha aceptado el reto de intentar resolverlos de una manera transparente.

    El segundo captulo es decididamente un alegato, en el buen sentido, a favor de lo que se denomina aqu un universalismo contextualizado. Se parte de un presupuesto bsico: el reconoci-miento de la pluralidad cultural, como un hecho innegable del mundo contemporneo, no debe conducirnos a un relativismo tico extremo. El alegato es, pues, tambin contra este ltimo. Tanto la posicin del relativista extremo como la del universalis-ta incondicional imposibilitan de entrada cualquier discurso que aspire a dar razones para ciertos derechos y obligaciones que tie-nen aceptacin universal en un sentido especfico. Precisamente, la diversidad cultural y el pluralismo son posibles gracias al re-conocimiento de algunas formas de valoracin universal, cuyo

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    nico objetivo debe ser el de proteger a los seres humanos de situaciones de opresin y miseria extrema, respetando sus dife-rencias. Se concluye que el universalismo no puede ser un uni-versalismo sin ms, pues este, de ser posible, opera siempre en contextos particulares.

    El tercer captulo se pregunta por la posibilidad de una com-prensin global de los derechos humanos, para lo cual explora el concepto mismo de derechos y, sobre todo, algunas concepciones contemporneas de los derechos humanos que, en opinin del au-tor, agregan elementos novedosos a las discusiones actuales sobre ellos. Algunos nuevos derechos, como el derecho al desarrollo, se toman aqu como casos paradigmticos de la ampliacin glo-bal del discurso de los derechos humanos. La tesis es relativa-mente simple: lo ms importante de los derechos humanos en el mundo de hoy es su fuerza moral. La posibilidad de su aplica-cin en la esfera de lo tico-poltico depende de la forma como sea posible dar cuenta de sus conceptos centrales y de su propia fundamentacin. Una comprensin global de ellos debe ocuparse tanto de la dimensin individual como de la colectiva; tanto de los denominados derechos negativos como de los derechos positivos; tanto de las libertades fundamentales como de las ne-cesidades bsicas. El discurso de los derechos humanos, en el m-bito de la biotica, destaca el carcter preventivo de esta ltima, pero tambin su posibilidad de lograr consensos internaciona-les. Finalmente, algunos de los autores a los que acudimos aqu (Pogge, Sen, Santos) sealan la ruta hacia una concepcin global e integral de los derechos humanos, basada en ciertas formas de cosmopolitismo que haran posible el dilogo intercultural.

    El cuarto captulo podra leerse independientemente de los tres primeros, pero tiene con respecto a estos un carcter com-plementario en la medida en que propone que, al reconocer prio-ritariamente a los seres humanos como sujetos de derechos, se reconoce tambin que estos deben ser agentes de sus propios pro-yectos de vida. Por esta razn, se plantea que el vehculo indicado para abordar esto ltimo es el discurso de las capacidades huma-nas (Sen y Nussbaum). En la esfera de lo poltico, algunas de las capacidades humanas tienen un estatus de exigencia moral y, en este sentido, se acercan mucho al concepto de derechos. Pero

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    en el mbito del desarrollo humano son las capacidades las que proveen el escenario en donde los seres humanos agencian sus propias vidas. La perspectiva de las capacidades humanas permi-te comprender mejor lo que sera una tica del desarrollo y lo que son conceptos como el de calidad de vida, que resultan sumamen-te importantes para la biotica. Al final del captulo se intenta explicar por qu estos enfoques (el de los derechos y el de las capacidades humanas), aunque diferentes, no resultan opuestos, sino complementarios en formas que aqu se sugieren, pero que an han de explorarse ms.

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    CAPTULO 1 L A BIOTICA COMO MEDIACIN DIALGICA

    1 .1 . LA RELACIN HECHOS-VALORES EN BIOTICA

    desde qe hume seal en el siglo xviii qe el trnsito del es al debe era un trnsito invlido, y se instaur en el discurso fi-losfico (particularmente en la filosofa analtica anglosajona) la alarma generalizada sobre la presencia de la falacia naturalista, ha cundido la opinin, no desprovista de gran fuerza argumen-tativa, segn la cual no se puede fundamentar sobre los hechos ningn tipo de valoraciones morales. Los primeros no pueden conducirnos a las ltimas, y mucho menos de manera directa.

    La primera conclusin que suele derivarse de esto, y con fre-cuencia de forma precipitada, es que de los meros hechos no pueden derivarse cuestiones de valor y que, por lo tanto, la tica y la biotica quedan excluidas de toda investigacin objetiva, con lo cual su racionalidad es profundamente cuestionada.

    En el sector extremo de esta posicin escptica se puede concluir que la argumentacin sobre la moral resulta imposible, pues no es factible justificacin alguna con respecto a los consensos o disensos que se produzcan. En la biotica esto constituye un problema an ms notorio, si se tiene en cuenta que el ncleo problemtico alre-dedor del cual giran sus anlisis se configura, por un lado, a partir del cmulo de conocimientos fcticos alcanzados en la investigacin emprica (en gentica, biologa, medicina o ciencias medio ambien-tales, para mencionar solo algunos campos) y, por otro, a partir de valores filosficos, religiosos, ticos, morales y las tradiciones cultu-rales. Parecera entonces que estos dos mundos, el de los hechos y el de los valores, estn completamente separados.

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    Como bien lo ha expresado el filsofo argentino Ricar-do Maliandi (2002, 13), el problema fundamental de la relacin tica-biotecnologa, y por lo tanto, de buena parte del quehacer biotico en general, se subsume bajo dos conceptos: el de la eti-cidad de la ciencia, por un lado, y el de la cientificidad de la tica, por el otro. En cuanto al primero de ellos, la idea de que la ciencia tena un carcter valorativamente neutral, que predomin du-rante mucho tiempo (particularmente desde la segunda mitad del siglo xix y la primera del siglo xx) se considera hoy equivocada. El saber por el saber mismo no puede, ni podr, justificar los ex-perimentos de los mdicos nazis.

    Estos experimentos, como los experimentos de Tuskegee (Brand 1978, 21-29), son situaciones demasiado dolorosas, propicias para que la humanidad aprendiera que ningn saber, ni siquiera la cien-cia, es valorativamente neutral. Sin embargo, es necesario especifi-car en qu sentido no son valorativamente neutrales.

    Una primera postura consiste en sostener que difcilmente se puede justificar la limitacin de la investigacin, puesto que el conocimiento por el conocimiento mismo constituye un ideal y una aspiracin humana noble. Sin embargo, segn esta misma postura, la forma como la investigacin se haga y, sobre todo, las aplicaciones que se le den al conocimiento obtenido deben some-terse a unos controles que sean el resultado de unos principios que sirvan como gua.

    Puntos de vista como el anterior pueden resultar, para algu-nos, ingenuos cuando no simplistas. El conocimiento cientfico y biotecnolgico no se busca, ni se obtiene, al margen de intereses concretos: econmicos, polticos, militares. Volvemos, entonces, al viejo problema: el conocimiento confiere poder. Y este es quiz el mayor riesgo moral, pues el poder puede utilizarse para opri-mir a otros, an en aquellos casos en los que la intencin origi-nal era loable. Podemos, por ejemplo, a travs de la publicidad o diversas formas de propaganda, modificar el comportamiento de la gente para ejercer algn tipo de control o para inducirla a ciertos tipos de comportamiento, pero se corre el riesgo de que los ciudadanos dejen de ejercer su autonoma o de que reciban una informacin incompleta. No hay, entonces, una ciencia des-provista de intereses. No hay en ella pureza, como posiblemente

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    no la hay en ninguna empresa realmente humana. La discusin debera darse entonces alrededor de cules intereses pueden con-siderarse legtimos y cules no.

    El otro concepto, segn la reflexin de Maliandi, el de la cien-tificidad de la tica, se refiere no solo a los elementos crticos que la tica puede ofrecer como disciplina, sino a su capacidad de dar cuenta de s misma, bien sea a travs del anlisis epistemolgico de las normas ticas, del anlisis de su propio discurso o de su capacidad para dar razones, aunque sean razones distintas para aceptar una misma norma o un mismo valor; por ejemplo, el res-peto a la dignidad humana (Oliv 2005, 135).

    En realidad, este sigue siendo el mayor y ms importante reto para la tica y para la biotica: poder lograr ciertos acuerdos al-rededor de unos pocos valores que se puedan universalizar para ser aplicados con el apoyo de la razn, es decir, sin imponerse, aunque se llegue a ellos por diferentes vas. Estas vas correspon-deran a las distintas concepciones sobre la vida y sobre la moral que tienen las diversas comunidades humanas. La pregunta es, concretamente, por la posibilidad de que la razn pueda dar cri-terios para la accin moral y de que no se quede corta a la hora de valorar dichas acciones en el marco de diversas teoras ticas, en donde cabe tambin la pluralidad de teoras.

