Biodiversidad: una historia natural -...

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55 www.utadeo.edu.co • Revista La Tadeo No. 67 - Primer Semestre 2002 • Bogotá, D.C. - Colombia Biodiversidad: una historia natural Colecciones y museos por RAFAEL LEMAITRE ¿Qué es la biodiversidad? l término biodiversidad es tan co- mún hoy día en los medios de co- municación, que prácticamente no existe persona que no lo haya oído o leído. Es tan aceptado, que ya los diccionarios modernos lo incluyen. El Pequeño Larousse, por ejemplo, define biodiversidad como “la varie- dad de especies vivientes y sus ca- racterísticas genéticas”. Lo cierto es que biodiversidad no es más que una palabra elegante que se inven- taron en la Universidad de Harvard, por allá en los años ochenta, para referirse a la diversidad biológica que existe en la naturaleza, la cual incluye todas las especies, ya sean microorganismos, hongos, plantas, animales, etc., así como los ecosistemas y sus proce- sos ecológicos. En suma, la biodiversidad existe en tres niveles. Primero, es la diversidad genética, o la suma de toda la información contenida en los genes de to- dos los organismos. Segundo, es la diversidad de es- pecies que existen en una región, o en el mundo ente- ro. Y tercero, es la diversidad de ecosistemas, o sea la variedad de hábitats, comunidades de organismos (in- cluyendo los humanos, por supuesto), y procesos eco- lógicos. Es tan importante la biodiversidad, que ya to- dos sabemos que en 1992 se efectuó una cumbre mun- dial en Río de Janeiro, donde una multitud de nacio- nes, incluyendo Colombia, firmaron el Convenio so- bre Diversidad Biológica de las Naciones Unidas, la cual compromete a las naciones firmantes a estudiar y proteger su propia biodiversidad, y cumplir con trata- dos internacionales que tienen como objeto proteger las especies amenazadas de la fauna y flora silvestre. Colombia, medalla de bronce en biodiversidad En términos de biodiversidad, Colombia es un país muy especial; algunos incluso lo llaman megadiverso, y se considera como el tercer país del mundo con mayor diversidad. No es sino consultar, por ejemplo, un infor- me reciente del Banco Mundial sobre el tema, para enterarnos de los extraordinarios datos siguientes (cito

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Biodiversidad:

una historia

natural

Colecciones y museos

por RAFAEL LEMAITRE

¿Qué es la biodiversidad?

l término biodiversidad es tan co-

mún hoy día en los medios de co-

municación, que prácticamente no

existe persona que no lo haya oído

o leído. Es tan aceptado, que ya los

diccionarios modernos lo incluyen.

El Pequeño Larousse, por ejemplo,

define biodiversidad como “la varie-

dad de especies vivientes y sus ca-

racterísticas genéticas”. Lo cierto es

que biodiversidad no es más que

una palabra elegante que se inven-

taron en la Universidad de Harvard,

por allá en los años ochenta, para

referirse a la diversidad biológica

que existe en la naturaleza, la cual

incluye todas las especies, ya sean

microorganismos, hongos, plantas,

animales, etc., así como los ecosistemas y sus proce-

sos ecológicos. En suma, la biodiversidad existe en tres

niveles. Primero, es la diversidad genética, o la suma

de toda la información contenida en los genes de to-

dos los organismos. Segundo, es la diversidad de es-

pecies que existen en una región, o en el mundo ente-

ro. Y tercero, es la diversidad de ecosistemas, o sea la

variedad de hábitats, comunidades de organismos (in-

cluyendo los humanos, por supuesto), y procesos eco-

lógicos. Es tan importante la biodiversidad, que ya to-

dos sabemos que en 1992 se efectuó una cumbre mun-

dial en Río de Janeiro, donde una multitud de nacio-

nes, incluyendo Colombia, firmaron el Convenio so-

bre Diversidad Biológica de las Naciones Unidas, la

cual compromete a las naciones firmantes a estudiar y

proteger su propia biodiversidad, y cumplir con trata-

dos internacionales que tienen como objeto proteger

las especies amenazadas de la fauna y flora silvestre.

Colombia, medalla de bronce en biodiversidad

En términos de biodiversidad, Colombia es un país muy

especial; algunos incluso lo llaman megadiverso, y se

considera como el tercer país del mundo con mayor

diversidad. No es sino consultar, por ejemplo, un infor-

me reciente del Banco Mundial sobre el tema, para

enterarnos de los extraordinarios datos siguientes (cito

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sólo algunos): la superficie del país representa sólo el

0,77% de la superficie de la Tierra, pero aun así posee

el 10% de todas las especies conocidas de plantas y

animales terrestres (unas 50.000); en el país se encuen-

tran más especies de orquídeas (unas 3.500, o 15% del

total en el mundo) y aves (unas 1.721, o 20% del total en

el mundo) que en ninguna otra parte del globo; y el

país es el tercero en el mundo en número de especies

de vertebrados terrestres (unas 2.890). No incluye el

informe datos sobre los invertebrados terrestres o ma-

rinos, tales como gusanos, insectos, crustáceos, mo-

luscos, etc., pues de éstos aún se sabe muy poco inclu-

so a nivel mundial, y aún no se ha hecho un inventario

completo, pero de existir seguro que el nombre del

país también quedaría muy en alto. Si se efectuaran

competencias de biodiversidad de organismos en los

juegos olímpicos, Colombia no haría sino ganar me-

dallas en muchos grupos.

Las especies son como los ladrillos de una casa

Hasta aquí todo claro. Estamos de acuerdo en que la

biodiversidad es cosa buena, y que hay que mante-

nerla por ser importante para la vida en general. To-

dos queremos beneficiarnos de los productos genéti-

cos y farmacéuticos que pueden obtenerse de la natu-

raleza; mantener y proteger las especies que viven en

tierra y mar; y conservar bosques, selvas, ríos, arreci-

fes de coral, manglares, y demás. Pero, ¿de dónde sa-

len todos esos datos científicos como los que he cita-

do, que a menudo leemos en periódicos y revistas, y

que son los que al final de cuentas sustentan científi-

camente el valor de la biodiversidad? ¿Cómo sabe-

mos si hay una, diez, cien o mil especies, y dónde está

la prueba y documentación de que existen? ¿Quié-

nes son los que se ocupan de averiguar cuántas espe-

cies hay en la naturaleza y ponerles esos nombres en

latín tan difíciles de pronunciar? ¿Cómo reconocer y

diferenciarlas? ¿Y cómo saber en qué hábitats viven, y

en qué lugares geográficos se encuentran? Cualquie-

ra entiende que las respuestas a estas preguntas son

la información básica que se necesita para entender

la biodiversidad, pues al fin y al cabo las especies son

unidades fundamentales de la naturaleza, como los la-

drillos en una casa. Igualmente, podríamos decir que

no saber cuántas especies existen, y dónde viven, es

como tener un almacén y no saber qué hay en el in-

ventario, o cómo encontrar las existencias en la bode-

ga. Veamos entonces, brevemente, cómo se obtiene

esa información tan fundamental.

Más que galerías de exhibición, los museos son centros de investigación

donde se genera la información básica sobre las especies, la cual sirve para darnos

una visión del pasado, presente y futuro de la naturaleza, así como de nosotros mismos.

Página del libro De

historia stirpium

del botánico

Leonhart Fuchs

(1501-1566).

Propiedad del

Museo de Historia

Natural del Instituto

Smithsoniano.

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Colecciones y museos de historia natural