    Por ms que se diferencien entre s diversas teoras ticas (principialismo, utilitarismo, contractualismo, etc.), todas tienen un propsito comn: iluminar la accin de tal manera que las ra-zones que se den para tomar determinadas decisiones correspon-dan a juicios que son producto de criterios razonables, y no a la arbitrariedad de los argumentos de la autoridad, la tradicin, los favoritismos, las explicaciones providencialistas o las posturas ideolgicas inmodificables. Por esto mismo, podemos sostener que se equivocan profundamente aquellos que piensan que no es necesaria tanta reflexin terica y tanto debate para resolver problemticas que tocan asuntos vitales de los seres humanos. Este aparente pragmatismo se queda corto a la hora de ofrecer razones a los ciudadanos, que esperan respuestas a problemticas que tocan la esfera de lo pblico, y, lejos de resolver las cosas, las complica al optar por soluciones no suficientemente pondera-das ni consensuadas.

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    La pregunta por la cientificidad de la tica es perfectamente vlida, siempre y cuando no nos limitemos a una comprensin excesivamente estrecha del concepto de ciencia y estemos dis-puestos a incluir tambin las diversas disciplinas, los nuevos objetos transdisciplinares y, por qu no, aun a riesgo de ser demasiado laxos, otros saberes, tal como lo sugiere Paul Feyera-bend (1981) en defensa de lo que l llama una teora anarquista del conocimiento.

    Aunque solo encuentre respuestas provisionales, responder a la pregunta especfica por el carcter cientfico de la tica (to-mada esta como una disciplina filosfica que nos dara los fun-damentos racionales de la accin moral) requiere explicitar el aparato terico que nos permita pensar que algn tipo de cono-cimiento tico es posible. A menos que seamos emotivistas ex-tremos (Ayer 1965) y pensemos que la tica es fundamentalmente una cuestin de expresin de actitudes de rechazo o aprobacin frente a ciertas conductas, existe la necesidad de encontrar for-mas de justificacin del discurso tico.

    Es necesario ser cuidadosos, pues estamos en una poca en que la sola mencin de fundamentos absolutos despierta sospechas que, a decir verdad, no son del todo infundadas. Por otro lado, cuestiones como el estatuto epistemolgico de las ciencias sociales y de las ciencias naturales; las fronteras cada vez ms difciles de trazar entre diversos tipos de saberes; la necesidad de abordar los problemas de manera interdisciplinaria y transdisciplinaria (Ja-ramillo 2005, 59-71); la aparicin de una problemtica biotica que surge de la necesidad de responder a problemas vitales urgentes (aun cuando carezcan de un objeto de conocimiento perfectamente definido); todas estas cuestiones son factores que sumados hacen que la reflexin sobre el estatuto epistemolgico de la biotica, y de la tica en general, no pueda darse por supuesta (Sotolongo 2005, 95-123). Pero aunque no puedan darse fundamentos ltimos, esto no debe interpretarse como si no fuera posible ofrecer argumentos razonables y slidos que den cuenta de la coherencia y la racio-nalidad de nuevos discursos interdisciplinarios, entre los que, por supuesto, la biotica tendra un lugar de liderazgo.

    Si aspiramos a encontrar criterios razonables para la accin y as contribuir, aunque sea de manera modesta, a la solucin

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    de los difciles problemas que surgen de la relacin entre tica y tecnociencia (esto es, al intento de la biotica de ofrecer solu-ciones hasta donde sea posible) es necesario que, sin abandonar el espritu crtico, se haga a un lado el escepticismo absoluto frente a las posibilidades de fundamentacin, as sea solo como ejercicio reflexivo. Esto no significa ser crdulos ni dogmticos, sino solamente mantener abierta la posibilidad de que la razn ejercite su papel mediador. Pues una cosa es un escepticismo moderado que ejercera un papel crtico (Torralba 2005, 33) y otra, el escepticismo absoluto, que hara imposible, de entrada, el avance de cualquier saber.

    Tal vez la tendencia hacia ciertos tipos de escepticismo se deri-ve de la conciencia, hoy muy extendida, de que si se habla sin ms de la fundamentacin cientfica de las normas morales lo ms probable es que entremos en una empresa que est condenada al fracaso. Al comienzo de este captulo mencionamos a Hume, de quien, entre otras cosas, recibimos como legado la constatacin de la inderivabilidad del deber ser a partir del ser. Cuando suce-de esto se comete lo que Moore, a comienzos del siglo xx, llam la falacia naturalista (1993). El anlisis de Moore es ligeramente diferente en cuanto que, para l, de lo que se trataba era de sea-lar que los trminos ticos no pueden ser definibles en trminos de cualidades naturales, es decir: an suponiendo que sepamos mucho sobre cmo es algo (incluso si nuestro conocimiento de ese algo es completo), no podemos inferir a partir de dicho saber cmo debe ser ese algo. La consecuencia que tradicionalmente se ha inferido de esta distincin, tomada de modo ms amplio, es que el discurso tico y el discurso normativo no pueden derivarse del conocimiento emprico.

    Esto es particularmente notorio, e incluso dramtico, en el anlisis de los problemas bioticos, pues, en muchos contextos en los que surge este tipo de reflexin, aparece con frecuencia cierto tipo de expectativa segn la cual el conocimiento de las disci-plinas cientficas particulares resolvera eventualmente las pre-guntas morales o del deber ser. Optar por esta va es, adems de filosficamente problemtico, polticamente riesgoso cuando es llevado a extremos. Es posible imaginar un ejemplo en el que, como resultado de algn progreso biotecnolgico, recursos como

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    los rganos humanos dejaran de ser escasos, segn esta va, se inferira de forma casi natural que esa situacin hara desapa-recer los problemas ticos que surgen de la donacin y acceso al recurso. Al modificar la realidad se pensara que ya no se hace necesario tomar ciertas decisiones que pueden resultar conflicti-vas. Pero estas son situaciones ideales, aunque posibles. Desafor-tunadamente, la mayora de las situaciones problemticas en tica no tienen ese feliz final.

    Con respecto a los problemas bioticos, si bien es cierto que re-viste una gran importancia traer las falacias a la superficie, no debe permitirse que el temor a cometerlas tenga efectos paralizantes en la reflexin moral prctica. En el caso de la falacia naturalista los ejemplos en biotica abundan y no son de ninguna manera tri-viales (aborto, estatuto del embrin humano, relativismo cultural, relativismo tico). Kottow (1995, 59) nos da los siguientes ejemplos de falacias naturalistas en el discurso cotidiano:

    1. En Chile se producen 200.000 abortos clandestinos al ao (descrip-

    cin), lo que hace recomendable legalizar el aborto (prescripcin).

    2. Si la ley exige o prohbe un determinado acto (descripcin), bas-

    tar decidir en concordancia con ella para actuar ticamente

    (prescripcin).

    Aqu tenemos tpicos ejemplos del intento fallido de explicar en trminos ticos lo que tiene una base informacional en los hechos o datos de algn fenmeno social.

    El segundo tipo de falacia es quiz el menos interesante para este trabajo y se ha denominado falacia moralista. Consiste b-sicamente en inferir, a partir de la valoracin de una situacin particular, que algo suceder necesariamente. Tpico ejemplo de ella son proposiciones como: el pas est tan mal que las cosas tienen que empezar a mejorar, pero lo que puede suceder en la realidad es que las cosas empeoren. La falacia moralista no es muy interesante desde la perspectiva del anlisis filosfico, pues es muy poco sustentable una vez se la examina. Sin embargo, no debe perderse de vista, pues, a la hora de evaluar situaciones y de entender las opiniones de los ciudadanos, nos permite una mejor comprensin de determinadas controversias morales. Cabe

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    anotar aqu que la tica en general y la biotica en particular no deben ser indiferentes al cmo y al porqu de ciertas opiniones morales. Esto no resuelve los problemas ticos como tales, pero ayuda a comprenderlos, o por lo menos da pistas de por qu cier-tos sectores de la poblacin piensan de determinada manera.

    Ahora bien, volviendo a la falacia naturalista, podemos acep-tar que ser y deber ser, pertenecen a dos mbitos diferenciados y diferenciables, lo cual es una distincin de carcter lgico fcil-mente sustentable. Pero ms all de esta distincin no podemos pensar la tica ni la biotica como tica prctica si mantenemos que operan a partir de dos rdenes completamente desvincula-dos entre s: el del conocimiento fctico de las ciencias, o de los enunciados de hecho, y el de las valoraciones, o de los enunciados normativos, es decir, los juicios morales. Las cosas se vuelven excesivamente complicadas si pensamos que no pueden estable-cerse vasos comunicantes entre los dos universos. En el siguiente captulo, haremos referencia al grave error que se comete al infe-rir, a partir de la reiterada constatacin de un hecho, por ejemplo, la variedad de culturas y de modos de vida (pluralidad cultural), conclusiones normativas extremas sobre la conducta humana, como es el caso del relativismo tico extremo.

    Por ahora es mucho ms prudente pensar que ninguna des-cripcin de una sociedad determinada basta como premisa y fun-damento de lo normativo. Sin embargo, no debe olvidarse que la descripcin de hechos sean estos de carcter cultural o hechos institucionales en el sentido propuesto por John Searle (1995) es una cosa, mientras que la formulacin de juicios valorativos es otra. Lo que para muchos resulta sorprendente y alarmante es que los objetos creados por la tecnociencia cambiaran este plan-teamiento. El deber ser de algo tendra que ser discutido antes de que dicho algo pueda llegar a ser. La apelacin a un principio de responsabilidad y del carcter preventivo de la tecnociencia, se esgrime ante la imagen todava ficticia, aunque no imposible de concebir, de un clon predeterminado o de un cerebro diseado en un cuerpo prefabricado. Curiosamente, y lejos de la espectacula-ridad de lo indito que parece seducir a ciertos autores (Hottois 1991), esto cambiara el orden de las cosas y la relacin entre lo creado y su creador, pero no reducira en lo ms mnimo la

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    necesidad de hacer valoraciones sobre las consecuencias desea-bles o indeseables del deber ser de un algo que se produzca.

    Frente a la relacin entre lo emprico y lo normativo hay mu-cho qu decir, y efectivamente se ha dicho mucho. Algunas veces se ha pretendido que, a partir de la constatacin y explicacin de hechos empricos, se puede obtener un esclarecimiento total (originado en respuestas basadas en la experticia) de lo que de-bera hacerse. Pero como lo han demostrado muchos autores, tal garanta no existe. John Harris (2004, 18-27), por ejemplo, va mu-cho ms lejos al afirmar, en un espritu ms radical, que si bien el conocimiento de los hechos es importante en biotica, este no puede por s mismo resolver los asuntos normativos y valorati-vos, pues estos son independientes del conocimiento tcnico y cientfico que tengamos de algo.

    Harris llega incluso a advertir sobre el peligro de cometer lo que l denomina la falacia empirista, que sera una especie de fa-lacia naturalista llevada al extremo. Si se parte del supuesto de que la tica podra prescindir del deber ser, para concentrarse en describir, su advertencia estara justificada, pues es cierto que la investigacin emprica no es investigacin sobre tica. De esto se concluye que existe una gran confusin sobre aquello a lo que se refiere la metodologa de la biotica: si bien es cierto que esta se caracteriza como una forma de investigacin multidisciplinaria, resultara ms adecuado, en su opinin, sostener que la biotica es una rama de la tica aplicada que se alimenta de la experticia y de los descubrimientos de otras disciplinas, pero que, pese a la con-fluencia de todas ellas, son los mtodos de la tica y de la filosofa los que la definen y resultan indispensables para su investigacin. Segn el esquema que l presenta (Harris 2004, 20), la biotica es una parte de la tica aplicada, que comprende la tica mdica y la gentica. A su vez, la tica aplicada es una parte de la tica.

    Al optar por este punto de vista, que es ms bien escptico sobre la posibilidad de que los estudios empricos iluminen la in-vestigacin biotica, Harris est teniendo en cuenta el fenmeno de la globalizacin de la tica: el hecho de que la agenda en asun-tos ticos que se propone est determinada, ms que por ninguna otra cosa, por los comits internacionales o nacionales de tica y los convenios o protocolos que usualmente surgen de all. Esto le

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    parece problemtico, en primer lugar, porque las urgencias pol-ticas de sacar adelante una agenda determinada empobrecen el nivel de los argumentos ticos; y, en segundo lugar, porque estos documentos llegan a ser con prontitud puntos de referencia obli-gatorios para las decisiones ticas, lo cual resulta preocupante, no solo porque se empobrecen an ms los argumentos que de por s ya son presentados de manera mucho ms breve (lo que llega incluso a perjudicar el trabajo serio y profundo en biotica), sino tambin porque los documentos suelen ser declaraciones p-blicas breves sobre diversos asuntos que representan diferentes intereses y problemticas muy amplias. Un problema adicional, en este orden de ideas, es que si se argumenta que las declara-ciones o convenios son el producto de consensos a los cuales se llega a partir de reuniones del ms alto nivel institucional, este hecho, que en s mismo es deseable, no resuelve el problema de los conflictos entre principios y las circunstancias en las cuales dichos principios tratan de aplicarse.

    Tampoco aqu los ejercicios de recoleccin e interpretacin de datos a travs de encuestas, que en el mejor de los casos solo revelan ciertas preferencias de la opinin pblica, resuelven los problemas. Esto suele ser aprovechado por Gobiernos o por par-tidos polticos, aunque no necesariamente con intenciones dudo-sas. Las encuestas de opinin sobre asuntos morales pueden ser tiles en la medida en que sealan ciertas tendencias y permiten conocer las opiniones de diferentes sectores de la sociedad, pero no son ellas mismas la respuesta a los problemas ticos.

    Segn esta visin escptica de Harris, el mismo principio de precaucin, tan importante en biotica para la evaluacin del ries-go, corre este tipo de peligros. Pues el solo hecho de tratar de ma-nera responsable los riesgos y peligros que pueden implicar ciertas polticas pblicas puede constituirse en un impedimento para rea-lizar cambios que quiz resulten necesarios. No hay que estar del todo de acuerdo con la posicin de Harris para aceptar que algu-nos de sus ejemplos son difciles de rebatir. Un ejemplo relevante es el que desarrolla con referencia al debate que se dio en Inglaterra sobre la fertilizacin humana y la embriologa. En la Human Fer-tilization and Embryology Act de 1990, clusula 13.5 de su captulo 37, se dice que ninguna mujer recibir servicios de tratamiento (de

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    fertilizacin) a menos que se haya tomado en cuenta el bienestar del nio que nacer como resultado de este tratamiento (incluyen-do la necesidad de ese nio de tener un padre) y el de cualquier otro nio que pueda ser afectado por dicho nacimiento1.

    Este requisito, segn Harris, hace que mucha gente objete la moralidad de la oferta de reproduccin asistida porque dicha po-sibilidad es, segn se ve, contraria a los intereses del nio. Aqu radica el problema: puesto que no hay evidencia disponible que nos muestre que la reproduccin asistida sera perjudicial para los intereses del nio, se corre el riesgo de que, por hacer valer prejuicios, se puedan afectar o frustrar las opciones reproduc-tivas de otros. Cul es, se pregunta Harris, la evidencia para demostrar que el uso de ciertas tecnologas reproductivas puede tener efectos que son contrarios a los intereses del nio que na-cer como resultado de estos procedimientos? No hay evidencia emprica aqu que muestre que se estn interpretando los intere-ses de ese nio o que pueda decirse algo verdaderamente funda-mentado, ms all del prejuicio o la especulacin. Pero incluso si la evidencia emprica pudiera ofrecerse, habra que desarrollar un punto de vista sobre la relevancia moral de los hechos. Este punto de vista no se adquiere a partir de la evidencia emprica. La formacin de un juicio moral y, ms precisamente, de un juicio tico no depende nicamente de informacin sobre hechos em-pricos, aunque, por supuesto, esta es relevante, algo que Harris parece negar errneamente.

    Frente a esto ha de decirse que la biotica tiene que enfrentar, inevitablemente, la tarea de dilucidar el papel del conocimiento emprico y su relacin con lo valorativo. Hay que establecer aqu mediaciones que no impliquen reducir lo uno a lo otro ni bana-lizar las relaciones que han de establecerse. Asimismo, hay que complementar lo anterior con juicios que pueden no ser puramen-te valorativos, sino tambin prudenciales, como se puede ver en muchos ejemplos posibles. Basta con sealar que en el caso del

    1 A woman shall not be provided with treatment services un-less account has been taken of the welfare of any child who may be born as a result of the treatment (including the need of that child for a father), and of any other child who may be affected by the birth.

  • 21

    conocimiento tecnocientfico se trata de dar razones para esta-blecer la conveniencia o inconveniencia de implementar ciertos procesos o innovaciones que se anuncian como generadores de inigualables beneficios para la humanidad presente y futura.

    Un caso concreto muy discutido, y an no plenamente resuel-to, es el de los alimentos transgnicos (Fernndez 2002, 130). Se tiene aqu la expectativa, al parecer fundada, de que la biotica pueda contribuir con algunos criterios tico-polticos que orien-ten la toma de decisiones en biotecnologa. Y esto depende, en buena parte, del conocimiento emprico (tecnocientfico) de este que nos ilustre sobre los efectos que dichos alimentos puedan tener en la salud humana y en la economa de los alimentos, en la industria agrcola y en el acceso a la seguridad alimentaria. Ese anlisis debe incluir las realidades polticas y la adopcin de cier-tos supuestos, como el principio de precaucin o marco general de la tica aplicada a la biotecnologa (Fernndez 2002, 144).

    Al reflexionar sobre los diferentes aspectos relevantes que hacen parte de estos debates, tenemos que concluir que puede resultar tan errnea la pretensin de que la sola constatacin y explicacin de los hechos pueda conducirnos a un esclareci-miento total de lo que debe ser (originado en respuestas basa-das en la experticia), como la posicin de Harris segn la cual el conocimiento de los hechos no resuelve para nada los asuntos valorativos y normativos, pues estos son independientes del co-nocimiento tecnocientfico de algo. Pero independientes no es lo mismo que irrelevantes. Y la razn por la cual estas dos posicio-nes resultan extremas es que un mayor y ms completo conoci-miento de algn fenmeno particular, sea este del mundo natural o un fenmeno social, s puede conducirnos a realizar valora-ciones ms ponderadas, aunque estas no sean reductibles a los hechos. La biotica debe intentar aqu una mediacin que pasa por poner en dilogo diferentes saberes o sectores de la realidad. Entre ser y deber ser tienen que existir algunos vasos comunican-tes que contribuyan a menguar las distancias.