Las colecciones de historia natural pueden parecer-

les a algunos como una simple acumulación de fras-

cos y especímenes sin ningún uso práctico, y los

curadores (como se les llama a los investigadores que

estudian esas colecciones en los museos) pasan a ve-

ces por ser científicos excéntricos que gozan estudian-

do especímenes de apariencia distorsionada y repug-

nante. La realidad es que las investigaciones que lle-

van a cabo los curadores en los museos, cumplen una

función indispensable, y de la cual dependen muchas

ramas de las ciencias biológicas modernas. Más que

galerías de exhibición, los museos son centros de in-

vestigación donde se genera la información básica

sobre las especies, la cual sirve

para darnos una visión del

pasado, presente y futu-

ro de la naturaleza, así

como de nosotros mis-

mos. Un espécimen

de un pez preserva-

do, por ejemplo, pue-

de contener sus parási-

tos, o en su estómago su

última cena, ofreciendo

así información biológica de

gran valor. Otro espécimen

podría representar una espe-

cie raramente vista, en peligro

de extinción o ya extinguida, y

sería no sólo la única prueba

de su existencia, sino también

fuente irremplazable de su ma-

terial genético. Los curadores,

con su experiencia taxonómica

en los grupos de organismos

en los cuales se especializan,

son los que mejor pueden

identificar las especies y por lo

tanto recurrimos a ellos. Por

ejemplo, cuando sucede una

catástrofe ambiental como un

derrame de petróleo u otra

contaminación, lo primero que

todos quieren saber es qué especies han sido afecta-

das; si se produce una marea roja tóxica u otro

fenómeno natural, todos preguntan cuál

es la especie que la causa; si un in-

secto u otro organismo afecta cultivos

agrícolas o estanques de maricultura,

hay que determinar qué especie es la cul-

pable; si queremos proteger los arrecifes

coralinos, tenemos que saber

qué especies habitan ese eco-

sistema para manejarlo racional-

mente; y si se trata de construir

un proyecto de ingeniería, hay que

saber cuáles especies se podrían

afectar, para así evitar un problema

ambiental.

La taxonomía y sistemática

El conocimiento de las especies

empieza siempre con el trabajo

de observación y colección de

especímenes que llevan a cabo

los científicos directamente en la naturaleza. Los

especímenes enteros o en partes, primero se pre-

servan secos, o en frascos con algún líquido como el

alcohol. Luego se estudian cuidadosamente en el la-

boratorio para identificar a qué

especie pertenecen, se rotulan

debidamente con nombre y lo-

calidad de origen (entre otros

datos pertinentes), y finalmen-

te pasan a ser parte de un mu-

seo donde se mantienen a per-

petuidad para futuras consul-

tas anatómicas e investigacio-

nes varias. Es allí en esos mu-

seos donde en verdad se lleva

cabo el estudio detallado de

las especies, y por ende el as-

pecto más fundamental de la

investigación sobre biodiversi-

dad. Las colecciones no son

estáticas, pues se usan para: 1)

describir y documentar formal-

Museo de Historia.

Grabado de Levin

Vincent

(1658-1727).

Si alguien quiere realizar el intento de pensar o de describir la Evolución, que vaya, pues, […] a divagar por uno de esos grandesmuseos […] en los cuales […] una legión de viajeros ha llegado a comprimir, en sólo algunas salas, el espectro completo de lavida. […] Aquí, el universo de los Insectos, en el que las buenas especies se cifran en decenas de millares. Allá, los Moluscos,otros tantos millares, inagotablemente distintos por sus irisaciones y sus enrollamientos. Después. los Peces, tan inesperados,caprichosos y matizados como las Mariposas. Y después las Aves, bien poco menos fantásticas, con todas sus figuras, sus picos,sus colores. Y después los Antílopes, con todos sus pelajes, sus portes, sus diademas, etc. Bajo cada uno de aquellos nombres,que sólo evocaban en nosotros una docena de formas perfectamente vulgares, ¡qué ímpetu, qué efervescencia! Y, a pesar detodo, ante nuestros ojos sólo se trata de supervivientes. ¿Qué pasaría si pudiéramos ver todo lo demás?…

TEILHARD DE CHARDIN, El fenómeno humano.

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mente las especies en publicaciones científicas, 2) pro-

veer a los científicos de una base comparativa para

futuros estudios taxonómicos y evolutivos, y 3) ampliar

la información biológica de las especies, como por

ejemplo la época de reproducción, el rango geográfi-

co y hábitat donde se encuentran, etc. La rama de la

ciencia que se ocupa de la teoría y práctica de descri-

bir, nombrar y clasificar a las es-

pecies se llama taxonomía, y

cuando a ésta se le añade el es-

tudio de aspectos evolutivos, se

llama sistemática; por consiguien-

te, los científicos que se dedican

a estas ciencias se les llama

taxónomos o sistemáticos, y en su

mayoría trabajan en los museos

de historia natural. Los especí-

menes en los museos son en cier-

ta forma como los libros de una

biblioteca, sirven una y otra vez

para consulta y análisis según los

nuevos métodos de investigación

que se van poniendo en prácti-

ca. Las muestras de material ge-

nético (ADN) que hoy se conside-

ran tan valiosas, tanto para estu-

dios de evolución como para usos

farmacéuticos, agricultura, etc.,

son sólo un ejemplo del valor de

las colecciones de un museo. Hace tan sólo 20

años casi nadie se ocupaba de obtener

ADN, mientras que hoy día muchos inves-

tigadores lo hacen, ya sea tomando mues-

tras de tejido de los especímenes preser-

vados en museos, en algunos casos de es-

pecies ya raras o extinguidas, o directamen-

te de los organismos durante el trabajo de

campo. Así, las colecciones modernas en los

museos, además de especímenes enteros, ya

contienen bancos de tejidos que sirven para

estudios genéticos y moleculares.