    Sin embargo, ms all de que aceptemos o no esta dicotoma, hechos/valores, que a juicio de Moulines (1991, 26-42) est dando ya seales de resquebrajamiento, es importante tener en cuenta la observacin de Kottow (2005, 9) donde seala que los juicios

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    ticos tambin exhiben el atributo de hablar vlidamente tanto de lo que debe ser como de lo que es, pudiendo ser mensurados por la veracidad de su contenido. Filsofos contemporneos como Hilary Putman (2004), para quien la falacia naturalista ya no es sostenible, y Bernard Williams (1997, 169), para quien la comprensin tica necesita incorporar como suya una di-mensin social explicativa, han sealado el poco sustento de la dicotoma hechos/valores, pues para ellos el lenguaje contiene tanto descripciones como valoraciones. Tambin Nicholas Res-cher defiende la objetividad de los valores sobre la base de que hay una cuestin crucial en lo concerniente al verdadero valor del elemento en cuestin:

    [] lo que cuenta no es la preferencia (preference) sino la pre-

    feribilidad (preferability): no lo que la gente quiere, sino lo que

    debera querer; no lo que la gente realmente quiere, sino lo que

    la gente sensata (sensible) o bien pensante (right-thinking), de-

    bera querer dadas las circunstancias. El aspecto normativo es

    ineliminable. (1999, 90)

    Dado que los seres humanos tienen intereses reales, las pre-guntas sobre lo que es bueno para nosotros, o lo que redunda en nuestro mayor inters, tienen sentido para una racionali-dad que postule unos fines que deban y puedan ser valorados. As, por ejemplo, el precepto que para Kant tena el carcter de mxima universal: trata a toda persona como fin en s mismo y no solo como medio, es una mxima de conducta que gua las acciones humanas hacia un fin, pero este fin coincide con los intereses de los seres humanos y no se ve por qu no ha de ser universalmente aceptable, al menos desde el punto de vista de las necesidades humanas, sin que necesariamente esto signifique que aspiremos con Kant a obtener un fundamento trascendental de la moral. Se puede estar de acuerdo en que no es una verdad cientfica o que no describe el mundo tal como es, pero ciertamente es una aseveracin racional y razonable, as sea que solamente se postule como verdad moral o como una mxima a partir de la cual se puede intentar reconocer las necesidades humanas como reales, en cuanto estas no atenten

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    contra el reconocimiento de los otros, como lo seala Agnes Heller (1996, 57-82)2.

    Filsofos como Richard Hare (1995) han insistido en preservar la caracterstica de aplicabilidad universal de los juicios ticos. Esto no significa formular principios universales abstractos, sino orientarse por lo razonable. Como nos lo recuerda Kottow, el discurso moral es normativo, pero es ejercido como una facultad natural de seres que razonan y desarrollan una interaccin sim-blica en la cual buscan justificar sus creencias y enfrentar dis-crepancias (2005, 11). Desde otra orilla, Ulises Moulines (1991, 37) nos recuerda que si somos estrictos en la semntica del discurso con contenido cognoscitivo, no deberamos hablar de descripcio-nes de objetos o estados de cosas. Segn l, se debera hablar de discurso fctico en vez de discurso descriptivo, pues:

    [] en cuanto se alcanza un nivel mnimo de teorizacin (y

    prcticamente todas las ciencias e incluso muchas porciones de

    nuestro lenguaje cotidiano han alcanzado hoy en da este nivel),

    no puede hablarse propiamente de descripciones. De lo que hay

    que hablar es de interpretaciones.

    Por lo tanto, se podra afirmar que si los constructos de la ciencia no son propiamente descripciones que corresponden al mundo tal como este es, no habra entonces razn para no flexibi-lizar un poco las exigencias que se hacen a los enunciados ticos, pues el mismo discurso de las ciencias duras est sujeto a inter-pretaciones. La tica y la biotica interpretan, pero, por supuesto, tienen que vrselas con una problemtica compleja en la que se deben articular principios, obligaciones y normas de conducta, y ello sin abandonar la referencia a problemas urgentes que requie-ren algn tipo de respuesta sobre lo que deba o no deba hacerse.

    Terminaremos esta parte de la reflexin con un ejemplo sobre cmo el conocimiento emprico de algo puede servirnos para to-mar decisiones razonables o mejor informadas, sin que esto sig-nifique que las valoraciones se identifiquen con el conocimiento emprico como tal o que se deriven de l. En esto tambin hay

    2 Especialmente en el captulo 2, cuando se pregunta: Se puede hablar de necesidades verdaderas y de falsas necesidades?.

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    interpretacin, pero lo importante es que pueda advertirse de qu manera se puede aprender moralmente de la experiencia, sin que esto tampoco signifique que la sola experiencia basta para resol-ver problemas valorativos. El ejemplo es el proceso que condujo en Holanda a la legalizacin definitiva de la prctica de la eutanasia.

    No se sostiene aqu que este procedimiento haya sido perfecto y que no haya dejado interrogantes por resolver. Pero ciertamen-te fue, comparativamente hablando, un poco ms democrtico y ponderado en cuanto se permiti el debate y se hizo investi-gacin emprica sobre las actitudes de la gente y de los actores involucrados en la toma de decisiones. Fueron realizados varios estudios que buscaban, entre otras cosas, establecer las actitudes de los mdicos frente a la muerte de sus pacientes; la frecuencia con que se practicaba la eutanasia; las caractersticas sociales y familiares de los pacientes; la ocurrencia posible de la eutanasia no solicitada; el subregistro de casos; y la aplicacin de la eutana-sia incluso en aquellos casos en que los mdicos pensaban que los cuidados paliativos eran an posibles. Se busc tambin infor-macin sobre las actitudes de los familiares de los pacientes y de funcionarios de la justicia encargados de vigilar estas prcticas.

    En s mismos, estos estudios no resolvan el problema tico de si se deba o no levantar la prohibicin de la muerte por piedad, pero permitieron tener un conocimiento mucho ms amplio de las acti-tudes de la sociedad frente a una prctica como esta. Por supuesto, los mismos resultados de los estudios empricos, que fundamental-mente eran estudios sobre las actitudes de los agentes involucrados, estaban sujetos a interpretacin y esto tambin gener controver-sia. Pero lo valioso aqu es que, sin perder de vista la tradicin de tolerancia que haba en Holanda sobre estas prcticas, antes de legalizarlas definitivamente se hizo un esfuerzo considerable por obtener conocimiento emprico sobre un fenmeno social determi-nado que tiene muchas implicaciones tico-polticas, lo que per-miti no solo sopesar las actitudes de aprobacin o desaprobacin, sino tambin las razones que se daban a favor de uno u otro curso de accin sobre la base de una mejor informacin (Caldern 2005).

    A partir de esto, se puede afirmar que, si se hace un anlisis detenido sobre algn tema controversial en biotica, nos dare-mos cuenta de que el conocimiento de los hechos como base de la

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    informacin es indispensable, pero que estos por s solos no resuel-ven el debate moral. El debate, al igual que la misma interpretacin de los hechos, depende de nuestras valoraciones morales. Pero, por otro lado, resulta irresponsable hacer valoraciones si no comenza-mos con el conocimiento de los hechos y del contexto en que estos tienen lugar. Los hechos solos no son suficientes para modificar nuestros puntos de vista morales (Caldern 2005, 70), pero s pue-den darnos razones para confirmarlos, revisarlos o rectificarlos. La mayora de los problemas que se discuten en biotica exhiben esta caracterstica relacional (hechos/valores). Por esta razn, haramos bien en no pensar que la falacia naturalista condena a la ineficacia cualquier valoracin que se haga sobre problemas bioticos y bio-polticos y que estamos condenados a una separacin tajante entre el mundo de los hechos y el mundo de los valores.

    1 .2. DIFICULTADES EN LA INTERPRETACIN DEL PRINCIPIALISMO

    Pretender un tipo de derivacin directa de lo que es a lo que deber ser, o querer reducir cosas que son diferentes sin considerar que debe haber mediaciones de la razn, es un error sobre el que se ha querido advertir en las pginas anteriores. La otra gran fuente de confusiones en biotica es pretender que se puede deducir lo que debemos hacer de principios previamente dados, sin que haya mediaciones dialgicas y autnticos esfuerzos por deliberar.

    Es importante tener presente que en tica y en biotica el uso del concepto de principio ha sido muy difundido, pero no se ha ca-racterizado precisamente por su claridad. Se puede decir que una cosa es, para dar un ejemplo, el imperativo categrico kantiano en lneas generales, y sus varias formulaciones como principio general, y otra, la postulacin de cuatro principios interme-dios que, como en el caso de los de Georgetown, pretendan tener equivalencia normativa. Algunos autores ponen en duda que los principios de Belmont-Georgetown3 tengan, en realidad, la fuerza prescriptiva para desarrollar una propuesta biotica convincente: Los principios bioticos han tenido pretensiones

    3 Principios ticos y orientaciones para la proteccin de sujetos humanos en la experimentacin. Ver: Abel 2001, 219.

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    de rigurosidad que han sido criticados y desestimados, llevando a una progresiva flexibilizacin que hace muy difcil clasificarlos dentro del discurso de la disciplina (Kottow 2005, 16).

    Sobre esto habra que prender las alarmas, pero lo que se ma-nifiesta por su propio peso, en primer lugar, es la dificultad para negociar un ordenamiento jerrquico de los principios o la forma de resolver las situaciones de incompatibilidad. Algunos autores han enfrentado este problema sin evadir la posible formulacin de un ordenamiento jerrquico de principios, pero esto resulta una empresa muy difcil, en cuanto se buscara una primaca ontolgi-ca de alguno de ellos, o de algunos de ellos, sobre los otros. Diego Gracia (1998, 98) opta por la primaca de la no maleficencia y la justicia, por ser principios de bien pblico. Veatch (1995) privilegia la autonoma y la justicia, pues para l estos son deberes perfectos.

    Resulta tambin interesante la propuesta de Maliandi (2002, 25) segn la cual en la biotica los principios de justicia y autonoma representan la dimensin sincrnica, mientras que los de no ma-leficencia y beneficencia, la diacrnica. Su anlisis, que merecera un estudio ms detenido, plantea que la conflictividad de los prin-cipios es inherente a ellos, lo que a su vez expresa la tensin intrn-seca de la razn y la tensin entre principios. Pero al reconocer la inherencia de la conflictividad debe postular un quinto principio (un metaprincipio), que l denomina de convergencia, pues solo este permitira mantener el equilibrio entre los dems principios cardinales. Podra decirse, a riesgo de simplificar demasiado, que el planteamiento de Maliandi, sin lugar a dudas slido y riguroso, salva los principios pero introduce un metaprincipio que est por fuera de ellos. Hay mucho ms en su planteamiento, pero lo que se seala aqu con respecto al principialismo es que cada uno de los principios, tomado separadamente, no se sostiene. Es decir, deben ser respaldados por algn tipo de teora tica.

    Otras lecturas del principialismo pueden no ser tan resisten-tes, y menos las interpretaciones que se han hecho de ellas. Una de las primeras dificultades ha sido sealada por Kottow (2005, 18) y consiste en que el concepto de deberes prima facie se tras-lad, no se sabe en qu momento, de los deberes a los principios, pero los principios no son tan flexibles ni se adaptan fcilmente a los anlisis que surgen a partir de contextos especficos. Por otro

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    lado, cualquier principio est lejos de equipararse con una teora moral, incluso depende de ella; de lo contrario, resulta muy dif-cil fundamentar su generalidad. Los principios no abarcan todos los temas de la biotica y quizs evitan abordar los ms impor-tantes: la autonoma, por ejemplo, ha sido invocada para negarle validez a los argumentos que favorecen un derecho universal a la atencin mdica, por cuanto todo compromiso social impositivo interfiere indebidamente con la libertad individual (2005, 19).

    Hay dos razones ms que Kottow expone contra la aplicacin de los cuatro principios (justicia y autonoma, maleficencia y benefi-cencia). La primera tiene que ver con el hecho de que la biotica debe articularse con las orientaciones de una teora tica y los enunciados que surgen de esto no deben tener carcter de principios. La segunda se refiere a que ninguno de los principios de Georgetown es priva-tivo de la biotica, pues todos podran incluirse en el discurso de cualquier otra tica aplicada, y a que, por ser tan generales, de nin-guna manera podran ofrecer soluciones a problemas que surgen de diferentes prcticas sociales. As pues, los equilibrios reflexivos y la deliberacin moral no se favorecen con una interpretacin rgida de estos principios. Por esta razn, Kottow concluye que una biotica pensada para contextos como el latinoamericano deber orientarse a la bsqueda de la justicia y al ejercicio de la proteccin, para lo cual el principialismo de origen anglosajn resulta un poco extico. Si esto es as o no, tendra que mirarse con mayor detenimiento. Pero ciertamente la presunta aplicacin de los cuatro principios a una realidad tan compleja y desigual como la de los pases del sur sigue causando el mismo efecto que tiene una pelcula mal doblada cuyo lenguaje escasamente entendemos. Este extraamiento se explica porque el principialismo nunca se pens para contextos que resultan tan diferentes y tan complejos.

    Juan Carlos Tealdi (2005, 49), por su parte, critica lo que l denomi-na un fundamentalismo de los principios ticos de Georgetown, y lo hace sealando tres consecuencias no deseables propias de tal lectu-ra. Segn l, esta interpretacin fundamentalista del principialismo:

    1. Sostiene la existencia de principios ticos fundamentales acepta-

    dos por todas las pocas y culturas y aplicables en modo universal

    a todos los agentes y acciones en todo tiempo y lugar, siendo poco

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    sensible a los contextos en los cuales se verifican los hechos mora-

    les y se toman las decisiones ticas;

    2. Disocia los principios ticos de los derechos humanos e invierte su

    grado de subordinacin convirtiendo la moralidad interpretativa

    e histricamente constructiva de los derechos humanos en legalis-

    mo rigorista deductivo.

    3. Bajo el manto de un combate terico contra el relativismo cultural

    no respeta en la prctica el papel de los valores culturales y comu-

    nitarios en la razn moral.

    Hay varias consecuencias que se derivaran de esta crtica a las concepciones fundamentalistas de los principios. Dos de las cuales interesan aqu de manera particular: la primera es la subordinacin de los derechos humanos a los principios ticos (enunciada en el punto 2); la segunda tiene que ver con el peli-gro de convertir este fundamentalismo en imperialismo moral (enunciada en los puntos 1 y 3). Las implicaciones que seala el autor deben ser abordadas porque son muy importantes, empe-zaremos por la segunda, que se refiere al universalismo sin reci-procidad moral, y la primera se abordar luego.

    Por imperialismo moral, en lneas generales, se entiende todo in-tento de imponer por parte de culturas o pases dominantes, a travs de diferentes formas de coaccin, conductas morales especficas so-bre otros pases o culturas. Se habla entonces de culturas hegemni-cas y de un imperialismo en lo que se refiere a la moral. Se ha dicho tambin que ciertas formas de universalismo basadas en el princi-pialismo, como el que le atribuyen algunos crticos a Ruth Macklin (1999) conducen a formas de imperialismo moral, por tanto los dere-chos humanos occidentales que pretenden derivarse de aqu son tambin formas hegemnicas de valoracin moral. Es esta crtica suficientemente fundamentada? La respuesta podra ser afirmativa si las consecuencias normativas que pretenden derivar se obtienen a partir de principios ajenos a los contextos a los que se quieren apli-car. Esto se da si la comprensin de dichos contextos histricos y culturales es insuficiente, o si llega a creerse que todo ideal moral se basa en una tica en la que lo nico verdaderamente importante es el individuo aislado. Pero para hacer justicia a la autora habra que mirar con mayor cuidado su argumentacin.

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    Aqu se toma una va ligeramente diferente: se sostiene que buena parte de lo que se debate entre el relativismo tico y los universales morales podra apreciarse mejor si se tiene presente las condiciones en las cuales suele darse este tipo de controversias. Si se tiene en cuenta que muchas veces la retrica de principios se trae como un discurso que viene desde arriba, entonces se estara dando algo sobre lo que Tealdi nos advierte; prescripciones uni-versales sin ms, que se impondran sin dar una mirada cuidadosa sobre los universos culturales a los que se pretende que puedan aplicarse. Al respecto resulta diciente el siguiente borrador de de-claracin que Sandra D. Lane y Robert Rubinstein, en polmica con Macklin, presentaron a una sociedad acadmica norteamericana.

    En aos recientes se ha reconocido que mujeres y nias sufren

    discriminacin en muchas sociedades. En muchas partes del mun-

    do las mujeres reciben menos alimento y cuidado mdico que los

    hombres y los nios; en zonas de conflicto civil mujeres y nias

    son violadas como una estrategia intencional de guerra; en muchos

    pases la violencia domstica causa heridas graves, discapacidad y

    muerte; en algunas reas las nias son sometidas a cirugas geni-

    tales tradicionales que causan severas y duraderas consecuencias

    para la salud y en otras zonas las cirugas cosmticas y las presio-

    nes para lograr el ideal de una figura esbelta tambin tienen conse-

    cuencias negativas para la salud. (Lane 1996, 31-40)

    A riesgo de simplificar, podra sugerirse aqu que en la com-prensin del problema se pueden intentar algunas mediaciones.

    El primer aspecto que hay que observar es la manera como los autores se refieren a las cirugas tradicionales que se practican a las mujeres de algunas zonas de frica. Quizs esta referencia general, que no implica de entrada un juicio de valor, genere me-nos prevenciones que un lenguaje marcadamente condenatorio. Pero esto no significa que no deba tratar de modificarse la prcti-ca de la infibulacin de los genitales femeninos.

    El segundo aspecto a tomar en cuenta es que lo que se consiga, si logran modificarse los comportamientos, no ser por la apela-cin a ningn principio en particular, sino por la comprensin de lo que realmente se valora en una sociedad en un momento

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    determinado. Por ejemplo, las madres que en algunas regiones africanas creen que sus hijas tendrn una mejor opcin de ca-sarse si se someten a estas cirugas estn actuando segn lo que creen es mejor para la vida de sus familias, y estarn seguras de esto hasta que puedan convencerse de que hay otras cosas que hacer para favorecer estos intereses; pero no ser a travs de nin-gn principio como llegarn a modificar su valoraciones.