Los nombres científicos de las especies

Puede decirse que la actividad de colección de

especímenes en forma organizada, se originó hacia

mediados del siglo XVII, cuando se puso de moda en

Europa entre nobles y ricos acumular gabinetes de cu-

riosidades llenos de objetos, y animales o plantas ra-

ras. Era cuestión de status social tener una colección

de objetos o especímenes extraños que producían ad-

miración y curiosidad, y que además podían valer mu-

cho dinero. Esta moda continuó durante el siglo XVIII y

XIX, usando especímenes obtenidos durante los viajes

de descubrimiento o traídos de las colonias.

Muchas de esas colecciones fueron

eventualmente vendidas o dona-

das a los museos de historia na-

tural europeos, pasando así a

formar la base para efectos de

investigación taxonómica. Para

ese entonces ya estaba en uso

el sistema binomial que había pro-

puesto el naturalista sueco Carl von

Linné (1707-78) en su estudio titulado SystemaNaturae, cuya primera edición salió en 1735. Linné, por

cierto, fue ennoblecido en 1761 y entonces cambió su

nombre a la versión latina más conocida de Carolus

Linnaeus. El sistema binomial propuesto por Linnaeus

consiste en darle un nombre doble, latinizado, a cada

especie, compuesto del género y la especie, y es lo

que se denomina como el nombre científico. Por ejem-

plo, nuestra especie se llama Homo sapiens, y fue

Linnaeus quien propuso este nombre a pesar de que

él consideraba el alma por fuera del

mundo animal; Homo es el géne-

ro, por regla siempre escrito em-

pezando con mayúscula, y sa-piens, la especie, siempre escri-

to todo en minúscula. Así tene-

mos por ejemplo las siguientes

especies marinas: Latreilliaelegans (un cangrejo),

Pseudosimnia vanhyngi (un

caracol), Ophyomixa tumida(un ofiuro), Polymycesfragilis (un coral), y

Emblemariopsis tayrona(un pez). Este sistema de

Las muestras de material genético (ADN) que hoy se consideran tan valiosas,

tanto para estudios de evolución como para usos farmacéuticos, agricultura, etc.,

son sólo un ejemplo del valor de las colecciones de un museo.

Lámina del

herbario del

naturalista sueco

Carl von Linné y

portada de la

segunda edición de

su libro Systema

Naturae,

de 1740.

Propiedad del

Museo de Historia

Natural de Suecia.

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nomenclatura, que a algunos pue-

de parecer incómodo o pedante, es

de extrema utilidad, pues al contra-

rio del uso de los nombres comu-

nes como ‘caracol de pala’, ‘cama-

rón blanco’, ‘cangrejo moro’, ‘tur-

pial’, ‘mico colorado’, etc., que cam-

bian según la región o país, tiene la

ventaja de que la identidad de las

especies la pueden entender con

exactitud todos los científicos en

cualquier parte del mundo, hablen

el idioma que hablen. Además, los

nombres científicos sirven para co-

locar y clasificar a los organismos en

grandes grupos como familias, cla-

ses, etc., facilitando así el estudio de

las distribuciones geográficas, rela-

ciones evolutivas y biología de las

especies.

Un código de nomenclatura

Las expediciones científicas más intensas lanzadas por

varias naciones durante el siglo XIX causaron una ex-

plosión de descubrimientos de nuevas especies y au-

mentaron considerablemente las colecciones de gran-

des museos europeos como los de Francia, Holanda e

Inglaterra y también de los Estados Unidos en

Norteamérica. En aquel entonces era cuestión de or-

gullo nacional organizar expediciones cuyo objetivo

era averiguar qué especies existían en la naturaleza

de los países, mares y tierras de allende, ya fuese para

posible explotación económica o para avanzar en la

catalogación de la naturaleza. Pero la proliferación de

nuevos nombres fue tal, que algunos naturalistas em-

pezaron, sin saberlo, a cometer errores. Puesto que a

veces trabajaban independientemente, terminaron con

frecuencia “bautizando” a la misma especie con distin-

tos nombres, creando así muchos que en realidad no

eran más que sinónimos. ¿Cuál nombre usar, enton-

ces? Debido a esta confusión, se inició un movimiento

para establecer reglas en el uso de los nombres. Esas

reglas, luego de pasar por numerosas versiones, cul-

minaron con la adopción por parte de zoólogos en

1961 del Código Internacional de Nomenclatura Zoo-lógica (la botánica también tiene su propio código),