    El tercer aspecto se refiere a que aquello que a los occidenta-les parece tan poco racional, para algunas sociedades no occi-dentales tendra su contraparte en las sociedades opulentas de occidente. Lane y Rubinstein mencionan las cirugas plsticas o implantes que se hacen por razones estticas. Es obvio que estas prcticas obedecen a ideales de belleza que de alguna manera tambin son impuestos, y de ellas tambin se espera obtener de-terminados beneficios. Seguramente esta aficin por las cirugas estticas resultara extica y quiz incomprensible para muchas mujeres africanas. La nica va que parece quedar es la de inten-tar comprender lo que resulta valioso para algunas culturas o para algunos miembros de esas culturas, por razones que pueden llegar a establecerse. En este sentido, no parecera que ninguna sociedad pudiera ahorrarse el trabajo de entender su propio con-texto y el de otras sociedades, si ha de pronunciarse sobre algn tipo de prescripcin sobre lo que deba o no deba hacerse. Pero normalmente esto no es tan simple y no termina en una rectifica-cin de los puntos de vista tradicionalmente aceptados.

    La otra crtica que resulta particularmente interesante es la de la subordinacin de los derechos humanos a los principios ticos. Parece correcta la apreciacin de Tealdi de que no se pueden deri-var derechos de principios y que al intentarlo de esta manera los derechos no quedan articulados a una teora tica.

    En consonancia con lo anterior, se intenta proponer aqu que la biotica solo puede articularse alrededor de un ncleo valora-tivo, fundamental ms que absoluto, conformado por los dere-chos humanos. Para que estos queden liberados de los peligros y limitaciones de ciertas cargas ideolgicas deben ser formulados a travs de concepciones ms flexibles y a tono con las dimensio-nes de ciertas problemticas globales, en donde se podra desta-car, por ejemplo, el intento de formular una tica del Desarrollo

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    (Len 2005, 19-26). Por otro lado, las formulaciones que se hagan en trminos de derechos no deben ser tan amplias como para que lleguen a perder su peso especfico.

    Tealdi encuentra dos cortes epistemolgicos de la biotica de principios con respecto a los derechos humanos. El primero se da como consecuencia de considerar los principios de Georgetown como deberes prima facie, lo que, segn l, cuestiona el carcter absoluto de los derechos humanos, los cuales exhiben tres ca-ractersticas compartidas con los valores religiosos: el carcter de inalienables, no negociables y absolutos, pero existe una adi-cional que los ltimos no poseen al encontrarnos en un mundo secularizado, su aplicabilidad universal.

    Hay quienes pueden expresar reservas sobre la necesidad de considerar ciertas valoraciones ticas universales como absolu-tas, quizs sea mejor pensar en valores fundamentales ms que en valores absolutos (Caldern, citado en Snchez 1997, 125-134), pero independientemente de esto, se puede aceptar, en principio, que los valores encarnados en los derechos humanos no son re-lativos, en tanto que las obligaciones morales que generan deben alcanzar reconocimiento jurdico internacional. Tal vez profun-dizando en su concepcin pueda verse que son las nicas obliga-ciones de los Estados que se reconocen, y que en buena parte es este reconocimiento lo que los legitima como miembros de una comunidad internacional. Esto tambin tiene su contraparte en una especie de sociedad civil cosmopolita que refuerza y vigi-la su exigibilidad. Pero aqu hay problemas tericos y prcticos que deben resolverse. (En el captulo iii se examinarn algunas propuestas contemporneas en esta direccin). Ms all de esto, cuando la justicia se converta en un principio de deber prima facie que se colocaba en un plano de horizontalidad con respecto a los dems principios, no se formulaba una teora tica que inte-grara todo aquello que tradicionalmente haba estado separado. Tampoco se puede construir una teora de la justicia que d cuen-ta de esta si se la considera como un principio entre otros.

    El segundo corte epistemolgico que seala Tealdi proviene de la desvinculacin entre norma jurdica y norma tica, pues una justificacin moral basada en principios como los de Georgetown no da cuenta de los valores, principios y virtudes, tarea que se

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    reservara a una teora tica. En el caso de los derechos humanos, son la dignidad humana y la justicia, respectivamente, el valor mximo absoluto y el deber mayor. Segn Tealdi, al equiparar los derechos con obligaciones prima facie que quedan subordinadas a los principios, aquellos se convierten en obligaciones en abs-tracto, ya que no pasan por la articulacin y deliberacin de una teora tica (2005, 42).

    De manera intuitiva, se podra afirmar que hay al menos dos razones de peso a favor de la lectura de Tealdi. La primera es que la dignidad humana puede considerase un concepto no re-lativo, no porque obedezca a una nocin metafsica o religiosa que la defina esencialmente, sino porque en la experiencia de la vida humana podemos sealar de manera casi universal qu condiciones son indignas, o qu podra considerarse una digni-dad no realizada. De ah que este sea un concepto dinmico que se vuelve operativo y se llena de contenido a travs del discurso de los derechos humanos. La segunda razn es que la justicia, al ser un tema tan importante y del que depende la justificacin de la toma de decisiones tico-polticas, no puede ser un principio ms entre otros, ni siquiera un principio intermedio. El qu y el cmo de la justicia dependen de una teora de la justicia y, en general, de una teora tica.

    Quiz la idea ms importante que se obtiene de esta crtica es que seala las incoherencias que surgen al pretender que los dere-chos humanos tienen un carcter derivado de los principios ticos, con lo que se hara muy difcil, por ejemplo, hablar seriamente de la salud como un derecho humano bsico. La salud seguira estan-do en el campo de los derechos programticos, pese a su consagra-cin en el Pacto de Derechos Econmicos, Sociales y Culturales de 1966. Por estas razones, y otras no desprovistas de cierta carga ideolgica, an se considera que algunos derechos pertenecen a un mbito diferente; estos particulares derechos, similares a obli-gaciones positivas que no alcanzan el rango de obligatoriedad que podran tener los derechos civiles y las libertades individuales, son denominados, de manera algo extraa, derechos negativos. No se afirma aqu que todo esto sea consecuencia del principialismo, pero, ciertamente, puede haber un sesgo ideolgico en la distin-cin. Se propondr, en el tercer captulo, cmo una visin integral

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    y ms orientada a las realidades globales de los derechos humanos evita las incoherencias tericas de querer operar con principios abstractos, y tomarse demasiado en serio la idea de generaciones y jerarquas entre los derechos.

    El sentido de los mnimos ticos que representan los derechos humanos no obedece a su minimalismo sino a su capacidad para mostrarse como exigencias morales validas, identificables y reco-nocibles, aun en medio de la diversidad cultural; en realidad, una concepcin ms adecuada de los mnimos ticos debe permitir contemplar derechos que an figuran en otras categoras. La sa-lud, por ejemplo, sigue siendo tratada como un derecho progra-mtico; entonces es justificable la preocupacin de Tealdi cuando seala que la derivacin de los derechos a partir de los principios lleva a la poco deseable consecuencia de que la salud no se consi-dere un derecho humano bsico.

    Si bien es cierto que el derecho a la salud puede resultar un concepto demasiado amplio, y que la estrategia de la conferencia de Alma Ata de 1978 fue tratar de delimitarlo un poco al hablar de atencin primaria en salud, esto resulta insuficiente a la hora de evitar ambigedades sobre cules son y cules no son las obli-gaciones de un Estado frente a la salud de sus ciudadanos, y si esta es o no, un derecho garantizado. Es cierto que una excesiva y desproporcionada insistencia en querer diferenciar entre dere-chos negativos y derechos positivos, como la salud y ms re-cientemente el medio ambiente, resulta ser, a la larga, ideolgica. Hasta aqu el anlisis de Tealdi resulta contundente. Sin embargo apela al Artculo 12 del Pacto Internacional de Derechos Econ-micos, Sociales y Culturales, para dar cuenta de la salud fsica y mental como un derecho. Hasta cierto punto esto es correcto, en lo que respecta a la positivizacin del derecho a la salud en el ordenamiento jurdico internacional, pero no es suficiente para dar cuenta, filosficamente hablando, de un derecho as.

    Se sostiene aqu que lo que debera darle peso a un derecho en el contexto internacional no es su consagracin en un conve-nio internacional (conquista por cierto nada despreciable y sin la cual no habra fuerza vinculante), sino su peso moral en la concepcin que se tenga de este y su interdependencia con otros derechos. Solo as podremos defendernos de las argumentaciones

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    ideolgicas. Solo as podemos superar las artificiosas segmen-taciones entre generaciones de derechos. Pero esto es funda-mentalmente un debate tico y poltico que puede tener amplias repercusiones en el derecho internacional de los derechos huma-nos, a mediano y largo plazo. Algunos conceptos centrales de estas reformulaciones se abordarn en el captulo 3.

    1 .3. LA BIOTICA COMO MORAL DIALOGANTE

    Se han dado razones para intentar mostrar que lecturas de-masiado rgidas del principialismo nos alejan de la verdadera naturaleza del mtodo dialgico de la biotica. La apuesta por el dilogo y la deliberacin implica, por supuesto, que no hay un solo mtodo como tal que excluya a otros. Diversos mtodos pueden coexistir, siempre y cuando se tengan en cuenta aspec-tos como la legitimidad de las decisiones colectivas; el respeto por los puntos de vista opuestos y las moralidades incompati-bles; la solidez pero tambin los lmites de los conocimientos requeridos; la escasez de los recursos y la conciencia de que el dilogo entre disciplinas no es una suma simple y que este no solamente se da entre saberes, sino entre realidades (Caldern 2004, 110). Si este anlisis es correcto, es decir, si no se trata sim-plemente de aplicar principios ya dados a la solucin de ciertos problemas, entonces, se puede inferir que la biotica debera ir ms all de lo que sera una tica aplicada.

    El nombre de tica aplicada tiende a producir demasiada con-fusin, pues se crea la impresin de que hay una parte de la tica (tica aplicada) que contiene ciertas frmulas, procedimientos y protocolos que, aplicados oportunamente, pueden ofrecerse como respuestas a la necesidad de solucionar problemas urgen-tes, que pueden surgir tanto de la prctica clnica como de la apli-cacin de polticas pblicas como de la investigacin con sujetos humanos o con animales, de manera que lo que tendramos es una especie de manual de procedimientos. No existe en la tica una aplicacin de principios, reglas o normas, a diferencia, por ejemplo, de las matemticas o la qumica, en las que se constru-yen puentes con matemtica aplicada, o se elaboran medica-mentos con qumica aplicada. No hay en el mbito de la tica un

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    conjunto de frmulas que al aplicarse permitan la solucin que se requiere para resolver las tareas impuestas.

    Por otro lado, el rtulo tica aplicada deja la impresin, por de-ms equivocada, de que en ciertas reas no se necesita teorizar. Esto es errneo porque detrs de toda decisin hay principios, conviccio-nes, valores e intereses (legtimos o no) que, aunque no siempre se explicitan, estn presentes en los juicios morales que los seres hu-manos emiten. Todos los principios y valores tienen tras de s un conjunto de razones, algunas mejores que otras, que se esgrimen a la hora de intentar justificarlos. Por supuesto, hay que admitir que para que la biotica u otras ticas que intentan resolver problemas prcticos, por ejemplo, la tica empresarial, puedan ser operativas, debern permitirse el uso, as sea provisional, de ciertos criterios compartidos que pueden o no ser principios intermedios, siempre y cuando estos no se absoluticen. Tales principios, como anota Kotton, albergan un complejo resumen de reflexin que considera varios aspectos pertinentes para desembocar en una prescripcin de accin (2005, 24). No existen, por consiguiente, partes de la tica que sean solamente aplicaciones. Aun la sola aplicacin de princi-pios requiere sopesarlos, contrastarlos, imaginar situaciones opues-tas, prever resultados y consecuencias, en sntesis, deliberacin, tal como lo ha sealado Lolas (2003).

    La biotica es, despus de todo, el intento razonado y razona-ble de resolver problemas que afectan la vida humana compren-dida en todas sus dimensiones. Para ello debe ser prctica, es decir, capaz de ofrecer criterios para optar por determinados cur-sos de accin. Lo prctico no significa aqu, como errneamente creen algunos, lo opuesto a lo terico, es, en cambio, un factor que facilita la deliberacin y, hasta donde sea posible, la toma de decisiones ticas confiables. Resaltamos hasta donde sea posi-ble, pues los problemas morales nunca quedan completamente resueltos, como s sucede en ciertos procedimientos clnicos que pueden, cuando es el caso, curar una enfermedad o normalizar la situacin de un paciente.

    Se sugiere, entonces, que es preferible hablar de la biotica como de una filosofa prctica, para evitar las confusiones que podra originar el rtulo tica aplicada. Sin embargo, ha de advertirse que quienes lo utilizan pueden significar algo mucho ms cercano

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    a lo que se propone significar con el de filosofa prctica, en cuyo caso sera una cuestin puramente semntica en la que quiz no vale la pena enredarse. La etiqueta filosofa prctica, para evitar la redundancia que parecera tener el rtulo tica prctica, expre-sara mejor el contenido de la biotica como actividad.

    Sin embargo, se insiste aqu en la necesidad de prevenir ciertas implicaciones del rtulo tica aplicada que, como seala Lolas (2000, 67), parecera prolongar la confusin y la disparidad entre el estudio de casos concretos y la formulacin abstracta de princi-pios. Estos ltimos son siempre generales e incluso vagos. Por tal razn, con frecuencia nos encontramos, tanto en biotica como en otras reas de la tica, con situaciones no muy diferentes a las que encuentra un mdico que conoce de principios y leyes naturales, pero que debe hacer buen uso de ellos en beneficio de sus pacien-tes. La aplicacin no es en medicina, como quizs tampoco en la tica prctica, una cuestin de aplicacin de frmulas o del uso de un manual de procedimientos para ciertos casos. Es necesaria la deliberacin y esta requiere no solo de la experiencia sino de la reflexin sobre la misma. La prctica, por tanto, no se limita nicamente al entorno de la medicina. Tambin un ingeniero, un arquitecto o un investigador cientfico tienen problemas prcti-cos que resolver. La aplicacin de principios est siempre referida a un contexto y nunca reproduce las condiciones de la teora (Lolas 2000, 68). A esto habra que agregar que necesitamos de la teora (en biotica se necesita de las teoras ticas) como referente inelu-dible si queremos iluminar la prctica.

    Las prescripciones morales y, ms especficamente, las pres-cripciones de la tica son siempre indicaciones o puntos de re-ferencia, no frmulas rgidas usadas para determinar ciertos cursos de accin y no desechar otros. Es interesante cmo al-gunos filsofos han visto en los imperativos de la tica unas proposiciones que prescriben y no que describen (Hare 1995, 605-620). Nos dicen qu debemos hacer, no cmo son las cosas. Hacer una analoga entre la prctica de la medicina como la apli-cacin de criterios que un buen mdico consigue tener, tanto por su formacin, como por su experiencia en la aplicacin de ciertos conocimientos, y la toma de decisiones ticas, en la que tambin se busca ofrecer criterios para la aplicacin de normas, puede no

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    ser ms que un sugerente ejercicio de comparacin. No obstante, puede ser una labor til si se tiene en cuenta que, en ambos ca-sos, se intenta responder a la pregunta sobre qu debemos hacer. Curiosamente, esta analoga se ha explorado relativamente poco, pero no parece ser ajena a los ideales del discurso hipocrtico.

    Por otro lado, debe subrayarse lo que Lolas llama la con-flagracin entre principios (2000, 68). Percatarse de que estos entran permanentemente en conflicto en la vida real bastara para demostrar que no se trata solamente de aplicar princi-pios, pues de este modo no podramos dar cuenta de las incom-patibilidades que se presentan entre, por ejemplo, la autonoma y la beneficencia. Nuevamente, se requiere aqu el dilogo, la negociacin y la deliberacin, y todo esto, sumado a las razo-nes que se han expuesto hasta ahora, va mucho ms all de lo que sugiere el rtulo tica aplicada. Ntese que aquello sobre lo que se ha advertido aqu es el uso poco cuidadoso, a veces demasiado extendido, del rtulo tica aplicada, sin que esto necesariamente implique que todos los que utilizan esta nocin incurran en los errores arriba sealados.

    Hay otra forma equivocada de querer enfrentar el problema: la simple apelacin a lo que podra denominarse contextualismo. Esto, como tambin se examinar en el siguiente captulo, no solu-ciona los problemas, pues, llevado a extremos, puede conducir a un relativismo sin ms, que no contribuye a la comprensin de cmo se resuelven los conflictos y los problemas morales en diferentes contextos culturales. Tampoco permite establecer si estos pueden compartir algunos referentes, al menos comunicables. Diferentes sociedades tienen sus propias nociones de justicia, dignidad, soli-daridad, etc. Por eso, el nfasis que se conceda a estos principios o a la forma como diferentes valoraciones se relacionan entre s puede variar enormemente de una sociedad a otra.

    Uno de los retos de la biotica, en particular de la biotica que se hace en Iberoamrica, es tratar de armonizar tradicio-nes locales con disciplinas que han surgido fundamentalmente en un contexto anglosajn. Como seala Kottow, la biotica la-tina emerge tensionada entre la tutora intelectual que le ofrece el principialismo y la intuicin de que un lenguaje liberal, don-de siempre vuelve a dominar la idea de la autonoma individual

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    sobre toda otra consideracin, no se aviene con la tradicin reli-giosa, cultural y poltica de las sociedades mediterrneas e ibe-roamericanas, (citado en Lolas 2000, 69). Esta percepcin, que en general parece correcta, nos ayuda a comprender la experien-cia de extraamiento frente a ciertas tradiciones intelectuales; por ejemplo, el doblaje de una pelcula con un acento que resulta extrao para la audiencia produce cierta confusin, aun cuando parcialmente se entienda. Al respecto, parece ser cierto que el discurso sobre la autonoma y los derechos individuales no puede trasladarse sin ms a nuestras sociedades, lo que no implica que carezca de elementos valiosos y relevantes.

    Que la aplicacin de principios no puede darse sin implemen-tar otras herramientas de anlisis es algo que puede verificarse al pensar en las realidades que viven muchos seres humanos en nuestro planeta. Hablar de autonoma a aquellos que por razn de su discapacidad, enfermedad o pobreza no tienen la ms mnima posibilidad de ejercerla, o que en razn a su falta de educacin no pueden participar efectivamente de la vida pblica, es ciertamen-te una quimera. En el captulo tercero abordaremos el problema de por qu solo una visin integral de los derechos humanos que tenga en cuenta todos estos elementos, la cual debera guiar a la biotica, permitira una respuesta a los retos que surgen aqu. En el prximo captulo se tratar de dar razones al por qu de nuestra cautela frente a la aplicacin dogmtica de principios y de universalismos sin ms. Esto no debe llevarnos a la conclu-sin, por lo dems simplista, de que debemos abandonarnos a las formas extremas de relativismo, que haran de cualquier dilogo moral un imposible.