que ya va por la cuarta edición (1999), y cuyo princi-

pio fundamental es el de la ley de la prioridad. Ese

principio consiste en que el nombre original (o el más

viejo) dado a una especie, es el válido. Una de las con-

tribuciones más importantes del Código es la relación

obligatoria que establece para que un nombre sea vá-

lido entre los especímenes usados para documentar

cada especie y el nombre científico latinizado que se

le da a cada una de éstas. Esos especímenes usados

originalmente para describir y nombrar la especie se

les llama técnicamente ‘Tipos’, y por regla permane-

cen depositados en los museos. Los ‘Tipos’ son los

especímenes más valiosos, pues son únicos e indispen-

sables en la práctica de la taxonomía y sistemática. És-

tos representan los patrones que definen a cada espe-

cie, tanto morfológica como genéticamente. Por con-

vención, el Código considera sólo los nombres pro-

puestos en los libros con el sistema binomial, empe-

zando desde el 1º de enero de 1758, fecha en la cual

se publicó la 10ª edición del Systema Naturae de

Linnaeus. Si no existiera el Código y los ‘Tipos’, habría

Páginas del libro

Verzeichniss meiner

Insecten-Sammlung,

de Jacob Sturm,

editado en 1796.

Propiedad del Museo

de Historia Natural del

Instituto Smithsoniano.

En todas las épocas de la Tierra, en todos los estadios de la Evolución, otros museos habrían podidoregistrar el mismo hervor, la misma lujuriante riqueza. Puestos uno al lado del otro, los centenares demillares de nombres inscritos en los catálogos no llegan a representar ni la millonésima parte de lashojas que brotaron hasta hoy en el Árbol de la Vida.

TEILHARD DE CHARDIN, El fenómeno humano.

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un caos total de información y comunicación, y el

estudio de la biodiversidad sería casi imposible.

¿Cuántas especies se conocen y cuántas

quedan por descubrir?

A nivel mundial, entre 1,5 y 1,8 millones de

especies de plantas y animales han

sido descubiertas y documentadas

formalmente hasta el momento. Hace

poco, algunos entomólogos descu-

brieron que en las alturas de los árbo-

les en las selvas de Centro y Suramérica vive

un mundo de insectos muy distinto, tan extraor-

dinariamente diverso en especies, o más, que

el que vive en los niveles más bajos de la selva.

Como resultado de ese descubrimiento, hoy día

los estimados del número real de especies que

existen varían de 10 y 30 millones, e incluso algu-

nos creen que el número puede llegar hasta 100

millones. El proceso de describir las especies

es tedioso y lento, pues requiere de un meticu-

loso trabajo de colecta, examen y comparación

anatómica, ilustración, descripción textual, y finalmente

publicación en revistas científicas. En promedio se aña-

den unas 13.000 especies nuevas cada año al catálogo

mundial. O sea que, tanto a nivel nacional como mun-

dial, estamos aún muy lejos de completar el in-

ventario de las especies, y por lo tanto, de co-

nocer la verdadera biodiversidad. Es más,

se sospecha que muchas especies aún

no descubiertas de pequeño tama-

ño y que viven en hábitats

inexplorados, se están extinguien-

do a un ritmo desconocido por

causa de ciertas actividades des-

tructoras del hombre. Debido enton-

ces a este precario estado de cono-

cimientos, se hacen aun más valiosas

las colecciones que existen en los mu-

seos, ya sea clasificadas o no, así como

la labor de los taxónomos. Serán

esos especímenes la única

prueba que nos quede lue-

go de la desaparición de

cualquier forma de vida conocida, ya sea debido a pro-

cesos naturales o por actividades del hombre.

Los inventarios, una labor dinámica

Mucho se habla en el país de hacer el inventario de la

biodiversidad nacional, pues ésta se considera, con

razón, un patrimonio de un potencial inmenso. El Insti-

tuto Alexander von Humboldt, que lidera las investiga-

ciones de biodiversidad en Colombia, estima que en

general sólo conocemos el 10% de las especies que

habitan las tierras y mares colombianos. El primer paso

es determinar las especies que habitan en el país, pero

existe entre muchos el concepto errado de que lograr

un inventario es cuestión de buscar en los libros los

Existen varias colecciones biológicas bien surtidas de especímenes en museos

o institutos colombianos como, entre otras, las del Instituto Alexander von Humboldt,

el Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional

y el Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras de Punta de Betín.