    Lo que resulta ser un asunto mucho ms interesante, es atender a la pregunta de si la biotica es, a fin de cuentas, una disciplina como tal o, ms bien y en lo esencial, un dilogo interdisciplinario. Dilogo es, hasta ahora, su actividad fundamental, su mtodo, si se quiere. Siempre y cuando se advierta, como ya se dijo, que no se est hablando de un nico mtodo que excluya a otros. Considerar que la biotica es, ante todo, un dilogo interdisciplinario no re-presenta, de ninguna manera, subestimar la relevancia epistmica que pueda tener y que efectivamente ha tenido como disciplina naciente. Ninguna actividad intelectual, estrictamente hablando,

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    se ha inaugurado como disciplina, en el sentido de ser producto de un nico acto fundante. Muy por el contrario, todas y cada una de las disciplinas que conocemos se han ido construyendo y cons-tituyendo desde la identificacin de problemas, la formulacin de hiptesis y el desarrollo de mtodos propios, camino que las ha lle-vado a conseguir la instauracin de sus propios paradigmas, cuan-do ha sido el caso. Cuestionar si la biotica es o no una disciplina completamente constituida no tiene por qu ser un escndalo. Es decir, no la coloca necesariamente, ni histricamente hablando, en una situacin de desventaja con respecto a otras disciplinas. Al contrario, tiene la ventaja adicional de dejar abierta la posibilidad de que aun si no llegase a considerarse como disciplina en sentido estricto, esto no significa que no pueda llegar a serlo en el futuro.

    Por otro lado, la propuesta de considerar que la biotica es un dilogo interdisciplinario nos obliga a pensar las condiciones de posibilidad del mismo4, de tal manera que la condicin de acti-vidad dialgica no deje la impresin de que la biotica sufre de cierta carencia de solidez epistmica. Si, como dice Francesc Abel (2001), la Biotica es constitutivamente un dilogo, entonces tendremos que tener presente desde el comienzo que no es cual-quier dilogo. Hablamos aqu de un dilogo que debe plantear preguntas y posibles respuestas, as sean imperfectas y provisio-nales, a los interrogantes que surgen de los problemas y de la aplicacin de las biotecnologas a la vida humana; y sobre viejos problemas an no resueltos, como la distribucin de recursos y la implementacin de unas condiciones que posibiliten una vida digna para los ms vulnerables.

    Un dilogo que, por otro lado, debe atender a los problemas de fundamentacin desde filosofas y cosmovisiones, que a ve-ces resultan incompatibles, y que tiene, adems, que ejercer un papel mediador como instancia deliberativa y desempear el rol de un lector que sabe traducir discursos, maneja la reduccin interterica y mantiene el adecuado balance entre emocin y ra-zn que la intelectualizacin excesiva pudiera hacernos olvidar,

    4 Guttman y Thompson desarrollan un buen modelo de los pro-psitos esenciales de la deliberacin democrtica que debe ejercitarse en el discurso de la biotica (2003).

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    como bellamente expresa Lolas, refirindose a la misin del ex-perto en biotica (2000, 66).

    Los cuatro principios bioticos de Georgetown no nos resuel-ven en absoluto los problemas de la biotica y, como lo reconoce Francesc Abel (2001, 212), ni siquiera los de la biotica clnica, aunque con frecuencia pueden ser una herramienta vlida para la resolucin de algunos casos. Adems, en el momento en que se trata de resolver el problema de su jerarquizacin el acuerdo se busca en los valores, pero esto es mucho ms difcil, puesto que desde diferentes concepciones ticas se llega a conclusiones diferentes; por esta razn, un autntico dilogo biotico debe promover el respeto, la tolerancia, el esfuerzo intelectual y la sinceridad en las propias convicciones.

    Se sostiene aqu que la biotica es un dilogo o, si usamos la bella expresin de Masia Clavel (1998, 34), una moral dialogante cuyo nfasis no puede ser meramente el deber o la obligacin. La biotica no es una disciplina acabada y cerrada, sino ms bien al contrario, es un mtodo de investigacin que se desarrolla en ntimo dilogo interdisciplinar (Torralba 1998, 149). La biotica, segn la definicin de la oms/ops, es el uso creativo del dilogo interdisciplinario para formular, articular y en lo posible resol-ver los dilemas que plantea la investigacin y la intervencin so-bre la vida, la salud y el medio ambiente. Se puede aceptar esta definicin, as sea provisionalmente, pues es lo suficientemente clara y precisa, aunque existen otras definiciones que tambin pueden tener validez. En todas sus acepciones se reconoce, al me-nos en principio, que la biotica implica dar cabida a un nmero considerable de ciencias y campos del saber. La gentica, la bio-medicina, el derecho, la investigacin en humanos y animales, las polticas medioambientales, la relacin entre conflicto y salud pblica, el acceso a recursos sanitarios, etc.

    Todo esto puede ser materia de estudio de la biotica, siem-pre y cuando no se pretenda suplantar de forma ilegtima el papel de otras disciplinas. La biotica, al ser una disciplina an en construccin, puede permitirse no ser objeto, todava, de una delimitacin tan rgida como campo del saber5, lo que no signifi-

    5 He sugerido que la biotica puede verse como una espe-cie de zona franca en donde pueden realizarse diferentes

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    ca que sea imposible identificar sus problemas. En consonancia con esta visin no esencialista de la biotica, en este texto se propone la articulacin de ciertos valores universales contex-tualizados y en dilogo con el pluralismo cultural, expresados y concretados en concepciones ampliadas de los derechos hu-manos (captulos 2 y 3). Se propone, adems, que la posibilidad del desarrollo humano y la capacidad de agenciamiento moral que pueden llegar a tener los seres humanos se puede pensar a travs de la construccin de puentes entre el discurso de los derechos humanos y el enfoque de las capacidades humanas (captulo 4), de manera que lo que en otra parte se ha llamado el papel integrador no integrista de la biotica (Caldern 2004, 116) pueda ponerse a prueba argumentativamente.

    Con respecto a los interrogantes que surgen de los problemas bioticos y considerando el alcance y los lmites de la delibera-cin moral, E. Tugendhat nos recuerda que estas preguntas:

    [] evidentemente, por razones lgicas, no tienen una respues-

    ta unvoca, siempre los miembros de la sociedad moral tendrn

    que hacer una decisin. Lo nico que se puede exigir aqu es que

    los partidos opuestos aprendan a ser ms tolerantes los unos con

    los otros. Parece ser igualmente exagerado decir sin ms que un

    aborto es un homicidio como decir que carece de toda importan-

    cia moral. Me parece ingenuo suponer que todo problema moral

    tiene una respuesta objetiva, visualizndola como contenida en

    un libro en el cielo. (Citado en Pea 2002, 40-41).

    Dado que la mayor parte de los problemas morales, parti-cularmente los que competen a la biotica, no tienen una so-lucin unvoca, solo queda el arduo camino de la deliberacin, de la moral dialogante. En las poco frecuentes ocasiones en que se logra un consenso, aunque este no satisfaga a todas las partes, tendr mucha ms legitimidad y mayor peso moral si surge como producto de una decisin razonada y razonable, en la que, por lo menos, se haya hecho el esfuerzo por comprender los puntos de vista contrarios antes de tomar una decisin. Si,

    transacciones que estn legitimadas (2004, 110).

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    como en las democracias, se llega a decidir por mayora, que esto no signifique carencia de razones.

    En el siguiente captulo abordaremos el problema de cmo las prescripciones ticas que tienen pretensiones de universali-dad pueden serlo solamente en contextos especficos, es decir, se defender cierta forma de universalismo tico que debe en-tenderse en un sentido especfico: contextualizado y respetuo-so del pluralismo cultural y las diferentes cosmovisiones. La existencia de aspiraciones y valoraciones comunes para toda la humanidad no es incompatible con la diversidad de expresiones en que aquellas se puedan dar.

  • Este libro se terminde imprimir en JAVEGRAF

    durante el mes de diciembre del ao 2012, en bogot d.c., Colombia.

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    anaseste libro propone que la biotica, como joven disciplina an en construccin, es una herramienta deliberativa que

    posibilita la mediacin dialgica entre hechos y valores, entre principios abstractos y cursos concretos de accin, entre el relativismo tico extremo y el universalismo absoluto. La biotica es, para utilizar la expresin de Fernando Lolas, un dilogo moral en las ciencias de la vida. Concebirla de esta manera permite hacer una apuesta por ciertas formas de valoracin de carcter universal. Pero este universalismo no puede ser ajeno a contextos especficos, ni indiferente a la pluralidad cultural.

    El presente texto afirma que es posible argumentar a favor de ciertos valores universales importantes para el desarrollo de las sociedades humanas, sin que eso signifique optar por formas de imperialismo moral. No pueden plantearse discursos bioticos o biopolticos que tengan coherencia argumentativa o que puedan guiar la conducta si se erigen a partir de un universalismo abso-luto que busca aplicar principios abstractos sin ms o de un relativismo extremo para el que no pueden establecerse dife-rencias significativas en la pr