Capra pygmea,

Didelphis murinus

y Elephas maximus,

pertenecientes

al Museo de Historia

Natural de Suecia.

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nombres de las especies y hacer una lista. Nada más

lejos de la realidad. Primero, muchas faltan aún por

descubrir. Y segundo, la taxonomía no para luego de

nombrar las especies, pues es una ciencia dinámica

que se revisa constantemente con el tiem-

po, ya sea por la captura de nuevos

especímenes que añaden nueva informa-

ción sobre las especies y sus hábitats, o

por los nuevos conceptos evolutivos que

van surgiendo en la biología. Además, los

taxónomos a veces dan nombres equivo-

cados a los especímenes, por razones va-

rias: éstos pueden estar incompletos, pre-

sentar variaciones extremas en morfolo-

gía y coloración, o pueden ser estadios

juveniles de muy distinta apariencia al

adulto, o quizá sólo se tenga a la mano

uno o muy pocos especímenes, o simple-

mente la especie puede no estar debidamente descri-

ta en los libros, creando así confusión. También ocu-

rre que las especies a veces hay que cambiarlas de

género, o con menos frecuencia, de familias, o los nom-

bres a veces resultan ser sinónimos unos con otros. El

taxónomo tiene que corregir y poner al día constante-

mente estos errores y cambios de nomenclatura. Para

lograrlo se requiere no sólo hacer nuevas coleccio-

nes, sino también hacer comparaciones con

especímenes depositados en museos nacionales y ex-

tranjeros y hacer una revisión critica de las descrip-

ciones que aparecen en los libros. Para esa labor exis-

ten varias colecciones biológicas bien surtidas de

especímenes en museos o institutos colombianos

como, entre otras, las del Instituto Alexander von

Humboldt, el Instituto de Ciencias Naturales de la Uni-

versidad Nacional y el Instituto de Investigaciones Ma-

rinas y Costeras de Punta de Betín. Sin embargo, a

nivel mundial, sin duda el lugar con los mayores re-

cursos para llevar a cabo estudios de biodiversidad es

el Instituto Smithsoniano, por lo que caben a conti-

nuación algunas palabras sobre éste.

El Instituto Smithsoniano

Entre los museos más importantes del mundo está el

Museo Nacional de Historia Natural, que hace parte

del Instituto Smithsoniano en Washington, D.C., y don-

de tengo la fortuna de ser investigador. Ese Instituto,

fundado en 1846 gracias a una inmensa donación de

dinero que hizo al gobierno americano el científico

inglés James Smithson (quien por cierto nunca pisó tie-

rras americanas) posee hoy día las colecciones de his-

toria natural más grandes y científicamente valiosas del

mundo. Esas colecciones representan un verdadero te-

Ilustración del libro

Algemine

Naturgeschicte der

Fisch del naturalista

alemán Marcus

Eliesser Bloch

(1723-1799).

Propiedad del

Museo de Historia

Natural del Instituto

Smithsoniano.

Por mi parte […], contemplo la crónica geológica natural como una historia del mundo redactada de manera imper-fecta y escrita en un dialecto cambiante; de esta historia no poseemos más que el último volumen, relativo a sólo doso tres zonas. De este volumen sólo se ha conservado, disperso, un breve capítulo; y de cada página, sólo unas cuantaslíneas inconexas. Cada palabra del idioma de lenta evolución en el que se supone ha sido escrita esta historia, al sermás o menos diferente en la sucesión interrumpida de capítulos, puede representar las formas de vida cambiadas alparecer bruscamente, enterradas en nuestras formaciones, consecutivas pero ampliamente separadas.

CHARLES DARWIN, El origen de las especies.

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soro para la humanidad y sin el mantenimiento ade-

cuado de ellas se haría casi imposible el inventario

o estudio a fondo de las especies que existen en

muchas partes del planeta.

Las colecciones del Instituto Smithsoniano son

el resultado de 150 años de actividades científicas

en los polos, los océanos y continentes del globo.

En la actualidad, están depositados en el Museo

124 millones de especímenes u objetos, incluyen-

do un número enciclopédico de insectos y otros inver-

tebrados, peces (fotos 5, 6), aves

(foto 7), mamíferos, plantas, fósi-

les, minerales y artefactos

antropológicos, la gran mayoría

identificados, clasificados y cata-

logados. Los especímenes bioló-

gicos allí guardados representan

la base y documentación

taxonómica, ecológica y evoluti-

va más grande que existe sobre

la vida. Cada año, más de 2.000

investigadores de todas partes del

mundo llegan a consultar esas co-

lecciones y más de 200.000 espe-

címenes se envían en préstamo a

científicos alrededor del mundo.

Con base en esas colecciones, in-

finidad de libros y artículos cien-

tíficos se publican cada año do-

cumentando la fauna y flora de

muchas regiones, describiendo

especies nuevas para la ciencia,

poniendo al día las distribuciones

geográficas y estudiando diver-

sos aspectos biológicos de las especies.

En este museo de historia natural trabajan febril-

mente un centenar de científicos, cada uno con su pro-

pia especialidad taxonómica y con la responsabili-

dad principal de investigar y descifrar las

especies que existen en la naturaleza.

A un paso de mi oficina, por ejemplo,

puedo contemplar y consultar una co-

lección de casi 600.000 frascos y 60 mi-

llones de especímenes de sólo crustá-

ceos, grupo en el cual me especializo, y que incluye

camarones, langostas y cangrejos. En esas coleccio-

nes se encuentran depositados 25.264 especímenes ‘Ti-

pos’ de crustáceos. Están representadas allí el 90% de

las especies de crustáceos conocidos de las Américas

y más del 50% de las especies documentadas en el

mundo (que suman unas 52.000). Si a esta enormidad

de especímenes le sumamos la inmensa biblioteca del

instituto, entendemos por qué los taxónomos del mun-

do entero ven este museo como un paraíso de infor-

mación sobre las especies. Todos los especímenes son

mantenidos para uso de los investigadores, no sólo del

museo, sino de la comunidad científica internacional.

Colombia, por fin, de frente al mar

Mucho se podría escribir sobre la diversidad, co-

lecciones e investigaciones taxonómicas de la biota

terrestre en Colombia, pues existe una tradición en el

país que arranca desde el siglo XVIII con la famosa Ex-

pedición Botánica liderada por el sabio Mutis. Pero

por ser la UJTL la pionera del país en estudios de biolo-

gía marina, quiero referirme, aunque sea en general,

a los avances que se han hecho en el conocimiento de

la biodiversidad marina en el país.

Empecemos, eso sí, por dejar en claro que de

todos los entornos del globo, el menos conocido

en biodiversidad es el marino. Sabemos más

acerca de la luna que de los organis-

mos que habitan las costas y profun-

didades de los océanos. Aunque es

cierto que las costas y mares colombia-

Los estimados científicos indican que el conocimiento actual

del número de especies presentes en aguas territoriales es de aproximadamente un 40%

con respecto al número estimado para un país tropical con costas sobre dos océanos.

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nos no son ninguna excepción a esta falta de conoci-

miento, también es cierto que en los últimos años ha

ido en aumento considerable el conocimiento de la

diversidad marina colombiana. Hay que tener en cuen-

ta que la historia de la investigación marina en Colom-

bia es muy reciente y no sobrepasa los 40 años, mien-

tras que la de los países desarrollados ya lleva más de

un siglo. En Colombia dos eventos, ambos ocurridos

en la década de 1960, han sido decisivos en la acumu-

lación de información sobre la biodiversidad marina

en el país: 1) la creación de la Facultad de Ciencias

del Mar y del Museo del Mar, por parte de la UJTL; y 2)

la creación del Instituto de Investigaciones Ma-

rinas y Costeras de Punta de Betín

(INVEMAR). Estos dos eventos iniciaron un

proceso investigativo y de formación de

profesionales que ha hecho posible los

avances en el estudio científico de la

fauna y flora marina colom-

biana.

Estudios muy recientes,

efectuados por un grupo de

taxónomos, principalmente colombia-

nos, con base en INVEMAR, y oficialmente deno-

minado Grupo de Investigación sobre Taxono-

mía, Sistemática y Ecología Marina, ha des-

cubierto que el 50% de las 900 especies

colectadas por el Grupo en el Cari-

be colombiano, no se encontra-

ban registradas para esta cos-

ta, y que de éstas, el 3% son

nuevas para la ciencia. Esta

información es de gran sig-

nificado, pues indica que

con un esfuerzo de colecta de

tan sólo unos cinco años se ha

duplicado el número de especies

marinas que anteriormente se conocía

de la costa del Caribe. La costa Pacífica colombiana

no ha sido tan explorada como la del Caribe, pero

aun así, podemos ya juzgar por las actividades de bió-

logos de la Universidad del Valle y del INVEMAR, entre

otros, que puede ser tan rica en especies, si no más,

que la del Caribe. Los estimados científicos

indican que el conocimiento actual del

número de especies presentes en

aguas territoriales es de aproximada-

mente un 40% con respecto al nú-

mero estimado para un país tropi-

cal con costas sobre dos océanos.

Tradicionalmente, a lo largo

de la corta trayectoria de la inves-

tigación marina en Colombia, los

investigadores, tanto del INVEMAR

como de las diferentes entidades co-

lombianas, depositaron la mayoría de

Ilustraciones

pertenecientes al

Museo de Historia

Natural del Instituto

Smithsoniano.

Fotografías del Museo

de Historia Natural

de Suecia.

La extraordinaria estabilidad de algunas especies, los miles de millones de años que cubre la evolu-ción, la invariancia del ‘plan’ químico fundamental de la célula no pueden evidentemente explicar-se más que por la extrema coherencia del sistema teleonómico que, en la evolución, ha jugado puesel papel a la vez de guía y de freno, y no ha retenido, amplificado, integrado más que una ínfimafracción de las probabilidades que le ofrecía, en número astronómico, la ruleta de la naturaleza.

JACQUES MONOD, El azar y la necesidad.

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las muestras en la Colección de Referencia de Orga-

nismos Marinos (CRM) del INVEMAR, cuyos primeros re-

gistros se remontan hacia 1974. Los especímenes que

alberga actualmente la CRM constituyen la mayor co-

lección de biota marina de Colombia, que contiene

aproximadamente el 50% de las especies de poríferos

(esponjas), moluscos (caracoles, ostras, etc.), crustá-

ceos (camarones, cangrejos, langostas, etc.), equino-

dermos (estrellas de mar, etc.), y peces, registradas

para las aguas colombianas. Hasta la fecha, y sólo en

esos grupos mayores, se sabe que existen un total de

5.555 especies en ambas costas colombianas. Las co-

lecciones del Museo del Mar de la UJTL, que hace poco

dejó de funcionar, se han incorporado a la CRM. Por

iniciativa del Grupo de taxónomos con base en INVEMAR,

la CRM sufrió una transformación a partir de 1997 y se

convirtió en el Museo de Historia Natural Marina de Co-

lombia. Es en este museo donde hoy se lleva cabo con

gran energía la investigación taxonómica y sistemática

de organismos marinos, gracias al apoyo del Ministerio

del Medio Ambiente, Colciencias, y en asocio con la

Universidad Justus Liebig de Giessen (Alemania) y el

Instituto Smithsoniano. Al menos en el estudio de la bio-

diversidad marina, por fin se puede decir que Colom-

bia le está dando el frente, y no la espalda, al mar.

Museos y colecciones: una necesidad básica

En conclusión, museos de historia natural los hay en

todos los tamaños, cubrimiento de organismos, y gra-

dos de importancia, pero todos tienen una cosa en

común: las colecciones de especímenes biológicos.

Por definición, los museos son sitios donde no sólo se

mantienen y exhiben especímenes, sino donde se hace

investigación científica sobre éstos. Por esa razón son

recursos indispensables para el estudio de la biodi-

versidad y para la educación del público en general.

Es de esa investigación donde surge toda la informa-

ción sobre las especies, tan indispensable para lograr

entender la naturaleza y llegar a un desarrollo sosteni-

ble de los recursos biológicos. No es entonces exage-

ración afirmar en estos tiempos de graves problemas

ambientales, que los museos, sus colecciones y

taxónomos, no son un lujo sino una necesidad tan bá-

sica como puede ser la existencia de bibliotecas don-

de se investiga y se mantiene el patrimonio cultural de

una nación o región.

RAFAEL LEMAITREBiólogo marino de la Universidad Jorge Tadeo

Lozano, master en medio ambiente y sistemas urbanos enla Florida International University, Miami, y doctor (PhD)

en oceanografía biológica en el School of Marine &Atmospheric Science, University of Miami, Coral Gables,

Florida. Actualmente trabaja en el National Museum ofNatural History, Smithsonian Institution, Washington, D.C.,

donde continúa sus investigaciones sobre la sistemáticade los crustáceos marinos.

Por definición, los museos son sitios donde no sólo se mantienen y exhiben especímenes,

sino donde se hace investigación científica sobre éstos.

Por esa razón son recursos indispensables para el estudio de la biodiversidad

y para la educación del público en general.